Espartaco No. 30 |
Invierno de 2008-2009 |
Trotskismo vs. castrismo
A 50 años de la Revolución Cubana:
¡Defender a Cuba!
¡Por la revolución política obrera!
El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard No. 915, publicado originalmente bajo el encabezado “¡Defender la Revolución Cubana!”
Desde el momento en que el gobierno de Fidel Castro expropió a la clase capitalista de Cuba en 1960, estableciendo un estado obrero burocráticamente deformado, la clase gobernante estadounidense ha trabajado sin descanso para echar abajo la Revolución Cubana y restituir la dictadura de la burguesía: desde la invasión a Playa Girón (Bahía de Cochinos) en 1961 hasta las repetidas intentonas de asesinar a Castro, desde el apoyo financiero a terroristas contrarrevolucionarios en Miami hasta el actual embargo económico. La destrucción del dominio de la clase capitalista en Cuba condujo a enormes avances para sus trabajadores. La economía planificada y centralizada garantizó trabajo, vivienda decente, comida y educación para todos. Los cubanos disfrutan hoy de una de las tasas más altas de alfabetismo en el mundo. La revolución benefició especialmente a las mujeres: se rompió la dominación de la iglesia católica, y el aborto es un servicio de salud gratuito. A pesar de los efectos devastadores del bloqueo estadounidense, el sistema de salud gratuito es aún, por mucho, el mejor de un país subdesarrollado. La mortalidad infantil es más baja que en algunas partes del “Primer Mundo”, y Cuba cuenta con más doctores y profesores per cápita que casi cualquier otro lugar del mundo.
Como trotskistas (es decir, genuinos marxistas), estamos por la defensa militar incondicional del estado obrero deformado cubano —y de la misma manera con los otros estados obreros deformados restantes: China, Corea del Norte y Vietnam— en contra del ataque imperialista y la contrarrevolución capitalista. Nos oponemos al embargo económico estadounidense, un descarado acto de guerra, y exigimos el retiro inmediato de las tropas estadounidenses de la Bahía de Guantánamo. Apoyamos plenamente el derecho de Cuba a comerciar y tener relaciones diplomáticas con estados capitalistas. Sin embargo, reconocemos que un ala de los imperialistas estadounidenses, representada por aquellos como el político demócrata Barack Obama, procura mitigar el embargo comercial y el aislamiento diplomático de Cuba como una manera más efectiva de derrocar al estado obrero deformado cubano. Ésta ha sido por mucho tiempo la política de los gobernantes de Europa Occidental y Canadá. Nuestra defensa de la Revolución Cubana está basada en nuestro internacionalismo proletario, que incluye de manera central la lucha por una revolución socialista en EE.UU. y en otros países capitalistas avanzados.
El régimen cubano encabezado por Fidel Castro y ahora administrado por su hermano Raúl es fundamentalmente nacionalista, impulsa el dogma estalinista de construir el “socialismo en un solo país” y, por lo tanto, niega la necesidad de la revolución proletaria a nivel internacional, no sólo en el resto de Latinoamérica sino particularmente en el mundo capitalista avanzado, incluyendo EE.UU. Como explicaremos más adelante, el régimen cubano se opuso repetidamente a la necesidad de derrocar las relaciones de propiedad capitalistas, por ejemplo en los casos de Chile y Nicaragua.
El régimen cubano es cualitativamente semejante al que surgió en la Unión Soviética después de que la burocracia estalinista usurpara el poder político en una contrarrevolución política que se inició en 1924 y se consolidó en los años siguientes. Después de la Revolución Cubana, la Revolutionary Tendency (Tendencia Revolucionaria, RT) dentro del Socialist Workers Party (Partido Obrero Socialista, SWP) de EE.UU., luchó por este entendimiento programático en contra de la mayoría del SWP que, sin crítica alguna, apoyó fuerzas de clase ajenas en la forma de guerrillas pequeñoburguesas dirigidas por Castro y el Ché Guevara. La RT y su sucesora, la Spartacist League, fueron únicas en sostener que Cuba se había convertido en un estado obrero burocráticamente deformado en el verano-otoño de 1960. Un mayor avance hacia el socialismo requeriría una revolución adicional, una revolución política proletaria para barrer con la burocracia de Castro, establecer órganos de democracia obrera e instalar un régimen revolucionario internacionalista. Como afirmaba un documento presentado por la RT a la Convención del SWP de 1963:
“La Revolución Cubana ha expuesto las amplias infiltraciones que el revisionismo ha hecho dentro de nuestro movimiento. Con el pretexto de defender la Revolución Cubana, en sí mismo una obligación para nuestro movimiento, se le ha dado un apoyo pleno, incondicional y sin críticas al gobierno y dirección de Castro, a pesar de su naturaleza pequeñoburguesa y su conducta burocrática. Sin embargo, el historial del régimen de oposición a los derechos democráticos de los obreros y los campesinos cubanos está claro: la destitución burocrática de los líderes del movimiento obrero elegidos democráticamente y su remplazo por lacayos estalinistas; la supresión de la prensa trotskista; la proclamación del sistema de partido único; y mucho más. Este historial es paralelo a los enormes logros iniciales, sociales y económicos, de la Revolución Cubana. Por lo tanto, los trotskistas somos al mismo tiempo los defensores más combativos e incondicionales de la Revolución Cubana, así como del estado obrero deformado que nació de ella, contra el imperialismo. Pero los trotskistas no pueden poner su confianza, ni dar su apoyo político, por muy crítico que sea, a un régimen gubernamental hostil a los más elementales principios y prácticas de la democracia obrera aunque nuestra orientación táctica no es la que sería hacia una casta burocrática endurecida.”
—“Hacia el renacimiento de la IV Internacional”, reimpreso en Spartacist No. 33 (Edición en español), enero de 2005
Cuarenta y cinco años después, este análisis y programa trotskistas han superado las pruebas del tiempo. La mayor parte de los seudotrotskistas se entusiasmaron con Castro; unos pocos, como la Socialist Labour League [Liga Socialista Obrera] de Gran Bretaña en los años 60, grupo del fallecido Gerry Healy, negaban que el capitalismo había sido derrocado en Cuba. Pero quienes en el pasado eran porristas de diversos burócratas estalinistas se han unido a las cruzadas anticomunistas de los imperialistas por la “democracia”. Así, el SWP, que desde hace mucho repudió explícitamente el trotskismo, junto con sus vástagos como Socialist Action (Acción Socialista, SA) y sus antiguos aliados internacionales en el Secretariado Unificado (S.U.), se sumó a la embestida del imperialismo estadounidense para destruir a la Unión Soviética, apoyando abiertamente las fuerzas de la reacción anticomunista. Eso también hicieron los de la tendencia Militante de Ted Grant, precursora de la Corriente Marxista Internacional (CMI) dirigida por Alan Woods, que hoy se presenta como los “trotskistas” en Cuba. Con respecto a Cuba hoy, todas estas fuerzas o bien continúan dando apoyo político al régimen de Castro o, peor aun, lo atacan desde la derecha.
La cuestión del trotskismo y el papel del mismo León Trotsky —codirigente junto con Lenin de la Revolución de Octubre de 1917— han sido en años recientes materia de algunas discusiones en círculos académicos y de otros tipos en Cuba. Por ejemplo, hace cuatro años la publicación cubana Temas (No. 39-40, octubre-diciembre de 2004) incluyó un debate sobre el tema “¿Por qué cayó el socialismo en Europa Oriental?” en donde muchos participantes señalaron positivamente las críticas de Trotsky sobre el ascenso de la burocracia estalinista. A principios de 2008, la obra seminal de Trotsky que analiza el ascenso del estalinismo, La revolución traicionada, fue presentada ante una multitud desbordante en la Feria del Libro de La Habana. [La recientemente fallecida] Celia Hart —hija de Haydée Santamaría y Armando Hart, dos líderes históricos de la Revolución Cubana— ha publicado y hablado en la isla como profesa partidaria tanto del trotskismo como del régimen cubano [ver “Celia Hart, 1963-2008”, p. 19].
Es crucial que los jóvenes y quienes buscan un camino genuinamente revolucionario estudien y asimilen el programa revolucionario internacionalista del trotskismo, que se contrapone agudamente al revisionismo del SWP, SA, el S.U., la CMI y otros. Esto requiere un análisis de la teoría de la revolución permanente de Trotsky y de la verdadera historia de la Revolución Cubana y el régimen de Castro.
La lucha por el trotskismo en el SWP
Después de la victoria de las fuerzas de Castro en 1959, la mayoría del SWP aclamó a éste y Guevara como “trotskistas inconscientes”. Semana tras semana, el periódico del SWP, el Militant, reproducía sus discursos sin crítica alguna. Según el SWP, Cuba había evolucionado de un “gobierno obrero y campesino” a un estado obrero sano, cualitativamente del mismo tipo que el estado obrero soviético bajo la dirección de Lenin y Trotsky. Tal y como la RT señaló en un documento de 1960, éste era “¡un gobierno obrero y campesino en el cual no hay obreros ni campesinos, ni representantes de partidos independientes de obreros y campesinos!” (“La Revolución Cubana y la teoría marxista”, reimpreso en Cuadernos Marxistas No. 2, 1974).
La línea política del SWP con respecto a la Revolución Cubana reflejaba una oleada de revisionismo en la IV Internacional una década atrás. La IV Internacional, que fue fundada bajo la dirección de Trotsky en 1938, se había desorientado profundamente por los derrocamientos del capitalismo bajo direcciones estalinistas después de la Segunda Guerra Mundial. En 1949, el Ejército de Liberación Popular de Mao Zedong, basado en el campesinado, le arrancó el poder de las manos al colapsante Guomindang burgués dirigido por Chiang Kai-shek, lo que condujo a la formación de un estado obrero deformado. Derrocamientos sociales similares, basados en el campesinado y dirigidos por fuerzas estalinistas, triunfaron en Yugoslavia, Corea del Norte y Vietnam del Norte (extendido al sur en 1975, luego de la derrota del imperialismo estadounidense por los obreros y campesinos vietnamitas). El capitalismo fue derrocado en varios países de Europa Central y Oriental bajo la ocupación soviética después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque los procesos fueron distintos en cada uno de estos países, lo que todos tuvieron en común era la ausencia de la clase obrera en contienda por el poder estatal. El resultado fue la creación de estados obreros deformados burocráticamente.
Sin embargo, Michel Pablo, entonces dirigente de la IV Internacional, respondió a los derrocamientos sociales de la posguerra repudiando la importancia central de una dirección revolucionaria consciente. Pablo afirmaba que “el proceso objetivo es, en el análisis final, el único factor determinante”. Supuestamente, la “dinámica objetiva” aseguraba una relación de fuerzas cada vez más favorable, y en este contexto los partidos comunistas estalinizados “conservan la posibilidad en ciertas circunstancias de delinear burdamente una orientación revolucionaria”. Pablo pronosticó “siglos” de estados obreros deformados. Los trotskistas fueron relegados a liquidarse dentro de partidos socialdemócratas o estalinistas, o, en el mejor de los casos, a ser grupos de presión sobre éstos. Este revisionismo condujo a la destrucción de la IV Internacional entre 1951 y 1953. Los revisionistas pablistas fueron combatidos por el SWP y su dirigente, James Cannon, aunque tardíamente, de manera parcial y principalmente en el terreno nacional del SWP. En 1953, el SWP y otras fuerzas antipablistas a nivel internacional se escindieron de Pablo (ver “Génesis del pablismo”, Cuadernos Marxistas No. 1, 1975).
Pero con el desarrollo de la Revolución Cubana, el SWP adoptó el revisionismo pablista y procedió a una “reunificación” con los pupilos de Pablo agrupados en el “Secretariado Internacional”. El documento de fundación del “Secretariado Unificado de la IV Internacional” proclamaba:
“Como lo observó I.F. Stone, el perspicaz periodista radical norteamericano, después de un viaje a Cuba, allí los revolucionarios son trotskistas ‘inconscientes’. Cuando estas corrientes y otras relacionadas con ellas adquieran plena conciencia, el trotskismo será una corriente poderosa.”
—“La dialéctica actual de la revolución mundial” (1963, publicado en español por Pathfinder Press en antología homónima de 1975)
El SWP afirmaba que la guerra de guerrillas basada en el campesinado sería la oleada del futuro y la forma decisiva de derrocar al capitalismo y esperaba que fuera así. Escribió:
“En el camino de una revolución que comienza por simples reivindicaciones democráticas y que termina en la destrucción de las relaciones de propiedad capitalista, la guerra de guerrillas realizada por los campesinos sin tierra y fuerzas semiproletarias, bajo una dirección que se encuentra empeñada en proseguir la revolución hasta su término, puede jugar un papel decisivo para minar el poder colonial y semicolonial, y precipitar su caída. Ésta es una de las principales lecciones de la experiencia de posguerra. Debe ser conscientemente incorporada a la estrategia de construcción de partidos marxistas revolucionarios en los países coloniales.”
—Comité Político del SWP, “Por la pronta reunificación del movimiento trotskista mundial”, en Ibíd.
En contraposición a la mayoría del SWP, la Revolutionary Tendency afirmaba en su documento programático “Hacia el renacimiento de la IV Internacional, proyecto de resolución sobre el movimiento mundial”, presentado a la Convención del SWP de 1963:
“La experiencia desde la Segunda Guerra Mundial ha demostrado que la guerra de guerrillas basada en los campesinos bajo una dirección pequeñoburguesa no puede por sí sola llegar más allá de un régimen burocrático antiobrero. La creación de estos regímenes ha ocurrido bajo las condiciones de la decadencia del imperialismo, la desmoralización y desorientación causadas por la traición estalinista, y la ausencia de una dirección revolucionaria marxista de la clase obrera. La revolución colonial puede tener un signo inequívocamente progresista sólo bajo tal dirección del proletariado revolucionario. Para los trotskistas el incorporar a su estrategia el revisionismo sobre la cuestión de la dirección proletaria de la revolución es una profunda negación del marxismo-leninismo, cualquiera que sea el beato deseo expresado al mismo tiempo de ‘construir partidos marxistas revolucionarios en los países coloniales’. Los marxistas deben oponerse resueltamente a cualquier aceptación aventurera de la vía al socialismo a través de la guerra de guerrillas campesina, análoga históricamente al programa táctico socialrevolucionario contra el que luchó Lenin. Esta alternativa sería un curso suicida para los fines socialistas del movimiento, y quizá físicamente para los mismos aventureros.”
El SWP estaba destrozando conscientemente la teoría de la revolución permanente de Trotsky, la cual traza el camino hacia la emancipación social y nacional en países de desarrollo desigual y combinado. En tales países, la burguesía nacional está atada por un millón de lazos a los imperialistas y teme al proletariado. Por lo tanto es incapaz de realizar las tareas históricamente asociadas a las revoluciones burguesas clásicas de Inglaterra y Francia en los siglos XVII y XVIII. El único camino hacia delante es, como declaró Trotsky en La revolución permanente (1930), la lucha por “la dictadura del proletariado empuñando éste el Poder, como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas”. La dictadura del proletariado pondrá en el orden del día no sólo las tareas democráticas sino también las socialistas, como la colectivización de la economía, dando así un gran impulso a la revolución socialista internacional. Sólo la victoria del proletariado en los países de capitalismo avanzado impediría la restauración burguesa y aseguraría la posibilidad de culminar la construcción del socialismo.
La teoría de Trotsky fue confirmada por la Revolución Rusa de Octubre de 1917. Bajo la dirección del Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky, los trabajadores revolucionarios, apoyados por el campesinado, derrocaron el gobierno de los capitalistas y terratenientes. La fuerza insurgente decisiva fue la Guardia Roja, la milicia obrera, así como las unidades militares bajo el mando de consejos de soldados y marineros dirigidos por los bolcheviques. El estado burgués fue hecho pedazos y remplazado por un estado obrero basado en órganos de democracia obrera masivos, los soviets (consejos) electos de obreros, soldados y campesinos. La formación de la Internacional Comunista en 1919 expresaba el entendimiento de los bolcheviques de que la Revolución Rusa era sólo el primer episodio, reversible, de la revolución socialista mundial. (Ver “El desarrollo y la extensión de la teoría de la revolución permanente de León Trotsky”, Espartaco No. 29, primavera de 2008.)
La Revolución Cubana
Bajo el dictador Fulgencio Batista, Cuba era esencialmente una subsidiaria de la mafia estadounidense y de la United Fruit Company (ver, por ejemplo, la película El Padrino, II parte). Cuando el Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro entró a La Habana el día de Año Nuevo de 1959, derrotó a los remanentes del ejército de Batista, quien era profundamente despreciado por las masas, estaba aislado de las altas capas de la sociedad cubana y finalmente fue abandonado por los imperialistas estadounidenses. Los comandantes del ejército rebelde eran intelectuales pequeñoburgueses que, en el curso de la guerra de guerrillas, atestiguaron la ruptura de sus conexiones directas previas con elementos de la oposición liberal burguesa y adquirieron episódicamente autonomía respecto de la burguesía.
La primera coalición gubernamental con políticos liberales burgueses se formó en el contexto de un viejo aparato estatal burgués destruido. El mismo Castro había sido un candidato parlamentario del burgués Partido Ortodoxo en 1952. El Manifiesto de la Sierra Maestra, firmado por el Movimiento 26 de Julio en 1957, proponía “elecciones imparciales y democráticas” organizadas por un “gobierno provisional neutral” y llamaba por la “separación del ejército de la política”, libertad de prensa, industrialización y una reforma agraria basada en el principio de la tierra para el que la trabaja (en vez de granjas colectivizadas); ninguna de estas demandas desafiaba al régimen capitalista.
Las primeras medidas del gobierno pequeñoburgués de Castro fueron prohibir los juegos de azar, reprimir la prostitución y decomisar las propiedades de Batista y sus secuaces. Luego siguió una modesta reforma agraria de acuerdo con la constitución burguesa de 1940. En este periodo, Castro no sólo negó tener intención revolucionaria alguna, sino que denunció al comunismo explícitamente. En mayo de 1959, Castro se refirió al comunismo como un sistema “que resuelve los problemas económicos pero que suprime las libertades, las libertades que son tan caras al hombre y que yo sé los cubanos y los latinoamericanos ansían y quieren” (citado en Castroism: Theory and Practice [El castrismo: Teoría y práctica], Theodore Draper, 1965). Sin embargo, esto no satisfacía al ala anticomunista de su propio movimiento. En junio de 1959, Castro expulsó a patadas a los opositores de la reforma agraria dentro del Movimiento 26 de Julio.
El nuevo gobierno cubano también tuvo que enfrentar los crecientes intentos del imperialismo estadounidense por poner bajo su control a la isla mediante presión económica sin los correspondientes intentos del arrogante gobierno estadounidense de Eisenhower para cooptar al nuevo gobierno. Luego hubo un proceso de golpe y contragolpe en el que los líderes cubanos respondían con medidas cada vez más radicales a cada ataque imperialista. Cuando Eisenhower trató de reducir la cuota azucarera cubana en enero de 1960, Castro firmó un acuerdo con Mikoyan, viceprimer ministro soviético, estableciendo la compra anual de un millón de toneladas de azúcar cubana por parte de la URSS. El rechazo de las refinerías de petróleo, propiedad de los imperialistas, a procesar el crudo ruso, así como la eliminación de la cuota de azúcar por parte de Eisenhower, condujeron en agosto de 1960 a la nacionalización por parte de Castro de las propiedades estadounidenses en Cuba, incluidos los ingenios azucareros, las compañías petroleras, la empresa de electricidad y la compañía telefónica. En octubre, el gobierno nacionalizó todos los bancos y 382 empresas, lo que ascendía al 80 por ciento de la industria del país. Cuba se convirtió en un estado obrero deformado con estas nacionalizaciones generalizadas que liquidaron a la burguesía como clase.
La cristalización de un estado obrero deformado no fue en modo alguno el resultado ineludible de la victoria militar del ejército rebelde en enero de 1959. La existencia del estado obrero degenerado soviético proporcionaba un modelo y, de manera aun más importante, su apoyo material hizo que ese resultado fuera factible. Sin embargo, la formación del estado obrero deformado cubano no fue el producto de la alianza con la Unión Soviética, sino consecuencia de un proceso dentro de la misma Cuba. Otro factor decisivo en la creación del estado obrero deformado fue el hecho de que el proletariado no contendió por el poder.
De haber habido una clase obrera combativa y con conciencia de clase, ello habría polarizado a las tropas guerrilleras pequeñoburguesas, atrayendo a algunos al lado de los trabajadores y repeliendo a otros de vuelta a los brazos del orden burgués. Esto sucedió en Rusia en 1917, cuando los bolcheviques ganaron el apoyo de las masas campesinas, mientras que la dirección del ala derecha del partido campesino socialrevolucionario tomó el lado del gobierno capitalista de Kerensky. Pero en Cuba, el principal partido obrero, el estalinista Partido Socialista Popular (PSP), estaba comprometido con el orden capitalista y la legalidad burguesa. El PSP repudió el asalto castrista al cuartel Moncada en 1953 como “métodos golpistas”. Tan tarde como en junio de 1958, el Comité Nacional del PSP llamó por un fin a la violencia y por resolver el conflicto en Cuba “por medio de elecciones democráticas y limpias, respetadas por todos, por las que las personas puedan decidir efectivamente por medio del voto y cuyos resultados sean honorablemente respetados”.
La situación cubana fue excepcional: en la mayoría de los casos la victoria militar de los nacionalistas pequeñoburgueses termina en última instancia con el restablecimiento de sus vínculos con el orden burgués. Tomemos, por ejemplo, el caso de Argelia después de la prolongada guerra de independencia contra el imperialismo francés y la victoria del FLN pequeñoburgués, que usaba retórica radical. Un factor clave para mantener a Argelia como neocolonia francesa fue la búsqueda, por parte del gobierno de de Gaulle, de una política más amoldada a los rebeldes victoriosos de Argelia con los Acuerdos de Evian de 1962. Ver los resultados de la Revolución Cubana como producto de previsión e intenciones marxistas por parte de los castristas es absurdo. Refiriéndose a la “teoría” de la guerra campesina de Castro/Guevara, el historiador burgués Theodore Draper comentó: “La teoría cubana fue una racionalización ex post facto de una respuesta improvisada a los acontecimientos más allá del control de Castro.”
La Revolución Cubana demostró, una vez más, que no hay una “tercera vía” entre la dictadura del capital y la dictadura del proletariado. En ese sentido, confirmó la teoría de la revolución permanente. Sin embargo, el núcleo de la teoría de Trotsky es la necesidad de un proletariado consciente, dirigido por su vanguardia, a la cabeza de todos los oprimidos en la lucha por el poder y la extensión internacional de la revolución. El estrato gobernante del estado obrero deformado cubano es una burocracia parasitaria, que fue creada a través de una fusión de elementos del antiguo Movimiento 26 de Julio y el PSP (que pronto sería convenientemente purgado de individuos pro-Moscú como Aníbal Escalante, quien era considerado leal a un “socialismo en un solo país” diferente). La Revolución Cubana verificó en una nueva forma la aseveración de Trotsky de que la burocracia estalinista —correa de transmisión de la presión del orden burgués mundial sobre un estado obrero— es una formación pequeñoburguesa contradictoria. Como escribimos en el prefacio a Cuadernos Marxistas No. 2, 1974:
“La parte decisiva de los castristas pudo hacer la transición hacia la dirección de un estado obrero deformado porque, en ausencia del igualitarismo y la democracia proletaria de un estado ganado directamente por la clase obrera, nunca tuvieron que trascender o alterar fundamentalmente sus propios apetitos sociales pequeñoburgueses radicales, sino sólo transformarlos y redirigirlos.”
La lucha por la democracia obrera
El SWP y el S.U. fueron abiertos apologistas de la represión del gobierno de Castro contra la clase obrera e izquierdistas cubanos, incluyendo a los trotskistas. El SWP y el S.U. hicieron borrosa la diferencia cualitativa entre un estado obrero sano, en el cual la clase obrera posee el poder político, y uno deformado, en el que el poder político está en manos de una burocracia. Aunque en muy raras ocasiones dirigentes del SWP como Joseph Hansen reconocieron que las “formas de la democracia obrera” estaban ausentes, esto era visto como una pequeña imperfección, y en cualquier caso la “dinámica objetiva” obligaría “inevitablemente” a los castristas a ver la luz. Esto se reflejó en una declaración de Adolfo Gilly, un partidario de los pablistas mexicanos. Mientras afirmaba que “Cuba se ha visto influenciada por los métodos burocráticos y la falta de participación de los trabajadores que existen en otros países socialistas”, Gilly igual excusaba a la burocracia concluyendo que “no hay país alguno hoy donde haya mayor democracia que en Cuba” y que “es la presión desde abajo la que es decisiva en cada paso y la que termina por imponerse, ampliando así la senda misma de la Revolución Cubana” (Monthly Review, octubre de 1964). Bueno, ¡ya han pasado más de 40 años y aún seguimos esperando!
Convenientemente, el SWP y el S.U. trataron de echar toda la culpa del burocratismo estalinista a los cuadros del PSP, presentando particularmente a Castro y Guevara como “trotskistas inconscientes”. Por su parte, Socialist Action (febrero de 2008) afirma que “el Ché fue motivado por su concepto de la revolución permanente cuando dejó Cuba decidido a contribuir con la creación de ‘dos, tres, muchos Vietnams’.” Peter Taaffe, líder del Comité por una Internacional Obrera, afirmó recientemente que “Castro niega deliberadamente —de manera muy errónea, tal como Celia Hart ha indicado— que el Ché Guevara tuviera ‘simpatías trotskistas’.” Castro debe de saber. En su autobiografía (escrita con Ignacio Ramonet), Castro respondió a una pregunta del entrevistador sobre Guevara: “nunca le oí hablar realmente de Trotsky. Él era leninista y, en cierta forma, reconocía hasta algunos méritos de Stalin. En realidad, bueno, la industrialización y algunas de esas cosas” (Fidel Castro, biografía a dos voces, 2006).
Aunque Guevara haya sido un personaje valeroso que murió luchando por sus ideales, su guerrillerismo basado en el campesinado estaba en contraposición al leninismo y a la revolución permanente de Trotsky, que se basa en el internacionalismo proletario. Como explicamos en “La mística de la vía guerrillera” (WV No. 630, 6 de octubre de 1995):
“A pesar del espíritu revolucionario del grito de batalla contra el imperialismo de Guevara, su llamado por una guerra de guerrillas basada en el campesinado fue, desde muchos ángulos, un categórico rechazo del marxismo, del leninismo y de la lucha proletaria por el poder... Su programa político era fundamentalmente elitista en tanto que rechazaba abiertamente la necesidad de que los obreros expresen su voz y su poder a través de sus propios órganos clasistas, como los consejos obreros (soviets). Por el contrario, se suponía que las masas se iban a someter a la dirección de un grupo de intelectuales radicales pequeñoburgueses convertidos en guerrilleros que se autoproclamó y partió al monte.”
Debido a sus números, su ubicación en los centros urbanos de finanzas y manufactura, así como su posición estratégica con las manos puestas sobre los medios de producción, donde la experiencia común de los trabajadores crea la solidaridad y la organización, únicamente el proletariado tiene el poder social y el interés de clase para derrocar al capitalismo. Como una masa de pequeños productores de mercancías, el campesinado es una capa pequeñoburguesa cuyas condiciones de existencia dan origen a perspectivas estrechas. Su estrato inferior, los campesinos sin tierra, está más cercano a la clase obrera, mientras que su estrato superior está más inclinado hacia la burguesía. Su trabajo productivo se basa en la propiedad privada de parcelas de tierra; los campesinos no tienen un modo de producción independiente. El campesinado sigue al proletariado o a la burguesía.
Bajo las circunstancias más favorables que se puedan concebir, el campesinado pequeñoburgués sólo fue capaz de crear un estado obrero burocráticamente deformado. Con la destrucción del estado obrero degenerado de la Unión Soviética y, por consiguiente, sin un salvavidas disponible contra el cerco imperialista, la estrecha ventana histórica en la que las fuerzas pequeñoburguesas fueron capaces de derrocar el dominio capitalista en su territorio se ha cerrado en este periodo.
Guevara era despectivo con respecto a la democracia obrera. En su ensayo “El papel del partido marxista-leninista”, afirmó que los dirigentes guerrilleros en “las montañas” eran “ideológicamente proletarios”, mientras que aquellos en “los llanos” (es decir, en las ciudades) eran pequeñoburgueses. De lo anterior concluyó que “el Ejército Rebelde es el representante genuino de la revolución que triunfa”. La política de Guevara fue una vertiente particularmente idealista y voluntarista del estalinismo. En “El socialismo y el hombre en Cuba” (1965), sostuvo que la productividad de los trabajadores podría ser estimulada mejor a través de “incentivos morales” en lugar de incentivos materiales; desechó el deseo de los trabajadores de un nivel de vida digno, tachándolo de burgués. Rechazando una perspectiva proletaria revolucionaria internacionalista, Guevara aceptó el marco de “construir el socialismo” en una isla pequeña, pobre y asediada. Los trotskistas comprendemos que sólo la expansión de la revolución a los países capitalistas avanzados puede resolver el problema de la escasez material. Guevara explícitamente caracterizó la formación de la Oposición de Izquierda por Trotsky en contra de la usurpación política de la revolución por Stalin como “contrarrevolucionaria”.
El que una burocracia gubernamental sólo estuviera en proceso de formación hizo que Cuba inicialmente se encontrara más abierta a la intervención de trotskistas que en otros estados obreros deformados. Esto se reflejó en el hecho de que a un grupo trotskista se le permitió funcionar por un periodo. Tanto las milicias como los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y los sindicatos tenían una base de masas. Se trataba de una apertura transitoria, pero que tenía que ser puesta a prueba. La RT dio así una formulación transitoria al programa de revolución política para Cuba, al llamar por “poner a los ministros de gobierno bajo la responsabilidad de las organizaciones democráticas de obreros y campesinos y hacerlos sustituibles por esas mismas organizaciones”.
Un parteaguas en el endurecimiento de la burocracia fue la detención de miembros de la organización trotskista cubana, el Partido Obrero Revolucionario (POR), parte de una tendencia internacional dirigida por Juan Posadas. En mayo de 1961, el gobierno de La Habana embargó el periódico del POR, Voz Proletaria, y destruyó las placas de impresión para una edición de La revolución permanente de Trotsky. En noviembre de 1963, cinco miembros dirigentes del POR fueron detenidos. Se les acusó de distribuir un periódico ilegal, de llamar por el derrocamiento del gobierno y de ser críticos contra Fidel Castro. Fueron sentenciados a condenas de hasta nueve años de prisión; al final, pasaron un año y medio o menos en la cárcel. Guevara fue confrontado con respecto a las detenciones por un partidario espartaquista durante un viaje a Cuba en 1964. Nuestro camarada señaló que las críticas de quienes defienden incondicionalmente la Revolución deben ser manejadas políticamente, en lugar de suprimir puntos de vista. Guevara respondió:
“Estoy de acuerdo con su declaración, pero los trotskistas cubanos no están dentro de la Revolución, son sólo ‘divisionistas’... No voy a decir que son agentes de la CIA —no lo sabemos—. No tienen historial de apoyo a la revolución.”
—“¡Libertad para los trotskistas cubanos!”, Spartacist (Edición en inglés) No. 3, enero-febrero de 1965
Se trataba de una calumnia deliberada. Los miembros del POR arrestados participaron en todas las actividades de la Revolución antes de 1959, cuando los estalinistas aún estaban a la espera de ver quién ganaría. Andrés Alfonso luchó desde la clandestinidad contra Batista, mientras que Ricardo Ferrera había luchado del lado del Ejército Rebelde desde los 16 años. El POR incluía miembros de los sindicatos, los CDRs y de las milicias que se movilizaron para defender a Cuba durante la crisis de los misiles en octubre de 1962. Guevara, el “trotskista inconsciente”, era en realidad un perseguidor consciente de trotskistas; atacó a los camaradas del POR en varias ocasiones en 1961 como parte de su impulso de lograr un solo partido unificado (estalinista) en Cuba.
A pesar de las diferencias políticas, la tendencia espartaquista fue la primera —fuera de los mismos posadistas— en defender a los trotskistas cubanos y llevar su caso a la atención mundial. Como buenos lamebotas de los castristas, los dirigentes del SWP no mencionaron una palabra acerca de los arrestos hasta después de que los miembros del POR fueron liberados, tras haber firmado una declaración capitulatoria en que aseguraban que disolverían su organización. El trato despreciable hacia los trotskistas cubanos de parte del SWP y otros hizo recordar el silencio de los pablistas con respecto al encarcelamiento de los trotskistas chinos por Mao años antes.
¡Por el internacionalismo proletario!
Uno de los principios básicos de la revolución permanente —y una línea divisoria profunda entre el trotskismo y el estalinismo— es la necesidad de extender la revolución en un país semicolonial hacia el mundo capitalista avanzado. Esto se deriva de la comprensión de la necesidad de una economía planificada al nivel internacional, incluyendo necesariamente a las sociedades más avanzadas económicamente. Los estados obreros se ven amenazados no sólo por la intervención militar imperialista, sino incluso de manera más crucial por la penetración económica imperialista y el nivel de productividad cualitativamente más alto en los países capitalistas avanzados.
Lenin afirmó: “En tanto que el capitalismo y el socialismo existan uno al lado del otro, no habrá paz alguna para nosotros. El uno o el otro triunfará en el largo plazo. Habrá una marcha fúnebre, ya sea para la República Soviética o para el capitalismo mundial” (citado en Historia de la Revolución Rusa de Trotsky). La catastrófica caída de la Unión Soviética, socavada por décadas de traición y mala administración estalinista, confirmó lo estéril de intentar construir el “socialismo en un solo país”. ¡Cuánto más se aplica todo esto a la pequeña Cuba!
Las nacionalistas burocracias estalinistas buscan sus propios acuerdos con los imperialistas, incluso al precio de otros estados obreros (como se reflejó con la escisión sino-soviética en los años 60). A cambio de la ayuda económica y militar soviética, Castro generalmente apoyó la política del Kremlin al nivel internacional. Pero el dirigente soviético Nikita Jruschov dejó perfectamente clara su voluntad de llegar a un trato por separado con el imperialismo de EE.UU. a costa de Cuba durante la crisis de los misiles en 1962, cuando, en respuesta a las amenazas de EE.UU., se retiraron los misiles soviéticos de Cuba. Una declaración de la RT en el momento denunciaba “el papel contrarrevolucionario” de los “burócratas del Kremlin” en la crisis de los misiles en Cuba y afirmó: “La falsa política de la dirigencia castrista, su bloque político con los estalinistas, ha socavado enormemente esta defensa” (“Declaración sobre la crisis cubana”, 30 de noviembre de 1962, reimpreso en Marxist Bulletin No. 3, I parte).
Contrario al mito propagado por muchos izquierdistas, la línea cubana no era más “internacionalista” cuando Guevara estaba vivo. Así, la delegación cubana a la conferencia de Punta del Este (Uruguay) en 1961, encabezada por el Ché Guevara, ofreció distensión a los imperialistas estadounidenses. Tal como menciona John Gerassi en The Great Fear in Latin America [El gran temor en América Latina] (1965), Guevara dijo: “No podemos prometer que no exportaremos nuestro ejemplo, como nos lo pide Estados Unidos, porque un ejemplo es cuestión de espíritu y un elemento espiritual puede cruzar las fronteras. Pero garantizaremos que no habrá envío de armas cubanas para ser usadas en la lucha de ningún país latinoamericano.”
El patrocinio del gobierno cubano a la guerra de guerrillas en algunas zonas de América Latina, principalmente en los años 1964-67, fue de hecho bastante selectivo. Los castristas apoyaron distintos regímenes “democráticos” nacionalistas burgueses en América Latina que imaginaron serían un contrapeso a los imperialistas. La política exterior de Cuba sigue la lógica del “socialismo en un solo país” de Stalin, es decir, se opone a la revolución internacional con la esperanza de apaciguar la hostilidad imperialista, al tiempo que impulsa regímenes capitalistas dispuestos a ser “amigos” del estado no-capitalista propio de los estalinistas. En particular, Castro apoyó los regímenes nacionalistas de Jânio Quadros y João Goulart en Brasil a comienzos de los años 60. En 1969, Castro saludó a la junta militar peruana como “un grupo de oficiales progresistas que desempeñan un papel revolucionario”.
Sin embargo, la mayor traición vino con el apoyo político de Fidel a la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile. Repudiando la necesidad de una revolución en favor de la “vía parlamentaria al socialismo”, Castro dijo en 1971 que “nunca hubo contradicción alguna entre los conceptos de la Revolución Cubana y el camino seguido por el movimiento de izquierda y los partidos obreros en Chile”. La coalición de Allende con partidos capitalistas chilenos, el frente popular, desarmó políticamente a la clase trabajadora, a la cual se le pidió que depositara su confianza en el ejército “constitucionalista” y la burguesía “democrática”. El resultado de esta traición fue el sangriento golpe militar de Pinochet del 11 de septiembre de 1973 y la masacre de más de 30 mil sindicalistas, izquierdistas y otros.
Cuando las masas nicaragüenses aplastaron la dictadura de Somoza en 1979, el estado capitalista fue hecho añicos, y se abrió la posibilidad de una revolución social. Nosotros dijimos: “¡Defender, completar y extender la revolución nicaragüense!” Sin embargo, Castro aconsejó al gobierno sandinista en ese momento: “Eviten los errores iniciales que al principio cometimos en Cuba, el rechazo político del Occidente, los ataques frontales prematuros a la burguesía, el aislamiento económico.” Bajo una “economía mixta” y la presión de los “contras” apoyados por la CIA, la burguesía nicaragüense fue capaz de revalidar su control una década más tarde, derrotando a la revolución.
Hoy es el caudillo capitalista Hugo Chávez, en Venezuela, a quien Castro promueve como el nuevo revolucionario del siglo XXI. Para los que viven en la isla esto puede parecer atractivo. Se calcula que desde 2003, Chávez ha invertido cuatro mil millones de dólares en diversas áreas de la agricultura, la industria, los servicios y la infraestructura en Cuba. En 2006, el 35.4 por ciento del total del comercio de productos de Cuba se hizo con Venezuela. Al nivel nacional, conforme los precios del petróleo ascendían, Chávez desvió parte de las enormes ganancias para financiar una serie de medidas sociales.
Como marxistas, llamamos por la defensa militar del régimen de Chávez en el caso de un golpe patrocinado por EE.UU., como lo hicimos en 2002. Sin embargo, no damos apoyo político a Chávez. La izquierda reformista perpetúa la ilusión de que Venezuela es “socialista” o está en camino al socialismo. Sin embargo, hay una diferencia cualitativa entre Cuba y Venezuela. En Cuba se aplastó al estado burgués y se expropió a la burguesía como clase. Chávez llegó al poder a través de un proceso electoral burgués y gobierna a la cabeza de un estado capitalista. La burguesía venezolana está vivita y coleando, y los imperialistas siguen llevando a cabo un esplendoroso negocio con Venezuela. A pesar de que Chávez ha aumentado la presencia estatal en industrias como la del petróleo, la electricidad, la producción de acero y de cemento, estas nacionalizaciones, que se han dado poco a poco, no presentan un desafío a la propiedad privada capitalista. Típicamente, medidas como éstas han sido llevadas a cabo por otros populistas latinoamericanos como Lázaro Cárdenas en México en los años 30 y Juan Perón en Argentina en los 40 y 50, así como Gamal Abdel Nasser en Egipto también en los años 50. Un antiguo coronel del ejército, Chávez es un gobernante bonapartista que emplea medidas populistas no para efectuar sino más bien para desviar una revolución social —al vincular más firmemente a las masas desposeídas con el estado capitalista venezolano—.
Los izquierdistas pro-Castro suelen citar las intervenciones de Cuba en África como prueba de su internacionalismo. Tras el desvanecimiento del colonialismo portugués en África en 1974-75, Angola fue presa de una guerra de aniquilación mutua entre fuerzas nacionalistas rivales en la que los marxistas no tomamos lado. Pero cuando el ejército sudafricano del apartheid, apoyado por EE.UU., invadió Angola, Cuba envió tropas, apoyadas por los soviéticos, que lucharon al lado de los nacionalistas angoleños del MPLA y lograron aplastar a las fuerzas sudafricanas y a sus aliados en Angola. A pesar de que políticamente no apoyábamos al MPLA, militarmente nos pusimos de su lado, del de las fuerzas cubanas y de sus asesores soviéticos en lo que era una guerra indirecta contra los imperialistas estadounidenses.
Las batallas heroicas libradas por las tropas cubanas hicieron añicos el mito de la invencibilidad del ejército del apartheid, ayudando así a inspirar las revueltas de Soweto en 1976 y otras luchas de las masas negras oprimidas en Sudáfrica. Sin embargo, es importante señalar que el objetivo de los estalinistas cubanos y soviéticos nunca fue derrocar el capitalismo en África. Así como patrocinaron al régimen burgués corrupto del MPLA en Angola, Cuba y la URSS también apoyaron la brutal dictadura de Mengistu en Etiopía a principios de los años 70. En Sudáfrica, que cuenta con el mayor proletariado en el África subsahariana, los estalinistas han apoyado desde 1928 una alianza con el burgués Congreso Nacional Africano (CNA). Hoy en día, el régimen del apartheid ya no existe, pero las masas negras siguen siendo los de abajo con un régimen de neoapartheid administrado por el CNA, el Partido Comunista de Sudáfrica y los líderes de la federación sindical COSATU.
A pesar de que Cuba ha estado bajo el acecho militar del imperialismo estadounidense durante casi medio siglo, la autobiografía de Castro deja claro su apetito por una “tregua” a través de un ala “progresista” del imperialismo estadounidense —es decir, el Partido Demócrata—. Hay abundantes referencias favorables a los presidentes del Partido Demócrata. “Franklin Delano Roosevelt...es, a mi juicio, uno de los mejores estadistas que ha tenido” EE.UU. “Yo siempre tuve buena opinión de [Jimmy] Carter como un hombre de ética. Su política fue constructiva con relación a Cuba.” El entrevistador preguntó si Clinton (quien intensificó el embargo a Cuba en dos ocasiones) fue “más constructivo”; Castro respondió: “Sí, él no era particularmente agresivo. Pero Clinton heredó toda aquella comunidad, heredó todas las campañas que se han hecho contra Cuba y era muy poco lo que podía hacer para ayudar.” Incluso Kennedy —con todo y Bahía de Cochinos— es excusado: “creo que Kennedy fue un hombre de gran entusiasmo, muy inteligente, con carisma personal, que trataba de hacer cosas positivas...dio luz verde a la invasión de Playa Girón en 1961, pero esa operación no fue preparada por él, sino por el gobierno anterior de Eisenhower y Nixon.” Castro está siguiendo los pasos de los estalinistas del Kremlin y del Partido Comunista de EE.UU., quienes desde los tiempos de Roosevelt generalmente han apoyado al capitalista Partido Demócrata.
El mundo postsoviético
Siempre sensibles a la opinión pública pequeñoburguesa, los pablistas fueron abandonando su anterior entusiasmo por la guerra de guerrillas campesina con los primeros indicios de la Segunda Guerra Fría a fines de los años 70. Votaron por la instauración de los gobiernos de frente popular más vehementemente anticomunistas, como el del “socialista” francés Mitterrand en 1981. Haciendo eco de la campaña imperialista por “democracia” y “derechos humanos”, apoyaron a todos y cada uno de los oponentes del gobierno soviético. Esto incluyó el apoyo en los años 80 a la polaca Solidarność, punta de lanza de la contrarrevolución capitalista en Europa Oriental. En EE.UU., Socialist Action incluso adoptó el logotipo de Solidarność como rótulo en su periódico. El fallecido Ernest Mandel, dirigente del S.U., aclamó a estos reaccionarios clericales, que fueron respaldados por la CIA y el Vaticano, como “los mejores socialistas del mundo”.
En retrospectiva, el S.U. incluso elogió como “luchadores por la libertad” a los nazis estonios “Hermanos del Bosque” durante la Segunda Guerra Mundial. Grupos del S.U., así como la tendencia Militante de [Ted Grant,] Peter Taaffe y Alan Woods, aullaron junto a los lobos imperialistas en apoyo al golpe contrarrevolucionario de Boris Yeltsin en Moscú en 1991. Hoy, la izquierda reformista aclama al Dalai Lama, apoyado por la CIA, y al movimiento “Tíbet libre” en contra del estado obrero deformado chino.
Nosotros, en la Liga Comunista Internacional, luchamos hasta el final contra la contrarrevolución en lo que fue la Unión Soviética y Europa Central y Oriental, tal como Trotsky exigió a sus partidarios. En contraste con la negativa de los falsos trotskistas a defender a la URSS contra los muyajedines armados por la CIA tras la intervención soviética iniciada en diciembre de 1979, nosotros dijimos: “¡Viva el Ejército Rojo en Afganistán! ¡Extender las conquistas sociales de la Revolución de Octubre a los pueblos afganos!” En una declaración de 1991, llamamos a los obreros soviéticos a “derrotar la contrarrevolución de Yeltsin y Bush”, y exhortamos al proletariado a formar soviets bajo el programa del internacionalismo bolchevique. En Alemania Oriental (RDA) en 1989-90, mientras el régimen estalinista en desintegración del SED-PDS clamaba que la restauración capitalista debía ser realizada de una manera humana, nosotros, de manera única, nos opusimos a la reunificación capitalista. Llamamos por una Alemania roja soviética, a través de una revolución política en la RDA y una revolución socialista en Alemania Occidental. Iniciamos una movilización masiva, que luego fue apoyada por el SED-PDS, en el parque Treptow en Berlín, el 3 de enero de 1990, contra la profanación fascista de un memorial de guerra soviético y en defensa de la URSS y de la RDA. Era la primera vez que los trotskistas intervenían en una plataforma pública en un estado obrero desde la Oposición de Izquierda rusa de Trotsky a fines de los años 20.
La destrucción de la URSS tuvo consecuencias desastrosas para Cuba. La economía cubana estaba fuertemente subsidiada por la URSS, lo que llegó a representar hasta el 36 por ciento del ingreso nacional cubano en los años 80. La economía cubana sufrió una contracción dramática, con una disminución precipitada del 40 por ciento en la producción económica per cápita para 1993. Esto significó apagones, escasez de productos básicos y un periodo de estricto racionamiento de alimentos para la población cubana durante un lapso conocido como el “periodo especial en tiempo de paz”. En respuesta, el gobierno instituyó una serie de “reformas de mercado”, que incluía legalizar la posesión y el intercambio del dólar estadounidense. Esta “dolarización” condujo a una intensa y creciente diferencia en los ingresos de la población, lo que tuvo un impacto más fuerte en las mujeres y los negros cubanos. En los últimos años, el gobierno ha intentado reducir la dependencia en la inversión imperialista mediante la firma de nuevos acuerdos comerciales con la Venezuela de Chávez y con China. Pero la situación económica sigue siendo muy grave para la mayoría de los cubanos, quienes se ven obligados a recurrir al mercado negro incluso para adquirir muchos artículos de primera necesidad.
Tratando de aliviar el embargo estadounidense para facilitar la penetración económica a la isla, el ex presidente Carter viajó a Cuba en 2002. Durante su viaje, Carter empujó la campaña por el Proyecto Varela —lanzado por disidentes proimperialistas— que incluía demandas por el derecho a la empresa privada, amnistía para los presos políticos y “elecciones libres”.
El llamado a “elecciones libres” es un llamado a apoyar la “democracia burguesa” en contra del estado obrero cubano, es decir, por la contrarrevolución. Nosotros estamos a favor de la democracia obrera. Como nuestro partidario dejó claro a Guevara en 1964, estamos por el derecho de todas las tendencias que defiendan los logros de la Revolución Cubana a organizarse políticamente. La clase obrera debe ejercer su gobierno a través de los soviets. Condenamos a aquellos como Olivier Besancenot, portavoz prominente de la Ligue communiste révolutionnaire [Liga Comunista Revolucionaria] de Francia, sección líder del S.U., quien a principios de este año proclamó su apoyo a “elecciones libres” en Cuba.
Para mérito propio, el gobierno cubano apoya la causa de Mumia Abu-Jamal, el principal prisionero político en la antesala de la muerte en EE.UU. Sin embargo, el gobierno cubano aplica la pena de muerte, aunque recientemente Raúl Castro conmutó las penas de muerte de casi todos los reclusos condenados en Cuba. Nosotros nos oponemos a la pena capital como una cuestión de principios en Cuba y China, así como en los países capitalistas. Cuando tres secuestradores de una embarcación fueron ejecutados en 2003, los sicofantes pro-Castro de Socialist Action trataron de justificar este hecho señalando las ejecuciones llevadas a cabo por los bolcheviques durante la Guerra Civil [mientras que el Grupo Internacionalista —pablistas de la segunda generación— trató de justificarlo presentando el secuestro del bote como “una acción de guerra contrarrevolucionaria” (El Internacionalista en Internet, mayo de 2003)]. Nosotros respondimos [ver Espartaco No. 21, otoño-invierno de 2003]:
“Los marxistas —incluyendo a los bolcheviques— estamos opuestos a la bárbara institución de la pena capital. Los bolcheviques llevaron a cabo terror revolucionario en defensa del nuevo estado obrero, entendiendo que la guerra contra la contrarrevolución era un episodio temporal que necesitaría medidas temporales y drásticas. Pero el código penal fue una característica más permanente del estado obrero. Cuando la pena de muerte, en vez de ser un acto de guerra, fue hecha parte del código penal del país en 1922, se pretendía que ésta fuera una medida temporal... Y como tantas otras medidas empleadas temporalmente por el joven estado obrero, con la contrarrevolución política estalinista éstas fueron hechas permanentes y retorcidas hasta quedar convertidas en los opuestos más grotescos de lo que buscaban los bolcheviques.”
La ejecución de los secuestradores no fue un asunto de justicia sumaria por parte de un gobierno obrero en una situación de guerra civil. Sabemos muy bien que el régimen de Castro arremete con represión en contra de sus opositores prosocialistas, incluyendo militantes como los trotskistas en los años 60. Y fue en el nombre de “defender la revolución” que Castro ordenó la ejecución del general Ochoa en 1989, un héroe de la guerra de Angola, después de un juicio al estilo estalinista que hizo recordar las purgas de Moscú a fines de la década de 1930.
Apoyamos las medidas adoptadas en defensa de la Revolución Cubana, incluyendo el encarcelamiento de los “disidentes” que colaboran activamente con el imperialismo estadounidense. Pero no damos crédito a la capacidad de la burocracia para barrer con los contrarrevolucionarios. La invitación de Castro a Carter sólo sirvió para envalentonar a los reaccionarios, así como la continua búsqueda de una “tregua” con el imperialismo socava al estado obrero cubano. Los fundamentos de lo que escribimos en 1965 en nuestro artículo “¡Libertad para los trotskistas cubanos!” sigue siendo cierto hoy:
“La Revolución Cubana debe sustituir su actual ideología nacionalista de ‘coexistencia pacífica’...con una política exterior revolucionaria, una orientación a la revolución latinoamericana para construir concretamente y otorgar dirección al movimiento revolucionario en América Latina como parte de un movimiento mundial. Internamente, el establecimiento de una genuina democracia obrera, la construcción de soviets —consejos de obreros— órganos representativos electos de poder obrero, y la restauración de la rica vida interna es vital para cualquier movimiento revolucionario para derrotar a la burocracia.”
Los revolucionarios en EE.UU., el bastión del imperialismo mundial, tienen un deber especial de defender a Cuba contra la restauración capitalista y el imperialismo estadounidense. Luchamos por forjar un partido obrero revolucionario, sección de una IV Internacional reforjada, que lleve a la clase obrera multirracial de EE.UU. el entendimiento de que la defensa de la Revolución Cubana es parte integral de su lucha contra los explotadores capitalistas estadounidenses y de la lucha por la revolución socialista. ¡Defender la Revolución Cubana! ¡Por la revolución política proletaria para abrir el camino hacia el socialismo! ¡Por nuevas revoluciones de Octubre!