Espartaco No. 37 |
Febrero de 2013 |
Tras la masacre de Newtown
Hipocresía burguesa y ardides por el control de armas
El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 1015 (11 de enero de 2013), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.
Perpetrada en la secuela del asesinato de doce espectadores de una película en Aurora, Colorado, el 12 de julio de 2012, la masacre en la Escuela Primaria Sandy Hook de Newtown, Connecticut, llevada a cabo en diciembre por un individuo demente, llevó, como cabía prever, a un clamor renovado por que se limite más la posesión de armas de fuego en EE.UU. Con el presidente estadounidense Obama declamando que “no hay excusa para la inacción”, el New York Times (19 de diciembre) llamó a restaurar y fortalecer la prohibición de rifles de asalto que expiró en 2004. El 3 de enero, el primer día de sesiones de la nueva legislatura, se presentaron diez proyectos de ley sobre control de armas. Estas medidas prohibirían la posesión y transferencia de armas con cargadores de alta capacidad de municiones y requerirían una base de datos nacional de gente sin derecho a comprar armas de fuego, así como investigaciones de antecedentes para las transacciones en exhibiciones de armas, entre otras cosas.
Tal como las fuerzas reaccionarias de “la ley y el orden” señalan los asesinatos particularmente horrendos para impulsar una mayor aplicación de la bárbara y racista pena de muerte, así los liberales aprovechan las masacres como las de Virginia Tech y ahora Newtown para impulsar mayores restricciones o la prohibición total de la posesión de armas de fuego. El resultado en todos estos casos es que los derechos básicos de la población se ven pisoteados y el estado capitalista consolida y expande aun más sus asesinos poderes represivos.
Sólo un sociópata negaría el horror de lo que ocurrió en Newtown. Pero lo que está en juego ahora es una campaña renovada por parte del estado capitalista para imponer su monopolio de la violencia al destripar más aún el derecho a portar armas, el cual se codificó en la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense. Los marxistas nos oponemos a las leyes de control de armas y defendemos el derecho a la autodefensa armada, una necesidad de los trabajadores, los negros, las demás minorías y la población en su conjunto.
Un artículo de opinión en el New York Times (17 de diciembre) titulado “Reason to Hope After the Newtown Rampage” [Razones para tener esperanza tras la masacre de Newtown] presentaba a la población prácticamente deseosa de ceder sus derechos, y proclamó: “Los estadounidenses estamos dispuestos a cargar con el peso, como lo estuvimos tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, al aceptar el aumento en la seguridad cuando viajamos y acciones militares que antes hubiéramos evitado”. Eso es lo que dicen. El 3 de enero el presidente Obama continuó la campaña por el “aumento de la seguridad” al firmar la Ley de Autorización de la Defensa Nacional —el proyecto de ley anual de las apropiaciones militares— que permite la detención indefinida de ciudadanos estadounidenses.
El derecho a portar armas surgió de la Revolución Estadounidense y tuvo su antecedente en la Inglaterra de un siglo antes. A lo largo de las revoluciones burguesas de Europa y Norteamérica, que abarcaron desde el siglo XVII a mediados del siglo XIX, el principio de armar al pueblo, incluyendo el concepto de milicia popular, se consideraba parte de una defensa vital contra la tiranía. Pero, como señalamos en “The Second Amendment to the U.S. Constitution” [La Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense] (ver WV No. 1015, aparecido por primera vez en Spartacist [Edición en inglés] No. 43-44, verano de 1989): “Con la aparición en escena del proletariado como actor independiente, ‘el pueblo armado’ se volvió anacrónico, pues la población quedó polarizada sobre líneas de clase”.
Los regímenes despóticos prefieren mandar sobre sujetos indefensos; un pueblo armado puede resistirse. Para los negros, la autodefensa armada y otros derechos básicos fueron ganados con la Guerra Civil que aplastó a la esclavitud...e inmediatamente después estuvieron bajo ataque. En la lucha por construir y defender sindicatos, desde las minas de carbón de Virginia Occidental y Kentucky hasta los puertos y estaciones de carga camionera de la nación, los obreros se armaron para defenderse de los esquiroles rompehuelgas y la policía, los militares y los guardias de seguridad privada. Tras la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea, los veteranos negros, con armas en las manos, conformaron la infantería de las primeras luchas contra el sistema de segregación Jim Crow en el Sur.
Sucede que los mismos que deciden a quién darle el privilegio de ejercer el derecho a portar armas son los mayores asesinos de masas que el mundo haya visto: la clase capitalista estadounidense. Incluso mientras Obama declaraba en Newtown que “estas tragedias deben terminar”, su aparato militar y de espionaje preparaba la siguiente ronda de ataques aéreos sobre Paquistán y Yemen. En un comentario titulado “Beyond Newtown” [Más allá de Newtown], el prisionero de la lucha de clases Mumia Abu-Jamal observó:
“A lo largo y ancho de Estados Unidos, ciudades en las dos costas y el Medio Oeste han sufrido pequeñas masacres, silenciosas y casi invisibles, donde decenas de padres pierden a sus hijos, las esposas a sus maridos y algunos maridos a sus esposas. Me refiero a la plaga de la violencia policiaca contra los negros en Nueva York, Chicago, Oakland y más allá”.
Ya por cierto tiempo, la lucha de clases y otras luchas sociales en este país se han encontrado en un punto bajo. Sin embargo, hay un enorme descontento social preparando el terreno para una lucha renovada. Los estadounidenses tienen armas y quieren conservarlas. Este es un hecho sociológico de la vida, y será un hecho útil cuando la masa de la población se sienta directa y abiertamente amenazada por un gobierno tiránico. Para los marxistas revolucionarios, lo crucial es que la clase obrera se levante como el defensor de todos los que sufren bajo la bota de los gobernantes capitalistas.
El estado capitalista: Portando armas contra el pueblo
Los llamados al control de armas emanados de la burguesía siempre han estado marcados por la más flagrante hipocresía. El ahora fallecido líder del clan Sulzberger, al que pertenece el New York Times y que está entre los principales exponentes del control de armas para las masas, era conocido por conservar una pistola en el cajón de su escritorio para lidiar con cualquier posible intruso hostil. El alcalde de la Ciudad de Nueva York, Michael Bloomberg, ciertamente no tiene por qué temer la confiscación estatal de las armas: tiene a su disposición al personal de la policía las 24 horas del día.
Se han burlado mucho de los recientes pronunciamientos de la bastante osificada National Rifle Association (NRA, Asociación Nacional del Rifle), y particularmente del discurso que pronunció su presidente donde levantó el llamado reaccionario a poner guardias de seguridad armados en todas las escuelas. Los alumnos de alrededor de un tercio de las escuelas públicas ya sufren revisiones y la arbitrariedad de guardias de seguridad e incluso de policías, particularmente en los guetos y barrios. Cabe señalar que actualmente la NRA está brindando el servicio útil de entrenar a maestros en algunos estados en el uso de armas de fuego.
La prensa liberal, a la que hacen eco los reformistas de la International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional), lamenta que ésta sea una sociedad violenta (esa observación es similar a reconocer que a los calvos les falta pelo). De las barracas de los infantes de marina, donde el lema es “Mátenlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos”, a los púlpitos de las iglesias donde los médicos que practican abortos son considerados merecedores de la muerte, la verdad innegable es que la violencia “es tan estadounidense como la tarta de cereza”, como dijo el militante negro de los años sesenta H. Rap Brown.
El asesinato de masas es un fenómeno frecuente en EE.UU. —y es normalmente el estado el que lo lleva a cabo—. En 1921, la policía de Tulsa bombardeó a la comunidad negra segregada, matando a 75 personas. En mayo de 1985, el alcalde de Filadelfia, el demócrata negro Wilson Goode, con la cooperación del FBI, mandó bombardear a la comuna MOVE, un grupo predominantemente negro con ideología de regresar a la naturaleza. El ataque mató a once personas, entre ellas cinco niños, y todo un vecindario negro fue incinerado. En 1993, tras un sitio de 51 días, el Departamento de Justicia de Bill Clinton ordenó un ataque contra la secta religiosa integrada de la Rama Davidiana, cerca de Waco, Texas, matando así a 80 hombres, mujeres y niños.
Los individuos homicidas que han llevado a cabo tiroteos masivos en los últimos años típicamente lo han hecho con armas semiautomáticas, como el AR-15, uno de los rifles más populares del país, el cual fue usado por el asesino de Newtown. Así que el lobby del control de armas está gritando sobre la necesidad de prohibir las “armas de asalto”. Un equipo de trabajo dirigido por el vicepresidente Biden, autor de la prohibición expirada de esas armas, tiene programado redactar una propuesta para renovarla y adicionarla con nuevas restricciones. La ISO está ayudando a inflamar el frenesí liberal, declarando en “How Does This Happen?” [¿Cómo puede ocurrir esto?] (socialistworker.org, 17 de diciembre):
“Los socialistas creemos que las armas son un síntoma de la violencia, no una causa; pero nadie puede ignorar lo que ese síntoma nos dice respecto a esta sociedad enferma, donde la gente puede comprar por Internet miles de cartuchos de municiones, incluyendo las balas de alto calibre que se usaron en Sandy Hook, cuyo único propósito puede ser la ‘cacería’ de seres humanos”.
El punto de partida de la ISO es la confianza en el estado capitalista.
El escándalo por las AR-15 y similares es moneda frecuente entre los liberales estadounidenses y de otras partes, que rutinariamente señalan hacia Japón, Gran Bretaña y otros países avanzados donde el control de armas es la norma. (Una excepción es Suiza, que sigue sólo a EE.UU., Yemen y Serbia en número de armas per cápita, y donde sólo hubo 40 muertes por arma de fuego en 2010.) Mientras en las ciudades estadounidenses la policía persigue a los jóvenes negros y latinos con el pretexto de la posesión de drogas y/o armas, en Gran Bretaña la policía detiene a jóvenes negros y asiáticos en busca de drogas y/o cuchillos. En ambos casos, la policía los trata con brutalidad y los mata impunemente.
La violencia patológica tiene lugar independientemente del tipo de armas que pueda conseguirse. El mismo día de la matanza en Newtown, un perturbado mental en China, donde la burocracia estalinista dominante mantiene un estricto control de armas, invadió una escuela primaria y acuchilló a 22 niños y un guardia escolar. En todos los casos, el fondo es que los trabajadores deben tener los medios para defenderse y defender a otros.
Derechos de los negros y derecho a las armas
Aunque casi la mitad de los hogares estadounidenses tiene por lo menos un arma, existe la percepción de que quienes defienden los derechos de la Segunda Enmienda son sólo los de la franja derechista, racista y antiinmigrante. Sí, existen lunáticos reaccionarios aficionados a las armas que creen que Estados Unidos enfrenta hoy una invasión de México o quizá de los helicópteros negros de la ONU. Pero la verdad básica del asunto es algo que solía ser bien sabido entre los militantes sindicales y negros: si las armas fueran ilegales, sólo las tendrían los policías, los criminales y el Ku Klux Klan.
La violencia peculiar que se halla entretejida en el entramado de la sociedad capitalista estadounidense surge principalmente de la opresión especial de los negros, una herencia de la esclavitud. Y cualquier lectura seria de la historia y la realidad social de este país deja en claro la absoluta necesidad de la autodefensa negra. A finales del siglo XIX cuando el terror racial barría el Sur, donde imperaba el sistema Jim Crow, la luchadora contra los linchamientos Ida B. Wells escribió:
“Las únicas ocasiones en que un afroamericano logra escapar de un ataque son en las que tiene un arma y la usa para defenderse.
“La lección que esto enseña, y en la que todo afroamericano debe reflexionar, es que un rifle Winchester debe ocupar un lugar de honor en cada hogar negro, y que debe usarse para esa protección que la ley nos niega”.
—citado en Jacqueline J. Royster, ed., Southern Horrors and Other Writings: The Anti-Lynching Campaign of Ida B. Wells, 1892-1900 [Horrores del Sur y otros escritos: La campaña antilinchamientos de Ida B. Wells, 1892-1900] (1997)
Esto no es sólo una cuestión de libros de historia. En junio de 2011, siete matones adolescentes blancos mataron a golpes a un obrero automotriz de 49 años llamado James Craig Anderson en Jackson, Mississippi, mientras coreaban “White Power” [Poder blanco]. De haber estado armado, posiblemente Anderson seguiría vivo.
Históricamente, la autodefensa negra siempre ha enfrentado una frenética represión estatal. Las primeras leyes de control de armas del siglo XX se aprobaron en estados como Carolina del Sur, Tennessee y Mississippi como un medio para desarmar a los negros ante el terrorismo del KKK. Con el ascenso del movimiento de los derechos civiles, el control de armas volvió a asociarse con el miedo de la clase dominante a la combatividad de los negros. Robert F. Williams, el líder del NAACP [Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color] en Monroe, Carolina del Norte, se vio forzado a abandonar el país por organizar un escuadrón para defenderse de los ataques racistas. En Louisiana, y algunos otros estados del Sur, los Deacons for Defense and Justice [Diáconos por la Defensa y la Justicia] recurrieron con éxito a las armas de fuego para proteger al movimiento de los derechos civiles de los ataques del Klan. Entre las armas comunes de los Deacons estaba la carabina M-1, un “fusil de asalto” que habían aprendido a usar en el ejército.
Un artículo de Jill Lepore publicado en el New Yorker (23 de abril de 2012) señaló que “en los años sesenta, la posesión de armas como derecho constitucional figuraba más en la agenda de los nacionalistas negros que en la de la NRA”. En 1965, el Consejo de la Ciudad de Nueva York pasó una ley específicamente para impedir a Malcolm X portar una carabina para su protección; poco después, fue asesinado. En 1967, la legislatura de California prohibió portar armas cargadas después de una manifestación de los Panteras Negras, ante el capitolio estatal de Sacramento, en la que estaban portando armas legalmente. Los Panteras habían estado patrullando las calles de Oakland, donde el terror policiaco había sido generalizado. La prohibición estatal vino seguida de otras leyes de control de armas al nivel nacional, especialmente tras los levantamientos en los guetos que siguieron al asesinato de Martin Luther King en 1968.
Hoy, los negros, que figuran desproporcionadamente como víctimas de la violencia armada, son los que más necesitan medios para defenderse. Sin embargo, en muchos centros urbanos, los llamados al control de armas estricto que impulsan demócratas negros como el congresista John Lewis y Al Sharpton encuentran cada vez más apoyo entre los habitantes de los guetos. Estos llamados no hacen sino alimentar los humillantes programas de detención-y-cateo que lleva a cabo la policía de Nueva York y la de otras ciudades del país.
Los crímenes violentos en los guetos y barrios son un resultado directo del extendido desempleo y la indigencia que produce el funcionamiento normal del sistema capitalista de ganancia. Los jóvenes empobrecidos arrojados a los vertederos del capitalismo no ven muchas oportunidades de salir adelante fuera de arriesgar sus vidas en el ejército o quizá aceptar algo de droga para venderla. Los marxistas llamamos por la despenalización de las drogas, lo que eliminaría las bases de la superganancia que representa el narcotráfico y su violencia concomitante.
Sobre todo, la situación pide a gritos una lucha clasista por empleos, vivienda y educación de calidad para todos. Esa tarea exige construir un partido obrero revolucionario que fusione la ira de los guetos y los barrios con un movimiento obrero revivido y muestre el camino para derrocar al racista sistema capitalista mediante una revolución socialista.