Espartaco No. 25 |
Primavera de 2006 |
¡Ni un voto al PRI, PAN y PRD burgueses!
¡Forjar un partido obrero que luche por la revolución socialista!
AMLO y PRD, enemigos de la clase obrera ¡Por la independencia de clase del proletariado!
Ante el amplio descrédito del PRI y el PAN, el PRD burgués se enfila como el más probable ganador en las venideras elecciones presidenciales. En estas elecciones, los marxistas del Grupo Espartaquista de México decimos: ¡ni un voto a los partidos burgueses! Ningún partido o candidato representa los intereses de los trabajadores. El PRD, el PRI y el PAN, así como los diminutos partidos con candidaturas propias, son todos partidos burgueses cuyo fin, independientemente de sus diferencias coyunturales, es la perpetuación del actual sistema de explotación, miseria, injusticia y desigualdad social.
La sociedad capitalista está dividida en dos clases fundamentales con intereses antagónicos: la burguesía y el proletariado. El interés histórico objetivo del proletariado está en la destrucción del sistema capitalista, basado en la propiedad privada y la explotación del trabajo para la extracción de ganancias, mediante la revolución socialista —la única solución a los problemas candentes de todos los explotados y oprimidos—. La premisa fundamental para la consecución de este fin es la independencia política del proletariado: los obreros no deben creer ni por un momento las patrañas de los políticos capitalistas que a menudo, como Andrés Manuel López Obrador, se presentan como amigos de los explotados y oprimidos ni dejarse llevar por el criterio del mal menor y darles cualquier apoyo político. Durante su estancia en México, el bolchevique León Trotsky, codirigente con Lenin de la Revolución de Octubre de 1917, resumió así la posición de los bolcheviques mexicanos ante las elecciones de hace más de seis décadas:
Algunos lectores nos preguntan cuál es la política de nuestra revista en la campaña presidencial. Contestamos: Nuestra revista no toma parte en la lucha de candidaturas. No a consecuencia, es claro, del prejuicio anarquista sobre la no participación en la política... No. Estamos por la participación más activa de los obreros en la política. Pero por la participación independiente. En México, actualmente, no hay ningún partido obrero, ningún sindicato que desarrolle una política clasista independiente y que sea capaz de lanzar una candidatura independiente. En estas condiciones lo único que podemos hacer es limitarnos a la propaganda marxista y a la preparación del futuro partido independiente del proletariado mexicano.
—CLAVE y la Campaña Electoral, Clave No. 6, marzo de 1939
Ésa es hoy también la política de Espartaco.
El descontento social en respuesta a la pauperización masiva que ha acompañado al otrora hegemónico neoliberalismo —esencialmente la apertura irrestricta de la economía a los imperialistas y el recorte brutal al gasto social— ha catapultado al poder a populistas burgueses en diversos países de América Latina, como Hugo Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia. Un proceso similar está ocurriendo en México. Lo que los obreros deben entender es que el neoliberalismo y el populismo son dos formas alternativas de administrar el capitalismo: los populistas son políticos burgueses enemigos de los explotados y oprimidos y actúan también como agentes del imperialismo, ocultos tras una máscara de amigos de los pobres.
Hoy en día, el 51 por ciento de la población vive en la pobreza. No contentos con matar de hambre a la población, ahora quieren también matarla de sed y enfermedad, como ha dejado claro la nueva ofensiva burguesa para privatizar el agua. Esta nueva afrenta, impulsada prominentemente nada menos que por el cerdo capitalista Carlos Slim —el tercer hombre más rico del mundo—, ha encontrado rechazo masivo. A raíz de privatizaciones y despidos masivos, el trabajo no asalariado, eventual y sin prestaciones (como el acceso a la salud) representa hoy la regla en vez de la excepción —según la OIT, más de 24 millones de trabajadores se encuentran fuera de toda protección laboral—. Debido a la transferencia del capital imperialista a países donde el costo de mano de obra es menor, simplemente en el sector manufacturero, el sector industrial más activo del país, se han cerrado cientos de miles de puestos de trabajo en los últimos cinco años. En tanto, la OIT reporta que la mitad de los obreros en México reciben menos de dos salarios mínimos.
Junto con la destrucción de la fuente laboral, el gobierno ha comenzado a desmantelar las magras conquistas sociales que aún existen. La aprobación de las reformas al Régimen de Pensiones y Jubilaciones (RPJ) del IMSS el año pasado (que aumentan la edad mínima y número de años trabajados para jubilarse y obligan a los trabajadores a financiar su propia jubilación aportando un porcentaje creciente de su salario), como parte del paquete de reformas estructurales foxistas centradas en la privatización del sector energético, fue un golpe histórico contra la clase obrera en su conjunto y punta de lanza para mayores ataques. Actualmente trabajadores del sector público intentan detener un paquete de reformas similar en el ISSSTE. ¡Por movilizaciones obreras independientes en contra de las reformas al RPJ del ISSSTE! Los ataques económicos antiobreros han venido combinados con crecientes restricciones a los derechos democráticos y sindicales. Así, el congreso aprobó la draconiana Ley de Seguridad Nacional que legaliza prácticas comunes de la guerra sucia como el espionaje telefónico. Además, esta nueva ley implica que las huelgas en servicios públicos estratégicos (petróleo, electricidad, comunicaciones, etc.) podrían ser consideradas atentados contra la seguridad nacional y justifica su represión.
El campo ha sido devastado por el TLCAN. Absolutamente incapaces de competir con los agribusiness estadounidenses, los minifundistas han emigrado en masa a EE.UU., arriesgando la vida en una búsqueda desesperada de empleo. ¡Sólo entre 2001 y 2005 la tasa de emigrantes a EE.UU. fue de mil 68 personas al día! Pueblos enteros especialmente en el sur y el occidente del país prácticamente carecen de población masculina joven. Esta masiva migración en los últimos años ha permitido un incremento exponencial en las remesas provenientes de EE.UU., que en 2005 ascendieron a más de 20 mil millones de dólares al año y se han convertido en la tercera fuente del ingreso económico nacional (después de la venta del petróleo y el sector maquilador). Estas remesas funcionan como una muy inestable válvula de escape económica que ha ayudado a evitar estallidos sociales particularmente en el campo. Ahora, los imperialistas han lanzado la amenaza racista de construir un muro fronterizo para restringir el flujo de migrantes mexicanos indocumentados. A los hipócritas gobernantes mexicanos —que han presentado sus quejas ante el gobierno estadounidense—, les importa un bledo la suerte de los millones de emigrantes indocumentados, y actúan con similar brutalidad racista hacia los inmigrantes centroamericanos a su paso por México. ¡Abajo el TLC y todos los tratados de rapiña imperialista! ¡Plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes! (Ver declaración conjunta de la SL/U.S. y el GEM en página 28.)
Al mismo tiempo, la población rural continúa emigrando a las ciudades dentro del país. El 23.6 por ciento de la planta laboral en México trabaja por cuenta propia, como profesionistas, vendedores ambulantes, taxistas, cuidacoches y limpiabotas. Al migrar a las ciudades, los antiguos campesinos se integran, con los miles de obreros despedidos, principalmente al enorme ejército del ambulantaje, llevando una vida miserable pero de alguna forma un poco más llevadera que en el desolado campo, viviendo en asentamientos insalubres sin ningún servicio y enfrentando día a día el acoso y la brutalidad de la policía, que cotidianamente lleva a cabo redadas para echarlos y decomisarles sus magras mercancías.
Independientemente de quién gobierne, estos problemas no se pueden resolver en el marco del sistema capitalista. Los capitalistas —los dueños de los medios de producción— no buscan sino la extracción de ganancias, y por ello su interés fundamental consiste en mantener la explotación capitalista. En cambio, la clase obrera —concentrada en fábricas y ciudades, dueña únicamente de su fuerza de trabajo y creadora colectiva de los bienes y servicios que la sociedad en su conjunto consume y de las ganancias de los burgueses, lo cual le otorga un enorme poder social— no tiene ningún interés en perpetuar el sistema de explotación capitalista. El proletariado es la única clase con el interés histórico y el poder social para levantarse a la cabeza de todos los explotados y oprimidos en la lucha por derribar este sistema de explotación, emancipándose a sí misma y a su vez al resto de los oprimidos. Sólo un régimen obrero basado en la propiedad colectiva de los medios de producción y la planificación económica para satisfacer las necesidades de la población podría garantizar empleo y vivienda dignos para todos y daría los primeros pasos para modernizar el campo.
PRD, PRI, PAN: Partidos de la patronal
No existe pues ninguna diferencia de clase, entre el PRD, el PRI y el PAN. Sus diferencias estriban en el grado en que buscan apoyarse en la clase obrera y sectores oprimidos para someter a estos mismos más eficazmente y llevar a cabo un programa antagónico a los intereses del proletariado. El PAN es el partido histórico de la reacción católica en México que representa los intereses de la derecha burguesa neocristera, continuadora del neoliberalismo, lacaya abierta del imperialismo y la cara más evidente de la reacción social, clerical y antiobrera. Por su parte, el decadente y fraccionado priismo trata infructuosamente de renovar su vieja imagen populista de los años 70 mediante vacuas críticas al neoliberalismo en abstracto; sin embargo, su candidato Roberto Madrazo es un personaje tan abyecto y gangsteril que su candidatura sigue mostrándose insostenible sobre una pila de más de 70 años de masacres obreras, campesinas y estudiantiles, corrupción, guerra sucia estatal y brutalidad policiaca.
Tras dos décadas de privatizaciones, despidos masivos, reformas propatronales, ataques rompesindicatos y rapiña imperialista en el contexto de la miseria generalizada, la sociedad mexicana es altamente volátil. El potencialmente explosivo hartazgo generalizado entre los obreros y la población pobre con las políticas económicas derechistas de los regímenes anteriores ha sido eficazmente canalizado, por el momento, hacia el apoyo al PRD y a AMLO en particular, como quedó claro con las enormes manifestaciones contra el proceso de desafuero de AMLO el año pasado, especialmente la marcha del 24 de abril, que movilizó a 1.2 millones de personas —la manifestación más grande en la historia del país—. El PRD —que no es más que un nuevo PRI, enarbolando la vieja política populista de este partido— sólo busca renegociar los términos de la subordinación de la economía mexicana a los imperialistas, para lo cual requiere el apoyo de la clase obrera. Este partido es un enemigo de la clase obrera. Como ha hecho ya en el D.F., en caso de ganar la presidencia administrará al nivel nacional la brutal explotación capitalista y no dudará un segundo en desatar la fuerza represiva del estado contra quienes hoy lo apoyan. Durante sus mandatos en la Ciudad de México, el PRD y AMLO personalmente han estado a la cabeza de una ofensiva antisindical, especialmente contra los sindicatos del metro y el SUTGDF. Durante la huelga estudiantil del CGH en 1999-2000, la policía del gobierno perredista actuó en coordinación con la PFP del gobierno federal para amedrentar, reprimir y finalmente romper la combativa huelga de la UNAM. Más recientemente, el 16 de marzo la policía capitalina reprimió brutalmente a quienes protestaban contra la inhumana propuesta de privatización del agua, arrestando a 26 manifestantes, quienes fueron liberados al siguiente día, ¡después de que el Ministerio Público reconociera que no tenía ninguna prueba contra ellos!
AMLO impulsa la reaccionaria ideología del nacionalismo burgués, sustentada en la falacia de que la patria está por encima de cualquier división de clases en la sociedad, y utilizando una retórica vacía supuestamente en contra de las trasnacionales, sobre la soberanía nacional, etc. Con el objetivo de borrar toda distinción de clases, la ideología nacionalista manipula la realidad del yugo imperialista sobre los países semicoloniales y la justa aspiración de las masas por la emancipación nacional. Así, el nacionalismo burgués sirve como el principal cemento ideológico para mantener al proletariado atado a la burguesía. El imperialismo —la etapa superior del capitalismo— es un sistema de dominación y explotación mundial. La economía mexicana entera está subordinada a los imperialistas, y ninguna ala de la burguesía nacional es capaz de romper con ellos. La única forma de romper este yugo es destruyendo el capitalismo y luchando por la extensión internacional de la revolución. Por ello, el mejor aliado potencial del proletariado mexicano es el poderoso proletariado multirracial estadounidense. La consigna histórica del marxismo, ¡proletarios de todos los países, uníos!, no es simplemente una linda idea de hermandad, sino que resume un programa de lucha basado en la comunidad de intereses del proletariado al nivel mundial. ¡Por lucha de clases conjunta en ambos lados del Río Bravo!
Gran parte de la popularidad de AMLO viene de los exiguos programas coyunturales de beneficio social que inició cuando era jefe de gobierno del D.F., como subsidios a ancianos y madres solteras y proyectos de infraestructura urbana, los cuales contrastan con la política de rapiña proempresarial de Fox. López Obrador también se ha pronunciado en contra de la inversión privada extranjera en el sector energético (pero no así en contra de la entrada del capital privado nacional). Estas magras concesiones tienen por objeto mantener a la clase obrera y otros sectores oprimidos bajo el control del PRD burgués. Fox y sus secuaces —quienes consideran una afrenta incluso el raquítico gasto social aplicado por los nacional-populistas del PRD en la Ciudad de México, así como sus vagas promesas de campaña— intentaron torpemente eliminar a su contrincante perredista de las venideras elecciones mediante la patraña del desafuero. Como publicamos en un volante del 7 de abril de 2005:
Los comunistas del Grupo Espartaquista de México nos oponemos al desafuero de Andrés Manuel López Obrador, sin darle ningún apoyo político. El intento de Fox y sus cómplices del PRI por impedir que un candidato nacionalista burgués contienda en las elecciones es un golpe contra los derechos democráticos de la población. Su blanco en última instancia son las masas que en vano ponen sus esperanzas en el PRD como alternativa a la rapacidad del PAN y el PRI. Al oponernos al desafuero defendemos el derecho de nuestra clase [la clase obrera] a organizarse y a luchar contra el conjunto de la clase capitalista.
Muchos argumentan que hay que apoyar al PRD, pues este partido representa el mal menor. Este argumento asume que no existe una respuesta fuera del marco del capitalismo y prepara el terreno para futuras derrotas al depositar su confianza, por muy crítica que sea, en la burguesía: AMLO cuenta con las credenciales necesarias que Fox no tiene para llevar a cabo las reformas estructurales que tanto anhela la burguesía, y una vez en el poder no dudará en desmovilizar y reprimir cualquier oposición a su régimen. No es casualidad entonces que el expriista López Obrador haya escogido para iniciar su campaña (organizada por otro puñado de expriistas, como Manuel Camacho Solís) en enero de 2006 el municipio más pobre del país, Metlatónoc, Guerrero (donde la mitad de la población vive sin luz y sólo un tercio tiene agua), donde aseguró a los órganos del capital financiero internacional que en su gobierno sí habrá economía de mercado orden macroeconómico y disciplina (La Jornada, 20 de enero de 2006). Bajo el capitalismo, la única forma de atender el orden macroeconómico es imponiendo una tasa de explotación aún mayor sobre los trabajadores y condenar a los campesinos a la pobreza extrema. Como marxistas revolucionarios, nuestra tarea es ganar a la clase obrera al entendimiento de sus intereses históricos, rompiendo cualquier ilusión en la burguesía; la lucha por la independencia política de la clase obrera es la clave para su emancipación. ¡Ninguna confianza en el PRD burgués! ¡Forjar un partido leninista-trotskista!
¡Por la revolución obrera!
El enorme poder social de la clase obrera se hizo más que evidente recientemente con los paros escalonados de 40 horas por parte de 270 mil mineros y metalúrgicos en respuesta al ataque estatal contra su sindicato (SNTMMSRM) y a la trágica muerte de 65 mineros sepultados en una mina en Coahuila a causa de una explosión ocasionada por pésimas condiciones de seguridad. Los paros trajeron pérdidas económicas de más de 17 millones de dólares al día a los inmensamente ricos empresarios (ver volante en página 11). Los estudiantes, campesinos y todos los sectores oprimidos de la población deben aliarse tras este inmenso poder social que hace única a la clase obrera. Para desencadenarlo, es necesario luchar por la movilización del proletariado industrial de manera independiente de cualquier sector de la burguesía y en lucha por sus propios intereses de clase.
Basamos nuestro programa en la perspectiva de la revolución permanente, desarrollada por Trotsky y vindicada en la práctica por la experiencia rusa. En los países de desarrollo capitalista atrasado, como México, la burguesía nacional está totalmente atada a sus amos imperialistas y es incapaz de romper con ellos y realizar tareas democráticas básicas como la emancipación nacional. La pequeña burguesía —esa capa heterogénea que incluye a los campesinos, los estudiantes, los ambulantes, los profesionistas, etc.— es incapaz de formular un programa revolucionario propio, sino que sólo puede seguir a una de las clases fundamentales de la sociedad. Los zapatistas dan un ejemplo vivo de esa incapacidad: mientras que critican a los tres partidos burgueses, su política no va más allá del capitalismo, sino que consiste, en esencia, en tratar de empujar al PRD a la izquierda (ver volante en página 12). Defendemos a los zapatistas contra la represión estatal y paramilitar, pero nuestras perspectivas están, de hecho, contrapuestas.
Sólo una clase obrera consciente de su poder social y su tarea histórica como sepulturera del capitalismo y dirigida por un partido de vanguardia, aliada con las capas oprimidas pequeñoburguesas (el campesinado pobre tanto como las paupérrimas masas urbanas) podrá resolver las tareas urgentes del país, como sacudirse el yugo imperialista y modernizar el campo, mediante la revolución socialista. Una revolución obrera en México requeriría invariablemente su extensión a los países avanzados, especialmente a EE.UU., y al resto de Latinoamérica, como parte de una economía socialista mundial. Sólo a través de una economía centralizada y planificada internacionalmente se podría erradicar la pobreza de las regiones más atrasadas y, mediante el intercambio de tecnología y bienes con los países avanzados, sentar las bases para la desaparición de la explotación del hombre por el hombre.
Fue esta perspectiva la que animó a los bolcheviques en la Revolución de Octubre de 1917. Los bolcheviques de Lenin y Trotsky llevaron a cabo una lucha irreconciliable contra todas las alas de la burguesía rusa y de los llamados partidos socialistas serviles al régimen burgués. El partido de Lenin movilizó al campesinado pobre detrás del proletariado industrial urbano en la lucha por la revolución socialista y en defensa del joven estado obrero. Una vez en el poder, el nuevo gobierno de órganos obreros democráticamente electos (soviets) dio los primeros pasos para resolver las cuestiones democráticas que el régimen burgués no habría podido resolver jamás, mediante la implantación de una economía planificada y centralizada basada en la colectivización de los medios de producción. Así, el régimen soviético bajo la dirección de los bolcheviques desconoció la deuda externa, abolió la propiedad privada sobre la tierra y dirigió al campesinado hacia una revolución agraria que destruyera el peonaje y el latifundio feudal; los bolcheviques lucharon por erradicar las bases materiales de la opresión de la mujer, por integrarla al trabajo, la política y la administración del estado obrero y llevaron a cabo valientes campañas de alfabetización en las regiones más remotas y atrasadas de la URSS, al tiempo que prohibían y luchaban activamente contra la discriminación de homosexuales, judíos y otras minorías. La Internacional Comunista, fundada en 1919 como el partido internacional de la clase obrera, instrumento fundamental para la extensión de la revolución socialista a toda Europa y el resto del mundo, fue la vindicación concreta del internacionalismo bolchevique.
La defensa de las conquistas ganadas es clave para la lucha revolucionaria. De manera única en la izquierda, los espartaquistas defendimos a la URSS de manera militar e incondicional contra el imperialismo y la contrarrevolución interna a pesar de su degeneración burocrática estalinista —la usurpación del poder político del proletariado por la burocracia estalinista en 1924—. Al mismo tiempo, luchábamos por una revolución política para echar a esa burocracia y restablecer el poder político del proletariado. Hoy aplicamos la misma política a los estados obreros, nacidos deformados, de China, Cuba, Vietnam y Corea del Norte —está en el interés directo del proletariado mundial defender a los estados obreros que aún quedan—. La destrucción contrarrevolucionaria de la URSS en 1991-92 significó una derrota histórico-mundial para el proletariado. Sin este poderoso contrapeso, hoy los imperialistas se creen en libertad para actuar como los superpolicías mundiales e imponer sus designios a sangre y fuego, arremetiendo también contra los países coloniales y semicoloniales. ¡EE.UU. fuera de Irak y Afganistán ya! ¡Manos fuera de Irán!
El partido leninista de vanguardia: Tribuno del pueblo
El triunfo de la contrarrevolución en la URSS ha tenido también un impacto devastador en la conciencia de la clase obrera al nivel mundial, que no se identifica hoy en ninguna manera significativa con los ideales del marxismo. En cambio, todo tipo de ideologías superadas por la historia, como el anarquismo, han resurgido, empapadas de un anticomunismo virulento. La popularidad del utopismo pequeñoburgués zapatista, el apoyo masivo a los populistas burgueses y el alcance de su ideología nacionalista son también una muestra de esa erosión.
La conciencia de la clase obrera no es homogénea, sino que va desde unos cuantos obreros avanzados hasta las amplias capas más atrasadas, cegadas por el nacionalismo, el machismo, la homofobia, el racismo contra indígenas y negros, el antisemitismo y demás prejuicios sociales profundamente enraizados en la abrumadoramente católica sociedad mexicana. El sindicalismo, que en sí mismo es conciencia burguesa, no reta el modo de producción capitalista, sino que simplemente busca negociar los términos de explotación capitalista, en el mejor de los casos, en luchas aisladas con los patrones. La historia de todos los países ha mostrado que la clase obrera, exclusivamente por su propio esfuerzo y experiencia diaria, no es capaz de desarrollar espontáneamente una conciencia más alta que esta conciencia sindical. La conciencia revolucionaria debe ser traída a la clase obrera desde fuera. Mientras que la clase obrera no sea movilizada por una dirección con una teoría revolucionaria, su conciencia seguirá determinada por la ideología y cultura burguesas, llevándola a ver la sociedad capitalista como imperecedera y no abierta a un cambio fundamental mediante la revolución proletaria. Para esto se necesita un partido obrero de vanguardia que agrupe a los obreros avanzados y la intelectualidad desclasada bajo un programa de lucha de clases revolucionaria e internacionalista. En palabras de Lenin, este partido debe actuar como un tribuno popular:
que sabe reaccionar ante toda manifestación de arbitrariedad y de opresión, donde quiera que se produzca y cualquiera que sea el sector o la clase social a que afecte; que sabe sintetizar todas estas manifestaciones en un cuadro único de la brutalidad policiaca y de la explotación capitalista; que sabe aprovechar el hecho más pequeño para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y cada uno la importancia histórica universal de la lucha emancipadora del proletariado.
—Lenin, ¿Qué hacer? (1902)
La posición de la mujer en cualquier sociedad dada es una medida del desarrollo de ésta. La violencia misógina en las parejas es cosa de todos los días; los horrendos feminicidios de Ciudad Juárez siguen sucediendo impunemente, y patrones similares se han detectado en las principales ciudades del país y tan al sur como Guatemala. El cáncer cérvico uterino, que es relativamente fácil de prevenir mediante asistencia médica básica, es la principal causa de muerte en mujeres mayores de 25 años. Fuera del espartaquismo, las organizaciones que se reclaman marxistas generalmente ignoran este aspecto crucial de la lucha marxista por la emancipación universal. De vez en cuando podrán decir algo al respecto en sus periódicos, pero en los hechos se adaptan a la conciencia machista burguesa que impera en la clase obrera.
Un partido leninista-trotskista en México necesariamente será forjado en lucha continua e implacable contra toda muestra de atraso y en particular contra la opresión de la mujer. En los países de desarrollo capitalista tardío, la opresión de la mujer está profundamente enraizada en la tradición precapitalista y el oscurantismo religioso, y por ello la lucha en su contra es una fuerza motriz para la revolución socialista. La opresión de la mujer no es simplemente cuestión de ideología, sino que es parte integral del capitalismo y, de hecho, se remonta aún más atrás, a los orígenes de la propiedad privada. El reforzamiento de los valores familiares —cuyo blanco principal es la sexualidad de la mujer— tiene por objeto asegurar el paso de la propiedad del hombre a sus hijos a través de la herencia, exigiendo monogamia para las mujeres. La institución social fundamental para la opresión de la mujer es la familia, encargada de criar a la siguiente generación de explotados y adoctrinarla en los valores del capitalismo. Así, la opresión de la mujer sólo podrá ser erradicada cuando se elimine la sociedad dividida en clases.
El gobierno del clerical PAN ha significado no sólo ataques continuos contra los obreros y los pobres en general, sino también contra las mujeres y los homosexuales. Fox ha hecho gala de su atraso misógino (como su reciente comentario imbécil sobre las lavadoras de dos patas), mientras Abascal, secretario de Gobernación, no ha perdido oportunidad de impulsar su asquerosa ideología cristera. El PRD ha tratado de presentarse como amigo de las mujeres, pero al momento de introducir una serie de reformas en el D.F., su postura no va más allá de leyes extremadamente mínimas que limitan el aborto legal a casos de malformación del producto y riesgo para la mujer (además de la violación). Nosotros defendemos contra todo ataque reaccionario los derechos que existen bajo el capitalismo, pero advertimos que estas reformas son extremadamente parciales y reversibles. El acceso al aborto es un derecho elemental para las mujeres. Los espartaquistas luchamos por: ¡aborto libre y gratuito! ¡Salario igual por trabajo igual! ¡Liberación de la mujer mediante la revolución socialista!
Los sindicatos, el estado burgués
y los falsos marxistas
En México, gran parte de los sindicatos son parte orgánica del PRI, un partido burgués, y sus burócratas dirigen típicamente con el puño de acero, a veces asesino, de la represión. Estos sindicatos, agrupando a algunos de los sectores más estratégicos del proletariado (como los petroleros, mineros y metalúrgicos, electricistas de la CFE, muchos obreros automotrices, etc.), tienen un enorme poder social. Los sindicatos mal llamados independientes son, de hecho, más democráticos, y los marxistas ciertamente no somos indiferentes a eso. Sin embargo, sus burócratas, generalmente leales al PRD, atan a los trabajadores a la burguesía principalmente a través de la ideología nacionalista e ilusiones en la reforma democrática del estado capitalista. Los revolucionarios buscamos que la clase obrera sustituya a todas las direcciones burocráticas y nacionalistas con una dirección revolucionaria opuesta a todos los partidos de la burguesía. Nos oponemos a la intervención estatal en los sindicatos, aún los más burocráticos, pues ésta sólo puede tener el propósito de atarlos aún más a los patrones y al estado. ¡Estado burgués, manos fuera de los sindicatos! ¡La clase obrera debe limpiar su propia casa!
Con el pretexto de luchar contra las mafias, no sólo Fox y el PAN han lanzado una ofensiva antiobrera; también López Obrador ha estado luchando aguerridamente por romper sindicatos. En el contexto de la horrenda tragedia de Pasta de Conchos, ocasionada por la criminal sed de ganancias de los patrones, López Obrador, secundando a Fox, se lanzó contra el sindicato minero, calificando a los dirigentes como traficantes de contratos. Hace falta más que simple desvergüenza para que los políticos burgueses —los más grandes mafiosos y ladrones— despotriquen contra los dirigentes sindicales. Las autoridades de las pejeprepas en el D.F. se han asegurado de que los trabajadores carezcan de cualquier representación sindical y prestaciones elementales, como seguro social, al más puro estilo del sindicalismo blanco panista.
En la época imperialista, los sindicatos se vinculan cada vez más estrechamente con el poder estatal, y tienden a funcionar como organizaciones de subordinación y disciplina de la clase obrera, sirviendo como un instrumento secundario del capitalismo. Escribiendo en 1940, poco antes de ser asesinado por un esbirro de Stalin, Trotsky explicó este fenómeno refiriéndose en particular a los países coloniales y semicoloniales:
Como el capitalismo imperialista crea en las colonias y semicolonias un estrato de aristócratas y burócratas obreros, éstos necesitan el apoyo de gobiernos coloniales y semicoloniales, que jueguen el rol de protectores, de patrocinantes y a veces de árbitros. Ésta es la base social más importante del carácter bonapartista y semibonapartista de los gobiernos de las colonias y de los países atrasados en general. Ésta es también la base de la dependencia de los sindicatos reformistas respecto al estado.
En México, los sindicatos se han transformado por ley en instituciones semiestatales, y asumieron, como es lógico, un carácter semitotalitario.
—Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista
Las consecuencias del bonapartismo populista en México han sido evidentes desde el gobierno de Lázaro Cárdenas de los años 30, epítome del populismo en este país. Aprovechando los conflictos interimperialistas en la víspera de la Segunda Guerra Mundial, Cárdenas usó la combatividad de la clase obrera mexicana como contrapeso al imperialismo y a opositores burgueses conacionales para introducir reformas que favorecieran el desarrollo del capitalismo nacional. Mediante reformas tales como la nacionalización de las industrias petrolera y ferrocarrilera y el reparto agrario, logró ganar el apoyo de amplios sectores de la clase obrera y el campesinado, y procedió a atar a la primera al estado mediante la camisa de fuerza del corporativismo. El corporativismo sindical, consolidado con la integración de la CTM al PRM cardenista en 1938, dio una forma orgánica a la colaboración de clases en México que persiste hasta nuestros días, y los falsos revolucionarios de aquellos días, como el estalinizado Partido Comunista Mexicano, que sembraron ilusiones en el burgués Lázaro Cárdenas, comparten responsabilidad por ello.
La lucha por la democracia interna y por la independencia de los sindicatos respecto al estado no puede ser separada de la lucha por una dirección revolucionaria —el forjamiento de un partido de vanguardia—. Como Trotsky mismo afirmó en el escrito citado arriba, En la era de la decadencia imperialista los sindicatos solamente pueden ser independientes en la medida en que sean conscientes de ser, en la práctica, los organismos de la revolución proletaria.
En contraste con nuestra lucha irreconciliable por la independencia política del proletariado, la Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS) llama a la dirección proburguesa, burocrática y nacionalista del SME a levantar una alternativa independiente y clasista, encabezando esta exigencia a la UNT (Estrategia Obrera No. 48, 4 de febrero de 2006). Pero, como hemos visto, estos dirigentes funcionan en realidad como una correa de transmisión de la ideología burguesa a la clase obrera. Depositar confianza en la burocracia perredista sólo puede conducir a la desmovilización y la derrota.
Los recientes paros del sindicato minero representaron una prueba ácida para los grupos que se reclaman revolucionarios. Guiados por la perspectiva marxista explicada arriba, los espartaquistas nos opusimos al ataque estatal contra este sindicato priista y llamamos por: ¡Estado burgués, manos fuera del SNTMMSRM! ¡Abajo los cargos contra Napoleón Gómez Urrutia!. En cambio, la LTS, en un volante supuestamente en solidaridad con los mineros fechado el 29 de febrero, lanzó la consigna ¡Castigo a los empresarios, autoridades federales, estatales, y a la burocracia sindical! ¡Esto es un llamado abierto a que el estado rompa el sindicato minero!
Por su parte, el Grupo Internacionalista (GI), fundado por un puñado de desertores del trotskismo, pinta una diferencia de clase entre los sindicatos leales al PRI y aquéllos que apoyan al PRD. Así, según ellos, los únicos sindicatos en México son aquéllos afiliados a la UNT o los llamados sindicatos independientes como el SME (es decir, aquellos sindicatos alineados políticamente con el PRD burgués). El GI sostiene que El sindicalismo corporativista de la CTM, la CROC y otras federaciones aglutinadas en el CT en realidad sirve de organización laboral patronal. Por ende representa el enemigo de clase (El Internacionalista/Edición México No. 1, mayo de 2001). Ésta es una línea rompesindicatos que nada tiene que ver con el marxismo. En realidad, lo que hace el GI es embellecer a las burocracias properredistas, negándose sistemáticamente a defender a los sindicatos cetemistas contra el ataque estatal burgués, al tiempo que descarta el enorme poder social de los obreros organizados en estos sindicatos —como es el caso, por ejemplo, del sindicato minero-metalúrgico, que organiza a unos 270 mil trabajadores—.
Si para el GI los sindicatos corporativistas representan al enemigo de clase, entonces la combativa huelga de los trabajadores metalúrgicos (también organizados en el SNTMMSRM) de Sicartsa en Lázaro Cárdenas, Michoacán (estallada en el verano de 2005, quienes no sólo lucharon por sus demandas económicas inmediatas, ¡sino incluso por la sindicalización de sus compañeros en Apodaca, Nuevo León!), así como el reciente paro nacional de los trabajadores mineros y metalúrgicos, la contienda laboral más importante del sexenio, ¡no son cualitativamente distintos de un paro empresarial! Siendo consecuentes con su línea, el GI no debería defender ni al sindicato ni a su secretario nacional, Napoleón Gómez Urrutia, depuesto arbitrariamente por el gobierno, sino que debería buscar agudizar estos conflictos supuestamente interburgueses mediante la destrucción del sindicato, tal y como lo quieren hacer Fox y la Secretaría del Trabajo.
En contraste con todos los falsos marxistas los espartaquistas no tenemos otra motivación, otro objetivo que la toma del poder estatal por el proletariado en una revolución obrera. Junto a nuestros camaradas en el resto de la Liga Comunista Internacional (Cuartainternacionalista), luchamos por construir secciones nacionales de un partido obrero internacionalista, para reforjar la IV Internacional de Trotsky como el partido mundial de la revolución socialista.