Espartaco No. 41

Junio de 2014

 

Los obreros deben barrer con los principitos y líderes del PCCh

Por qué China no es capitalista

China: cáncer burocrático carcome al estado obrero

Traducido de Workers Vanguard No. 1047 (30 de mayo).

El pasado noviembre, Zhou Yongkang, antiguo miembro del Buró Político del Partido Comunista Chino (PCCh), fue puesto bajo arresto domiciliario como parte de una investigación por corrupción. Como dirigente del aparato de seguridad chino, antes de su retiro Zhou supervisaba un departamento gubernamental con un presupuesto enorme. Después de que a su familia y asociados se les confiscaran bienes con valor de 14 mil 500 millones de dólares, el New Yorker (2 de abril) observó: “los servidores públicos chinos y sus asociados han acumulado una reserva mayor que todo el producto interno bruto de Albania”.

El 31 de marzo, el teniente general Gu Junshan, quien previamente fuera jefe adjunto del Departamento General de Logística del Ejército de Liberación Popular, fue indiciado por soborno, peculado y abuso de poder. Gu ha sido acusado de usar su control sobre la distribución de contratos de vivienda, infraestructura y suministros para las fuerzas armadas de China —que cuentan con 2.3 millones de efectivos— para hacer para sí y para su familia una fortuna, que incluye bienes raíces, obras de arte y artículos de lujo como una estatua de oro puro del presidente Mao, fundador de la República Popular China.

El 19 de abril, Song Lin, director de Recursos de China, fue cesado por acusaciones de haber malversado mil 600 millones de dólares en fondos, aceptado sobornos y haber lavado dinero a través de su amante, una de las banqueras de inversiones de alto rango de la oficina en Hong Kong del banco suizo UBS. Recursos de China es una de las mayores empresas estatales del país, con bienes que valen más de 120 mil millones de dólares.

Éstos son sólo unos cuantos ejemplos escogidos de la corrupción masiva que tiene lugar en la cima del estado obrero que se estableció con la Revolución China de 1949. Mientras los altos burócratas del PCCh siguen enriqueciéndose, muchos de sus descendientes han convertido su posición social privilegiada en lugares entre la élite empresarial. En una investigación sobre los descendientes de los altos funcionarios del PCCh en 2012, Bloomberg News rastreó las fortunas de 103 herederos de los “Ocho Inmortales” del PCCh que llegaron al poder político en el periodo que siguió a la muerte de Mao en 1976. De estos “principitos”, 43 se han vuelto capitalistas en el espacio que abrieron las “reformas de mercado” del régimen, obteniendo la propiedad privada de fábricas, firmas de inversión y proyectos inmobiliarios. Algunos lanzaron empresas conjuntas con compañías extranjeras; otros aceptaron puestos ejecutivos en bancos de inversión extranjeros.

Bloomberg señala que “el estilo de vida de algunos miembros de la tercera generación sigue al de la clase acomodada global, la gente con la que estudiaron en internados suizos, británicos y estadounidenses” (“Heirs of Mao’s Comrades Rise as New Capitalist Nobility” [Herederos de los camaradas de Mao surgen como nueva nobleza capitalista], 26 de diciembre de 2012). Tras haberse codeado en las escuelas y universidades de élite con los descendientes de gobernantes capitalistas de Estados Unidos y Europa, los principitos se posicionaron para servir como intermediarios del imperialismo mundial en China. Esto no le pasó por alto a JPMorgan Chase y otros grandes bancos de inversión estadounidenses, que recibieron algo de mala publicidad en EE.UU. por contratar parientes de funcionarios chinos bien conectados con el fin de abrirse puertas para sus inversiones en la China continental.

El derrocamiento del dominio capitalista en 1949 sentó las bases de una economía planificada y colectivizada que produjo enormes conquistas sociales para las masas obreras y campesinas. Pero esa revolución, llevada a cabo por un ejército guerrillero campesino, estuvo deformada desde su origen por el dominio de la burocracia del PCCh, que tomó como modelo a la Unión Soviética bajo Stalin. Más de seis décadas después, el cáncer burocrático carcome cada vez más el tejido del estado obrero, fomenta una base nacional para la contrarrevolución y mina la defensa de China frente a Estados Unidos, Japón y otras potencias imperialistas.

¡Defender a China! ¡Por la revolución política obrera!

La mayoría de los izquierdistas toman el desarrollo de una clase de empresarios burgueses y de una pequeña burguesía urbana acomodada en la China continental, así como la sempiterna corrupción entre los funcionarios del PCCh, como pruebas de que China ha vuelto al capitalismo. Expresando una pregunta que nuestros camaradas escuchan con frecuencia, un lector de WV nos escribió el año pasado: “Ustedes de la Spartacist League tienen a China por un estado obrero deformado y la consideran como no capitalista. Explíquenme por qué China, un ‘estado socialista’, tiene un índice de Gini tan alto, superior al de decenas de países capitalistas”. Frecuentemente usado por los economistas burgueses, el índice de Gini mide el grado de desigualdad en los ingresos o en los gastos de consumo de países particulares.

China no es una sociedad capitalista. Existe, ciertamente, una incipiente clase capitalista, ligada a los imperialistas por sus intereses económicos y a muchos líderes del PCCh por lazos de sangre. Si bien esta capa plantea un grave peligro potencial de restauración capitalista, no tiene el poder estatal. China sigue siendo un estado obrero burocráticamente deformado similar al antiguo estado obrero degenerado soviético, así como a los actuales Vietnam, Cuba, Corea del Norte y Laos. Todas estas sociedades estuvieron o están basadas en formas de propiedad colectivizadas.

La burocracia estalinista no es una clase —es decir, un estrato social con su propia relación única con los medios de producción— sino una casta parasitaria que ocupa una posición inestable en la cima del estado obrero. En China, muchos funcionarios del PCCh se aprovechan de sus posiciones administrativas, desviando fondos y recibiendo regalos a cambio de favores y funcionando como intermediarios de los imperialistas. Pero hay momentos en que la burocracia se ve obligada a defender al estado obrero a su manera, ya sea con el fin de mantener sus propios privilegios o para prevenir una revuelta de la clase obrera.

El estado controla el comercio exterior y regula los mercados de capital y las divisas, al determinar los créditos de acuerdo a cuotas y no de acuerdo al mercado. El núcleo de la economía sigue colectivizada, pues las empresas estatales controlan el 90 por ciento de los activos en petróleo, electricidad, comunicaciones y otros sectores clave. En cada compañía privada, incluyendo las operaciones de propiedad extranjera, hay una célula del PCCh con la facultad de vetar decisiones. Si bien el gobierno le ha abierto mucho la puerta a la inversión capitalista y a las fuerzas del mercado, mantiene estrictos controles sobre la clase capitalista, que no puede formar partidos políticos y está sometida a una estricta censura. Esto, desde luego, también se aplica a la clase obrera: el PCCh vería su legitimidad desafiada por el desarrollo de todo movimiento obrero fuera de su control.

Pese a su deformación burocrática, el estado obrero chino demuestra la superioridad de la economía colectivizada sobre la producción capitalista por ganancia. En poco tiempo, la Revolución China de 1949 llevó a inmensas conquistas para los obreros, los campesinos, las mujeres y todos los desposeídos. Desde entonces, China ha pasado de ser un país campesino y atrasado a uno mayoritariamente urbano y capaz de poner un vehículo explorador en la Luna. Pese a la gran brecha entre los burócratas ricos y los principitos por un lado y la clase obrera y los campesinos por el otro, más de 600 millones de personas han salido de la pobreza en las últimas tres décadas. Hoy, la población come en promedio seis veces más carne que en 1976 y 100 millones de personas han cambiado la bicicleta por el automóvil. Tras haber acabado con la atención médica garantizada en nombre de las “reformas de mercado”, el régimen ha gastado el equivalente a 180 mil millones de dólares en mejorar la atención médica desde 2009. Ahora, el 99 por ciento de la población rural, incluyendo a los trabajadores migrantes, tiene acceso a un seguro médico básico.

Compárense estas conquistas con la indescriptible miseria y desesperación que definen la vida de cientos de millones de pobres urbanos y rurales en la India: ésa es la respuesta resumida a todos los que se reivindican socialistas y retratan a China como capitalista o en el camino a serlo. También es un argumento poderosamente claro a favor de nuestro programa trotskista de defensa militar incondicional de China y los otros estados obreros deformados frente al imperialismo y la contrarrevolución interna.

Sólo en el último trimestre, mientras el mundo capitalista seguía estancado, la economía china se expandió en un 7.4 por ciento, que se suma a muchos años de notable desarrollo. Sin embargo, el explosivo crecimiento económico de China, por impresionante que sea, no es augurio de un progreso constante hacia el socialismo —una sociedad de abundancia material basada en el nivel más alto de tecnología y recursos—. La modernización y el desarrollo generales de China, incluyendo a sus áreas rurales, exigen la ayuda de la revolución proletaria en los países capitalistas avanzados, que preparará la escena para una economía socialista globalmente integrada y planificada. La burocracia del PCCh, cuyo programa se basa en el dogma estalinista nacionalista de construir el “socialismo en un solo país”, siempre se ha opuesto a esta perspectiva.

Hoy, los voceros del PCCh afirman que China ha avanzado mucho en el camino de convertirse en una “superpotencia” económica global para mediados del siglo XXI. Esta opinión pasa por alto las vulnerabilidades de China en su relación con el mercado capitalista mundial y la implacable hostilidad de las burguesías imperialistas, empezando por la clase dominante estadounidense. Además, ignora la inestabilidad interna de la sociedad china. Con una enorme brecha entre los corruptos funcionarios públicos, los empresarios capitalistas y la pequeña burguesía privilegiada, por un lado, y los cientos de millones de proletarios —de empresas tanto estatales como privadas— y campesinos pobres por el otro, China lleva años experimentando un alto nivel de huelgas y luchas sociales contra las consecuencias del mal gobierno burocrático.

Este fermento señala al potencial de una revolución política proletaria que barra con el régimen estalinista y lo remplace por un gobierno de consejos (soviets) obreros y campesinos. Como escribió en 1938 el líder bolchevique León Trotsky en el Programa de Transición —documento programático fundacional de la IV Internacional— con respecto a la Unión Soviética: “o la burocracia se transforma cada vez más en órgano de la burguesía mundial dentro del Estado obrero, derriba las nuevas formas de propiedad y vuelve el país al capitalismo; o la clase obrera aplasta a la burocracia y abre el camino hacia el socialismo”.

Parásitos y principitos

La burocracia del PCCh está sometida a enormes contradicciones. Aunque resguarda celosamente sus privilegios, no es dueña de los medios de producción ni dispone de los métodos de control social que posee una clase capitalista dominante. Su poder deriva de su monopolio político del aparato gubernamental. La explicación que dio Trotsky de las raíces materiales del régimen estalinista soviético en La revolución traicionada (1936) aplica con toda su fuerza a China:

“La autoridad burocrática tiene como base la pobreza de artículos de consumo y la lucha de todos contra todos que de allí resulta. Cuando hay bastantes mercancías en el almacén, los parroquianos pueden llegar en cualquier momento; cuando hay pocas mercancías, tienen que hacer cola en la puerta. Tan pronto como la cola es demasiado larga se impone la presencia de un agente de policía que mantenga el orden. Tal es el punto de partida de la burocracia soviética. ‘Sabe’ a quién hay que dar y quién debe esperar”.

Observando que la apropiación por parte de la burocracia “de una inmensa parte de la renta nacional es un hecho de parasitismo social”, Trotsky escribió:

“Al desarrollar las fuerzas productivas —al contrario del capitalismo estancado—, ha creado los fundamentos económicos del socialismo. Al llevar hasta el extremo —con su complacencia para los dirigentes— las normas burguesas del reparto, prepara una restauración capitalista. La contradicción entre las formas de la propiedad y las normas de reparto no puede crecer indefinidamente. De manera que las normas burguesas tendrán que extenderse a los medios de producción, o las normas de reparto tendrán que concederse a la propiedad socialista”.

Como ocurría en la URSS de Stalin, si bien los burócratas del PCCh y su progenie de principitos se alimentan de los recursos públicos, se ven limitados por las restricciones legales a la riqueza privada. Ilustrando un aspecto de este fenómeno, el Financial Times (28 de noviembre de 2012) escribió: “El que los derechos de propiedad no se puedan dar por sentados ha hecho que se vuelva un problema la fuga de capital”, incluyendo dinero desviado a paraísos fiscales extranjeros. Otro conducto es canalizar fondos a través de familiares que viven en el exterior. Según un informe interno del Departamento de Organización del PCCh, el 76 por ciento de los altos ejecutivos de las 120 principales compañías estatales chinas tienen familiares inmediatos que viven en el extranjero o tienen pasaportes extranjeros. En una columna del New York Times (11 de mayo), el autor chino Yu Hua informó cómo los funcionarios corruptos tienden a esconder su dinero en lugar de ponerlo en el banco, por miedo a ser descubiertos. Entre los casos famosos está el de uno que escondió 25 millones de yuanes en cajas de seguridad, otro que escondió efectivo en cajas de cartón en el baño de su departamento y un tercero que usó un árbol hueco, una letrina y otros lugares.

De las 500 protestas, disturbios y huelgas que, según se calcula, tienen lugar cada día en China, muchos tienen por detonante la rabia contra funcionarios que lucran haciendo profesión de fe de ideales comunistas. Una de las respuestas del régimen ha sido encubrir el grado en que los recursos del estado obrero se han desviado para beneficio de estos parásitos. En su investigación de 2012, Bloomberg señaló que los controles estatales sobre los medios de comunicación e Internet ayudan a ocultar de la vista los negocios de burócratas y principitos, mientras los documentos oficiales oscurecen a los culpables usando múltiples nombres en mandarín, cantonés e inglés. Como vocero del capital financiero, Bloomberg News sabe bien que esas prácticas no son nada comparadas con el saqueo que llevan a cabo las clases dominantes de los países capitalistas, como hace unos años, cuando cientos de miles de millones de dólares se destinaron a los patrones corporativos de compañías automotrices y bancos en quiebra en EE.UU.

Tras tomar posesión en 2013, el presidente chino Xi Jinping lanzó una campaña para “limpiar a fondo” la corrupción del PCCh. Según la Inspección de la Comisión Central de Disciplina del PCCh, más de 180 mil funcionarios del partido fueron castigados por corrupción y abuso de poder el año pasado, y 31 líderes importantes están siendo investigados. Aquí sin duda las maniobras políticas cumplen un papel: el funcionario purgado Zhou Yongkang es un conocido adversario fraccional de Xi, y en el PCCh hay una tradición que se remonta a Mao de usar campañas anticorrupción para deshacerse de rivales.

El gobierno de Xi también quiere ayudar a estabilizar la sociedad china moderando los despliegues ostentosos de riqueza y privilegios. Su campaña ha incluido un ataque contra el gasto suntuario. En enero se cerraron los clubes exclusivos que operaban en parques públicos de Beijing, Hangzhou, Changsha y Nanjing, con una declaración oficial que afirmaba: “Los edificios deben usarse para darle servicios al público en general, y no a unos pocos privilegiados” (Xinhua, 17 de enero). Se le ha prohibido a los funcionarios ofrecer banquetes ostentosos y los autos de lujo ya no pueden llevar placas militares. Una campaña como ésta sería sencillamente inconcebible en Estados Unidos, donde el “derecho” de la clase dominante capitalista a su riqueza obscena, y a disponer de ella a voluntad, está consagrado en la ley.

Un énfasis particular de la campaña anticorrupción de Xi ha sido el modo en que el desperdicio, el fraude, el nepotismo y la compraventa de grados daña la efectividad militar. Al poco tiempo de tomar posesión, Xi atribuyó en parte el colapso de la Unión Soviética a la pérdida de control de las fuerzas armadas por parte del Kremlin bajo Mijaíl Gorbachov. La limpieza de Xi ha incluido medidas contra el soborno, auditorías y sesiones de crítica; grandes simulacros para mejorar la “disposición a la batalla”; y planes polémicos para reformar la anquilosada y obsoleta estructura del ejército.

Al defender a China, apoyamos el desarrollo de un ejército efectivo y avanzado. Sin embargo, el propio Xi es el dirigente del régimen burocrático que pone en peligro al estado obrero en su utópica búsqueda de una “coexistencia pacífica” con el imperialismo. Los imperialistas no aspiran más que a derrocar la República Popular China y a reconquistar el territorio continental para explotarlo ilimitadamente. Para ello recurren a presiones tanto económicas como militares, como lo ejemplificó el “pivote” asiático del gobierno de Obama y las provocaciones militares de Estados Unidos y Japón en el Mar Meridional de China.

El espectro de Tiananmen

En el momento de su revolución, China era cualitativamente más pobre y atrasada aun que la Rusia zarista cuando los bolcheviques dirigieron una revolución obrera en octubre de 1917. Bajo la dirección de Lenin y Trotsky, los bolcheviques sabían que semejante atraso sólo podría superarse si la revolución se extendía a los países industriales avanzados. Este entendimiento le es completamente ajeno a la perspectiva estalinista del “socialismo en un solo país”, una ideología falsa que la burocracia del PCCh, de Mao Zedong a Xi Jinping, ha compartido.

La desigualdad en China empezó a crecer rápidamente tras la Revolución Cultural de Mao, una amarga lucha intraburocrática lanzada en 1966 que sumió en el caos la vida económica y social del país. Tras haberse beneficiado de la ayuda soviética durante la década que siguió a la Revolución de 1949, China empezó a buscar cada vez más autarquía económica cuando las burocracias china y soviética se enfrentaron. Para principios de los años setenta, Beijing había entablado una alianza traidora con el imperialismo estadounidense contra la Unión Soviética, a la que Mao fustigaba como “socialimperialista”.

Manteniendo sus propios privilegios, la burocracia bajo Mao promovió un modelo de “igualitarismo”, que equivalía a la necesidad generalizada entre las masas, basado en la todavía atrasada base industrial china. Cuando tomaron las riendas tras la muerte de Mao, los Ocho Inmortales, dirigidos por Deng Xiaoping, recurrieron al látigo del mercado para aumentar la productividad económica. Con la invitación a las empresas imperialistas occidentales y japonesas, así como las empresas chinas del exterior, a invertir en sectores designados del territorio continental, la economía se recuperó, pero al costo de una desigualdad muy profundizada y del crecimiento de las fuerzas procapitalistas al interior de China.

Hace 25 años, la ira popular contra la inflación, la corrupción de los funcionarios, el surgimiento de los principitos y el asfixiante control político de la burocracia estalló en protestas masivas centradas en la Plaza Tiananmen en Beijing. En abril de 1989, un grupo de estudiantes de la Universidad de Beijing dejaron en la plaza una corona de flores en honor de Hu Yaobang, quien había muerto poco antes y era considerado relativamente abierto a las protestas estudiantiles y uno de los pocos funcionarios del PCCh que no era corrupto. Para el momento del funeral de Hu una semana después, se había reunido una masiva protesta estudiantil que comenzaba a atraer contingentes obreros. Si bien sectores de los manifestantes estudiantiles deseaban una democracia capitalista estilo occidental, las protestas estuvieron dominadas por el canto de La Internacional —el himno del proletariado internacional— y otras expresiones de conciencia prosocialista. Las protestas se transformaron en un torrente masivo de la clase obrera en contra de la burocracia y los efectos de sus “reformas de mercado”.

Durante casi dos meses, el gobierno fue incapaz de contener las protestas, que se convirtieron en una revolución política incipiente. Los obreros organizaron sus propias guardias de defensa. Incluso la policía se unía a las manifestaciones, un claro reflejo de la diferencia de clase entre un estado obrero y un estado capitalista. La primera unidad del ejército convocada para aplastar las manifestaciones se negó a hacerlo conforme los obreros fraternizaban con los soldados. No sólo los conscriptos, sino también los oficiales de carrera e incluso algunos dirigentes del régimen se pusieron de parte de los manifestantes: un indicio de la naturaleza de la burocracia como una casta frágil. El régimen finalmente encontró unidades leales y las usó para aplastar el levantamiento, con la masacre, especialmente de trabajadores, que tuvo lugar en Beijing los días 3 y 4 de junio. En protesta, estallaron huelgas masivas y el tumulto se extendió al menos a 80 ciudades a lo largo de China.

Lo que faltó decisivamente en mayo-junio de 1989 fue un partido obrero genuinamente comunista —es decir, leninista-trotskista— que luchara por dirigir a los obreros al poder político. Al reconquistar el control, la burocracia no atacó principalmente a los estudiantes, sino al proletariado. A los obreros arrestados se les hizo desfilar por las calles y muchos fueron fusilados.

Corrupción, lucro, represión política, desigualdad: 25 años después, los males que llevaron a estudiantes y obreros a protestar en masa han vuelto con fuerza renovada. Al mismo tiempo, el crecimiento económico ha integrado nuevas capas de la población a la clase obrera. Los migrantes del campo han afluido a los empleos de la industria ligera y manufacturera en áreas urbanas, donde sufren una discriminación sistemática. Mientras tanto, la renovada inversión en la industria estatal ha fortalecido la posición de los obreros de ese sector. Debido a la lucha combativa de los obreros y la escasez de mano de obra, los salarios han aumentado dramáticamente. En una muestra reciente de combatividad obrera, diez mil empleados de la fábrica de calzado Yue Yuen, en la ciudad meridional de Dongguan estallaron una huelga el 14 de abril exigiendo que la compañía taiwanesa pague los montos completos de seguridad social y compensación de vivienda que manda la ley. Tras una combinación de promesas y represión por parte de la compañía y el gobierno, los obreros volvieron al trabajo.

La devastación que trajo consigo la contrarrevolución capitalista en la Unión Soviética y Europa Oriental no le pasó desapercibida al proletariado chino, que tiene el poder y el interés objetivo de barrer con el mal gobierno burocrático. Como escribimos en “Las ‘reformas de mercado’ en China: Un análisis trotskista” (Espartaco No. 27, primavera de 2007):

“En algún punto, probablemente cuando los elementos burgueses de dentro y alrededor de la burocracia se movilicen para eliminar el poder político del PCCh, las múltiples tensiones sociales explosivas de la sociedad china harán estallar en pedazos la estructura política de la casta burocrática gobernante. Y cuando eso pase, el destino del país más poblado de la Tierra será planteado agudamente: ya sea por una revolución política proletaria que abra el camino al socialismo o el regreso a la esclavitud capitalista y la subyugación imperialista”.

La victoria de los obreros en ese conflicto requerirá la dirección de un partido obrero revolucionario, sección china de una IV Internacional reforjada.