Espartaco No. 42

Octubre de 2014

 

¡Estados Unidos fuera de Irak! ¡No a la intervención en Siria!

¡Abajo los ataques aéreos imperialistas contra los reaccionarios del EI!

Traducido de Workers Vanguard No. 1051 (5 de septiembre).

Desde inicios de agosto, el presidente Obama ha modificado los argumentos para justificar sus ataques contra el EI (Estado Islámico) [en Irak y Siria], desde una pretendida campaña para evitar el genocidio hasta una guerra contra un cáncer que no sólo tiene la temeridad de asesinar ciudadanos estadounidenses en esa región, sino que también plantea una sustancial amenaza a los ciudadanos en Estados Unidos. El manto de “humanitarismo” con el que Obama se cubrió mientras ordenaba los primeros ataques contra el EI en el norte de Irak fue útil para los propósitos de la propaganda imperialista. Pero lo que ha causado gran impacto es el destino de miles de residentes estadounidenses y representantes de ExxonMobil en peligro en la ciudad de Erbil.

Mientras el grueso de la población estadounidense continúa cansada de guerras, el presidente parece haberse apoderado del guión de la segunda Guerra del Golfo escrito por Bush, Rumsfeld y Cheney, simplemente remplazando todas las referencias al malvado Sadam Hussein por otras referencias al malvado EI. Hasta la fecha, estos islamistas reaccionarios, que cuentan con unos 15 mil combatientes, no han sido acusados de almacenar armas de destrucción masiva. De hecho, el EI —cuyo método de eliminación de “apóstatas” tales como cristianos y yazidíes, así como turcos y otros chiítas, es la matanza masiva— es el engendro de Al Qaeda en Irak, este último un producto de la ocupación estadounidense. Los elementos fundadores de Al Qaeda, incluyendo a Abu Musab al-Zarqawi, líder de la rama iraquí, fueron entrenados y financiados por la CIA al tiempo que ensamblaba una horda reaccionaria que se opusiera a la intervención de la Unión Soviética en Afganistán en los años 80.

Nuevamente va a formarse una coalición de aliados del imperialismo de EE.UU., que incluyen no sólo a Gran Bretaña y Australia sino también a Arabia Saudita y Qatar —ambos han financiado al EI u otros grupos tipo Al Qaeda—, así como fuerzas yihadistas opuestas al EI. Esto estará respaldado por el recientemente constituido y claramente sectario régimen de Bagdad, al mando de fuerzas armadas bañadas en la sangre de enfrentamientos comunalistas. En el frente sirio, será incrementado el suministro de armas a la más bien impotente oposición “democrática” al régimen de Bashar al-Assad.

Las fuerzas peshmerga kurdas, que han sido protegidas por Estados Unidos durante años como parte de los esfuerzos de Washington de asegurar al Kurdistán iraní rico en petróleo como su cliente, también recibirán un incremento similar. Esto sin embargo es más problemático, dado que el Partido Democrático Kurdo, que dirige el gobierno del Kurdistán iraquí, se inclina por la constitución de un estado kurdo, una cuestión totalmente inaceptable para los gobiernos turco e iraquí. Por otra parte, no es un asunto menor el que tanto el Partido Democrático Kurdo como su rival la Unión Patriótica de Kurdistán continúan en la lista de terroristas, si bien con un menor grado de maldad.

Obama ha ordenado una mayor regularidad en los vuelos de vigilancia sobre Siria para evaluar la posibilidad de ataques aéreos sobre las zonas controladas por el EI en ese país. Se supone que los ataques serán conducidos de manera que no beneficien al enemigo régimen de Assad, algo imposible según lo demuestra la oferta de Assad de apoyar tales ataques si EE.UU. solicita el permiso sirio. Esto fue una reacción inteligente, pero bien podría volverse en su contra teniendo en cuenta que EE.UU. mantiene su oposición al gobierno de Assad. Nos oponemos a cualquier intervención de EE.UU. contra cualesquiera fuerzas en el interior de Siria.

Como señalamos en “Iraq in Flames: Legacy of U.S. Occupation” (Irak en llamas: el legado de la ocupación de EE.UU., WV No. 1049, 11 de julio), es el imperialismo estadounidense quien encendió y continúa alimentando los reaccionarios conflictos comunalistas, principalmente entre sunitas y chiítas, en Irak y otros lugares, conflictos en los cuales los trabajadores del mundo no tienen lado. Este patrón es el mismo que hundió a Libia en el caos total. Y es el imperialismo estadounidense el más sangriento enemigo de los trabajadores del mundo, como lo demuestran más gráficamente los cientos y cientos de miles de iraquíes masacrados al servicio de su cruzada por el dominio de la región. Cualquier fuerza, por desagradable que sea, que ataque, repela o se oponga de cualquier manera a las fuerzas estadounidenses está dando un golpe a favor de los intereses de los explotados y los oprimidos.

Washington propone “estupideces”

Muchos portavoces burgueses reconocen ahora que Estados Unidos creó el “lío” en Irak. A esto le sigue normalmente la declaración de que arreglarlo es el trabajo de Washington. El actual plan de Obama para remediarlo, una farsa evidente, es lo mismo que tratar de curar el cólera infectando al paciente con ébola. Procede de un presidente que, hace unos pocos meses, recitaba que la política exterior de Estados Unidos debería estar conducida por el concepto de “No hacer cosas estúpidas”. Al mismo tiempo, Dick Cheney y el neoconservador Bill Kristol atraían la atención de los medios por sus quejas de que el blandengue Obama conciliaba a los enemigos de EE.UU. en Medio Oriente y Rusia, desperdiciando así los frutos de las “victorias” estadounidenses en Irak y en Afganistán. Esto causó una divertida crítica en The Daily Show.

Los congresistas republicanos apoyaron rápidamente el estribillo de Cheney y Kristol. Nadie, sin embargo, ha tenido la audacia de promover legislación que aumente la presencia militar de EE.UU., en tanto se enfrentan a unas elecciones intermedias con una población que actualmente no está dispuesta a llegar a eso. Desde el presidente hasta John McCain, nadie se ha atrevido a sugerir el regreso de las botas estadounidenses a los campos de batalla. Mientras, la aspirante demócrata a la presidencia, Hillary Clinton, interviene para acusar a Obama de abandonar a la resistencia siria y para denunciar su posición de no hacer cosas estúpidas, entonando piadosamente que “las grandes naciones necesitan principios organizativos” (The Atlantic, 10 de agosto).

Estas acusaciones son las mayores sandeces. Barack Obama es el ejecutivo en jefe del imperialismo que recrudeció la intervención militar en Afganistán, el presidente que ha impulsado el espionaje de la NSA sobre todos los estadounidenses, el arquitecto del asesinato por drones dirigidos contra ciudadanos estadounidenses supuestamente traidores, en clara violación del derecho constitucional a juicio. Es Obama quien concedió la Medalla Presidencial de la Libertad a Madeleine Albright, quien, como embajadora de Bill Clinton en las Naciones Unidas, de manera infame defendió la muerte de 500 mil niños iraquíes durante el embargo de Estados Unidos contra Irak como algo que “valió la pena”.

Bastantes programas televisivos liberales emitidos por la MSNBC han expresado su preocupación por la belicosidad de Barack y Hillary, aunque tal vez hayan mostrado mayor predisposición tras el video de decapitación del periodista James Foley por el EI. El periodismo de guerra es una profesión peligrosa, y más cuando los reporteros son considerados, frecuentemente con razón, como personal de relaciones públicas del enemigo.

La política manifiesta de Washington de rechazar las negociaciones con los terroristas es en sí misma una mentira descarada. El sargento Bergdahl no regresó a este país vía Federal Express, ni fueron liberados del infierno de Guantánamo los cinco talibanes por una operación de fuerzas especiales dirigida por la red Haqqani. Estados Unidos podría haber cumplido simplemente el trato propuesto por el EI para el regreso de Foley. Sin embargo, prefirió intentar liberarlo por medio de una operación (fracasada) de las Fuerzas Especiales en Siria. Y ahora los imperialistas tienen la figura del periodista estadounidense asesinado para apelar al sentimiento popular en apoyo de la acción militar.

La guerra en casa

¿Por qué se ha dado este furor tipo “el enemigo está a las puertas”? De hecho, los dirigentes estadounidenses juegan constantemente esta carta envenenando a la clase obrera con el patrioterismo de la “nación indivisible”. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, los apologistas del imperialismo estadounidense de todo el espectro político han mantenido que EE.UU. es la única potencia con los recursos necesarios —un arrogante poder militar, dinero, extensión, una población amplia y confiada, aislamiento geográfico de potenciales invasores, etc.— para asegurar a perpetuidad un orden mundial liberal, estable y pacífico. Y si los estadounidenses abandonan esta compleja responsabilidad, amenazan con suspender la libertad, la estabilidad y la paz en el planeta. (Una reciente exposición de esta concepción, titulada “Superpowers Don’t Get to Retire” [Las superpotencias no tienen derecho a jubilarse] del neoconservador Robert Kagan apareció en la edición de New Republic del 26 de mayo.)

La realidad ha sido una serie prácticamente inacabable de guerras desde la Segunda Guerra Mundial, la mayoría iniciadas cuando el Partido Demócrata ha estado en el poder. En la búsqueda del mantenimiento y la extensión de su dominio mundial, el imperialismo de EE.UU. ha causado unos diez millones de muertos entre aquéllos que se interpusieron en su camino. Los apologistas de un orden mundial dominado por Estados Unidos contemplan la caída del estado obrero degenerado de la URSS en 1991-92 como su mayor triunfo. Esta contrarrevolución ha llevado al incremento de la explotación de las masas proletarias por parte de sus amos capitalistas hinchados en ganancias. Esta derrota histórica para la clase obrera internacional ha tenido como resultado el desarme político de muchas de sus capas avanzadas, eliminando su creencia en la superioridad del socialismo y, de esa manera, en la posibilidad de una alternativa a la explotación y la opresión capitalistas. Una atmósfera de libertad y bienestar puede impregnar las ideas del comité de asesores de la burguesía, pero no el mundo en el que reside la mayoría de los trabajadores, en ningún lugar, y desde luego aquí tampoco.

El declive de la fuerza económica del imperio estadounidense es un obstáculo objetivo a sus aspiraciones. La limitada economía que ha surgido tras la Gran Recesión ha recuperado, por el momento, su capacidad de producir ganancias, pero no trabajos. Ni siquiera los optimistas ven la posibilidad de una expansión económica significativa. Esta realidad económica ha obligado a un recorte en el presupuesto de defensa, aunque esos recortes difícilmente alterarán el balance del poder militar en el mundo, donde Estados Unidos dispone de una supremacía sin rival. Las pobres perspectivas a las que se enfrenta la mayoría de los trabajadores han llevado a un desdén generalizado por quienes detentan o aspiran a puestos de elección, contemplados justamente como inútiles y egoístas depredadores, indiferentes a la grave situación de la gente común.

Las personas que quizá voten en las elecciones de noviembre ven la perspectiva de nuevas intervenciones militares como una amenaza a lo poco que queda de su capacidad de llevar algo parecido a una vida. Actualmente, 59 por ciento de la población está empleada, un nivel que ha persistido desde el inicio de la Gran Recesión. Si la relación empleo/población hubiera regresado a niveles anteriores, unos nueve millones más de personas estarían trabajando. Aproximadamente una quinta parte de los empleados actualmente tienen trabajos de tiempo parcial, y el nivel medio de ingresos es un seis por ciento menor que antes de la recesión. Estos parámetros reales de continua miseria y desesperación son especialmente agudos en las comunidades negras en toda la nación. Una población económicamente afectada, desanimada y desconfiada puede crear dificultades a una clase dirigente que busca mantener su dominio mundial.

Tal descontento constituye una mezcla explosiva. La burguesía reconoce este hecho, lo que ayuda a entender sus intentos de reforzar y extender constantemente la capacidad de sus fuerzas policiales y del sistema carcelario, a pesar de que claramente una rebelión social extensa no está actualmente en la agenda de este país. La clase obrera —la única fuerza social con el interés objetivo y el poder necesario para derribar el capitalismo— encuentra sus luchas bloqueadas por una burocracia sindical cuya lealtad a sus amos capitalistas es tal que actualmente eclipsa su preocupación por el propio mantenimiento de los sindicatos como una fuerza significativa.

Los demócratas, el partido del dominio burgués que posa como el amigo de los trabajadores, rescataron a los banqueros y a los peces gordos en el inicio de la Gran Recesión. Desde entonces, nada han ofrecido a los pobres y trabajadores de EE.UU. salvo la perspectiva de diminutos aumentos en el salario mínimo, acompañada de enormes excepciones a tales aumentos. La izquierda reformista continúa sus vanos intentos para presionar a los demócratas hacia la izquierda, mientras que frecuentemente comparten con el imperialismo su lista de enemigos. Especialmente evidente es el caso de la International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional), que vitoreó la contrarrevolución capitalista en la entonces URSS, y que en años recientes ha hecho causa común con los rebeldes sirios contra el régimen de Assad, aunque no con el EI.

En el artículo “Obama’s New War in Iraq” (La nueva guerra de Obama en Irak, socialistworker.org, 28 de agosto), Ashley Smith, de la ISO, observa que el EI y similares fueron alimentados por EE.UU. y sus estados clientes “para combatir el nacionalismo laico y el comunismo”. El artículo afirma que “el presidente demócrata Jimmy Carter y el republicano Ronald Reagan colaboraron con Arabia Saudita y Pakistán para apoyar al fundamentalismo muyajedín durante el levantamiento popular contra la invasión y la ocupación de Afganistán por parte de la URSS de 1979 a 1989”.

Smith se abstiene de narrar como la ISO estaba entre los más destacados porristas de “izquierda” de los reaccionarios islámicos, cuya resistencia incluía lanzar ácido en el rostro de las maestras y ejecutar innombrables atrocidades contra los soldados soviéticos y contra cualquier partidario del régimen nacionalista modernizador que solicitó la intervención de la URSS. En total contraste, nosotros declaramos “¡Viva el Ejército Rojo en Afganistán!” y “¡Extender las conquistas sociales de la Revolución de Octubre a los pueblos afganos!”. Afirmamos en su momento que era mejor combatir a las fuerzas de la contrarrevolución allí que combatirlas en Berlín o en Moscú.

Al menos a un nivel superficial, muchos trabajadores en EE.UU. perciben que las dificultades a las que se enfrentan aquí están relacionadas con la explotación y la opresión de sus dirigentes en el exterior. La verdad es que la sangría causada por un capitalismo anquilosado y en decadencia no será restañada con banditas adhesivas reformistas. Mientras que los reformistas mendigan “más mantequilla y menos pistolas”, los marxistas queremos ganar a las capas más conscientes de la clase obrera al entendimiento de que es necesario el derrocamiento del imperialismo estadounidense a través de la revolución socialista. Es vitalmente necesaria la lucha por forjar un partido obrero revolucionario e internacional comprometido con este fin.