Espartaco No. 30 |
Invierno de 2008-2009 |
La izquierda oportunista y el referéndum de 2007 de Chávez
¡Romper con el populismo burgués!
¡Por la revolución obrera!
¡EE.UU. manos fuera de Venezuela!
El siguiente artículo ha sido adaptado de Workers Vanguard No. 907, 1º de febrero de 2008.
En todo el espectro político, el referéndum constitucional de diciembre de 2007 impulsado por Chávez fue descrito como un intento de implantar un “estado socialista”. Una pandilla, que abarca desde la oligarquía venezolana y la Iglesia Católica hasta la Casa Blanca de Bush, celebró la estrecha derrota del referéndum como un triunfo de la “democracia”. Por otro lado, la derrota provocó muchos lamentos entre los autoproclamados marxistas y otros que han promovido a Chávez como alguna especie de “revolucionario”. En cuanto a Chávez mismo, inmediatamente hizo gestos conciliadores a la oposición derechista.
A pesar de las ilusiones populares, Chávez, un antiguo coronel del ejército, es un nacionalista burgués que administra el estado capitalista. Lejos de minar al capitalismo venezolano, el referéndum de Chávez tenía un énfasis particular en subrayar que la propiedad privada de los medios de producción estaría protegida por la constitución. La propuesta de referéndum estaba dirigida centralmente a fortalecer los poderes represivos del estado capitalista venezolano y a concentrar una mayor autoridad en el puesto ejecutivo del presidente. Aunque estaban envueltas con la retórica populista del “poder popular” y prometían algunas reformas sociales —como una semana de trabajo más corta y pensiones para los autoempleados— las disposiciones clave del referéndum de Chávez buscaban aumentar la autoridad presidencial para declarar estados de emergencia ilimitados, decretar regiones militares especiales, transformar ciertas partes del país en regiones federales bajo control directo del presidente, y permitir a éste disolver la Asamblea Nacional.
El estado capitalista —cuyo núcleo consiste en el ejército, la policía, las prisiones y los tribunales— es un instrumento para la represión violenta de la clase obrera y los oprimidos en defensa del orden social capitalista. Todo aumento en los poderes del estado capitalista venezolano será usado contra la clase obrera cuando ésta luche por sus propios intereses de clase. Como lo pusieron Marx y Engels tras la experiencia de la Comuna de París, cuando el proletariado parisino sostuvo el poder por casi tres meses en 1871 antes de ser sangrientamente aplastado: “La Comuna ha demostrado, sobre todo, que ‘la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines’” (K. Marx y F. Engels, Prefacio a la edición alemana de 1872 del Manifiesto Comunista).
Como marxistas que luchamos por una revolución proletaria socialista que aplaste al estado burgués y lo remplace con un estado obrero, estuvimos por el “no” en el referéndum de Chávez. Al mismo tiempo, dejamos clara nuestra oposición intransigente a las fuerzas derechistas que se movilizaron contra el referéndum. Chávez ha provocado la ira de los gobernantes imperialistas estadounidenses, tanto republicanos como demócratas. En el caso de un golpe patrocinado por Estados Unidos, como en 2002, estaríamos por la defensa militar del régimen de Chávez sin darle un ápice de apoyo político.
El hecho de que la mayoría de las organizaciones supuestamente marxistas haya apoyado abiertamente o se haya abstenido en el referéndum de Chávez es un testimonio tanto de su propia bancarrota política como de la popularidad de éste. Chávez ha criticado punzantemente al gobierno de Bush y ha abrazado ostentosamente al principal némesis de Washington en el hemisferio occidental, el líder cubano Fidel Castro. Ha condenado la ocupación estadounidense de Irak y las amenazas contra Irán, y ha denunciado las políticas económicas “neoliberales” que Estados Unidos promueve en Latinoamérica y otros sitios.
Chávez es un populista que ha usado las ganancias generadas por los disparados precios del petróleo durante los últimos años para llevar a cabo una serie de reformas sociales. También ha emprendido una mínima nacionalización de la industria y distribución de tierras. Estas medidas, junto con el hecho de que Chávez se jacte de su herencia de zambo (mezcla de africano e indígena), le han ganado el desprecio de la blanquísima oligarquía venezolana.
Pero Chávez no es ningún socialista. Y, según estándares históricos, ni siquiera es un nacionalista burgués particularmente radical. En la década de 1930, el presidente mexicano Lázaro Cárdenas nacionalizó el petróleo de su país, que pertenecía a los imperialistas estadounidenses y británicos, y llevó a cabo un reparto agrario significativo. Si bien defendemos esas nacionalizaciones burguesas frente al ataque imperialista, éstas no son medidas socialistas. En el caso de México, la subordinación de la clase obrera a Cárdenas resultó en más de 60 años de corporativismo y el encadenamiento del proletariado al Partido Revolucionario Institucional, que hasta el año 2000 fue el partido burgués gobernante. Como escribimos en “Venezuela: Nacionalismo populista vs. revolución proletaria” (Espartaco No. 25, primavera de 2006):
“La popularidad de Chávez y su ‘Revolución Bolivariana’ entre los jóvenes idealistas de izquierda —y los oportunistas veteranos— debe entenderse sobre el fondo de la destrucción de la Unión Soviética. Entre la juventud radical, alimentada con más de una década de propaganda sobre ‘la muerte del comunismo’ tanto por la ‘izquierda’ como por la derecha, la Revolución de Octubre es percibida ampliamente como un ‘experimento fallido’. También se rechaza el entendimiento de que la clase obrera es la única agencia de la revolución social contra el orden capitalista. Más aún, el capitalismo es en general identificado con un conjunto particular de medidas económicas conocido como ‘neoliberalismo’: la privatización extensa de instalaciones públicas, la destrucción de los programas de bienestar social y el engrandecimiento imperialista implacable.
“La historia reciente de Venezuela demuestra bastante bien que el neoliberalismo y el populismo no son sino dos caras de la misma moneda, a veces llevadas a cabo por el mismo régimen burgués en distintos periodos.”
Los hasta hace poco elevados precios del petróleo han permitido reformas limitadas. Pero el funcionamiento mismo del sistema capitalista garantiza la continuidad de la explotación y el empobrecimiento de las masas venezolanas. En contra del nacionalismo populista de Chávez, es necesario movilizar al proletariado, al frente de todos los pobres y oprimidos, en una lucha por la revolución socialista contra todas las alas de la burguesía venezolana, que está atada por miles de lazos al orden imperialista. Sólo así puede realizarse la lucha por la independencia nacional y otras tareas democráticas en esos países de desarrollo capitalista atrasado en la era imperialista. Como enfatizó León Trotsky, dirigente junto con V.I. Lenin de la Revolución Bolchevique de 1917, en sus “Tesis fundamentales” de La revolución permanente:
“La dictadura del proletariado, que sube al poder en calidad de caudillo de la revolución democrática, se encuentra inevitable y repentinamente, al triunfar, ante objetivos relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa. La revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en permanente.”
No puede haber una mejora fundamental al predicamento de los pobres urbanos y rurales sin que se aplaste al estado capitalista y se derroque el orden social capitalista, sentando las bases, mediante una serie de revoluciones proletarias internacionalmente, para una sociedad global sin clases en las que todas las formas de explotación y opresión se hayan eliminado. Crucialmente, esto significa vincular las batallas de las masas latinoamericanas con la lucha por la revolución socialista en Estados Unidos.
Apologistas reformistas del régimen de Chávez
Bajo el régimen de Chávez, a la burguesía venezolana le ha ido bastante bien (y a las compañías petroleras extranjeras tampoco les ha ido mal). Según el Banco Mundial, el 20 por ciento más rico de la población sigue embolsándose el 53 por ciento de todo el ingreso, mientras que el 20 por ciento más pobre recibe un miserable 3 por ciento. Aunque acumula ganancias exorbitantes, gran parte de la burguesía saca su dinero del país y acapara sus productos, produciendo una inflación terrible y escasez de alimentos y de otras necesidades básicas.
Los obreros que han ocupado las fábricas quebradas o cerradas por sus dueños, como en Sanitarios Maracay, han enfrentado a las fuerzas armadas del régimen de Chávez. En abril de 2007, habiendo llegado a Caracas para exigir la nacionalización de la compañía, los obreros de esa fábrica fueron frenados por la policía estatal y por fuerzas militares que dispararon contra ellos, dejando catorce heridos y 21 detenidos. De igual modo, los representantes del sindicato de empleados públicos que en agosto de 2007 fueron a negociar un contrato con el Ministerio del Trabajo fueron encerrados en un cuarto del ministerio y seis días después echados por golpeadores a sueldo.
Nada de esto ha impedido que los autoproclamados marxistas aplaudan la “Revolución Bolivariana” de Chávez. Entre los más descarados está la Corriente Marxista Internacional (CMI) de Alan Woods, quien presume de sus credenciales como asesor “trotskista” de Chávez. En la víspera del referéndum, la sección venezolana de la CMI, la Corriente Marxista Revolucionaria (CMR), emitió una declaración fechada el 28 de noviembre de 2007 llamando por “una avalancha de votos por el SI”, declarando que la victoria sería “un nuevo salto adelante en la Revolución”. Increíblemente, la CMR afirma que la victoria del referéndum de Chávez hubiera marcado “el fin del aparato estatal burgués”.
La CMR afirma que haber llamado a votar por el “no” hubiera sido hacerle el juego a “el imperialismo, los capitalistas y la burocracia”. Esta línea encontró eco en varios otros grupos de izquierda, incluyendo a la Juventud de Izquierda Revolucionaria (JIR, hoy Liga de Trabajadores por el Socialismo), sección venezolana de la Fracción Trotskista-Cuarta Internacional, una escisión de la tendencia internacional del ya fallecido seudotrotskista y aventurero argentino Nahuel Moreno. La JIR proclamó: “No apoyamos esta reforma porque mantiene las bases legales del capitalismo, de la continuidad de la explotación de los trabajadores de la ciudad y el campo, fijando los marcos de la sociedad de clases” (En Clave Obrera No. 13, noviembre de 2007). Sin embargo, la JIR justifica su llamado a la abstención argumentando que “atentó contra una posición de independencia de clase el llamado de algunos sectores de la izquierda a votar por el NO, confundiendo sus banderas con la derecha pronorteamericana” (En Clave Obrera No. 14, diciembre de 2007).
Sin duda alguna, las principales fuerzas detrás del voto por el “no” eran opositores de derecha al régimen de Chávez. Pero haber apoyado o haberse abstenido en un referéndum que hubiera fortalecido los poderes represivos del aparato estatal burgués es una traición a los intereses de clase del proletariado. La izquierda oportunista promueve la peligrosa ilusión de que el estado capitalista puede ponerse al servicio de los intereses de los trabajadores y renuncia a la lucha por la revolución socialista y la dictadura del proletariado. La independencia de clase del proletariado frente a todos los representantes y agencias del dominio burgués —incluyendo a las fuerzas burguesas más “progresistas”— es el punto de partida fundamental para la lucha de la clase obrera por sus propios intereses de clase. Esto es esencial para forjar un partido obrero revolucionario que luche por el derrocamiento del capitalismo y el rompimiento de las cadenas de la subyugación imperialista.
Falsos trotskistas embellecen el nacionalismo burgués
El centrista Grupo Internacionalista (GI) argumentó que el referéndum era “un programa para un régimen bonapartista de ‘estado fuerte’” y concluyó que “el que los socialistas aprueben semejantes medidas sería renunciar al programa de la revolución proletaria” (Internationalist, diciembre de 2007). Así que el GI exhortó a “los obreros venezolanos con conciencia de clase”...“a emitir una boleta en blanco” o “a abstenerse”. Eso es lo que vale para el GI el programa de la revolución proletaria: llamar por la abstención respecto a medidas que, como el GI mismo admite, fortalecerían los poderes del estado burgués.
El que el GI, con todas sus justificaciones en apariencia ortodoxas, no se haya atrevido a llamar por un voto por el “no” es oportunismo craso. El GI señala que Venezuela es un estado burgués. Pero no quiere ser visto como oponente del referéndum de Chávez. Los gritos bombásticos de “guerra de clases” y “lucha hasta el fin contra los contrarrevolucionarios” por parte del GI sirven para promover el fraude de que hay una revolución en curso en Venezuela —idea que los apologistas de izquierda de Chávez más desvergonzados trafican abiertamente—. Así, el artículo del GI de diciembre de 2007 llamaba a “Imponer el control obrero en el camino a una revolución socialista” y a “¡Aplastar la contrarrevolución mediante la movilización obrera!”. Toda esta palabrería sobre Venezuela “en el camino” al socialismo está deliberadamente diseñada para oscurecer el hecho de que Chávez administra un estado capitalista.
Tras la arrasadora victoria de Chávez en las elecciones de 2006, gran parte de la izquierda pregonaba su llamado a profundizar el “proceso revolucionario” mediante más nacionalizaciones, la creación de “consejos comunales” y la fundación de un totalmente burgués Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) como el precursor de un asalto revolucionario contra la burguesía venezolana. El GI hizo lo propio al defender a Chávez cuando éste revocó el permiso de transmisión de RCTV, uno de los principales voceros mediáticos del golpe de 2002. En “Venezuela: Batalla en torno a los medios” (Internationalist, julio de 2007), el GI argumentó que “en condiciones revolucionarias o en guerras, las cuestiones democráticas se subordinan a las cuestiones fundamentales de clase”.
Para los marxistas, las cuestiones democráticas se subordinan siempre a la línea de clases. Aclarado eso, en la Venezuela de hoy no hay ni una revolución ni una guerra civil. Por su parte, en un mitin de masas de junio de 2007, en la secuela inmediata de la revocación de la licencia de RCTV, Chávez dejó claro que: “Nosotros no tenemos ningún plan para arrasar a la oligarquía, a la burguesía venezolana. Y ya lo hemos demostrado suficientemente en más de ocho años” (dicurso publicado en www.alternativabolivariana.org).
Como escribió Trotsky en un artículo de 1938 contra la campaña de Vicente Lombardo Toledano, líder de la federación sindical mexicana CTM bajo el régimen de Cárdenas, para “‘doblegar’ a la prensa reaccionaria ya sea sometiéndola a una censura democrática o proscribiéndola del todo”:
“Tanto la experiencia histórica como teórica prueban que cualquier restricción de la democracia en la sociedad burguesa está, en último análisis, invariablemente dirigida contra el proletariado, así como cualquier impuesto que se imponga recae sobre los hombros de la clase obrera. La democracia burguesa es útil para el proletariado sólo en cuanto le abre el camino al desarrollo de la lucha de clases. Consecuentemente, cualquier ‘dirigente’ de la clase obrera que arma al gobierno burgués con medios especiales para controlar a la opinión pública en general y a la prensa en particular, es, precisamente, un traidor. En último análisis, la agudización de la lucha de clases obligará a las burguesías de cualquier tipo a llegar a un arreglo entre ellas mismas; aprobarán entonces leyes especiales, toda clase de medidas restrictivas, y toda clase de censuras ‘democráticas’ contra la clase obrera. Quien todavía no haya comprendido esto, debe salirse de las filas de la clase obrera.”
—“Libertad de prensa y la clase obrera”, 21 de agosto de 1938
En su artículo sobre RCTV, el GI equipara descaradamente al régimen venezolano burgués de Hugo Chávez con el gobierno soviético de Rusia después de que la revolución obrera dirigida por los bolcheviques había aplastado al estado capitalista y establecido un estado obrero. El GI escribe:
“En un decreto del Soviet de Petrogrado del 9 de noviembre de 1917, Lenin ordenó que sólo se cerraran aquellos periódicos que: ‘(1) llamen por la resistencia o la insubordinación abiertas al Gobierno Obrero y Campesino; (2) siembren la sedición mediante la distorsión de los hechos demostrablemente calumniosa; (3) instiguen acciones de naturaleza evidentemente criminal, es decir, penalmente castigables’. La RCTV (y otras televisoras) en Venezuela cumple esos tres criterios” [énfasis añadido].
En el mismo espíritu, en su artículo de diciembre de 2007 sobre el referéndum, el GI escribió que Chávez “expresa admiración por el revolucionario ruso León Trotsky, pero en realidad su política es mucho más tímida”. ¡¿Más tímida?! Trotsky fue un dirigente de la Revolución Bolchevique de 1917. Según el GI, ¡ser “más tímido” es lo que separa al populista burgués Chávez de un dirigente revolucionario del proletariado internacional!
Pese a todos sus pronunciamientos de que Venezuela es un estado burgués, el GI continuamente traza analogías y hace comparaciones con países en los que el capitalismo fue derrocado. El GI opina que “si bien Chávez puede deshacerse de elementos procapitalistas como los estalinistas de Europa Oriental se deshicieron de los ministros burgueses uno a uno mediante ‘tácticas salami’ tras la Segunda Guerra Mundial, no hay un Ejército Rojo que ocupe Venezuela y sirva como árbitro definitivo y base de poder para erigir un estado obrero deformado.” Esta analogía es tan sorprendente como escandalosa. Tras la ocupación del Ejército Rojo que había derrotado a los nazis de Hitler, los países de Europa Oriental no eran estados burgueses. Por el contrario, el poder de los antiguos regímenes títere del III Reich se quebró cuando los nazis fueron aplastados, dejando tras de sí un vacío de poder que llenó el Ejército Rojo. Ante el inicio de la Guerra Fría imperialista contra la Unión Soviética, los estalinistas establecieron estados obreros deformados como “cordón sanitario” mediante transformaciones sociales llevadas a cabo en frío y desde arriba.
Al plantear esta analogía surrealista, la no tan sutil implicación del GI es que el gobierno burgués de Chávez es alguna especie de “régimen de transición” que podría aceptar o derrocar el capitalismo. Así, el GI consolida su posición en el extremo izquierdo del espectro del “trotskismo” bolivariano.
Hemos caracterizado la política del GI como “pablismo de segunda generación”, refiriéndonos a la corriente liquidacionista dirigida por Michel Pablo que destruyó la IV Internacional trotskista a principios de la década de 1950 (ver “¡Defender a Cuba!”, p. 17). Refiriéndose a quienes descartan, debido a su carácter parcial, la lucha contra el pablismo que dirigió el trotskista estadounidense James P. Cannon dentro de la IV Internacional, el líder del GI, Jan Norden, señaló, cuando todavía era un trotskista en la Liga Comunista Internacional, que “esto, a su vez, libera a los centristas que nacieron ayer para seguir tranquilamente sus alianzas eclécticas y antiinternacionalistas, combinándose y recombinándose con otros habitantes del pantano seudotrotskista” (“Yugoslavia, Europa Oriental y la IV Internacional: La evolución del liquidacionismo pablista”, Prometheus Research Series No. 4, marzo de 1993). Ésta es una buena descripción del GI, cuyo oportunismo refleja una adaptación al retroceso de la conciencia política en el mundo postsoviético. Esta adaptación lo lleva a una búsqueda cada vez más desesperada de fuerzas sociales distintas al proletariado e instrumentos distintos a un partido leninista de vanguardia para avanzar en la lucha por la emancipación humana. El GI se acomoda a tales fuerzas e instrumentos, y aquí es donde entra Hugo Chávez.
El mito del “control obrero” en Venezuela
El llamado del GI a “imponer el control obrero en el camino a la revolución socialista” confunde deliberadamente el significado del control obrero, que es el poder dual en el punto de la producción en una crisis revolucionaria. En otras palabras, los obreros tienen el poder de vetar las medidas de la administración a las que se opongan. Una situación así sólo puede acabar en que los obreros tomen el poder estatal mediante la revolución socialista o en que los capitalistas restituyan su poder mediante la contrarrevolución. En su artículo del 20 de agosto de 1931, “El control obrero de la producción”, Trotsky escribió: “El control obrero, en consecuencia, solamente puede ser logrado en las condiciones de un cambio brusco en la correlación de fuerzas desfavorable a la burguesía por la fuerza, por un proletariado que va camino de arrancarle el poder, y por tanto también la propiedad de los medios de producción.”
El GI llama la atención hacia “los comités obreros que existen en forma embrionaria o desarrollada en muchas plantas y lugares de trabajo” en Venezuela. Estos comités, que en general existen en las industrias que han sido nacionalizadas por el estado, son, de hecho, tretas de coadministración con el estado capitalista, en los que este último es quien lleva las riendas. Estos son ardides de colaboración de clases con el propósito de encadenar a los obreros al estado capitalista. Lo mismo se aplica a las “cooperativas obreras”, que, según nada menos que un apologista de Chávez como el líder de la CMR Jorge Martín, en muchos casos “se han convertido en una excusa para la tercerización [subcontratación] de la mano de obra”, es decir, para romper los sindicatos. Un factor significativo detrás de la formación del PSUV por parte de Chávez es mantener el control del gobierno sobre los sindicatos. Como escribió Trotsky en la secuela de la expropiación de las propiedades petroleras imperialistas por el régimen de Cárdenas en México:
“La gestión del ferrocarril y de los yacimientos petrolíferos bajo el control de las organizaciones obreras no tiene nada que ver con el control obrero sobre la industria, pues en definitiva la gestión está en manos de la burocracia obrera, que es perfectamente independiente con respecto a los trabajadores, pero que en cambio depende enteramente del estado burgués. Esta medida adoptada por la clase dominante tiene por objeto domesticar a la clase obrera, hacerle trabajar más al servicio de los ‘intereses comunes’ del estado, que parecen confundirse con los intereses propios de la clase obrera.”
—“Los sindicatos en la época de la decadencia imperialista” (1940)
El GI señala a un ala de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT), encabezada por Orlando Chirino, que se opuso a la entrada en el PSUV y llamó por la abstención en el referéndum de diciembre, opinando que la UNT “ha estado atormentada desde el principio por la interrogante de cómo oponerse a los ataques de Chávez contra los obreros sin romper con la popularidad que éste goza entre las masas empobrecidas de Venezuela”. Esto también atormenta al GI. Lo que no dice el artículo del GI es que la UNT fue fundada por burócratas sindicales chavistas que establecieron la federación en 2003 bajo los auspicios del gobierno. La UNT se formó para romper la Confederación de Trabajadores Venezolanos, que a su vez era un sindicato corporativista atado al anterior régimen burgués de Acción Democrática y con vínculos al imperialismo estadounidense. La pose de Chirino como defensor de la independencia sindical queda desmentida por su lealtad al régimen de Chávez. En una entrevista con el International Socialism del SWP británico (9 de mayo de 2007), Chirino se jacta de sus credenciales como miembro de “la primera organización política que apoyó la candidatura presidencial de Chávez”. Pero esto no fue suficiente para el régimen de Chávez, que despidió a Chirino de su puesto en la compañía petrolera nacional a finales de diciembre de 2007, justo después de que éste hubo llamado por la abstención en el referéndum. Nosotros denunciamos esta represión antisindical y llamamos por la reintegración de Chirino.
Chirino es miembro de una corriente proveniente de la tendencia internacional de Nahuel Moreno. En la misma entrevista, Chirino señala a China como parte de los “consorcios internacionales” que están “explotando a nuestros obreros más que nunca”. Luego continúa diciendo que “el capitalismo se restauró en China hace varios años, y hoy es el país donde se explota más a la clase obrera. Son esclavos modernos”. De hecho, China es un estado obrero burocráticamente deformado donde el capitalismo fue derrocado como resultado de la Revolución de 1949, una victoria para la clase obrera internacional. Pese a las incursiones de las “reformas de mercado” instituidas por la burocracia estalinista, el núcleo de la economía china sigue colectivizado. En su diatriba contra China, Chirino se ubica junto a gran parte de la izquierda reformista que, habiendo celebrado la destrucción contrarrevolucionaria del estado obrero degenerado soviético en 1991-92, ahora se alínean con sus propios gobernantes capitalistas y se niegan a defender a China mientras alaban al populista burgués Hugo Chávez y su “Revolución Bolivariana”. Al mismo tiempo, muchos, dentro y fuera de la izquierda, han comparado falsamente a Chávez con el régimen de Castro en Cuba. Pero, al igual que China, y a diferencia de Venezuela, Cuba es un estado obrero deformado.
¡Por la revolución permanente!
Muchos intelectuales radicales y grupos reformistas promueven la invocación de Chávez de la teoría de la revolución permanente de Trotsky como si fuera legítima. Al hacerlo, voltean de cabeza la teoría de Trotsky. La revolución permanente se basa en el entendimiento de que las burguesías de los países de desarrollo capitalista atrasado, por muy radicales que suenen sus regímenes, son demasiado débiles, demasiado temerosas del proletariado y demasiado dependientes del capital imperialista extranjero como para resolver los problemas de la democracia política, la revolución agraria y el desarrollo nacional independiente. Por el contrario, como lo demostró la Revolución Rusa de 1917, la consecución de estas tareas sólo puede lograrse bajo el dominio de clase del proletariado.
La conquista del poder por el proletariado no completa la revolución socialista, solamente la comienza al cambiar la dirección del desarrollo social. El proletariado en el poder expropiaría a la burguesía como clase para establecer una economía planificada y colectivizada, en la que la producción se base en las necesidades sociales y no en la ganancia. Pero sin la extensión internacional de la revolución, particularmente a los centros imperialistas avanzados e industrializados, ese desarrollo social será frenado y, en última instancia, revertido. Los esfuerzos del imperialismo estadounidense por derribar el régimen de Chávez subrayan la necesidad del internacionalismo revolucionario proletario, que se encuentra en el centro de la teoría de Trotsky de la revolución permanente. Las luchas del proletariado en los países semicoloniales están necesariamente entrelazadas con la lucha por el poder de los obreros en los centros imperialistas, particularmente en Estados Unidos.
Pese a toda su retórica populista, Chávez es, tanto como sus oponentes neoliberales, un enemigo de clase de la victoria de los obreros y los pobres urbanos y rurales. Procuramos romper las ilusiones de los trabajadores y los oprimidos —tanto en Venezuela como internacionalmente— en que el régimen burgués de Chávez pueda ser un agente de la revolución social. En contraste, nuestros oponentes políticos se acomodan a estas ilusiones y las profundizan. Como escribimos en “Venezuela: Nacionalismo populista vs. revolución proletaria” (Espartaco No. 25, primavera de 2006):
“La historia tiene reservado un severo veredicto para aquellos ‘izquierdistas’ que promueven a uno u otro caudillo capitalista con retórica izquierdista. El camino hacia delante para los oprimidos de todas las Américas no está en pintar a los hombres fuertes nacionalistas como revolucionarios, ni a las incursiones populistas como revoluciones. Está, por el contrario, en la construcción de secciones nacionales de una IV Internacional reforjada en el espíritu de una hostilidad revolucionaria intransigente a todas y cada una de las formas del domino capitalista. Al sur del Río Bravo, estos partidos habrán de construirse en combate político contra las extendidas ilusiones en el populismo y el nacionalismo. En Estados Unidos, las entrañas del monstruo imperialista, el partido obrero revolucionario se construirá en la lucha por arrancar al proletariado de los partidos capitalistas Demócrata y Republicano y por remplazar a los proimperialistas líderes de la AFL-CIO con una dirección clasista.”