Espartaco No. 42

Octubre de 2014

 

El FIT argentino: Alquimia reformista y cretinismo parlamentario

En octubre de 2013, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) obtuvo alrededor de un millón 200 mil votos en las elecciones argentinas, lo cual le ha valido la obtención de varias curules entre diputados y concejales. Este voto masivo es un reflejo del creciente hartazgo de sectores de la clase obrera y de la pequeña burguesía con el populismo kirchnerista. Tan sólo este año, el gobierno de Cristina Fernández ha enfrentado, además de diversas huelgas en empresas individuales, dos huelgas generales.

Los reformistas saben oler las oportunidades; además de eso, conceder que el FIT se presentó formalmente como una opción electoral obrera “socialista” contrapuesta a los partidos burgueses es lo mejor que se puede decir de este amasijo sin principios de morenistas (Izquierda Socialista, IS), morenistas reciclados (Partido de los Trabajadores Socialistas, PTS) y altamiristas (Partido Obrero, PO).

Un bloque podrido

El FIT se formó en 2011 como un acuerdo entre esas tres organizaciones para presentar candidatos en las elecciones y así “quebrar la proscripción electoral” contra la izquierda (“Declaración programática” del FIT, junio de 2011). Así, con tal de obtener unos cuantos diputados, decidieron mostrar una fachada de “unidad” y se presentan como la encarnación de la independencia política del proletariado; al mismo tiempo, cada partido rutinariamente acusa a los demás de cruzar la línea de clases, y a menudo todos tienen razón.

Las pretensiones del PTS a la ortodoxia marxista son una herramienta cínica para posicionarse como el ala “izquierda” de lo que sea, incluyendo del propio FIT. El PTS se quejaba hace ya dos años, por ejemplo, de que el PO “en diversos planteos tácticos tiende a ceder al frentepopulismo”, entre otras cosas al haber llamado a votar por el nacionalista burgués Evo Morales en Bolivia al menos en 2005 “o, más recientemente, a Syriza en Grecia” (Estrategia Internacional No. 28, septiembre de 2012). Para los trotskistas, el llamar a votar por fuerzas ajenas al proletariado significa traicionar los principios del marxismo-leninismo; para el PTS, en cambio, ello apenas “tiende” a capitular. Además, en julio de 2011, cuando Jorge Altamira era ya candidato presidencial del entonces flamante FIT, el caudillo del PO dejó claro que no tenía intención de contraponerse a Cristina Fernández, al declarar: “yo creo que a la gente militante y luchadora del kirchnerismo hay que decirle: ‘Querés defender a Cristina, bueno votala sólo a ella. Para abajo votá al Frente de Izquierda’” (Prensa Obrera No. 1187, 28 de julio de 2011). ¡Ésa es la “lucha” del FIT por la “independencia política de los trabajadores”!

En cuanto al estado obrero deformado cubano, IS es una organización “socialista” gusanoide que está por “la liberación de todos los presos políticos, aun de aquellos que defienden posiciones que consideramos equivocadas, y [por que] pueda[n] formar partidos políticos” (El Socialista No. 170, 14 de julio de 2010, énfasis añadido). Este artículo de IS hace referencia en particular a Guillermo Fariñas, hoy dirigente de la Unión Patriótica de Cuba, una organización gusana que llama por la “libre empresa” y por hacer de Cuba “un país de propietarios y productores libres” —es decir, por la contrarrevolución capitalista—. Los trotskistas genuinos estamos por la defensa de Cuba contra el imperialismo y la contrarrevolución y por una revolución política proletaria para echar a la burocracia castrista e imponer la democracia obrera para las organizaciones que acepten el poder proletario (no la burguesía y sus títeres). En cambio, una de las afinidades programáticas fundamentales de todos estos seudotrotskistas —y no la menos importante— fue su apoyo a la contrarrevolución en Europa Oriental y la URSS, así como el dar hoy por muertos a los estados obreros deformados de China, Corea del Norte, Laos y Vietnam.

Frente unido vs. alquimia reformista

En discusiones con los camaradas mexicanos del PTS, éstos han procurado justificar la formación y el mantenimiento del FIT mediante la afirmación falsa de que se trata de un “frente único” (o frente unido). El frente unido es una táctica que consiste esencialmente en una acción común en torno a demandas específicas, usualmente negativas, que muchas veces se exigen de las autoridades burguesas. La forma característica de un frente unido es una acción concreta: una huelga, una manifestación de masas contra medidas del gobierno (o también acciones defensivas contra los fascistas). El objetivo de esta táctica es escindir a las organizaciones obreras reformistas de masas al exacerbar las diferencias programáticas en el curso de la lucha común, y su naturaleza se resume a menudo en la frase “golpear juntos, marchar separados”.

El FIT no tiene nada que ver con eso; es un bloque político-electoral de duración indefinida cuyo propósito es mostrar una cara unitaria mediante la propaganda y el trabajo parlamentario conjuntos. El PTS mismo deja claro que el FIT no es percibido —ni por sus fuerzas componentes ni por la clase obrera— como un frente unido, sino como el embrión de un partido unificado: “Si tomamos el fenómeno de conjunto la izquierda obrera, socialista y anticapitalista...especialmente cuando actúa en común, es visualizada como una suerte de ‘partido’, aun minoritario, pero actuante y extendido en la vanguardia” (óp. cit.).

¿Hacia un partido “unificado”?

El PTS impulsa el desarrollo del FIT hacia un partido único, para lo cual dice que hay que clarificar “los aspectos políticos, programáticos, estratégicos y teóricos que nos separan de quienes hoy son nuestros aliados en el FIT”. La base política para la formación del frente fue una “Declaración programática” concretada en una lista reformista de 22 demandas, en gran parte económicas. La “Declaración” es un mínimo común denominador concebido para archivar cualquier diferencia. Dos ejemplos bastan para mostrar su carácter fraudulento. Allí se afirma con pompa que “El FIT denuncia el carácter claramente capitalista de todos los gobiernos latinoamericanos”, incluido el de Evo Morales, ¡pero no se dice una palabra del apoyo electoral del PO a ese mismo nacionalista burgués (ni de su declaración de 2011 de no competencia con “Cristina”)! Similarmente, la “declaración” se pronuncia “Contra el bloqueo y cualquier tipo de agresión imperialista contra Cuba y contra la restauración capitalista en la isla”, ¡sin mencionar el llamado de IS por derechos políticos para la gusanada! A eso se reduce la palabrería del PTS sobre una “constante, y a veces dura, lucha política de tendencias” al seno del FIT.

Para los revolucionarios genuinos, la lucha programática es la clave para forjar un partido leninista-trotskista políticamente homogéneo capaz de dirigir a la clase obrera hacia nuevas revoluciones de Octubre. Para los oportunistas, el programa político es un obstáculo a sus apetitos oportunistas, algo que debe ser enterrado tan pronto como sea posible en aras de la “unidad”. De concretarse tal “unidad”, el resultado será un efímero partido seudotrotskista más, tan inestable y sin principios como lo es hoy el FIT.

¡Abajo los puestos ejecutivos del estado capitalista!

El FIT no sólo ha presentado candidatos al parlamento; su fórmula ejecutiva postuló a Jorge Altamira para presidente nacional y a Christian Castillo del PTS para vicepresidente. Los espartaquistas nos oponemos, como una cuestión de principios, a que los marxistas se postulen a puestos ejecutivos del estado burgués; esta posición se basa en nuestro entendimiento de que el estado es el comité ejecutivo de la clase dominante. Asumir un puesto ejecutivo u obtener el control de una legislatura burguesa o un ayuntamiento municipal burgués exige tomar responsabilidad por la administración de la maquinaria del estado capitalista. Como explicamos en Spartacist (Edición en español) No. 36 (noviembre de 2009), el postularse para puestos ejecutivos legitima las concepciones reformistas dominantes respecto al estado. El resto de la izquierda rechaza el entendimiento leninista del estado y no sólo se postula para puestos ejecutivos, sino que una parte integral de su perspectiva consiste en asumirlos.

Aunque predeciblemente Altamira quedó lejos de ganar la presidencia, el éxito electoral de los seudotrotskistas argentinos al nivel parlamentario subraya la importancia inmediata de nuestra posición respecto a los puestos ejecutivos: el FIT bien podría obtener mayoría en algún municipio o algo parecido, y ponerse al frente tanto del aparato represivo estatal local como de las cloacas.

Bolchevismo vs. cretinismo parlamentario

La esencia de la democracia burguesa —de la cual el parlamento es una institución clave— consiste en decidir cada cierto número de años qué miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar a los pobres. La democracia burguesa es la democracia para los ricos, un maquillaje para la dictadura del capital (ver “Por qué rechazamos la consigna por una ‘asamblea constituyente’”, Spartacist [Edición en español] No. 38, diciembre de 2013). Al tiempo que defendemos los derechos democráticos bajo el capitalismo hoy, los espartaquistas luchamos por construir un partido obrero capaz de llevar a cabo la revolución socialista, el único medio para remplazar el parlamentarismo burgués con la democracia obrera soviética. Los soviets —o consejos— de obreros y campesinos son corporaciones de trabajo, legislativas y ejecutivas a la vez, que representan “un nuevo tipo de estado, un tipo nuevo y superior de democracia; una forma de la dictadura del proletariado, el medio de gobernar el estado sin la burguesía y contra la burguesía (Lenin, “Carta a los obreros norteamericanos”, 1918).

En el camino a ese fin, los comunistas podemos participar, como opositores, en los parlamentos y otros cuerpos legislativos como tribunos revolucionarios de la clase obrera. Pero para los bolcheviques el trabajo en el parlamento es una cuestión táctica, un punto de apoyo secundario de la acción revolucionaria para impulsar el desarrollo de la conciencia de la clase obrera. Las “Tesis sobre el Partido Comunista y el parlamentarismo” del II Congreso de la Internacional Comunista (1920) explican que para los comunistas, “el parlamento no puede ser actualmente, en ningún caso, el teatro de una lucha por reformas y por el mejoramiento de la situación de la clase obrera, como sucedió en ciertos momentos en la época anterior. El centro de gravedad de la vida política actual está definitivamente fuera del marco del parlamento”. Al hacer trabajo en cualquier institución legislativa burguesa, “el partido comunista entra en ella no para dedicarse a una acción orgánica sino para sabotear desde dentro la maquinaria gubernamental y el parlamento”, pues el comunismo, en la lucha por la dictadura del proletariado, “se da como misión la abolición del parlamentarismo”. Las Tesis afirman también que “los partidos comunistas deben renunciar al viejo hábito socialdemócrata de hacer elegir exclusivamente a parlamentarios ‘experimentados’ y sobre todo a abogados. En general, los candidatos serán elegidos entre los obreros”.

Éste fue el entendimiento que guió nuestras campañas electorales en EE.UU. en los años 70 y 80. (En 1985 postulamos a Marjorie Stamberg para la alcaldía de Nueva York. Dado nuestro entendimiento de entonces, aquél no fue un acto aprincipista, sino una campaña llevada a cabo de acuerdo con lo que considerábamos una práctica comunista correcta. A la luz de nuestro entendimiento actual, postularse para un puesto ejecutivo está fuera de la cuestión; no es una cuestión de táctica, sino de principio.) Aquellas campañas se centraban en consignas revolucionarias tajantes, como “¡Romper con los demócratas—por un partido obrero para luchar por un gobierno obrero!”; “¡Terminar la Guerra Civil! ¡Liberación de los negros mediante la revolución socialista!”; “¡Somos el partido de la Revolución Rusa!”; “¡Defender las conquistas de la Revolución de Octubre!” o, una de nuestras favoritas, “¡El Ku Klux Klan no marcha en Moscú!”. Eso le pondría los pelos de punta no sólo a cualquier miembro del Partido Demócrata, sino a cualquier morenista.

Siguiendo los lineamientos del II Congreso de la Comintern, exigimos de nuestra candidata en 1978 una renuncia a su puesto parlamentario, firmada y sin fecha, para que el Comité Central de la SL la pudiera invocar en cualquier momento. Reprodujimos esta carta en Workers Vanguard No. 217 (20 de octubre de 1978) como parte de un artículo que explicaba: “No estás votando por un individuo sujeto a una miríada de presiones, sino por un partido que se mantendrá o caerá sobre la base de su programa”.

Dictadura proletaria vs. “república democrática”

Para discutir el trabajo bolchevique en la duma zarista a principios del siglo XX, es necesario clarificar las distintas concepciones de la venidera revolución rusa que tenían tanto los mencheviques como Lenin y Trotsky. Señalando el atraso del país, los mencheviques insistían en que la clase obrera no podía ser sino un apéndice de la burguesía liberal, la cual supuestamente procuraba establecer una república democrática. Por su parte, antes de 1917 Lenin mantenía la perspectiva de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”; Lenin aceptaba que la lucha por la libertad política y la república democrática en Rusia era una etapa necesaria que no minaría “la dominación de la burguesía” (Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, 1905). Pero, crucialmente, Lenin no tenía ilusiones sobre el supuesto carácter “progresista” de la burguesía rusa, y descartaba categóricamente que ésta pudiera consumar su propia revolución. Para él, la fórmula de la dictadura revolucionaria democrática retuvo un carácter algebraico. Sus lineamientos para una dictadura revolucionaria conjunta no eran los términos para una época de la paz de clases, sino los planes de batalla para un episodio de la guerra de clases que se extendía a la arena internacional. La destrucción del gendarme Romanov inspiraría a los obreros de Europa a tomar el poder estatal. Entonces apoyarían al proletariado ruso a hacer lo mismo.

Como sabemos, la historia habría de demostrar mediante la Revolución de Octubre que las tareas que Lenin atribuía a la dictadura democrática sólo podría cumplirlas la dictadura del proletariado apoyada en el campesinado —la esencia de la concepción trotskista, la revolución permanente—, mientras que la fórmula de la dictadura democrática sería usada por otros para justificar su apoyo al Gobierno Provisional burgués en 1917. En los países de desarrollo capitalista atrasado (como lo era Rusia entonces, y lo son los países latinoamericanos hoy), las aspiraciones de los trabajadores a los derechos democráticos y nacionales y a la emancipación social sólo pueden realizarse mediante la revolución proletaria y su extensión a los centros del imperialismo mundial.

Con sus célebres “Tesis de abril” de 1917, Lenin abandonó la vieja consigna bolchevique y adoptó, en los hechos, el programa de Trotsky de la revolución permanente.

Los bolcheviques en la duma zarista

En su libro The Bolsheviks in the Tsarist Duma (Los bolcheviques en la duma zarista, 1929), A. Bádaiev, antiguo diputado bolchevique, explica que “los bolcheviques consideraban la campaña electoral para la Duma Estatal [de 1912] como una oportunidad para la agitación y la propaganda amplias y como un medio de organizar a las masas”. En consecuencia con la perspectiva de Lenin de ese entonces, las consignas principales del partido bolchevique en las elecciones a la duma eran: 1) la república democrática, 2) la jornada de ocho horas y 3) la confiscación de los latifundios. Bádaiev explica:

“Estas tres consignas básicas del Partido Bolchevique, posteriormente conocidas como las ‘tres ballenas’, formulaban las reivindicaciones elementales de los obreros y los campesinos rusos. La consigna por una ‘república democrática’ planteaba directamente la cuestión del derrocamiento del zarismo, aunque el zarismo se ocultara tras una duma castrada; esta consigna exponía las ‘ilusiones constitucionales’ y mostraba a la clase obrera que las reformas aprobadas por la Duma Estatal no los ayudarían en lo más mínimo, y que no había posibilidad de mejorar su suerte bajo la forma de gobierno existente...

“El resto del programa mínimo estaba ligado a estas tres reivindicaciones básicas, es decir, los bolcheviques enfatizaban que sólo se podría llevar a cabo una vez que las reivindicaciones básicas del movimiento revolucionario se hubieren realizado”.

Bádaiev recuenta también que la fracción bolchevique en la duma zarista sentía presión de los obreros, que les preguntaban dónde estaban las leyes que presentaban. En una ocasión le preguntó a Lenin qué tipo de leyes debían, pues, proponer. “Lenin respondió con su risa usual”:

“La tarea de un diputado obrero es recordar a las Centurias Negras [pogromistas], día tras día, que la clase obrera es fuerte y poderosa, y que no está lejano el día cuando la revolución habrá de irrumpir y barrer con las Centurias Negras y su gobierno”.

¿Cuál era el programa electoral de los mencheviques? Su programa, dice Bádaiev, “consistía precisamente en esas demandas secundarias que los bolcheviques impulsaban sólo en asociación con las consignas revolucionarias principales. La plataforma menchevique presentaba las tres consignas básicas de los bolcheviques en una forma diluida. En lugar de una ‘república democrática’ exigían la ‘soberanía de los representantes populares’; en lugar de ‘la confiscación de los latifundios’ pedían vagamente una ‘revisión de la legislación agraria’, etc.”.

Mencheviques peronistas

Hoy día, las campañas electorales y el trabajo parlamentario del FIT siguen la huella de los mencheviques paso a paso; procuran conducir a la clase obrera, en los hechos, a actuar como apéndice de la burguesía tras el espejismo de una “república democrática” —definitivamente desmentido por la historia en el curso del año 1917—, al tiempo que mantienen la vieja división entre el programa mínimo, que refleja su práctica reformista, y el programa máximo (a lo más, fraseología vacua para discursos dominicales).

Por supuesto, estos seudotrotskistas juzgan electoralmente contraproducente cualquier referencia al bolchevismo o a la Revolución de Octubre; de hecho, en la medida en que su “Declaración programática” menciona la palabra “revolución” es para ensalzar el mito de la “revolución árabe”, un término aclasista vacío diseñado para ponerse a la cola del nacionalismo árabe y de fuerzas islámicas reaccionarias.

A modo de cobertura “radical”, la propaganda electoral cotidiana del FIT está salpicada de llamados por el “control obrero” —sin ningún vínculo con la necesidad del derrocamiento del capitalismo—. Pero si la seudoizquierda en general hace de esta consigna un fetiche, el FIT y sus componentes la llevan a un nivel simplemente ridículo al exigir el “control obrero” de prácticamente todo: desde la minería y la industria energética hasta los trenes, el subterráneo de Buenos Aires, la administración de la seguridad social, la banca, las obras públicas, las cloacas (¡literalmente!), las licitaciones y contratos del estado, etc. La lógica de todo esto es impulsar el engaño de que la clase obrera controlará la economía entera no mediante la revolución socialista, sino bajo el capitalismo, presumiblemente mediante los buenos servicios del impotente parlamento burgués —un instrumento de opresión de los proletarios por la burguesía que nunca resuelve las cuestiones más importantes dentro de la democracia burguesa: las resuelven la bolsa y los bancos—.

El nacionalismo burgués peronista ha sido históricamente una de las principales ataduras ideológicas para mantener a la clase obrera encadenada a la burguesía. Sin embargo, ausente de la propaganda electoral cotidiana del FIT está cualquier llamado explícito a romper con el peronismo o con su encarnación actual, Cristina Fernández, o cualquier llamado por la construcción de un partido de vanguardia leninista-trotskista —tales consignas son demasiado programáticas, concretas y radicales para estos invertebrados—. En cambio, a la par con su “Declaración programática” el FIT impulsa otra colección ultrarreformista de “reivindicaciones urgentes” (“Manifiesto político-electoral” del FIT, septiembre de 2013) como “impuesto extraordinario a los grandes capitales” —haciendo caso omiso del hecho de que tales impuestos normalmente acaban adjudicándose a los consumidores mediante el simple aumento de precios—.

El reformismo formal del FIT: ¿“Desmantelamiento de las fuerzas represivas” burguesas?

El entendimiento del estado es una cuestión clave que separa al marxismo del reformismo. El estado capitalista consiste, en su núcleo, en destacamentos de hombres armados que mantienen el dominio de la burguesía. El ejército, la policía, los tribunales y las cárceles constituyen los verdaderos pilares del estado burgués. El ABC del marxismo es el entendimiento de que este estado no puede ser reformado para servir a los intereses de la clase obrera y los oprimidos, sino que debe ser destruido mediante la revolución socialista y remplazado por un estado obrero que defienda los intereses del proletariado como nueva clase dominante —ésta es, en esencia, la tarea fundamental de la revolución proletaria—.

Los oportunistas, en cambio, impulsan ilusiones en la reforma democrática del estado capitalista: el FIT llama por “la elección popular de los jueces y fiscales” —¡quizá el honorable Altamira quiera postularse!—. Los jueces, fiscales y demás administradores de la “justicia” burguesa son los encargados directos de esgrimir la represión estatal contra los pobres, los obreros y los oprimidos. El que los carceleros y verdugos de la burguesía sean elegidos “para que rindan cuentas” —como dice conmovedoramente el PO— no cambiará nada la naturaleza del estado ni la brutalidad policiaca. En la mayor parte de EE.UU., por ejemplo, los sheriffs (alguaciles) obtienen su puesto mediante “elección popular”. Por citar un caso, el infame sheriff Joe Arpaio de Maricopa, Arizona, ha sido reelegido seis veces; ¡que los diputados del FIT vayan a contarle a los inmigrantes indocumentados de las bendiciones de la “elección popular” de los represores burgueses!

En diciembre de 2013 hubo un motín policiaco en la Argentina con la demanda de aumento salarial. Ante ello, el FIT publicó un “Comunicado” (13 de diciembre) en el que se pronuncia por el “desmantelamiento de las fuerzas represivas” del estado capitalista —una consigna recurrente del PTS y el PO—, omitiendo clarificar quién o cómo habrá de “desmantelarlas”. De este modo, sugiere que el estado burgués va a “desmantelarse” a sí mismo mediante la legislación o ante la presión extraparlamentaria. Ésta es una ilusión reformista suicida: ninguna clase poseedora en la historia ha cedido jamás su posición dominante sin una lucha a muerte.

El reformismo del FIT en los hechos: Reforzando el aparato represivo burgués

Igual que su “Declaración programática”, el “Comunicado” del FIT sobre el motín policiaco es un fraude. De entrada, salta a la vista que, aunque se refiere a la policía correctamente como una “fuerza de choque presta para enfrentar a los trabajadores”, no hay ninguna denuncia inequívoca del motín policial. Al contrario, el comunicado se desvía del tema para hablar de la inflación, que “pulveriza el salario de los trabajadores”, y así lanzar la exigencia de aumento salarial “para todos los trabajadores sin distinción” (énfasis añadido) —¡el FIT incluye a los policías entre los “trabajadores”!—. El hecho es que tanto el PO como IS consideran que los policías son “trabajadores” uniformados; la demanda del FIT por aumento salarial para los policías viene directamente de un comunicado publicado por el PO con anterioridad (11 de diciembre) y titulado más explícitamente “Ante la crisis política, inflacionaria y policial: Salario mínimo de $8.000 para todos los trabajadores; 82% móvil”. IS es aún más abierta en su defensa de la policía contra el repudio popular:

“Muchos trabajadores y jóvenes se preguntan si es legítimo y correcto apoyar el derecho a que la base policial y sus cuadros medios reclamen salarios contra el gobierno patronal de turno o puedan sindicalizarse. Izquierda Socialista contesta afirmativamente a ambos interrogantes”.

El Socialista No. 259, 13 de diciembre de 2013

El PTS de hecho “polemizó” contra sus compañeros de bloque, acusándolos pusilánimemente de caer “en una posición sindicalista” (“La izquierda y el motín policial”, 12 de diciembre), ¡y procedió a firmar una declaración con la posición rastrera de sus aliados! La posición del PO, de IS y del FIT sobre la policía no tiene nada que ver con el sindicalismo. Los policías no son “trabajadores” uniformados, sino el puño armado del estado burgués. Apoyar los reclamos de la policía —incluyendo por sindicalizarse— significa apoyar llamados por mayor presupuesto para reprimir a la población trabajadora, por mejores armas, más municiones y todos los medios necesarios para sostener más eficazmente el dominio de la clase capitalista.

¿Y qué hacen los diputados del FIT respecto al estado? Un artículo del PO grotescamente titulado “Quince días que agitaron Mendoza” (22 de mayo) se jacta de la labor de sus parlamentaristas:

“Aprovechamos el debate para presentar un proyecto que crea el cuarto turno en el Poder Judicial y reduce la labor a seis horas —lo cual sí es una contribución a una mayor rapidez y, por sobre todo, transparencia de los procesos judiciales”.

Lejos de promover su patraña reformista de “desmantelar” los cuerpos represivos, ¡el PO se ofrece ante la burguesía como el mejor administrador de su aparato estatal!

Por su parte, el PTS defiende y exige la aplicación de legislación draconiana contra la prostitución y presenta en los hechos al estado burgués como el defensor de las mujeres y las prostitutas —ésa es la lógica del feminismo burgués—. En agosto pasado, su diputada y dirigente de la organización feminista Pan y Rosas presentó un proyecto de “Ley de Adhesión de la Provincia de Mendoza a la Ley Nacional 26.842 sobre Prevención y Sanción de la Trata de Personas”. Entre otras cosas, dicha ley nacional iguala la prostitución con la esclavitud y aplica una condena de cuatro a seis años de prisión al que “promoviere o facilitare la prostitución”, “aunque mediare el consentimiento de la víctima”.

La prostitución forzada, la violación y los ataques sexuales brutales son verdaderos crímenes. Sin embargo, nos oponemos a los intentos del estado —y de los diputados del FIT— de equiparar la “esclavitud sexual” y la “prostitución forzada” con la prostitución misma, así como de retratar cualquier intercambio de dinero por sexo como esclavitud potencial. La prostitución es muy a menudo degradante y explotadora, pero la criminalización simplemente hace que las prostitutas se tengan que refugiar en un medio lumpen en el cual no tienen acceso a servicios médicos y en donde quedan mucho más vulnerables a los crímenes de pandillas y la violencia de los proxenetas. Los marxistas advertimos que toda intervención del estado capitalista incrementa directamente la miseria de todos los involucrados y funciona como un pretexto para incitar a los policías y los tribunales a ir tras los inmigrantes, las mujeres y la sexualidad misma. (Para un análisis más completo de este tema, ver, por ejemplo, “Cruzada de los EE.UU. y la ONU contra el ‘tráfico sexual’”, Spartacist [Edición en español] No. 33, enero de 2005.)

¡Por un partido leninista-trotskista!

El régimen burgués argentino utiliza la retórica “antiimperialista” nacionalista y la nostalgia popular por el gobierno nacional-corporativista del general Juan Domingo Perón (especialmente a finales de los años 40 y principios de los 50) para mantener bajo su control a las masas trabajadoras. La oposición intransigente al nacionalismo burgués peronista, el cual ha llevado una y otra vez al desastre a los obreros y oprimidos argentinos, es crucial para romper estas ataduras. Pero desde el apoyo a las aventuras militares supuestamente “antiimperialistas” en las Malvinas/Falklands (ver Espartaco No. 35, junio de 2012) hasta su apoyo electoral a caudillos populistas como Evo Morales, la oposición al nacionalismo burgués es la última cosa que ofrecen los grupos seudotrotskistas que pueblan la izquierda argentina.

La necesidad candente hoy en día en Argentina es el forjamiento de un partido leninista-trotskista auténtico. Sólo un programa de internacionalismo revolucionario puede ofrecer un camino hacia delante a la clase obrera argentina. Los obreros y las masas oprimidas a través de América Latina deben ser ganados a los principios y el programa del internacionalismo proletario como fue representado por Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Ésta es la perspectiva de la LCI: reforjar la IV Internacional, partido mundial de la revolución socialista.