Espartaco No. 36 |
Septiembre de 2012 |
Sacudiendo las aguas del Mar de China Meridional
El imperialismo estadounidense aprieta el cerco militar en torno a China
¡Por una defensa revolucionaria e internacionalista de China y Vietnam!
El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 1005 (6 de julio de 2012), periódico de nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.
Concretando un giro militar estratégico del imperialismo estadounidense, el Secretario de la Defensa Leon Panetta anunció el pasado junio en Singapur que para 2020 el 60 por ciento de los buques de guerra estadounidenses, que actualmente están repartidos en los océanos Atlántico y Pacífico, estarán ubicados en la región del Pacífico asiático. El viaje de Panetta al sureste asiático estuvo precedido por otros de la Secretaria de Estado Clinton y el presidente Obama, quien declaró que el giro hacia el Pacífico es una “prioridad principal”.
Pese a que los voceros del gobierno de vez en cuando lo nieguen, el blanco principal del “pivote” estadounidense hacia el Pacífico es China, el país más poderoso que queda donde el dominio capitalista fue derrocado. El propio Pentágono lo ha dejado claro conforme va revelando poco a poco los detalles de su plan de batalla “diseñado para contrarrestar el desafío militar de China” (Financial Times, 31 de mayo). Conocido como “concepto” de combate Aire-Mar —eco de la doctrina de batalla Aire-Tierra de la década de 1970 adoptada en la Guerra Fría contra la Unión Soviética—, el plan busca “consolidar las alianzas estadounidenses y contrarrestar las armas y capacidades ‘antiacceso y de áreas denegadas’”, como la nueva generación de misiles antibuques que ha desarrollado China. Según el documento del Pentágono al que el artículo hace referencia, un ataque serio contra las defensas “antiacceso y de áreas denegadas” de China significaría “prepararse para un gran ataque preventivo sobre las bases militares de la China continental”.
Durante los últimos dos años, Washington ha tomado una serie de medidas concertadas con el fin de extender e intensificar la presión sobre China, desde retomar el envío de ayuda a las fuerzas especiales del indonesio Kopassus y normalizar relaciones con Myanmar (Birmania) hasta destacar infantes de marina a Darwin, Australia, y emprender operaciones conjuntas con otros estados clientes de Estados Unidos. Informando sobre una cumbre celebrada entre Japón y otros países insulares del Pacífico, a la que asistió una delegación estadounidense, el Yomiuri Shimbun (29 de mayo) escribió que la región “se ubica en el centro de una lucha de poder en la que participan Japón, Estados Unidos y Australia por un lado y China por el otro”.
Mientras aprietan el cerco en torno a China, Estados Unidos y sus aliados han llevado a cabo una serie de actos flagrantemente beligerantes. A mediados de abril, la India puso a prueba con éxito un misil balístico de largo alcance capaz de transportar ojivas nucleares y de permitirle “una cobertura completa de los blancos de China” (New York Times, 19 de abril). La hazaña fue muy aplaudida en los medios capitalistas de Estados Unidos, que lanzan interminables mentiras e hipocresía para condenar las pruebas nucleares de cualquier régimen que Washington considere maligno (Corea del Norte, Irán). Apenas tres días antes de las pruebas, Estados Unidos y su estado cliente filipino comenzaron ejercicios militares conjuntos en el Mar de China Meridional, mientras barcos pesqueros y de patrullaje marítimo chinos y un buque de guerra filipino se enfrentaban en el Arrecife Scarborough.
Al reducir las ocupaciones de Irak y Afganistán (mientras aumenta los bombardeos con drones y los asesinatos “dirigidos” en Paquistán y Yemen), el gobierno de Obama preparó el “pivote” en dirección al Pacífico asiático. Esto marca un retorno a la estrategia que adoptaron los gobernantes estadounidenses tras la destrucción contrarrevolucionaria del estado obrero degenerado de la Unión Soviética en 1991-92. La caída de la Unión Soviética hizo a un lado lo que hasta entonces había sido el principal blanco militar de los imperialistas y el único contrapeso real a su dominación del mundo, lo que permitió a Estados Unidos retirar fuerzas militares de Europa y desplegarlas en la Cuenca del Pacífico Occidental.
Si bien los ataques terroristas del 11 de septiembre distrajeron la atención estadounidense a Afganistán y otros blancos de la “guerra contra el terrorismo”, esa misma “guerra” espuria sirvió para ampliar y fortalecer el arco militar de los imperialistas en torno a China, cuyos líderes estalinistas endosaron la campaña “antiterrorista”. Estados Unidos estableció bases en Asia Central, mientras la India y Mongolia fueron atraídas hacia una cooperación más estrecha con Washington. Comenzando en 2002, cerca de mil infantes de marina y fuerzas especiales estadounidenses fueron enviados a la isla de Mindanao, al sur de las Filipinas, escenario de una prolongada insurgencia musulmana, donde siguen haciendo rondas hasta la fecha.
La Spartacist League, sección estadounidense de la Liga Comunista Internacional (Cuartainternacionalista), asume firmemente la defensa de los estados obreros burocráticamente deformados —China, Corea del Norte, Vietnam, Laos y Cuba— frente a los imperialistas y las fuerzas internas de la contrarrevolución. Así como los obreros deben defender sus sindicatos frente al ataque de sus explotadores aun cuando el apoyo al orden capitalista por parte de la dirección sindical obstruya la lucha obrera, también deben defender las revoluciones sociales desde China hasta Cuba frente a los imperialistas que buscan revivir el decadente sistema de ganancia capitalista al convertir de vuelta a esos países en campos para la más brutal explotación. Exigimos que todas las bases y tropas estadounidenses se retiren de Asia como parte de la lucha por movilizar a la clase obrera de EE.UU. contra sus “propios” gobernantes capitalistas y sus depredadoras aventuras militares, una lucha que sólo puede consumarse a través del derrocamiento revolucionario del orden mundial capitalista-imperialista.
Nuestra defensa militar de los estados obreros contra el enemigo de clase es incondicional, es decir, no depende de las medidas que lleven a cabo los regímenes estalinistas en el gobierno ni de las circunstancias particulares del conflicto. Al mismo tiempo, como organización trotskista, la LCI mantiene su oposición a esos regímenes, que minan a los estados obreros al suprimir políticamente a la clase obrera y al buscar complacer a los imperialistas, que no se detendrán ante nada para asegurar su dominio y sus ganancias.
Los avances militares de China
El acelerado giro del Pentágono hacia el este y el sureste asiáticos fue en gran medida impulsado por los importantes logros en capacidad de defensa que consiguió China durante el último periodo, un suceso afortunado que tuvo lugar principalmente mientras las fuerzas de Estados Unidos se encontraban empantanadas en Irak y Afganistán. Al reforzar su capacidad militar en la región costera frente a Taiwán y expandir su capacidad nuclear, China ha adquirido un mayor grado de protección ante las aventuras imperialistas.
En 1996, Estados Unidos envió dos grupos de portaviones a las aguas alrededor de Taiwán en respuesta a ejercicios militares chinos, coincidiendo con las campañas para la elección presidencial en Taiwán. Esa provocación por parte del gobierno de Clinton, el mayor despliegue naval estadounidense en el Pacífico desde la Guerra de Vietnam, recuerda la “diplomacia de cañonero” que durante el siglo XIX se usó para dividir y conquistar China. Ello también condujo a Beijing a aumentar el gasto militar, lo que siguió haciendo durante su boom económico de la última década.
Actualmente China posee o está desarrollando rápidamente proyectiles balísticos terrestres y misiles crucero, jets con misiles antibuques, submarinos convencionales y nucleares, radares de largo alcance, satélites espía y armas espaciales. Los analistas estadounidenses describen este arsenal como un potencial “factor que alteraría el resultado” y que “podría obligar a la marina estadounidense a retirar de las costas chinas sus portaviones y otras unidades de combate de superficie” (Aaron L. Friedberg, A Contest for Supremacy: China, America and the Struggle for Mastery in Asia [La contienda por la supremacía: China, Estados Unidos y la lucha por el dominio en Asia, 2011]). Los imperialistas de EE.UU. están decididos a contrarrestar este desarrollo como parte de su esfuerzo por conservar su posición como la fuerza militar abrumadoramente dominante del mundo.
Nuestra defensa militar de los estados obreros implica que apoyamos el que desarrollen armas nucleares y sistemas de entrega. Tras poner a prueba con éxito su bomba nuclear en 1964, China originalmente tenía misiles balísticos de combustible líquido que podían ser destruidos por ataques preventivos. Pero en años recientes ha desarrollado misiles balísticos intercontinentales de combustible sólido, capaces de atacar el territorio continental de Estados Unidos. Algunos de ellos no están en silos fijos, sino que son móviles, lo que los hace casi imposibles de eliminar. Se dice que China está por desplegar proyectiles que se lanzan de submarinos y que también podrían alcanzar territorio estadounidense. Así, la República Popular ha logrado establecer un elemento de disuasión crucial contra un ataque de Estados Unidos, el único poder estatal que ha usado una bomba atómica, incinerando a 200 mil civiles en Japón en 1945. El presidente Harry Truman y otros funcionarios estadounidenses consideraron usar contra China esa arma de destrucción masiva en su intento fallido de “hacer retroceder el comunismo” durante la Guerra de Corea, pero la posesión de armas nucleares de la URSS los disuadió. Para los años setenta, la Unión Soviética ya había alcanzado cierta paridad nuclear con los Estados Unidos, lo que no es ni remotamente el caso de la China actual.
Acomodación estalinista al imperialismo
Por impresionantes y necesarios que sean, los avances militares y económicos de China no pueden garantizar en última instancia la supervivencia del estado obrero en un mundo dominado por potencias imperialistas decididas a destruirlo. La Revolución de 1949 derrocó el dominio capitalista y liberó a los obreros y campesinos chinos de la subyugación imperialista y de la tiranía de la burguesía china. La colectivización de la economía sentó las bases de un tremendo salto en las condiciones de vida de las masas respecto a lo miserable de su existencia anterior y creó una base industrial significativa (originalmente con ayuda sustancial de la Unión Soviética), fundamento necesario para la defensa militar de la revolución.
Sin embargo, a diferencia de la Revolución de Octubre rusa de 1917, que creó un estado obrero basado en soviets (consejos) de obreros, campesinos y soldados, la Revolución de 1949 fue producto de una guerra de guerrillas basada en el campesinado y dirigida por el Partido Comunista Chino (PCCh) de Mao Zedong, que resultó en un estado obrero burocráticamente deformado desde su origen. El marco político del PCCh es el dogma profundamente antimarxista del “socialismo en un solo país” que Stalin proclamó a finales de 1924 como la consigna de la burocracia que le había usurpado el poder político al proletariado soviético. Revirtiendo el programa y los principios internacionalistas que guiaban a los bolcheviques bajo V.I. Lenin y León Trotsky, la burocracia estalinista renunció a la lucha por la revolución socialista mundial, para emprender en cambio la búsqueda utópica de la coexistencia pacífica con el imperialismo.
Abarcando una sexta parte de la superficie del planeta y con una abundante riqueza en minerales, la Unión Soviética avanzó años luz con respecto a la vieja sociedad de los zares, profundamente atrasada y empobrecida, hasta convertirse en una potencia industrial y militar superada sólo por Estados Unidos. Sin embargo, por sí misma no pudo superar el nivel económico de los países capitalistas avanzados y mucho menos alcanzar el socialismo: una sociedad de abundancia material basada en la colectivización y el desarrollo cualitativo de las avanzadas fuerzas productivas que hoy se concentran en los países imperialistas.
En La revolución traicionada (1936), su análisis clásico de la degeneración de la Unión Soviética bajo Stalin, Trotsky señaló tanto las ventajas de una economía planificada y colectivizada en la movilización de la industria para la defensa militar como las limitaciones que impone el aislamiento del estado obrero:
“Los éxitos económicos de la URSS le permiten afirmarse, progresar, armarse y, si esto es necesario, batirse en retirada, esperar y resistir. Pero en sí misma, la pregunta ¿quién triunfará?, no solamente en el sentido militar de la palabra, sino ante todo, en el sentido económico, se le plantea a la URSS a escala mundial. La intervención armada es peligrosa. La introducción de mercancías a bajo precio, viniendo tras los ejércitos capitalistas, sería infinitamente más peligrosa”.
La conclusión política de Trotsky era la necesidad de una defensa militar incondicional de la Unión Soviética y de una revolución política proletaria, que derrocara a la burocracia privilegiada y parasitaria y restaurara la democracia obrera y el internacionalismo proletario, planteando tajantemente la siguiente disyuntiva: “¿Devorará el burócrata al estado obrero, o la clase obrera lo limpiará de burócratas?” Esta pregunta se plantea hoy con la misma urgencia para China y los demás estados obreros deformados que quedan.
Incluso durante su mayor auge, la producción total de la Unión Soviética nunca pasó de ser un tercio de la estadounidense. Finalmente, tras décadas de presión imperialista y mal gobierno burocrático, el estado obrero soviético sucumbió a la contrarrevolución capitalista en 1991-92. Ésa fue una derrota histórica para los trabajadores del mundo, que infundió nueva vida al decadente sistema capitalista y dejó al imperialismo estadounidense como el incuestionable gigante militar del mundo. Hoy, China sigue muy por debajo del nivel económico que alcanzó la antigua Unión Soviética, llevando en particular el lastre de su enorme provincia rural.
Buscando su propia variante de “socialismo en un solo país”, los estalinistas de Beijing creen poder evitar la suerte de sus contrapartes de Moscú en parte si impulsan una mayor integración a la economía mundial, desarrollándose continuamente en lo militar y lo económico, mientras mantienen un control político férreo sobre la combativa clase obrera. Durante los primeros cinco años de la crisis capitalista mundial, China experimentó un crecimiento masivo, debido principalmente a la industria y los bancos estatales. Pero, a largo plazo, el “socialismo con características chinas” del régimen actual no logrará superar la herencia histórica del atraso chino, ni resolverá el problema de la escasez, como tampoco lo hizo la autarquía “igualitaria” de Mao Zedong.
La estrategia del PCCh se basa en ilusiones respecto a las relaciones pacíficas con los imperialistas y la estabilidad del mercado mundial: una fantasía que el propio funcionamiento de ese mercado refuta, por no hablar de la actual recesión profunda. Beijing cree que su enorme inversión en bonos del tesoro estadounidense contendrá la beligerancia de Estados Unidos; pero al convertirse en el principal prestamista de ese país, el gobierno chino contribuye directamente al astronómico gasto militar de Washington, que supera al de los siguientes catorce países con mayor gasto juntos. Las principales fuerzas de esa máquina militar están apuntadas hoy contra China.
Junto con el cerco militar de China y el fomento de fuerzas contrarrevolucionarias internas, los imperialistas están aumentando la presión económica, desde el proteccionismo antichino que impulsan tanto los políticos demócratas y republicanos como la dirigencia sindical, hasta los pactos comerciales con aliados estadounidenses de la región Asia-Pacífico. Mientras Beijing intenta disipar la hostilidad con sus vecinos fortaleciendo sus lazos económicos, Estados Unidos está impulsando el tratado comercial del Acuerdo de Asociación Transpacífico con Australia, Vietnam y otros seis países, que siguió al recientemente firmado Tratado de Libre Comercio con Corea del Sur. El restablecimiento de las relaciones diplomáticas plenas de Estados Unidos con Myanmar también es una cuña dirigida contra China, que tiene proyectos hidroeléctricos y de ductos en ese país.
¿Qué está en juego en el Mar de China Meridional?
En el documento que anuncia el giro de Estados Unidos a la región del Pacífico asiático, Hillary Clinton declaró el compromiso de los imperialistas de “asegurar la transparencia en la actividad militar de los principales actores de la zona” (léase China), contrarrestar los supuestos “esfuerzos de proliferación” de Corea del Norte y “defender la libertad de navegación por el Mar de China Meridional” (“America’s Pacific Century” [El siglo del Pacífico estadounidense], Foreign Policy, noviembre de 2011). Clinton detalla los pasos que Estados Unidos ha dado para reforzar sus alianzas en la región, incluyendo con Filipinas, donde los buques de guerra estadounidenses aumentarán sus “visitas” en el próximo periodo. En respuesta a las maquinaciones estadounidenses, el general Ma Xiaotian, jefe adjunto del estado mayor del Ejército de Liberación Popular (ELP) chino, advirtió tajantemente: “La cuestión de China Meridional no es asunto de Estados Unidos”.
Oficialmente, Estados Unidos niega cualquier intención de entablar una guerra por disputas territoriales en el Mar de China Meridional, afirmando que todos los interesados deben acatar las leyes internacionales. Estados Unidos, cabe señalar, nunca se ha molestado en firmar el tratado internacional respecto a disputas marítimas, suponiendo que su abrumador poderío militar y sus alianzas regionales están por encima de semejantes formalidades.
El Mar de China Meridional es un paso marítimo de importancia estratégica por el que circula la mitad del tonelaje de tráfico mercante mundial, incluyendo el 80 por ciento de las importaciones de crudo tanto de China como de Japón. Ya sea enteramente o en parte, la propiedad de los arrecifes y bancos de arena del Mar de China Meridional está en disputa entre los estados obreros de China y Vietnam y los capitalistas Malasia, Brunei, Filipinas y Taiwán. Actualmente China controla las Paracels, que están cerca de la franja costera del sureste, y buena parte de las más distantes Spratlys. El Mar de China Meridional siempre ha ofrecido una zona rica para la pesca, que actualmente provee el diez por ciento de la pesca mundial anual. También se cree que sus aguas esconden grandes yacimientos inexplorados de petróleo y gas natural. China calcula que la cantidad de petróleo llega a un 80 por ciento de las reservas demostradas de Arabia Saudita.
El Mar de China Meridional se conecta con el Océano Índico mediante el Estrecho de Malaca, que pasa entre Indonesia y Malasia y que sería un potencial cuello de botella para las importaciones chinas de petróleo y hierro. Dejando ver las intenciones imperialistas de dominar este crucial pasaje, en su artículo de Foreign Policy, Hillary Clinton alabó la expansión de la alianza de Estados Unidos con Australia “de una asociación del Pacífico a una Indo-Pacífica”.
En cualquier conflicto militar entre China o Vietnam y Estados Unidos, Filipinas o cualquier otro país capitalista, el deber del proletariado internacionalmente es asumir la defensa de los estados obreros. El grueso de la izquierda estadounidense —desde la International Socialist Organization [Organización Socialista Internacional] y los diversos remanentes maoístas hasta el ultraestalinista Progressive Labor Party [Partido Laboral Progresista]— declara a China capitalista o incluso imperialista, o irremediablemente en vías de serlo. Estos grupos guardan silencio respecto a las maquinaciones estadounidenses o bien, como en el caso del estrafalario Socialist Workers Party [Partido Obrero Socialista] de Jack Barnes, hacen eco de los propagandistas burgueses describiendo el conflicto como si tuviera lugar entre “potencias rivales” que se ven sacudidas por la “cada vez más profunda crisis del capitalismo mundial” (Militant, 30 de abril).
Por su parte, el Workers World Party (WWP, Partido Mundo Obrero) protesta contra la creciente beligerancia estadounidense, señalando con razón que “Washington y Wall Street no estarán satisfechos hasta haber recolonizado completamente China” (“U.S. Remains Hostile to China” [EE.UU. sigue siendo hostil a China], Workers World, 31 de mayo). Pero su defensa de China parte de su apoyo a un sector de la burocracia estalinista (representada, según el WWP, por el depuesto líder partidista de Chongking, Bo Xilai) supuestamente comprometida con la defensa de la propiedad estatal contra quienes quieren hacerle más concesiones al capital internacional. Esta posición llevó al WWP a apoyar la sangrienta represión del levantamiento de la Plaza Tiananmen en 1989, una revolución política incipiente.
Lo que Trotsky observó en La revolución traicionada respecto al régimen de Stalin es igualmente certero respecto al actual PCCh: la burocracia privilegiada y parasitaria “no proporciona ninguna garantía moral en la orientación socialista de su política. Continúa defendiendo la propiedad nacionalizada por miedo al proletariado”. La burocracia china ciertamente tiene muchas razones para temerle a la clase obrera, tanto de las empresas privadas como de las estatales, como se ha visto en las repetidas olas de huelgas y protestas a gran escala que los obreros han realizado en defensa de sus medios de subsistencia, para no hablar del descontento de los campesinos enfurecidos por la corrupción oficial.
Oponerse a las maniobras imperialistas en el este y el sureste asiáticos es fundamental para una perspectiva revolucionaria. Los altercados nacionalistas por la propiedad de las rocas e islotes deshabitados del Mar de China Meridional son algo totalmente distinto. Como marxistas revolucionarios, no tomamos lado en esas disputas territoriales y condenamos en particular las criminales riñas respecto a los derechos de exploración y pesca que han hecho que se enfrenten los regímenes estalinistas de Beijing y Hanoi. Estas riñas han llevado ya a choques militares francos en 1988 y 2011, así como a acciones policiacas menores, como la del Golfo de Tonkín de 2005, cuando la marina del ELP mató a tiros a nueve pescadores vietnamitas. Bajo un gobierno de consejos obreros y campesinos, China y Vietnam cooperarían para desarrollar los recursos naturales del área defendiéndose mutuamente del imperialismo.
Defender a China frente al imperialismo incluye oponerse a la ayuda militar que Estados Unidos le da a Taiwán, donde gobierna la clase burguesa que huyó de la Revolución de 1949. El 18 de mayo, el congreso estadounidense aprobó la venta de 66 aviones de combate F-16 a Taiwán. Apenas unas horas después, el Departamento de Defensa rindió ante el congreso su informe anual sobre China, donde señalaba que “el ELP sigue desarrollando la capacidad” para disuadir a Taiwán de declarar su independencia, negarle a Estados Unidos una intervención efectiva en la crisis del Estrecho de Taiwán y derrotar a las fuerzas taiwanesas en caso de un conflicto militar. Desde 1950, cuando, con el estallido de la Guerra de Corea, Estados Unidos mandó a su VII Flota a las aguas que separan Taiwán de la China continental, Washington ha considerado a la isla su “portaviones inhundible”, es decir, como un puñal apuntando al corazón de la China continental.
El imperialismo japonés también ha comprometido sus fuerzas para apoyar al Taiwán capitalista en un conflicto militar con China. Después de que Estados Unidos y Japón emitieran en febrero de 2005 una declaración que afirmaba que Taiwán era “una preocupación de seguridad mutua”, las secciones estadounidense y japonesa de la LCI escribimos en una declaración conjunta: “Desde la antigüedad Taiwán ha sido parte de China, y los trotskistas estaremos del lado de China en caso de cualquier conflicto con el imperialismo respecto a Taiwán” (WV No. 844, 18 de marzo de 2005). Al oponernos a la política del PCCh de “un país, dos sistemas” de reunificarse con Taiwán manteniendo ahí la propiedad capitalista, llamamos a la reunificación revolucionaria de China mediante una revolución política contra el régimen estalinista en el continente, una revolución socialista en Taiwán que derroque a la burguesía y la expropiación de los capitalistas de Hong Kong.
China, al igual que Corea del Norte, está directamente amenazada por la alianza militar reforzada de Estados Unidos y Japón. Japón, por ejemplo, ha sido clave para permitir a Estados Unidos instalar un sistema de defensa contra misiles que amenaza a los dos estados obreros. La SL/U.S. y el Grupo Espartaquista de Japón llaman a aplastar la alianza contrarrevolucionaria de Estados Unidos y Japón mediante la revolución obrera en ambos lados del Pacífico.
Frenesí antichino en Filipinas
La más álgida de las disputas recientes del Mar de China Meridional comenzó en abril, cuando Filipinas envió una fragata (proporcionada por Estados Unidos) para abordar barcos pesqueros chinos, que supuestamente llevaban corales “ilegalmente cosechados”. Entonces China envió a la zona dos naves de vigilancia marítima. Durante el auge mismo de la tensión, a finales de abril, Estados Unidos y Filipinas llevaron a cabo unos ejercicios militares previamente planeados, que incluían aproximadamente a 4 mil 500 infantes de marina, cerca de las Islas Palawán y del Arrecife Scarborough. Tanto China como Filipinas empezaron a retirar sus embarcaciones al comenzar la temporada de tifones.
El gobierno de Benigno Aquino en Manila ha intentado lanzar una cruzada nacionalista antichina respecto al Arrecife Scarborough —que en Filipinas llaman Panatag y en China Huangyan— y ha utilizado el incidente para obtener más ayuda de sus patrones en Washington. Filipinas ha llamado a Vietnam y otros países miembros de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) a hacer a un lado sus disputas respecto al Mar de China Meridional y unirse contra China. Bajo la predecesora de Aquino, Gloria Arroyo, Filipinas abandonó un acuerdo para emprender un proyecto de desarrollo conjunto con China y Vietnam cuando las noticias del pacto detonaron un escándalo nacionalista antichino.
El pasado noviembre, Hillary Clinton se comprometió a que Estados Unidos reforzaría la capacidad naval de Filipinas sobre la base del Tratado de Defensa Mutua firmado en 1951, dos años después del derrocamiento del capitalismo en China. Japón, que envió tres buques de guerra a Filipinas en una “visita de buena voluntad” en mayo, aceptó entrenar y equipar a la guardia costera filipina, mientras Corea del Sur le ayudará a modernizar su ejército. En abril, el gobierno de Obama aprobó triplicar las ventas militares a Filipinas con respecto al año anterior. Esto es un peligro inminente para los obreros, campesinos y musulmanes moros que han sufrido una represión brutal a manos de las fuerzas armadas filipinas.
En una visita en junio a la Casa Blanca, Aquino hizo una petición directa por mayor presencia militar estadounidense en su antigua colonia para contrarrestar las “intenciones” de China, y obtuvo el compromiso de Estados Unidos de ayudarle a construir instalaciones especiales y a entrenar personal para monitorear los movimientos marítimos en el Mar de China Meridional. Además de nuevas maniobras conjuntas, Manila ya dio el visto bueno a que Estados Unidos vuelva a usar las gigantescas bases aéreas y navales de Clark y la Bahía de Súbic, que habían sido clausuradas a principios de los años 90.
Diversas organizaciones “socialistas” han ayudado a la campaña antichina espoleando la histeria nacionalista en torno al Arrecife Scarborough. La poca asistencia a las manifestaciones en Manila demostró que las masas no están tragándose el intento de Aquino de desviar la atención de su insoportable miseria social y económica a una cruzada contra China. Pero no ha sido por falta de esfuerzo del socialdemócrata AKBAYAN. Contando entre sus líderes al principal asesor político de Aquino y a otros funcionarios de gobierno, AKBAYAN organizó el 11 de marzo una marcha al consulado chino como parte del “día de acción global contra la intimidación china en el Mar Occidental de Filipinas”. El año pasado, Walden Bello, un académico consentido de la izquierda reformista internacional, se unió a otro legislador de AKBAYAN para proponer que el territorio marítimo en disputa fuera rebautizado Mar Occidental de Filipinas, el nombre que ahora usan los voceros del gobierno.
En cuanto al Partido Comunista de Filipinas (PCF), su declaración del 21 de abril exige que Estados Unidos detenga su “intervencionismo en Filipinas y el Pacífico asiático”, demandando al mismo tiempo que la “capitalista” China “se haga a un lado” y retire sus buques patrulla, afirmando la “soberanía nacional y la integridad territorial” de Filipinas sobre las áreas en disputa. Detrás de las pretensiones combativas del maoísta PCF hay un programa de colaboración de clases que ata la suerte de los profundamente empobrecidos obreros y campesinos a la de una inexistente ala “progresista” de la burguesía nacional. Así, lo que impulsa la guerra de guerrillas rural del PCF es la esperanza de que las negociaciones de paz lleven a un gobierno burgués de coalición que supuestamente extenderá la democracia y llevará a cabo la reforma agraria y la industrialización.
Bajo cualquier forma de dominio capitalista, Filipinas seguirá siendo una sociedad profundamente empobrecida bajo la bota de los imperialistas y el puño opresivo de la Iglesia Católica. La clase obrera filipina debe ser arrancada de la colaboración de clases nacionalista y conquistada a la perspectiva trotskista de la revolución permanente: la toma del poder por el proletariado a la cabeza de todos los pobres de la ciudad y el campo y la extensión internacional de la revolución socialista, incluyendo de manera crucial a los centros imperialistas.
Traiciones estalinistas chinas y vietnamitas
Algo particularmente peligroso para el proletariado mundial es el intento por parte del imperialismo estadounidense de aprovechar las disputas en el Mar de China Meridional para asegurarse el apoyo de Vietnam contra China. Estados Unidos sufrió una resonante derrota a manos de los obreros y campesinos vietnamitas, simbolizada por la aterrorizada huida en helicóptero de los agentes estadounidenses y sus títeres locales de Saigón en abril de 1975. Con la derrota militar de Estados Unidos y sus secuaces capitalistas asesinos de Vietnam del Sur, el país se reunificó como un estado obrero burocráticamente deformado, una victoria de los obreros del mundo. 20 años después, Estados Unidos normalizó sus relaciones con Vietnam. Y, conforme Hanoi impulsaba su propio programa de “reformas de mercado”, Estados Unidos empezó a estrechar lazos militares con Vietnam, marcados por las repetidas visitas de buques de guerra estadounidenses. El régimen vietnamita recientemente ha declarado su intención de permitirle a los navíos estadounidenses y de otros países el acceso a la Bahía de Cam Ranh, un fondeadero de aguas profundas para las rutas marítimas del Mar de China Meridional que fue una de las principales bases de Estados Unidos durante la Guerra de Vietnam.
Hace dos años, Vietnam usó su presidencia del consorcio ASEAN, que no incluye a China, para poner en el orden del día el tema del Mar de China Meridional, lo que llevó a la declaración de Hillary Clinton de julio de 2010 en el Foro Regional de la ASEAN de que la libertad de navegación en el área es de “interés nacional” para Estados Unidos. Meses después, un diplomático vietnamita dijo al Grupo Internacional de Crisis, un organismo imperialista consultivo, que antes de la declaración de Clinton los chinos no tomaban a Vietnam muy en serio, pero “ahora nos escuchan”.
A finales de junio, el gobierno vietnamita declaró su soberanía y jurisdicción sobre las islas Paracels y Spratlys, lo que llevó a China a responder elevando el estatus administrativo que le concede a esas islas. Con Vietnam patrullando por aire las Spratlys, China recién ha enviado al área patrullas “listas para el combate”. La insistencia de Beijing de que China tiene derecho a poseer esas islas y casi todo el Mar de China Meridional se basa en alegatos que se remontan al siglo XV, si no es que antes. En el Atlantic (junio de 2012), el analista militar estadounidense Robert Kaplan reporta que un funcionario vietnamita respondió a esos alegatos afirmando que, cuando China ocupó Vietnam hace seis siglos, no ocupó las Paracels ni las Spratlys. “Si ese grupo de islas pertenecía a China —preguntó el funcionario—, ¿por qué los emperadores Ming no lo incluían en sus mapas?”
El nacionalismo grotesco y retrógrada de ambos regímenes estalinistas no puede sino minar la defensa de las conquistas sociales de las revoluciones que derrocaron el dominio capitalista. De hecho, cuando en el verano de 2011 el gobierno vietnamita impulsaba protestas semanales antichinas en Hanoi, los emigrados anticomunistas vietnamitas en Seattle, París y otras ciudades se unieron a la campaña organizando sus propias manifestaciones. Hanoi puso fin a las protestas en agosto, temiendo que éstas obstaculizaran sus intentos de negociación con Beijing.
La antipatía nacionalista vietnamita con respecto a China, rasgo central de la conciencia popular basada en siglos de opresión a manos de los gobernantes dinásticos chinos, se ha visto reforzada por las repetidas traiciones de los estalinistas del PCCh a los obreros y campesinos vietnamitas, producto de la alianza antisoviética que entabló Mao con Estados Unidos. A finales de los años 50 y durante los 60, el antagonismo de los regímenes estalinistas de Moscú y Beijing —marcado, por ejemplo, por la negativa del Kremlin a ayudar a China en su guerra fronteriza de 1959 con la India— se convirtió en una escisión hecha y derecha. En poco tiempo, Mao ya estaba proclamando que el “socialimperialismo soviético” era un peligro aun mayor que el imperialismo estadounidense, encajando bien con la meta estratégica estadounidense de destruir al estado obrero degenerado soviético. La frontera sino-soviética llegó a ser una de las más militarizadas del mundo.
Mientras la mayor parte de la Nueva Izquierda se entusiasmaba con la catastrófica “Revolución Cultural” de Mao, la Spartacist League advirtió previsoramente que la línea antisoviética de la burocracia del PCCh significaba que “no puede descartarse el peligro de una alianza imperialista con China contra los rusos” (“Chinese Menshevism” [Menchevismo chino], Spartacist [Edición en inglés] No. 15-16, abril-mayo de 1970). El artículo concluía:
“El trotskismo...es hoy la única tendencia que defiende la unidad comunista contra el imperialismo. Las camarillas que dirigen la Unión Soviética y China, cada una comprometida con la política estalinista básica del ‘socialismo en un solo país’ (el propio), deben ser derrocadas por la revolución política y sus medidas contrarrevolucionarias deben ser remplazadas por un compromiso firme con el internacionalismo revolucionario y proletario”.
La alianza quedó sellada en 1972 con la visita de Richard Nixon a China, donde se reunió con Mao mientras las bombas estadounidenses llovían sobre los heroicos vietnamitas. En 1979, apenas cuatro años después de la victoria de la Revolución Vietnamita, China invadió Vietnam y sufrió una contundente derrota a manos de sus combatientes fogueados en la batalla. El cobarde ataque de China, en el que actuó como peón de los derrotados imperialistas estadounidenses, vino como secuela de la visita del líder chino Deng Xiaoping a Estados Unidos, parte de su campaña para atraer a China inversión capitalista extranjera. Su régimen procedió a darle apoyo material a los reaccionarios degolladores muyajedín que combatían a las fuerzas del Ejército Soviético en Afganistán, una de las muchas formas en que el PCCh contribuyó, desde tiempos de Mao, a la caída del estado obrero soviético. Ahora se ha cerrado el ciclo de traiciones estalinistas con el reacercamiento de Vietnam al imperialismo estadounidense, que hoy, como antes, es el principal enemigo de los trabajadores del planeta.
¡Reforjar la IV Internacional!
La LCI, que luchó hasta el final por la defensa de la Unión Soviética ante la contrarrevolución capitalista, es la única en sostener el programa trotskista de defensa de los estados obreros deformados que quedan, como parte de nuestra lucha por nuevas revoluciones de Octubre. Como Trotsky dejó en claro en “La URSS en guerra” (septiembre de 1939), para la IV Internacional, que se había fundado un año antes, la cuestión de derrocar a la burocracia soviética “está subordinada a la cuestión de preservar la propiedad estatal de los medios de producción en la URSS” y la preservación de esa propiedad estatal “está subordinada para nosotros a la cuestión de la revolución proletaria mundial”.
La destrucción de la Unión Soviética hizo retroceder la conciencia proletaria, si bien de manera desigual, en todo el mundo, lo que resultó en un nivel históricamente bajo de identificación con el comunismo como programa para liberar a la humanidad de las carencias, la opresión y la guerra. Sin embargo, el funcionamiento mismo del sistema capitalista siembra las semillas de la lucha social y de clase, que ya se anuncia en las luchas de los obreros de Grecia y otras partes contra los dictados de austeridad de los banqueros y sus gobiernos.
Lo que hay que hacer es forjar partidos proletarios de vanguardia como secciones de una IV Internacional reforjada, partido mundial de la revolución socialista. Como sección estadounidense de la LCI, la Spartacist League tiene la misión de construir un partido obrero revolucionario en las entrañas del monstruo imperialista. Cuando los obreros se apoderen de la riqueza industrial que hoy se le exprime a la clase obrera para la ganancia de los patrones, comenzaremos a construir una economía socialista planificada a escala mundial. Entonces, algunos crímenes históricos podrán enmendarse y algunas deudas podrán cobrarse finalmente ―como las decenas de miles de millones de dólares que Estados Unidos le debe a los vietnamitas y a los demás países que han sido dañados por los tanques y bombas estadounidenses―, y la maquinaria de guerra que los imperialistas usan para defender sus ganancias mediante la sangre y el terror será destruida de una vez y para siempre.