Espartaco No. 40

Febrero de 2014

 

Seudotrotskistas en el campo de la contrarrevolución

Histeria sobre el papel de China en África

El siguiente artículo fue traducido de Workers Vanguard No. 987 (30 de septiembre de 2011), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.

En agosto de 2009, la secretaria de Estado de EE.UU. Hillary Clinton visitó Angola para supervisar un importante acuerdo entre el gobierno del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) y el gigante petrolífero estadounidense Chevron. Clinton aprovechó la ocasión para anunciar un incremento en la inversión estadounidense, que se sumó a una promesa anterior de Washington de construir dos plantas hidroeléctricas. Para el MPLA nacionalista burgués angoleño, estos acuerdos señalaron un cambio en la actitud de los imperialistas estadounidenses. Durante casi 30 años tras alcanzar su independencia de Portugal en 1975, Angola estuvo sumida en una guerra civil devastadora. En prácticamente todo ese periodo, EE.UU. proporcionó apoyo militar y financiero a las fuerzas guerrilleras aliadas con la Sudáfrica del apartheid en su guerra reaccionaria para derrocar al MPLA, que a su vez era respaldado por la Unión Soviética y Cuba. Además, los capitalistas estadounidenses habían mostrado poco interés en invertir en Angola, incluso después de que la guerra concluyera oficialmente en 2002.

La cara amigable que mostró Clinton al gobierno del MPLA servía a un claro propósito. En el año anterior a su visita, Angola se convirtió en el principal socio comercial africano de China, actualmente el más poderoso entre los países en los que el capitalismo fue derrocado. Angola, proveedor de casi quince por ciento del petróleo chino, ya ha sobrepasado a Arabia Saudita como principal exportador de petróleo a China. A cambio, Beijing proporciona préstamos con bajas tasas de interés que han sido utilizados para construir hospitales, escuelas, sistemas de riego y carreteras. China ha cerrado acuerdos similares con varios países, desde Sudán y Argelia hasta Zambia y la República Democrática del Congo, que proveen de petróleo y minerales metálicos a las industrias en expansión de la China continental.

Para EE.UU. y las demás potencias imperialistas, que sufrieron una derrota histórica con la Revolución China de 1949, éstos no son sucesos gratos. La Revolución de 1949, llevada a cabo por un ejército guerrillero campesino dirigido por el Partido Comunista Chino (PCCh) de Mao Zedong, estableció un estado obrero, si bien burocráticamente deformado desde su origen. La creación en los años subsecuentes de una economía centralmente planificada y colectivizada sentó las bases para un progreso social enorme para los obreros, los campesinos, las mujeres y las minorías nacionales. Desde 1949, los imperialistas han buscado el derrocamiento contrarrevolucionario del gobierno del PCCh y el retorno de China a la explotación capitalista desenfrenada. Para conseguirlo, han aplicado amenazas y presión militar, brindado apoyo a los movimientos y a los “disidentes” anticomunistas locales y, desde hace ya más de 30 años, penetrado la economía de la China continental, cortesía de las “reformas de mercado” del régimen del PCCh.

Desde que, hace cinco años, comenzaron a proliferar los acuerdos comerciales y de ayuda entre China y los países africanos, los portavoces del imperialismo sonaron la alarma. Paul Wolfowitz, presidente del Banco Mundial, arremetió contra los muy favorables préstamos ofrecidos por los bancos estatales de China, que, según él, no cumplen con los “estándares sociales y ambientales”. ¡Y lo dice uno de los principales arquitectos de las guerras del gobierno de Bush en Irak y Afganistán! Sumándose al coro, y resucitando el estilo de la Guerra Fría antisoviética, el Daily Mail británico exclamó en un encabezado (18 de julio de 2008): “Cómo está haciendo China para tomar el control de África y por qué Occidente debería estar MUY preocupado”.

Esta reacción dio pie a un debate entre los académicos y los funcionarios del gobierno en China sobre el papel de ese país en África, aunque desde luego dentro de los límites de la política establecida por la burocracia estalinista de Beijing. Un artículo titulado “La práctica del concepto diplomático chino de un ‘mundo armonioso’: un análisis de las relaciones sino-africanas durante los años recientes”, de Ge Zhiguo, denuncia con razón las “políticas sistemáticas de Occidente hacia África”, que no sólo “no le han brindado prosperidad y estabilidad a África” sino que también han “ocasionado que muchos países africanos se hundan en el caos y la violencia étnica a largo plazo” (Gaoxiao Sheke Dongtai [Perspectivas de las Ciencias Sociales en la Educación Superior], tercer número en 2007; ésta y otras traducciones son nuestras).

Desde los campos de exterminio del Rey Leopoldo en el Congo Belga hasta los campos de concentración británicos en Kenia y el apoyo estadounidense a la Sudáfrica del apartheid, la historia del imperialismo occidental en África es una larga lista de asesinatos masivos, condiciones de trabajo similares a la esclavitud y brutal represión contra los movimientos independentistas y las luchas obreras. De hecho, los antecedentes de esta barbarie pueden trazarse directamente hasta la esclavización de los africanos en el periodo mercantil del capitalismo temprano. La subyugación imperialista, lejos de modernizar a estas sociedades, ha reforzado el atraso y la miseria. Subrayando que las inversiones de China en África están motivadas por propósitos muy distintos, Ge Zhiguo llama a Beijing a reformar algunas de sus propias políticas para contrarrestar el resentimiento entre los africanos ocasionado por el trato a los trabajadores en las empresas chinas y el debilitamiento de los negocios locales frente a los empresarios chinos.

Como trotskistas, en la Liga Comunista Internacional estamos por la defensa militar incondicional de China contra el imperialismo y la contrarrevolución interna. Defendemos el derecho de China a comerciar para obtener lo que necesita para su desarrollo. Sin embargo, reconocemos que los programas de inversión y ayuda chinos no están orientados por el internacionalismo proletario, sino por los propios intereses nacionales estrechos de la burocracia del PCCh, arraigados en el dogma estalinista de “construir el socialismo en un solo país” y su corolario, la “coexistencia pacífica” con el imperialismo (actualmente conocida como la política de un “mundo armonioso”). En su oposición a la perspectiva de la revolución proletaria internacional, el régimen del PCCh se ha acomodado al imperialismo —incluso, como explicamos más adelante, sumándose a EE.UU. y Sudáfrica en el respaldo de las fuerzas antisoviéticas en Angola— al tiempo que apoya militar y políticamente a los gobernantes burgueses “amigables” en África y otros lugares, quienes reprimen brutalmente a los obreros y a los pobres en el campo y la ciudad.

El papel de China en África es contradictorio, lo que no es más que un reflejo de las contradicciones que asedian a la propia China, un estado obrero burocráticamente deformado en un mundo dominado por el imperialismo. Para defender y extender las conquistas de la Revolución China es necesaria una revolución política proletaria que derroque a la burocracia del PCCh y la remplace con un régimen de democracia obrera comprometido a luchar por el socialismo mundial.

China no es capitalista

En el flanco izquierdo de la campaña antichina de los imperialistas se encuentran “socialistas” como el Comité por una Internacional de los Trabajadores (CIT), dirigido por Peter Taaffe, y el Secretariado Unificado (SU) del fallecido Ernest Mandel. Un artículo del 30 de marzo de 2008 titulado “China en África” escrito por Sozialistische Alternative (SAV), sección alemana del CIT, denuncia a China como “un participante más” en el “juego” de la explotación de los países africanos. La SAV afirma que “China, como otros países imperialistas, sólo busca explotar los recursos y los mercados tan eficazmente como sea posible”. En el sitio International Viewpoint del SU (enero de 2007), Jean Nanga, descrito como un “marxista revolucionario del Congo”, condena de modo similar las supuestas “ambiciones globales” de China como “motivadas por el interés capitalista”.

No es nada sorprendente que el CIT y el SU se hayan sumado a la cruzada anticomunista contra China. Prostituyéndose ante la “democracia” burguesa, el SU y el antecesor del CIT vitorearon a toda clase de contrarrevolucionarios respaldados por los imperialistas en la campaña contra la antigua URSS y los estados obreros deformados de Europa Oriental, por ejemplo, Solidarność en Polonia y la turba reaccionaria de las barricadas de Yeltsin en Moscú en agosto de 1991.

Dirigiendo su estalinofobia contra China, el SU ha promovido “disidentes” proimperialistas como el Premio Nobel de la “Paz” Liu Xiaobo, partidario de las guerras estadounidenses en Vietnam, Irak y Afganistán (ver “Hong Kong: Fake Trotskyists Hail Imperialist Running Dog Liu Xiaobo” [Hong Kong: Falsos trotskistas celebran al mandadero imperialista Liu Xiaobo], WV No. 981, 27 de mayo de 2011). Por su parte, el CIT, como señalaron nuestros camaradas en la Spartacist League/Britain, celebró los disturbios anticomunistas en el Tíbet y ha defendido abiertamente al Taiwán capitalista “democrático”, respaldado desde siempre por los imperialistas de EE.UU. y Japón como una daga dirigida contra la República Popular China (ver “China Is Not Capitalist” [China no es capitalista], Workers Hammer No. 202, primavera de 2008). Peter Taaffe gusta de pontificar que la “transición” hacia el capitalismo completo “aún no ha sido terminada del todo” (“Halfway House” [A mitad del camino], Socialism Today, julio/agosto de 2011). Esto no es más que un poco de cobertura cosmética al apoyo concreto y constante que brinda el CIT a las fuerzas de la contrarrevolución.

El furor sobre el papel de China en África comenzó a incrementarse de lleno en 2006, en respuesta al conflicto de Darfur en el occidente de Sudán, que tuvo como consecuencia una masacre y el desplazamiento de cerca de dos millones de personas. La causa inmediata del conflicto fue el uso por parte del gobierno de Kartoum de las milicias janjaweed, con base entre los musulmanes nómadas, en su guerra contra las guerrillas apoyadas por la población agrícola, también musulmana. En EE.UU., una campaña promovida por derechistas cristianos, sionistas y varios liberales importantes, que exigían la intervención imperialista para “salvar a Darfur”, demonizó a China, que ha hecho inversiones importantes en la producción petrolera de Sudán y mantiene estrechos lazos con el régimen de al-Bashir, proporcionándole equipo militar. Sumándose a esta intriga, el artículo de 2008 del SAV se lamentaba: “El régimen chino, que importa ocho por ciento de su petróleo de Sudán, ha demostrado durante el reciente conflicto que tiene mucho interés en sus ganancias, pero da muchísima menos importancia a la suerte de la población local”.

Cabe señalar que uno de los factores que ha empujado a China a depender cada vez más del petróleo africano fue una campaña salvajemente anticomunista, dirigida fundamentalmente por la burocracia sindical estadounidense, que logró impedir que la Chinese National Offshore Oil Company adquiriera en 2005 a Unocal, con sede en EE.UU. A inicios de ese año, el afiliado estadounidense del CIT, llamado Socialist Alternative, se enlistó en el esfuerzo antichino, firmando conjuntamente un volante que exigía que la Universidad de Harvard retirara sus inversiones de PetroChina, otra petrolera de propiedad estatal, y Unocal.

Puede que las diatribas en contra de China de los liberales y los supuestos socialistas suenen bien en Londres, París u otros centros imperialistas, donde el grueso de la izquierda empuja la mentira de que China es capitalista o está irreversiblemente destinada a serlo. Pero el mensaje no genera tanto entusiasmo en África, donde la ayuda china en la construcción de hospitales, escuelas y demás infraestructura contrasta agudamente con el legado dejado por los verdaderos imperialistas: pobreza extrema, atraso social y guerras étnicas y tribales. La repartición de África entre las potencias europeas en la Conferencia de Berlín de 1884-85 marcó el surgimiento del imperialismo moderno. Como explicó V.I. Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), los países industrializados avanzados se veían en la necesidad cada vez mayor de exportar capital a los países más atrasados en busca de materias primas y mano de obra barata. La competencia resultante entre los imperialistas llevó a dos guerras mundiales y numerosas aventuras coloniales, con un costo incalculable en términos de muerte y destrucción.

El que las inversiones chinas en África sirven a un propósito fundamentalmente distinto puede verse en el tipo de valor de las mercancías que generan. Todas las mercancías —desde los productos de la minería hasta los bienes manufacturados— poseen valor de uso (en tanto que objetos de consumo deseables) y valor de cambio (reflejado aproximadamente en los precios del mercado). Bajo el capitalismo, los propietarios de las plantas industriales y demás medios de producción acumulan ganancias contratando mano de obra que produzca bienes con el propósito de incrementar el valor de cambio. Las inversiones de China en el extranjero, financiadas por varios de los bancos estatales, no están impulsadas por la ganancia, sino por la necesidad de materias primas para sus industrias colectivizadas en casa, es decir, para extraer valor de uso.

Un funcionario del Departamento de Estado de EE.UU. llamado Princeton Lyman, que ciertamente no es un marxista, básicamente lo admitió en una presentación de 2005 a la comisión del Congreso estadounidense de relaciones EE.UU./China:

“China utiliza una serie de instrumentos para impulsar sus intereses en formas que las naciones occidentales sólo pueden envidiar. La mayor parte de las inversiones chinas se llevan a cabo a través de compañías estatales, cuyas inversiones no necesitan ser redituables si cumplen con los objetivos generales chinos. De ese modo, el representante de la compañía constructora de propiedad estatal china en Etiopía está en libertad de revelar que Beijing le ordenó rebajar los presupuestos en varias licitaciones, sin importar que dejaran o no ganancias. El objetivo a largo plazo de China en Etiopía está en acceder a futuras inversiones en recursos naturales, no en obtener ganancias en la industria de la construcción”.

El hecho de que China participe en el intercambio comercial global no la hace capitalista o imperialista. Como la inversión china no está motivada por la ganancia capitalista, sus efectos son radicalmente distintos a los que produce la explotación imperialista de los países del Tercer Mundo. Martyn Davies, director de la China Africa Network en la Universidad de Pretoria en Sudáfrica, aclama a los chinos por ser “los principales constructores de infraestructura” en África (“The Next Empire?” [¿El próximo imperio?], Atlantic, mayo de 2010), una perspectiva que encuentra eco en la académica estadounidense Deborah Brautigam y su libro de 2009 The Dragon’s Gift (El regalo del dragón, Oxford University Press), muy favorable al papel de China en África.

Presiones del mercado mundial

La necesidad de importar materia prima se agudizó hace una década, cuando, debido a la tasa galopante de crecimiento, la China continental se mostró incapaz de proporcionar el grueso del petróleo y los metales que necesitaba la industria. Gracias a su política de “volverse global”, para 2009 China importaba ya 52 por ciento de su petróleo y 69 por ciento del hierro.

La situación de China contrasta con la del estado obrero soviético que emergió de la Revolución de Octubre de 1917, dirigida por el Partido Bolchevique. Después del fracaso de las revoluciones proletarias en países europeos más avanzados, especialmente Alemania, una casta burocrática conservadora dirigida por I.V. Stalin usurpó el poder político a partir de 1923-24. A pesar de estar marcada por el atraso heredado del zarismo y los efectos devastadores de la guerra imperialista y civil, la Unión Soviética poseía abundantes cantidades de hierro, petróleo, madera y otras materias primas. Stalin y compañía se sirvieron de ese hecho para argumentar la noción utópica y reaccionaria de que la Rusia soviética podía alcanzar el socialismo por sí misma. Esto arrojó por la borda el entendimiento marxista básico de que alcanzar el socialismo —una sociedad de abundancia material— requiere del poder obrero internacional, sobre todo en los países industrialmente avanzados.

Gracias a su economía planificada, la Unión Soviética atravesó un periodo de crecimiento fenomenal en la década de 1930, mientras el resto del mundo estaba sumido en la Gran Depresión. Sin embargo, usando sólo sus propios recursos y esfuerzos, la URSS no podía alcanzar, ni mucho menos superar, el nivel tecnológico y de productividad de la mano de obra en los países capitalistas avanzados. Décadas de presión económica y militar, combinadas con la mala administración burocrática y las oportunidades revolucionarias que los estalinistas vendieron en todo el mundo, terminaron por debilitar fatalmente al estado obrero soviético, que fue destruido por la contrarrevolución capitalista en 1991-92.

En la secuela de esta catástrofe, la dirección del PCCh condujo un estudio interno para determinar cómo evitar la misma suerte, aferrándose siempre a su programa nacionalista y estalinista del “socialismo con características chinas”. Una de las conclusiones a las que llegó el régimen es que la Unión Soviética había utilizado una cantidad excesiva de recursos propios tratando de competir con los imperialistas militarmente o en otros sectores. De ese modo, decidieron que China, en cambio, expandiría y profundizaría sus lazos con el mercado capitalista mundial. Beijing es un socio tan “confiable” en el mercado mundial, que el economista en jefe en el Banco Mundial, una de las principales instituciones en la imposición de los dictados imperialistas, [era hasta 2012] Justin Yifu Lin, ¡uno de los principales economistas de China!

En su esfuerzo por “volverse global”, Beijing ha incrementado su apoyo a la intervención militar de las Naciones Unidas, una guarida de ladrones imperialistas y sus víctimas, en el Tercer Mundo. Esto representa un cambio en la política que adoptó el PCCh cuando China fue admitida en las Naciones Unidas hace 40 años. Como señala Stefan Stähle en “China’s Shifting Attitude Towards United Nations Peacekeeping Operations” [La actitud cambiante de China hacia las operaciones de paz de las Naciones Unidas] en la publicación académica China Quarterly (septiembre de 2008):

“Al principio, China rechazaba completamente la idea de las misiones de paz de las Naciones Unidas. Beijing consideraba que todas las intervenciones de la ONU estaban manipuladas por las superpotencias, en gran medida porque la propia China había sido el blanco de la primera operación dirigida por EE.UU. que autorizó la ONU, en 1951 [sic, debería ser 1950] durante la Guerra de Corea... Sin embargo, desde que en 1981 China empezó a abrirse al mundo, los diplomáticos chinos han votado a favor de todas las misiones que implicaban tareas tradicionales de pacificación o transiciones controladas”.

En palabras simples, esas “tareas tradicionales de pacificación” no quieren decir más que sangrienta represión e imposición de los dictados imperialistas. China, criminalmente, ha comprometido sus propias fuerzas policiacas y militares a esa clase de “pacificación”, desde Haití hasta Sudán. Como señaló Chris Alden en China in Africa (Zed Books, 2007): “La mayor parte de las fuerzas de paz chinas están, de hecho, ubicadas en África, lo que hace a China el mayor contribuyente entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a las misiones de paz”. Como internacionalistas proletarios, exigimos que China ponga fin a su participación en las misiones militares de la ONU.

Dado que la economía de China sigue creciendo mientras que las de los países imperialistas permanecen estancadas en una depresión aparentemente sin fin —la demostración más reciente de las crisis intrínsecas al sistema de producción basado en las ganancias—, parecería que Beijing ha encontrado un modo de evitar las presiones que llevaron eventualmente al colapso de la Unión Soviética. Esa idea, sin embargo, se basa en nociones completamente falsas: la estabilidad del orden capitalista internacional y la benevolencia de los socios comerciales de China, que dominan el mercado mundial.

En la propia China, el sorprendente crecimiento económico sirve para exacerbar las tensiones sociales y de clase. Particularmente gracias a las “reformas de mercado”, ha sido creada una enorme división entre los funcionarios gubernamentales corruptos, los empresarios capitalistas y los pequeñoburgueses privilegiados, por un lado, y los cientos de millones de proletarios (en compañías privadas y estatales) y de campesinos pobres, por el otro. El año pasado, una oleada de huelgas en fábricas automotrices y otras empresas privadas fue un componente más de lo que el régimen del PCCh llama “incidentes masivos” —paros laborales, asambleas con listas de peticiones, manifestaciones contra la corrupción, etc.—. El número de estos incidentes alcanzó 180 mil en 2010, duplicándose desde 2006.

Tarde o temprano, el régimen estalinista llevará a China a la encrucijada, haciendo inminente la amenaza de la contrarrevolución. Al mismo tiempo, el antagonismo entre la burocracia y las masas trabajadoras chinas está preparando el camino para que una revolución política proletaria derroque al régimen estalinista parasitario. El proletariado chino necesita la dirección de un partido leninista-trotskista que combata a los apóstoles de la contrarrevolución “democrática”, incluidos los que empujan este programa en ropajes “socialistas” o incluso “trotskistas”, y que lleve a la clase obrera a romper con el nacionalismo estalinista. Dirigida por un partido así, una China de consejos obreros y campesinos promovería la revolución proletaria internacionalmente. Bajo el poder obrero, la capacidad industrial y tecnológica de Japón, EE.UU. y Europa Occidental sería canalizada para auxiliar el desarrollo completo de China como parte del orden socialista mundial.

La “no injerencia”: apoyo al dominio burgués

En respuesta a los cargos de “neocolonialismo” chino en África, muchos académicos y portavoces gubernamentales en China señalan la política de Beijing de “no injerencia” en los asuntos internos de otros países. Escribiendo en una publicación académica, Liu Naiya celebraba la ayuda de China hacia los países excoloniales como “un ‘regalo’ para el nacionalismo africano de parte de un país socialista. En otras palabras, es una inversión política racional: una gran demostración de la fraternidad amigable del comunismo internacional” (“Mutual Benefit: The Essence of Sino-African Relations—A Response to the Charge of ‘China’s Neocolonialism in Africa’” [Beneficio mutuo: La esencia de las relaciones sino-africanas. Una respuesta a la acusación de “neocolonialismo chino en África”], Xiya Feizhou [África y Asia Occidental], agosto de 2006).

Los voceros del PCCh gustan de señalar la ayuda y el apoyo diplomático que al inicio brindó China a algunos de los movimientos que lucharon por la independencia contra el dominio colonial. Aunque no hay duda que las inversiones y la ayuda chinas han impulsado el desarrollo de muchos países africanos, esto está muy lejos de ser internacionalismo proletario. Los acuerdos comerciales chinos están acompañados de una “condición política”: la promesa de Beijing de no hacer nada que pueda molestar a sus socios comerciales burgueses. De ese modo, los estalinistas chinos ayudan a apuntalar el orden capitalista que mantiene a las masas de obreros y campesinos africanos en la pobreza más abyecta. La disposición del PCCh a respaldar regímenes reaccionarios burgueses quedó de manifiesto ya desde la Conferencia de Solidaridad Afroasiática de 19551 en Bandung, Indonesia, donde Zhou Enlai expuso los “Cinco principios de la coexistencia pacífica”, que incluían la promesa de no presionar a otros países para que cambiaran sus sistemas económicos. Al mismo tiempo, el régimen de Mao mantenía una política de coexistencia pacífica con Japón, la principal potencia imperialista de Asia, lo que desnuda las supuestas pretensiones “antiimperialistas” de este programa de colaboración de clases.

Un argumento común a favor de la política de Beijing es la construcción del tren entre Tanzania y Zambia por parte de la China de Mao en la primera mitad de la década de 1970. Éste fue un acontecimiento significativo alcanzado gracias a los enormes sacrificios laborales de los obreros chinos. Pero al mismo tiempo, el PCCh apoyó políticamente al régimen de Nyerere en Tanzania, que reprimía las luchas sindicales elementales de los obreros empobrecidos.

De ese modo, los estalinistas chinos dejaban entrever su parentesco político con la burocracia del Kremlin. La ayuda soviética fue esencial en la construcción de la presa de Aswan en Egipto, terminada en 1970. Pero a esta ayuda se sumaron asesores soviéticos militares así como en otras áreas. De hecho, ¡Moscú le proporcionó al régimen bonapartista de Nasser en Egipto equipo militar más avanzado del que le dio a Vietnam del Norte en su heroica lucha contra el imperialismo estadounidense! Mientras tanto, el Partido Comunista de Sudán, alineado con los soviéticos, se subordinó al caudillo nacionalista burgués Nimeiry, traicionando una oportunidad revolucionaria que concluyó con una masacre de comunistas a principios de la década de 1970. Siguiendo el mismo programa de colaboración de clases, el Partido Comunista de Sudáfrica (PCS) ha estado sumergido por más de 80 años en una alianza con el Congreso Nacional Africano (CNA), que hoy en día implica ayudar a imponer los dictados del capitalismo del neoapartheid como parte del gobierno burgués dirigido por el CNA.

Los marxistas revolucionarios reconocemos que un estado obrero puede verse en la necesidad de establecer acuerdos comerciales y diplomáticos con estados capitalistas. Pero esto no debe confundirse con la tarea del partido comunista de dirigir la lucha por la revolución proletaria. En la época de Lenin, el estado obrero soviético firmó el tratado de Rapallo con la Alemania capitalista en 1922, un acuerdo que incluía cooperación militar. Al mismo tiempo, los bolcheviques eran la fuerza dirigente en la Internacional Comunista, luchando por forjar partidos comunistas que pudieran dirigir exitosamente a los obreros, entre ellos los alemanes, a la toma del poder.

Un régimen revolucionario también buscaría utilizar sus activos en el extranjero como un arma de la estrategia proletaria internacionalista. León Trotsky explicó lo anterior en referencia al Ferrocarril Oriental de China, que, aunque había sido construido originalmente por la Rusia zarista para apuntalar su explotación de China, estaba en manos soviéticas como resultado de la Revolución de Octubre. En 1929, dos años después de masacrar a decenas de miles de comunistas y otros combatientes obreros, el régimen de Chiang Kai-shek provocó un conflicto militar con la Unión Soviética, entonces bajo la burocracia estalinista, por el control del tren. En “Defensa de la república soviética y de la Oposición” (septiembre de 1929), Trotsky luchó contra aquéllos que consideraban “imperialista” la política soviética en este sentido. Escribió: “consideramos al Ferrocarril Oriental de China un arma de la revolución mundial, más específicamente de las revoluciones de Rusia y China... Mientras tengamos la posibilidad y las fuerzas suficientes, lo protegeremos del imperialismo para entregarlo a la revolución china victoriosa”.

Más adelante Trotsky explica que el carácter de esta “empresa socialista, su administración y sus condiciones de trabajo, tendrían que permitir un mejoramiento de la economía y el nivel cultural del país atrasado mediante el capital, la tecnología y la experiencia de los estados proletarios más ricos, en beneficio de ambas partes”. Proyectando el modo en que una dictadura proletaria en Gran Bretaña habría de lidiar con las concesiones de los antiguos gobernantes imperialistas en la India, escribió:

“El estado obrero no deberá abandonar las concesiones sino transformarlas en vehículos de la construcción económica de la India y de su futura reconstrucción socialista. Naturalmente, esta política, necesaria también para consolidar el socialismo en Inglaterra, sólo podría realizarse en acuerdo con la vanguardia del proletariado indio y presentándoles ventajas concretas a los campesinos indios”.

La traición antisoviética del PCCh

La perspectiva trazada por Trotsky está diametralmente opuesta al programa nacionalista y antirrevolucionario de los estalinistas chinos. Esto se vio claramente con la alianza criminal que el régimen de Mao forjó con el imperialismo estadounidense en contra de la Unión Soviética, difamada y acusada por los maoístas de ser “socialimperialista” y el “principal enemigo” de los pueblos del mundo.

Uno de los resultados de esta traición fue la devastación de Angola a lo largo de décadas de guerra. Después de obtener su independencia de Portugal en 1975, el país se sumió en una guerra civil entre tres fuerzas guerrilleras nacionalistas, el MPLA, la Unión Nacional por la Independencia Total de Angola (UNITA) y el Frente de Liberación Nacional de Angola (FLNA). Inicialmente, como marxistas, no apoyamos a ninguno de los bandos en conflicto, todos ellos movimientos nacionalistas pequeñoburgueses que aspiraban a consolidar un régimen burgués. Sin embargo, la situación cambió rápidamente.

Auxiliado por la Unión Soviética, el MPLA se hizo del control de la mayor parte de las áreas clave, incluida la capital Luanda, y declaró a Angola una “república popular”. En respuesta, EE.UU. forzó a la UNITA y al FLNA a unificarse y les proporcionó armas, mientras que Sudáfrica y Portugal sumaron centenares de sus propias tropas al esfuerzo por derrocar al MPLA. De ese modo, la guerra civil se transformó en una guerra a distancia entre el imperialismo estadounidense y el estado obrero degenerado soviético. Los marxistas teníamos un lado claro en este conflicto: a favor de la victoria militar del MPLA. La China de Mao, sin embargo, apoyó activamente al FLNA/UNITA financiado por la CIA, llegando incluso a mandar instructores militares para que entrenaran a los asesinos anticomunistas. En testimonio del papel de China, funcionarios estadounidenses señalaron que Washington había logrado ahorros en “el apoyo a los movimientos anticomunistas, porque estábamos contentos de dejarle a los chinos el trabajo en el terreno” (citado en Le Monde, 5 de diciembre de 1975). ¡He ahí la “no injerencia”!

Al tiempo que las tropas sudafricanas dirigían una guerra relámpago contra Luanda, el órgano oficial chino Peking Review (21 de noviembre de 1975) publicó una declaración política de alto nivel condenando la “expansión y la burda interferencia de la Unión Soviética”, ¡rehusándose a mencionar siquiera la invasión por parte de las fuerzas del apartheid! La ayuda soviética, combinada con la subsecuente intervención de las heroicas tropas cubanas, eventualmente logró revertir la situación e hizo retroceder a los títeres imperialistas y su avanzada sudafricana. Pero la guerra civil continuó. Los puentes bombardeados, los caminos rurales y los campos plagados de minas y el colapso casi total de la infraestructura incrementaron enormemente el profundo atraso preexistente del país.

Las masas angoleñas pagaron con sangre la traición de los estalinistas chinos, que posteriormente han sacado ventaja de la miseria de Angola y otros países en el África subsahariana a la que ellos mismos contribuyeron. De manera más importante, con su ayuda material a las fuerzas antisoviéticas respaldadas por el imperialismo, desde el sur de África hasta Afganistán en las décadas de 1970 y 1980, el PCCh contribuyó a la destrucción de la propia URSS, una derrota catastrófica para los obreros y oprimidos de todo el mundo, incluida China.

¡Por el internacionalismo proletario!

Al estar guiada por los intereses nacionales estrechos de la burocracia de Beijing, la inversión extranjera con frecuencia contrapone a las empresas y los administradores chinos con los obreros que emplean. Junto con las minas, las instalaciones petroleras y los proyectos de construcción financiados por China que brotan por toda África, ha salido evidencia de abusos laborales a través de prácticas discriminatorias de contratación, bajos salarios y acciones rompesindicatos abiertas. Un estudio citado por Deborah Brautigam en The Dragon’s Gift encontró que las compañías constructoras chinas en Namibia violaban las leyes del salario mínimo y los requisitos de entrenamiento basados en la “acción afirmativa”, rehusándose además a pagar seguro social y otras prestaciones. Los obreros chinos en África han emprendido sus propias luchas contra el maltrato. Según Brautigam, cuando unos 200 trabajadores chinos de la construcción se fueron a huelga en Guinea Ecuatorial en marzo de 2008, un choque con las fuerzas de seguridad locales dejó un saldo de dos trabajadores muertos.

Un hecho que tanto la prensa burguesa como la de la “izquierda” ignoran casi por completo es que detrás de muchos de los peores ataques en contra de obreros africanos se encuentran los empresarios privados chinos, que, con el beneplácito de Beijing, han logrado colgarse como sanguijuelas del programa de inversión chino. En 2010, dos supervisores chinos en la Collum Coal Mine en Zambia le dispararon a trece trabajadores durante una protesta salarial. El año siguiente, las autoridades de Zambia decidieron no levantar cargos, ocasionando una extendida furia entre los zambianos. La mina, descrita en la prensa como “de propiedad china”, no estaba en manos del estado, sino de un inversionista privado, y era administrada por sus cuatro hermanos menores.

Los marxistas apoyamos a los obreros en lucha por derechos sindicales y por salarios y prestaciones decentes, lo que incluye las luchas contra los administradores chinos. Al mismo tiempo, es necesario combatir a los demagogos nacionalistas y a los falsos dirigentes sindicales que ponen de pretexto los abusos contra los obreros para subirse al vagón anti-China de los imperialistas. Por ejemplo, la federación sindical COSATU en Sudáfrica, parte de la Alianza Tripartita con el CNA y el PCS, denuncia desde hace ya mucho tiempo que la ropa importada de China desplaza a los fabricantes locales.

Esta clase de proteccionismo promueve la mentira de que el proletariado sudafricano (mayoritariamente negro) tiene “intereses nacionales” comunes con la clase capitalista sudafricana (mayoritariamente blanca), y revela la bancarrota de las proclamaciones de solidaridad obrera internacional por parte de los burócratas de la COSATU. Finalmente, alimenta las fuerzas de la contrarrevolución en China, fortaleciendo la mano de los imperialistas, cuyo poderío económico y militar representa un obstáculo formidable a la revolución proletaria en Sudáfrica y otros países. La defensa de China y de los demás estados obreros deformados —Cuba, Corea del Norte, Vietnam y Laos— es de vital importancia para la lucha por un futuro socialista en África, un objetivo en el que la combativa y estratégicamente concentrada clase obrera sudafricana es clave. ¡No pueden obtenerse conquistas nuevas si no se defienden las ya obtenidas!

Los marxistas también deben combatir el chovinismo que permea a la burocracia estatal china y sus representantes en ultramar. Dado que Beijing determina los presupuestos y las fechas de entrega, las compañías chinas frecuentemente emplean a trabajadores de China en lugar de contratar localmente. En defensa de este tipo de prácticas, el gerente general de la China National Overseas Engineering Corporation, de propiedad estatal, declaró: “Los chinos pueden soportar condiciones de trabajo muy intensas. Ésta es una diferencia cultural. Los chinos trabajan hasta terminar y después descansan”. Los obreros zambianos, se quejaba, “son como los británicos”: “Tienen pausas para el té y un montón de días de descanso. Para nuestra compañía constructora esto implica costos mucho mayores” (citado en Chris Alden, China in Africa). Esta clase de comentarios dejan bien claro el nivel de desprecio que sienten los burócratas chinos tanto hacia los trabajadores africanos como hacia los chinos.

Después de heredar las operaciones en el extranjero de las empresas estatales chinas, un gobierno de consejos obreros y campesinos en China haría un esfuerzo especial para contratar y entrenar a los trabajadores locales, con derechos sindicales y salarios y prestaciones superiores a los estándares locales. Un gobierno así también se desharía de los elementos burgueses que han surgido en China como resultado de las “reformas de mercado” y que también han logrado llegar a África. Pero, sobre todo, seguiría el ejemplo del joven estado obrero soviético promoviendo la victoria del poder obrero en todo el planeta. Esa lucha requiere de la dirección de partidos leninistas de vanguardia, y, para lograr esa tarea, la LCI lucha por reforjar la IV Internacional, partido mundial de la revolución socialista.

Nota

1. Erróneamente, señalamos 1954 como el año de la conferencia en el artículo original.