Espartaco No. 39 |
Septiembre de 2013 |
El dictador de los escuadrones de la muerte de Reagan en Guatemala
Ríos Montt, asesino de masas
El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 1026 (14 de junio de 2013).
Efraín Ríos Montt llegó al poder como el hombre fuerte de Guatemala en un golpe militar en marzo de 1982, tras derrocar a otro dictador sangriento, y a su vez fue derrocado en un golpe semejante en agosto de 1983. Durante ese periodo breve, condujo algunos de los crímenes más horripilantes contra los trabajadores y los campesinos, especialmente contra los indígenas mayas-ixiles, llevados a cabo durante una guerra civil que duró 36 años y que enfrentó a dictadores apoyados por EE.UU. con una insurrección guerrillera de izquierda. Según cifras oficiales, hubo más de 200 mil muertos y 45 mil más “desaparecidos” durante la guerra civil, de una población de unos 8 a 10 millones. Como mencionamos el mes pasado, un tribunal guatemalteco declaró culpable de genocidio y otros crímenes contra la humanidad a Ríos Montt (véase “U.S. Machinery of Torture” [La maquinaria estadounidense de tortura] WV No. 1024, 17 de mayo). Posteriormente, sin embargo, un tribunal constitucional de mayor instancia anuló la sentencia por un tecnicismo, y puede que un nuevo juicio no comience hasta abril de 2014, si es que hay un nuevo juicio.
La matanza en Guatemala fue plenamente apoyada por los gobernantes de Estados Unidos mientras lanzaban la Segunda Guerra Fría a finales de los años setenta y a principios de los ochenta contra la Unión Soviética. Washington también apoyó el régimen de escuadrones de la muerte en El Salvador mientras éste combatía una insurgencia izquierdista, y armó y entrenó a los reaccionarios contras que luchaban para derrocar al gobierno sandinista en Nicaragua.
Independientemente del resultado final del juicio de Ríos Montt, la letanía de horrores relatada por los sobrevivientes de la matanza que él supervisó obliga al veredicto de la historia. El New York Times (27 de marzo) informó:
“Uno de los testigos era un hombre que habló de cómo el ejército guatemalteco bajo el Sr. Ríos Montt mató a su esposa y a sus dos hijos, dándole un machetazo en el rostro a su hijo de cinco años y rompiendo la cabeza de su bebé. Otro describió cómo su hermana embarazada fue atada a una estaca y quemada viva, junto con su hijo y otros seis niños. Uno de los testigos, Nicolás Brito, dijo que había visto a unos soldados quitarles el corazón a las víctimas y apilarlos en una mesa”.
Varias mujeres declararon sobre las violaciones masivas que sufrieron. Una afirmó que había sido violada —tenía doce años en ese entonces— después de ser obligada a observar como violaban a su madre, quien murió. Muchos testigos hablaron en idioma ixil, ya que no hablan español.
El New Yorker (“The Maya Genocide Trial” [El juicio por el genocidio maya], 3 de mayo) informó:
“Hubo recuentos desgarradores de ataques militares en pueblos ixiles con nombres como Xesayi, Chel y Tu B’aj Sujsiban; del asesinato de las personas ancianas cuando eran demasiado viejas para huir; de los bebés recién nacidos arrojados a las llamas de las casas que se estaban quemando; de los niños nonatos sacados a cuchilladas de los úteros de las mujeres embarazadas; de la gente cautiva recluida en agujeros en el suelo, violada en las iglesias... Un ex soldado declaró que hasta donde él sabía, sus órdenes eran simples: indio visto, indio muerto”.
Afuera del tribunal, los partidarios de Ríos Montt y sus secuaces protestaron con música militar y letreros que decían: “El comunismo afianza la destrucción de la unidad nacional”. Los jueces y los fiscales involucrados en el caso recibieron amenazas de muerte. Una fuerte oposición a la sentencia condenatoria provino particularmente de la poderosa federación empresarial guatemalteca conocida como Cacif.
Durante las diligencias, un testigo de la fiscalía —un mecánico en el ejército durante el régimen de Ríos Montt— implicó al presidente guatemalteco actual Otto Pérez Molina como participante en masacres cuando era el comandante en la región ixil. El periodista de investigación Allan Nairn, quien está bien versado en los asuntos guatemaltecos, se reunió con Pérez Molina en 1982, cuando sus tropas describieron cómo se había ejecutado y torturado a los aldeanos. En una entrevista realizada en ese tiempo, que se ha publicado en YouTube, Pérez Molina le dice a Nairn: “La verdad es que hay un dicho muy real: que la población civil es para la guerrilla lo que el agua para el pez. En este caso, la guerrilla no podría sobrevivir si no tiene el apoyo y la colaboración de la población”.
Al exterminar a pueblos enteros con el fin de combatir a los insurgentes izquierdistas, Pérez Molina y compañía llevaron a cabo en su territorio el tipo de atrocidades que las fuerzas estadounidenses cometieron en una escala mucho más amplia al buscar aplastar las revoluciones sociales en Corea y Vietnam en las décadas de 1950 y 1960. Durante el juicio de Ríos Montt, el embajador estadounidense en Guatemala y el funcionario de más alto rango en derechos humanos del Departamento de Estado estaban sentados entre el público. Dos semanas después de que la condena fue anulada, el secretario de estado estadounidense John Kerry se reunió con Pérez Molina en Antigua, Guatemala, sede de una Asamblea General de la Organización de Estados Americanos. Kerry dijo: “Permítame comenzar felicitándolo, Sr. presidente, por los enormes avances que ha hecho con respecto a su sistema de justicia, el fortalecimiento de su sistema de justicia, la independencia de ese sistema” (Departamento de Estado de EE.UU., 4 de junio).
La mano sangrienta del imperialismo estadounidense
Que Estados Unidos colocara en el poder y/o apoyara a caudillos militares para mantener “libres” a los países de América Latina y el Caribe para la United Fruit y otros intereses semejantes ha sido ampliamente documentado. También es bien conocida la ofensiva de Washington para “hacer retroceder el comunismo”, desde la invasión de Cuba en Playa Girón (Bahía de Cochinos) organizada por la CIA en 1961, hasta los esfuerzos para aplastar a los insurgentes izquierdistas en Centroamérica en la década de los ochenta. Sin embargo, que uno de los déspotas apoyados por EE.UU. fuera juzgado por crímenes contra la humanidad en su propio país rompe con todo precedente. Esos crímenes tomaron una forma particularmente racista y sangrienta en Guatemala, especialmente durante el régimen de Ríos Montt. Aryeh Neier, un fundador y ex director ejecutivo de Human Rights Watch, escribió que Guatemala es “el único país de América Latina, para el cual sería apropiado utilizar la palabra ‘genocidio’ para describir los crímenes cometidos desde la Segunda Guerra Mundial” (New York Review of Books, 20 de junio). Ahora, el autor de esos crímenes sigue siendo un hombre libre.
El gobierno de Estados Unidos, su ejército y su policía secreta brillaron por su ausencia en el banquillo de los acusados durante el juicio por genocidio. Como escribimos en “Guatemala: CIA’s Mass Murder Inc.” (Guatemala: Asesinato de masas de la CIA, S.A., WV No. 621, 21 de abril de 1995):
“La verdad es que durante 40 años, Washington hizo mucho más que simplemente ‘ayudar’ a la brutal pandilla militar de Guatemala a afianzar el dominio de los latifundistas locales, los capitalistas y sus amos de Wall Street. Arreglándoselas solos, estos carniceros habrían sido bastante bárbaros... Pero fue el gobierno de los Estados Unidos que, en forma intencional y deliberada, planeó, financió, suministró, entrenó y dirigió la transformación de una pandilla de matones bestial pero ineficiente en una máquina moderna y científicamente organizada de exterminio, tortura y terrorismo sistemáticos. El imperialismo infligió horrores casi sin igual en la historia a los trabajadores desesperadamente pobres y explotados y a los indígenas mayas que constituyen la mayoría de la población de este pequeño país”.
El reinado de asesinatos de masas de Ríos Montt coincidió con los primeros años del gobierno de Ronald Reagan, que supervisó el impulso dado a la Segunda Guerra Fría contra la Unión Soviética. Las bases para esa campaña fueron preparadas por el presidente demócrata e hipócrita profesional Jimmy Carter, quien lanzó la carta de los “derechos humanos” en un esfuerzo por renovar las credenciales del imperialismo estadounidense después de su impactante derrota en Vietnam. Carter montó la simulación de eliminar el apoyo económico a los oficiales guatemaltecos en protesta por sus abusos. Pero fue una maniobra cínica. Cada vez más aliados cercanos de Estados Unidos, como Sudáfrica bajo el régimen del apartheid, Taiwán y Corea del Sur, comenzaron a dar su apoyo. El más importante fue Israel, que proporcionó subvenciones económicas, armas y entrenamiento para los asesinos reaccionarios de Washington.
Reagan aceptó con los brazos abiertos a Ríos Montt, un fundamentalista protestante que recibió entrenamiento en medidas de contrainsurgencia en el Fuerte Bragg y también se desempeñó como jefe de departamento en el Colegio Interamericano de Defensa de Washington, D.C. La aptitud principal de Ríos Montt era soportar el trabajo sucio. Cuando lanzó su ofensiva de “tierra quemada” contra los pobladores mayas de las tierras altas, entre los cuales las guerrillas izquierdistas habían ganado apoyo, el problema principal para Washington era cómo acelerar, reforzar y legitimar aún más el apoyo de Estados Unidos a ese esfuerzo.
En un memorándum al presidente Reagan poco antes de que éste se encontrara con Ríos Montt por primera vez, el secretario de estado George Shultz escribió que el golpe de estado que lo puso en el cargo “nos presenta una oportunidad para romper el largo congelamiento de nuestras relaciones con Guatemala y para ayudar a evitar una toma del poder extremista”. Reagan pregonó que Ríos Montt era un hombre “totalmente dedicado a la democracia” con “gran integridad personal y entrega” (“Guatemala’s Genocide on Trial” [El genocidio de Guatemala bajo juicio], The Nation, 22 de mayo). Elliott Abrams, el funcionario más alto en derechos humanos en el Departamento de Estado de Reagan, no sólo propagó la versión del gobierno de que Ríos Montt era un reformador sino que también ayudó a vender el plan de Washington para levantar el (muy abrogado) embargo del apoyo económico a las fuerzas militares.
En un artículo en la revista The Nation (17 de abril de 1995), Allan Nairn nombró a media docena de oficiales guatemaltecos de alto rango pagados por la CIA, incluyendo al menos tres jefes de la unidad de inteligencia militar del país, un antiguo jefe de personal del ejército y el general Héctor Gramajo, un ex ministro de defensa. Nairn citó al ex jefe de la Agencia de Inteligencia de la Defensa estadounidense en Guatemala, el coronel George Hooker: “Sería una situación incómoda si alguna vez hubiera una lista de toda la gente en el ejército guatemalteco que ha recibido un sueldo de la CIA”. Esa lista tendría que remontarse a la Guerra Fría de los años cincuenta contra la Unión Soviética, el estado obrero que nació de la Revolución de Octubre de 1917 dirigida por los bolcheviques. A pesar de su degeneración burocrática estalinista posterior, la Unión Soviética sirvió como impedimento a la capacidad de Washington para ejercer el poder como quisiera en todo el mundo. Hasta la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS en 1991-92, los imperialistas de Estados Unidos estaban resueltos a destruir al estado obrero soviético y a todos los que, según ellos, promovieran sus intereses.
En 1954, Estados Unidos ingenió el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, un populista burgués que había intentado instituir algunas reformas como la nacionalización de algunas de las tierras de la United Fruit. Arbenz ordenó que los terrenos baldíos, que incluían el 85 por ciento de las tierras de la empresa, se compraran en su valor declarado y se distribuyeran a los campesinos sin tierra. Esto no le cayó nada bien a Washington; el secretario de estado John Foster Dulles y su hermano, el jefe de la CIA Allen Dulles, estaban conectados al bufete de abogados de la United Fruit, y el embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Henry Cabot Lodge Jr., era un accionista importante. Más directamente, la base de la histeria anticomunista por las módicas reformas agrarias de Arbenz fue la Guerra Fría. La participación sin importancia del minúsculo Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) estalinista en su gobierno fue aprovechada para lanzar una campaña de histeria anticomunista y el apoyo directo para los asesinos reaccionarios.
Un ejemplo de cobertura noticiosa de ese momento era un artículo del New York Times (8 de noviembre de 1953) sobre la llegada a Guatemala de John E. Peurifoy como el nuevo embajador de Estados Unidos. Decía en parte:
“Por lo general, en Guatemala se espera que su llegada signifique un cambio en la declarada pasividad con la que Estados Unidos ha visto el crecimiento de la influencia de los comunistas hasta el punto donde, al menos para alguien de afuera, parecen ser los amos del país para todo efecto”.
Mientras la CIA trabajaba para derrocar a Arbenz desde adentro, se organizó en Honduras un ejército improvisado de unos cuantos cientos al mando del exiliado Carlos Castillo Armas, quien había recibido entrenamiento en el Fuerte Leavenworth.
La clave del éxito de la invasión fue el bombardeo y ametrallamiento de la Ciudad de Guatemala por aviones de Estados Unidos piloteados por estadounidenses. Howard Hunt, un mandamás de la CIA (infame después por lo del Watergate), describió la misión en la serie documental de CNN Guerra Fría: “Lo que queríamos hacer era tener una campaña de terror, para aterrorizar a Arbenz en particular, para aterrorizar a sus tropas”. Abandonado por su ejército, Arbenz renunció, cediendo el poder al coronel Carlos Enrique Díaz. El embajador Peurifoy le presentó a Díaz una lista de presuntos comunistas para que los matara. Díaz, sin embargo, tenía la intención de liberar a todos los presos políticos, incluso a los miembros del PGT. Así que Peurifoy ordenó que el bombardeo continuara, Díaz fue removido de su cargo a punta de pistola y un avión de la embajada de Estados Unidos llegó con el nuevo líder de Guatemala, Castillo Armas. Luego siguieron las debidas oleadas de represión sangrienta. Miembros del PGT y líderes campesinos y obreros fueron detenidos, encarcelados o ejecutados, mientras que la tierra fue devuelta a la United Fruit y a los oligarcas nacionales. Tres años después, Castillo Armas fue asesinado a balazos, uno de una serie de “cambios de régimen” que luego se hicieron habituales en Guatemala.
Los lugartenientes del imperialismo estadounidense en el movimiento obrero participaron activamente en las intrigas anticomunistas en Guatemala. Los agentes de la American Federation of Labor [Federación Obrera Estadounidense] socavaron la influencia del PGT en los sindicatos y reclutaron a sindicalistas derechistas para la fuerza invasora. De hecho, Guatemala fue un campo de entrenamiento para el papel que la burocracia de la AFL-CIO desempeñaría en Centro y Sudamérica a través de su notorio American Institute for Free Labor Development (AIFLD, Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre), que trabajó con la CIA para destruir a los sindicatos combativos dirigidos por la izquierda. La “AFL-CIA” puede atribuirse el mérito de que, a partir de julio de 2009, la Confederación Sindical Internacional determinó que Guatemala era el segundo país más peligroso de América Latina para los sindicalistas.
El imperialismo y la lucha de clases
Ríos Montt es un asesino sicópata de masas. Para que se haga justicia, se requeriría un juicio llevado a cabo por los trabajadores y campesinos que sobrevivieron a su gobierno. Es sencillamente repugnante observar la fingida sorpresa de los gobernantes estadounidenses —quienes siguen creando y apoyando a líderes como el presidente Pérez Molina— ante las atrocidades de sus títeres. No importa cuál de los partidos capitalistas se encuentre en el poder en algún momento dado en Washington, la represión espeluznante es una característica fundamental del imperialismo estadounidense. Los tentáculos del pulpo (mote que se le ponía a la United Fruit por todo Centroamérica) pueden ser amputados, como ocurrió con la Revolución Cubana, pero el imperialismo yanqui continuará estrangulando el hemisferio hasta que reciba un golpe en el corazón.
El juicio por genocidio proporcionó una perspectiva descarnada de la barbarie que los imperialistas y sus secuaces locales infligen a los trabajadores en los países semicoloniales. Pero no será suficiente desenmascarar este sistema de opresión para eliminarlo. La clase obrera de Estados Unidos tendrá que aplastar el sistema capitalista-imperialista estadounidense desde adentro y acudir en ayuda de sus hermanos de clase en México y más al sur en su lucha para librarse de sus propias ataduras.
El movimiento obrero al norte del Río Grande/Río Bravo se enriquece con los trabajadores inmigrantes de El Salvador, Honduras, Guatemala y otros países que aportan al proletariado estadounidense su experiencia directa de la represión asesina y la explotación brutal impuestas por gente de la calaña de Ríos Montt en beneficio de los gobernantes capitalistas de Estados Unidos. Sólo cuando la clase obrera, dirigida por su partido de vanguardia internacionalista, tome el poder mediante una revolución socialista, expropiando a los expropiadores y extirpando de raíz su maquinaria estatal, se les impondrá justicia a tales sicarios y a sus amos imperialistas. En la Spartacist League, sección estadounidense de la Liga Comunista Internacional, estamos dedicados a la tarea de forjar tal partido en las entrañas de la bestia imperialista.