Espartaco No. 42

Octubre de 2014

 

Niños fugándose de los infiernos creados por EE.UU.

Refugiados centroamericanos: ¡Déjenlos quedarse!

¡Plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes!

Corrección Adjunta

Traducido de Workers Vanguard No. 1050, 8 de agosto.

Desde octubre de 2013 hasta junio de este año, la Patrulla Fronteriza detuvo a 57 mil niños no acompañados a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos: más del doble de los que capturaron durante los doce meses previos. Este incremento es parte de una tendencia a la alza durante los últimos tres años en el número de jóvenes migrantes, en gran mayoría provenientes de Honduras, Guatemala y El Salvador. La aterradora violencia y miseria extrema de las que huyen estos refugiados son resultado directo del dominio imperialista estadounidense sobre Centroamérica. Durante las últimas décadas, el tejido social de estos países se ha visto desgarrado por factores que van desde las guerras sucias de la década de 1980 (orquestadas por EE.UU.) hasta la creciente militarización bajo el pretexto de la “guerra contra las drogas”, pasando por la devastación económica producto de los tratados de “libre comercio” impuestos por Estados Unidos.

Las imágenes de junio de jóvenes migrantes comprimidos como sardinas en centros de detención atiborrados reencendieron el debate político sobre la “reforma” migratoria. El Partido Republicano y los comentaristas políticos de derecha aprovecharon la oportunidad para acusar a Obama de ser “laxo” en cuestiones migratorias. Mientras tanto, un frenesí reaccionario envolvió a varias ciudades fronterizas: de manera más dramática, en Murrieta, California, una turba, que incluía neonazis y Minutemen, llevó a cabo bloqueos contra los camiones que transportaban inmigrantes y escupió su veneno contra ellos. Varios pueblos y condados han adoptado o están considerando resoluciones para impedir que los inmigrantes sean alojados temporalmente ahí.

El presidente Obama ha enfatizado que los miles de niños refugiados no podrán quedarse en el país. En una entrevista del 27 de junio, aleccionó a los padres, diciendo: “No manden a sus hijos a la frontera”. Y después agregó: “Incluso si logran cruzar, van a ser mandados de regreso”. El “deportador en jefe” —que ha establecido un récord deportando a más de dos millones de inmigrantes en lo que va de su gobierno— solicitó al Congreso un paquete de ayuda de emergencia de 3 mil 700 millones de dólares, la mayoría de los cuales estarían destinados a fortalecer la seguridad en la frontera y acelerar las deportaciones.

Con este mismo objetivo, Obama está determinado a enmendar una ley de 2008 contra el tráfico de niños firmada por George W. Bush. Esta ley autoriza la expulsión inmediata de los niños mexicanos pero requiere que los niños de otros países que no hacen frontera, como es el caso de los centroamericanos, sean canalizados al Departamento de Salud y Servicios Humanos. Una vez ahí, deben pasar por un juicio migratorio o ser entregados a un familiar en EE.UU. Lo que busca ahora la Casa Blanca es dar a la Patrulla Fronteriza el poder para expulsar a estos niños tan rápido como sea posible, sin darles acceso a representación legal.

A mediados de julio, el presidente supervisó la deportación de un centenar de mujeres y niños a la ciudad hondureña de San Pedro Sula, la capital mundial del homicidio. Desde el derrocamiento respaldado por EE.UU. del populista burgués hondureño Manuel Zelaya en 2009, el país mantiene el índice de asesinatos más alto en el mundo. (El Salvador y Guatemala también figuran consistentemente entre los primeros cinco.) Durante la primera mitad de este año, se registraron 3 mil asesinatos en Honduras, un país con sólo 8 millones de habitantes —más o menos la población de la Ciudad de Nueva York—.

Al ver a sus hijos prácticamente destinados a morir, ya sea a manos de las bandas criminales o de los salvajes en el ejército y la policía, hay padres desesperados dispuestos a todo para permitir que sus niños escapen. En ocasiones, los niños son enviados solos en el peligroso viaje hacia El Norte (varios de ellos esperan reunirse con sus padres u otros parientes que ya viven en EE.UU.). Una vez allá, muchísimos de estos jóvenes refugiados buscan residencia permanente pidiendo asilo o el estatus de Inmigrante Juvenil Especial, usando como argumento el miedo totalmente justificado de morir en sus países de origen. El proceso de asilo es tortuoso y no hay garantía alguna de que éste será concedido. El abuso sexual y la violencia conectada con pandillas, por ejemplo, no son consideradas razones válidas para solicitar asilo.

Los refugiados centroamericanos deben ser liberados de inmediato y obtener el derecho a quedarse, ya sea a través del asilo o por cualquier otro medio. Los mismos gobernantes capitalistas estadounidenses que saquean a Centroamérica, en casa explotan a los obreros y los oprimidos. La defensa de los inmigrantes es de vital interés para el movimiento obrero y para todos los combatientes contra la discriminación racista. Toda la gente que logra llegar a este país, sin importar su edad o su motivación, debería gozar de los mismos derechos que los que nacieron aquí. Exigimos plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes, incluyendo el derecho a un pasaporte estadounidense y a recibir educación gratuita. ¡Alto a las deportaciones! ¡Libertad para todos los detenidos!

El “patio trasero” del imperialismo estadounidense

Los gobernantes capitalistas estadounidenses han considerado por muchos años a Latinoamérica como su patio trasero. Durante las primeras tres décadas del siglo XX, las tropas estadounidenses intervinieron en los países de Centroamérica y el Caribe en casi 20 ocasiones. Junto con el ejército venían los representantes de enormes corporaciones estadounidenses como la United Fruit Company. En Guatemala, Honduras y otros países burlonamente denominados “repúblicas bananeras”, los deseos de la United Fruit eran la ley. En Guatemala, Washington orquestó el derrocamiento del presidente populista burgués Jacobo Arbenz en 1954, después de que éste intentara nacionalizar algunas tierras propiedad de la United Fruit e implementar otras reformas.

Durante la década de 1980, EE.UU. financió, entrenó y proporcionó inteligencia a sangrientos regímenes basados en escuadrones de la muerte a lo largo de Centroamérica, quienes hicieron blanco de izquierdistas, sindicalistas, líderes campesinos y demás. Estas guerras sucias formaron parte de la Segunda Guerra Fría imperialista, con miras a la destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética, un estado obrero degenerado, y a revocar las conquistas de la Revolución Cubana, viendo a los izquierdistas locales como títeres soviéticos y cubanos. En el propio EE.UU. esta campaña bélica antisoviética tuvo su reflejo en el incremento de los ataques contra los sindicatos y la población negra.

En Guatemala, unas 200 mil personas —en su mayoría campesinos mayas— fueron asesinadas y otras 45 mil “desaparecidas” a lo largo de tres décadas de conflictos armados. Honduras fue el campo de entrenamiento de los reaccionarios contras patrocinados por EE.UU. para derrocar al gobierno nacionalista de izquierda de los sandinistas en Nicaragua. EE.UU. también enlistó al ejército hondureño en sus esfuerzos por destruir al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, una amplia insurgencia guerrillera que combatió contra la junta militar respaldada por Estados Unidos en El Salvador.

La oleada de inmigración hacia EE.UU. proveniente de Centroamérica data del periodo de la guerra sucia. En esa época, miles de salvadoreños que buscaban refugio en EE.UU. fueron deportados directamente de vuelta a las garras de los escuadrones de la muerte. Frente a esto, nosotros exigimos asilo para todos aquéllos que llegaran huyendo del horror derechista. En contraste con los refugiados que escapan del terror sangriento de los regímenes respaldados por EE.UU., Washington siempre ha dado la bienvenida a la peor gente, por ejemplo a los contrarrevolucionarios gusanos cubanos.

La imposición del TLCAN con México en 1994 y el Tratado de Libre Comercio de América Central (TLCAC) una década después trajo consigo incrementos adicionales en la migración a Estados Unidos, producto de la catástrofe económica que representaron esos tratados para millones de personas. Durante los años previos, el Fondo Monetario Internacional y otras agencias imperialistas habían dictado programas de “reestructuración de deudas”, que exigían el recorte de subsidios agrícolas y programas sociales. El TLCAN y el TLCAC incrementaron el número de campesinos arrastrados desde la tierra hacia la miseria urbana, habiendo eliminado las protecciones contra la importación de maíz y frijol de EE.UU., parte fundamental de la dieta de los pobres y los principales alimentos producidos por los campesinos. Esta situación de miseria fue exacerbada por la crisis económica global de 2008 —desatada por el capital financiero estadounidense— que produjo despidos masivos en las maquiladoras frente al desplome de la demanda de bienes de consumo.

Desde el inicio nos opusimos al TLCAN, la rapiña de “libre comercio” contra México, y a su equivalente centroamericano, porque sus únicos objetivos son el saqueo de estos países semicoloniales y el fortalecimiento del dominio de los amos estadounidenses. Esta perspectiva internacionalista proletaria contrasta agudamente con el chovinismo nacionalista de la burocracia sindical de la AFL-CIO, que denunció al TLCAN por supuestamente poner en riesgo los empleos estadounidenses.

En Honduras, las condiciones de los obreros y los pobres de la ciudad y el campo han empeorado significativamente desde que el régimen de Zelaya fue derrocado. El índice de homicidios está por las nubes, las pandillas están desatadas y el gasto en vivienda, salud y educación ha sufrido fuertes recortes. Después de ser elegido en 2005, el rico terrateniente Zelaya adoptó algunas medidas paliativas para limitar el descontento social y comenzó un proceso de acercamiento hacia la Venezuela de Hugo Chávez. Estas medidas hicieron enfurecer a EE.UU. y a amplios sectores de la burguesía hondureña, que conspiraron con éxito para derrocarlo en el golpe de 2009. Desde entonces, el gobierno de Obama ha respaldado completamente a los regímenes posteriores al golpe y continúa financiando a manos llenas a la policía y el ejército hondureños.

¡Abajo la “guerra contra las drogas”!

En una cumbre en julio de 2005 con los gobernantes de El Salvador, Guatemala y Honduras para hacer frente a la crisis de los niños refugiados, el presidente Obama elogió los esfuerzos de sus contrapartes centroamericanos para detener el flujo de migrantes pero los instó a hacer más. Desde 2008, Washington ha incrementado dramáticamente la ayuda y el entrenamiento para la policía de esos países bajo la bandera de la “guerra contra las drogas”.

Tanto la guerra contra las drogas como la “guerra contra las pandillas” no son más que pretextos para militarizar fuertemente la región. Estas medidas han incrementado la violencia e intensificado la represión contra la clase obrera y los pobres del campo y la ciudad. En el grueso de los países donde el gobierno supuestamente combate la narcoviolencia, el aparato estatal entero está absolutamente compenetrado con los cárteles de la droga; todos, desde la policía hasta los políticos, están involucrados hasta el cuello en el próspero mercado de la droga.

Los marxistas nos oponemos a la “guerra contra las drogas”, que no es sino una cobertura para la intervención militar imperialista a lo largo de América Latina y no ha traído más que terror y muerte a barrios pobres y áreas rurales en toda la región. En EE.UU., la “guerra contra las drogas” ha sido durante décadas el motor del encarcelamiento masivo de los negros y, cada vez más, también de los latinos y los inmigrantes. De igual forma, la “guerra contra las pandillas” criminaliza aún más a la juventud pobre y obrera, al tiempo que incrementa los poderes represivos del estado capitalista.

En Centroamérica, el flujo masivo de campesinos arruinados hacia las ciudades ha creado un campo fértil para el auge de la “economía informal”. Al ver sus ocupaciones tradicionales destruidas debido al “libre comercio” imperialista, muchas personas en Latinoamérica no encuentran otra forma de sobrevivir más que cultivando, vendiendo y transportando drogas, o emigrando. Llamamos por la despenalización de todas las drogas y por el retiro de todas las bases y fuerzas militares estadounidenses en Latinoamérica y el Caribe. Al eliminar los márgenes de ganancia estratosféricos producto del comercio ilegal de las drogas, la despenalización también reduciría el crimen y la violencia.

La migración y la sociedad capitalista

Tratando de sacar ventaja de la simpatía hacia los niños refugiados, algunos miembros del Partido Demócrata una vez más se presentan como “amigos de los inmigrantes”, con miras a las elecciones intermedias. Los liberales han estado muy ocupados tratando de presionar a Obama para que ignore al Congreso y promulgue una orden ejecutiva para implementar la “reforma” migratoria. Nosotros daríamos la bienvenida a cualquier reforma que en los hechos otorgue algún tipo de derechos o de protección legal para los inmigrantes. Pero nada de lo que el gobierno ha propuesto mejoraría realmente su situación.

Las propuestas bipartidistas de reforma respaldadas por la Casa Blanca están dirigidas a crear un estrato absolutamente vulnerable de la población, obligado a pagar grandes cantidades de dinero por el privilegio de trabajar a cambio de una miseria, sin protección laboral, sin estatus migratorio fijo, sin derechos democráticos y sin ningún tipo de acceso al bienestar social. Este propósito está en línea con los intereses de un sector de la burguesía estadounidense, que busca mantener una fuente de mano de obra inmigrante barata e indefensa —sobre todo para fomentar la división entre la clase obrera—. El ala más nativista de la burguesía, mientras tanto, despotrica contra los “invasores” y los “criminales” que cruzan la frontera, presentando a los inmigrantes como una carga sobre el mercado laboral, la vivienda y el sistema de salud.

Ambas partes concuerdan en su determinación para fortalecer la vigilancia de la frontera. El actual gobierno ha continuado la expansión de la infraestructura de la Patrulla Fronteriza y la militarización de la frontera a niveles sin precedentes, empujando a los inmigrantes a tomar caminos cada vez más peligrosos para ingresar al país. Desde 2010, agentes fronterizos han matado al menos a 28 inmigrantes. En 2012, guardias fronterizos de EE.UU. abatieron a un adolescente mexicano de 16 años con ocho disparos en la espalda, con la justificación de que estaba lanzando piedras mientras caminaba en Nogales, en el lado mexicano de la frontera. Si caen en manos de los federales, los inmigrantes son arrastrados a centros de detención marcados por condiciones terribles. Cientos de detenidos en el Northwest Detention Center en las afueras de Tacoma, Washington, han llevado a cabo una serie de huelgas de hambre este año, protestando tanto contra las deportaciones como contra su desesperada situación actual, bajo la cual son obligados a trabajar en virtual esclavitud.

Los inmigrantes no son sólo víctimas, también constituyen una parte crucial y vibrante de la clase obrera estadounidense. Los trabajadores deben combatir los venenosos intentos de la patronal de poner en conflicto a quienes nacieron en EE.UU. contra los inmigrantes, muchos de los cuales llevan a cabo los trabajos más peligrosos y menos deseables. Organizar a estos trabajadores es crucial para revitalizar al movimiento sindical. El primer paso en la lucha contra la explotación de los obreros y la opresión de los inmigrantes, así como contra el racismo hacia la población negra, es reconocer que los obreros y los capitalistas no comparten un “interés nacional” común. La clase obrera sólo puede mejorar su situación aliándose con los oprimidos en una lucha de clases contra su “propia” clase dominante. Una perspectiva así es un anatema para la burocracia sindical, siempre leal al capitalismo y a sus representantes políticos, particularmente en el Partido Demócrata.

Lo que necesitamos es una revolución obrera que remplace el sistema capitalista de ganancias, marcado por las crisis, con una economía planificada y socializada a escala internacional. Sólo la revolución socialista puede dar fin a la creciente miseria de las masas trabajadoras, tanto en los países capitalistas dependientes como México y Honduras, como en los centros imperialistas. Cuando la clase obrera sea la que controle la sociedad, las necesidades básicas como la vivienda, la salud y el empleo no serán cosas para las que la gente necesite arriesgar la vida. La violencia, la pobreza y la miseria endémicas al orden imperialista quedarán reducidas a un capítulo del pasado.


Corrección

En el artículo “Refugiados centroamericanos: ¡Déjenlos quedarse!” de Espartaco (octubre de 2014) pasamos por alto un error de traducción evidente, al publicar que “En una cumbre en julio de 2005 con los gobernantes de El Salvador, Guatemala y Honduras...el presidente Obama elogió los esfuerzos de sus contrapartes”. En 2005 Obama no era presidente. La referencia en Workers Vanguard (donde se publicó originalmente el artículo) es a una cumbre del 25 de julio de 2014.