Espartaco No. 45

Mayo de 2016

 

El caos imperialista alimenta la crisis de los refugiados

¡No a las deportaciones!

¡Abajo la Unión Europea!

Traducido de Workers Vanguard No. 1077 (30 de octubre), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.

EE.UU. y las potencias imperialistas europeas son los responsables de la terrible situación en la que se encuentran cientos de miles de personas desesperadas que tratan de entrar a Europa. En particular, las guerras y ocupaciones dirigidas por EE.UU. en el Medio Oriente han obligado a millones a abandonar sus hogares. Frente al resultante influjo masivo hacia Europa (que corresponde sólo a una fracción diminuta de los 60 millones de refugiados en el mundo), la Unión Europea (UE) ha intensificado las medidas represivas para bloquear el ingreso y acelerar las deportaciones.

La respuesta de la UE ante las horrendas muertes de unos 2 mil 500 refugiados ahogados en el Mediterráneo a principios de 2015 fue una escalada de la militarización en las fronteras. Los estados miembros, incluyendo Alemania, Gran Bretaña, Francia e Italia, enviaron buques de guerra a las costas de Libia y otros lugares, bajo el pretexto de disuadir a los “traficantes de personas”. El verdadero propósito, sin embargo, es impedir que los refugiados lleguen a las costas de la racista “Fortaleza Europa”.

Conforme se cierra el paso por el Mediterráneo, los refugiados que huyen de Siria y otros países desgarrados por la guerra no tienen otra alternativa que cruzar por los Balcanes. En agosto, muchos miles llegaron a Hungría cada día, incluso a pesar de que el gobierno violentamente antiinmigrante de Budapest lanzó a la policía contra los refugiados y amenazó con deportaciones masivas. Reconociendo que el influjo era prácticamente imposible de detener, la canciller alemana Angela Merkel anunció que los refugiados atrapados en Hungría serían recibidos en Alemania, pasando por Austria. Esta estratagema ayudó a mejorar la imagen del imperialismo alemán: Merkel pasó de ser ampliamente repudiada por su papel en la crisis de la deuda griega a ser celebrada como la cara “humanitaria” de la UE.

Cuando el influjo diario de refugiados hacia Alemania superó las 10 mil personas, se dio una violenta reacción racista al interior del partido de la propia Merkel, la Unión Democrática Cristiana, y su partido filial en Bavaria. Alemania rápidamente introdujo controles en la frontera austriaca. Junto con el presidente de Francia, François Hollande, Merkel trató de obligar a otros estados miembros de la UE a “compartir la carga” y aceptar cuotas obligatorias de refugiados. Esta medida causó un escándalo al interior de la UE, subrayando su inestabilidad. En Gran Bretaña, donde los conservadores en el poder compiten con los racistas y antiinmigrantes “euroescépticos” del UK Independence Party (Partido de la Independencia del Reino Unido), el primer ministro David Cameron se rehusó a aceptar una cuota. Mientras tanto, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, descartó la propuesta alemana como “imperialismo moral”.

Las tan cacareadas fronteras internas libres de pasaportes de la UE nunca han sido un obstáculo para la deportación en masa de quienes los gobernantes capitalistas consideran indeseables, como los romaníes (gitanos) expulsados de Francia. Los sucesos recientes han dejado completamente en claro la farsa que son estas pretensiones. Hungría erigió cercas de alambre de púas en sus fronteras y promulgó leyes que hacen del cruce ilegal de fronteras un crimen con pena de hasta cinco años de prisión. Un policía fronterizo búlgaro mató a un refugiado afgano a tiros. Los gobernantes de la UE crearon nuevos paquetes de duras leyes contra los inmigrantes. En Alemania, el Bundestag (parlamento) aprobó una nueva legislación para acelerar el procesamiento y la deportación y está considerando la creación de “zonas de tránsito” para los refugiados, que han sido comparadas con campos de concentración.

El racismo contra los inmigrantes ha vuelto a estallar también en las calles de Alemania. A principios de octubre, unos 10 mil racistas de hueso colorado y fascistas abiertos marcharon por Dresden denunciando a Merkel y coreando “¡Deportación, deportación!”. La organización de esta turba enfurecida estuvo a cargo de Pegida, grupo racista y antimusulmán que ha encontrado renovado vigor. Cuando Pegida corrió el rumor de que camiones llenos de “invasores” iban en camino a un campo de refugiados en Sajonia, cientos de personas de la localidad erigieron barricadas para mantener fuera a los inmigrantes.

Notablemente, el sindicato alemán IG Metall publicó una declaración el 8 de septiembre, “Hacia una política de refugiados sustentable basada en la solidaridad”, que, entre otras cosas, “condena todos y cada uno de los actos de violencia contra los refugiados de la manera más enérgica posible”. El punto, sin embargo, no debería ser que las organizaciones obreras ofrezcan asesoría política al gobierno burgués, los amos del “divide y vencerás”, sino que se movilizaran en actos concretos de solidaridad, como la defensa de los hostales de refugiados contra los ataques racistas y en oposición a las deportaciones. El escuálido debate sobre quiénes son los refugiados “genuinos” debe ser rechazado completamente. En cambio, la clase obrera debe hacer suya la lucha por plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes, sin importar cómo entraron al país.

Para la gran mayoría de los inmigrantes, el estatus de refugiado es la única posibilidad de obtener el derecho a permanecer en un país de la UE. Los gobernantes capitalistas eligen a los refugiados de acuerdo a las necesidades de la economía. El creciente promedio de edad y las bajas tasas de natalidad de la población alemana han resultado en escasez de mano de obra en ciertos sectores. Los refugiados sirios, que con frecuencia tienen niveles de educación y capacitación relativamente altos, tienen más probabilidades de recibir el estatus legal que los provenientes de Kosovo, un país asolado por la pobreza y donde una de cada cuatro personas vive con 1.20 euros (1.32 dólares) al día. Alemania ha sumado a Kosovo, Albania y Montenegro a su lista de “estados seguros”, esencialmente garantizando que los inmigrantes de esos países —en particular los romaníes— serán deportados.

La actual crisis de refugiados en Europa es la peor desde, al menos, la que acompañó a la carnicería fratricida desencadenada por la desintegración contrarrevolucionaria de Yugoslavia en 1991, en la que el imperialismo alemán desempeñó un papel crucial. Durante la primera mitad de la década de 1990, EE.UU. dirigió una campaña de bombardeo en Bosnia, seguida del bombardeo de la OTAN contra Serbia en 1999, al que se sumó Alemania, bajo el pretexto de defender a Kosovo. En realidad, el objetivo de EE.UU. era introducir una presencia militar de la OTAN en la región. Como escribieron nuestros camaradas de Alemania en Spartakist No. 210 (octubre de 2015): “Kosovo es ahora un protectorado de la OTAN, controlado por la Bundeswehr [ejército alemán] como uno de los principales componentes de las fuerzas de ocupación imperialista de la KFOR [Fuerza de Kosovo]. La burguesía alemana ve a los Balcanes como su patio trasero, que ocupó anteriormente durante el III Reich. ¡No a las deportaciones de romaníes! ¡Fuera la Bundeswher de los Balcanes!”.

Merkel soborna a Turquía

Turquía tiene más de dos millones de refugiados sirios, el doble de los que se estima que solicitarán entrar a Europa este año, a pesar de que la población de Turquía de 75 millones palidece en comparación a la de 500 millones de la UE. No obstante, Merkel trató desvergonzadamente de sobornar al presidente turco Recep Tayyip Erdogan para que le quitara a los refugiados de las manos. Entre otras cosas, la oferta incluía un paquete de ayuda por un total de 3 mil millones de euros, promesas de “reenergizar” la solicitud congelada del ingreso de Turquía a la UE y la liberalización de las visas para los ciudadanos turcos de visita en la UE.

El gobierno turco, sin embargo, quiere aún más por sus servicios. Erdogan ve en el embrollo sirio una oportunidad de impulsar las ambiciones más amplias de Turquía. Su régimen ha renovado su guerra asesina, que data de hace décadas, contra los kurdos oprimidos en casa y trató de impedir que los kurdos de Siria establecieran una región autónoma al otro lado de la frontera turca. La clase obrera turca debe defender a los kurdos contra la sangrienta guerra de Erdogan. Nos oponemos a la salvaje represión estatal contra el Partido Obrero del Kurdistán (PKK), a pesar de nuestras diferencias políticas con este grupo nacionalista.

Los marxistas no tenemos lado en la guerra civil étnico-sectaria en Siria. Sin embargo, hace un año EE.UU. intervino militarmente al mando de una coalición que hasta la fecha ha conducido más de 7 mil 600 ataques aéreos contra las fuerzas del Estado Islámico (EI) en Irak y Siria con el apoyo de agentes en el terreno, incluyendo a los nacionalistas kurdos de Irak y Siria. Reconociendo que el imperialismo estadounidense es el mayor peligro para los trabajadores y los oprimidos del planeta, declaramos: “Los marxistas revolucionarios tienen un lado militar con el EI cuando éste hace blanco de los imperialistas y sus títeres, incluyendo a los nacionalistas kurdos sirios, los peshmerga [milicia kurda iraquí], el gobierno de Bagdad y sus milicias chiítas” (WV No. 1055, 31 de octubre de 2014). Adicionalmente, exigimos el retiro de las demás potencias capitalistas involucradas en el conflicto interno, incluyendo a Turquía, Arabia Saudita, Irán y Rusia. Vemos al proletariado del Medio Oriente como la fuerza con el poder social para dirigir a las masas oprimidas en el derrocamiento revolucionario de sus gobernantes capitalistas. Esta perspectiva debe ser asociada a la movilización de los obreros en los países imperialistas en la lucha revolucionaria para barrer con sus propias clases dominantes.

El imperialismo estadounidense se siente envalentonado para embarcarse en las intervenciones militares en el Medio Oriente, que han devastado el tejido social de países enteros y transformado a millones en refugiados, gracias a la contrarrevolución capitalista en la Unión Soviética en 1991-1992 —una catástrofe histórica para la población trabajadora del mundo—. La invasión y ocupación en 2001 de Afganistán dio como resultado la masacre de un incontable número de personas y forzó a muchos a huir hacia Pakistán. En Irak, el derrocamiento imperialista de Saddam Hussein en 2003, cuyo régimen bonapartista estaba basado en la minoría sunita, desató una guerra sangrienta entre las poblaciones sunita, chiíta y kurda. El bombardeo de la OTAN contra Libia en 2011, que condujo al derrocamiento del régimen del caudillo Muammar Kadafi, sentó las bases para un éxodo masivo y el caos que impera ahí actualmente. La masacre en Siria ha llevado a 200 mil muertes y ha empujado a unas cuatro millones de personas fuera del país.

¡Por los estados unidos socialistas de Europa!

En respuesta a la enorme oleada de refugiados que están entrando a Europa, los liberales y los reformistas han promovido ilusiones fatuas en la fachada humanitaria de la UE. Un claro ejemplo es el Comité por una Internacional de los Trabajadores (CIT), cuya sección alemana exige “Abolir los requerimientos de visa para los refugiados” y “Echar abajo las cercas en las fronteras externas de la UE” (socialistworld.net, 14 de octubre). Todas las variantes del llamado por “fronteras abiertas” equivalen a exigir la abolición de los estados-nación bajo el capitalismo, lo cual es imposible. Para el CIT (cuya sección estadounidense es Socialist Alternative [Alternativa Socialista]), esta noción también alimenta la vacua esperanza de un capitalismo reformado que dará niveles de vida decentes a todo el mundo.

El mismo artículo del CIT también exige: “Dar fin al acuerdo de Dublín III; por el derecho a buscar asilo en la tierra que uno elija”. Estos defensores de las “fronteras abiertas” ven equivocadamente a la UE como una suerte de superestado que se alza por encima de los estados-nación y cuenta con el poder de eliminar las fronteras internas. La regulación de Dublín III es considerada un obstáculo para este proyecto porque estipula que los estados miembros pueden deportar a los refugiados al primer país de la UE al que entraron, que a su vez decide si detenerlos y/o deportarlos a sus países de origen. Los marxistas no tomamos posición sobre cómo los países capitalistas deben “repartirse la carga” de los refugiados. En cambio, nos oponemos a todas las deportaciones, sin importar sus fundamentos legales.

La UE es un consorcio de estados capitalistas cuyo propósito es maximizar la explotación de la clase obrera y garantizar la subordinación económica y la subyugación de países más pobres, como Grecia, por parte de las potencias imperialistas —predominantemente Alemania—. El Acuerdo de Schengen, que permite el tránsito sin pasaportes entre los países firmantes, ha nutrido las ilusiones en la integración europea. Aunque el acuerdo liberalizó algunos cruces fronterizos, la UE fortaleció las medidas para mantener fuera a los que huían de las condiciones inhumanas impuestas por el imperialismo en sus propios países. Hace casi dos décadas, señalamos en una declaración de protesta de la Liga Comunista Internacional [LCI] titulada “‘Fortress Europe’ Bars Kurdish Refugees” [La “Fortaleza Europa” prohíbe la entrada a los refugiados kurdos] (WV No. 683, 30 de enero de 1998):

“Como el tratado de Maastricht de 1992, que proyectaba una moneda común europea para el final del siglo, Schengen fue presentado como un paso hacia la integración de las sociedades capitalistas existentes en un estado europeo supranacional único. Pero ésta es una utopía reaccionaria. La burguesía, por su naturaleza, es una clase nacionalmente limitada, cuyo ascenso al poder estuvo estrechamente relacionado con la consolidación de poderosos estados-nación, que servían para proteger el mercado nacional de la burguesía mientras competían internacionalmente con los estados capitalistas rivales”.

El Partido Comunista de Grecia (KKE) se opone formalmente a la UE, una posición que contradice su rechazo criminal a votar “no” contra la austeridad impuesta por la UE en el referéndum de julio de 2015 en Grecia. Su oposición a la UE proviene de un punto de vista nacionalista. El KKE llama por la “abolición de las Regulaciones de Dublín y el Acuerdo de Schengen” y propone el “tránsito inmediato de los refugiados de las islas [griegas] a sus destinos finales, bajo la responsabilidad de la UE y la ONU, incluso utilizando vuelos chárter directos” (kke.gr, 23 de septiembre). Esta enternecedora preocupación por que la UE y la ONU otorguen a los refugiados un pasaje seguro fuera de Grecia hace eco de los lamentos del gobierno de Syriza en Grecia de que el país se está volviendo una “bodega de almas”, es decir, que se encuentra abrumado por tantos refugiados.

Nuestro enfoque se basa en la oposición internacionalista proletaria a la UE misma. Nuestros camaradas griegos llaman por la salida de Grecia de la UE y del euro, al mismo tiempo la Spartacist League/Britain llama por la salida en el referéndum prometido acerca de la membresía de Gran Bretaña en la UE [que se llevará a cabo el 23 de junio]. Salir de la UE y la eurozona evidentemente no pondrá fin a la explotación capitalista y a la subyugación imperialista. Sin embargo, dar un golpe a este club de banqueros y patrones, colocaría a la clase obrera —especial pero no únicamente en Grecia— en una mejor posición para luchar por sus propios intereses. Nuestro programa es por revoluciones proletarias para expropiar a los explotadores capitalistas y establecer los estados unidos socialistas de Europa.

Históricamente, el movimiento marxista ha reconocido el potencial que tienen los obreros nacidos en otros países para desempeñar un papel de vanguardia. En 1866 cuando los maestros sastres británicos trataron de reclutar a trabajadores belgas, franceses, suizos y más tarde alemanes para reducir los salarios, la Asociación Internacional de los Trabajadores movilizó al movimiento obrero para derrotar estos ataques. En una carta, Karl Marx observó: “Es una marca de honor que los trabajadores alemanes demuestren a otros países que ellos, como sus hermanos en Francia, Bélgica y Suiza, saben defender los intereses comunes de su clase y no se convertirán en obedientes mercenarios del capital en la lucha de éste contra los obreros” (“Una advertencia”, 4 de mayo de 1866). Escribiendo en La Guerra Civil en Francia acerca de la Comuna de París de 1871, el primer ejemplo de la toma del poder por la clase obrera, Marx señaló: “La Comuna concedió a todos los extranjeros el honor de morir por una causa inmortal”. La Comuna nombró a un obrero alemán, Leo Frankel, ministro del trabajo y honró a dos comuneros polacos poniéndolos a la cabeza de la defensa de París.

De igual forma, la LCI reconoce que los trabajadores inmigrantes en la clase obrera multiétnica de Europa representan los lazos vivos con los explotados y los oprimidos de sus países de origen. Como tales, son un componente vital de nuestra perspectiva de la revolución permanente, que en los países dependientes es la única manera de romper con las cadenas de la subyugación imperialista y dar fin a la miseria multilateral: la lucha por la dictadura del proletariado. En el Medio Oriente, la lucha contra el imperialismo y sus regímenes locales sátrapas y por una federación socialista de la región debe estar unida a la lucha por el gobierno de la clase obrera en EE.UU. y los centros imperialistas europeos. Junto con las revoluciones proletarias en los demás países imperialistas y en el mundo subdesarrollado, la creación de una Europa socialista llevaría a una amplia expansión de las fuerzas productivas de todos los países en una economía planificada internacional. La resultante abolición de la escasez material lanzaría a la humanidad a nuevos horizontes, haciendo de la emigración impulsada por la guerra y la pobreza, al igual que las fronteras nacionales, reliquias de un pasado distante.

Para ese fin, la LCI lucha por reforjar la IV Internacional, partido mundial de la revolución socialista.