Espartaco No. 32 |
Otoņo de 2010 |
Oleada reaccionaria contra legislación del DF
¡Aborto libre y gratuito! ¡Plenos derechos democráticos para los homosexuales!
¡Romper con el PRD burgués! ¡Liberación de la mujer mediante la revolución socialista!
(Mujer y Revolución)
La reforma legal en la Ciudad de México de la primavera de 2007 que descriminalizó el aborto hasta las doce semanas de embarazo fue una conquista importante para las mujeres, a pesar de sus limitaciones. Miles y miles de mujeres, incluyendo de muchas otras partes del país, han hecho fila desde el amanecer en los quince hospitales que proporcionan este servicio médico gratis, y muchas más se han realizado el procedimiento en el consultorio de su médico o en clínicas. Como señalamos en el verano de 2007: “La reforma del aborto es una conquista importante para todas las mujeres, pero tendrá un impacto particular en la vida de las obreras, las pobres y las jóvenes que no tenían los medios para obtener abortos seguros viajando a otros países o pagando un elevado precio para obtener uno ilegalmente en instalaciones decentes”.
Un par de años después, en diciembre de 2009 la Asamblea del DF legalizó el matrimonio homosexual, lo cual implicó conceder a las parejas gay el derecho a adoptar niños. La Ciudad de México se encuentra ahora entre los lugares con la legislación sobre derechos de aborto y de los homosexuales más liberales del mundo. De manera significativa, todas estas nuevas leyes fueron reafirmadas por la Suprema Corte ante la oposición en particular de la derecha religiosa. Todos los que luchan por los derechos democráticos y combaten la opresión deberían apoyar estas conquistas, limitadas pero reales, adoptadas bajo el gobierno perredista de la Ciudad de México —el cual a veces posa como amigo de los oprimidos—.
Mientras tanto, las fuerzas históricamente más oscurantistas dominadas por la iglesia católica —los enemigos declarados de los derechos elementales de las mujeres y los homosexuales— se han alineado para combatir estas medidas y asegurar que estos derechos no se extiendan a toda la población del país. Para diciembre de 2009 se habían enmendado las constituciones de 18 estados —de los 32 existentes— para “proteger la vida” desde la concepción, es decir, para presentar obstáculos legales a la descriminalización del aborto, eliminando así el derecho de toda mujer a decidir si tiene o no hijos en favor de los “derechos” de un óvulo y un espermatozoide que acaban de encontrarse para ocupar el útero de una mujer por unos nueve meses. Obscenamente, en Guanajuato al menos seis mujeres fueron encarceladas con sentencias de hasta 25 años por no llevar el embarazo a término, ¡y en algunos casos por abortos espontáneos! En respuesta a las protestas sucitadas cuando estos casos recibieron amplia atención, estas mujeres han sido liberadas. Pero hay muchas atrocidades siendo perpetradas a lo largo y ancho de México todo el tiempo. ¡Nadie debería ir a la cárcel por tener un aborto o practicarlo! De hecho, incluso la legislación de la Ciudad de México incluye penas de tres a seis meses de prisión para las mujeres que se practiquen un aborto después de las primeras doce semanas, y de uno a tres años de prisión a quienes lo practiquen. En abril pasado, El Universal informó de un caso que trae a la memoria el tristemente célebre caso de Paulina, en el que un tribunal de Baja California le negó a esta víctima de una violación el derecho que la ley le daba a abortar. Este año, a una niña de diez años en Yucatán, que fue violada presuntamente por su padrastro, se le negó el aborto que solicitó porque los doctores dijeron que tenía casi cuatro meses de embarazo, es decir, porque había pasado el límite arbitrario de las doce semanas, que en cualquier caso es casi imposible de medir de manera precisa. Nosotros decimos: ¡Abajo todas las penas! ¡Abajo el límite de doce semanas! ¡Aborto libre y gratuito en el DF y en todo México!
La mexicana es una sociedad profundamente misógina y homófoba —y no sólo ella—. La opresión de la mujer y de los homosexuales es inherente al capitalismo, y por ello no es algo que se pueda eliminar sin una revolución socialista. Bajo el capitalismo, en el que la sociedad no proporciona los medios necesarios para criar a los niños, alimentar a la población o cuidar de los enfermos, la familia es una unidad económica necesaria de la sociedad que asume estas responsabilidades. Así, la oposición a cualquier cosa que se desvíe del modelo establecido —como las familias de parejas homosexuales, o las mujeres que no están interesadas en tener (más) hijos— es parte del apoyo ideológico a los restrictivos confines de la unidad familiar. Por todo ello, se presenta a la familia tradicional como el arreglo más natural para la organización social. Y, en efecto, a la burguesía —la cual sólo proporciona servicios sociales a la población en la medida en que se restringen a ella u obtiene beneficios de ellos— le parece perfectamente natural que haya niños de la calle, hambruna y enfermedades entre los obreros, los campesinos y todos los sectores marginados de la sociedad. Nuestra perspectiva se contrapone a este brutal estado de cosas. Luchamos por guarderías gratuitas las 24 horas, por atención médica gratuita y de calidad para todos como parte de nuestra lucha por una sociedad socialista. El remplazo de las funciones de la familia —y, por ende, de la carga económica que ella significa— permitirá a la gente escoger libremente cómo y con quién quiere vivir. La opresión de la mujer, la desigualdad social más vieja de la historia humana, se remonta al inicio de la propiedad privada y no podrá ser abolida más que con la abolición de la sociedad dividida en clases. La lucha por la liberación de la mujer es pues un componente estratégico de la lucha por la revolución socialista.
Al tiempo que luchamos por plenos derechos democráticos para los homosexuales, a diferencia de los liberales y feministas burgueses combatimos la idealización de la familia —sea ésta tradicional o “alternativa”—. Como explicaron nuestros camaradas de la Spartacist League/U.S.:
“Por qué alguien que no se encuentra bajo presión social o bajo la dificultad económica se pondría voluntariamente las cadenas del matrimonio es, por supuesto, uno de los misterios de la vida... “Sin ninguna duda, [los homosexuales] deberían tener el derecho a casarse. Y, con la misma certeza, los socialistas luchamos por una sociedad en la que nadie necesite que se le ponga una camisa de fuerza para poder obtener prestaciones médicas, derechos de visita, custodia de niños, derechos de inmigración o cualquiera de los privilegios que esta sociedad capitalista otorga a quienes están enterrados en el molde legal tradicional de ‘marido y mujer hasta que la muerte los separe’”.
—“¡Por el derecho al matrimonio gay...y al divorcio!” (Workers Vanguard No. 824, 16 de abril de 2004)
El contexto de las reformas sobre el aborto y el matrimonio homosexual en la Ciudad de México es el de una burguesía altamente polarizada tanto en cuestiones económicas como sociales, aunque las divisiones no necesariamente siguen líneas partidistas. El PRD nacionalista burgués procura cooptar el descontento entre los obreros y otros sectores de la sociedad que están hartos del derechista gobierno federal panista, y con ello en mente a menudo ofrece migajas y concesiones. En la Ciudad de México, más cosmopolita y donde la influencia de la iglesia católica no es omnipresente, el PRD ha impulsado reformas que los marxistas pueden y deben apoyar. Al mismo tiempo, es axiomático que quienes administran el sistema de explotación capitalista deben perpetuar la opresión de la mujer. De hecho, ¡legisladores perredistas de los gobiernos estatales votaron por las contrarreformas que procuran bloquear los derechos de aborto! Al apoyar las reformas en la Ciudad de México, no le damos absolutamente ningún apoyo o confianza al PRD burgués, que como partido capitalista es, a fin de cuentas, fundamentalmente hostil a los derechos de las mujeres.
Además, las reformas bajo el capitalismo no sólo son parciales sino también reversibles. La cifra de 50 mil abortos que se han proporcionado en la Ciudad de México en un número muy limitado de hospitales ni siquiera se acerca a lo que se necesita, incluso sólo en la propia ciudad. En EE.UU., este derecho ha estado bajo constante ataque desde que fue legalizado en 1973. Apenas cuatro años después de la legalización del aborto se puso fin a los fondos federales para costear el procedimiento a mujeres pobres. A lo largo de las siguientes décadas, varios estados establecieron periodos de espera o la obligatoriedad del consentimiento de los padres, colocando así un obstáculo para las mujeres que simplemente no querían tener un hijo. En los años 90, las manifestaciones antiaborto, que acosaban a las mujeres afuera de las clínicas, cedieron el paso a los ataques asesinos contra doctores y otros que ayudaban a proporcionar este servicio médico básico. El 31 de mayo de 2009, el Dr. George Tiller, uno de los extremadamente pocos doctores en EE.UU. que practicaban abortos en etapas avanzadas del embarazo, fue asesinado. La realidad hoy en día es que hay muchos condados a lo largo y ancho de EE.UU. en los que simplemente no hay donde practicarse un aborto.
Los comunistas luchamos vigorosamente por la igualdad de derechos para las mujeres bajo el capitalismo. Pero la promesa de derechos iguales bajo este sistema para las trabajadoras no significa más que el derecho a ser igualmente explotadas en lugar de súper explotadas, ser simplemente una esclava asalariada en lugar de la esclava del esclavo.
En tanto exista el capitalismo, habrá fuerzas que busquen activamente mantener la opresión de la mujer. Un estado obrero en México, además de heredar un país pobre y económicamente subdesarrollado, enfrentaría la hostilidad del imperialismo estadounidense. La extensión de la revolución sería necesaria no sólo para la defensa de un estado obrero mexicano sino también para proporcionar la base material para la liberación de la mujer y de todos los oprimidos. Los bolcheviques reconocían que sin desarrollo económico cualitativo, la liberación de la mujer era una fantasía utópica incluso después de la Revolución de Octubre de 1917. Así, además del establecimiento de la igualdad legal entre hombres y mujeres, el estado obrero soviético proporcionó —hasta donde sus recursos le permitieron— cocinas comunitarias y guarderías gratuitas como algunos de los pasos tomados en la dirección de liberar a la mujer de la esclavitud doméstica y hacia el establecimiento de la igualdad genuina. Una sociedad sin clases, con la resultante liberación humana de la explotación y la opresión, sólo se puede construir sobre la base de la abundancia material. La derrota de oportunidades revolucionarias en Europa Occidental y la catastrófica devastación económica tras la Guerra Civil, así como la devastación del propio proletariado que había llevado a cabo la Revolución de Octubre, fueron el contexto de una contrarrevolución política en 1923-24, lo que Trotsky llamó el “termidor soviético”. Aunque los fundamentos económicos del estado obrero establecido en 1917 permanecieron intactos, para 1924 el poder político pasó de las manos de la vanguardia revolucionaria a las de la casta burocrática conservadora encabezada por I.V. Stalin. Bajo el falso dogma del “socialismo en un solo país”, la burocracia estalinista se acomodó al imperialismo y traicionó las perspectivas proletarias, revolucionarias e internacionalistas de la Revolución Bolchevique. A pesar de esta contrarrevolución política, los espartaquistas defendimos militar e incondicionalmente al estado obrero degenerado soviético contra el imperialismo y la contrarrevolución interna, como hoy defendemos a los estados obreros deformados de China, Cuba, Corea del Norte y Vietnam, al tiempo que luchamos por la genuina democracia obrera mediante la revolución política proletaria para echar a las burocracias estalinistas.
La agrupación Pan y Rosas y el mito del “feminismo socialista”
Rechazando el entendimiento de que la opresión de la mujer es inherente al capitalismo, el feminismo —una ideología burguesa— iguala la lucha por la liberación de la mujer con la lucha por sus derechos democráticos, es decir, por la igualdad con los hombres bajo el capitalismo. El ver la diferencia entre hombres y mujeres como la principal división social y el hacer caso omiso de las condiciones materiales económicas que son la base para la opresión de la mujer conducen a la noción idealista de que las mujeres son oprimidas simplemente debido a las ideas estereotípicas y retrógradas en las cabezas de la gente (léase, de los hombres). En realidad, la ideología sexista y misógina sólo se desvanecerá tras el derrocamiento del capitalismo. Al confinar su perspectiva contra la opresión de la mujer a una política de reformas y presión a los gobernantes capitalistas, el feminismo desvía la lucha por la genuina liberación de la mujer y, en el último análisis, ayuda a perpetuar la opresión.
La falsa izquierda mexicana, permeada por la ideología machista existente, presta poca atención a la opresión de la mujer. Y cuando finalmente dice algo, en general lo hace desde una perspectiva netamente feminista. Éste es el caso de la Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS), que patrocinó la formación del grupo Pan y Rosas. Este último se asume como parte del movimiento feminista y adopta la perspectiva liberal del sectoralismo: la falsa y atrasada noción de que sólo el sector víctima de opresión especial particular del que se trate puede liberarse a sí mismo. El sectoralismo niega la posibilidad de que la conciencia trascienda la experiencia personal de la opresión, evade la lucha contra la ideología atrasada en la clase obrera y está en contradicción directa con el papel del partido de vanguardia de representar los intereses históricos del proletariado y, por lo tanto, de defender a todos los oprimidos.
Pan y Rosas define que está “por la construcción en todo el continente de un movimiento de mujeres que en defensa de nuestros derechos, pueda ofrecer una alternativa de organización independiente, antiimperialista y revolucionaria para las miles de mujeres que sufrimos la explotación diaria” (Estrategia Obrera No. 79, 27 de agosto de 2010). Lo que esta palabrería significa en la realidad es un movimiento de crasa colaboración de clases, justificada con la trillada cantaleta de “combatir a la derecha”. Pan y Rosas se jacta de ser parte del “Pacto por la Vida, la Libertad y los Derechos de las Mujeres” establecido a finales del año pasado para combatir la reacción contra las reformas en la Ciudad de México. Este “pacto” es un conglomerado burgués de decenas de organizaciones enfocado en presionar a los legisladores de la “izquierda”, léase el PRD burgués. Así, el texto del “pacto” omite cuidadosamente mencionar el hecho de que las contrarreformas antiaborto en los estados contaron con el apoyo de diversos legisladores perredistas (de hecho, ¡a duras penas se encontrará una sola referencia al PRD burgués en los muchos artículos publicados en el blog del propio Pan y Rosas!). Según el blog de tan “antiimperialista” pacto, “un aspecto central [del mismo] es solicitar que se sancione a México por violar la Carta Universal de los Derechos Humanos y, por lo tanto, sea juzgado ante el Tribunal Internacional de Viena” (http://pactovidamujeres.blogspot.com/p/historia-del-pacto.html); la misma fuente señala también que “se hará la petición para que el PRI sea expulsado de la Internacional Socialista, por contravenir todos sus principios” —¡los “principios” de los remanentes escleróticos de la socialdemocracia, lacaya de sus propios gobernantes imperialistas!—. ¡Conmovedor “antiimperialismo”! Pan y Rosas, su “pacto” y el feminismo burgués entero no tienen nada que ofrecer a las mujeres salvo una vida de esfuerzos fútiles a la cola de políticos burgueses.
El marxismo es una perspectiva mundial y un programa de lucha para la emancipación de todos los explotados y oprimidos mediante la revolución proletaria y el ascenso de la clase obrera como nueva clase dominante —el único camino para la eventual eliminación de la explotación del hombre por el hombre—. Contrario a los mitos propagados por la LTS, el marxismo genuino proporciona la guía para luchar por la liberación de la mujer, y no requiere tomar prestado nada del feminismo —una ideología de clase ajena al proletariado—. Tenemos un largo camino por delante. Como V.I. Lenin escribió en la lucha por forjar el partido que dirigiría la Revolución Rusa de 1917:
“El ideal del socialdemócrata no debe ser el secretario de trade-union [sindicato], sino el tribuno popular, que sabe reaccionar contra toda manifestación de arbitrariedad y de opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera que sea la capa o la clase social a que afecte”.
El reconocimiento de la opresión en esta sociedad y la lucha contra ella son necesarios pero no suficientes para ponerle fin. Nos guiamos por el ejemplo de Lenin y los bolcheviques, y estamos comprometidos a forjar un partido que pueda dirigir la revolución proletaria y empezar a construir una nueva sociedad libre de la explotación y la opresión que plagan a ésta. ¡Por la liberación de la mujer mediante la revolución socialista!■