Espartaco No. 44 |
Noviembre de 2015 |
Del boicot electoral al pacto CNTE-AMLO
Trotskismo vs. populismo radical sobre la democracia burguesa
¡Defender a la CNTE!
¡Romper con AMLO! ¡Por un partido obrero!
La indignación masiva tras la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en septiembre de 2014 intersecó el descontento ante la creciente miseria, la enorme desigualdad, la represión constante y la sucesión de “reformas” dirigidas contra la clase obrera y todos los pobres —como la reforma educativa—. En los meses previos a las elecciones intermedias del 7 de junio, las acciones a tomar por parte de los opositores al gobierno fueron el centro del debate en asambleas de estudiantes y profesores, en la prensa burguesa e incluso en programas de televisión. Bajo estas circunstancias el llamado de la CNTE, los normalistas y los padres de los desaparecidos por el boicot electoral encontró eco.
Por su parte, el gobierno trataba de convencer a la población de que las elecciones son el único medio para efectuar un cambio. Pero mientras el INE emitía comunicados en los que se declaraba “por paz y libertad”, Peña Nieto despachaba a miles de elementos adicionales del ejército, la marina y la policía federal para ocupar Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Michoacán. El día de los comicios hubo decenas de detenidos entre los boicotistas. Un ataque contra manifestantes en Tlapa, Guerrero, dejó un maestro muerto y varios lesionados. La venganza contra el magisterio siguió con órdenes de aprehensión contra al menos 19 maestros.
Aun así, los combativos profesores llevaron a cabo un paro nacional magisterial a mediados de octubre contra la reforma educativa; la SEP anunció sanciones contra más de 85 mil maestros que se unieron al paro, y cuatro de ellos fueron detenidos el 29 de octubre mientras participaban en un plantón en Oaxaca y fueron enviados al penal de alta seguridad del Altiplano. Nosotros decimos: ¡Libertad inmediata a todos los maestros detenidos!
Varias de las protestas del último año en torno a Ayotzinapa han tenido un carácter masivo; sin embargo, en la medida en que se puede hablar de un movimiento, éste es extremadamente heterogéneo: desde organizaciones religiosas y elementos de la pequeña burguesía urbana acomodada hasta activistas izquierdistas, campesinos, maestros y estudiantes rurales pobres. La clase obrera no se ha movilizado sino como individuos atomizados, excepto por trabajadores universitarios (STUNAM, SITUAM) y ocasionales contingentes de telefonistas.
Impresionados por la magnitud de algunas de las movilizaciones, muchos activistas, dirigentes magisteriales y otros hablan continuamente de la “crisis política”. Al menos hasta hace unos meses, muchos discurrían sobre la inminente caída de Peña Nieto debido a su “ilegitimidad” y a la “descomposición del estado”. A pesar del descontento evidente y del llamado al boicot electoral de la CNTE y sus aliados, en las elecciones de junio —donde se eligieron nuevos diputados federales, nueve gobernadores y una miríada de cargos locales—, el PRI se consolidó como la primera fuerza política al nivel nacional; casi un tercio de quienes votaron lo hicieron por este partido. El PRI ganó el “carro completo” en varios estados.
En cuanto a las elecciones de diputados federales, en muchos de los principales centros industriales del país —como Cuautitlán Izcalli y Tultitlán en el Estado de México, todos los municipios de la zona conurbada de Monterrey, León y Silao en Guanajuato, Tepeapulco (Ciudad Sahagún) en Hidalgo, la zona conurbada de Puebla y la de Querétaro— ganaron el PAN o el PRI, en algunos casos arrasando en las votaciones.
El PRD burgués parece ir en picada, habiendo obtenido la segunda votación más baja de su historia con poco más del 10 por ciento de los votos. De manera significativa, el PRD pasó a ser segunda fuerza en su bastión histórico, la Ciudad de México, donde fue derrotado por el Morena de AMLO, que ha surgido como pieza de recambio del desacreditado PRD para mantener el descontento dentro de los límites de la democracia burguesa electorera.
Si bien se mostró cierto hartazgo con los partidos burgueses tradicionales (PRI, PAN, PRD), éste no necesariamente estuvo encaminado en una dirección izquierdista. En la competencia para la gubernatura de Nuevo León, por ejemplo, arrasó un candidato “independiente”, Jaime Rodríguez “El Bronco”, en realidad un priísta de carrera (más de tres décadas en el PRI) que renunció a su viejo partido apenas unos meses antes de la elección. “El Bronco” es un populista de derecha con una pose de macho en la “guerra contra el crimen”, que alardea una imagen de kulak (campesino rico) “emprendedor” —en pocas palabras, un Fox regio—.
Sin duda, muchos izquierdistas deben estar decepcionados por estos resultados y por el escaso efecto del movimiento por el boicot electoral. De hecho, el nivel de participación —alrededor del 48 por ciento— fue el más alto para elecciones intermedias en casi dos décadas, e incluso el voto nulo fue más bajo que en 2009. Si uno no sale del marco de la democracia burguesa, parecería que Peña Nieto y el PRI están perfectamente “legitimados”. Se necesita romper ese marco; el camino hacia delante se encuentra en los métodos de la lucha de clases, una perspectiva que depende del combate por un nuevo tipo de dirigencia obrera. En el curso de esa lucha, será posible forjar un partido obrero revolucionario, como los bolcheviques de Lenin y Trotsky, que sea el tribuno de todos los oprimidos en el camino hacia nuevas revoluciones de Octubre.
¡Romper con AMLO y el Morena burgués!
El principal obstáculo para la movilización del poder de la clase obrera en México es el populismo nacionalista burgués. Con López Obrador como su principal representante en México —o el difunto Hugo Chávez en Venezuela—, el populismo es simplemente una política alternativa para administrar el capitalismo. Con el objetivo de borrar toda distinción de clases, la ideología nacional-populista manipula la realidad del yugo imperialista sobre los países neocoloniales y la justa aspiración de las masas por la emancipación nacional. Así, el nacionalismo burgués sirve como el principal cemento ideológico para mantener al proletariado atado a la burguesía. El imperialismo es un sistema de dominación y explotación mundial; la economía mexicana entera está subordinada a los imperialistas, y ningún ala de la burguesía nacional es capaz de romper con ellos. Lo más que buscan los populistas burgueses es renegociar los términos de su propia subordinación con sus amos imperialistas, buscando apoyo en el proletariado local. A través de concesiones a obreros y oprimidos y mediante retórica “antineoliberal”, el populismo fortalece las ataduras de los explotados con sus explotadores en casa y ayuda a perpetuar este brutal régimen.
La perspectiva política de la mayoría de las organizaciones de la izquierda mexicana parte de la misma negación populista de la división fundamental de la sociedad en dos clases antagónicas con intereses irreconciliables: el proletariado y la burguesía. El populismo sustituye este entendimiento científico con una división simplista entre pobres y ricos, y oscurece el papel central de la clase obrera como el agente fundamental del cambio social. El programa populista se reduce pues a reformas democráticas dentro del marco capitalista y es nacionalmente estrecho. Así, independientemente de su combatividad e intenciones, los populistas radicales terminan orbitando inevitablemente en torno al PRD o, ahora, al Morena de AMLO.
Uno de los casos más ejemplíficos es el de la Sección XXII de la CNTE-SNTE en Oaxaca, que ha soportado estoicamente los embates gubernamentales y ha llevado a cabo múltiples paros y movilizaciones en la última década. En 2006, en el punto más álgido de la lucha de la APPO (Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca), organizada e impulsada por la Sección XXII, los maestros llamaron por un voto de castigo al PRI y al PAN en las elecciones federales, es decir (y no veladamente), un voto por el PRD y su candidato AMLO. Ahora, tras llamar por el boicot en las elecciones intermedias la Sección XXII ha concertado, según diversas fuentes, una alianza electoral con el Morena burgués para el 2016.
Los actuales dirigentes de la clase obrera —trátese de las grotescamente serviles burocracias priístas o las venales burocracias supuestamente “independientes” y en realidad atadas al PRD o al Morena burgueses— no buscan más, en el mejor de los casos, que mejorar las condiciones de explotación de la clase obrera bajo el capitalismo. Atando a los obreros a sus enemigos acérrimos, los falsos dirigentes sindicales malgastan el poder social del proletariado ante la ofensiva patronal.
La democracia burguesa, un engaño para explotados y oprimidos
La democracia capitalista es una de las formas políticas que asume la dictadura de la burguesía. Bajo este sistema, la clase obrera se ve reducida políticamente a individuos atomizados. La burguesía puede manipular eficazmente al electorado gracias a su control sobre los medios de comunicación, el sistema educativo y otras instituciones que forman la opinión pública. En todas las democracias capitalistas, los funcionarios del gobierno, elegidos o no, están esencialmente en el bolsillo de los bancos y las grandes corporaciones.
En 1888, Paul Lafargue, el yerno de Marx, definió así la “democracia” actual:
“El parlamentarismo es un sistema gubernamental que da al pueblo la ilusión de que rige por sí mismo los destinos del país, cuando realmente todo el poder está concentrado en manos de la burguesía, y ni siquiera de toda la burguesía, sino de algunas capas sociales ligadas a esa clase...
“En la sociedad burguesa, cuanto más considerable es el patrimonio social, menor es el número de los que se lo apropian. Lo mismo ocurre con el poder: a medida que crece la masa de ciudadanos que gozan de derechos políticos y de gobernantes nombrados por elección, el poder efectivo se concentra y llega a ser el monopolio de un grupo de personalidades cada vez más reducido”.
—citado en Trotsky, Terrorismo y comunismo (Anti-Kautsky), 1920
La democracia parlamentaria —que existe principalmente en los países imperialistas ricos y que en el Tercer Mundo es una delgada capa de revestimiento a la brutalidad policiaco-militar cotidiana— le da al grueso de la población la oportunidad de decidir cada cierto número de años qué representante de la clase dominante va a reprimirla. Como explicó Lenin en su polémica de 1918 La revolución proletaria y el renegado Kautsky:
“No hay ningún estado, ni siquiera el más democrático, cuya constitución no presente algún resquicio o salvedad que permita a la burguesía lanzar las tropas contra los obreros, declarar el estado de guerra, etc., ‘en caso de alteración del orden’ y, en realidad, en caso de que la clase explotada ‘altere’ su situación de esclava e intente hacer algo que no sea propio de esclavos”.
Estrategia y tácticas en torno a las elecciones
El entendimiento marxista de que la democracia tiene un carácter de clase no excluye que los comunistas tomen parte en elecciones. Sin embargo, nuestra actitud hacia éstas emana de nuestro fin estratégico: la conquista del poder estatal por el proletariado mediante la revolución socialista. Así, los espartaquistas apoyamos la participación de la clase obrera en la política, pero esto no significa escoger entre las candidaturas que nos presenta la burguesía. Nos oponemos por principio a votar por cualquier partido burgués —PRI, PAN, PRD, Morena y sus satélites—. Independientemente de las formas, sus candidatos defienden la propiedad privada de los medios de producción, y no actuarán contra sus propios intereses —la preservación de este sistema de explotación—. Estamos por la participa- ción independiente de los obreros. En este momento, no existe en México un partido obrero, ni un candidato que trace siquiera una tenue línea de clases. Bajo estas circunstancias no podemos más que hacer propaganda marxista en la lucha por quitar los obstáculos ideológicos en el camino al futuro partido independiente del proletariado.
Los comunistas podemos participar, como opositores, en los parlamentos y otros cuerpos legislativos como tribunos revolucionarios de la clase obrera, es decir, no con el fin del “trabajo práctico” legislativo reformista, sino para la agitación y la propaganda revolucionarias, para convencer a los obreros y campesinos de que el parlamento —esa institución hostil del enemigo de clase— merece ser disuelto por ellos mismos.
Por otro lado, nos oponemos a que los marxistas se postulen para puestos ejecutivos del estado capitalista —como presidente, gobernador, alcalde, etc.— y, evidentemente, a que los ocupen. A diferencia del parlamento, el poder ejecutivo no puede ofrecer ninguna tribuna para la agitación y la propaganda revolucionarias. La autoridad ejecutiva manda sobre los “destacamentos especiales de hombres armados” que conforman el núcleo del aparato estatal; la destrucción revolucionaria de ese estado implica necesariamente un ajuste de cuentas con el ejecutivo. El problema con postularse para puestos ejecutivos es que presta legitimidad a las concepciones dominantes y reformistas respecto al estado —la ilusión de que el estado burgués puede ponerse al servicio de la clase obrera—. Todo nuestro propósito es llevar a los obreros el entendimiento de que en cualquier revolución socialista el estado burgués debe ser destruido y remplazado por la dictadura del proletariado. Participar en elecciones para puestos ejecutivos representa, pues, un obstáculo a nuestra meta estratégica.
¡Por un gobierno obrero y campesino!
Lo que distingue a la clase obrera, independientemente de su nivel de vida, de otras capas de la sociedad, como los campesinos, es que los obreros son los agentes directos de la producción. La clase obrera produce la mayoría de los bienes y servicios que hacen funcionar a la sociedad, lo cual le da un enorme poder social. No siendo dueña más que de su propia fuerza de trabajo, la clase obrera no tiene interés alguno en la conservación del orden burgués. Así, el poder social obrero puede utilizarse no sólo para echar atrás ataques particulares, sino para poner fin a todo el sistema capitalista inhumano centrado en la búsqueda de ganancias.
En su lucha contra el capitalismo, el proletariado tiene un interés vivo en erigirse como el dirigente de todos los explotados y oprimidos —los campesinos pobres, la pequeña burguesía urbana arruinada, las mujeres, los indígenas, los homosexuales y otras minorías—, pero para que esto sea posible es necesario luchar por la independencia de clase del movimiento obrero frente a todas las alas de la burguesía nacional. Ésta es la esencia programática de la teoría de la revolución permanente, que explica que las aspiraciones de los obreros y campesinos —los derechos democráticos y nacionales y la emancipación social— sólo pueden conseguirse mediante una revolución proletaria que destruya al estado burgués y establezca la dictadura del proletariado apoyada por el campesinado —un gobierno obrero y campesino— sobre la base de la colectivización de los medios de producción. La revolución debe extenderse internacionalmente, especialmente a los países capitalistas avanzados, pues una economía planificada internacionalmente es el único medio a través del cual se podrá comenzar a eliminar realmente la escasez y la miseria que aquejan hoy al grueso aplastante de la humanidad.
Lo que escribió Trotsky en su artículo de 1939, “Tres concepciones de la Revolución Rusa”, tiene total vigencia para el mundo subdesarrollado hoy día:
“La victoria total de la revolución democrática en Rusia es inconcebible de otra manera que a través de la dictadura del proletariado apoyada en el campesinado. La dictadura del proletariado, que inevitablemente pondrá a la orden del día no sólo tareas democráticas sino también socialistas, dará al mismo tiempo un poderoso impulso a la revolución socialista internacional. Sólo el triunfo del proletariado en Occidente evitará la restauración burguesa y permitirá construir el socialismo hasta sus últimas consecuencias”.
Asamblea constituyente y “poder popular” vs. poder soviético
El llamado por el “poder popular” representa la perspectiva nacional-populista imperante entre quienes se han movilizado contra el gobierno en el último año, en tanto que borra la división de la sociedad en clases a favor de la abstracción del “pueblo”. Por otro lado, el renovado uso de la consigna por una asamblea constituyente da concreción al ansiado “poder popular”. Ésta es la terminología en boga para expresar la ilusión en la reforma democrática del estado capitalista.
Los espartaquistas nos oponemos, como cuestión de principios, al llamado por una asamblea constituyente; la razón fundamental es que se trata de un gobierno burgués. La noción de una “asamblea constituyente revolucionaria” tiene raíz en el periodo en que la burguesía era una clase revolucionaria enfrentada con el orden feudal, y evoca en particular a la Gran Revolución Francesa. Para finales del siglo XIX, el advenimiento del imperialismo significó que el periodo revolucionario de la burguesía había quedado atrás al nivel global. Dado el carácter reaccionario de la burguesía en nuestra época imperialista, no puede haber un parlamento burgués revolucionario.
Al imaginar que los explotados y oprimidos participarán efectivamente en la administración estatal —el “poder popular”— por medio de una asamblea constituyente, estos izquierdistas hacen abstracción del poder real en la sociedad burguesa, que no está en el parlamento, sino en la bolsa y en los bancos, con su ejército y su policía armados hasta los dientes —el núcleo del estado al lado de los tribunales y las cárceles—. Pasan por alto también una verdad innegable: la clase obrera y los pobres no tendrán ningún poder efectivo en tanto que se mantenga la dictadura del capital, en tanto que la economía entera esté destinada a engordar los bolsillos de unos cuantos capitalistas.
Sólo la revolución socialista integrará genuinamente a la clase obrera y sus aliados en la administración estatal. Los soviets o consejos —surgidos en Rusia en 1905 y de nuevo en 1917 como los organismos de lucha del proletariado y el campesinado— son los órganos de la democracia obrera, las asambleas donde los obreros y campesinos discuten y toman las decisiones de la política y la administración de los bienes del estado obrero. La democracia soviética es un tipo de democracia más elevado, una forma de la dictadura del proletariado, una forma de dirigir el estado sin la burguesía y contra la burguesía.
Corrigiendo nuestra posición sobre el boicot
El llamado por el boicot a las elecciones del 7 de junio tenía como demandas centrales la presentación con vida de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa y la derogación de la reforma educativa. Dependiendo de las posibilidades percibidas y la perspectiva política propia, el boicot significaba para muchos un simple llamado a no votar o a anular su voto, en tanto que para otros, centrados en la CNTE de los estados de Oaxaca, Guerrero y Chiapas, era un llamado explícito a impedir las elecciones. Tras la negativa de la CNTE a apoyar a AMLO en las elecciones, en un volante fechado el 30 de abril (“¡Ni un voto a los partidos de la burguesía!”), escribimos:
“El llamado por el boicot...es tanto una protesta contra la brutalidad estatal como una expresión del hastío con los partidos electoreros y el circo electoral entero... Los espartaquistas nos solidarizamos con el boicot. Para nosotros, el llamar a no votar en este país no es nada nuevo... Todos los partidos involucrados en la contienda electoral son partidos de la burguesía. Por esta razón fundamental, llamamos a la clase obrera y a todos los explotados y oprimidos a no votar”.
El problema fundamental con estas líneas es que confunden nuestra oposición principista a votar por partidos burgueses con el boicot electoral de la CNTE y sus aliados, una acción coyuntural basada en el hartazgo con la represión y corrupción del PRI, el PAN y el PRD. Ante la inmovilidad de los sindicatos más poderosos —dirigidos por burocracias perredistas o priístas— y el empeño del gobierno en imponer su reforma educativa cueste lo que cueste, las a menudo combativas acciones de la CNTE —que tiene un poder social sumamente escaso— son un reflejo no de un entendimiento clasista, sino de rabia muy justificada y desesperación. Nuestra perspectiva de lucha por la independencia política del movimiento obrero respecto de la burguesía y su estado está contrapuesta a la política dominante en la CNTE y el heterogéneo movimiento de Ayotzinapa; haberlas amalgamado significó embellecer la conciencia actual de las masas en lucha.
Por otro lado, para los marxistas el boicot electoral, entendido como una táctica activa, puede ser un método legítimo y a veces esencial de lucha. Pero, como sucede con cualquier otra táctica, su aplicabilidad debe buscarse en las condiciones objetivas. Para nosotros, el boicot activo significa una ofensiva obrera generalizada —incluyendo huelgas políticas, manifestaciones y otras acciones— contra las instituciones de la democracia burguesa; es una antesala y preparación consciente de la insurrección. Una táctica como ésa sólo tiene posibilidades de triunfar en el contexto de un nivel cualitativamente más alto de lucha de clases del que ha existido en México en muchas décadas, quizá en toda su historia.
En 1907, Lenin argumentó poderosamente contra la aplicación de la táctica del boicot electoral activo en Rusia, que estaba siendo impulsada, irónicamente, por el magisterio y sus dirigentes populistas del partido socialrevolucionario (eserista). La Revolución de 1905 había sido derrotada, y el movimiento obrero ruso luchaba por reagruparse y sobreponerse a la desmoralización en medio de la persecución policiaca, las ejecuciones y la pobreza agudizada por cierres patronales. El boicot, argumentó Lenin, es una negativa a reconocer el viejo régimen, no en palabras sino en hechos:
“Resulta, pues, evidente la relación entre el boicot y un amplio ascenso revolucionario. El boicot es un medio de lucha de lo más decidido, un medio de lucha que no niega las formas orgánicas de una institución determinada, sino la existencia misma de tal institución. El boicot es una franca declaración de guerra al viejo poder, un ataque directo contra él. No cabe ni hablar siquiera de éxito del boicot fuera de un amplio ascenso revolucionario, fuera de una agitación de masas que en todas partes desborde la vieja legalidad”.
—“Contra el boicot”, julio de 1907
Si bien la perspectiva de los maestros mexicanos se mantiene dentro del marco democrático-burgués, y sus objetivos al llamar por impedir las elecciones eran limitados, este intento significaba un enfrentamiento directo con las fuerzas represivas del estado capitalista. En las circunstancias del México actual, el llamado a impedir las elecciones no podía haber triunfado sin la movilización de la clase obrera. Las acciones contra las elecciones se redujeron a algunos municipios principalmente en tres estados rurales del país. Unas 600 casillas de votación no se instalaron o se cerraron por diversos motivos en todo México, de un total de cerca de 150 mil. El saldo, por otro lado, fue de decenas de detenidos y lesionados en enfrentamientos con la policía, además de un maestro asesinado. Correctamente defendimos —y defendemos hoy— a la CNTE contra la represión estatal y los plumíferos de la burguesía escandalizados por la injuria a la sacrosanta democracia, pero debimos haber argumentado y advertido francamente contra el uso de esta táctica bajo las condiciones actuales.
El cinismo “radical” del Grupo Internacionalista
El Grupo Internacionalista (GI) se dedica a ensalzar las luchas existentes, adaptándose al populismo radical y a la falsa conciencia actual de los trabajadores. A lo largo de sus casi 20 años de existencia, el GI ha procurado embellecer a la burocracia de la CNTE —y a las demás burocracias perredistas o del Morena— al inventar una distinción de clase entre esta dirigencia “genuina” y el resto del SNTE, el cual, debido a su subordinación al PRI, sería “el enemigo de clase”. Entusiasmado por el llamado al boicot de la CNTE, el GI veía en las movilizaciones heterogéneas y políticamente amorfas del último año, así como en las acciones del magisterio, “la peor crisis de ‘gobernabilidad’ burguesa del último medio siglo en México” (“México: ¡Repudiar las elecciones bajo la bota militar!”, internationalist.org, junio de 2015). Implicando que los maestros habían trascendido sus ilusiones en la reformabilidad de este sistema —y en particular cualquier ilusión en AMLO y cía.—, el artículo señala: “Como han podido comprobar los normalistas, profesores y trabajadores guerrerenses, todas las formaciones políticas burguesas son corresponsables de las matanzas y medidas de hambre”.
Eufórico, el GI llamaba por ir “del boicot electoral a la huelga nacional” y por generalizar la lucha “en una rebelión de los trabajadores del estado” de Oaxaca. El GI imagina que a fuerza de repetir sus llamados grandilocuentes, éstos se volverán realidad. La aproximación por encantamiento del GI recuerda la del viejo jefe galés Owen Glendower, según el recuento de Shakespeare en Enrique IV, durante una discusión con su joven primo Hotspur. Glendower aseguraba “Yo puedo evocar los espíritus del fondo del abismo”, a lo que Hotspur respondió: “También lo puedo yo y cualquier hombre puede hacerlo; falta saber si vienen, cuando los llamáis”.
Los espíritus del GI no vinieron. Ahora el GI descarga su decepción contra la dirección de la Sección XXII de la CNTE, a la cual culpa de todo y llega a calificar, sin mayor explicación, de “priísta” (“¡Derrotar la embestida contra la CNTE!”, internationalist.org, agosto de 2015) —¡pese a que acababa de concertar un pacto con AMLO!—. Lejos de tratar siquiera de analizar las razones del fiasco del boicot y la renovada ofensiva gubernamental, ¡el GI afirma de pasada que las elecciones del 7 de junio fueron “boicoteadas con gran efecto por los combativos profesores”! Al mismo tiempo, el GI se queja de que la Sección XXII retiró “los piquetes del aeropuerto, de las autopistas, de la refinería y la planta hidroeléctrica”; fustiga el “efecto desmovilizador” del repliegue magisterial y contrapone a los llamados de la CNTE por un paro nacional su propio y constante llamado por la “huelga nacional”.
Consideraciones como la cuestión de la dirigencia, el balance de fuerzas, la organización y la conciencia política de la clase obrera son de poca importancia para el fanfarrón y verbalmente aventurero GI, incluso al llamar por una “rebelión de los trabajadores” limitada a un solo estado abrumadoramente rural. Pero éstas son consideraciones cruciales para el magisterio o cualquier sindicato en lucha, y lo son para nosotros, dado que nuestro propósito es armar al proletariado con la conciencia y la dirección necesarias para librar una lucha victoriosa contra las fuerzas de la clase capitalista.
¡Forjar un partido obrero revolucionario!
Al nivel internacional, nos encontramos en un punto mínimo en la lucha de clases. La sociedad mexicana es históricamente volátil, ha habido lucha social muy significativa en el periodo reciente y el descontento es palpable. Por otro lado, salvo por algunas huelgas aisladas, la clase obrera industrial no ha flexionado sus músculos en mucho tiempo, y ha sufrido derrotas clave como la destrucción del otrora poderoso SME. No podemos saber cuándo estallará la lucha de clases ni cuál será la chispa que la detone. Al luchar por mantener nuestro programa completo y salvaguardar y cultivar las tradiciones revolucionarias del pasado, nos preparamos para el futuro estallido de lucha obrera. Es necesario intervenir en la lucha de clases y social con el programa del marxismo revolucionario, combatiendo para romper las ataduras ideológicas del proletariado con sus explotadores. La labor de los comunistas no es adaptarse a la conciencia existente, sino elevarla, diciendo la verdad a las masas con toda su complejidad.