Espartaco No. 39 |
Septiembre de 2013 |
EE.UU., ¡manos fuera de Siria!
El siguiente artículo fue traducido de Workers Vanguard No. 1029 (6 de septiembre de 2013), periódico de nuestros camaradas de la SL/U.S. Poco después, ante la propuesta del presidente ruso, Vladímir Putin, de poner el arsenal químico sirio “bajo control internacional”, Obama indicó que aceptaría el camino de la diplomacia y postergaría sus planes de atacar a Siria; el régimen de Assad ha indicado estar dispuesto a aceptar el acuerdo entre EE.UU. y Rusia, en tanto que los rebeldes sirios lo denuncian estridentemente. El que Obama, a falta de apoyo internacional, haya eludido un ataque inmediato a Siria refleja un cierto reconocimiento del hecho de que la mayoría de la población estadounidense, harta de guerras, se opone a tal aventura. Por otro lado, la pose de Putin como el epítome de la moderación y la razón es el colmo de la hipocresía, viniendo del caudillo de la Rusia capitalista que dirigió la carnicería contra los combatientes independentistas chechenos, entre otras sangrientas acciones.
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2 DE SEPTIEMBRE—Tras haber señalado que el ataque militar contra Siria era inminente, Barack Obama dio marcha atrás hace dos días y solicitó al Congreso que le concediera autorización al reinaugurar éste sus sesiones el 9 de septiembre. Pero no por ello el Comandante en Jefe está menos decidido a ordenar ataques con misiles. Obama asegura que el bombardeo de Siria respondería al ataque con armas químicas que supuestamente llevó a cabo el régimen burgués sirio de Bashar al-Assad el 21 de agosto contra su propia población. En realidad, los bombardeos proyectados son una afirmación ominosa del poder que tienen los imperialistas de brutalizar a cualquier país cuyos líderes osen cruzar la línea que les traza Washington. Un factor importante en los cálculos de la Casa Blanca es que Assad es aliado de Irán; el secretario de estado John Kerry arguyó que Teherán “se sentirá envalentonado para obtener armas nucleares si no tomamos medidas [contra Siria]”.
Obama anunció una pausa en su campaña para atacar tras encontrar una oposición inesperadamente fuerte en las capitales extranjeras. En Gran Bretaña, David Cameron del Partido Conservador se convirtió en el primer jefe de gobierno en perder una votación en torno a una acción militar, según algunos desde 1782, cuando el parlamento votó por dejar de combatir en la Guerra de Independencia contra las colonias estadounidenses. El opositor Partido Laborista, el mismo que bajo Tony Blair llevó a Gran Bretaña a las guerras de Serbia, Afganistán e Irak, impulsó una enmienda para apoyar el ataque a Siria bajo ciertas condiciones (como la de esperar al menos el informe de los inspectores de la ONU). La enmienda laborista fue rechazada por un margen incluso mayor que la resolución del gobierno.
Eso dejó, entre las grandes potencias europeas, solamente a Francia, el antiguo amo colonial de Siria, como probable participante en el ataque dirigido por los estadounidenses. En apoyo del régimen sirio se cuenta la Rusia capitalista, que le ha entregado a Assad una sofisticada tecnología de defensa antimisiles y que prometió vetar cualquier acción militar que se proponga llevar a cabo bajo la égida de la ONU. En un espaldarazo a Estados Unidos, Arabia Saudita, uno de los principales patrocinadores del componente yihadista de la oposición siria, ayer anunció, junto con los Emiratos Árabes Unidos, que apoyaría el plan de atacar Siria.
Antes de enviar aviones de combate a bombardear la Libia de Muammar Kadafi en 2011, Obama afirmó ostentosamente el poder de la presidencia imperial al negarse a buscar la aprobación del Congreso. Ahora, con escasos socios internacionales y muy poco apoyo popular en Estados Unidos para una intervención militar en Siria, Obama ha recurrido al Congreso para que comparta con él la responsabilidad y le aporte cierta cobertura política, aunque el gobierno ha dejado claro que no se sentirá obligado por el voto.
El grueso de la población trabajadora de Estados Unidos, harta de la guerra y exprimida por años de desaceleración económica, no apoya el ataque a Siria. Un sector considerable de la clase capitalista gobernante tiene sus propios reparos respecto a verse arrastrado a otro atolladero en Medio Oriente. Tras devastar Irak, que alguna vez fuera el centro cultural de la región, y masacrar a sus pueblos, la burguesía estadounidense terminó con un ojo morado en el campo diplomático y un gobierno chiíta en Bagdad, que es aliado cercano de Irán.
La sombra de la guerra de Irak, que se promovió con falsos informes respecto a las “armas de destrucción masiva” de Saddam Hussein, ha provocado un extendido escepticismo acerca de las afirmaciones de inteligencia respecto a que el régimen de Assad llevó a cabo un ataque con gas en los suburbios de Damasco. Incluso funcionarios de inteligencia estadounidense reconocen que el caso dista mucho de ser obvio. Ciertamente los imperialistas son maestros en fabricar provocaciones cuando ello les resulta útil. Basta recordar el “Incidente del Golfo de Tonkin” de 1964, un falso ataque a un barco de guerra estadounidense por parte de fuerzas norvietnamitas que el gobierno de Lyndon Johnson fabricó como pretexto para aumentar masivamente el envío de tropas estadounidenses a Vietnam.
En cualquier caso, lo que motiva a los gobernantes estadounidenses no es proteger a los civiles de ser masacrados. Apenas parpadearon el mes pasado, cuando el régimen militar que tomó el poder en Egipto durante un golpe de estado en julio masacró a cientos de manifestantes. En el frente doméstico, la burguesía estadounidense tiene bastante sangre en las manos, desde el ametrallamiento de ferroviarios en huelga en 1877 hasta el bombardeo de la comuna MOVE, mayoritariamente negra, en 1985.
No sabemos quién sea el responsable del ataque con gas del 21 de agosto. Como marxistas, sin embargo, nuestra posición no se guía por cuál de las dos fuerzas reaccionarias de la devastadora guerra civil siria estuvo detrás de él. Lo que debemos entender es que el imperialismo estadounidense es el mayor peligro para los trabajadores y los oprimidos del planeta. Es deber del proletariado, y especialmente de los obreros estadounidenses en las entrañas del monstruo imperialista, el asumir la defensa de Siria contra el inminente ataque militar por parte de los rapaces imperialistas. Nuestro llamado a la defensa militar de Siria, un país semicolonial, no implica ningún apoyo político al reaccionario régimen del país, dominado por los alauitas. Esto contrasta tajantemente con las organizaciones reformistas, como el Partido Comunista Griego (KKE), que combina la oposición a la intervención militar estadounidense con apoyo político a Assad. Tampoco apoyamos a los rebeldes —que en general son fundamentalistas sunitas— como lo hace la mayoría de la izquierda en los centros imperialistas.
Un bombardeo aéreo por parte de los imperialistas sobre las instalaciones militares sirias no podría sino fortalecer a los insurgentes e inflamar aún más las tensiones comunalistas. La guerra civil siria está creciendo cada vez más, aproximándose a una guerra comunal de los sunitas contra los chiítas, extendiéndose desde Siria hasta Líbano e Irak. En Irak, fuerzas sunitas vinculadas a Al Qaeda colocan cada vez más bombas en vecindarios chiítas, amenazando con volver a la orgía de sangre sectaria que inundó al país en 2006-07. Líbano está sufriendo también de la peor violencia sectaria en años, incluyendo coches bomba en los suburbios de Beirut, bajo control del chiíta Hezbollah, que ha enviado tropas a Siria para luchar del lado de Assad. Mientras tanto, desde mediados de julio los rebeldes han estado llevando a cabo “limpiezas étnicas” de kurdos en el noreste de Siria.
La extensión de la violencia comunal ha servido de pretexto para aumentar la presencia militar estadounidense en esta región rica en petróleo. En junio, el general Martin Dempsey, presidente del Estado Mayor Conjunto, reveló que los altos mandos estadounidenses están pidiendo a Irak y a Líbano que les permitan desplegar tropas en sus territorios. Éstas se sumarían a las baterías estadounidenses de misiles Patriot y a los aviones de combate estacionados en Jordania y Turquía, las dos bases militares británicas en Chipre y la masiva presencia militar estadounidense en el Golfo Pérsico. El movimiento obrero debe exigir el retiro del ejército imperialista del Medio Oriente.
La “democracia” imperialista y la guerra química
Obama alega estar defendiendo una “norma internacional” que prohíbe el uso de armas químicas. La norma es que los imperialistas están más que dispuestos a recurrir a cualquier medio, incluyendo el gas venenoso y otras “armas de destrucción masiva”, si así conviene a sus intereses. Cuando las fuerzas imperialistas intervinieron en Rusia en 1919 en un intento fallido de aplastar la Revolución Rusa, los aviones de combate británicos bombardearon a las tropas del Ejército Rojo con un agente químico neurotóxico. Ese mismo año, cuando los kurdos de Mesopotamia se levantaron contra la ocupación británica, Winston Churchill declaró: “No entiendo las vacilaciones en cuanto al uso del gas. Estoy firmemente a favor de usar gas venenoso contra tribus incivilizadas”.
Los políticos de Washington que lamentan las bajas civiles en Siria representan a la única clase dominante que ha usado bombas atómicas en una guerra, cuando en agosto de 1945 incineró a 200 mil civiles japoneses en Hiroshima y Nagasaki. Durante la Guerra de Vietnam, las fuerzas estadounidenses usaron cantidades masivas del defoliante agente naranja y de gas CS —que se usaba contra los rebeldes ocultos en túneles—, y también quemaron vivos a incontables aldeanos vietnamitas con bombardeos de napalm. En Irak, Estados Unidos usó municiones de uranio empobrecido que producían polvo radioactivo. Los científicos que estudiaron los extendidos defectos congénitos en Falluja los describen como “la mayor tasa de daño genético en cualquier población que se haya estudiado hasta ahora” y apuntan al uranio empobrecido como la causa más probable.
En 1975, Estados Unidos finalmente accedió a firmar el Protocolo de Ginebra de 1925 que prohíbe el uso de armas químicas, pero Washington se reserva unilateralmente el derecho a desatarlas si el adversario las usa primero. Aunque prometió, con gran publicidad, que se desharía de sus enormes depósitos de gas sarín y otras armas químicas, hasta el año pasado Estados Unidos aún conservaba unas 2 mil 700 toneladas en sus almacenes.
Durante la guerra entre Irán e Irak de 1980-88, el gobierno de Estados Unidos brindó su complicidad a Saddam Hussein mientras éste llevaba a cabo horrendos ataques con armas químicas. Decidido a impedir una victoria iraní, el gobierno de Ronald Reagan entregó a las fuerzas iraquíes fotografías satelitales de la ubicación de las tropas iraníes así como asesoría táctica decisiva en la planeación de batallas y bombardeos. Estados Unidos lo hizo con plena conciencia de que los comandantes iraquíes habían estado usando armas químicas contra las tropas iraníes desde 1983. A Washington “no le horrorizaba tanto el uso de gas por parte de Irak”, según le dijo al New York Times (18 de agosto de 2002) uno de los veteranos de la operación. “No era sino otro modo de matar gente”.
La sórdida historia de la participación estadounidense en las atrocidades del régimen de Hussein quedó resaltada con diversos documentos de la CIA recientemente desclasificados que publicó Foreign Policy (26 de agosto). Un informe de la CIA de marzo de 1984 señalaba que Irak estaba usando gas neurotóxico, al que llamaba “un arma muy buena tanto en lo ofensivo como en lo defensivo” que “podría tener un impacto significativo en la táctica iraní de oleadas humanas, obligando a Irán a cambiar de estrategia”. El apoyo estadounidense a las fuerzas iraquíes continuó durante el ataque químico de 1988 a la aldea kurda de Halabja, en el que el régimen iraquí masacró a 5 mil de sus propios ciudadanos. Posteriormente, el gobierno de George W. Bush condenó hipócritamente ese ataque como evidencia de la brutalidad de Hussein, mientras EE.UU. se alistaba para la invasión de Irak de 2003.
Tal como hizo con Saddam Hussein, Washington olvidó rápidamente todos los servicios que Assad rindió a los imperialistas cuando éste dejó de ser útil a sus propósitos. En los primeros años de la “guerra contra el terrorismo”, Siria era uno de los principales destinos en el programa de “rendición extraordinaria” en el que Estados Unidos mandaba a los sospechosos de terrorismo a otros países para que fueran torturados. Eso no le impidió al gobierno de Obama, una vez que estalló la guerra civil en Siria, enviarle ayuda financiera y unas cuantas armas a algunos insurgentes, mientras imponía sanciones económicas que, junto con las de la Unión Europea, han dañado la economía siria.
A Irán le han sido impuestas sanciones aún más severas, pues Washington y Tel Aviv perciben que ese país intenta desafiar el monopolio regional de Israel sobre las armas nucleares. Aunque el gobierno iraní niega estar desarrollando armas nucleares, es claro que Irán realmente las necesita para disuadir a los imperialistas. Exigimos: ¡Abajo las sanciones contra Irán y Siria!
¡Por lucha de clases contra los gobernantes capitalistas!
La base de la conflagración comunal que está estallando en Medio Oriente quedó establecida bajo el dominio colonial cuando las potencias europeas enfrentaron entre sí a los distintos grupos nacionales y étnicos. Siria, Líbano e Irak no son naciones, sino mosaicos de diferentes pueblos y etnias que Gran Bretaña y Francia le arrancaron al Imperio Otomano que colapsaba tras la Primera Guerra Mundial. En Siria, los imperialistas promovieron a los alauitas para que dominaran a la población mayoritariamente sunita (ver: “Syrian Civil War: Legacy of Imperialist Divide-and-Rule” [La guerra civil siria: Legado del divide-y-vencerás imperialista], WV No. 1009, 28 de septiembre de 2012).
El proletariado internacional y los pueblos semicoloniales están pagando el precio de la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS en 1991-92. Esta derrota histórica produjo una devastación catastrófica de las condiciones de vida y la cultura en la antigua Unión Soviética. También envalentonó al imperialismo estadounidense, que se proclamó a sí mismo “la única superpotencia del mundo” mientras afirmaba agresivamente su dominio del globo. Hoy, los mismos “socialistas” reformistas que aplaudieron la caída de la Unión Soviética se alinean tras las fuerzas rebeldes apoyadas por el imperialismo en Siria, entusiasmándose por una mítica revolución siria. Un ejemplo es la estadounidense International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional), que celebra a los Comités de Coordinación Locales (CCL), una red de grupos de protesta locales, como el “manantial del movimiento revolucionario” en Siria (socialistworker.org, 28 de agosto).
De hecho, los CCL llaman abiertamente a la intervención estadounidense en su país. En una declaración que publicaron en su página de Facebook el 1° de septiembre, los CCL critican a Obama por planear “un ataque limitado que sólo servirá para advertirle a Assad”, en vez de buscar “paralizar” al ejército sirio. Los CCL exigen que el ataque militar de Obama venga “acompañado de una estrecha coordinación con la oposición siria, así como de un apoyo suficiente a la misma, tanto político como armado”.
La amenaza del ataque contra Siria representa el verdadero rostro del imperialismo, el sistema capitalista impulsado por la ganancia en la época de su decadencia. Las depredaciones militares son parte del funcionamiento “normal” del imperialismo, en que las potencias industriales avanzadas compiten al nivel mundial por el control de mercados, materias primas y acceso a mano de obra barata. En el ámbito doméstico esto se refleja en una pobreza aplastante, en la opresión racial y en una explotación intensificada del trabajo por parte del capital. El único modo de acabar con este sistema es a través de la revolución socialista internacional y la creación de una economía planificada a nivel mundial. Luchamos por construir partidos obreros revolucionarios que formen parte de una IV Internacional trotskista reforjada que guíe al proletariado en la lucha por el poder.