¡Abajo la rapiña imperialista!

¡Por movilizaciones obreras contra el TLC, el ALCA y las privatizaciones!

¡Ninguna confianza en el PRD burgués!

Reproducido de Espartaco No. 20, primavera-verano de 2003.

El pasado 31 de enero, más de 100 mil manifestantes llenaron el enorme Zócalo de la Ciudad de México para protestar contra la brutalidad del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLC). Esto fue porque el pasado primero de enero entraron en vigor las cláusulas del TLC que abren a la rapiña del "libre comercio" a todos los productos fundamentales de la economía agropecuaria excepto el maíz, el frijol y la leche. Al mismo tiempo, el gobierno de Vicente Fox está en medio de una campaña inhumana por retirar todos los subsidios al campo (hoy, ¡el subsidio gubernamental al campo en México es una décima parte del subsidio en EE.UU.!). Los manifestantes eran en su gran mayoría campesinos, pero también confluyeron miles de obreros organizados en contingentes sindicales, tanto del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) como de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT), y grandes cantidades de estudiantes y ciudadanos individuales que se solidarizaron con las demandas campesinas. Días después, el 5 de febrero 19 manifestantes fueron violentamente golpeados y arrestados por los granaderos por colocar en el Ángel de la Independencia una manta en oposición al ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas). Mientras tanto, la prensa nacional e internacional de todos los colores da cuenta todos los días de la desesperada situación que enfrenta el campo mexicano. El nombre de una de las organizaciones campesinas que ha surgido en los últimos meses deja bien clara la situación: "¡El campo no aguanta más!"

El inicio del TLC el primero de enero de 1994 estuvo marcado por el levantamiento del EZLN en Chiapas, con su denuncia del "libre comercio" como un "acta de defunción de las etnias indígenas en México, que son prescindibles para el gobierno". Siendo un país con aproximadamente cinco millones de campesinos pobres y sin tierra —en gran parte indígenas horriblemente oprimidos—, apenas unas 4 mil personas poseen el 56 por ciento de la tierra cultivable. Sin financiamiento suficiente, con técnicas de producción obsoletas, e incluso ancestrales, incapaces de competir en el mercado capitalista, la mayor parte de los agricultores produce fundamentalmente para el autoconsumo, y el ingreso mensual promedio del campesino es de menos de 500 pesos. En estas condiciones, millones de campesinos son forzados a abandonar su tierra y emigrar a la ciudad, donde enfrentan un destino de mendicidad, ambulantaje y prostitución. Sólo a la Ciudad de México, arriban 600 campesinos cada día.

Durante casi toda la década pasada, las maquiladoras sirvieron como pequeña válvula de escape para la explosividad del campo, atrayendo a la población rural que emigraba a los centros industriales en busca de un ingreso regular —aunque fuera raquítico—. Tan sólo de 1997 a 2001, el número de obreros maquiladores creció de unos 800 mil a un millón 240 mil. Pero incluso antes de la actual recesión económica, la industria podía emplear sólo a una ínfima parte de la población rural que era echada de sus tierras. Ahora se ha cerrado esa válvula, con despidos masivos y cierres de plantas a través del país y en proporciones aún mayores en la franja fronteriza. Tan sólo en 2001, según la Universidad Obrera, hubo en el país 810 mil despidos, de los cuales 310 mil se dieron en las maquiladoras. Estos despidos han afectado sobre todo a la mujer obrera, que constituye la mayoría de la fuerza de trabajo en las maquiladoras.

La firma del TLC se dio como parte de la ofensiva capitalista a escala mundial detonada por la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS en 1991-92, una gigantesca derrota para los trabajadores que dio forma al mundo en el que todavía hoy vivimos. Es un mundo en el que el arrogante imperialismo estadounidense se ve a sí mismo como omnipotente y recorre el planeta misiles en mano confiado en que no va a encontrar ninguna oposición real. En ausencia del poderoso "enemigo común" que los imperialistas de EE.UU., Europa Occidental y Japón veían en la Unión Soviética, las rivalidades económicas entre ellos han pasado a primer plano.

Es como parte de esta competencia furiosa que el imperialismo estadounidense necesita cercar económicamente su "patio trasero" (es decir el México capitalista) para dejar afuera a sus rivales y quedar acreditado como la única potencia imperialista que puede saquear este territorio a voluntad. Para un país atrasado como México, la apertura comercial frente a un país imperialista como EE.UU., con su industria agrícola altamente avanzada y productiva, sólo puede significar una condena a muerte por hambre de miles de campesinos y una profundización aún mayor de la subyugación política y la rapiña económica. Así mismo, la "libre competencia" con EE.UU. exige al capitalismo mexicano un recrudecimiento en su campaña por la "competitividad", que es el eufemismo que usan los portavoces del capital para referirse a su guerra permanente contra los sindicatos y las conquistas obreras. Y es que son precisamente la mano de obra barata y la brutalidad de las condiciones de trabajo permitidas en el México burgués lo que atrae a los voraces capitalistas de EE.UU., España y otros países en busca de ganancias.

Al mismo tiempo, la burguesía mexicana busca desesperadamente complacer a sus amos imperialistas vendiendo la industria nacionalizada a la iniciativa privada. A excepción de la energía eléctrica y el petróleo, prácticamente toda la industria estatal ha desaparecido —Altos Hornos, Concarril, la Fábrica Nacional de Máquinas-Herramientas, etc.—. Todavía está fresca la experiencia de Ferrocarriles Nacionales, que después de la privatización despidió a cuatro quintas partes de sus trabajadores. Más aún, la espantosa crisis de Argentina, un país donde las industrias clave habían sido privatizadas, muestra claramente a dónde lleva el camino que ordena el FMI —¡más del 60 por ciento de la población vive por debajo del nivel oficial de pobreza!—. Como decía un evocativo cartel publicado por el SME: "si privatizar es la cura, ¿por qué Argentina agoniza?"

Los marxistas defendemos a la industria nacionalizada contra la actual embestida privatizadora, que es un intento por elevar la tasa de explotación de los obreros y las ganancias de los capitalistas, especialmente con el pillaje por los imperialistas a través del TLC. Las nacionalizaciones del petróleo y la industria eléctrica fueron un golpe al imperialismo, y estamos por el derecho de los países coloniales y semicoloniales a explotar sus propios recursos naturales. Como explicó Trotsky en "México y el imperialismo británico" (1938) refiriéndose a la expropiación petrolera: "la expropiación es el único medio efectivo para salvaguardar la independencia nacional y las condiciones elementales de la democracia". A fin de cuentas, la única forma de obtener la emancipación frente al imperialismo consiste en la expropiación de toda la burguesía y la construcción de una economía planificada mediante la revolución socialista.

Como tendencia internacional, los espartaquistas nos hemos opuesto desde el principio al TLC, del mismo modo como hoy nos oponemos a su intensificación y a su extensión al resto de América Latina bajo la forma del ALCA. No basta "renegociar" tal o cual cláusula, ¡hay que echarlo abajo! Cuando el tratado empezó a negociarse entre los gobiernos de Carlos Salinas y Bush padre en 1991, las secciones de México, Estados Unidos y Canadá de la Liga Comunista Internacional (LCI) emitimos una declaración internacionalista de oposición al tratado (ver "Alto al TLC, rapiña a México por el imperialismo EE.UU.", Espartaco No. 2). Tomando como punto de partida el interés indivisible del proletariado mundial, la declaración trinacional explica:

"Lejos de ‘liberar’ el comercio a escala internacional, el tratado tiene como meta el establecimiento de un coto de caza privado para la burguesía imperialista estadounidense, sus socios menores canadienses y sus lacayos en la clase dominante mexicana. Ya desde los tiempos de la Primera Guerra Mundial, Lenin señalaba que los estrechos límites del estado-nación capitalista se habían convertido en una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas, dando origen a una lucha por una nueva repartición del mundo. Los diversos ‘mercados comunes’ de ningún modo superan esto, sino que intensifican las rivalidades interimperialistas. Nosotros los trotskistas, los comunistas, luchamos por la integración económica del mundo sobre bases socialistas. Pero el TLC es un paso reaccionario hacia la guerra comercial mundial (y de ahí a una guerra armada). El pacto comercial con México es la respuesta del imperialismo estadounidense al IV Reich y a Japón, S.A."

Para luchar contra las privatizaciones y el TLC es necesario movilizar el poder social de la clase obrera: ¡Por movilizaciones obreras para detener el TLC y el ALCA!

¡Por la revolución obrera! ¡Por una federación socialista de las Américas!

La historia del capitalismo latinoamericano ha sido una de constantes oscilaciones entre el proteccionismo populista y la retórica nacionalista, por un lado, y la apertura comercial del "libre mercado" por el otro. Alternativamente, la burguesía de estos países recurre al populismo, temerosa del descontento de las masas, y protege su industria con barreras arancelarias y subsidios. Entonces, bajo la presión política del imperialismo y por su propia ineficacia interna, este modelo fracasa y la burguesía recurre nuevamente al liberalismo del "libre mercado", entregando la economía a los imperialistas, que en pocos años fracasa también al destruir al mercado interno y condenar a las masas a un empobrecimiento aún mayor, y el ciclo vuelve a comenzar. El ascenso de gobernantes burgueses con retórica populista como Chávez en Venezuela y el socialdemócrata Lula en Brasil apunta hacia esto último. Las únicas constantes en esta inhumana rueda de la fortuna son la subyugación frente al imperialismo y la miseria humana de millones de campesinos y trabajadores.

México es un país capitalista atrasado, política y económicamente dependiente de los imperialistas estadounidenses. Ha habido a lo largo de las últimas décadas una inversión masiva de capital imperialista. Esto se ha traducido en un desarrollo desigual y combinado; las condiciones de subyugación ancestrales del campo coexisten con una infraestructura industrial moderna y correspondientemente, con un proletariado urbano joven, poderoso y dinámico. La mayor parte de esas industrias modernas que se han levantado en suelo mexicano no le pertenecen a una burguesía nacional desarrollada correspondientemente, sino al imperialismo extranjero (estadounidense en su mayor parte). Por eso, la burguesía nacional de países como México tiene el control del poder estatal, pero es socialmente débil y está condenada a vivir dependiendo de sus patrones imperialistas, enfrentando al mismo tiempo a un proletariado moderno y poderoso y a una masa de campesinos descontentos en su propio territorio.

A diferencia del viejo campesinado, la clase obrera moderna se encuentra en una relación directa con los medios de producción (y generación de ganancia) más dinámicos y productivos de la sociedad: tiene, pues, el poder social necesario para emprender victoriosamente la lucha por la emancipación de todos los explotados y oprimidos. Así, es este proletariado industrial moderno, resultado de la inversión y de la sed de ganancias del capitalismo, el que puede convertirse en su sepulturero. En última instancia, la burguesía nacional teme mucho más a la movilización de "sus propias" masas, que a sus amos estadounidenses.

Pero si la subordinación de los panistas a los dictados de Estados Unidos es franca y bien conocida, existen otras fuerzas capitalistas de ideología nacionalista que se presentan como una alternativa a esta subyugación descarada y proponen en cambio una subyugación más "digna". Este es el caso del PRD, fundado por viejos dirigentes priístas como Cuauhtémoc Cárdenas en oposición al giro "neoliberal" del PRI en la década de 1980.

Hoy, los funcionarios perredistas conceden medidas mínimas de bienestar social en las entidades que gobiernan (como los subsidios a los adultos mayores de López Obrador en el DF), que en contraste con las medidas descaradamente antipopulares de los panistas (como el incremento del IVA), los hacen parecer amigos de las masas. Este partido nacionalista ha sido desde su origen un polo de atracción para toda la "izquierda" reformista, que sueña con una solución nacionalista burguesa a las reivindicaciones democráticas más candentes. Pero el PRD no es más que un partido burgués comprometido a la perpetuación de la dominación capitalista. Por eso mismo tampoco puede poner en duda la subordinación de México al imperialismo estadounidense.

Esto se ha reflejado explícitamente en la posición del PRD respecto al TLCAN, al que este partido no se opone, limitándose a pedir que su capítulo agrario se renegocie en términos menos desfavorables. Cuando el tratado se firmó en 1991, Cuauhtémoc Cárdenas habló de un fantasioso "tratado alternativo" de libre comercio con el imperialismo que incluyera un "estatuto social" y "normas comunes sobre derechos laborales, sociales y medioambientales" (Canadian Tribune, 21 de enero de 1991). Cárdenas ofrece sus políticas populistas burguesas como una forma más factible de crear una "convergencia de intereses nacionales" con los imperialistas yanquis, ya que "únicamente un gobierno mexicano con...credenciales nacionalistas impecables" puede hacer que la clase obrera acepte "compartir" las consecuencias (Foreign Policy, primavera de 1990). Esta política no es el resultado de una traición encubierta ni de la corrupción de tal o cual dirigente, sino que es la consecuencia lógica e ineludible de su carácter de clase. Pese a que ocasionalmente el PRD utiliza la movilización popular para situarse mejor en su competencia con sus rivales burgueses, este partido ha mostrado sobradamente que está perfectamente dispuesto a reprimir todo intento de los oprimidos de rebelarse contra las injusticias inherentes al capitalismo. Así, el gobierno perredista de la Ciudad de México reprimió sistemáticamente las manifestaciones de la huelga estudiantil de 1999-2000 en defensa de la educación gratuita, trató repetidamente de descarrilarla por medios políticos, y finalmente apoyó el reaccionario "referéndum" que las autoridades universitarias usaron para "justificar" la brutal represión del 6 de febrero, además de mandar a sus propios granaderos en apoyo a la Policía Federal Preventiva para romper la huelga. Fue este gobierno quien ordenó el sangriento desalojo de los residentes de Xochimilco el otoño pasado. Hoy, el gobierno del DF ha llegado al extremo de solicitar la asesoría del cerdo racista Rudolph Giuliani, que como alcalde de Nueva York se hizo famoso por sus medidas policiacas de estado de sitio, incluyendo el famoso caso de Amadou Diallo, un inmigrante africano inocente y desarmado, que murió acribillado con 41 tiros a manos de la policía de Giuliani —¡esto es lo que significa su famosa "tolerancia cero"!—.

Pero si bien a fuerza de macanazos muchos jóvenes activistas han ido perdiendo sus ilusiones en que el PRD burgués pueda actuar directamente como un defensor genuino de los intereses de los oprimidos, en ausencia de un movimiento obrero combativo y prominente, muchos siguen viendo con esperanza a las organizaciones campesinas como el EZLN o los ejidatarios de Atenco para que actúen como un centro del movimiento de resistencia popular. Para ellos, el proletariado no es más que otro sector oprimido, o en todo caso un aliado potencialmente útil. La ausencia de un movimiento obrero combativo que atraiga a los miles de jóvenes que hoy buscan la dirección de los zapatistas subraya el papel reaccionario de las actuales direcciones procapitalistas del movimiento sindical.

En realidad, el campesinado por sí solo no tiene ni el poder social ni el interés objetivo para convertirse en la vanguardia de la emancipación general. Por eso está destinado a seguir políticamente a una de las dos clases fundamentales de la sociedad urbana moderna: el proletariado o la burguesía. En el contexto de una lucha frontal entre la clase obrera y la burguesía, los campesinos pobres pueden ser un aliado importante del proletariado, pero como lo mostró la experiencia de la revolución mexicana de 1910, en ausencia de un proletariado movilizado independientemente, el movimiento campesino está condenado a regresar a la órbita de la política burguesa (ver "Un análisis marxista de la Revolución Mexicana de 1910", Espartaco No. 12). Un ejemplo contemporáneo de esto es la guerrilla del EZLN que a lo largo de su historia, en cada disyuntiva política de relevancia nacional (como las elecciones), ha seguido sistemáticamente la dirección política del PRD. A pesar de sus recientes y justificadas denuncias al PRD por haber votado a favor de la infame "ley [anti]indígena" en el Senado, la estrategia fundamental del EZLN es presionar al gobierno burgués en turno. El EZLN no cuestiona al capitalismo —la raíz de la miseria en la ciudad y en el campo— sino que plantea reformarlo mediante la presión de las masas. Los comunistas llamamos a defender al EZLN y las demás guerrillas izquierdistas del terror estatal burgués, pero también combatimos toda ilusión en que puedan constituir una dirección independiente del movimiento social contra la burguesía.

Una de las bases fundamentales de la economía agrícola de autoconsumo es el ejido. En su cruzada por abrir completamente el campo mexicano a la rapiña imperialista, el gobierno de Salinas aprobó en 1991 la reforma al artículo 27 constitucional que permite a los terratenientes privados comprar, arrendar o enajenar la propiedad ejidal, supuestamente para hacer la tierra más competitiva. Pero la mayor parte de las tierras ejidales son infértiles: laderas rocosas o valles semidesérticos como las "Tierras flacas" descritas en la famosa novela de Agustín Yáñez. La pérdida de estos ejidos priva a sus propietarios de su delgada base de subsistencia, y los condena a una vida de extrema miseria en las ciudades, ya que el dinero que podrían obtener a cambio de sus ejidos apenas alcanza para mantener a una familia por uno o dos meses.

Los comunistas nos oponemos al despojo forzoso de tierras de los campesinos pobres y nos solidarizamos con sus luchas contra los terratenientes y el gobierno, como hicimos cuando el gobierno de Fox pretendía expropiar las tierras ejidales de San Salvador Atenco para construir un aeropuerto. Sin embargo, entendemos que la conservación de las actuales condiciones de la propiedad ejidal no es ninguna panacea. Como escribimos en un volante de julio pasado:

"A diferencia de muchos intelectuales pequeñoburgueses y seudoizquierdistas, nosotros no romantizamos las actuales condiciones de pobreza, aislamiento y atraso del campo mexicano. Queremos que los avances de la tecnología —como educación, tractores, irrigación, comunicaciones, etc.— estén al alcance de la población rural elevando su nivel de comodidad, productividad y cultura. Es imposible llevar esto a cabo dentro del marco del capitalismo: un sistema basado en la producción de ganancias para un puñado de patrones y la miseria de la inmensa mayoría."

—reimpreso en "Atenco: campesinos detienen la expropiación de Fox", Espartaco No. 19, otoño de 2002.

El desarrollo social, económico y cultural de México puede ser alcanzado sólo mediante una revolución socialista que coloque al proletariado en el poder, dirigiendo a las masas campesinas e indígenas y a todos los oprimidos, y establezca una economía socialista planificada. Desde su incepción, un estado obrero victorioso en un país atrasado —que además comparte una frontera con EE.UU.— tendría que luchar para promover la revolución proletaria dentro del monstruo imperialista estadounidense y a escala internacional. Y una revolución socialista en México tendría en verdad un efecto electrizante en los obreros de EE.UU.

Los obreros de origen mexicano conforman una parte importante del proletariado estadounidense, especialmente en California, Texas y algunas ciudades del norte y el este. Los obreros inmigrantes, muchos de los cuales tienen fuertes lazos familiares en México y otros países, han traído con ellos la experiencia de amargas luchas de clases en sus países. Para liberar este potencial de lucha revolucionaria se requiere un partido revolucionario internacionalista capaz de romper el control de la burocracia racista y proimperialista de la AFL-CIO sobre la clase obrera estadounidense. Esta perspectiva subraya la naturaleza crucial de la lucha en EE.UU. por los plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes —parte integral del trabajo cotidiano de nuestros camaradas estadounidenses—.

En México viven más de seis millones de indígenas. Sólo un gobierno obrero y campesino garantizaría a estas masas desposeídas derechos fundamentales como el de gobernar sus tierras y recursos, introduciendo la educación bilingüe a sus comunidades y sentando las bases para la integración plena a la sociedad de los indígenas que lo deseen sobre la base de la más completa igualdad.

La vinculación inseparable de las amplias reivindicaciones democráticas no resueltas con la lucha internacional y socialista del proletariado está en el centro de la teoría de la revolución permanente, formulada por el revolucionario ruso León Trotsky, que fue confirmada en la práctica por la Revolución Bolchevique de Octubre de 1917. En esta fecha la clase obrera rusa tomó en sus manos las tareas de la revolución democrática que el régimen burgués no había podido resolver: desconoció la deuda externa contraída por el zar y la burguesía, concedió la igualdad plena a las mujeres y dictó leyes prohibiendo todo tipo de discriminación contra homosexuales y minorías étnicas. También abolió la propiedad privada sobre la tierra y llamó al campesino pobre a emprender una revolución agraria que destruyera el latifundio y los restos del peonaje feudal. Pero para hacer esto realidad fue necesario expropiar toda la propiedad de la burguesía, establecer una economía colectivizada y planificada, así como el monopolio estatal del comercio exterior. Estas medidas sentaron las primeras bases para la reorganización socialista de la sociedad.

El programa agrario del estado obrero mexicano debe culminar en una colectivización voluntaria de la tierra que convierta gradualmente la pequeña propiedad en granjas colectivas altamente industrializadas. Esto convertirá a los campesinos en proletarios rurales sobre una base de productividad y abundancia imposible bajo el capitalismo, y de este modo superará la brecha que existe hoy entre la vida en el campo y la vida en la ciudad.

Para los marxistas, el imperialismo no es sólo una política inmoral que los gobernantes estadounidenses como Bush deciden emprender simplemente porque son muy malos (aunque lo sean). El imperialismo es una categoría histórica concreta que describe una fase inevitable en el desarrollo del capitalismo. En palabras de Lenin, el imperialismo es el "capitalismo parasitario o en estado de descomposición". Lenin explicó que "El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en la cual ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero [la fusión del capital industrial con el bancario], ha adquirido una importancia de primer orden la exportación de capital, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de todo el territorio del mismo entre los países capitalistas más importantes" (El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916). Habiendo alcanzado un cierto grado de desarrollo en los países capitalistas más industrializados, el capital financiero requiere la militarización y la subyugación nacional de los países capitalistas más atrasados. La llamada "globalización" no es en realidad nada más que un incremento cuantitativo en la exportación de capital, y en el caso de México, el TLCAN y las privatizaciones son formas de barrer las últimas restricciones a esta exportación.

Por eso el sistema imperialista de guerra y subyugación no puede ser cambiado simplemente mediante un cambio en la élite gobernante, ni mediante la mera presión de las masas: existirá mientras exista el capitalismo.

Como decía uno de los documentos de fundación de la IV Internacional de Trotsky:

"La política del ‘buen vecino’ no es sino un intento por unificar al Hemisferio Occidental bajo la hegemonía de Washington, como un sólido bloque manejado por éste en su campaña por cerrar la puerta a todas las potencias imperialistas extranjeras menos a ella misma. Esta política se complementa materialmente con los tratados comerciales que Estados Unidos busca concluir con los países latinoamericanos con la esperanza de desplazar sistemáticamente a sus rivales del mercado....

"La lucha contra el imperialismo norteamericano es, por tanto, a la vez una lucha contra la guerra imperialista venidera y por la liberación de los pueblos coloniales y semicoloniales oprimidos. Por ende, es inseparable de la lucha de clases del proletariado de EE.UU., contra la burguesía dominante y no puede librarse separada de ésta....

"Sólo la unión de los pueblos latinoamericanos, luchando por la meta de una América socialista unificada y aliada en la lucha al proletariado revolucionario de Estados Unidos, representaría una fuerza lo suficientemente potente como para confrontar con éxito al imperialismo norteamericano."

—"Tesis sobre el papel del imperialismo norteamericano" (1938)

La lucha política por forjar una vanguardia obrera leninista

Para lograr este programa no basta proclamarlo, es necesario identificar los obstáculos que se le oponen y declararles una guerra política sin cuartel para poner al programa revolucionario en la dirección del movimiento proletario. Actualmente una porción significativa del proletariado mexicano se encuentra organizada en sindicatos que tienen el poder para paralizar virtualmente todo el proceso productivo y de poner a la burguesía de rodillas. El problema es que las direcciones actuales de estos sindicatos sirven como verdaderas correas de transmisión de la ideología burguesa y obstaculizan conscientemente todo desarrollo de conciencia revolucionaria clasista. Por décadas, la burguesía mexicana se ha valido de la estructura corporativista para mantener a los poderosos sindicatos obreros atados a la política burguesa, y en particular al PRI. Hoy las mayores centrales sindicales como la CTM, la CROM, etc., siguen afiliadas al decrépito PRI, con direcciones procapitalistas charras acostumbradas a mantenerse a la cabeza de los sindicatos por medio de la violencia gansteril contra sus afiliados, la corrupción, y la tutela del estado burgués.

Pero existen también sindicatos llamados "independientes", como los afiliados a la UNT o el SME, que lograron sacudirse las cadenas corporativistas, pero sólo para caer en manos de direcciones que tampoco cuestionan la hegemonía burguesa. Estas direcciones, generalmente compuestas de líderes perredistas, recurren sobre todo a medios ideológicos para mantener sus posiciones al frente de los sindicatos, y pueden darse el lujo de una relativa democracia sindical. Pero en último análisis su función es la misma: descarrilar el poder de la lucha obrera hacia los canales del apoyo a uno u otro partido de la burguesía.

Los comunistas luchamos por fortalecer la organización obrera y por la sindicalización de todos los trabajadores, y estamos por la defensa de los sindicatos existentes frente a todo ataque del estado burgués. Alcanzar y defender la independencia política del movimiento obrero frente al estado y los partidos de la patronal es nuestro principio guía en la lucha por remplazar a sus actuales direcciones proburguesas con direcciones internacionalistas y revolucionarias, tanto en los sindicatos corporativistas como en los "independientes". Los espartaquistas hemos sido únicos en nuestra oposición principista a que el estado burgués persiga a dirigentes sindicales (como en el caso del sindicato petrolero en el llamado "Pemexgate"), aun cuando no simpaticemos en absoluto con su política. Y es que limpiar los sindicatos es un asunto exclusivo de los obreros (ver "Estado burgués: ¡Manos fuera del STPRM!" en Espartaco No. 18). ¡Estado burgués manos fuera de los sindicatos! ¡La CTM es de los obreros—romper con el PRI! ¡Ninguna confianza en el PRD y sus paleros sindicales!

El cemento ideológico que los falsos líderes sindicales usan para mantener a los obreros fieles a los dictados de sus explotadores es el nacionalismo, el principal obstáculo al desarrollo de una conciencia revolucionaria entre los obreros. Según esta falsa conciencia, el interés nacional que supuestamente une a todos los mexicanos en contra del conjunto de los no mexicanos debe prevalecer por encima de todo conflicto interno. En realidad, esta ideología burguesa está dirigida a subordinar políticamente a los explotados a sus brutales explotadores locales, y a separarlos de sus verdaderos aliados: los obreros del resto del mundo. Como explicó el líder bolchevique V.I. Lenin:

"El marxismo no puede reconciliarse con el nacionalismo, por muy ‘justo’, ‘limpiecito’, sutil y civilizado que éste sea. En lugar de todo nacionalismo el marxismo propugna el internacionalismo, la fusión de todas las naciones en esa unidad superior que se va desarrollando ante nuestros ojos con cada kilómetro de vía férrea, con cada trust internacional y con cada sindicato obrero...."

—"Notas críticas sobre la cuestión nacional" (1913)

¡Por una dirección clasista en los sindicatos!

Muchos ven en direcciones sindicales como la del SME una oposición consecuente a la burguesía. Pero la dirección del SME es una burocracia con un programa procapitalista. Su estrategia contra la privatización busca presionar a los partidos burgueses y mantener a las bases desmovilizadas. Así, en septiembre pasado Ramón Pacheco y José Almazán del SME se reunieron con Madrazo, presidente del PRI, para invitar a este putrefacto partido burgués a conmemorar con ellos la nacionalización de la industria eléctrica. Pacheco aprovechó la reunión para "reconocer" la participación de los senadores del PRI en el rechazo a los proyectos privatizadores de Fox. ¡Pero Fox sólo está siguiendo el curso privatizador trazado por sus predecesores priístas de la Madrid, Salinas y Zedillo!

Como escribimos en un suplemento de Espartaco en medio de la combativa huelga estudiantil de la UNAM en 1999:

"Toda la campaña del SME en contra de la privatización ha estado basada en el nacionalismo burgués y conscientemente trazada por parte de la dirigencia del sindicato para evitar la movilización clasista. Así, el SME emplazó a huelga hace varios meses, demandando un aumento salarial. Sin embargo, la burocracia aceptó las migajas ofrecidas por la compañía y retiró el emplazamiento, según la misma Lux [revista del SME] informa, para ‘no encimar este conflicto con las acciones seguidas por el sindicato contra la privatización’, ¡como si el nivel de vida de los trabajadores y la embestida privatizadora no tuvieran nada que ver!...[los burócratas] quieren aparecer como ‘radicales’ y ‘combativos’ para tener un mayor poder de presión sobre la burguesía y así conservar sus privilegios, mientras mantienen a la clase obrera atada. Ésa es la razón por la que los electricistas no están en huelga."

En un discurso pronunciado el 21 de agosto pasado en un mitin ante la cámara de senadores, en medio de cursis odas nacionalistas, Rosendo Flores, secretario general del SME, dijo:

"Cómo puede alguien decir que esta Iniciativa [foxista privatizadora] sí mantiene la rectoría del Estado y se salvaguarda la Soberanía del País, cuando se sepulta la esencia de la nacionalización que en 1960 llevó al presidente López Mateos; sí, al Señor Presidente Adolfo López Mateos, a romper las presiones y los chantajes de los dueños extranjeros de la Industria Eléctrica de entonces."

El "Señor Presidente" López Mateos, objeto de la cursilería de Flores, fue autor del aplastamiento de la gran huelga ferrocarrilera de 1958-59. López Mateos envió al ejército a reprimir a los combativos huelguistas a sangre y fuego, incluso sitiando los barrios obreros, en la que fue una de las principales derrotas históricas infligidas al proletariado mexicano. A raíz de la ruptura de la huelga, el "Señor Presidente" despidió a más de diez mil ferrocarrileros y metió a la cárcel a sus dirigentes, entre ellos a Demetrio Vallejo y Valentín Campa. La libertad de los ferrocarrileros presos fue una de las demandas del movimiento estudiantil del 68. El vengativo gobierno mantuvo en la cárcel a algunos, como Campa, ¡hasta 1970!

Habiendo acusado a los ferrocarrileros huelguistas de "antipatriotas", López Mateos solicitó la ayuda de la CIA, que envió a un tal Dean Stephanski para trazar la estrategia. ¡El gobierno acusó a dos diplomáticos soviéticos de dirigir la huelga! El comentarista estadounidense Dean Pearson escribió en octubre de 1959:

"‘En esta ocasión —se refiere a la huelga ferrocarrilera— el exsecretario del Trabajo y amigo de los obreros [López Mateos], metió a la cárcel a los agitadores y los acusó de "promover la disolución social" delito tipificado en los códigos mexicanos. Simultáneamente ordenó la expulsión de los agregados de la embajada soviética, por considerarlos incitadores de la agitación obrera. Desde entonces —continúa Pearson— el ["Señor"] presidente López Mateos ha fortalecido notablemente la moneda mexicana’ (con la ayuda del Tesoro de los E.U. y el Fondo Monetario Internacional)."

—Citado en Valentín Campa, Mi testimonio

Como diría Fidel Velázquez, ¡Gracias Señor Presidente!

Para desatar el poder de la clase obrera lo que se requiere es barrer con las actuales direcciones procapitalistas como la del SME, que siembran ilusiones suicidas en la burguesía y su gobierno, remplazándolas con direcciones revolucionarias. Para eso es necesario una lucha política tajante para ganar a las bases al programa del marxismo revolucionario. Como escribió Trotsky en su artículo inconcluso "Los sindicatos en la época de la decadencia imperialista": "Los sindicatos de nuestro tiempo pueden servir como herramientas secundarias del capitalismo imperialista para la subordinación y adoctrinamiento de los obreros y para frenar la revolución, o bien convertirse, por el contrario, en las herramientas del movimiento revolucionario del proletariado. En la era de la decadencia imperialista los sindicatos sólo pueden ser independientes en la medida en que sean conscientes de ser, en la práctica, los organismos de la revolución proletaria."

Los falsos revolucionarios

Entre los impulsores abiertos de la colaboración de clases, que conforman la derecha del movimiento obrero, y los revolucionarios que conformamos la izquierda, existe una tendencia intermedia que habla como los revolucionarios pero en cada disyuntiva decisiva actúa como los colaboracionistas. Esta tendencia es lo que llamamos centrismo. Capaz de ganar jóvenes, obreros y otros que honestamente desean luchar por la revolución socialista y desviarlos hacia la política reformista, el centrismo es particularmente peligroso y por eso es particularmente necesario denunciarlo. La Liga de Trabajadores por el Socialismo-ContraCorriente (LTS-CC) y el Grupo Internacionalista (GI) son, cada uno a su manera, ejemplos insuperables del centrismo en México.

La LTS dice ser trotskista, pero la motivación que se encuentra detrás de toda su política es una adaptación sistemática a las actuales direcciones nacionalistas del movimiento obrero, que orbitan siempre en torno al PRD burgués. Éste es el caso con la dirección del Sindicato Mexicano de Electricistas. La LTS se lamenta de que la dirección del SME tenga vínculos con el PRD y un programa netamente nacionalista, pero en los hechos busca actuar como consejera de "izquierda" de la burocracia, al tiempo que la ayuda a mantener sus credenciales "combativas" ante la membresía y así contribuye a perpetuar su posición.

En realidad, la LTS va a la cola de la política nacionalista de colaboración con la burguesía que impulsa la burocracia y le sirve como cobertura de "izquierda". Así, lanza un hipócrita llamado: "los sindicatos y coordinaciones de los trabajadores existentes (como el Frente Nacional de Resistencia contra la Privatización de la Industria Eléctrica [FNRCPIE] y las corrientes que se reivindican democráticas en los distintos sindicatos) deben encabezar esta lucha sin confiar en ningún político burgués ni en los tramposos mecanismos del régimen" (Estrategia Obrera No. 21, 6 de noviembre de 2001). ¡Pero el FNRCPIE mismo incluye a la Corriente Democrática del PRI, al PRD e incluso a dirigentes del PAN en el DF! (La Jornada, 27 de febrero de 1999).

Jactándose de una ortodoxia trotskista que poco tiene que ver con su práctica política real, un manifiesto de la LTS sentencia correctamente que "la negación del rol [de vanguardia] de la clase obrera es el preámbulo de una política que reniega de la lucha contra las direcciones burguesas y burocráticas, y por el contrario se subordina al PRD y a la burocracia ‘opositora’". De igual modo, el manifiesto critica al reformista POS por su capitulación al zapatismo: "El POS, en tanto, lamentablemente llamó al EZLN a encabezar la lucha por un gobierno obrero y campesino y lo definió como una dirección ‘independiente’ (es decir independiente de la burguesía), justo cuando éste se dirigía a la negociación con el régimen." Esta denuncia se vuelve una broma de mal gusto en los labios de la LTS, que durante la huelga de la UNAM se distinguió entre otras cosas por su llamado a constituir una Coordinadora Nacional contra la Represión que uniera a todas las fuerzas de la izquierda y el movimiento obrero...¡bajo la dirección del EZLN! En un volante típico, publicado en agosto de 1999, la LTS-ContraCorriente escribió:

"Tenemos que fundir nuestras luchas confrontando el ataque del régimen en una Coordinadora Nacional contra la Represión. Es esencial que el EZLN encabece el llamado a conformarla, para organizar la resistencia a nivel nacional. La marcha [de los zapatistas] del 23 en San Cristóbal de las Casas es un ejemplo a seguir."

Como decía Oscar Wilde, "la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud".

En Estrategia Obrera No. 30 (22 de enero de 2003), la LTS polemiza contra un artículo de Sergio Rodríguez Lazcano y critica al EZLN por no querer tomar el poder, y concluye: "El autor [Rodríguez Lazcano] pretende fundamentar una práctica reformista que se niega a luchar por el poder. La lucha de Zapata fue, en cambio, el enfrentamiento directo contra el estado sin confianza en los poderosos y sus representantes." De hecho, los ejércitos campesinos de Zapata y Villa tomaron la Ciudad de México en 1914 sólo para retirarse poco después, incapaces de dar solución a sus propias demandas. Las circunscritas exigencias por más democracia y repartos de tierra en sus pueblos, como el Plan de Ayala, no eran suficientes para dotar a Villa y Zapata de un programa político nacional y conservar el poder estatal en los centros urbanos. Como el EZLN, el de Zapata era un movimiento basado en el campesinado y, correspondientemente, estaba limitado por esa misma ideología.

Aunque en el mismo periódico la LTS dice que "es fundamentalmente la unidad con el proletariado industrial y de los servicios la que puede potenciar la lucha y posibilitar la solución de las demandas del campo", su rechazo de la perspectiva trotskista de la revolución permanente queda claro en su afirmación de que "La mejor forma de garantizar el triunfo es poniendo la dirección en manos de la gran masa de campesinos pobres que ya dio muestras de su potencial revolucionario en 1910." Pero en sus "Tesis fundamentales" de la revolución permanente, Trotsky explicó que "por grande que sea el papel revolucionario de los campesinos, no puede ser nunca autónomo ni, con mayor motivo, dirigente. El campesino sigue al obrero o al burgués." Trotsky desarrolló:

"3. El problema agrario, y con él el problema nacional, asignan a los campesinos...un puesto excepcional en la revolución democrática. Sin la alianza del proletariado con los campesinos, los fines de la revolución democrática no sólo no pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos seriamente. Sin embargo, la alianza de estas dos clases no es factible más que luchando irreconciliablemente contra la influencia de la burguesía liberal-nacional.

"4. Sean las que fueren las primeras etapas episódicas de la revolución en los distintos países, la realización de la alianza revolucionaria del proletariado con las masas campesinas sólo es concebible bajo la dirección política de la vanguardia proletaria organizada en Partido Comunista. Esto significa, a su vez, que la revolución democrática sólo puede triunfar por medio de la dictadura del proletariado, apoyada en la alianza con los campesinos y encaminada en primer término a realizar objetivos de la revolución democrática."

Otro grupo centrista que trata de aparecer como revolucionario es el llamado "Grupo Internacionalista", un puñado de renegados que desertó de nuestra organización en 1996. Pero el contenido de la política de este grupo no podía estar más lejos de la política revolucionaria. En su apetito por adaptarse al medio de la "izquierda" perredista, este grupo incluso ha llegado a la posición rompesindicatos de descartar las luchas de todos los sindicatos que no estén dirigidos por el PRD. Manipulando tramposamente el odio de muchos obreros hacia la muy real podredumbre de las direcciones priístas de los sindicatos corporativistas, el GI ha sostenido con verdadero ahínco que el sindicalismo de la CTM "representa al enemigo de clase" (El internacionalista/Edición México, mayo de 2001), y que en lugar de defenderlo de los ataques del estado, hay que dar contra él una "lucha clasista" (una consigna que el gobierno de Fox está realizando al pie de la letra). Curiosamente, el GI no sostiene esta posición respecto al sindicalismo corporativista de otros países (como Argelia, Argentina e incluso Venezuela, donde la burocracia de la CTV es notoria por su política pro-CIA), ya que en estos países no ha encontrado todavía un PRD con el que quiera quedar bien.

En repetidas polémicas hemos señalado que, especialmente en el contexto de la ofensiva antiobrera del PAN (y también del PRD en la ciudad de México) estas posiciones son objetivamente antisindicales y rompehuelgas, una acusación que todo izquierdista debería tomar muy en serio. ¿Cómo responde el GI a esto? Pues no responde.

Fiel a sí mismo pese a todo, en su último artículo sobre México ("México: el gobierno de Fox sirve de ‘bisagra’ en la guerra contra Irak", noviembre de 2002), el Grupo Internacionalista recurre a los malabares más burdos con tal de no dar una respuesta clara a los interrogantes que les plantea la realidad. El artículo dedica una sección entera a hablar pomposamente de la importancia estratégica del petróleo mexicano, pero notoriamente omite toda mención del hecho de que los dirigentes del sindicato petrolero se encuentran actualmente bajo un ataque judicial por parte del estado burgués (ver "Estado burgués: Manos fuera del STPRM", Espartaco No. 18). El GI llega a hablar idílicamente de que una huelga petrolera "asestaría un fuerte golpe a los planes bélicos de Washington", pero evitan mencionar el hecho de que el sindicato había emplazado a huelga meses antes de que el GI publicara su inocuo artículo, movilizando a decenas de miles de trabajadores en demanda de aumento salarial. En una manifestación en el DF, los obreros corearon: "¡Aumento salarial y autonomía sindical!". El emplazamiento a huelga del sindicato petrolero puso a temblar a la burguesía mexicana y preocupó considerablemente a los imperialistas, que no dudaron en ofrecer su respaldo a los ataques antisindicales de Fox. Consciente del enorme poder social que podía escapar de su control, la burocracia priísta terminó por aceptar un aumento raquítico y desmovilizar a sus bases. Pero el GI simplemente declaró "inexistentes" todos estos hechos porque muestran la estupidez y naturaleza rompesindicatos de su línea.

Ahora parece que el GI está avergonzado de su propia postura (y francamente ¿quién no lo estaría?). De este modo, el último artículo del GI no sólo peca por omisión: busca activamente desorientar a sus lectores sobre el contenido de su propia política. Y es que como los vampiros, los centristas aborrecen la claridad. Hablando de los trabajadores portuarios mexicanos y de la necesidad de que realicen actos de solidaridad obrera internacional, el GI afirma:

"Pero para llevarlos a cabo [los actos de solidaridad obrera] es imprescindible una lucha por forjar una dirigencia sindical clasista en contra de los charros corporativistas priístas del CT-CTM-CROC-CROM y los burócratas sindicales ‘democráticos’ pro PRD..."

Este pasaje fue redactado para confundir deliberadamente a sus lectores implicando que el GI tiene una posición que no tiene. No olvidemos que esta organización sostiene que los sindicatos de la CTM corporativista representan "al enemigo de clase", y que nos ha denunciado furiosamente por decir que no hay una diferencia de clase entre los sindicatos corporativistas y los "independientes". Pero ahora, según implica ambiguamente la nueva pieza del GI, ya no se trata de forjar una nueva organización, sino sólo una nueva dirección, al igual que con los sindicatos dirigidos por perredistas. ¿Es que el GI pretende dotar a su supuesto "enemigo de clase" de "una dirigencia sindical clasista"?

¿Será posible que, confrontado con la realidad de la lucha de clases, el avergonzado GI esté dando un viraje de su política de manera encubierta? Es dudoso, ya que estos charlatanes han demostrado sobradamente que ni les interesa la realidad de la lucha de clases, ni tienen vergüenza, por lo que esto no puede tratarse más que de una torpe maniobra confusionista destinada a evadir las lamentables conclusiones de su propia política y a seguir jugando al escondite con nuestras polémicas.

En general, la ideología dominante en toda sociedad dada es la ideología de la clase económicamente dominante. Dentro del movimiento obrero esto se expresa en todas estas "alternativas" de dirección que, de distintas maneras, no buscan sino mantenerlo en el corral de la ideología burguesa. Es necesario construir un partido leninista de vanguardia, fusionando a los intelectuales radicalizados comprometidos con la causa del proletariado con los elementos más avanzados de la clase obrera sobre la base de un programa revolucionario; un partido armado con la experiencia de décadas de luchas obreras a escala internacional codificada en el programa del marxismo; un partido que denuncie todas las variantes de la ideología burguesa dentro del movimiento obrero, ya sea descaradas o encubiertas; un partido capaz de dirigir a la clase obrera a su emancipación y, de este modo, a la emancipación de toda la sociedad.

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