Espartaco No. 36

Septiembre de 2012

 

Egipto: Los militares en el poder otorgan la presidencia a la Hermandad Musulmana

Los “Socialistas Revolucionarios” en la cama con la reacción islámica

El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 1005 (6 de julio de 2012), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.

En las primeras semanas de 2011 el mundo fue testigo de las extraordinarias escenas de millones de egipcios, de prácticamente todas las clases sociales, protestando a lo largo del país, desafiando las balas y los ataques de la policía. Bajo la consigna “El pueblo exige la caída del régimen”, lograron derrocar al odiado dictador Hosni Mubarak, aunque el resultado fue que el ejército asumió el poder en su propio nombre. En el año y medio desde entonces, la euforia en torno a la “Revolución Egipcia” ha dado paso a la dura realidad del sangriento gobierno militar, el declive aún mayor de las condiciones económicas y el ascenso de la reacción islámica: la Hermandad Musulmana y los incluso más derechistas salafistas.

A mediados de junio, los egipcios se encontraron ante una elección cuyas “alternativas” eran dos candidatos presidenciales que encarnan a las fuerzas más poderosas y mejor organizadas del país: Ahmed Shafik, antiguo comandante de la Fuerza Aérea y último primer ministro de Mubarak, en representación del ejército, y Mohamed Morsi, de la Hermandad Musulmana. Aunque muchos liberales y supuestos izquierdistas denunciaron la elección como un golpe contra la “democracia” establecida por la “Revolución Egipcia”, el resultado deriva directamente de la política de unidad nacional contra Mubarak que dominó las protestas, en las que la clase obrera no fue nunca un factor por sí misma y, en cambio, quedó subordinada a las fuerzas políticas burguesas.

El 24 de junio Morsi fue declarado ganador. Shafik, ante la amenaza de enfrentar cargos de corrupción, abandonó el país junto con la mayor parte de su familia. En esencia, el ejército permitió que la Hermandad asumiera la presidencia como una fachada para preservar el dominio del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA). Anticipando una victoria de la Hermandad, el CSFA se movilizó en el periodo preelectoral para afianzar su sangriento control sobre la sociedad. Disolvió el parlamento elegido seis meses atrás, que estaba en manos de los islamistas y en esencia carecía de poder, después de que una corte encontrara “irregularidades electorales”. Otorgó a la policía militar el poder de arrestar civiles, incluidos los obreros en huelga. Aunque una corte revocó esa medida y otras tantas, la verdad es que el ejército estaba tratando de formalizar lo que ya es una realidad: más de 10 mil civiles han sido juzgados por tribunales militares desde febrero de 2011.

Los comentaristas burgueses y los izquierdistas “socialistas” en Egipto y el extranjero utilizan con descaro el término “revolución” para describir el levantamiento del año pasado. Grupos como los Socialistas Revolucionarios (SR) egipcios llaman a derrotar la “contrarrevolución” apoyando a la reaccionaria Hermandad. En las calles de El Cairo, anuncios colocados por las diversas fuerzas políticas, incluido el ejército, cantan loas a la “Revolución del 25 de Enero”. Pintas en los muros celebran a los “mártires de la revolución”, las casi mil personas que murieron durante el levantamiento y los muchos más que el ejército ha masacrado desde entonces.

Pero hay que decir la verdad: ésta no fue una revolución. Miles y miles tomaron las calles de El Cairo, Alejandría y otras ciudades más pequeñas impulsados por la pobreza y el deseo intenso de deshacerse del gobierno militar y la opresión multilateral endémica al capitalismo egipcio. Pero todo lo que ofrecieron las fuerzas políticas al mando del levantamiento fue otra forma de dictadura de la clase capitalista. Aunque los trabajadores han protagonizado huelgas y paros durante la última década, alcanzando su clímax en 2011, la clase obrera no ha entrado en la escena política bajo su propia bandera, luchando por sus propios intereses de clase.

En la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Hamdin Sabahi recibió gran parte del voto obrero, quedando en tercer lugar con casi 21 por ciento de la votación. Sabahi obtuvo mucho apoyo haciendo referencia al Coronel Gamal Abdel Nasser, un líder nacionalista de izquierda con un programa de nacionalizaciones, las cuales su régimen combinó con la represión brutal. Aunque estos votos son una expresión del deseo de muchos trabajadores de rechazar tanto al ejército como a los islamistas, también son una demostración de la subordinación política del proletariado a su enemigo de clase capitalista. Durante muchos años, el ejército ha aprovechado las grandes reservas de nacionalismo —representado en las protestas del año pasado por la omnipresente bandera egipcia y la idea de que el ejército era “uno con el pueblo”— para oscurecer la división de clases entre la diminuta capa de capitalistas asquerosamente ricos en la cima y los obreros y campesinos brutalmente explotados en el fondo.

Egipto es el país árabe con mayor población. Su clase obrera es una de las más numerosas, más combativas y potencialmente más poderosas de la región. No obstante el dominio militar, Egipto sigue siendo una sociedad profundamente inestable. A pesar de las semanas de interminables campañas electorales y de la presión para votar, más de la mitad del electorado no se tomó siquiera la molestia de participar en la farsa electoral del CSFA. Las condiciones materiales de vida para la abrumadora mayoría de la población de hecho han decaído, en tanto que los precios de los alimentos y el desempleo han aumentado drásticamente. Las odiadas fuerzas policiacas, incluidas las Fuerzas Centrales de Seguridad, permanecen intactas y pronto volverán a las calles a mantener “la ley y el orden”. Tanto el ejército como la Hermandad han dejado clara su intención de recuperar la “estabilidad”, lo que incluirá reprimir las huelgas.

La situación exige la construcción de un partido obrero internacionalista. Como escribimos después de la caída de Mubarak (“Egipto: El ejército en el poder apuntala al régimen capitalista”, Espartaco No. 33, primavera de 2011):

“Derechos democráticos elementales como la igualdad legal de la mujer y la plena separación entre la religión y el estado; la revolución agraria que le dé tierra a los campesinos; el fin del desempleo y la miseria absoluta: las aspiraciones básicas de las masas no pueden verse satisfechas sin derrocar al orden capitalista bonapartista. El instrumento indispensable para que la clase obrera asuma la dirección es un partido revolucionario, que sólo puede construirse mediante una lucha implacable contra todas las fuerzas burguesas, desde el ejército hasta la Hermandad y los liberales que falsamente dicen apoyar la lucha de las masas. Un partido así debe actuar, en palabras del líder bolchevique V.I. Lenin, como un ‘tribuno del pueblo’, luchando contra la opresión de la mujer, los campesinos, los cristianos coptos, los homosexuales y las minorías étnicas”.

Postrándose ante la Hermandad

Los grupos que reclaman la bandera del socialismo en Egipto son un obstáculo en la lucha por el poder obrero, al disolver los intereses de clase propios del proletariado en la supuesta necesidad de unir al “pueblo” para “continuar la revolución”. El más importante es el grupo Socialistas Revolucionarios, una tendencia asociada con el fallecido Tony Cliff, y vinculada con la International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional) estadounidense y con el Socialist Workers Party (SWP, Partido Obrero Socialista) británico. Particularmente desde el levantamiento del año pasado, los SR se han convertido en el grupo más influyente de la “extrema izquierda” en Egipto. Sus declaraciones y artículos son traducidos y leídos por organizaciones izquierdistas alrededor del mundo.

Los SR causaron algo de descontento entre sus filas cuando anunciaron formalmente su apoyo a Morsi, candidato de la Hermandad Musulmana, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Los orígenes de esta capitulación a los enemigos mortales de las mujeres, los obreros y las minorías religiosas pueden trazarse hasta la fundación misma de los SR en los 90, cuando se opusieron a la hostilidad de otros izquierdistas hacia el Islam político. Los SR afirman que la Hermandad, debido a su base de masas, tiene contradicciones que los socialistas pueden explotar (ver “Pandering to Reactionary Muslim Brotherhood” [Capitulando a la reaccionaria Hermandad Musulmana], WV No. 974, 18 de febrero de 2011). El 28 de mayo, los SR emitieron una declaración llamando por “un frente nacional que se oponga al candidato de la contrarrevolución”, Shafik.

Más tarde, el 4 de junio, vino una declaración con el título “A los camaradas”, que admitía que la declaración del 28 de mayo había “provocado una respuesta negativa entre cierto número de miembros de los SR”. A pesar de ello, los SR continuaron defendiendo su apoyo a la Hermandad alegando la necesidad de derrotar la “contrarrevolución”. Y aun así, el 4 de junio los SR publicaron una declaración distinta (reimpresa en el número del 8 de junio de su periódico, El Socialista) que llamaba a boicotear las elecciones si la “Ley de exclusión política” —que fue aprobada por el parlamento a principios de año para impedir que los altos mandos del gobierno de Mubarak participen en las elecciones— no era implementada. Dado que el principal candidato asociado con Mubarak era Shafik, esta línea no era sino una forma de apoyo encubierto a la Hermandad. (La ley no se aplicó.)

En su declaración “A los camaradas”, los SR describen a la Hermandad como “una organización llena de contradicciones de clase encubiertas por consignas religiosas vagas”. ¡No! Se trata de una organización burguesa basada en la religión. Y su programa religioso no tiene nada de “vago”. Durante mucho tiempo, Egipto ha sufrido la influencia del sofocante hedor de la Hermandad. Las mujeres no están obligadas por ley a usar la mascada y, sin embargo, la gran mayoría la usa por la presión social ejercida por la Hermandad Musulmana y por los salafistas, aún más fundamentalistas que ésta. Los cristianos coptos de Egipto están aterrados justificadamente tras la victoria de la Hermandad. Las mujeres, por su parte, enfrentan un futuro aún más obscuro. Para darse una idea de lo que preparan los islamistas, basta con echar un vistazo a dos propuestas de ley que presentaron en el parlamento ahora disuelto. Una, que introdujo un salafista, planteaba legalizar una vez más la horrenda práctica de la mutilación genital femenina, que de cualquier modo es ampliamente ejercida. Otra buscaba reducir la edad mínima para que una mujer contraiga matrimonio a los 14 años.

Los SR tratan de justificar su escandaloso apoyo a la Hermandad con la línea de que los “feloul” —es decir, los “remanentes” del régimen de Mubarak— deben ser derrotados a toda costa. Pero aunque los SR actualmente braman sobre los peligros del gobierno militar, cuando se desplegó al ejército en las calles de El Cairo justo antes de la renuncia de Mubarak, los SR se unieron a la celebración nacionalista. En medio de las ilusiones dominantes en el ejército, los SR se quejaban, en una declaración del 1º de febrero de 2011, de que “éste ya no es el ejército del pueblo”. El ejército de los regímenes capitalistas de Nasser, Sadat y Mubarak nunca fue “el ejército del pueblo”. Los SR incluso promovieron ilusiones en la policía, celebrando en una declaración del 13 de febrero de 2011 que “la ola de la revolución social se ensancha día con día conforme nuevos sectores se unen a las protestas, incluyendo a los policías, los mujabarín [agentes de inteligencia] y los oficiales de policía”.

Como marxistas rechazamos el marco de los SR, que plantea sólo dos opciones: capitular a las fuerzas “seculares” respaldadas por el ejército, como Shafik, o a los islamistas como la Hermandad. De hecho, ambas son formas alternativas de apuntalar el dominio capitalista. En contraste con el apoyo que dieron los SR a la Hermandad, nuestros camaradas del Grupo Trotskista de Grecia dieron apoyo crítico al Partido Comunista Griego (KKE) en las recientes elecciones griegas (ver “¡Votar por el KKE! ¡Ni un voto a Syriza!”, suplemento de Espartaco, julio de 2012). En breve, el KKE, un partido obrero, trazó, a pesar de su colaboracionismo de clases estalinista, una cruda línea de clase contra la Unión Europea imperialista en estas elecciones y afirma odiar el capitalismo. La reaccionaria Hermandad, como admiten incluso los propios cliffistas, ¡adora el capitalismo!

La incoherencia de la incoherencia

¿Qué fue lo que hicieron realmente los miembros de los SR el día de la elección? No queda más que adivinar. Sin embargo, sus correligionarios en el SWP británico apoyaron completamente su llamado a votar por Morsi. Anne Alexander escribió en un artículo de Socialist Worker del 16 de junio: “Votar por Morsi contra Shafik es un paso importante para construir un movimiento revolucionario más allá de las elecciones”. Para darse una idea del apoyo que uno puede esperar de las fuerzas islámicas basta con ver a Túnez, cuna de la “Primavera Árabe” y la sociedad históricamente más secular del norte de África. Bajo el gobierno islamista “moderado” del Ennahda, los salafistas incendian oficinas de la federación sindical UGTT y presiden un régimen de terror contra las mujeres en las universidades. En Egipto, los salafistas ya han provocado alborotos, quemando casinos, bares, tiendas de licores y supuestos burdeles, así como presionando intensamente a las mujeres para que adopten el niqab (velo) de pies a cabeza.

Los cliffistas estadounidenses de la ISO encontraron “sorprendente” la línea del voto para Morsi de los SR, añadiendo que su declaración del 28 de mayo “plantea muchas preguntas problemáticas”. Sus diferencias, sin embargo, son puramente tácticas. En “Egypt’s Election Dead End” [El callejón sin salida de las elecciones en Egipto], Alan Maass, de la ISO, se queja de que la Hermandad “vaciló durante la rebelión de 2011” y “una y otra vez se ha demostrado incapaz de defender la revolución” (socialistworker.org, 31 de mayo). Aunque Maass añade que la Hermandad es un “partidario entusiasta de las políticas de libre mercado” y “es, en general, conservadora en varios temas sociales”, la “alternativa” de la ISO y su colaboracionismo de clase fue ir a la cola del político nasserista Sabahi.

Las siempre tibias críticas de Maass no fueron bien recibidas por Mustafá Ali, de los SR, y otros, a juzgar por los comentarios en el sitio de la ISO. En un comentario del 3 de junio, Ali criticó a Maass por usar, “de manera unilateral”, “el compromiso de la Hermandad con el capitalismo como barómetro para tomar decisiones sobre si votar por ellos o no”. Ali asegura a los lectores que desde la primera vuelta de las elecciones “podemos contar ahora con millones [de personas] para presionar a la Hermandad Musulmana a cada paso”. Al día siguiente, Bill Crane, de la ISO, declaró en respuesta a Maass: “Los líderes de la Hermandad, a pesar de su política reaccionaria, tienen un interés directo en preservar las conquistas de la revolución como la democracia política y el fin de la represión estatal”.

Esta línea hace eco del apoyo por parte de diversas organizaciones oportunistas de izquierda, en Irán e internacionalmente, a la llegada al poder del Ayatollah Jomeini en la “revolución islámica” de 1978-79, que dio fin al odiado régimen del Shá, respaldado por Estados Unidos. Subrayando el poder del proletariado iraní nosotros levantamos las consignas: ¡Abajo el Shá! ¡No a los mullahs! ¡Obreros al poder! Por su parte, la ISO y el SWP se contaban entre los más entusiastas porristas de la reacción islámica. La ISO incluso tituló un artículo: “La forma: religiosa; el espíritu: la revolución” (Socialist Worker, enero de 1979). Cuando los islamistas llegaron al poder implementaron una oleada asesina de represión contra las mujeres, los homosexuales y las minorías religiosas, étnicas y nacionales, además de masacrar a los propios izquierdistas que los habían estado promoviendo como una fuerza “antiimperialista”.

El apoyo de los SR a la Hermandad Musulmana egipcia puede dar resultados igualmente suicidas. A finales del año pasado, los islamistas iniciaron una salvaje campaña contra los SR, a la que se sumaron las fuerzas de seguridad y que fue propagada en gran parte de los medios burgueses. El periódico de la Hermandad Musulmana imprimió un artículo de portada que acusaba a los SR de violentos, mientras que el partido Al-Nour salafista acusa a la organización de “anarquía” y de ser financiada por la CIA —un llamado abierto a encarcelarlos o hacerles incluso cosas peores—. Y, aun así, los SR continúan con su peculiar fascinación con los islamistas. Y no sólo los de la Hermandad: Hossam el-Hamalawy, dirigente de los SR, describió emocionado en un blog, hablando de la participación de su grupo en protestas organizadas por los salafistas, cómo los SR “están llegando al ala más revolucionaria del movimiento salafista y ganándose su respeto”.

Una “carta abierta” del 5 de junio escrita por la Tendencia Marxista Internacional (TMI) de Alan Woods y dirigida a los SR, plantea la preocupación de que el apoyo a la Hermandad “dañe la reputación y la influencia de los Socialistas Revolucionarios entre los obreros y, más ampliamente, las masas”. Como la ISO, la TMI promovió al candidato nasserista Sabahi quien, según un artículo de Woods del 1º de junio, “muestra un enorme potencial para la futura victoria de la izquierda en Egipto”. El apoyo a esa clase de fuerzas burguesas está en la naturaleza de la TMI, algunas de cuyas secciones han existido durante años al interior de partidos burgueses como el Partido Popular de Pakistán.

El apoyo al nacionalismo árabe ha conducido a sangrientas derrotas para el movimiento obrero a lo largo del Medio Oriente. Egipto no es la excepción: Nasser llegó al poder apoyado por los estalinistas sólo para suprimirlos brutalmente una vez ahí. En Egipto y a lo largo del Medio Oriente, el crecimiento del Islam político, que se alimenta de la miseria y la pobreza de las masas, se debe a la bancarrota absoluta del nacionalismo burgués y a la política estalinista de subordinación a esas fuerzas.

En su literatura para justificar el voto a Morsi, los SR esencialmente presentan a la Hermandad como si hubiera estado siempre en conflicto con los gobernantes de Egipto. Bajo Nasser, Anwar Sadat y Mubarak, los islamistas fueron reprimidos en algunas ocasiones, pero tolerados e incluso fomentados en otras. A principios de la década de 1970, Sadat desató a la Hermandad, cuchillos en mano, para aplastar a los comunistas en las universidades. Mubarak, por su parte, encontró útil tolerar a la Hermandad para presentar su régimen como el único obstáculo en el camino hacia un régimen islámico.

En el fondo, hay dos alternativas para las masas trabajadoras en Egipto: ya sea la pobreza y la intensa opresión social bajo una forma u otra de dominio burgués, o el dominio obrero y la extensión de la revolución socialista a lo largo del Norte de África y el Medio Oriente y a los centros imperialistas. Como explicó León Trotsky al desarrollar su teoría de la revolución permanente, en los países de desarrollo capitalista atrasado la burguesía es muy débil, atrasada y dependiente del imperialismo para lograr la modernización y el desarrollo general de esas sociedades. Como escribimos en “Egypt: Military and Islamists Target Women, Copts, Workers” (Egipto: Mujeres, coptos y obreros en la mira del ejército y los islamistas, WV No. 994, 20 de enero):

“La liberación de las masas egipcias requiere del derrocamiento no sólo de los militares, sino también de los capitalistas, los terratenientes, el clero islámico y de los imperialistas que lucran con la aplastante opresión de la población. El poder para lograrlo está en manos de la clase obrera, cuya conciencia debe ser transformada de la de una clase en sí, que lucha para mejorar sus condiciones en el marco del capitalismo, a la de una clase para sí, realizando su potencial histórico de dirigir a todos los oprimidos en una lucha revolucionaria contra el sistema capitalista”.

La crisis económica capitalista que ha devastado el nivel de vida y las vidas mismas de los trabajadores desde el Norte de África hasta Europa, Norteamérica y Japón subraya aún más la necesidad de una perspectiva que sea al mismo tiempo revolucionaria, proletaria e internacionalista. Para llevar a cabo esta perspectiva, el factor crucial necesario es la dirección proletaria. La tarea es construir partidos obreros revolucionarios basados en la independencia respecto a todas las fuerzas burguesas y comprometidos con la lucha por un orden socialista mundial.