Espartaco No. 34 |
Otoņo de 2011 |
¡Defender las conquistas de la Revolución Cubana!
Cuba: Crisis económica y reformas de mercado
¡Por la revolución política obrera!
¡Por la revolución socialista en toda América!
El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard, periódico de nuestros camaradas de la SL/U.S., No. 986, 16 de septiembre de 2011.
A principios de agosto, la Asamblea Nacional cubana endosó un plan de reformas económicas orientadas al mercado para los próximos cinco años, el cual ya había sido adoptado en la primavera por el VI Congreso del Partido Comunista Cubano. Entre las medidas planeadas se encuentra la eliminación de más de un millón de empleos estatales (20 por ciento de la fuerza laboral), importantes recortes a subsidios estatales, una expansión enorme en el sector de la pequeña empresa e incentivos adicionales para atraer inversión extranjera.
Desde que se anunciaron en agosto de 2010, el componente principal de estas “reformas de mercado” ha sido la eliminación de un millón de empleos estatales. La burocracia de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), controlada por el estado, ha jugado un importante papel en la promoción de estos recortes, al afirmar descaradamente que son esenciales para “seguir perfeccionando el socialismo”. En la manifestación del Primero de Mayo de este año en La Habana, la CTC marchó bajo la consigna: “unidad, productividad y eficiencia”.
Originalmente, estos recortes deberían haber sido implementados para marzo, pero el plazo se cumplió sin novedad. El congreso del Partido Comunista del mes siguiente debía ponerlos en marcha, pero decidió posponerlos de nuevo debido a los reportes de descontento masivo. Ya desde octubre de 2010, la agencia noticiosa Reuters informó que funcionarios del partido tuvieron que presentarse en el Hotel Habana Libre para “calmar a los trabajadores” cuando éstos se enteraron de los despidos proyectados. Los trabajadores despedidos sólo obtendrán liquidaciones por un corto periodo de tiempo, correspondientes, como máximo, al 60 por ciento de sus salarios.
El objetivo declarado de las “reformas” es reactivar la estancada economía cubana, que nunca se ha recuperado completamente de la severa crisis que siguió a la restauración del capitalismo en la Unión Soviética hace más de dos décadas. A pesar del dominio de la burocracia estalinista, el estado obrero soviético proporcionaba un salvavidas económico crucial para esta pequeña y empobrecida isla, que luchaba por sobrevivir bajo la sombra del monstruo imperialista estadounidense. La Unión Soviética también representaba un obstáculo militar para las revanchistas ambiciones contrarrevolucionarias de Washington.
Los severos problemas económicos del periodo postsoviético se incrementaron en 2008, cuando Cuba fue sacudida por la crisis financiera capitalista global. El precio del níquel, el principal producto de exportación cubano, bajó hasta en un 80 por ciento, mientras que las remesas enviadas por los cubanos residentes en EE.UU. disminuyeron de forma sustancial. Ese mismo año, los huracanes destruyeron infraestructura con valor de diez mil millones de dólares. De frente a un déficit comercial de casi doce mil millones de dólares, Cuba se vio obligada a suspender sus pagos a los acreedores extranjeros. El hecho de que los doctores y otros profesionistas cubanos que trabajan en el extranjero sean la fuente del 60 por ciento de los ingresos en divisa fuerte, seguidos de la industria turística, es testimonio del terrible estado en el que se encuentra la economía cubana.
Tanto los comentaristas burgueses como los de la izquierda han aprovechado los recientes anuncios del régimen para hacer las más disímiles predicciones. Éstas van desde el optimismo fatuo sobre las perspectivas de que la aislada Cuba avance hacia el socialismo, hasta las afirmaciones de que el capitalismo está siendo, o ya fue, restaurado en la isla. Para entender por qué dichos puntos de vista son falaces se requiere un entendimiento marxista de la naturaleza de clase del estado cubano y de su burocracia estalinista en el poder.
Los trotskistas no tomamos lado en el debate entre los que abogan por reformas de mercado/descentralización y aquéllos que preferirían regresar a una economía más rígidamente centralizada. Nuestro punto de partida es el entendimiento de que Cuba es un estado obrero burocráticamente deformado, una sociedad en donde el capitalismo ha sido derrocado pero el poder político es monopolio de una casta gobernante parasitaria, cuyos privilegios derivan de la administración de la economía colectivizada. Como demuestra el ejemplo de China, hay una tendencia inherente en esos regímenes a abandonar la planificación burocrática centralizada a favor de mecanismos de mercado. Hostiles intrínsecamente a la democracia obrera, recurren a la disciplina del mercado (y a la fila de desempleados) como un látigo para incrementar la productividad laboral.
A pesar de las distorsiones del dominio burocrático, primero bajo Fidel Castro y ahora bajo su hermano y lugarteniente de muchos años, Raúl, los obreros y campesinos de Cuba han obtenido enormes conquistas gracias al derrocamiento del capitalismo. La eliminación de la producción con fines de lucro a través de la colectivización de los medios de producción, junto con la planeación económica centralizada y el monopolio estatal sobre el comercio exterior y la inversión extranjera, proporcionaron empleo, vivienda y educación para todos y removieron el yugo del dominio imperialista directo. Cuba tiene una de las tasas de alfabetización más altas del mundo y un reconocido sistema de salud. La tasa de mortalidad infantil es más baja que en EE.UU., Canadá y la Unión Europea. El aborto es un servicio de salud gratuito y fácilmente asequible.
En la Liga Comunista Internacional estamos por la defensa militar incondicional del estado obrero deformado cubano contra el imperialismo y la contrarrevolución capitalista interna. Llamamos por poner fin al paralizante embargo económico impuesto por Washington y exigimos el retiro de EE.UU. de la Bahía de Guantánamo. Al mismo tiempo, llamamos a que el proletariado cubano barra con la burocracia castrista a través de una revolución política que establezca un régimen de democracia obrera. Ésa es la única manera de remediar la corrupción, la ineficiencia y la escasez endémicas a la mala administración burocrática, que detienen el crecimiento económico y crean enormes dislocamientos.
La explicación de Trotsky de las raíces materiales de la burocracia soviética en su libro de 1937 La revolución traicionada puede ser aplicada igualmente al régimen cubano de hoy:
“La autoridad burocrática tiene como base la pobreza de artículos de consumo y la lucha de todos contra todos que de allí resulta. Cuando hay bastantes mercancías en el almacén, los parroquianos pueden llegar en cualquier momento; cuando hay pocas mercancías, tienen que hacer cola en la puerta. Tan pronto como la cola es demasiado larga se impone la presencia de un agente de policía que mantenga el orden. Tal es el punto de partida de la burocracia soviética. ‘Sabe’ a quién hay que dar y quién debe esperar”.
Desde el origen del estado obrero cubano, la burocracia en el poder ha actuado como un obstáculo al avance ulterior hacia el socialismo: una sociedad igualitaria y sin clases que requiere de niveles de producción cualitativamente más elevados que incluso los del país capitalista más avanzado. En cambio, los estalinistas empujan el mito del “socialismo en un solo país”, que en la práctica significa oponerse a la perspectiva de la revolución obrera internacional y conciliar con el imperialismo mundial y sus clientes neocoloniales a través de una política de “coexistencia pacífica”.
Una Cuba gobernada por consejos electos de obreros y campesinos —abiertos a todos los partidos que defiendan la revolución— sería un faro para los trabajadores de toda Latinoamérica y más allá. En última instancia, la respuesta al atraso económico de Cuba y el único camino hacia un futuro de abundancia material, igualdad social y libertad personal es la revolución proletaria internacional —particularmente en el bastión imperialista estadounidense— que conduzca a una planeación económica global y racional y a un orden socialista igualitario. El corolario obligado a esta perspectiva es el forjamiento de un partido trotskista en Cuba, parte de una IV Internacional reforjada, que dirija una revolución política proletaria a la victoria.
El “Periodo Especial” y la “reforma” burocrática
Aunque las “reformas de mercado” propuestas son profundas, el tipo de políticas que representan difícilmente son algo nuevo en Cuba. A partir de 1993, es decir, poco después de la destrucción de la Unión Soviética, el régimen de Castro emprendió una serie de políticas orientadas al mercado para lidiar con el llamado “Periodo Especial”. Éstas incluyeron la legalización del autoempleo y la posesión individual de dólares, así como una importante expansión del turismo extranjero, incluso a través de empresas de inversión mixta.
El efecto más dramático de estas medidas fue el enorme incremento de la desigualdad en la isla. En un contexto de corrupción pequeña y no tanto, la lucha por obtener divisas fuertes se ha vuelto el factor dominante en las vidas de los trabajadores cubanos. Bajo el sistema de divisas dual, los trabajadores reciben su salario en pesos cubanos, pero la mayor parte de los bienes sólo pueden adquirirse en tiendas especiales o en el mercado negro usando una divisa denominada peso convertible (CUC), cuyo valor equivale a 24 pesos cubanos y es la moneda usada por los turistas. Esta situación ha obligado a la mayoría de los trabajadores a tomar segundos y hasta terceros empleos para satisfacer necesidades básicas, lo que en consecuencia afecta seriamente la productividad laboral. Cuba también ha atestiguado el resurgimiento de la prostitución.
Aquéllos que tienen acceso a divisa fuerte gracias a las remesas del extranjero, la industria turística u otras fuentes ahora tienen estándares de vida mucho más altos que el resto de los cubanos. Entre estos últimos está la mayoría de los negros cubanos, que tienen mucha menor probabilidad de tener parientes en Miami y están subrepresentados en el sector laboral turístico. Aunque los negros obtuvieron enormes conquistas con la Revolución Cubana, muchos de estos avances están siendo revertidos.
A partir de 1996, Cuba logró emerger de las profundidades del Periodo Especial y experimentó algo de crecimiento económico, aunque sobre una base limitada. En 2002, un 40 por ciento de los ingenios azucareros, cuya producción solía ser exportada en su gran mayoría a la URSS, fue clausurado en un intento por diversificar la agricultura y alimentar a la población. Sin embargo, ante la constante escasez de equipo y combustible y en el contexto de una desorganización considerable, la producción de alimentos siguió estancada. Para 2006, 40 por ciento de los camiones a disposición de la agencia estatal responsable de fomentar y distribuir la producción agrícola estaba fuera de servicio, mientras que el resto tenía al menos 20 años de antigüedad.
Dado que la mitad de la tierra agrícola sigue siendo improductiva, Cuba tiene que importar 80 por ciento de sus alimentos, en gran parte de EE.UU. Un artículo de Brian Pollitt, profesor de la Universidad de Glasgow, resume la terrible situación: “Mientras que en 1989 la exportación de azúcar de Cuba podía financiar por sí misma cuatro veces la importación de alimentos a la isla, durante los años 2004-06, el combinado de sus exportaciones de azúcar, tabaco y otros productos agrícolas y de pesca no podía financiar siquiera la mitad de las importaciones alimentarias” (International Journal of Cuban Studies, junio de 2009).
La amenaza de despidos masivos
Los lineamientos económicos aprobados por el régimen tienen como objetivo mejorar el desempeño económico a través de condiciones más duras para el pueblo cubano. Afirman que es necesario “reducir o eliminar gastos excesivos en la esfera social...y evaluar todas las actividades que puedan pasar del sector presupuestado [estatal] al sistema empresarial”. En 2009, el gobierno ordenó el cierre de las cafeterías en todos los lugares de trabajo, otorgando a los trabajadores un aumento salarial de quince pesos cubanos (equivalente a unos 70 centavos de dólar). Mientras tanto, el ya de por sí precario paquete de alimentos básicos, disponible a través de las libretas de racionamiento a precios módicos, está siendo reducido aún más.
Las nuevas medidas buscan fomentar una mayor inversión por parte de compañías europeas, canadienses y de otros países relajando las restricciones sobre la propiedad extranjera de bienes raíces, entre otras cosas a través de arriendos de 99 años y la legalización de la compra y venta de casas. También se contempla expandir enormemente la inversión extranjera directa a través de empresas de inversión mixta y zonas económicas especiales. Las reformas buscan promover el crecimiento del hasta ahora muy limitado sector privado por varios medios: la eliminación de las restricciones para el autoempleo, la disminución del control sobre la venta de la producción agrícola privada y la aceptación formal de la existencia de las pequeñas empresas privadas, en un intento por regular y gravar con impuestos la economía informal. Por primera vez desde 1968, se permitirá que estas empresas empleen gente fuera de sus propias familias. Estas medidas no pueden más que conducir a una desigualdad incluso mayor. También van a servir para incrementar la influencia económica de los cubanos derechistas en el exilio, dado que los cubanos con familiares en EE.UU. estarán entre los pocos con el capital suficiente para iniciar un negocio.
La campaña por parte de un sector de los imperialistas estadounidenses (centrado en los agribusiness) para relajar el embargo sin detener la presión diplomática y política contra Cuba señala otro camino posible para subvertir la economía socializada: inundarla de importaciones baratas. Este enfoque corresponde a la política que sostienen desde hace mucho los gobernantes de Europa Occidental y Canadá. Desde luego, Cuba debe tener derecho a comerciar y tener relaciones diplomáticas con los países capitalistas. Sin embargo, esto subraya la importancia del monopolio estatal sobre el comercio exterior —es decir, un estricto control gubernamental sobre las importaciones y las exportaciones—.
El gobierno dice que espera que el 40 por ciento de los trabajadores que pierdan su empleo sea transferido a cooperativas, mientras que el resto será instado a iniciar pequeños negocios, autoemplearse o buscar otro trabajo. Un documento del partido admite que gran parte de los nuevos negocios podrían quebrar en el lapso de un año debido a la carencia de crédito y materias primas. Las perspectivas de muchos trabajadores de sobrevivir en ocupaciones de subsistencia como la venta de comida y la reparación de calzado, en el contexto de las dificultades económicas, son desalentadoras, por decir lo menos.
Las compañías estatales también adquirirán mayor autonomía: si son incapaces de financiar su propia operación serán liquidadas. Como explicamos en el contexto de las “reformas de mercado” introducidas en los últimos años de la Unión Soviética, este tipo de medidas impulsan a los administradores estatales a competir unos contra otros para comprar y producir barato y vender caro. Esto, a su vez, tiende a minar el control estatal sobre el comercio exterior y alimentar ulteriormente los apetitos procapitalistas de sectores de la burocracia. Por lo que respecta al esquema del régimen de “perfeccionamiento de las empresas estatales” que vincula los salarios a la productividad, no se trata más que de pago a destajo, que sirve para socavar la solidaridad básica de la clase obrera transformando a los trabajadores en competidores individuales por salarios más altos. Bajo el dominio estalinista, este tipo de esquemas, que plantean anarquía económica y mayor desigualdad, son la única “respuesta” posible a las distorsiones creadas por la rigidez y el comandismo burocráticos.
Los orígenes del estado obrero deformado cubano
Para entender la difícil situación en la que se encuentra actualmente Cuba, es necesario examinar los orígenes del estado obrero deformado. Las fuerzas guerrilleras que entraron a La Habana bajo la dirección de Fidel Castro en enero de 1959 eran un movimiento pequeñoburgués heterogéneo, cuyo compromiso inicial no iba más allá de un programa de reformas democráticas radicales. Notablemente, sin embargo, su victoria implicó no sólo la caída de la ampliamente despreciada dictadura de Batista, respaldada por EE.UU., sino también la destrucción del ejército y del resto del aparato estatal capitalista, proporcionando al nuevo gobierno pequeñoburgués un amplio margen de maniobra.
El nuevo gobierno se vio enfrentado a los crecientes intentos por parte del imperialismo estadounidense de someterlo a través de la presión económica. Cuando Washington trató de reducir la cuota estadounidense de azúcar cubana a principios de 1960, Castro firmó un acuerdo para vender un millón de toneladas al año a la Unión Soviética. La negativa de las refinerías propiedad de los imperialistas a procesar crudo soviético llevó a la nacionalización de la propiedad estadounidense en Cuba en agosto de 1960, que incluía ingenios azucareros, compañías petroleras y las empresas de electricidad y teléfonos. Para octubre de ese año, 80 por ciento de la industria del país había sido nacionalizada. Cuba se convirtió en un estado obrero deformado con estas extensas nacionalizaciones, que liquidaron a la burguesía como clase.
La Revolutionary Tendency (RT, Tendencia Revolucionaria), antecesora de la LCI, fue forjada a principios de la década de 1960 al interior del Socialist Workers Party (SWP, Partido Obrero Socialista) estadounidense en la lucha por una perspectiva marxista respecto a Cuba. A la par que defendía a la Revolución Cubana contra el imperialismo, la RT estaba tajantemente opuesta a que el SWP adulara a Castro, retratándolo como un trotskista “inconsciente”, y al programa de guerrilla rural asociado con los fidelistas y, antes de eso, con los maoístas chinos. Como escribimos en la Declaración de Principios de la Spartacist League/U.S. en 1966:
“La Spartacist League se opone completamente a la doctrina maoísta, con raíces en el menchevismo y el reformismo estalinista, que rechaza el papel de vanguardia de la clase obrera y la sustituye con la guerra de guerrillas campesinas como camino al socialismo. Bajo ciertas condiciones, por ejemplo la desorganización extrema de la clase capitalista en el país colonial y la ausencia de la clase obrera contendiendo por el poder social en su propio nombre, movimientos de este tipo pueden destruir las relaciones de propiedad capitalistas; no pueden, sin embargo, llevar a la clase obrera al poder político. En lugar de ello, crean regímenes burocráticos antiobreros que reprimen cualquier desarrollo ulterior de estas revoluciones hacia el socialismo. La experiencia desde la Segunda Guerra Mundial ha confirmado completamente la teoría trotskista de la revolución permanente, que sostiene que en el mundo moderno la revolución democrático burguesa sólo puede ser completada por una dictadura proletaria apoyada por el campesinado. Es sólo bajo la dirección del proletariado revolucionario que los países coloniales y semicoloniales pueden obtener la completa y auténtica solución a las tareas de alcanzar la democracia y la emancipación nacional”.
—“Basic Documents of the Spartacist League” (Documentos básicos de la Spartacist League), Marxist Bulletin No. 9
En ausencia de la democracia proletaria en un estado que los obreros conquistaron directamente, la sección decisiva de las fuerzas de Castro se convirtió en una casta burocrática que descansaba en la cima de la economía recientemente nacionalizada. Debido a su posición recién adquirida, los castristas se sintieron obligados a adoptar un falso marxismo (el “socialismo en un solo país”) que es el reflejo ideológico inevitable de una burocracia estalinista, fusionándose en el proceso con el traicionero Partido Popular Socialista, pro-Moscú, que en algún momento incluso participó en el gobierno de Batista. La existencia del estado obrero degenerado soviético proporcionó el modelo y, sobre todo, el apoyo material que hizo posible este resultado.
La Revolución Cubana demostró una vez más que no hay una “tercera vía” entre la dictadura del capital y la del proletariado. En este sentido, confirmó la teoría de la revolución permanente de León Trotsky. La Revolución Cubana, sin embargo, estuvo muy lejos de ser como la Revolución Rusa de octubre de 1917, llevada a cabo por un proletariado urbano con conciencia de clase apoyado por el campesinado y dirigido por el Partido Bolchevique.
Cuba y el colapso soviético: Los antecedentes de la crisis
Lejos de la falacia promovida por varios autodenominados izquierdistas de que la URSS era una potencia “imperialista”, la Unión Soviética era un estado obrero que surgió de la primera revolución socialista victoriosa en la historia. Internacionalistas hasta la médula, Lenin, Trotsky y los otros dirigentes bolcheviques veían la revolución en la económicamente atrasada Rusia como el primer paso para la revolución socialista mundial, que debería incluir de manera crucial a los países capitalistas avanzados. Sin embargo, el fracaso de varias oportunidades revolucionarias en el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial —en particular la derrota de la Revolución Alemana en 1923— agudizaron el aislamiento del estado soviético. Esto, combinado con la devastación económica de la Primera Guerra Mundial y la subsecuente Guerra Civil, permitió que emergiera una capa burocrática conservadora en el partido y el aparato estatal.
A partir de 1923-24, la URSS sufrió una degeneración burocrática cualitativa, una contrarrevolución política en la que la clase obrera fue privada del poder político. El conservadurismo parroquial de la casta burocrática en consolidación adquirió forma ideológica cuando en 1924 Stalin promulgó la teoría de que el socialismo podía ser construido en un solo país. Este dogma antimarxista sirvió como justificación para el rechazo cada vez más franco del internacionalismo bolchevique —lo que condujo a traiciones abiertas de revoluciones proletarias en el extranjero, como fue el caso de España en la década de 1930— y a favor de intentos inútiles por conciliar con el imperialismo.
A pesar del dominio burocrático, la capacidad del estado obrero de administrar los recursos económicos de la sociedad soviética mediante la planificación económica trajo consigo grandes avances, transformando a la URSS de un país atrasado y mayoritariamente campesino en una potencia industrial moderna. Ese hecho es todavía más notorio hoy que el mundo capitalista está una vez más hundido en una crisis económica global. Sin embargo, como señaló Trotsky en La Revolución Traicionada:
“cuanto más lejos se vaya, más se tropezará con el problema de la calidad, que escapa a la burocracia como una sombra. Parece que la producción está marcada con el sello gris de la indiferencia. En la economía nacionalizada, la calidad supone la democracia de los productores y de los consumidores, la libertad de crítica y de iniciativa, cosas incompatibles con el régimen totalitario del miedo, de la mentira y de la adulación”.
El creciente estancamiento económico, exacerbado por la necesidad de seguirle el paso al masivo arsenal militar antisoviético del imperialismo estadounidense, llegó a un punto crítico en la década de 1980. El régimen de Mijaíl Gorbachov introdujo un programa de medidas con orientación de mercado (perestroika) que precipitó la fractura de la burocracia, incluso sobre líneas nacionales. En agosto de 1991, aprovechando un intento fallido de golpe de estado por parte de los lugartenientes de Gorbachov, el abiertamente procapitalista Boris Yeltsin tomó el poder en colaboración con el gobierno imperialista de George H. W. Bush. En esos días cruciales, la LCI publicó y distribuyó más de 100 mil copias en ruso de una declaración que llamaba a los obreros soviéticos a “¡Derrotar la contrarrevolución de Yeltsin y Bush!”. Sin embargo, décadas de mal gobierno estalinista habían dejado al proletariado atomizado y desmoralizado, y la ausencia de una resistencia proletaria a la marea contrarrevolucionaria pavimentó el camino para la destrucción final de las conquistas de la Revolución de Octubre.
La noción falsa de que la Unión Soviética era una potencia “imperialista” explotadora queda completamente desacreditada por su apoyo a Cuba, crucial para el progreso económico de ese país. Para la década de 1980, la Unión Soviética subsidiaba hasta el 36 por ciento del ingreso nacional cubano, intercambiando petróleo y sus derivados por azúcar en condiciones extremadamente favorables para la isla. Los enormes avances en los servicios de salud y de educación cubanos también estuvieron condicionados por los subsidios soviéticos, que en la década de 1970 permitieron al país inaugurar universidades públicas gratuitas, incluidas facultades de medicina en todas sus catorce provincias.
Después de la destrucción de la URSS, las exportaciones de Cuba cayeron 80 por ciento y su producto interno bruto se desplomó 35 por ciento. Sin el combustible, la maquinaria o las refacciones soviéticas, la mitad de las plantas industriales de Cuba tuvieron que cerrar al tiempo que el país sufría un colapso económico proporcionalmente mayor al de EE.UU. durante la Gran Depresión. Aquí vemos, en el lenguaje de la estadística dura y fría, las conquistas históricas que la existencia de la Unión Soviética hizo posibles —así como el desastre que tuvo lugar después de su destrucción—. Ésta es una clara prueba de la culpabilidad de los falsos grupos izquierdistas que hicieron causa común con las fuerzas contrarrevolucionarias de Yeltsin apoyadas por el imperialismo y que ahora ¡vituperan contra las “reformas de mercado” cubanas, acusándolas de estar vendiendo el estado obrero!
El “modelo chino”
La introducción de las “reformas de mercado” ha intersecado y provocado un intenso debate entre los intelectuales cubanos sobre el camino a seguir. Economistas influyentes como Omar Everleny Pérez, director del Centro de Estudios de la Economía Cubana, aplauden los cambios propuestos argumentando que pueden traer consigo modernización y crecimiento económico indefinido. Everleny Pérez es uno de tantos que abogan por seguir un modelo económico estilo chino o vietnamita de fomentar la inversión extranjera. Otros, en cambio, tienen la preocupación de que las “reformas de mercado” lleven a Cuba al abismo, señalando el destino de la Unión Soviética bajo la política de Gorbachov de la perestroika.
Al comparar a Cuba con China hoy en día, es importante señalar que para las dos últimas décadas de la Guerra Fría (la de 1970 y la de 1980), China se había convertido en un aliado estratégico del imperialismo estadounidense en contra de la Unión Soviética. La escisión sino-soviética en la década de 1960 fue un reflejo de ambas partes de las implicaciones contrarrevolucionarias del “socialismo en un solo país”. La política criminal de los estalinistas chinos de aliarse con Washington en contra de Moscú, iniciada con Mao, pavimentó el camino para la apertura de China a la inversión industrial a gran escala por parte del imperialismo occidental, implementada por la burocracia de Deng Xiaoping. En contraste, el imperialismo de EE.UU. ha mantenido una hostilidad implacable hacia Cuba y no da señal alguna de tener intenciones de relajar su brutal embargo, incluso a pesar de las concesiones del régimen de La Habana, como la liberación de más de 120 “disidentes” de derecha a partir del año pasado, en la que la reaccionaria Iglesia Católica jugó un papel determinante.
La posición de línea dura de Washington hacia Cuba no sólo impide la inversión estadounidense, sino que también limita la de Canadá y Europa Occidental gracias a los amplios alcances de la ley extraterritorial estadounidense. Así mismo, Cuba no tiene ni la base industrial preexistente ni las vastas reservas de mano de obra barata que alimentaron el avance económico de China durante las tres décadas pasadas. La idea de que Cuba podría tener éxito emprendiendo un modelo de crecimiento económico basado en la exportación mediante una inversión imperialista sustancial es una fantasía.
A pesar de las medidas orientadas al mercado introducidas desde finales de la década de 1970, los principales sectores económicos en China (como sucede también en Cuba) siguen nacionalizados y bajo control estatal. La inversión a gran escala por parte de corporaciones occidentales y japonesas y de la burguesía china de ultramar ha resultado, por un lado, en altos niveles de crecimiento económico y un incremento enorme en el peso del proletariado industrial chino, un acontecimiento progresista de importancia histórica. Por el otro, el “socialismo de mercado” ha incrementado enormemente la desigualdad, creando incluso una considerable clase de empresarios capitalistas nacionales en la China continental, muchos de ellos con lazos financieros y familiares con funcionarios del Partido Comunista. Como resultado, China se ha vuelto un caldero de contradicciones económicas y sociales y explosivo descontento obrero. Mientras tanto, los imperialistas prosiguen con su estrategia en dos flancos para fomentar la contrarrevolución, complementando la penetración económica con la presión y las provocaciones militares, al tiempo que abogan por los “disidentes” anticomunistas.
La burocracia cubana: Una casta contradictoria
En oposición a las posturas de gente como Everleny Pérez, otros, tanto en Cuba como al nivel internacional, argumentan en contra de seguir el modelo de “socialismo de mercado” implementado en China, un país que consideran capitalista o incluso imperialista. Un ejemplo es la Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS), sección mexicana de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional (FT-CI), una escisión de la tendencia dirigida por el fallecido camaleón político argentino Nahuel Moreno. En una declaración de septiembre de 2010 sobre Cuba, la FT-CI escribe: “Aunque con un discurso ‘socialista’ y ‘antiimperialista’, la burocracia gobernante reivindica desde hace años el llamado ‘modelo chino’ o vietnamita, es decir, un programa de marchar hacia un proceso gradual de restauración capitalista bajo la dirección del PCC, y ya viene tomando medidas que van en ese sentido” (www.cubarevolucion.org).
Al contrario de lo que afirma la LTS/FT-CI, no puede haber “un proceso gradual de restauración capitalista” ni en China ni en Cuba. La contrarrevolución capitalista tiene que triunfar al nivel político, conquistando el poder estatal. No va a tener lugar a través de un proceso de crecientes extensiones cuantitativas del sector privado, ya sea local o extranjero. La burocracia estalinista es incapaz de llevar a cabo una restauración del capitalismo en frío, gradual y desde arriba. Como demostraron claramente los eventos en la Unión Soviética en 1991-92, una crisis social de grandes proporciones en un estado obrero deformado vendría acompañada del colapso del bonapartismo estalinista y de la fractura política del Partido Comunista gobernante. El resultado de esta situación —ya sea la restauración del capitalismo o una revolución política proletaria— dependería en gran medida del resultado de la lucha entre estas dos fuerzas de clase contrapuestas. La clave para una victoria obrera sería la formación oportuna de un partido de vanguardia leninista-trotskista con arraigo entre los sectores más avanzados del proletariado.
La LTS/FT-CI trata a la burocracia cubana como si ésta estuviera comprometida con la destrucción del estado obrero. De ese modo afirma que el ejército cubano, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, es la “avanzada de la restauración capitalista” en Cuba hoy día. Esta noción contradice la esencia misma del entendimiento de Trotsky de la burocracia estalinista como una casta contradictoria, un tumor parasitario del estado obrero y sus formas de propiedad colectivizadas. Con su asfixiante burocratismo, sus mentiras, su corrupción y sus concesiones al capitalismo, la burocracia ciertamente pavimenta el camino para una posible contrarrevolución. Pero etiquetarla en su conjunto (o a una sección de ésta) de “avanzada de la restauración capitalista” es absolver escandalosamente el papel del imperialismo estadounidense, la Iglesia Católica, los exiliados contrarrevolucionarios cubanos y los derechistas al interior de Cuba, como las “disidentes” Damas de Blanco.
Para cubrir sus huellas, la LTS/FT-CI busca trazar una distinción entre los actuales burócratas en el poder y el Ché Guevara, compañero de armas de Fidel Castro. Como muchos otros en la izquierda, la LTS/FT-CI aclama el “internacionalismo” del Ché, al afirmar en su artículo que se acercó “a una estrategia consecuente de revolución socialista internacional”. El asesinato de Guevara en Bolivia en 1967 a manos de la CIA, mientras dirigía una pequeña banda de campesinos guerrilleros, lo hace una figura heróica. Pero su estrategia basada en el campesinado, que llevó a tantos militantes a fines trágicos, era una negación completa del marxismo, completamente indistinguible de la de otros guerrilleros estalinistas del “Tercer Mundo”.
La LTS/FT-CI también endosa la política económica de Guevara de principios de la década de 1960, cuando se desempeñó como Ministro de Industrias, en contraposición a la política cubana más reciente de liberalización y descentralización económica. Guevara, en igual medida que sus demás compañeros estalinistas, aceptó el marco de “construir el socialismo” en una pequeña, pobre y asediada isla. Lo que definía su perspectiva económica era su variante particularmente utópica y voluntarista de estalinismo, caracterizada por su preferencia por los “incentivos morales” sobre los materiales como un supuesto camino hacia la industrialización rápida. Esto condujo a un despilfarro y un abuso obsceno de los recursos materiales y humanos. Al descartar las aspiraciones de los obreros por estándares de vida decentes como “ideología burguesa”, Guevara contribuyó a imponer la completa privación de representación política de los trabajadores implementada por el gobierno cubano.
Al afirmar que la restauración capitalista está en curso en Cuba, la LTS/FT-CI busca en realidad una salida para desechar la defensa del estado obrero deformado en contra de la contrarrevolución, que es precisamente lo que este grupo hizo dos décadas antes al apoyar a las fuerzas procapitalistas en la URSS, Alemania Oriental (la RDA) y en los estados obreros deformados de Europa Oriental. ¡El argentino Partido de los Trabajadores Socialistas, copensador de la LTS, llegó incluso a llamar escandalosamente por “la defensa del derecho de las masas alemanas a unificarse como ellas lo deseen, aún cuando decidan hacerlo en los marcos del capitalismo” (Avanzada Socialista, 30 de marzo de 1990)! Esto equivalía a extenderle un cheque en blanco al imperialismo de Alemania Occidental para que llevara a cabo la anexión capitalista de la RDA.
Los falsos paralelos con la NEP de Lenin
Algunos apologistas académicos de la propuesta política orientada al mercado en Cuba hacen referencia a la Nueva Política Económica (NEP) de Lenin, adoptada en las repúblicas soviéticas en 1921, que permitió concesiones para los campesinos en la forma de un mercado interno en donde la producción agrícola sería intercambiada por productos industriales. En su libro Rusia: del socialismo real al capitalismo real (2005), el historiador cubano Ariel Dacal argumenta que: “El gran mérito de esta política, contradicciones incluidas, fue erigirse como una alternativa de desarrollo frente al capitalismo” para los países no desarrollados. Esta clase de perspectivas tienen eco en secciones de la izquierda internacional. Haciendo gran número de referencias a la NEP, una declaración del Party for Socialism and Liberation [Partido por el Socialismo y la Liberación] estadounidense, que justifica las reformas cubanas, afirma: “Ésta no es la primera vez que un gobierno dirigido por comunistas da un viraje de vuelta hacia la expansión del mercado privado” (“A Marxist Analysis of Cuba’s New Economic Reforms” [Un análisis marxista de las nuevas reformas económicas en Cuba], PSLweb.org).
La NEP soviética no era un modelo de desarrollo sostenido, sino una retirada temporal después de la devastación de la Guerra Civil en una economía atrasada y mayoritariamente campesina donde la industria estaba diezmada y en total desorganización. Aunque la NEP sí logró reactivar la vida económica, también enriqueció a una capa de especuladores, pequeños comerciantes y campesinos acomodados, que se convirtieron en una influencia corrosiva sobre el aparato del estado obrero. La legislación temprana de la NEP, elaborada bajo la guía directa de Lenin, restringía severamente la contratación de trabajo y la adquisición de tierra. Sin embargo, en 1925, estas restricciones fueron ampliamente liberalizadas por el régimen de Stalin. La Oposición de Izquierda de Trotsky, formada para luchar contra la creciente degeneración burocrática, llamó a incrementar los impuestos sobre los campesinos ricos para financiar la industrialización y la introducción sistemática de la agricultura colectiva mecanizada a gran escala. Para finales de la década de 1920, la amenaza contrarrevolucionaria planteada por la nueva capa de ricos campesinos y mercaderes tenía a la URSS al borde del colapso, por lo que Stalin tardíamente se volvió en contra de su antiguo aliado, Nikolai Bujarin, e inició la colectivización agraria, con la brutalidad y los modos administrativos que lo caracterizaban.
Incluso mientras implementaban la NEP, los bolcheviques de Lenin y Trotsky luchaban con todas sus fuerzas para extender las conquistas de Octubre a los trabajadores del mundo. Construyeron la III Internacional (Comunista) para guiar y unir las luchas de los marxistas revolucionarios internacionalmente. Esta política está completamente contrapuesta a la de los estalinistas, que subordinan los intereses del proletariado mundial a sus esfuerzos para obtener favores de regímenes capitalistas “progresistas”.
El estalinismo: La traición de la colaboración de clases
A través de los años, el desafío de Cuba al coloso imperialista estadounidense ha inspirado a un gran número de obreros combativos y jóvenes radicalizados en Latinoamérica y otros lugares. Pero eso no quiere decir que el régimen cubano sea intrínsecamente más radical que sus contrapartes estalinistas en otros países. Durante las primeras dos décadas bajo Mao, el régimen de Beijing era visto de igual manera por los impresionables izquierdistas de Occidente como una alternativa revolucionaria a Moscú. Ya en 1969, nosotros advertimos acerca de la creciente posibilidad objetiva —debido a la enorme capacidad industrial y militar de la Unión Soviética— de un acuerdo entre EE.UU. y China, una predicción que pronto se cumpliría. En última instancia, no importa cuáles sean sus presiones y políticas inmediatas, todas las burocracias estalinistas están caracterizadas por la colaboración de clases al nivel internacional. Sus diferencias en postura y retórica responden simplemente al nivel de hostilidad imperialista directa que enfrentan estos regímenes.
La política exterior de la burocracia cubana ha traicionado criminalmente los intereses de las masas trabajadoras en América Latina. En la década de 1960, Fidel Castro apoyó a nacionalistas burgueses como João Goulart en Brasil y saludó a la junta militar peruana como “un grupo de oficiales progresistas que desempeñan un papel revolucionario”. A principios de los 70, endosó el régimen burgués de frente popular de Salvador Allende en Chile, que desarmó política y físicamente al proletariado y pavimentó el camino para el golpe militar de Pinochet en 1973 y la masacre de más de 30 mil obreros e izquierdistas.
Cuando las masas nicaragüenses, bajo la dirección de los sandinistas radicales nacionalistas pequeñoburgueses, derrocaron la dictadura de Somoza en 1979, el estado capitalista fue hecho añicos y se abrió la posibilidad de una revolución social. Nosotros dijimos: “¡Defender, completar y extender la revolución nicaragüense!”. Pero Castro, en cambio, aconsejó al gobierno sandinista: “Eviten los errores iniciales que al principio cometimos en Cuba” tales como “los ataques frontales prematuros a la burguesía”. Los sandinistas mantuvieron una “economía mixta”, lo que significó que los capitalistas nunca fueron destruidos como clase. La burguesía nicaragüense, con el financiamiento estadounidense a la guerra sucia de los “contras” apoyados por la CIA, fue capaz de restablecer su control una década más tarde, derrotando a la revolución. El resultado neto de la política de “coexistencia pacífica” de los dirigentes cubanos ha sido la perpetuación del empobrecimiento de las masas latinoamericanas y el creciente aislamiento de la Revolución Cubana.
Entre las tendencias seudomarxistas que otorgan apoyo político a la burocracia castrista cubana destaca la Tendencia Marxista Internacional (TMI) de Alan Woods. En los últimos años, Woods ha podido posar como “trotskista” al interior de Cuba, incluso en ocasionales series de conferencias. La precondición para realizar ese tipo de actividades es la completa adulación de Fidel Castro y la oposición absoluta de la TMI al llamado trotskista por la revolución política proletaria.
La TMI tiene una historia de muchas décadas de liquidación en partidos socialdemócratas y hasta completamente capitalistas, desde el Partido Laborista británico hasta el Partido de la Revolución Democrática en México. Ahora, como hace la burocracia cubana, Woods y cía. le dan apoyo político al caudillo capitalista venezolano Hugo Chávez y a su supuesto “socialismo del siglo XXI”. Escriben:
“La revolución venezolana, junto con la cubana, se han convertido en un punto de referencia para la revolución en Bolivia, Ecuador y otros países. La iniciativa tomada por el Presidente Chávez de lanzar la Quinta Internacional, con el objetivo de derrocar el imperialismo y el capitalismo, debería recibir el apoyo más entusiasta de los revolucionarios cubanos. ¡Ésta es la esperanza para el futuro!”
—“¿A dónde va Cuba? ¿Hacia el capitalismo o el socialismo?”, marxist.com, 4 de octubre de 2010
Chávez, un antiguo coronel del ejército, llegó al poder a través del proceso electoral burgués y gobierna un estado capitalista en el que la burguesía venezolana y los imperialistas continúan llevando a cabo prósperos negocios, sin importar que tan hostil ha sido Washington a su régimen. Sus nacionalizaciones, que se han dado poco a poco, no plantean un reto contra la propiedad privada capitalista, como pasó con las nacionalizaciones de otros caudillos nacional-populistas como Lázaro Cárdenas en México en la década de los 30 o Juan Perón en Argentina en la década de los 40 (ver: “La izquierda oportunista y el referéndum de 2007 de Chávez”, Espartaco No. 30, invierno de 2008-2009). Al tratar de hacer pasar a este político burgués como “anticapitalista”, la TMI hace su pequeña contribución para mantener a las masas obreras venezolanas bajo la bota de los saqueadores imperialistas.
Desde 2000 Venezuela ha sido el principal socio comercial de Cuba, proporcionando petróleo a cambio de unos 20 mil doctores y maestros cubanos. La dependencia de Cuba en la capacidad (y la voluntad) de Chávez de continuar subsidiando campañas populistas de salud y alfabetización importando profesionistas cubanos calificados es, a decir poco, una base extremadamente inestable para la supervivencia económica.
Cuba en la encrucijada
En abril de 2010, un intelectual negro de muchos años del Partido Comunista, Esteban Morales, director del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos de la Universidad de La Habana y frecuente comentarista político en la televisión cubana, escribió un artículo titulado “Corrupción: ¿La verdadera contrarrevolución?”, en el que argumenta:
“Cuando observamos detenidamente la situación interna de Cuba hoy, no podemos tener duda de que la contrarrevolución, poco a poco, va tomando posiciones en ciertos niveles del Estado y del Gobierno.
“Sin duda, se va haciendo evidente, de que hay gentes en posiciones de gobierno y estatal, que se están apalancando financieramente, para cuando la Revolución se caiga, y otros, que pueden tener casi todo preparado para producir el traspaso de los bienes estatales a manos privadas, como tuvo lugar en la antigua URSS”.
Al mes siguiente de la publicación de este artículo se anunció que Morales había sido expulsado del Partido Comunista; después de una apelación, fue readmitido este verano.
El régimen de Castro afirma que la corrupción tiene sus orígenes en los individuos oportunistas que han logrado penetrar el aparato de administración estatal, mientras que el núcleo de la dirección histórica del Partido Comunista sigue estando irreversiblemente comprometido a mantener el estado obrero cubano. En realidad, la corrupción es resultado directo del dominio burocrático estalinista, y se filtra por cada poro de la sociedad cubana. Todo mundo sabe que si conoces a la persona indicada puedes obtener los bienes necesarios, así que ¿por qué trabajar duro para nada? Sólo un régimen de democracia obrera puede inculcar la moral laboral necesaria, evitar el despilfarro burocrático de los recursos y contener las tendencias hacia la restauración capitalista.
Intentando protegerse de la crítica, el régimen cubano emprende periódicamente purgas y campañas “anticorrupción” e incluso ha revertido en algunas ocasiones sus propias medidas de “liberalización”. Esto no se debe a que estos estalinistas estén irremediablemente comprometidos con la defensa de la economía colectivizada. La burocracia de La Habana no es una clase social; sus componentes no poseen acciones en la industria estatal y no pueden transmitir la propiedad de los medios de producción a sus herederos. Son, en cambio, una casta parasitaria, una formación contradictoria que oscila entre la burguesía imperialista y la clase obrera cubana. Como escribió Trotsky hablando de la burocracia soviética, “sigue preservando la propiedad estatal sólo hasta el punto que le teme al proletariado”.
En la medida que el programa de reformas de los estalinistas cubanos dé origen a una nueva capa de pequeños capitalistas, éstos necesariamente desarrollarán intereses contrapuestos a los del estado obrero. Al mismo tiempo, es posible que las medidas del régimen generen una cantidad significativa de descontento popular y que el control político de la burocracia empiece a fracturarse, proporcionando un terreno fértil para forjar un partido de vanguardia leninista-trotskista entre los trabajadores e intelectuales avanzados que buscan un camino hacia el marxismo auténtico.
Trazando el camino a seguir para la clase obrera soviética en la década de 1930, Trotsky enfatizó: “No se trata de remplazar un grupo dirigente por otro, sino de cambiar los métodos mismos de la dirección económica y cultural. La arbitrariedad burocrática deberá ceder el lugar a la democracia soviética”. El “Programa de Transición” de 1938, documento de fundación de la IV Internacional, establece elementos claves del programa para la revolución política proletaria, entre los que se incluyen:
“¡Revisión completa de la economía planificada en interés de los productores y consumidores! Se debe devolver el derecho de control de la producción a los comités de fábrica. La cooperativa de consumo, democráticamente organizada, debe controlar la calidad de los productos y sus precios.
“¡Reorganización de los koljoses de acuerdo con la voluntad e interés de los trabajadores que los integran!
“La política internacional conservadora de la burocracia debe ser reemplazada por la política del internacionalismo proletario”.
Un estado obrero aislado y atrasado, incluso uno mucho más grande y rico en recursos que Cuba, no puede alcanzar ni mucho menos superar los niveles de productividad laboral de los países capitalistas avanzados. Sólo revoluciones socialistas exitosas al nivel internacional, particularmente en los centros imperialistas, pueden acabar con la escasez y abrir el camino a una sociedad comunista mundial. La LCI busca reforjar la IV Internacional, partido mundial de la revolución socialista, como la dirección necesaria en esta lucha.