Espartaco No. 26 |
Septiembre de 2006 |
Amenaza de represión masiva ante repudio a dudosa victoria electoral del PAN
Los ataques del PAN contra los obreros y oprimidos y la lucha por la revolución socialista
¡Romper con AMLO y el PRD burgués! ¡Forjar un partido obrero revolucionario internacionalista!
3 DE SEPTIEMBRE—El 1º de septiembre, día del último informe de gobierno de Fox, el gobierno panista transformó gran parte de la Ciudad de México en una zona de excepción, movilizando a miles de militares y policías —incluyendo a los del gobierno perredista de la ciudad—, temeroso del descontento social y de clases que ha estremecido al país durante los últimos varios meses. Había policías sobre los puentes de las avenidas que llevan al Palacio Legislativo de San Lázaro y francotiradores en azoteas e incluso dentro del mismo Palacio; tanquetas con cañones de agua patrullaban las calles y todas las estaciones del Metro que llevan a San Lázaro fueron cerradas; el Palacio Legislativo estaba rodeado de vallas metálicas de más de dos metros de altura y resguardado por soldados con armas desenfundadas. El periódico perredista La Jornada informó el día anterior, con base en entrevistas con diversos funcionarios, que las autoridades federales estaban formando grupos de “disuasión” (unos mil 200 efectivos) entrenados por miembros de los Halcones (quienes perpetraron la masacre estudiantil de 1971) con el objetivo de desarticular grupos opositores al gobierno del PAN.
Después de que el PRD anunció que sus legisladores tratarían de impedir que Fox diera su discurso, el gobierno estaba listo para disparar contra cualquiera que se acercara a Fox. Sin embargo, cuando los congresistas del PRD ocuparon la tribuna de San Lázaro en protesta poco antes de que Fox hablara, éste prefirió evitar la confrontación directa. Al final, el presidente saliente entregó una copia escrita de su informe final, señalando la primera vez en la historia que a un presidente mexicano se le impide presentar en vivo su informe anual ante el Congreso.
El PAN está resuelto a imponer a su candidato, Felipe Calderón, a cualquier costo —arremetiendo tanto contra las masas de obreros y pobres que apoyan al PRD como contra sus propios oponentes burgueses—. La movilización masiva de las fuerzas armadas del estado el 1º de septiembre representa un peligro mortal para el movimiento obrero y la izquierda. Cualquier arremetida del gobierno contra el PRD burgués será usada para ir tras los sindicatos y la izquierda y representa un ataque contra los derechos democráticos de todos. A pesar de nuestras diferencias políticas, en el caso de una arremetida militar defendemos al PRD y a sus partidarios.
La sociedad mexicana está cada vez más polarizada, con la burguesía misma dividida y temerosa de que el descontento generalizado —hasta ahora eficientemente canalizado hacia el apoyo al PRD populista burgués— se transforme en una erupción social. Tras las elecciones presidenciales del 2 de julio ha habido inmensas manifestaciones en apoyo al perredista Andrés Manuel López Obrador (AMLO) —una de las cuales, el 30 de julio, movilizó a más de dos millones de personas en la Ciudad de México, en la que ha sido la manifestación política más grande en la historia del país— en protesta contra la dudosa victoria electoral de Felipe Calderón del derechista PAN (quien, según el Instituto Federal Electoral, ganó con apenas 0.58 por ciento de ventaja sobre AMLO) y exigiendo un recuento voto por voto de las boletas electorales.
Las masas explotadas y oprimidas de México han mostrado que quieren luchar, pero en la actualidad ven al PRD burgués y a AMLO como sus representantes. El PRD mismo está temeroso de perder el control del descontento. Ante el fracaso de sus inmensas marchas y el “megaplantón” que va desde el Zócalo hasta la Fuente de Petróleos (la mayor parte del mismo bloqueando Reforma, una de las avenidas más lujosas del país entero) para presionar a sus oponentes panistas, así como los cientos de impugnaciones al proceso electoral, ahora están tratando de descarrilar este descontento hacia una “Convención Nacional Democrática”, que formaría un “Gobierno de la República” alterno con AMLO a la cabeza. Como el PAN y el PRI, el PRD es un partido burgués, cuyas diferencias estriban sólo en la forma de administrar el capitalismo. Ninguno de ellos reta —y no podría ser de otra manera— la explotación capitalista misma. Para deshacerse de la rapacidad inherente a este sistema de explotación y opresión, es necesario que la clase obrera se organice independientemente de todas las alas de la burguesía y construya un partido obrero revolucionario. El objetivo de tal partido sería dirigir a la clase obrera y sus aliados a la toma del poder político mediante una revolución socialista, destruyendo el estado burgués —cuyo núcleo consiste en la policía, el ejército, los tribunales y las prisiones— y estableciendo un estado obrero, la dictadura de clase del proletariado. Tal estado estaría basado en la colectivización de los medios de producción, usándolos no ya para la producción de ganancias para un puñado de capitalistas, sino para la satisfacción de las necesidades de la población.
El siguiente artículo se basa en una plática dada por nuestro camarada Sacramento Talavera en el Museo Casa de León Trotsky el 25 de agosto.
Ante la coyuntura electoral, en Espartaco No. 25 (primavera de 2006) escribimos:
“Los marxistas del Grupo Espartaquista de México decimos: ¡ni un voto a los partidos burgueses! Ningún partido o candidato representa los intereses de los trabajadores. El PRD, el PRI y el PAN, así como los diminutos partidos con candidaturas propias, son todos partidos burgueses cuyo fin, independientemente de sus diferencias coyunturales, es la perpetuación del actual sistema de explotación, miseria, injusticia y desigualdad social.”
Nosotros, marxistas revolucionarios, defendemos a capa y espada los derechos democráticos de las masas, como el sufragio universal, desde una perspectiva de clase, ya que entendemos que en países de desarrollo capitalista atrasado, como México, las luchas democráticas de las masas son una fuerza motriz para la revolución socialista. Que hubo fraude no es un secreto para nadie, pero no sabemos quién ganó la elección. Ciertamente, no nos oponemos a un recuento voto por voto, pero no nos sumamos a la presente campaña perredista, cuyo objetivo es llevar a López Obrador al poder. Vivimos en una sociedad dividida en dos clases fundamentales, el proletariado y la burguesía, con intereses irreconciliables. Nuestro objetivo es la revolución socialista: el derrocamiento del orden burgués y la construcción del poder obrero, expropiando a los capitalistas y planificando la economía para sentar las bases para la erradicación de la pobreza y la opresión. La precondición elemental para el triunfo es la lucha por la independencia política del proletariado respecto a la burguesía y por la construcción de un partido revolucionario propio de la clase obrera.
En marzo y abril pasado estallaron paros mineros por todo el país, el más importante de ellos en la planta metalúrgica Sicartsa en el puerto de Lázaro Cárdenas, tras la tragedia de Pasta de Conchos (donde murieron 65 mineros por una explosión) y contra la destitución gubernamental de su dirigente y la imposición de un nuevo líder más al gusto de Fox y sus neocristeros —seguramente debido al hecho de que el sindicato minero, además de haber llevado a cabo muchas huelgas y paros laborales en los últimos cinco años, fue una de las pocas agrupaciones del CT que se opusieron a la antiobrera “Ley Abascal” para reformar la Ley Federal del Trabajo—. La PFP a las órdenes del PAN y la policía estatal michoacana al mando del perredista Lázaro Cárdenas Batel, nieto del general Cárdenas del Río, intentaron romper el paro en el puerto de Lázaro Cárdenas. Luchando heroicamente, los obreros lograron repeler el ataque y mantuvieron su huelga, al costo de dos obreros muertos, durante más de cuatro meses. Esta poderosa huelga, que ocasionó pérdidas inmensas a los patrones, fue la lucha obrera más importante en muchos años y muestra por qué los comunistas basamos nuestra estrategia en el proletariado industrial, que tiene la fuerza de detener la economía entera (ver artículo “¡Quienes trabajan deben gobernar!” en este mismo número, página 10). Finalmente fue levantada victoriosamente el 21 de agosto, cuando obligaron al patrón a concederles, además de aumento salarial, la totalidad de los salarios caídos, el retiro de todos los cargos contra todos los sindicalistas y el reconocimiento de Gómez Urrutia como su dirigente, entre otras cosas —¡los obreros de Sicartsa hicieron que los patrones se arrodillaran, y le pusieron un ojo morado al estado mismo!—. Amagaron también con radicalizar sus acciones si el gobierno federal no reconoce a Gómez Urrutia como líder del sindicato, otorgándole un plazo de quince días.
Unas seis semanas antes de las elecciones los maestros de la Sección 22 del SNTE en Oaxaca iniciaron una combativa huelga en demanda de rezonificación. También ellos resistieron un ataque policiaco el 14 de junio y lograron mantener la huelga y un plantón en el Zócalo de esa ciudad (ver volante del GEM, “¡Abajo la represión asesina contra la huelga de maestros de Oaxaca!”, 15 de junio de 2006). En agosto el gobierno del estado, con el asesino priista Ulises Ruiz a la cabeza, ha escalado brutalmente su campaña de terror, asesinando a dos luchadores sociales que apoyaban a los maestros y arrestando y/o secuestrando y torturando a varios más. Los cuerpos de seguridad de los propios maestros y sus aliados organizados en la llamada Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO), que han bautizado bromistamente como el Honorable Cuerpo de Topiles y la Policía Magisterial de Oaxaca (POMO), lograron desarticular varios ataques e infiltraciones policiacas, así como aprehender a varios de los perpetradores de los ataques asesinos. Los campesinos de Atenco también se batieron en lucha campal contra la policía el 4 de mayo pasado, aunque finalmente los cuerpos policiacos lograron tomar el pueblo, golpeando salvajemente a los campesinos y violando al menos a siete mujeres. Como resultado del ataque policiaco del día anterior, resultaron muertos el joven de apenas 14 años de edad Javier Cortés Santiago y, tras más de un mes en coma, Alexis Benhumea, estudiante de economía, de lengua rusa y de danza. El miércoles 16 de agosto unos 5 mil trabajadores del Sector Salud iniciaron un paro indefinido exigiendo también demandas salariales y en apoyo a los maestros. El viernes 18 se llevó a cabo en Oaxaca un “paro cívico” de 24 horas en el que participaron unos 80 mil sindicalizados. Los maestros de Oaxaca llamaron por un voto de castigo contra el PRI y el PAN. Su principal demanda hoy es la destitución de Ulises Ruiz y la “desaparición de poderes” en el estado (que esencialmente significa que el Senado de la República designaría un gobernador interino hasta que se elija uno nuevo). Por supuesto, este verdugo priista debería ser echado. Lo importante es entender que gobierne quien gobierne, el capitalismo es un sistema basado en la explotación del trabajo y la represión sistemática de los obreros y los oprimidos por parte del estado burgués —la policía, el ejército, las cárceles y los tribunales—, en esencia destacamentos especiales de hombres armados para defender los intereses de los capitalistas. El estado burgués no puede ser reformado; es necesario destruirlo mediante la revolución socialista y remplazarlo conun estado obrero.
Estos convulsivos estallidos de lucha, ideológicamente dominados por el PRD, muestran el hastío generalizado y contenido por mucho tiempo entre los obreros y los pobres tras dos décadas de privatizaciones y despidos masivos, desempleo masivo y crónico, devastación del campo que ha conducido a la emigración en masa, ataques antisindicales constantes, una creciente carestía de la vida a la par con la disminución cualitativa de los salarios, etc.
Hartas de la camarilla foxista y sus políticas hambreadoras, grandes masas de obreros y de la población pobre en general apoyan al PRD, esperando que los represente desde las alturas del poder estatal. Pero el PRD es un partido patronal. Sus diferencias con el PAN estriban en cómo administrar mejor el sistema de explotación capitalista. El objetivo de este partido es encauzar el descontento al marco estéril de las boletas electorales. Las inmensas manifestaciones en apoyo a AMLO sirven al PRD para presionar a sus oponentes burgueses y a manera de válvulas de escape para mantener bajo su control el descontento obrero.
El PAN es ciertamente el representante del ala burguesa más reaccionaria, la arrogante elite más abiertamente antiobrera que hace recordar a Limantour y sus “científicos” porfiristas. Estos cristeros neoliberales en verdad parecen creer que López Obrador es alguna especie de comunista (igual que los imperialistas respecto al populista Hugo Chávez). Antes de las elecciones, sectores de la clase media pretenciosa entraron en pánico y hablaban de empacar todo para irse a Miami porque supuestamente López Obrador planeaba expropiar sus casas en Polanco para dárselas a la gente pobre sin vivienda. Aunque encuentro esta idea muy atractiva, les aseguro que no será López Obrador quien la lleve a cabo.
No a pesar, sino precisamente por su ideología oscurantista, el PAN tiene apoyo masivo entre diversos sectores de la población, especialmente en el norte y occidente del país. En ciudades como Monterrey y Guadalajara, sectores enormes de la pequeña burguesía y, de hecho, las capas más atrasadas de la clase obrera, se identifican con este partido, igual que campesinos en el Bajío y los Altos de Jalisco, cuna de la Cristiada, por mencionar algunos casos. Esto no debería sorprender a nadie en un país abrumadoramente católico. Aunque sectores del PRD tratan de posar como “amigos” de los oprimidos, sin duda la mayoría de quienes apoyan al PRD se identifican también, en mayor o menor grado, con algunos de los valores católicos reaccionarios impulsados prominentemente por el PAN. Lo que atrae a grandes masas de obreros y pobres al PRD, y a AMLO en particular, es sobre todo su política de mayor injerencia estatal en la economía y su retórica nacionalista, a diferencia del “libre mercado” y abierto servilismo a los imperialistas por parte del PAN y sectores del PRI.
Vivimos en un periodo histórico condicionado por la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS. La Unión Soviética fue el producto de la primera, y hasta hoy única, revolución proletaria exitosa. A pesar de su degeneración burocrática estalinista, la URSS seguía encarnando las conquistas de la Revolución de Octubre. El regreso del capitalismo en la contrarrevolución de 1991-92 significó una derrota histórico-mundial para la clase obrera. La contrarrevolución eliminó el poderoso contrapeso que la URSS representaba a la rapacidad imperialista al nivel global y condujo a un retroceso enorme en la conciencia del proletariado. Así, la masa de obreros y jóvenes radicalizados que toman parte en luchas defensivas no se identifica ya con los ideales del comunismo.
Las masas latinoamericanas explotadas y oprimidas no ven hoy otra salida que el populismo burgués. En algunos países, como Argentina y Bolivia (ver artículo “Bolivia: Trotskismo vs. nacionalismo burgués” en página 24), el descontento ha conducido a protestas multitudinarias que obligaron varios cambios de gobierno, pero no han presentado un reto al dominio capitalista. En México, el descontento se ha volcado masivamente al apoyo al programa populista del PRD burgués y/o, en menor escala, a su versión pequeñoburguesa “radical” representada por el EZLN. Es significativo, por ejemplo, que el EZ haya surgido como un movimiento campesino “posmoderno”, es decir, en rechazo explícito del socialismo. Para adormecer a la clase obrera, Lázaro Cárdenas necesitó hacer referencias vacuas al “socialismo”, presentar “planes sexenales” como si la economía mexicana hubiera estado planificada, introducir una falsa “administración obrera” en los ferrocarriles y el sector petrolero, etc. Hoy, el PRD no necesita más que “democracia ya, patria para todos”. El populismo es una trampa mortal para la clase obrera. El resultado de la subordinación de los sindicatos a Lázaro Cárdenas fue 60 años de priato y de control gangsteril sobre los sindicatos, ruptura salvaje de huelgas, represión asesina contra sindicalistas, estudiantes y luchadores sociales de todo género.
La historia de los países del Tercer Mundo a partir del siglo XX oscila entre regímenes derechistas (a menudo dictaduras policiacas) que impulsan políticas económicas hambreadoras en beneficio total de los imperialistas, y regímenes “populistas” que introducen ciertas reformas democráticas mínimas y otorgan magras concesiones a los obreros. Este fenómeno fue analizado, para el caso de México en particular, por el revolucionario ruso León Trotsky en su artículo “La administración obrera en la industria nacionalizada” (escrito en 1938) donde señaló:
“En los países industrialmente atrasados, el capital extranjero juega un rol decisivo. De aquí la debilidad relativa de la burguesía ‘nacional’ respecto del proletariado ‘nacional’. Esto da origen a condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el doméstico, entre la débil burguesía nacional y el proletariado relativamente poderoso. Esto confiere al gobierno un carácter bonapartista ‘sui generis’, un carácter distintivo. Se eleva, por así decir, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar ya convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y aherrojando al proletariado con las cadenas de una dictadura policial o bien maniobrando con el proletariado y hasta llegando a hacerle concesiones, obteniendo así la posibilidad de cierta independencia respecto de los capitalistas extranjeros. La política actual [cardenista] está en la segunda etapa; sus más grandes conquistas son las expropiaciones de los ferrocarriles y de las industrias petroleras.”
Así, el PRD es lo que llamamos un partido nacional-populista burgués, similar al PRM de Cárdenas, antecesor del PRI. De hecho, el objetivo del PRD no es sino regresar a los “años dorados” del PRI, aunque, enfrentando una situación internacional mucho más desventajosa (sobre todo la contrarrevolución en la URSS), es obvio que su política es aun más mezquina que la de su antecesor hace más de 60 años.
Las mínimas concesiones del PRD a los obreros y los pobres, así como sus críticas al servilismo de Fox ante los imperialistas, en el contexto de la miseria generalizada, son fuente de grandes ilusiones entre los obreros. Pero el PRD no puede ni quiere cumplir sus promesas. No puede ni quiere romper con los imperialistas. Este partido ni siquiera se opone al TLC, ese tratado de rapiña imperialista contra México, sino que sólo quiere “renegociarlo”. Aunque habla de oponerse a la privatización del sector energético, AMLO ha declarado, con un lenguaje intencionalmente confuso, que no se opone a la participación del capital privado nacional en dicho sector. No es coincidencia que Carlos Slim, el tercer hombre más rico del mundo, haya hecho público su apoyo al PRD. La participación del PRD en continuos ataques antisindicales en el D.F. —especialmente contra el SUTGDF y el sindicato del Metro—, en la ruptura policiaca de la huelga de la UNAM en 1999, en la represión asesina en Lázaro Cárdenas y en Atenco, en los asesinatos de activistas zapatistas que el mismo EZLN ha documentado, etc., no son hechos aislados: son un reflejo de su naturaleza burguesa y, por ello, inherentemente antiobrera. Como escribimos en un volante de abril de 2005 oponiéndonos al desafuero de AMLO sin darle un ápice de apoyo político, en caso de que llegara a la presidencia “el mismo apoyo que López Obrador tiene entre el movimiento obrero lo pondrá en una mejor situación para llevar adelante las privatizaciones de los sectores eléctrico y petrolero que el ineficaz Fox no ha podido imponer”. Aun sus magras concesiones existentes, como los subsidios a los ancianos y las madres solteras, serán revertidas el día de mañana, cuando los populistas burgueses juzguen prudente ampliar su “austeridad republicana”.
La revolución permanente: Una perspectiva para la emancipación de explotados y oprimidos
Los sentidos anhelos democráticos de las masas, como la emancipación nacional y la democracia política, no pueden ser satisfechos bajo el capitalismo. No existe, en la era de la decadencia imperialista, ninguna ala “progresista” de la burguesía, capaz siquiera de romper con los imperialistas. Los marxistas revolucionarios, basados en la perspectiva trotskista de la revolución permanente, no tenemos un programa democrático distinto de uno socialista. En la lucha por demandas democráticas, oponemos el proletariado a la burguesía por el simple hecho de que estas demandas sólo son realizables bajo la dictadura del proletariado y, de hecho, son aquéllas una fuerza motriz para la revolución socialista.
En efecto, sólo la revolución socialista, es decir, la toma del poder por la clase obrera dirigida por el partido obrero revolucionario, arrastrando tras de sí a las masas campesinas y pequeñoburguesas urbanas depauperadas, puede conseguir la genuina emancipación nacional mediante la expropiación de la burguesía nacional, el repudio de la deuda externa y la extensión de la revolución internacionalmente, en particular y obviamente al coloso imperialista estadounidense. De igual forma, la revolución socialista remplazaría la democracia burguesa, que en realidad no es sino una burla y una trampa para los obreros y los pobres, con la genuina democracia para los explotados y los oprimidos, donde los obreros y los campesinos pobres dirigirían los destinos del país a través de los soviets o consejos. La dictadura del proletariado apoyada por el campesinado significa pues la abolición de la propiedad privada, la colectivización y centralización de la economía entera, planificándola para satisfacer las necesidades de la población, bajo la hegemonía política de la clase obrera, y la formación de un estado obrero, es decir, en palabras de Engels, destacamentos especiales de hombres armados para defender este nuevo modo de producción contra la burguesía. La dictadura del proletariado sentaría las bases para el socialismo —que se basa en la abundancia generalizada— y para la emancipación de todos los oprimidos: las mujeres, los campesinos pobres, los homosexuales, los indígenas. Lenin explicó en 1916 (“Respuesta a P. Kíevski”):
“El socialismo conduce a la extinción de todo estado, por consiguiente, también de toda democracia; pero el socialismo puede realizarse solamente a través de la dictadura del proletariado, que combina la violencia contra la burguesía, es decir, contra la minoría de la población, con un desarrollo total de la democracia, es decir, la participación, verdaderamente igualitaria y verdaderamente universal de toda la masa de la población, en todos los asuntos del estado y en todos los complejos problemas referentes a la liquidación del capitalismo.”
¿Por qué es necesaria la hegemonía de la clase obrera? Es cierto que todos los pobres luchan, en uno u otro momento, contra depredaciones particulares ocasionadas por el capitalismo. Pero los campesinos, por ejemplo, luchan por tierra, por vender sus productos al mayor precio posible con el menor costo de producción, etc. En los excepcionales casos en que triunfan, se convierten en pequeños productores que explotan mano de obra. Su interés objetivo está pues en la propiedad privada de la tierra. Aisladas de la clase obrera, sus luchas, por más justas que puedan ser, no irán más allá de los marcos del capitalismo. En cambio, la clase obrera no lucha por conseguirle mercados al patrón, ni por su operación más “rentable”. Lucha colectivamente contra los patrones por mejores salarios, prestaciones y condiciones de trabajo. Los obreros no tienen más que su propia fuerza de trabajo para subsistir, y producen la riqueza de la sociedad colectivamente. Por ello, no tienen como clase ningún interés objetivo en el mantenimiento de la propiedad privada, y su posición estratégica en la industria moderna les da el inmenso poder social de paralizar la economía entera. Además, la clase obrera comparte intereses al nivel mundial. Así, la clase obrera es la única con el interés objetivo de destruir el capitalismo a través de las fronteras nacionales, y su emancipación de las cadenas del capitalismo lleva la semilla de la emancipación de la humanidad entera.
Ahora bien, la lucha económica de la clase obrera, por sí misma, tampoco va más allá de los marcos del capitalismo, sino que se limita a luchas contra patrones individuales para renegociar los términos de la explotación capitalista. Por ello, la conciencia sindical sigue siendo conciencia burguesa. Es necesario introducir la conciencia revolucionaria en la clase obrera: el entendimiento de su propia misión histórica de emancipación universal, y para ello se necesita un partido leninista-trotskista que, armado con la experiencia histórica de la lucha de clases, combata toda influencia ideológica de la burguesía en el proletariado y dirija a las masas en el derrocamiento del estado capitalista.
Para los revolucionarios mexicanos es de extrema importancia combatir la ideología del nacionalismo burgués: el mito de la “unidad” entre explotados y explotadores conacionales y la consecuente aberración chovinista a los extranjeros, como si más allá del Río Bravo no existieran las clases sociales. El futuro de un México obrero dependería, en un sentido muy inmediato, del apoyo de nuestros hermanos de clase estadounidenses, en especial de las doblemente oprimidas masas negras. El internacionalismo proletario no es una vacua declaración de buenas intenciones, sino un reflejo de la realidad económica del imperialismo y una necesidad política para el proletariado. Es fundamental combatir el chovinismo racista que impulsan los gobernantes capitalistas en México tanto como en EE.UU. para mantener enfrentados a los negros con los millones de inmigrantes latinoamericanos, que constituyen un puente humano clave para el proletariado. De ahí la importancia de nuestra campaña por la libertad de Mumia Abu-Jamal, ese activista estadounidense por los derechos de los negros, conocido como “la voz de los sin voz”, sentenciado a muerte en un proceso totalmente amañado y racista. Ésta, entre otras muchas causas, además de su justeza intrínseca, proporciona un vehículo concreto para combatir el chovinismo y estrechar los vínculos entre los obreros del mundo.
Los bolcheviques mostraron el camino
La Revolución de Octubre de 1917 —que confirmó plenamente la revolución permanente de Trotsky— es la experiencia fundamental para los revolucionarios. A principios del siglo XX había una discusión clave para comprender qué tipo de revolución sería la rusa. Las diferencias entre los distintos grupos llevarían al cabo del tiempo a que se enfrentaran, literalmente en las barricadas de la revolución, bolcheviques y mencheviques, mientras que Trotsky se unió a los primeros.
Los mencheviques contraponían las tareas democráticas de la venidera revolución en el atrasado imperio zarista con la revolución socialista en un esquema que se conoce como la “revolución por etapas”. En otras palabras, sostenían que la revolución debería conducir a la burguesía al poder y habría que esperar el pleno desarrollo del capitalismo para entonces hablar de revolución socialista, en algún futuro indeterminado; así, explícitamente subordinaban el proletariado a la burguesía liberal. Los bolcheviques de Lenin descartaban cualquier capacidad revolucionaria de la mezquina burguesía rusa y asignaban el papel dirigente al campesinado y el proletariado a través de una fórmula algebraica, la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, que no preveía aún la relación entre estas dos clases, es decir, no afirmaba de antemano cuál de las dos sería hegemónica. Desde 1905, con base en la experiencia de esa primera Revolución Rusa, Trotsky señaló que toda la historia del desarrollo capitalista mostraba que el campesinado era incapaz de desempeñar un papel revolucionario independiente. Observó que, en las condiciones de la Rusia del siglo XX, sólo el proletariado podía desempeñar ese papel revolucionario dirigente. Que la revolución tendría fines democrático-burgueses nadie cuestionaba, pero la clase obrera no podría detenerse ante las tareas puramente democráticas, sino que tendría que pasar inmediatamente a las socialistas —esencialmente, la abolición de la propiedad privada y la planificación económica—, adquiriendo así la revolución su carácter “permanente”.
Esto fue exactamente lo que sucedió en 1917. Pero, por supuesto, no sucedió mecánicamente. Fue necesaria una lucha continua por parte del Partido Bolchevique en los soviets y, de hecho, incluso dentro del partido mismo, especialmente por parte de Lenin y de Trotsky, para resistir la presión de las capas más atrasadas del proletariado hacia la adaptación a la “democracia” burguesa y, finalmente, para movilizar a la clase obrera hacia el derrocamiento revolucionario del orden burgués. La Revolución de Febrero de 1917, llevada a cabo totalmente por la clase obrera, condujo a la abdicación del zar y a la formación de una república burguesa, comandada por el Gobierno Provisional, que cambió varias veces de dirigentes en el curso de apenas unos meses. La oposición tajante de Lenin al gobierno burgués, en contraste con el conciliacionismo de los mencheviques y populistas socialrevolucionarios (un partido basado en el campesinado), pavimentó el camino para la toma del poder.
Al principio, la dirigencia bolchevique en Rusia (Lenin estaba aún en el exilio) se adaptó al gobierno burgués, especialmente Stalin, quien sostenía en marzo de 1917:
“Es menester sostener la acción del Gobierno provisional, mientras éste dé satisfacción a las reivindicaciones de la clase obrera y de los campesinos revolucionarios en la revolución en curso.”
Este “apoyo crítico” a un gobierno burgués es esencialmente por lo que propugnan hoy quienes siguen al PRD “desde la izquierda”.
Al regresar a Rusia, Lenin llevó a cabo una lucha tajante dentro del Partido Bolchevique para cambiar radicalmente su orientación. Lenin explicó en sus “Tesis de Abril” de 1917:
“Ningún apoyo al Gobierno Provisional; explicar la completa falsedad de todas sus promesas, sobre todo de la renuncia a las anexiones [territoriales a raíz de la Primera Guerra Mundial interimperialista]. Desenmascarar a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de propugnar la inadmisible e ilusoria ‘exigencia’ de que deje de ser imperialista...
“No una república parlamentaria...sino una república de los Soviets de diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo arriba.”
Aunque el Partido Bolchevique nunca adoptó formalmente la teoría de la revolución permanente, la perspectiva de Lenin, abandonando su vieja consigna de la “dictadura democrática de obreros y campesinos”, confluía exactamente con la de Trotsky.
Movilizando al campesinado pobre, que representaba un 80 por ciento de la población, tras el proletariado industrial, la Revolución de Octubre de 1917 abolió la propiedad privada, es decir, colectivizó la economía, centralizándola y planificándola bajo la democracia obrera, para avocarla a la satisfacción de las necesidades de la población. Estableció también el monopolio estatal del comercio exterior, para contrarrestar la rapiña económica de las potencias imperialistas. Sobre esta base proletaria, resolvió las cuestiones democráticas que ningún gobierno burgués hubiera podido resolver. El joven régimen soviético otorgó plenos derechos a las mujeres —incluido el aborto libre y gratuito—, abolió la propiedad privada sobre la tierra, desconoció la inmensa deuda externa zarista, otorgó plenos derechos a los homosexuales, etc. En breve, sentó las bases para la transformación de Rusia de un país atrasadísimo, baluarte histórico de la reacción, en una potencia económica, científica y militar y en un modelo a seguir para los explotados y oprimidos del mundo.
Los bolcheviques sabían que su revolución sólo podía sobrevivir con la ayuda del proletariado de Europa occidental, y veían la Revolución Rusa como un preludio de la revolución proletaria en Occidente. En 1919 lograron dar realidad organizativa a su lucha constante por el forjamiento de un partido mundial para la revolución socialista mediante la fundación de la Internacional Comunista o III Internacional. Pero la Revolución Rusa se vio aislada debido a la derrota de revoluciones en Europa occidental ante el sabotaje de la socialdemocracia y la inexperiencia de los jóvenes partidos comunistas. Además, la economía y la clase obrera rusa misma estaban devastadas tras la masacre imperialista de la Primera Guerra Mundial y, posteriormente, la Guerra Civil, donde las intentonas burguesas e imperialistas por derrocar el régimen soviético fueron derrotadas al costo de millones de vidas de obreros y campesinos, incluyendo a gran parte del proletariado revolucionario que llevó a cabo la Revolución de Octubre. Esto dio pie al surgimiento y la consolidación de la casta burocrática estalinista, que abandonó el programa bolchevique e impuso en su lugar el mito reaccionario de la “coexistencia pacífica” con el imperialismo y el dogma antimarxista del “socialismo en un solo país”, traicionando oportunidades revolucionarias alrededor del mundo. Al final, los herederos de Stalin regresaron la Unión Soviética a los imperialistas en la contrarrevolución de 1991-92. Los espartaquistas defendimos incondicionalmente contra el imperialismo y la contrarrevolución a la URSS y los estados obreros nacidos burocráticamente deformados de Europa oriental hasta el final, al tiempo que luchábamos por una revolución política proletaria que echara a las burocracias dirigentes e instaurara la genuina democracia obrera soviética. La misma política aplicamos hoy a los estados obreros deformados de Corea del Norte, Cuba, China y Vietnam.
La LTS: “Profundizar y extender” la lucha perredista
El nítido contraste entre nuestras posiciones y las de otros grupos de la izquierda ayudará a esclarecer el contenido del trotskismo genuino. La mayoría de los grupos que se reclaman marxistas se han adaptado, de una u otra forma, al perredismo, justificando su política con variaciones de la trillada frase de “acompañar a las masas en su experiencia”. Lo que la clase obrera necesita no es compañía, como si se tratara de un enamorado nostálgico; lo que necesita es una dirección revolucionaria.
Tomemos primero el caso de la Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS). Para poner las cosas en su justo contexto, lo fundamental al discutir el programa de este grupo es recordar que apoyaron la contrarrevolución capitalista en la URSS y Europa oriental, y hoy sostienen que China es capitalista, desembarazándose así de la defensa de la Revolución de 1949. ¿Qué tipo de trotskistas apoyan una contrarrevolución capitalista? La respuesta es muy sencilla: ninguno. En México, la LTS se ha sumado a la campaña perredista por llevar a AMLO al poder. Esto no debería ser una sorpresa. Antes de las elecciones llamaban a no votar por AMLO ni por el PRD, pero, al mismo tiempo, se sumaron explícitamente a “la otra campaña” zapatista, cuyo programa no es más que una versión pequeñoburguesa del populismo nacionalista burgués del PRD, totalmente circunscrita a los marcos del capitalismo, y que trata de empujar a éste hacia la izquierda. Como escribimos en Espartaco No. 25 (primavera de 2006):
“Los espartaquistas nos solidarizamos con la lucha del campesinado indígena contra las ancestrales opresión y miseria y llamamos a los obreros a defender al EZ contra la represión estatal y paramilitar. Sin embargo, no abrazamos el zapatismo, sino el programa del marxismo revolucionario —dos perspectivas del mundo contrapuestas—.”
En el número más reciente de su periódico, Estrategia Obrera No. 52 (30 de julio de 2006), la LTS sostiene que “Como socialistas debemos hacernos parte de este movimiento democrático de las masas. Solo [sic] evitando toda posición sectaria podremos marcar sus limitaciones apostando a que tome un curso independiente del PRD.” Según ellos, es “sectario” no sumarse al movimiento perredista, es decir, burgués, por sentar a AMLO en la famosa silla. Y sin embargo, ¡balbucean sobre la “independencia política y organizativa del PRD y de AMLO”! Retomando el llamado perredista, afirman que “debemos ir más allá del llamado del PRD a conformar ‘comités de difusión’, ya que es insuficiente y limitado. Los comités deben darse como objetivo profundizar y extender la organización y la lucha concurriendo a las colonias, las fábricas y los centros de trabajo y de estudio...” ¡Pero el propósito de estos “comités de difusión” es extender la popularidad del caudillo López Obrador! En realidad, como los zapatistas, el objetivo de la LTS es imprimir un curso más “combativo” al PRD.
En una polémica contra el Partido Obrero Socialista (POS, que se dedicó durante el último par de años a juntar firmas para obtener su “registro”, es decir, un jugoso subsidio del estado capitalista, y, como era de esperarse, conservarlo es lo único que parece importarle), la LTS sostiene:
“Partimos de la definición de Trotsky, en cuanto a que las demandas democráticas pueden ser un motor de la movilización en tanto conserven su fuerza vital, lleven a confrontar con la dominación burguesa y no sean una trampa. Es por eso que, mientras apoyamos la justa demanda de conteo voto por voto, decimos que las instituciones del régimen no garantizarán una ‘institución electoral transparente’ favorable a los trabajadores, ni mucho menos comicios verdaderamente democráticos. Es por eso que luchamos por una Asamblea Constituyente libre y soberana...”
Esto es una vulgar tergiversación de la perspectiva trotskista de la revolución permanente. Las protestas recientes, por sí mismas, no “llevan a confrontar con la dominación burguesa”, sino que se basan totalmente en el apoyo al PRD burgués, lo cual es ciertamente una trampa. No se trata de combatir ilusiones en una “institución electoral transparente” (¡el IFE!), que en realidad ni siquiera los perredistas tienen (aunque tal vez el POS sí, habiendo adquirido gran aprecio por sus puntuales tortibonos), sino las ilusiones en el PRD. En realidad, las demandas democráticas de la población son una fuerza motriz para la revolución socialista sólo en la medida en que la vanguardia obrera logra oponer el proletariado a la burguesía en la lucha por las mismas.
La LTS termina su polémica:
“Lamentablemente, el POS no plantea que sólo una Asamblea Constituyente basada en la movilización revolucionaria de las masas democratizará el país y le adjudica a las instituciones la capacidad de reformarse en favor de los trabajadores y campesinos.”
Cual cura de pueblo, la LTS condena al infierno a sus feligreses por el pecado que ambos comparten; asignar a una asamblea constituyente, es decir, un parlamento burgués, la democratización del país en favor de los explotados y oprimidos significa precisamente adjudicarle al régimen capitalista “la capacidad de reformarse en favor de los trabajadores y campesinos”.
El GI: Centristas en un mundo raro
Mención aparte merece el Grupo Internacionalista (GI), formado hace una década por ex espartaquistas desertores del trotskismo. El GI vive, como dice la canción, en un mundo raro. Desorientado por la contrarrevolución en la URSS se ha dedicado fervorosamente a negar que la contrarrevolución haya tenido algún efecto significativo en la conciencia de la clase obrera, esencialmente, que nada ha cambiado en las luchas sociales desde los años 70 o incluso más atrás. Esto los ha llevado a adaptarse a fuerzas de clase ajenas al proletariado, buscando atajos a la construcción de un partido leninista-trotskista de la vanguardia obrera.
En México, la política del GI se caracteriza por su renuncia a la perspectiva de la revolución permanente y por su adaptación a la conciencia actual de la clase obrera. Según ellos, el principal obstáculo en México a la revolución obrera es un fantasmagórico “frente popular” en torno al PRD. El “frente popular” es un término acuñado por los estalinistas para encubrir la subordinación de los partidos comunistas alrededor del mundo a las burguesías nativas, siguiendo el esquema menchevique de la “revolución por etapas”. El frente popular no es una táctica, sino el mayor de los crímenes, que ha conducido a derrotas sangrientas de la clase obrera. Pero no es sinónimo de toda y cualquier forma de colaboración de clases. Se refiere a la subordinación política de los partidos de masas de la clase obrera a los capitalistas, generalmente con el propósito de administrar el estado burgués. En México nunca ha existido tal partido de la clase obrera, ni siquiera un partido obrero-burgués reformista al estilo del laborismo británico. La clase obrera mexicana, desde su etapa inicial en los años 20, ha estado atada a las alas nacional-populistas de la burguesía, y no ha llegado al entendimiento de la necesidad de su propio partido —es decir, a una conciencia de clase elemental—.
El GI invoca la existencia de un frente popular en torno al PRD para embellecer la conciencia actual de la clase obrera, negando el obstáculo ideológico fundamental del nacionalismo burgués y las ilusiones en la reforma democrática del estado capitalista. El GI es incapaz de lidiar con el hecho de que los obreros ven al PRD burgués como su dirección.
Así, el ascenso del populismo y la polarización social en México han empujado al desorientado GI cada vez más lejos en su abandono del trotskismo. El GI rechaza la lucha por la defensa de derechos democráticos, renunciando así a la revolución permanente. En su más reciente publicación (El Internacionalista/Edición México No. 2, agosto de 2006), este grupo centra una polémica contra nosotros en el hecho de que nos opusimos al desafuero de López Obrador el año pasado. Ellos, en los hechos, apoyaron los designios de Fox, pues se oponen “al fuero ejecutivo, que exime a los gobernantes capitalistas de ser enjuiciados por sus actos oficiales (a diferencia del fuero parlamentario, que tiene el propósito [¡!] a [sic] proteger a los legisladores de la intimidación gubernamental).” Así, según la lógica del GI, al despojar al populista López Obrador del fuero, ¡el neocristero Fox estaba llevando a cabo una medida realmente democrática!
Nosotros no tomamos posición sobre tales preceptos de la legislación burguesa en abstracto, sino con base en los intereses de la clase obrera en cada caso concreto. Como explicamos en un volante del 7 de abril de 2005:
“Los comunistas...nos oponemos al desafuero de Andrés Manuel López Obrador, sin darle ningún apoyo político. El intento de Fox y sus cómplices del PRI por impedir que un candidato nacionalista burgués contienda en las elecciones es un golpe contra los derechos democráticos de la población... Al oponernos al desafuero defendemos el derecho de nuestra clase a organizarse y a luchar contra el conjunto de la clase capitalista.”
—“¡Abajo el desafuero de López Obrador! ¡Romper con el PRD y los demás partidos de la patronal! ¡Por la independencia política de la clase obrera!”
Los argumentos del GI respecto al fuero en sí mismo, abstraído de las condiciones reales del ataque foxista, no son más que una absurda excusa para justificar el hecho de que le dieron la espalda a la lucha en defensa de los derechos democráticos de la población. La línea que pretende presentar como “archirradical” (presumiblemente para adaptarse a la política del medio estudiantil zapatista de la UNAM) es en realidad profundamente derechista, y no es coincidencia que las grotescas contorsiones que se ve obligado a hacer para justificarla acaben lavándole la cara a Fox mismo.
Un precedente fundamental para este tipo de ataques derechistas viene precisamente de la Revolución Rusa de 1917. El dirigente del último Gobierno Provisional burgués, el populista Aleksandr Kerensky, trató de fraguar un golpe de estado contra los soviets al lado del archirreaccionario general Kornílov. Ante la impotencia de aquél, en agosto-septiembre Kornílov terminó llevando a cabo su intentona no sólo sin Kerensky, sino de hecho contra él y contra los soviets. Los bolcheviques hicieron un bloque militar con Kerensky contra Kornílov sin aflojar un milímetro su oposición al primero. Lenin argumentó dentro del Partido Bolchevique:
“¿En qué consiste, pues, nuestro cambio de táctica después de la rebelión de Kornílov?
“En que cambiamos la forma de nuestra lucha contra Kerensky. Sin aflojar un ápice nuestra hostilidad hacia él, sin renunciar a la tarea de derrocar a Kerensky, decimos: hay que tener en cuenta la situación actual. No vamos a derrocar a Kerensky ahora. Encararemos de otra manera la tarea de luchar contra él, o más precisamente, señalaremos al pueblo (que lucha contra Kornílov) la debilidad y las vacilaciones de Kerensky. Eso también se hacía antes. Pero ahora pasa a ser lo fundamental; en esto consiste el cambio.”
El GI niega vociferantemente que esta experiencia tenga alguna validez hoy día. En esencia, argumenta que la campaña del desafuero no era más que una rencilla interburguesa en la que la clase obrera no tenía lado y afirmaba hace más de un año de la manera más estúpida: “Cuando la LCI hoy dice defender los derechos democráticos al apoyar la inmunidad legal de López Obrador [¡!], cuando pretende que los imperialistas favorecen a Fox sobre AMLO, están repitiendo la propaganda electoral del PRD y participando en su campaña” (El Internacionalista No. 5, mayo de 2005). Cuesta trabajo pensar que el GI cree sus propias palabras. En su nuevo artículo afirma:
“Pero si la lucha trasciende el ámbito del circo electoral, si el estado capitalista proclama a un ganador por medio de un fraude masivo, imponiendo al candidato de un régimen que sólo puede mantenerse en el poder mediante la represión de mano dura, si en lugar de gigantescas pejemarchas hay protestas masivas en contra de acciones que apunten en la dirección de una dictadura militar policíaca, los revolucionarios proletarios deben convocar a una movilización proletaria en contra de la amenaza bonapartista.”
Para este propósito, el GI lanza también llamados por “comités de defensa obrera” y por la preparación de una “huelga nacional contra el gobierno asesino” en antelación a lo que ven como una inminente “guerra civil”, al tiempo que señala con un dedo acusador a quienes llaman por “defender el voto”. Ciertamente, la profunda polarización actual y la división dentro de la burguesía misma plantean la amenaza de la represión generalizada. Al GI le ha tomado más de un año, con manifestaciones de millones de personas y constantes ataques y amenazas foxistas, reconocer este hecho. El punto es que la lucha en defensa de los derechos democráticos de la población no se contrapone a la defensa de la clase obrera contra una amenaza bonapartista; en realidad, son una y la misma cosa. Los obreros mexicanos no son indiferentes al resultado de la presente disputa entre sus gobernantes. Si López Obrador ganó la elección, los comunistas defendemos su derecho democrático a asumir el cargo. Pero no sumamos nuestras fuerzas al bloque político perredista, sino que defendemos los derechos democráticos por medios proletarios.
En 1916, el bolchevique Iuri Piátakov (P. Kíevski) descartaba la lucha por demandas democráticas como una desviación de la lucha por el socialismo. Lenin le respondió:
“El capitalismo en general y el imperialismo en particular trasforman la democracia en una ilusión, y al mismo tiempo, el capitalismo engendra aspiraciones democráticas en las masas, crea instituciones democráticas, agudiza el antagonismo entre la negación imperialista de la democracia y la aspiración de las masas a la democracia. El capitalismo y el imperialismo pueden ser derrocados solamente por la revolución económica. No pueden ser derrocados por trasformaciones democráticas, aun las más ‘ideales’. Pero un proletariado, no educado en la lucha por la democracia, es incapaz de realizar una revolución económica.”
—“Respuesta a P. Kíevski”
Descartar las aspiraciones democráticas de las masas significa pues rechazar la revolución permanente y, por tanto, la lucha por el socialismo. En realidad, las posturas supuestamente “archirradicales” del GI son un mero artilugio para esconder su adaptación al PRD. En efecto, el GI necesita mucha desvergüenza para hablar de “comités de defensa obrera” que, según ellos, serían la generalización de las luchas de los obreros de Sicartsa y los maestros de Oaxaca: ¡el GI ni siquiera defendió al sindicato minero ante el ataque estatal! Acorde con su adaptación perredista, este grupo sostiene que los sindicatos afiliados al PRI —como el sindicato minero— no son organizaciones obreras, sino “el enemigo de clase” (El Internacionalista/Edición México No. 1, mayo de 2001) —lo cual, por cierto, también atañería al SNTE y su Sección 22 en Oaxaca—. Por extraña coincidencia, según ellos los únicos sindicatos obreros en México son los sindicatos atados al PRD. Así, en sus publicaciones recientes han dedicado páginas y páginas a dos columnas a documentar las traiciones de las burocracias presentes y pasadas del sindicato minero para justificar el vergonzoso hecho de que ni siquiera fueron capaces de defenderlo en medio de una dura lucha de clases.
La política del GI es fundamentalmente impresionista, guiada por lo que es popular en el momento y encubriendo sus posturas derechistas con hueca fraseología “ortodoxa”. En noviembre de 2000, el GI retrataba al populista venezolano Hugo Chávez como un mero títere de la bolsa de Caracas y de los imperialistas y minimizaba los peligros de una intervención imperialista estadounidense, así como los lazos orgánicos de la federación sindical CTV con la burguesa Acción Democrática (AD) y sus contactos históricos con los frentes “laborales” de la CIA en Latinoamérica. En aquel entonces, el GI no describía a la CTV como corporativista, a diferencia de su línea sobre los sindicatos afiliados al PRI en México. Durante más de dos años el GI mantuvo un silencio sepulcral ante los frecuentes “paros” patronales contra el gobierno de Chávez, e incluso ante el intento de golpe “made in USA” de abril de 2002. Finalmente, habiendo olfateado hacia dónde sopla el viento, a partir del otoño pasado el GI se ha apresurado a ubicarse en el flanco izquierdo del club de fans de la Revolución Bolivariana, y ahora embellecen a la UNT —una central sindical establecida bajo la tutela de Chávez— al tiempo que consignan a la CTV al basurero.
El GI nos acusa de que “la lógica de [nuestra] política del año pasado debería llevar al GEM a unirse a la LTS y otras organizaciones en la cauda del movimiento ‘antifraude’.” “La lógica de la política” del GEM está dictada por la perspectiva de la revolución permanente. No se puede decir lo mismo del GI. No es casualidad que este grupo se ha rehusado consistentemente, tanto en 2005 como en 2006, a distribuir su propaganda en las inmensas movilizaciones perredistas, a las que asistieron al menos decenas de miles de obreros y jóvenes. Las pretenciosas afirmaciones del GI de que ellos y sólo ellos han “nadado contra la corriente” ante la polarización social que vive el país son una triste broma. En realidad, son incapaces de combatir las ilusiones de la clase obrera en el populismo, invocando en cambio fantasmagóricos “frentes populares” y descartando a gran parte de los contingentes pesados del proletariado por estar afiliados al partido burgués equivocado.
¡Reforjar la IV Internacional!
El 30 de julio, un pequeño equipo de espartaquistas distribuía su prensa trotskista en el Hemiciclo a Juárez, entre dos millones de férreos partidarios de López Obrador. Cuando éste empezó a hablar (a través de las “megapantallas”), uno de los manifestantes, subido a un poste, gritó a los demás: “¡Cállense, que está hablando el jefe!” Siguió un silencio casi absoluto, interrumpido sólo por los vivas tras su discurso. Esto debería dar una idea de lo que significa en realidad “nadar contra la corriente”, en el curso de la lucha por ganar gente a la perspectiva del marxismo revolucionario. Aquel día distribuimos más de un centenar de ejemplares de Espartaco a los obreros y jóvenes más abiertos a la propaganda marxista.
La sociedad mexicana parece un polvorín a punto de estallar, pero he aquí el problema fundamental: el proletariado está fuertemente atado ideológicamente al PRD burgués. Es necesario intervenir en la lucha de clases y social con el programa del marxismo revolucionario, luchando por romper esas ataduras. Sólo así se podrá construir un partido leninista-trotskista para dirigir a la clase obrera al poder. A la que nos hemos comprometido es una tarea enorme. Romper las cadenas ideológicas que atan a la clase obrera a sus explotadores significará muchos años de trabajo arduo. Pero no hay otro camino.
Trotsky escribió en el documento de fundación de la IV Internacional:
“Mirar la realidad de frente, no ceder a la línea de menor resistencia; llamar al pan pan y al vino vino; decir la verdad a las masas, por amarga que sea; no tener miedo de los obstáculos; ser exacto tanto en las cosas pequeñas como en las grandes; basar el programa propio en la lógica de la lucha de clases; ser audaz cuando llega la hora de la acción: tales son las reglas de la IV Internacional.”
Tales son también las reglas que rigen el programa y el actuar de los espartaquistas. Como sección de la Liga Comunista Internacional (Cuartainternacionalista), luchamos por reforjar la IV Internacional de Trotsky sin otro interés, sin otro objetivo que dirigir al proletariado a la toma del poder estatal mediante la revolución socialista.