Espartaco No. 41

Junio de 2014

 

Venezuela: Imperialismo estadounidense alimenta protestas derechistas

¡Romper con el chavismo!¡Por un partido obrero revolucionario!

Editado de Workers Vanguard No. 1043 (4 de abril).

Por casi ocho semanas, estudiantes y manifestantes de clase media han estado levantando barricadas en los vecindarios acomodados de Caracas y otras ciudades venezolanas exigiendo la salida del presidente Nicolás Maduro. Si bien desprecian a las masas oprimidas del país y desvarían sobre una supuesta infiltración cubana en el gobierno, los manifestantes también han intentado aprovecharse de quejas populares muy reales, como la escasez de bienes —por ejemplo, el aceite para cocinar, la harina y el papel de baño—, la inflación ascendente y las altas tasas de criminalidad. El gobierno ha convocado a la Guardia Nacional contra las protestas, pero de acuerdo a varios informes, los propios manifestantes son responsables de muchas de las casi 40 muertes. También hay rumores acerca de un intento de golpe de estado, lo que el 24 de marzo llevó al arresto de tres generales de la fuerza aérea.

Los imperialistas estadounidenses, que respaldan a la oposición derechista, así como sus voceros en los medios, han hecho un gran escándalo en torno a la represión gubernamental en Venezuela. El 4 de marzo, la Cámara de Representantes estadounidense pasó una resolución condenando al gobierno de Maduro por 393 votos contra uno. El mes pasado, el secretario de estado John Kerry amenazó con sanciones contra Venezuela y denunció a Maduro por llevar a cabo “una campaña de terror contra su propio pueblo”. (En realidad, el secretario de estado estadounidense es el verdadero experto en dirigir “campañas de terror” contra poblaciones civiles.) Los congresistas gusanos de Florida ya están salivando ante la posibilidad de derrocar a Maduro y detener los 100 mil barriles de petróleo que Venezuela envía a Cuba diariamente, en parte a cambio de los servicios de 30 mil médicos y demás personal cubano.

Entre las figuras dirigentes de la protesta se cuentan los políticos de la oposición neoliberal María Corina Machado, a quien hace poco se le retiró la inmunidad parlamentaria, y el ahora preso Leopoldo López. Machado, congresista por un distrito pudiente, a quien se le conoce como “la dama de hierro venezolana” por sus ideas conservadoras, recibió en 2005 un homenaje de George W. Bush en la Casa Blanca por sus intentos de minar el régimen del predecesor de Maduro, Hugo Chávez. El grupo que ella ayudó a fundar, Súmate, ha recibido dinero del National Endowment for Democracy (Fundación Nacional para la Democracia, NED), un bien conocido frente de la CIA. López, un egresado de la escuela Kennedy de gobierno de la Universidad de Harvard, tiene la bendición del Inter-American Dialogue, un comité de asesores financiado por ExxonMobil, Chevron y la estadounidense Agencia para el Desarrollo Internacional (AID, por sus siglas en inglés), que también es un conducto de la CIA. Miembro de la oligarquía venezolana, es un descendiente adinerado del nacionalista latinoamericano del siglo XIX, Simón Bolívar.

Desde que Chávez fue electo por primera vez en 1998, los imperialistas estadounidenses han buscado colocar en Caracas a alguien más de su gusto. Cientos de millones de dólares en fondos estadounidenses han financiado intentos de minar al gobierno venezolano mediante los programas “humanitarios” de la estadounidense AID y las becas del NED para capacitar activistas políticos y darles “asistencia democrática”. Derrocar al régimen fue la meta del fallido golpe de estado que Estados Unidos respaldó en abril de 2002, de los lockouts capitalistas diseñados para dañar la industria petrolera en el invierno de 2002-03 y de la campaña por deponer a Chávez en 2004. Después de que Maduro fuera electo por un estrecho margen en abril de 2013, los agentes locales de Washington alegaron fraude e intentaron anular los resultados a favor de su candidato.

Varios capitalistas venezolanos hacen sus fortunas como prestanombres de intereses imperialistas. Uno de ellos es Gustavo Cisneros. La familia Cisneros amasó una inmensa fortuna con la distribución de Pepsi en Venezuela, pasando luego a los medios de comunicación y otras industrias. Por haber apoyado el golpe fallido contra Chávez en 2002, la de Cisneros y otras tres estaciones de televisión se ganaron el apodo de “los cuatro jinetes del apocalipsis”.

En la profundamente polarizada sociedad venezolana, los pobres y los trabajadores en su gran mayoría siguen atados al chavismo, el populismo nacionalista de izquierda asociado con el caudillo Chávez y adoptado por Maduro, quien cobró prominencia a la sombra de Chávez. Éste consolidó su apoyo popular denunciando las intervenciones militares del imperialismo estadounidense en el mundo y rechazando sus políticas en América Latina. Usó la riqueza generada por la venta del petróleo para financiar programas sociales, como el subsidio a los alimentos y la mejora de las pensiones y la atención médica (esta última con ayuda de Cuba).

En los primeros doce años de gobierno de Chávez el consumo calórico de la población aumento 50 por ciento y la tasa de pobreza cayó de más del 50 por ciento a menos del 30. También hizo más difíciles los despidos, hizo obligatorias las pensiones a los trabajadores domésticos y alzó continuamente el salario mínimo. A diferencia de la élite tradicional que presume sus raíces europeas mientras exuda desprecio por los pobres, Chávez se jactaba de su herencia como zambo (mezcla de africano e indígena). Cuando Maduro —el vicepresidente de Chávez y su sucesor designado— fue electo presidente por escaso margen tras la muerte de Chávez hace un año, prometió continuar la “Revolución Bolivariana” que éste inició en 1999.

Pese a estar en la mira del imperialismo estadounidense y ser odiado por la capa de la burguesía venezolana más estrechamente asociada a éste, el gobierno que encabeza Maduro, como el de Chávez antes que él, es un gobierno capitalista. El propio Chávez enfatizó repetidamente que su régimen no representaba un riesgo para la propiedad privada. Aunque los marxistas apoyamos que se establezcan programas de bienestar social para los pobres y defendemos [contra los imperialistas] las nacionalizaciones en los países dependientes, estas medidas no alteran de ninguna forma el carácter capitalista de la sociedad, sin importar la cantidad de envoltura “socialista” que se le ponga.

De hecho, el populismo nacionalista chavista ayuda a desviar la lucha social y ata ideológicamente a las masas empobrecidas y a la clase obrera al dominio capitalista. [En ocasiones,] las nacionalizaciones de tierras y compañías privadas —llevadas a cabo en gran medida mediante compras del gobierno— representan un medio por el que los países bajo dominación imperialista pueden alcanzar un grado de independencia económica. Pero lejos de colocar la riqueza productiva de la sociedad en manos de los trabajadores, estas nacionalizaciones le han ayudado a los compinches de Chávez en la llamada boliburguesía (burguesía bolivariana) a llenar sus bolsillos.

La política de Estados Unidos en América Latina ha dejado un sangriento rastro de siglos de intervenciones, dictadores impuestos por el gobierno estadounidense y escuadrones de la muerte. Está en el interés de los trabajadores, tanto de Estados Unidos como de Venezuela, oponerse a todo golpe respaldado por Estados Unidos así como a toda otra forma de intervención imperialista en el país. Al mismo tiempo, apoyar políticamente al chavismo y al régimen de Maduro sólo subordina a la clase obrera venezolana a sus explotadores capitalistas. Por eso, durante el referéndum de 2004 para revocar a Chávez, nosotros argumentamos por la abstención en lugar del no. Como escribimos en “U.S. Imperialism´s Referendum Ploy Fails—Populist Capitalist Ruler Chávez Prevails” (La maniobra del referéndum del imperialismo estadounidense fracasa: El gobernante capitalista populista Chávez triunfa, WV No. 831, 3 de septiembre de 2004):

“La perspectiva inmediata que se plantea con urgencia es no sólo oponerse a las incursiones del imperialismo estadounidense a Venezuela y demás países, sino luchar por romper el apoyo del movimiento obrero tanto a Chávez como a la oposición, y el forjar un partido obrero revolucionario e internacionalista que dirija a la clase obrera al poder. Eso requiere una lucha intransigente contra el nacionalismo en Venezuela, que oscurece las divisiones de clase en el país. Sólo una lucha victoriosa por el poder de la clase obrera, es decir, por la revolución socialista a lo largo de las Américas, puede otorgarle tierra a los que no la tienen y permitir que los obreros del petróleo y el resto del proletariado disfruten de la riqueza que su trabajo produce”.

Populismo nacionalista: Callejón sin salida para los trabajadores

Como Lázaro Cárdenas, que gobernó México en la década de 1930, o el argentino Juan Domingo Perón en la de los 40 y 50, Chávez, un antiguo coronel que en 1992 había intentado en vano un golpe de estado, fue lo que los marxistas llamamos un gobernante bonapartista. El término se aplica a un caudillo, típicamente un (ex)dirigente militar como el original Napoleón Bonaparte, que encabeza un régimen que en un periodo de crisis lo eleva a la posición de “líder de la nación”. Como explicó el revolucionario marxista León Trotsky escribiendo sobre el régimen de Cárdenas que expropió la industria petrolera:

“En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno gira entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capitalismo extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros”.

—“La industria nacionalizada y la administración obrera” (1939)

La reforma populista y la austeridad neoliberal son dos caras del dominio de clase capitalista en los países dependientes, es decir, son las dos políticas alternativas de las que dispone la burguesía nacional, como se ha demostrado en la propia Venezuela. En 1976, el presidente Carlos Andrés Pérez nacionalizó la industria petrolera con compensación. Animado por el aumento de los precios del petróleo, invirtió fuertemente en programas sociales, expandiendo los empleos públicos y mejorando la educación y la atención médica. Pero cuando Pérez fue electo nuevamente en 1989, el mercado petrolero se había derrumbado, así que implementó una austeridad masiva en nombre del Fondo Monetario Internacional.

La principal preocupación de Chávez al llegar al poder en 1998 fue resolver el problema de los tambaleantes réditos petroleros del país, la vida misma de la burguesía venezolana. Inmediatamente procedió a disciplinar al sindicato de obreros petroleros y en general a aumentar la eficiencia de la industria petrolera de propiedad pública, mientras presionaba al cártel petrolero de la OPEP para que hiciera subir los precios. Fue gracias a esos esfuerzos, y en interés de la estabilidad social, que en un principio gran parte de la clase dominante apoyó a Chávez. Eso incluyó de manera prominente a sus antiguos compañeros en el alto mando del ejército, que cumplieron una función clave en restaurarlo en el poder tras el efímero golpe de estado de 2002.

Chávez tuvo suerte: los precios del petróleo se incrementaron de 10.87 dólares por barril en 1998 a 96.13 en 2013. Sin embargo, el precio del petróleo es notoriamente inestable y Estados Unidos, el mayor comprador de petróleo venezolano, ha reducido sus importaciones. Los programas de bienestar social que Chávez introdujo no pueden sostenerse a largo plazo bajo el capitalismo. Con su productividad en declive arrastrando consigo a la economía, Venezuela se las ha arreglado para mantenerse a flote gracias en buena medida a los miles de millones de dólares que el estado obrero deformado chino le ha prestado a cambio de petróleo.

Gran parte de la clase capitalista venezolana se enriqueció desviando la riqueza petrolera del país. El que Chávez invirtiera estas remesas en reformas sociales enfureció a elementos de la burguesía que por mucho tiempo habían considerado este dinero como su caja personal. Cuando Chávez implementó controles a los precios y las divisas y llevó a cabo nacionalizaciones, la división se profundizó. Desde que Chávez llegó al poder, cerca de un millón de venezolanos ricos y clasemedieros han abandonado el país. Muchos han enviado su dinero al extranjero, incluyendo a Miami, el nido de víboras de los exiliados anticomunistas cubanos. En respuesta, el gobierno instituyó más controles de precios y divisas, lo que dificultó que las compañías privadas obtuvieran capital, endureciendo la oposición al gobierno. Como resultado, muchos capitalistas manufactureros, como los de la industria automotriz, han cerrado sus fábricas, aumentando la dependencia de Venezuela de los bienes importados.

Para aumentar sus ganancias, muchas tiendas privadas se han negado a vender sus productos a las tasas oficiales del gobierno, insistiendo en cobrar precios más altos. Los especuladores exportan ilegalmente a Colombia los productos básicos que el gobierno subsidia para venderlos más caros. Se reporta que el acaparamiento es extendido. La “solución de mercado” tradicional, es decir, relajar los controles de precios y divisas así como los subsidios que introdujo Chávez, sin duda alentaría a los capitalistas privados a producir y vender más productos. Tal como ocurre en Colombia y otros países latinoamericanos, semejantes medidas serían benéficas para los libros contables de los capitalistas, pero desastrosas para todos los demás.

En la Venezuela actual, los pobres no pasan hambre, pero la escasez de productos básicos ha hecho sus condiciones más miserables. Mientras la riqueza productiva de la sociedad permanezca en manos privadas, la producción estará guiada por aquello que aumente la ganancia capitalista. Las masas seguirán sujetas a la explotación y la opresión y el desarrollo económico seguirá subordinado a los mandatos del mercado mundial dominado por el imperialismo. El sufrimiento de los pobres urbanos y rurales no podrá encontrar un remedio permanente sin el aplastamiento del estado burgués y el derrocamiento del orden social capitalista. La perspectiva de la Liga Comunista Internacional es una serie de revoluciones obreras a lo largo del globo, que pavimenten el camino a una economía colectivizada e internacionalmente planificada y a la consecuente expansión de las fuerzas productivas de la sociedad de acuerdo con las necesidades humanas.

Apologistas de izquierda del chavismo

La mayoría de las organizaciones que se describen como socialistas se apresuraron a apoyar la “Revolución Bolivariana” de Hugo Chávez y siguen actuando como el departamento de publicidad izquierdista de Maduro. Alan Woods, que dirige la Corriente Marxista Internacional (CMI) destaca entre estos especímenes, jactándose de ser un asesor “trotskista”, primero de Chávez y ahora de Maduro. El artículo de Woods del 5 de marzo “¡Hay que cumplir con el legado de Hugo Chávez!” (laizquierdasocialista.org) alaba a las masas trabajadoras que “han salvado la Revolución y la han empujado hacia delante” y les insta a que sean firmes con los “reformistas” y los “burócratas” del gobierno en Caracas.

En su declaración “Hugo Chávez ha muerto—¡La lucha por el socialismo vive!” (6 de marzo de 2013), la CMI explica: “Hugo Chávez ha muerto antes de poder completar la enorme tarea que se había comprometido a cumplir: la revolución socialista en Venezuela. Ahora depende de la clase obrera y el campesinado —la auténtica fuerza motriz de la revolución bolivariana— el completar esta tarea”. Luego implora: “debemos asegurarnos que el próximo gobierno aplique una política socialista”.

La CMI querría que las masas obreras sirvieran de infantería para promover la posición de Maduro, ayudando así a consolidar el dominio capitalista. Glorificar al antiguo coronel del ejército y a su acólito, que han estado administrando el represivo estado burgués venezolano por los últimos 16 años, desarma a los obreros y los ata a un ala de la clase dominante de Venezuela. La única defensa confiable contra el empobrecimiento capitalista, ya sea impuesto por la oposición derechista o por el gobierno de Maduro, es la lucha independiente de la clase obrera. Y la lucha por el socialismo sólo puede avanzar si el proletariado lucha bajo su propia bandera. El socialismo no resultará de la “Revolución Bolivariana” que no hace nada para desafiar la propiedad capitalista, sino de una revolución obrera que barra el aparato estatal burgués y expropie la propiedad capitalista.

La CMI ve en la “Revolución Bolivariana” una repetición de la Revolución Cubana. Como lo puso el vocero de la CMI Jorge Martín: “Esta dinámica de acción y reacción de la revolución venezolana nos recuerda fuertemente a los primeros años de la revolución cubana”. Esa comparación, sin embargo, no tiene ninguna base en la realidad.

Cuando las fuerzas de Castro entraron en La Habana el 1° de enero de 1959, culminando varios años de guerra de guerrillas, el ejército burgués y el resto del aparato del estado capitalista, que habían sostenido la dictadura de Batista respaldada por Estados Unidos, colapsaron en desorden. Al principio, los heterogéneos rebeldes pequeñoburgueses no estaban comprometidos más que con un programa de reformas democráticas radicales, pero, bajo la presión del imperialismo estadounidense, empezaron las nacionalizaciones. Para el momento en que Castro declaró a Cuba “socialista” en 1961, la burguesía cubana, los imperialistas estadounidenses y sus sicarios de la CIA y de la mafia ya habían huido y la propiedad capitalista había sido expropiada. Muy al contrario de lo que ocurrió en Venezuela, donde la burguesía está intacta como clase, lo que se estableció en Cuba en 1960-61 fue un estado obrero deformado: una sociedad en la que la propiedad privada fue colectivizada, pero es una casta burocrática parasitaria, y no la clase obrera, la que tiene el poder político.

El hecho de que un movimiento guerrillero pequeñoburgués pudiera derrocar el dominio capitalista se debió a circunstancias históricamente excepcionales: la ausencia de la clase obrera como contendiente por el poder por derecho propio, el cerco hostil del imperialismo y la huida de la burguesía nacional, y el salvavidas que arrojó la Unión Soviética. El propio estado obrero cubano tuvo como modelo a la Unión Soviética tras su degeneración burocrática a manos de los usurpadores estalinistas que inició en 1923-24. Como lo hicimos con el estado obrero degenerado soviético antes de su destrucción, llamamos por la defensa militar incondicional de Cuba y por una revolución política obrera que derroque a la casta burocrática gobernante.

En Cuba la burocracia castrista abraza el dogma estalinista del “socialismo en un solo país”. De este modo, niega la necesidad de la revolución proletaria internacionalmente, no sólo en el resto de América Latina, sino particularmente en el mundo capitalista avanzado. Minando aún más la defensa de Cuba, la burocracia se ha acomodado a todo tipo de regímenes capitalistas antiobreros, dándoles una cobertura “revolucionaria”. Mientras tanto, diversas “reformas de mercado” adoptadas en respuesta a los severos problemas económicos postsoviéticos de Cuba han provocado una desigualdad creciente (ver “Cuba: Crisis económica y ‘reformas de mercado’”, Espartaco No. 34, otoño de 2011).

En aquellos países, como Venezuela, donde el capitalismo surgió tardíamente, las burguesías son demasiado débiles, le temen demasiado al proletariado y dependen demasiado del mercado mundial —dominado por Estados Unidos, Europa y Japón— como para romper las cadenas de la subyugación imperialista y resolver la pobreza de las masas y otros problemas sociales candentes. El único camino hacia delante, como lo puso Trotsky en La revolución permanente (1930), es la lucha por “la dictadura del proletariado, empuñando éste el Poder, como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas”. La dictadura del proletariado pondría en el orden del día no sólo las tareas democráticas, sino también las socialistas, como la colectivización de la economía, dándole un poderoso impulso a la revolución socialista internacional. Sólo la victoria del proletariado en el mundo capitalista avanzado impediría definitivamente la restauración burguesa y aseguraría la posibilidad de concluir la construcción socialista.

Es tarea de los marxistas romper las ilusiones en populistas burgueses como Chávez para forjar partidos revolucionarios de la clase obrera. Como escribimos en “Venezuela: Nacionalismo populista vs. revolución proletaria” (Espartaco No. 25, primavera de 2006):

“La historia tiene reservado un severo veredicto para aquellos ‘izquierdistas’ que promueven a uno u otro caudillo capitalista con retórica izquierdista. El camino hacia delante para los oprimidos de todas las Américas no está en pintar a los hombres fuertes nacionalistas como revolucionarios, ni a las incursiones populistas como revoluciones. Está, por el contrario, en la construcción de secciones nacionales de una IV Internacional reforjada en el espíritu de una hostilidad revolucionaria intransigente a todas y cada una de las formas del dominio capitalista”.

Al sur del Río Bravo, estos partidos tendrán que construirse en una lucha política contra las extendidas ilusiones en el populismo y el nacionalismo. En Estados Unidos, un partido obrero revolucionario tendrá que construirse en la lucha por arrancar al proletariado del capitalista Partido Demócrata y por movilizarlo en solidaridad con todos aquellos oprimidos y explotados por el imperialismo estadounidense alrededor del mundo.