Espartaco No. 43 |
Marzo de 2015 |
Los imperialistas estadounidenses restablecen relaciones diplomáticas
¡Defender las conquistas de la Revolución Cubana!
¡Por la revolución política obrera en Cuba!
El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 1059 (9 de enero), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.
Durante más de medio siglo, los imperialistas estadounidenses han intentado incansablemente derrocar la Revolución Cubana y restaurar el dominio del capital en la isla: desde la invasión de Playa Girón (Bahía de Cochinos) en 1961 hasta los constantes intentos de asesinar a Fidel Castro, y de las provocaciones terroristas de la CIA y los gusanos del exilio cubano hasta actos de sabotaje. Ahora la Casa Blanca de Obama ha anunciado su intención de “cambiar de curso” con Cuba y restaurar relaciones diplomáticas, es decir, busca conseguir el mismo fin estratégico a través de medios más efectivos. Fue a raíz de la expropiación por el gobierno de Castro de la clase capitalista de la isla en 1960, lo que trajo tan enormes conquistas para las masas cubanas, que Washington rompió relaciones con La Habana.
Lo que se propone es relativamente modesto: relajar diversas restricciones de viaje, autorizar algunas ventas y exportaciones comerciales y facilitar las transacciones bancarias entre los dos países. El paralizante embargo estadounidense, un acto de guerra económica que por décadas ha estrangulado a los obreros y campesinos cubanos, se afloja pero no se levanta. Obama dice que sin la aprobación del Congreso no puede derogar las leyes Torricelli y Helms-Burton. Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991-92, lo que terminó con la crucial ayuda económica y militar a Cuba, estas leyes apretaron el embargo. Promulgadas bajo el demócrata Clinton, buscaban “desatar el caos en la isla”. ¡Abajo el embargo!
Desde el punto de vista de los marxistas revolucionarios, Cuba tiene derecho a establecer relaciones diplomáticas y económicas con cualquier país capitalista que desee, sobre todo para intentar superar el muy real problema de su estancamiento económico. Aumentar los vínculos comerciales y financieros con las corporaciones estadounidenses no significaría una restauración progresiva del capitalismo. Sin embargo, esto implicará un peligro muy real de fortalecer las fuerzas internas de la contrarrevolución capitalista en la isla.
Mientras tanto, la presencia de una base naval y centro de detención y tortura estadounidense en la Bahía de Guantánamo —donde hay unos 130 prisioneros de la “guerra contra el terrorismo” de EE.UU.— es un recordatorio de que Cuba sigue en la mira militar del imperialismo. Aunque el año pasado fueran liberadas decenas de prisioneros, Obama no está dispuesto a cerrar ese calabozo, ni mucho menos a devolver Guantánamo a Cuba. ¡Estados Unidos fuera de Guantánamo ahora!
El deshielo en las relaciones entre los dos países se dio tras más de un año de negociaciones, albergadas por el gobierno canadiense e impulsadas por el Vaticano. Como los anteriores directores generales del imperialismo estadounidense, Obama tiene con respecto a Cuba intenciones abiertamente revanchistas. Bajo su presidencia, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) —notoria por haber trabajado con la CIA desde principios de los años 60— ha fraguado diversos planes contrarrevolucionarios para sembrar descontento proimperialista en la isla. Una conspiración reciente incluía la infiltración de grupos clandestinos de hip-hop cubanos con la intención de detonar un movimiento juvenil contra el régimen.
Como parte del reciente acuerdo, Obama liberó a los últimos tres de los Cinco Cubanos que seguían bajo custodia tras haber sido condenados en 2001 bajo cargos falsos de espionaje y conspiración para cometer asesinato. La libertad de los Cinco Cubanos, hombres que heroicamente intentaban impedir actos terroristas en Cuba infiltrando y monitoreando a los grupos de cubanos exiliados en Florida, debe celebrarse. A cambio, el presidente cubano Raúl Castro devolvió a dos espías estadounidenses, el ex agente de inteligencia cubano Rolando Sarraff Trujillo —quien facilitó el arresto y la incriminación de los Cinco Cubanos— y el contratista de la USAID Alan Gross, quien fuera enviado a Cuba para introducir de contrabando equipo de cómputo y comunicación para espionaje.
La Liga Comunista Internacional siempre ha luchado por la defensa militar incondicional de Cuba frente a la amenaza de la contrarrevolución capitalista interna y el ataque imperialista. Esto fluye de nuestro entendimiento de que Cuba es un estado obrero donde el capitalismo fue derrocado. Sin embargo, desde su origen ha estado burocráticamente deformado, es decir, una burocracia parasitaria monopoliza el poder político. La base material de esta burocracia es la administración de la economía colectivizada en condiciones de escasez.
La eliminación de la producción para la ganancia, junto con el establecimiento de una planificación central y el monopolio estatal del comercio y la inversión exteriores, le permitió a Cuba garantizar a todos empleo, vivienda y educación. Hasta la fecha, Cuba tiene uno de los índices de alfabetización más altos del mundo y una tasa de mortandad infantil inferior a la de Estados Unidos o la Unión Europea. Su célebre sistema de salud, con más médicos per cápita que los de cualquier otro lugar, ofrece gratuitamente atención médica de calidad superior a la de muchos países avanzados. Los médicos cubanos han salvado vidas en todo el mundo y regularmente se les envía a ayudar a las víctimas de desastres, incluyendo la crisis del ébola en África. Es un testimonio de la superioridad de la economía colectivizada el que una isla pequeña y relativamente pobre haya sobrevivido por tanto tiempo bajo las paralizantes sanciones económicas y provocaciones militares de la bestia estadounidense, a menos de 150 kilómetros de sus costas.
En su discurso del 20 de diciembre donde anunció a la Asamblea Nacional de Cuba el reacercamiento con Estados Unidos, Raúl Castro advirtió contra las “terapias de choque” o la aceleración de las privatizaciones como recurso para revivir la estancada economía del país, lo que, dijo, significaría “arriar las banderas del socialismo”. Pero el socialismo es una sociedad igualitaria y sin clases basada en la abundancia material a escala internacional. Mientras un estado obrero esté aislado, se verá sujeto a la enorme presión del mundo capitalista circundante, presión que lo socavará y terminará por destruirlo. El destino de Cuba y su avance al socialismo dependen de la lucha por el poder proletario en toda Latinoamérica y el resto del mundo, especialmente en Estados Unidos.
Desde el principio, la política de la burocracia castrista de La Habana ha demostrado ser un obstáculo a esta perspectiva. Siguiendo los pasos de la burocracia estalinista de la antigua Unión Soviética, el régimen cubano se comprometió con el dogma nacionalista de construir el “socialismo en un solo país”. Esto ha significado oponerse a las posibilidades de revolución fuera de la isla. A principios de los años setenta, Fidel Castro abrazó al gobierno de frente popular de Chile encabezado por Salvador Allende, cuyo propósito era decapitar la amenaza de una revolución obrera y desarmar políticamente al combativo proletariado, pavimentando el camino al sangriento golpe de estado militar de Pinochet. Una década después, cuando los pequeñoburgueses sandinistas de Nicaragua derrocaron a la opresiva dictadura de Somoza haciendo añicos al estado capitalista, Fidel les aconsejó que no siguieran el camino cubano de expropiar a la burguesía. Los castristas siempre han promovido regímenes nacionalistas burgueses, lo que incluye la glorificación del fallecido caudillo populista venezolano Hugo Chávez como un supuesto revolucionario.
Así, la defensa de la Revolución Cubana está directamente ligada al llamado trotskista por una revolución política proletaria que derroque a la burocracia castrista y ponga en el poder a la clase obrera, estableciendo un régimen basado en la democracia obrera y el internacionalismo revolucionario. Esto requiere forjar un partido de vanguardia leninista-trotskista que movilice a las masas trabajadoras cubanas en lucha.
Depredaciones imperialistas y “reformas de mercado”
Como era de esperarse, el relajamiento de las restricciones respecto a Cuba enfureció al nido de víboras anticomunistas del exilio cubano y sus criaturas, como el senador de Florida Marco Rubio. En cambio, fue celebrado por vastos sectores de la burguesía, incluyendo a la patronal Cámara de Comercio y a los voceros de los medios de comunicación capitalistas. En los últimos meses, el New York Times ha llamado repetidas veces a levantar el embargo. Considerando contraproducente y anticuada la beligerante política estadounidense, una editorial de la revista Forbes (16 de enero de 2013) señaló: “Tiene poco sentido mantener un embargo permanente sobre una nación en desarrollo que avanza hacia la reforma, especialmente cuando los aliados de Estados Unidos son hostiles al embargo. Impide que cobre vida una discusión más amplia sobre una reforma inteligente en Cuba y económicamente carece de sentido”.
El gobierno de Obama ha proclamado que desea una Cuba “democrática, próspera y estable”, lo que para él significa devolver a la isla a su estatus neocolonial mediante la restauración del capitalismo, introducir inversiones redituables para los gobernantes de EE.UU. basadas en la mano de obra barata e instalar un régimen político dócil. Los capitalistas europeos y canadienses han podido penetrar en el mercado cubano mediante su participación en empresas mixtas y esperan inundar el país con importaciones baratas. Varias corporaciones de la Fortune 500, incluyendo a Caterpillar, Colgate-Palmolive y Pepsico, temen haberle cedido este mercado a sus competidores.
Es mucho lo que está en juego: en última instancia, o la única economía socializada de Latinoamérica triunfa mediante la extensión internacional de la revolución, o la contrarrevolución capitalista convierte nuevamente a Cuba en el patio de juegos de la burguesía estadounidense. En La revolución traicionada (1936), el dirigente revolucionario marxista León Trotsky describió la situación que enfrentaba el estado obrero degenerado soviético, es decir, aquella de verse rodeado por economías capitalistas más avanzadas industrial y tecnológicamente. Trotsky escribió: “Pero en sí misma, la pregunta ¿quién triunfará?, no solamente en el sentido militar de la palabra, sino ante todo, en el sentido económico, se le plantea a la URSS a escala mundial. La intervención armada es peligrosa. La introducción de mercancías a bajo precio, viniendo tras los ejércitos capitalistas, sería infinitamente más peligrosa”. Esta observación es relevante con respecto a los peligros que Cuba enfrenta hoy.
Durante treinta años, Cuba se benefició de grandes subsidios soviéticos. En la última década, se ha apoyado mucho en la Venezuela capitalista como su principal socio comercial, obteniendo de ella petróleo barato. Pero esta situación es precaria, pues la propia Venezuela enfrenta una grave crisis como consecuencia de la caída mundial de los precios del petróleo, está acosada por la inflación y recientemente fue golpeada por nuevas sanciones vengativas de Estados Unidos.
Cuba nunca se recuperó del todo de la severa crisis que sufrió tras la restauración del capitalismo en la Unión Soviética. Desde el llamado “Periodo Especial” de principios de los años noventa, la burocracia cubana ha abierto el país a la penetración económica imperialista, entregando a través de “reformas de mercado” sectores de la economía colectivizada a empresas privadas a pequeña escala. Ésta y otras medidas, como alentar el autoempleo en el sector de servicios y conceder mayor autonomía a las empresas públicas, han aumentado la desigualdad en la isla. Los cubanos negros, quienes obtuvieron grandes conquistas de la revolución, se han visto particularmente golpeados, pues tienen menos oportunidad de acceder a las divisas, ya sea recibiendo remesas del exterior u ocupando empleos en el sector turístico.
Cuba tiene hoy una considerable inversión imperialista y aspira a tener más. A 50 kilómetros de La Habana, en el puerto profundo de Mariel, el gobierno cubano está permitiendo la construcción de una zona económica especial de “libre comercio”, capaz de recibir a los buques cargueros más grandes del mundo. Brasil ya ha destinado casi mil millones de dólares al proyecto. Ahora que se ha planteado la renovación del comercio con Estados Unidos, repetimos nuestra advertencia de que ese acontecimiento “subraya la importancia del monopolio estatal [cubano] sobre el comercio exterior —es decir, un estricto control gubernamental sobre las importaciones y las exportaciones”— (“Cuba: Crisis económica y ‘reformas de mercado’”, Espartaco No. 34, otoño de 2011).
El régimen cubano ha restablecido lazos y promovido a la reaccionaria Iglesia Católica en la isla, un potencial caldo de cultivo de la contrarrevolución capitalista. Tanto Obama como Castro aplaudieron al papa Francisco por su papel en las negociaciones. Este papa jesuita le ha dado al Vaticano un poco de cirugía cosmética, proponiendo hacer la iglesia más incluyente (aunque sin dejar de oponerse testarudamente al aborto y la ordenación de mujeres) y predicando contra la “tiranía” del capitalismo, aunque sus intenciones no son menos siniestras que las de sus predecesores.
El Vaticano es tristemente célebre por haber apoyado las dictaduras militares latinoamericanas y promovido la restauración del capitalismo bajo el disfraz de elecciones supuestamente libres y reformas “democráticas”. El cardenal cubano Jaime Ortega —quien fue confinado en un campo de detenidos durante los primeros años de la revolución cuando se quebró el dominio de la iglesia— es, junto con el papa Francisco, uno de los mayores promotores de esas reformas en la isla. En 1998, Fidel recibió con entusiasmo al papa Juan Pablo II, y en 2012 a Benedicto XVI. En todo el país hay fotos y monumentos conmemorando el encuentro entre Castro y Juan Pablo, santo patrón de las contrarrevoluciones, quien tan arduamente trabajó por restaurar el capitalismo en los estados obreros deformados de Europa Oriental, especialmente en su natal Polonia.
Defendiendo a Cuba en la encrucijada
Las fuerzas guerrilleras que entraron en La Habana en 1959 bajo la dirección de Fidel Castro eran un grupo pequeñoburgués políticamente heterogéneo. Su victoria no sólo derribó al odiado régimen de Batista, sino que hizo añicos todo el viejo aparato estatal. El nuevo gobierno llevó a cabo una serie de reformas liberales, pero la redistribución agraria y las medidas tomadas contra los torturadores de Batista asustaron a los partidarios burgueses de Castro, quienes empezaron a huir a Miami. Estas medidas también alarmaron a Washington, el cual emprendió una acción punitiva que obligó a Castro a firmar un tratado comercial con la Unión Soviética. El que las refinerías de propiedad imperialista se negaran a refinar el crudo soviético provocó que Cuba nacionalizara las propiedades estadounidenses, a las que siguieron todos los bancos y negocios en octubre de 1960, lo que liquidó a la burguesía cubana como clase. Hoy, las corporaciones como la United Fruit, Standard Oil y Texaco están salivando ante la posibilidad de obtener compensaciones por las nacionalizaciones que sufrieron hace medio siglo.
Lo mejor que pudo surgir de la Revolución Cubana —en ausencia de la toma del poder por el proletariado dirigido por un partido revolucionario de vanguardia— fue la creación de un estado obrero deformado. Explicando cómo fue que un movimiento guerrillero basado en el campesinado pudo derrocar el dominio capitalista, en la “Declaración de principios”, adoptada en la Conferencia de Fundación de la Spartacist League en 1966, escribimos:
“Movimientos de esta índole pueden bajo ciertas condiciones —es decir, la desorganización extrema de la clase capitalista en el país colonial y la ausencia de una clase obrera que luche por derecho propio por el poder social— destruir las relaciones de propiedad capitalista. Sin embargo no pueden llevar a la clase obrera al poder político. Al contrario crean regímenes burocráticos antiobreros que suprimen todo desarrollo ulterior de estas revoluciones hacia el socialismo”.
—“Declaración de principios de la Spartacist League”, Cuadernos Marxistas No. 1
Esta revolución no hubiera sobrevivido si la Unión Soviética no hubiera aportado un contrapeso militar al imperialismo y un salvavidas a la economía cubana. Hoy, cuando no hay nada parecido a esa ayuda, no existe más la ventana histórica que permitió que fuerzas pequeñoburguesas crearan un estado obrero deformado.
La lucha por defender y extender la Revolución Cubana ha sido un distintivo de nuestra tendencia desde su origen como la Revolutionary Tendency (RT, Tendencia Revolucionaria), una minoría dentro del Socialist Workers Party (SWP, Partido Obrero Socialista) estadounidense. La mayoría del SWP equiparaba al régimen de Castro con el gobierno revolucionario bolchevique de Lenin y Trotsky. Al hacerlo, los líderes de la mayoría del SWP rechazaban abiertamente tanto la necesidad de un partido leninista-trotskista que aportara una dirección revolucionaria, como la centralidad del proletariado en la lucha por la revolución socialista.
Habiendo perdido la esperanza en esa perspectiva, el SWP elogió acríticamente a la burocracia castrista. En enero de 1961 el SWP adoptó las “Tesis sobre la Revolución Cubana” de Joseph Hansen, las cuales declaraban que Cuba había “entrado a la fase de transición a un estado obrero, aunque todavía no poseía las formas de la democracia obrera”.
Más de medio siglo después, nuestro análisis y programa trotskistas han resistido la prueba del tiempo. Los que ayer eran porristas de la burocracia castrista se han hecho más viejos, pero no más sabios. En un artículo fechado el 23 de diciembre y publicado en counterpunch.org, Jeff Mackler, el principal mandamás de Socialist Action (SA, Acción Socialista), un retoño del reformista SWP, poseído por el fantasma de Hansen, escribe: “Aunque a Cuba todavía [¡!] le faltan las instituciones formales y vitalmente necesarias de la democracia obrera,...la actual dirigencia cubana no se ha convertido en una casta endurecida cuyos intereses sólo puedan defenderse mediante la represión”.
De hecho, la casta burocrática encabezada por los Castro siempre ha excluido a la clase obrera del poder político, usando la represión y la ideología del nacionalismo para mantener a los obreros y campesinos cubanos atomizados y políticamente pasivos. El régimen de Castro no sólo encarcela disidentes que colaboran activamente con el imperialismo estadounidense, también reprime a oponentes prosocialistas, incluyendo a militantes como los trotskistas en los años sesenta. Esto ilustra la naturaleza inherentemente contradictoria de la casta burocrática estalinista, la cual se equilibra entre la burguesía imperialista, por un lado, y la clase obrera, por el otro.
Mackler hace hasta lo imposible para presentar al “equipo Castro” como los grandes custodios del socialismo. Elogia las reformas de mercado de la burocracia —que, según él, “dentro del marco de los ideales socialistas, buscan hacer más eficiente la economía cubana”— y grazna absurdamente que estas reformas fueron “presentadas para su discusión, debate y modificación” a “millones de cubanos” antes de llevarse a la práctica.
Las reformas orientadas al mercado son un intento de responder al estancamiento económico dentro del marco del control burocrático estalinista de la economía. Como escribimos en el artículo: “For Central Planning Through Soviet Democracy” (Por una planificación central mediante la democracia soviética, WV No. 454, 3 de junio de 1988):
“La economía planificada...sólo puede ser eficaz cuando los obreros, la intelectualidad técnica y los gerentes se identifican con el gobierno que emite los planes...
“Dentro del marco del estalinismo, hay una tendencia inherente a remplazar la planificación y la administración centrales con mecanismos de mercado. Dado que los gerentes y los obreros no pueden ser sometidos a la disciplina de la democracia de los soviets (consejos obreros), la burocracia tiende a ver cada vez más la sujeción de los actores económicos a la disciplina de la competencia de mercado como la única respuesta a la ineficiencia económica”.
Los consejos obreros no son sólo otras “formas” de poder proletario, sino que son esenciales para la operación racional de una economía planificada y socializada.
Mackler sostiene también que los “esfuerzos humanitarios” que Cuba lleva a cabo en el exterior son testimonio de “una orientación revolucionaria y socialista que continúa”. Muchas de las intervenciones internacionales de Cuba han sido ciertamente heroicas, especialmente cuando el país envió a África en los años setenta miles de efectivos para ayudar a Angola a defender su recién conquistada independencia de Portugal contra fuerzas locales reaccionarias apoyadas por el imperialismo estadounidense y la Sudáfrica del apartheid. Sin embargo, el objetivo de los estalinistas cubanos no fue nunca ayudar en el derrocamiento del capitalismo en África; su intervención expresaba su apoyo político a los nacionalistas burgueses angoleños a cuyo lado luchaban. Incluso estando en la mira de las armas estadounidenses, la intención de Fidel Castro fue siempre una “détente” [distención] a través del ala “progresista” del imperialismo estadounidense, es decir, el Partido Demócrata.
Mientras los falsos trotskistas como SA se deshacen en elogios a los estalinistas cubanos, en otras partes se unen a las cruzadas anticomunistas por la “democracia” del imperialismo. SA se alió con los peores enemigos de la Revolución Cubana al defender a las fuerzas capitalistas-restauracionistas que se movilizaron contra el estado obrero degenerado soviético en los años ochenta, incluyendo al “sindicato” contrarrevolucionario polaco Solidarność, el favorito del papa Juan Pablo II.
Otros seudosocialistas se oponen al régimen de Castro desde el punto de vista de una virulenta hostilidad anticomunista al estado obrero cubano mismo. Ese es el caso de la estadounidense International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional), los primos desheredados de la tendencia internacional de Tony Cliff. Los cliffistas son conocidos por haber descartado a Cuba, junto con China y todo el antiguo bloque soviético de Europa del Este, como “regímenes capitalistas de estado” que “no tienen nada que ver con el socialismo”.
Escribiendo en la revista Jacobin (22 de diciembre), Samuel Farber, quien publica frecuentemente en la prensa de la ISO, celebró el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos como una “importante conquista del pueblo cubano”. Según Farber, quien seguramente obtiene sus criterios del Departamento de Estado de EE.UU., ese acuerdo “puede mejorar los estándares de vida de los cubanos y ayudar a liberalizar las condiciones de su opresión política y su explotación económica, aunque no necesariamente a democratizarlas”. Para Farber, Cuba no es más que otro estado sujeto a la “explotación” capitalista, aunque difiere de Estados Unidos por su falta de “democracia”.
Los revolucionarios de Estados Unidos tienen un deber especial de defender a Cuba contra la restauración capitalista y del rapaz imperialismo estadounidense. Esto no puede reducirse a la cuestión de preservar la cultura cubana única ni a simplemente bloquear las incursiones de los monopolios imperialistas a la isla. El futuro de las masas cubanas —ligado al de la liberación de cientos de millones de trabajadores de América Latina y vinculado a la lucha por la emancipación de los explotados y los oprimidos en las entrañas del monstruo estadounidense— es una cuestión de clase. Luchamos por forjar un partido obrero revolucionario en Estados Unidos como sección de una Cuarta Internacional trotskista reforjada. Un partido así imbuiría a la multirracial clase obrera estadounidense con el entendimiento de que la defensa de la Revolución Cubana es una parte integral de su propia lucha contra sus gobernantes capitalistas y por la revolución socialista mundial.■