Espartaco No. 29 |
Primavera de 2008 |
Tercera Parte
Fue tras la catastrófica derrota de la Segunda Revolución China de 1925-27 que León Trotsky generalizó su teoría y perspectiva de la revolución permanente, que había sido confirmada por la Revolución Rusa de Octubre de 1917, a otros países de desarrollo capitalista tardío. En el periodo entre 1923 y 1925, el proletariado chino no había emergido todavía como contendiente por el poder. En ese momento, Trotsky correctamente apoyó la ayuda militar soviética al Guomindang nacionalista burgués y el bloque militar entre el GMD y el PCCh en contra de los señores de la guerra, que eran agentes de una u otra potencia imperialista. Su pronóstico para las revoluciones coloniales en este periodo todavía tenía la cualidad tentativa de las “Tesis sobre la cuestión nacional y colonial” del II Congreso de la Internacional Comunista de 1920, que no excluía la posibilidad de que apareciera por algún tiempo un régimen burgués radical en China.
Aun mientras advertía a los embrionarios movimientos comunistas de Oriente contra la adaptación al nacionalismo, Trotsky declaró: “No hay ninguna duda de que si el Guomindang de China logra unificar a dicho país bajo un régimen nacionalista democrático, el desarrollo capitalista de China avanzará a pasos agigantados” (“Perspectivas y tareas en el Lejano Oriente”, abril de 1924, reimpreso bajo el encabezado “El comunismo y las mujeres de Oriente” en Spartacist [edición en inglés] No. 60, otoño de 2007). Sin embargo, a diferencia del triunvirato de I.V. Stalin, Lev Kámenev y Grigorii Zinóviev, que estaba a la cabeza del Partido Comunista Soviético y la IC, Trotsky se opuso a la entrada del PCCh al Guomindang. Insistió en que los comunistas chinos mantuvieran su independencia y no mezclaran banderas políticas con los nacionalistas burgueses.
La Segunda Revolución China comenzó con el Incidente de Shanghai del 30 de mayo de 1925, cuando las tropas británicas dispararon sobre una manifestación que protestaba contra la represión a los huelguistas, y mataron a doce. En respuesta, fue convocada una huelga general en Shanghai, que rápidamente se extendió. Las mercancías británicas fueron boicoteadas y los estibadores chinos en Hong Kong bloquearon el puerto. El GMD echó al señor de la guerra local de Cantón, pero la creciente huelga general hizo que un choque entre la burguesía china y el proletariado fuera inevitable. En 1925, hasta un millón de obreros participaron en huelgas, muchas de ellas de naturaleza directamente política. Dos años después, los sindicatos chinos contaban con tres millones de miembros.
Sun Yat-sen, el fundador del nacionalismo chino, había muerto en 1925. Su sucesor, el general Chiang Kai-shek, lanzó un golpe en Cantón en marzo de 1926 para aplastar al proletariado y echar atrás las posiciones del PCCh dentro del GMD. En mayo, Chiang ordenó al PCCh entregar una lista de sus miembros en el GMD. Algunos dirigentes centrales del PCCh renovaron sus llamados por que el partido saliera del GMD. Pero el representante de la IC, Mijaíl Borodin, declaró que los comunistas debían “servir como coolies [peones]” al GMD, y este partido nacionalista fue incluso admitido en la Comintern como sección “simpatizante”. Sólo Trotsky votó en contra de esto en el Buró Político ruso. La “revolución por etapas” propuesta para China por la Comintern de Stalin fue una repetición de la servil posición que adoptaron los mencheviques en 1917 cuando apoyaron y luego ingresaron al Gobierno Provisional burgués —con el giro adicional de que el PCCh fue liquidado masivamente en el Guomindang burgués—.
Los sucesos políticos decisivos tuvieron lugar el año siguiente en Shanghai. Mientras el ejército de Chiang se acercaba en marzo, más de 500 mil obreros participaron en una huelga general, que se convirtió en una insurrección. Los obreros tomaron por asalto las estaciones de policía y echaron de la ciudad a los señores de la guerra. El proletariado tenía a Shanghai en sus manos, pero Stalin ordenó al PCCh dar una bienvenida triunfal a Chiang cuando éste entrara a la ciudad el 26 de marzo. Dos días después Chiang declaró la ley marcial. El 31 de marzo, mientras se desarrollaban estos sucesos, Trotsky exigió que el PCCh organizara soviets e iniciara una lucha revolucionaria por el poder. Pero el mismo día, Stalin y cía. ordenaron al PCCh esconder sus armas. Stalin había ordenado una rendición, y Chiang no iba a tomar prisioneros.
El 12 de abril, Chiang lanzó un golpe masivo: decenas de miles de comunistas y militantes sindicales fueron masacrados. Entonces, la Comintern volteó hacia la fracción de “izquierda” del Guomindang con base en Wuhan e hizo que el PCCh entrara en una coalición gubernamental ahí. Pero la “izquierda” del GMD volteó rápidamente sus armas contra el PCCh y se reunificó con Chiang.
Mientras se abría el XV Congreso del Partido Comunista Ruso en diciembre de 1927, Stalin, ante las duras críticas de Trotsky a sus políticas conciliacionistas, llamó cínicamente por una insurrección en Cantón. Stalin, quien había luchado contra el llamado de Trotsky por formar soviets en el punto álgi-do del levantamiento proletario, ahora pretendía conjurar de la nada un “soviet” de Cantón. Los obreros comunistas, a pesar de sus heroicos esfuerzos, nunca tuvieron ni la menor posibilidad. Tras la gran derrota en Shanghai, el grueso de las masas obreras permaneció pasivo. Se calcula que la Comuna de Cantón sumó 5 mil 700 muertos a la terrible cuota de 1927.
La derrota de la Segunda Revolución China tuvo un profundo impacto en el PCCh. Al retirarse al campo, el partido se alejó del proletariado, transformándose en un partido campesino, tanto en composición como en perspectiva política. Cuando la Revolución China de 1949 derrocó el dominio capitalista, lo hizo bajo la dirección de un partido estalinizado, basado en el campesinado, que estableció un estado obrero burocráticamente deformado en el que el proletariado fue excluido del poder político.
La revolución permanente y la Oposición Unificada
Era indispensable evaluar políticamente la catastrófica derrota de la Revolución China de 1925-27, y fue Trotsky quien lo hizo. A partir de marzo de 1926, su atención había estado enfocada en China. Cuando presentó un informe al Politburó ese mes sobre los peligros diplomático-militares en el Lejano Oriente, propuso de nuevo que el PCCh saliera del Guomindang al instante. Como señaló el historiador marxista Isaac Deutscher en El profeta desarmado (1959), Trotsky sostuvo que “la tarea de los diplomáticos consistía en pactar acuerdos con los gobiernos burgueses existentes —incluso con los viejos señores feudales—, pero el deber de los revolucionarios consistía en derrocarlos.” Ésta era una declaración de guerra por parte de Trotsky, el inicio de su intervención directa en las políticas de la Comintern en China.
En septiembre de 1926, Trotsky argumentó en “El Partido Comunista Chino y el Kuomintang”:
“La pequeña burguesía por sí misma, por muy numerosa que sea, no puede decidir la línea principal de la política revolucionaria. La diferenciación de la lucha política según líneas de clase, la aguda divergencia entre el proletariado y la burguesía, implica una lucha entre éstos por la influencia sobre la pequeña burguesía, e implica la vacilación de la pequeña burguesía entre los mercaderes por un lado, y los obreros y comunistas, por el otro lado.”
Hasta ese año, Trotsky había buscado evadir el cargo de la burocracia de que la teoría de la revolución permanente era su pecado original en contra del leninismo. Pero ahora la cuestión de la revolución permanente vs. el dogma menchevique-estalinista de la revolución “por etapas” planteaba el destino mismo del proletariado chino. Como Trotsky escribiría en un pie de página en La revolución permanente (1930): “Sólo me he visto obligado a volver sobre el asunto en el momento en que la crítica de la teoría de la revolución permanente, hecha por los epígonos, no sólo alimenta la reacción teórica en toda la Internacional, sino que se convierte en un instrumento directo de sabotaje de la Revolución china.”
Durante la mayor parte del periodo en que la disputa sobre China estaba en su apogeo, la Oposición de Izquierda de Trotsky sostenía un bloque político con la oposición con base en Leningrado de Zinóviev, quien, junto con Kámenev, había roto con Stalin a finales de 1925. En “Un balance crítico: Trotsky y la Oposición de Izquierda rusa” (Spartacist [edición en español] No. 31, agosto de 2001) observamos: “Trotsky y Zinóviev-Kámenev compartían una oposición teórica al ‘socialismo en un solo país’ y una oposición a la política económica procampesina del bloque Stalin-Bujarin. Pero estaban en desacuerdo sobre la política concreta de la Comintern.”
Dentro de esta Oposición Unificada había diferencias significativas sobre China. Zinóviev había sido el presidente de la Comintern hasta que lo destituyeron en octubre de 1926 y, por tanto, tenía gran responsabilidad por la política anterior de ésta en China, incluyendo la decisión de entrar al Guomindang. Los zinovievistas se opusieron a la exigencia de Trotsky de que el PCCh saliera del GMD, aun después de que este último había comenzado abiertamente a llevar a cabo medidas contrarrevolucionarias. Y la línea pública de la Oposición Unificada era la de los zinovievistas.
A principios de 1927, como parte de su acomodación a Zinóviev, Trotsky apoyó el llamado por una “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, una consigna que había rechazado dos décadas antes en el contexto ruso. Así mismo, la plataforma de la Oposición Unificada de septiembre de 1927 declaraba: “Trotsky ha declarado a la Internacional que en todas las cuestiones de principio sobre las cuales discutió con Lenin, éste tenía razón, en particular en lo que respecta a la cuestión de la revolución permanente y de los campesinos.” Y para cuando la Oposición Unificada llamó públicamente por que el PCCh saliera del Guomindang en el otoño de 1927, la cuestión estaba zanjada, ya que todas las alas del GMD se habían vuelto contra los comunistas.
No fue sino hasta septiembre de 1927 que Trotsky afirmó sin ambages que “la revolución china en su nueva etapa ganará como dictadura del proletariado, o no ganará en lo absoluto” (“Nuevas oportunidades para la Revolución China”). En una carta de 1928 al militante de la Oposición de Izquierda Evguenii Preobrazhensky, Trotsky reconoció:
“De abril a mayo de 1927 yo apoyé la consigna de dictadura democrática del proletariado y los campesinos para China (más correctamente, yo acepté esta consigna) en la medida en que las fuerzas sociales todavía no habían dado su veredicto político, aunque la situación en China era muchísimo menos propicia para esta consigna que la que existía en Rusia. Luego de que la acción histórica colosal dio su veredicto (la experiencia de Wuhan), la consigna de dictadura democrática se convirtió en una fuerza reaccionaria y llevará inevitablemente al oportunismo o al aventurerismo.”
Trotsky resumió una lección política cardinal de la derrota de la Segunda Revolución China en “La situación política en China y las tareas de la Oposición Bolchevique-Leninista” (junio de 1929):
“El partido del proletariado, jamás y en ninguna circunstancia, puede entrar en un partido de otra clase o fusionarse organizativamente con él. El partido proletario absolutamente independiente es el primer y principal requisito de la política comunista.”
Zinóviev y Kámenev capitularon a Stalin en el XV Congreso del Partido en diciembre de 1927. Al poco tiempo, unos mil 500 oposicionistas fueron expulsados y sólo se les permitió reingresar con la condición de denunciar la revolución permanente. Este congreso marcó el fin de la Oposición Unificada y sacudió a la Oposición de Izquierda misma; algunos de sus miembros se reconciliaron con el dogma nacionalista del “socialismo en un solo país”. Preobrazhensky declaró, “Nosotros, los viejos bolcheviques de la Oposición, debemos desligarnos de Trotsky en lo tocante a la revolución permanente” (citado en Isaac Deutscher, El profeta desarmado).
Trotsky se rearma
Al enfrentar el reto sin precedentes de luchar en contra de la usurpación burocrática en la Unión Soviética y sus catastróficas consecuencias en China, Trotsky tuvo que crecer como dirigente partidista leninista. Una carta que Adolf Ioffe dejó para Trotsky al suicidarse desempeñó un papel clave en reforzar la resolución de Trotsky en la lucha por forjar la Oposición de Izquierda Internacional. (Los estalinistas habían negado a Ioffe permiso para viajar al extranjero para buscar tratamiento médico.) En su carta del 16 de noviembre de 1927, Ioffe declaró:
“Siempre he pensado que a usted le faltaban aquella inflexibilidad y aquella intransigencia de Lenin. Aquel carácter del hombre que está dispuesto a seguir por el camino que se ha trazado por saber que es el único, aunque sea solo, en la seguridad de que, tarde o temprano, tendrá a su lado la mayoría Usted ha tenido siempre razón políticamente, desde el año de 1905, y repetidas veces le dije a usted que le había oído a Lenin, por mis propios oídos, reconocer que en el año 1905 no era él, sino usted, quien tenía razón
“Pero usted ha renunciado con harta frecuencia a la razón que le asistía, para someterse a pactos y compromisos a los que daba demasiada importancia. Y eso es un error.”
En sus últimas palabras, Ioffe confirmó que Lenin había reconocido explícitamente la justeza de la teoría de la revolución permanente propuesta por Trotsky para Rusia en 1905. Ioffe escribió esto justo en el momento en que Trotsky comprendió la validez mundial de la revolución permanente. De una vez por todas, Trotsky asimiló la política de Lenin de “delimitación ideológica y de escisión, allí donde fuera necesaria, a fin de forjar y templar un verdadero partido revolucionario”, como lo puso en La revolución permanente, que enmarcó como una polémica contra Karl Rádek, uno de los oposicionistas originales que habían capitulado a Stalin.
El documento programático fundador del movimiento trotskista internacional fue “Crítica del programa de la Internacional Comunista” (publicado en La Internacional Comunista después de Lenin, también conocido como Stalin, el gran organizador de derrotas) de Trotsky, una crítica al borrador de programa de Stalin-Bujarin propuesto al VI Congreso de la IC en 1928. Trotsky sacó las lecciones más tajantes de la derrota de la Segunda Revolución China, y vinculó la lucha contra la degeneración burocrática de la Revolución Rusa con la defensa de la revolución permanente como el núcleo del programa para el mundo colonial y semicolonial. Denunció la consigna de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado” como una “trampa al proletariado” y afirmó enfáticamente que la revolución permanente había sido “plenamente verificada y probada: en el plano teórico, por las obras completas de Marx y de Lenin; en el plano práctico, por la experiencia de la Revolución de Octubre”.
En “Balance y perspectivas de la Revolución China” (también incluido en La Internacional Comunista después de Lenin), Trotsky señalaba que en el breve tiempo en que los obreros comunistas sostuvieron el poder en Cantón, su programa incluyó el control obrero de la producción, nacionalización de la gran industria, los bancos y el transporte, “e incluso la confiscación de las viviendas de la burguesía y de todos los bienes de ésta en provecho de los trabajadores”. Y preguntaba: “¡Si éstos son los métodos de la revolución burguesa, uno se pregunta a qué se parecerá en China la revolución proletaria!”
Trotsky explicó la revolución permanente como la antítesis del “socialismo en un solo país”:
“Y aquí llegamos de lleno a dos puntos de vista que se excluyen recíprocamente: la teoría internacional revolucionaria de la revolución permanente y la teoría nacional-reformista del socialismo en un solo país. No sólo la China atrasada, sino en general ninguno de los países del mundo, podría edificar el socialismo en su marco nacional...”
—La revolución permanente
En su introducción de noviembre de 1929 a la primera edición rusa de La revolución permanente, Trotsky señaló, “La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede contenerse en ellas. La contención de la revolución proletaria dentro de un territorio nacional no puede ser más que un régimen transitorio, aunque sea prolongado, como lo demuestra la experiencia de la Unión Soviética. Sin embargo, con la existencia de una dictadura proletaria aislada, las contradicciones interiores y exteriores crecen paralelamente a los éxitos. De continuar aislado, el estado proletario caería, más tarde o más temprano, víctima de dichas contradicciones.”
Cientos de jóvenes cuadros del PCCh que estudiaban en Moscú fueron ganados a la Oposición de Izquierda. Pero no fue sino hasta la decapitación del proletariado en abril de 1927 que dirigentes del PCCh en China como Chen Duxiu se enteraron de la lucha de Trotsky. Para entonces, Chen, el dirigente fundador del comunismo chino, se había vuelto el chivo expiatorio para el desastre sangriento que el colaboracionismo de clases de Stalin había fraguado. Aunque aislado, Chen todavía tenía muchos defensores entre los altos cuadros del partido que compartían su opinión de que la liquidación en el Guomindang había estado tras la derrota. Ellos habían oído de luchas fraccionales en el partido ruso pero no tenían idea de qué se trataban. Cuando finalmente leyeron la crítica por parte de Trotsky a la traición estalinista en China, Chen y muchos otros fueron ganados al trotskismo. Aunque Chen había puesto en práctica la línea desastrosa de la Comintern, había reflexionado sobre sus errores, lo que lo hizo un mejor comunista.
Muchos trotskistas chinos fueron asesinados por el régimen de Stalin. Para finales de la década de 1930, para consolidar su posición sobre la burocracia que había usurpado el control del partido y el estado soviéticos, Stalin había asesinado o eliminado de otros modos a prácticamente cada uno de los cuadros sobrevivientes de los “viejos bolcheviques”.
En China, los trotskistas buscaron mantener raíces dentro de la clase obrera urbana bajo condiciones extremadamente onerosas. En el punto más alto del terror contrarrevolucionario de Chiang vino la asesina ocupación de China por el imperialismo japonés. Como señalamos en “Los orígenes del trotskismo chino” (Spartacist [edición en español] No. 28, enero de 1998): “Los años 30 vieron algunas luchas económicas esporádicas de los obreros en Shanghai y Hong Kong, en las cuales los trotskistas jugaron papeles dirigentes. Sin embargo, la postración general de las masas trabajadoras, cuyos sindicatos y otras organizaciones legales habían sido aplastados, infligió un gran costo político.”
El menchevismo etapista del PCS
En la secuela de la debacle china, la Comintern estalinizada proclamó la inminencia de la revolución mundial y se embarcó en su curso sectario seudoizquierdista del “Tercer Periodo”, abjurando de los frentes unidos con otras organizaciones obreras y construyendo “sindicatos rojos” en contraposición a los sindicatos existentes dirigidos por socialdemócratas y otros. El Tercer Periodo fue empujado en gran medida por las circunstancias internas que encaraba la burocracia soviética. La amenaza de un levantamiento contrarrevolucionario de los campesinos más ricos (kulaks) llevó a Stalin a romper con sus políticas derechistas conciliacionistas, que eran articuladas particularmente por su aliado Nikolai Bujarin. Ahora, Stalin tomó prestado el programa de colectivización e industrialización planificada de la Oposición de Izquierda, aunque llevado a cabo por la burocracia de una manera arbitraria y aventurera y a un paso vertiginoso. Este giro facilitó la capitulación de dirigentes oposicionistas como Rádek y Preobrazhensky.
Pero la burocracia estalinista nunca vaciló respecto a su dogma nacionalista del “socialismo en un solo país”, y en los países de desarrollo capitalista tardío profundizó y codificó la línea etapista liquidacionista que llevó a la traición de la Revolución China. Esto se vio claramente hace poco en un congreso del Partido Comunista Sudafricano (PCS) en julio de 2007, en donde un documento presentado por la dirección del partido citaba los siguientes pasajes de una resolución del VI Congreso de la IC de 1928:
“Nuestro propósito debe ser transformar al Congreso Nacional Africano en una organización nacionalista combativa y revolucionaria en contra de la burguesía blanca y los imperialistas británicos, basada en los sindicatos, las organizaciones campesinas, etc., desarrollando sistemáticamente la dirección de los obreros y del Partido Comunista en esta organización [repetimos: “desarrollando sistemáticamente la dirección de los obreros y del Partido Comunista en esta organización”] El desarrollo de un movimiento nacional-revolucionario de los trabajadores de Sudáfrica...constituye una de las principales tareas del Partido Comunista Sudafricano.”
—Informe político del Comité Central del XI Congreso del PCS, propuesto ante el XII Congreso (corchetes y énfasis en el original)
Al retomar el VI Congreso de la Comintern, la dirección del PCS ofrece hoy una hoja de parra de legitimidad histórica para su continua subordinación al Congreso Nacional Africano (CNA) nacionalista burgués y para la participación del PCS en la Alianza Tripartita capitalista dirigida por el CNA, un frente popular nacionalista que llegó al poder en 1994, lo cual señaló el final del régimen del apartheid. Ésta no es la “ortodoxia” del bolchevismo de Lenin, sino de la traición estalinista. En Sudáfrica, donde la clase capitalista es blanca (incluyendo ahora a un puñado de otros), la división fundamental en clases está altamente distorsionada por la lente del color racial. El PCS usa esta característica histórica de la sociedad sudafricana para impulsar de manera mucho más abierta y desvergonzada su alianza colaboracionista de clases con el CNA.
Era necesario para los marxistas revolucionarios dar apoyo militar al CNA en su lucha contra el régimen supremacista blanco del apartheid, de la misma forma en que el II Congreso de la Comintern llamó por apoyar las luchas de liberación nacional contra las potencias imperialistas. Pero los estalinistas ordenaron darle apoyo político a lo que era un movimiento nacionalista pequeñoburgués. Hoy en día, el CNA burgués y su socio el PCS administran el capitalismo del neoapartheid, reforzando la brutal explotación del proletariado mayoritariamente negro a favor de los “Randlords” blancos sudafricanos y sus socios mayores en Wall Street y la City de Londres. Hoy como antes, la lucha por la liberación nacional puede ser una poderosa fuerza motriz para la revolución socialista en Sudáfrica. Pero la precondición para la victoria es la independencia política del proletariado respecto a todas las alas de la burguesía.
Para justificar su participación en el gobierno, el PCS tiene que fingir que la Alianza Tripartita no es un gobierno burgués. El PCS afirma que “el estado democrático posterior a 1994 no es inherentemente capitalista; es, de hecho, objeto de una reñida contienda entre clases” y que los obreros pueden de alguna manera conseguir la “hegemonía” o el control de ese estado. Para mantener cualquier pretensión al manto del comunismo, la dirección del PCS tiene que falsificar la experiencia de la Revolución de Octubre. En “Lecciones de la Revolución Bolchevique” (Umsebenzi en línea, 6 de noviembre de 2002), el PCS declara:
“Bajo nuestras circunstancias, tenemos que alejarnos de la ilusión de la ‘total’ toma del poder, o de la ‘completa’ ruptura con el sistema global. También debemos alejarnos de la idea de que hay una Muralla China entre las tareas de la revolución nacional democrática y la tarea de avanzar hacia el socialismo Necesitamos aproximarnos a la revolución nacional democrática actual para liberar a la mayoría negra, africanos en particular, como un proceso complejo y dialéctico que necesariamente debe tener características no capitalistas y antiimperialistas si es que va a tener éxito en absoluto.
“Éstas son las lecciones que creemos deben sacarse, en parte, de la gran Revolución Bolchevique y sus consecuencias.”
Lo que el PCS denuncia como “ilusiones” son la toma del poder por el proletariado y el derrocamiento “completo” del yugo del imperialismo global, como parte de una lucha por la revolución socialista mundial. Para disfrazar la naturaleza de clase del estado capitalista y encubrir su propia hostilidad al bolchevismo, la dirección del PCS sostiene la promesa de que la “revolución nacional democrática” es algo que se desarrolla orgánicamente hacia el socialismo. En 1917, el Gobierno Provisional burgués de Rusia no se desarrolló hacia un régimen socialista, sino que fue derrocado por la insurrección proletaria dirigida por los bolcheviques. Sólo cuando el estado burgués fue aplastado y remplazado por el poder soviético —la dictadura del proletariado apoyada por el campesinado— fue posible realizar las tareas de la revolución democrática. Trotsky mismo demostró la falsedad de esta concepción del “desarrollo” en 1931, cuando, como ahora, era usada como justificación para que quienes se proclamaban socialistas dieran apoyo político a formaciones burguesas:
“No es el poder burgués el que se transforma en obrero-campesino y luego en proletario, no; el poder de una clase no se ‘transforma’ en poder de otra, sino que se arrebata con las armas en la mano. Pero después que la clase obrera ha conquistado el poder, los fines democráticos del régimen proletario se transforman inevitablemente en socialistas. El tránsito orgánico y por evolución de la democracia al socialismo es concebible sólo bajo la dictadura del proletariado. He aquí la idea de Lenin.”
—“La Revolución Española y sus peligros”, 28 de mayo de 1931
La búsqueda proletaria de la consecución de sus intereses de clase requiere no sólo su independencia organizativa frente a los partidos capitalistas como el CNA, sino también la oposición política a ellos. Spartacist South Africa, sección de la Liga Comunista Internacional (Cuartainternacionalista), llama a romper con la Alianza Tripartita y forjar un partido leninista-trotskista que luche por un gobierno obrero centrado en los negros. Esto no significa poner en el poder un gobierno laborista que administre el capitalismo, como los gobiernos laboristas británicos, sino una lucha revolucionaria que derroque el orden capitalista.
La realidad sudafricana demuestra tajantemente la necesidad de la revolución permanente. El proletariado es brutalmente explotado en las minas y fábricas. En el campo, millones de negros se ven relegados a una pobreza desesperante en lo que anteriormente eran los bantustanes, mientras la tierra productiva está principalmente en manos de granjeros blancos que dependen de trabajadores negros que laboran por casi nada. La pandemia del sida que continúa destrozando Sudáfrica exige una lucha por un sistema de salud pública de calidad, incluyendo el acceso a antirretrovirales gratuitos, y una lucha contra la indigencia, así como contra el atraso religioso y antimujer que ha alimentado el esparcimiento de la enfermedad. La extensión del sida a través del África subsahariana y en otras partes y la necesidad de utilizar todos los recursos científicos para combatirla, que están disponibles especialmente en los países industrialmente avanzados, exigen romper el estrecho marco del nacionalismo burgués. Viviendas adecuadas para millones en los distritos segregados y en los shantytowns (paupérrimos distritos negros), electricidad y agua limpia para la población entera, educación gratuita de calidad, la erradicación del lobola (precio de novia) y la mutilación genital femenina: estas medidas desesperadamente necesarias requieren la transformación socialista de la economía y la sociedad bajo una dictadura del proletariado que luche para promover la revolución socialista internacionalmente.