Espartaco No. 30 |
Invierno de 2008-2009 |
Del Yukón a Yucatán, ¡quienes trabajan deben gobernar!
Crisis financiera: Bancarrota del capitalismo
3 DE DICIEMBRE—La crisis económica que explotó en Wall Street en septiembre, detonada por el colapso de la burbuja de precios de la vivienda el año pasado, ha derribado a los titanes de las finanzas estadounidenses e incluso mundiales. Las ramificaciones de este colapso serán horribles en todo el mundo. Son los obreros y los oprimidos quienes sufrirán las consecuencias, conforme el gobierno estadounidense destina billones de dólares del erario público a pagarle a los financieros que hicieron malas inversiones en una especie de “socialismo para los ricos”. A lo largo de Estados Unidos, los trabajadores están enfurecidos, y tienen mucho que temer mientras la crisis se les carga en las espaldas. Las ejecuciones hipotecarias recorren Estados Unidos a un ritmo nunca visto desde la Depresión de los años 30. La destrucción de los programas de pensiones ahora ha significado que muchos han visto desaparecer los fondos de retiro que habían invertido en la bolsa de valores y otras cuentas. Hasta septiembre, cerca de 760 mil empleos se han perdido en Estados Unidos tan sólo desde el principio del año.
Como todas las inevitables crisis económicas que ocurren periódicamente bajo el capitalismo, la actual crisis refleja, en el fondo, la contradicción clave de este sistema que identificaron Karl Marx y Friedrich Engels: bajo el capitalismo, la producción está socializada, es decir, concentrada y organizada en grandes corporaciones; pero los medios de producción —y la apropiación de la riqueza socialmente producida— siguen siendo propiedad privada de unos pocos. En su estudio de 1916, El imperialismo, etapa superior del capitalismo, V.I. Lenin, dirigente de la Revolución Rusa de 1917, describió cómo el monopolio de la producción y el papel dominante del capital financiero obligan a las potencias imperialistas a dividirse el mundo en busca de mercados y esferas de explotación en países capitalistas más atrasados. Lenin explicó:
“[E]l desarrollo del capitalismo ha llegado a un punto tal que, aunque sigue ‘reinando’ la producción mercantil y continúa siendo considerada como la base de la vida económica, en realidad se halla ya quebrantada, y el grueso de las ganancias va a parar a los ‘genios’ de las maquinaciones financieras. En la base de estas maquinaciones y estafas está la socialización de la producción; pero el inmenso progreso de la humanidad, que ha logrado esa socialización, beneficia...a los especuladores.”
La producción socializada debe extenderse a propiedad socializada mediante la toma del control de la sociedad por parte de los productores. La única salida del interminable ciclo capitalista de crisis económicas y guerras imperialistas es la que mostró la Revolución de Octubre de 1917, cuando los obreros rusos tomaron el poder en sus manos, expropiando a la burguesía y estableciendo un estado obrero. Los bancos, las fábricas, las minas, las acerías y demás medios de producción deben ser arrebatados de manos de los capitalistas que se han apropiado de la riqueza producida por la clase obrera y la han desperdiciado. La toma proletaria del poder estatal abolirá la propiedad privada de los medios de producción y establecerá una economía socialista planificada que debe extenderse internacionalmente.
La clase obrera es la única clase objetivamente revolucionaria en la sociedad capitalista; con los medios de producción en sus manos, tiene el poder social para barrer con este sistema profundamente inhumano y el interés de llevar tal transformación a cabo. El problema fundamental, sin embargo, es la conciencia política. Existe una contradicción extrema entre la podredumbre del sistema imperialista y la desorganización y falsa conciencia del proletariado, que se profundizó cualitativamente con la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS en 1991-92. El capitalismo no va a caer por sí solo. Los trabajadores necesitan un partido obrero revolucionario que aporte una dirección consciente a sus luchas, no sólo para mejorar sus condiciones actuales sino para acabar con todo el sistema capitalista de esclavitud asalariada.
La desindustrialización de Estados Unidos es una de las principales causas del actual empobrecimiento de los trabajadores. En lugar de invertir en infraestructura y capacidad industrial, los capitalistas gastaron el excedente económico, que se apropian mediante la explotación del trabajo, en una sucesión de parrandas especulativas. Ahora se ha vuelto un lugar común, especialmente en los círculos liberales, culpar del colapso de Wall Street a lo inadecuado de la regulación gubernamental, y culpar a su vez de esta inadecuación a la supuesta creencia de los republicanos en un “fundamentalismo del libre mercado”. (En efecto, la victoria de Barack Obama bien pudo haber sido ayudada por la crisis de Wall Street, ya que la fachada del Partido Demócrata como “amigo” del movimiento obrero y de los negros lo ha hecho históricamente el partido preferido de la burguesía estadounidense para gobernar en tiempos de crisis.) En realidad, sin embargo, las orgías especulativas que inevitablemente colapsan son endémicas al capitalismo y han venido ocurriendo durante siglos. Sólo hace falta considerar la última gran crisis financiera estadounidense, el colapso del boom del mercado de valores punto com en 2000-2001. En esa instancia, la anterior burbuja especulativa tuvo lugar bajo el gobierno demócrata de Clinton, y no bajo una Casa Blanca republicana. La alocada inflación de activos financieros —lo que Marx llamó el capital ficticio, es decir, un aumento de la riqueza en el papel que no se basa en un incremento en la capacidad productiva— estuvo centrada en las acciones corporativas, y no en garantías hipotecarias como es el caso actualmente.
La catástrofe que nos amenaza
Lejos han quedado ya las increíblemente cínicas declaraciones del secretario de hacienda, Agustín Carstens, de que la economía mexicana estaba “blindada” y que había “logrado desligarse del ciclo económico en Estados Unidos”. Ahora bancos y empresas, tanto nacionales como extranjeros, están retirando masivamente sus capitales del país. Desde octubre pasado, el peso se ha devaluado en un 32 por ciento, mientras que el precio del petróleo mexicano —principal fuente de ingresos del estado— se cotiza hoy en alrededor de 35 dólares por barril, tras haber alcanzado 130 dólares en julio pasado.
Durante al menos los últimos 20 años, y especialmente a raíz de la entrada en vigor del TLCAN —tratado de rapiña imperialista contra México—, la economía mexicana ha estado cada vez más interpenetrada con la de EE.UU. El grueso de la planta productiva del país, sobre todo de capital estadounidense, está avocado a la exportación a EE.UU. —destino del 80 por ciento del total de las exportaciones mexicanas—. Una contracción prolongada de la economía estadounidense traerá consecuencias funestas para las masas mexicanas. A fines de noviembre, la Coparmex reportó que, sólo en la Ciudad de México, 25 mil personas habían perdido sus empleos en las ocho semanas anteriores. La producción industrial de México ha estado contrayéndose por cinco meses consecutivos debido a la debilidad cada vez mayor de la demanda estadounidense. En las últimas semanas ha habido una ola de “paros técnicos” en Ford, GM y Nissan, así como cierres de plantas, y se prevé que la producción automotriz caerá hasta en 50 por ciento en 2009.
Uno de los efectos más criminales del TLCAN ha sido la devastación del agro mexicano, incapaz de competir con la producción agrícola tecnificada de EE.UU. Durante los últimos quince años, gran parte de la población rural del país ha logrado mantenerse a flote gracias a las remesas que envían sus parientes en EE.UU.; las remesas han servido como una válvula de escape a la miseria que reina en el campo y han llegado a constituir la segunda fuente de ingresos más importante del país. El gobierno estadounidense está arreciando cada vez más las medidas chovinistas antiinmigrantes —incluyendo redadas y deportaciones masivas de trabajadores indocumentados—. Aunadas a la pérdida de empleos, estas medidas han ocasionado una caída en las remesas, dejando franjas empobrecidas enteras sin sus ingresos de por sí magros. Nosotros decimos: ¡Abajo el TLCAN! ¡Plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes!
¡Romper con AMLO y el PRD burgués!
El PRD representa el ala de la burguesía que procura desactivar el descontento de los obreros y los oprimidos mediante concesiones, para así perpetuar el sistema de explotación capitalista. Las diferencias entre el PRD y el PAN se reducen a la manera de administrar el capitalismo. Al nivel económico, la diferencia fundamental entre neoliberalismo y populismo estriba en que el primero actúa como un instrumento del capital extranjero (bajo el eufemismo del “mercado”), en tanto que el segundo aboga por mayor intervención estatal en la economía —lo que Trotsky llamó “capitalismo de estado”—, procurando ganar el apoyo del proletariado a través de concesiones y obtener una cierta medida de independencia respecto a los capitalistas extranjeros.
En su discurso en un mitin en la Ciudad de México el 23 de noviembre, López Obrador planteó su “programa” ante la crisis: “nuestro movimiento no puede tener tarea más importante que la de presionar al gobierno usurpador para obligarlo a cambiar su política y a utilizar todos los instrumentos del estado para proteger al pueblo ante el desastre económico y de bienestar social.” Si bien defendemos las medidas que, bajo el capitalismo, puedan aliviar —incluso ínfimamente— las condiciones de pobreza de los obreros y los oprimidos, dada la profunda interpenetración económica con Estados Unidos y el dominio del capital extranjero en México, ninguna cantidad de intervención estatal o de programas gubernamentales podrá acercarse siquiera a compensar la pérdida de las inversiones estadounidenses y exportaciones mexicanas. En efecto, los populistas burgueses se limitan a llamar a aplicar pequeñas curitas en forma de becas y apoyos para cubrir las heridas abiertas de este desastre social cada vez más profundo.
¡Por la revolución obrera!
La relación histórica de dependencia de México respecto a EE.UU. no es producto de tal o cual política de los gobernantes mexicanos, sino de la diferencia cualitativa en el nivel de desarrollo de las respectivas fuerzas productivas. La burguesía mexicana es simplemente incapaz de romper el yugo imperialista y desarrollar la economía al nivel de los países imperialistas. La genuina emancipación nacional de México, así como una mejora cualitativa del nivel de vida de las masas empobrecidas del campo y la ciudad, sólo puede ser producto de la revolución socialista, en la que el proletariado se coloque a la cabeza de las masas campesinas y oprimidas. Para realizar su programa emancipador y llegar a eliminar la miseria y la opresión, la revolución debe extenderse internacionalmente, en especial al coloso imperialista estadounidense, cuya poderosa clase obrera multirracial tiene el interés objetivo de derrocar a sus gobernantes imperialistas.
En el Programa de Transición, documento de fundación de la IV Internacional escrito en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el dirigente bolchevique León Trotsky planteó una serie de demandas dirigidas a vincular las luchas de la clase obrera con el entendimiento de la necesidad de derrocar al decadente y anárquico sistema capitalista de ganancias. Para desenmascarar la explotación, el robo y el fraude de los capitalistas, así como la estafa de los bancos, Trotsky argumentó que los obreros debían exigir que los capitalistas abrieran sus libros contables para “revelar en fin, ante la sociedad, el derroche espantoso de trabajo humano que resulta de la anarquía del capitalismo y la exclusiva persecución de la ganancia”. Señalando que “el imperialismo significa la dominación del capital financiero”, Trotsky levantó el llamado por la expropiación de los bancos, argumentando al mismo tiempo que esto sólo produciría “resultados favorables si el poder estatal mismo pasa de manos de los explotadores a manos de los trabajadores”. Ante el desempleo masivo, llamó a una lucha clasista de los obreros por una semana de trabajo más corta sin detrimento en los salarios para extender el trabajo disponible, por un programa masivo de obras públicas y por aumentos de sueldos paralelos a los aumentos de precios para proteger a los obreros de los estragos de la inflación.
En contra de los capitalistas y sus agentes reformistas, Trotsky argumentó:
“Los propietarios y sus abogados demostrarán ‘la imposibilidad de realizar’ estas reivindicaciones. Los capitalistas de menor cuantía, sobre todo aquellos que marchan a la ruina, invocarán además sus libros de contabilidad. Los obreros rechazarán categóricamente esos argumentos y esas referencias. No se trata aquí del choque ‘normal’ de intereses materiales opuestos. Se trata de preservar al proletariado de la decadencia, de la desmoralización y de la ruina. Se trata de la vida y de la muerte de la única clase creadora y progresista y, por eso mismo, del porvenir de la humanidad. Si el capitalismo es incapaz de satisfacer las reivindicaciones que surgen infaliblemente de los males por él mismo engendrados, no le queda otra cosa que morir. La ‘posibilidad’ o la ‘imposibilidad’ de realizar las reivindicaciones es, en el caso presente, una cuestión de relación de fuerzas que sólo puede ser resuelta por la lucha. Sobre la base de esta lucha, cualesquiera que sean los éxitos prácticos inmediatos, los obreros comprenderán, en la mejor forma, la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista.”