China:

¡Defender, extender las conquistas de la Revolución de 1949!
¡Por la revolución política obrera para echar a la burocracia estalinista!

¡Derrotar la campaña imperialista de contrarrevolución!

¡Por una China de consejos obreros y campesinos en un Asia socialista!

Reproducido de Espartaco No. 22, invierno de 2004.

El siguiente artículo ha sido traducido de Workers Vanguard Nos. 814 y 815, periódico de la Spartacist League/U.S., 21 de noviembre y 5 de diciembre de 2003.

La República Popular China (RPCh) nació de la Revolución de 1949 que, pese a sus profundas deformaciones burocráticas, fue una revolución social de relevancia histórico-mundial. Cientos de millones de campesinos se levantaron y tomaron la tierra en la que sus ancestros habían sido cruelmente explotados desde tiempos inmemoriales. El dominio de los asesinos señores de la guerra, de los usureros chupasangre, de los rapaces terratenientes y de la execrable burguesía fue destruido.

La creación de una economía centralmente planificada y colectivizada sentó las bases para un enorme salto en el progreso social y para el avance de China desde su abyecto atraso campesino. La revolución permitió a la mujer avanzar grandes pasos desde su miserable condición anterior, simbolizada por la práctica bárbara del vendaje de pies. Una nación que por un siglo había sido desgarrada y dividida por potencias extranjeras fue unificada y liberada de la subyugación imperialista.

Sin embargo, la Revolución de 1949 estuvo deformada desde su origen bajo el gobierno del régimen del Partido Comunista Chino (PCCh) de Mao Zedong, que representaba una casta burocrática nacionalista que descansaba sobre la economía colectivizada. A diferencia de la Revolución de Octubre de 1917 rusa, que fue llevada a cabo por un proletariado consciente de clase guiado por el internacionalismo bolchevique de Lenin y Trotsky, la Revolución China fue el resultado de una guerra de guerrillas campesina dirigida por las fuerzas estalinistas-nacionalistas de Mao. Siguiendo el patrón de la burocracia estalinista que en la URSS había usurpado el poder político del proletariado, el régimen de Mao predicó la noción profundamente antimarxista de que el socialismo —una sociedad igualitaria y sin clases basada en la abundancia material— podía construirse en un solo país. En la práctica, el "socialismo en un solo país" en China, como en la URSS de Stalin y sus herederos, significó la oposición a la perspectiva de la revolución obrera internacionalmente y la acomodación al imperialismo mundial.

En particular, la alianza de China con el imperialismo estadounidense contra la Unión Soviética, que comenzó bajo el gobierno de Mao a principios de la década de 1970 y fue continuada por su sucesor, Deng Xiaoping, contribuyó con el tiempo a la destrucción de la URSS mediante una contrarrevolución capitalista en 1991-92. Ésta fue una derrota histórica para la clase obrera internacional y para los pueblos oprimidos alrededor del mundo. El periodo postsoviético ha visto el incremento de la presión —económica, política y militar— del imperialismo mundial, y especialmente estadounidense, sobre China. Así, el Pentágono ha estado persiguiendo activamente planes para tener la capacidad de un ataque nuclear "preventivo" eficaz contra el pequeño arsenal nuclear de China, una estrategia proclamada abiertamente por la pandilla de Bush en Washington.

La Liga Comunista Internacional está por la defensa militar incondicional del estado obrero deformado chino contra el ataque imperialista y la contrarrevolución capitalista. La clase obrera china debe barrer a la burocracia estalinista, que ha debilitado gravemente el sistema de propiedad nacionalizada internamente mientras concilia con el imperialismo a nivel internacional. Estamos por una revolución política proletaria que ponga el poder político en manos de consejos obreros y campesinos. La tarea urgente que enfrenta el proletariado chino es construir un partido leninista-trotskista, parte de una IV Internacional reforjada, para preparar y dirigir esta revolución política, poniéndose al frente de las masas trabajadoras y dirigiendo las luchas espontáneas y localizadas de los obreros hacia la toma del poder político.

¿Está restaurando el PCCh el capitalismo en China?

Desde que el régimen de Deng introdujo las "reformas" económicas orientadas al mercado a principios de la década de 1980, una corriente cada vez más influyente de opinión burguesa occidental ha mantenido que el propio Partido Comunista está restaurando gradualmente el capitalismo en China mientras mantiene un estrecho control sobre el poder político. Esta postura fue presentada amplia y ruidosamente a finales de 2002 cuando el XVI Congreso del PCCh legitimó la membresía partidista a empresarios capitalistas. "China da la espalda al comunismo para unirse a la Larga Marcha de los capitalistas" era un encabezado típico en la prensa occidental, en este caso del Guardian de Londres (9 de noviembre de 2002).

De hecho, este congreso no introdujo un cambio significativo ni en la composición social del PCCh, que después de todo tiene 66 millones de miembros, ni en su ideología funcional. Según una encuesta oficial, de los dos millones de propietarios de negocios privados de China, 600 mil son miembros del partido y lo han sido por algún tiempo. La enorme mayoría de éstos eran viejos cuadros gerenciales del PCCh que se apropiaron de las pequeñas empresas estatales que administraban cuando éstas fueron privatizadas en los últimos años.

Algunos grupos que alegan falsamente ser trotskistas han hecho suya la noción ahora convencional en los círculos burgueses occidentales de que el "camino capitalista" ha triunfado definitivamente entre los que gobiernan China. Comentando respecto al XVI Congreso del PCCh, la tendencia de Peter Taaffe centrada en Gran Bretaña escribió: "China va camino a la restauración completa del capitalismo, pero la camarilla gobernante está tratando de hacer esto gradualmente y manteniendo su control autoritario y represivo" (Socialist, 22 de noviembre de 2002). Al etiquetar al gobierno de China como un régimen "autoritario" de restauración capitalista, los taaffistas y los de su calaña pueden justificar su apoyo a fuerzas anticomunistas apoyadas por el imperialismo en China en nombre de promover la "democracia", igual que como apoyaron la contrarrevolución "democrática" de Boris Yeltsin en la URSS en 1991.

Al sostener que China sigue siendo una expresión burocráticamente deformada de poder estatal proletario, nosotros no negamos ni minimizamos el creciente peso social en China de los empresarios capitalistas recién establecidos en territorio continental y de la vieja burguesía china establecida en Taiwan y Hong Kong. Muchos funcionarios de primer rango del gobierno y/o del partido tienen un hijo, un hermano menor, un sobrino o (como en el caso del presidente de China Hu Jintao) un yerno que es empresario privado.

Sin embargo, el poder político del cuerpo central de la burocracia estalinista de Beijing sigue basándose en el núcleo de elementos colectivizados de la economía China. Además, las políticas económicas del régimen del PCCh siguen restringidas por temor al disturbio social —y especialmente obrero— que pudiera derrocarlo. Esto estuvo cerca de suceder en 1989, cuando protestas centradas en los estudiantes por la liberalización política y contra la corrupción desataron una revuelta obrera espontánea que luego fue suprimida con un gran derramamiento de sangre por unidades del ejército leales al régimen. (Para conocer más sobre esta incipiente revolución política proletaria, ver: "China: ¡Por la revolución política proletaria!" folleto del GEM, octubre de 1989.)

Una contrarrevolución capitalista en China (como sucedió en Europa Oriental y la antigua URSS) estaría acompañada por el colapso del bonapartismo estalinista y la fracturación política del gobernante Partido Comunista. Las políticas económicas del régimen estalinista de Beijing que alientan la empresa capitalista (y el correspondiente giro a la derecha de la postura ideológica formal de la burocracia) han fortalecido cada vez más a las fuerzas sociales que originarán las fracciones y partidos abiertamente contrarrevolucionarios apoyados por el imperialismo cuando el PCCh ya no pueda mantener su actual monopolio del poder político. Hoy, esto puede verse con claridad en el enclave capitalista de Hong Kong, la única parte de la RPCh donde existen partidos burgueses de oposición. El verano pasado, el Partido Demócrata de Hong Kong organizó protestas anticomunistas masivas abiertamente apoyadas por el gobierno de Bush en Washington y sus socios menores en Londres (ver: "Hong Kong: ¡Expropiar a la burguesía!" en WV No. 814, 12 de noviembre de 2003).

Sujian Guo, un intelectual de derecha emigrado a EE.UU., publicó un artículo interesante en el Journal of Contemporary China (agosto de 2003) en el que disiente de la noción de que China ya se volvió capitalista, o lo está haciendo rápidamente ("La reforma de la propiedad en China: ¿En qué dirección y hasta qué punto?"). Según una breve ficha biográfica, Guo fue un "antiguo analista de políticas en el Comité Central del partido en China". Dada su actual inclinación ideológica, Guo minimiza el crecimiento de los elementos capitalistas en la economía china y atribuye a los altos mandos del PCCh una convicción continua en el socialismo, al menos a largo plazo histórico. Pero este anticomunista partidario del capitalismo del "libre mercado" comprende una verdad elemental que no entienden muchos izquierdistas, incluyendo a supuestos marxistas:

"Cómo privatizar una enorme propiedad estatal dentro del marco de la estructura y el sistema políticos existentes es realmente problemático y técnicamente irrealizable. La experiencia de otros antiguos países comunistas ha mostrado que no existe un solo caso de privatización exitosa con el partido comunista conservando el poder y con su sistema político intacto."[énfasis en el original]

También los líderes del PCCh vieron lo que pasó en las "democracias populares" de Europa Oriental y en la antigua URSS a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, sacaron sus propias lecciones y actuaron correspondientemente. También sacaron lecciones de la revuelta de Tiananmen de 1989 que amenazó con su propia caída. Decidieron que no habría liberalización política ni siquiera en el nivel académico/intelectual. El régimen de Jiang Zemin, que sustituyó a Deng cuando éste murió en 1997, logró impedir toda oposición fraccional organizada en el que históricamente ha sido un partido estalinista gobernante bastante fraccionado. No parece haber ningún movimiento o medio disidente significativo en el territorio continental ni a la izquierda ni a la derecha de la dirección central del PCCh.

La más reciente ilusión del estalinismo chino

La elevada tasa de crecimiento económico de China en los últimos años —que además tuvo lugar en medio de una recesión capitalista mundial generalizada— ha producido un cierto estado de ánimo triunfalista entre los dirigentes, los cuadros y los intelectuales afiliados al PCCh. Uno encontraría un estado de ánimo muy distinto entre los millones de obreros que han sido despedidos de empresas estatales, los empobrecidos migrantes que vienen del campo y los campesinos pobres que apenas logran subsistir trabajando pequeñas parcelas con instrumentos rudimentarios. Pero entre los intelectuales chinos de opiniones políticas prevalecientes puede escucharse cada vez más la noción de que su país de algún modo ha encontrado un camino intermedio entre la anarquía capitalista del "libre mercado" y la rigidez de la "economía dirigida" del viejo estilo estalinista.

Cuando eran más jóvenes, Jiang Zemin, Hu Jintao y los demás indudablemente suscribían la doctrina maoísta-estalinista de que China estaba "construyendo el socialismo" con sus propios esfuerzos y sin ninguna ayuda. Ahora ven esto como un producto del "pensamiento dogmático" y a sí mismos como realistas prácticos que confrontan al resto del mundo como realmente es y lidian con él. Pero Jiang, Hu y sus secuaces están guiados por delirios de grandeza que sobrepasan las fantasías más descabelladas del Presidente Mao.

Los actuales dirigentes del PCCh creen que pueden modernizar a China y transformarla en una gran potencia mundial —y de hecho en la superpotencia global del siglo XXI— mediante una integración cada vez mayor en la economía mundial capitalista. Realmente creen que pueden controlar y manipular al Citibank, al Deutsche Bank y al Banco de Tokio-Mitsubishi para ayudar a desarrollar a China de manera que en una o dos generaciones haya sobrepasado a Estados Unidos, Alemania y Japón. Creyendo transformar a China en una superpotencia global, lo que están haciendo es despejar el camino para que China regrese a la era prerrevolucionaria de subyugación irrestricta al imperialismo.

El crecimiento de la beligerancia imperialista hacia China desde el colapso de la Unión Soviética es evidencia suficiente de que las burguesías del mundo no consentirán con las ambiciones de superpotencia de la burocracia de Beijing. Durante la última década, el Pentágono ha reubicado una porción significativa de sus fuerzas militares en la región de la Cuenca del Pacífico, mientras impulsa planes para su "escenario de defensa de misiles". Como resultado de su incursión en Afganistán y el Asia central, así como a su renovada presencia militar en Filipinas y otros lugares, EE.UU. ha fortalecido significativamente su cerco militar en torno a China. Al suscribir la "guerra contra el terrorismo" de EE.UU., Beijing sólo ha alentado la campaña contrarrevolucionaria del imperialismo estadounidense. La dirección china también se ha unido a la cruzada contra el programa de armas nucleares de Corea del Norte. Ésta es una traición nacionalista que mina al propio estado obrero deformado chino; una contrarrevolución capitalista en Corea del Norte solamente envalentonaría las fuerzas de la restauración capitalista que amenazan a China.

Con toda seguridad, los estalinistas chinos en el gobierno no son meramente pasivos frente al cerco militar estadounidense: recordemos su vigorosa respuesta a la provocación del avión espía de Washington hace dos años. El régimen del PCCh también ha resistido las exigencias estadounidenses a imponerle un embargo económico al estado obrero deformado norcoreano. Pero el sueño de opio de los estalinistas de que puede haber "coexistencia pacífica" con el imperialismo sólo puede adormecer la vigilancia de las masas chinas y minar la defensa de su propio estado obrero.

La alternativa a una contrarrevolución sangrienta y apoyada por el imperialismo es una revolución política proletaria. A lo largo de los últimos años, ha habido protestas populares y luchas obreras extendidas y de gran escala, especialmente en torno a los despidos masivos en empresas industriales de propiedad estatal. Hasta ahora, mediante una combinación de represión y concesiones, el régimen se las ha arreglado para mantener éstas a nivel de acciones económicas locales. Sin embargo, en sus cimientos China es una sociedad profundamente inestable. Tarde o temprano, las explosivas tensiones sociales harán estallar la estructura política de la casta burocrática gobernante. Y cuando eso suceda, el destino del país más poblado de la tierra será planteado tajantemente: revolución política proletaria que abra el camino al socialismo, o esclavitud capitalista y subyugación ante el imperialismo.

El resultado de esa batalla histórica será de importancia decisiva para las masas trabajadoras no sólo de China, sino del mundo entero. Como sucedió con la destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética, la restauración del capitalismo en China envalentonaría aún más a los imperialistas para lanzarse contra sus propios obreros y contra los pueblos semicoloniales en todas partes. También elevaría las rivalidades entre los imperialistas sobre quién explotará a China, llevando al mundo mucho más cerca de una nueva guerra mundial interimperialista. Esto subraya la obligación del proletariado internacional de defender las conquistas de la Revolución China. Por otro lado, una revolución política llevada a cabo bajo la bandera del internacionalismo proletario realmente estremecería al mundo.

Un gobierno de consejos obreros y campesinos expropiaría sin compensación los cientos de miles de millones de dólares en riqueza productiva que poseen los capitalistas chinos —dentro y fuera de la China continental— y los inversionistas occidentales y japoneses. Restablecería una economía centralmente planificada y administrada —incluyendo el monopolio estatal sobre el comercio exterior— gobernada no por el arbitrario "direccionismo" de una casta burocrática cerrada sobre sí misma (que produjo desastres como el "Gran Salto Adelante" de Mao) sino por la más amplia democracia proletaria.

Tales medidas provocarían una intensa hostilidad imperialista, tanto militar como económica (por ejemplo, un embargo económico), pero entre los obreros y oprimidos internacionalmente, incluyendo en los propios países imperialistas, encontrarían una inmensa simpatía y solidaridad.

Imbuidos con las prédicas estalinistas del "socialismo en un solo país", puede que incluso los obreros chinos más izquierdistas vean el prospecto de una revolución socialista en los países capitalistas avanzados como remoto o utópico. Pero una revolución política proletaria desgarraría el clima ideológico de la "muerte del comunismo" propagado por la burguesía desde la destrucción de la Unión Soviética. Radicalizaría al proletariado de Japón, el poderoso centro industrial del este asiático. Encendería la lucha por la reunificación revolucionaria de Corea —mediante la revolución política en el asediado Norte y la revolución socialista en el Sur— y resonaría entre las masas del sur de Asia, Indonesia y las Filipinas, desangradas por la austeridad imperialista. Reviviría a los trabajadores de Rusia, que han estado sometidos por una década de miseria capitalista.

Sólo mediante el derrocamiento del dominio de clase capitalista internacionalmente, particularmente en los centros imperialistas de Norteamérica, Europa Occidental y Japón, puede alcanzarse la plena modernización de China como parte de un Asia socialista. Es para proveer la dirección necesaria al proletariado en estas luchas para lo que la LCI busca reforjar la IV Internacional de Trotsky: partido mundial de la revolución socialista.

Los elementos colectivistas centrales en la economía china

La dirección del PCCh describe a China oficialmente como una "economía de mercado socialista". Son los aspectos "socialistas" (es decir, colectivistas) los responsables de los acontecimientos económicos positivos que ha habido en China en los últimos años: la vasta expansión de la inversión en infraestructura (por ejemplo, construcción urbana, canales, vías férreas y el gigantesco proyecto de la Presa Tres Gargantas); y la capacidad que tuvo China para navegar exitosamente a través de la crisis económico-financiera del este asiático de 1997-98 y después de la recesión capitalista mundial generalizada. Y son los aspectos de mercado de la economía china los responsables por los acontecimientos negativos: la brecha cada vez más amplia entre ricos y pobres, el empobrecimiento de una fracción grande y creciente de la población, decenas de millones de obreros despedidos de empresas estatales, el ejército de migrantes empobrecidos en las ciudades que ya no pueden ganarse el sustento en el campo.

En la China actual, son los elementos colectivizados centrales de la economía los que siguen siendo dominantes, si bien no de una manera coherente y estable, debido a una siempre cambiante interacción entre políticas gubernamentales y acuerdos institucionales contradictorios. En 2001, las empresas estatales y semiestatales (corporaciones de accionistas) constituían el 57 por ciento del valor bruto de la producción industrial de China (Anuario estadístico de China [2002]). Pero esta simple cifra estadística obscurece la centralidad estratégica de la industria estatal. El sector privado (incluyendo la propiedad de extranjeros) consiste en su mayor parte en fábricas que producen manufactura ligera mediante métodos de trabajo intensivo. La industria pesada, los sectores de alta tecnología y la producción de armamento moderno están abrumadoramente concentrados en empresas estatales. Son estas empresas las que le han permitido a China poner un hombre en el espacio. Lo que es mucho más importante, es la industria estatal la que le ha permitido a China construir un arsenal de armas nucleares y misiles de largo alcance para detener la amenaza estadounidense de un ataque nuclear preventivo.

Todos los bancos importantes de China son estatales. Casi la totalidad de los ahorros personales —estimada en un billón de dólares— está depositada en los cuatro principales bancos comerciales de propiedad estatal. El control gubernamental del sistema financiero ha sido clave para mantener y expandir la producción en la industria estatal y para la expansión general del sector estatal.

Entre 1998 y 2001, el gasto público en China aumentó del 12 al 20 por ciento del producto interno bruto. El componente del gasto gubernamental más alto y de más rápido crecimiento ha sido la inversión en infraestructura, aumentando en un 81 por ciento en estos tres años. Además, esto sucede en un momento en el que todo el mundo capitalista —incluyendo a los países más ricos de Norteamérica y Europa Occidental— ha estado buscando la austeridad fiscal. El gasto total planeado para construir una red de canales para irrigación del Río Yangtze al Río Amarillo en el norte es de 59 mil millones de dólares. Otros 42 mil millones van a gastarse en la expansión de las líneas del sistema ferroviario estatal de China. En comparación, la inversión extranjera directa de todas las fuentes en China el año pasado sumaba 53 mil millones de dólares.

Hasta ahora, la continuación de la propiedad estatal del sistema financiero ha permitido al régimen de Beijing controlar efectivamente (aunque no totalmente) el flujo de dinero-capital que entra y sale del territorio continental chino. La moneda china, el yuan (también llamado renminbi), no es libremente convertible; no puede intercambiarse (legalmente) en los mercados monetarios internacionales. La convertibilidad restringida del yuan ha mantenido a China protegida de los movimientos volátiles de capital a corto plazo ("capitales golondrinos") que periódicamente hacen estragos en las economías de los países neocoloniales del Tercer Mundo, desde Latinoamérica hasta el este asiático.

Más aún, durante el año pasado el régimen de Beijing ha mantenido al yuan cada vez más subvaluado (en términos del "libre mercado"), para disgusto de los capitalistas estadounidenses, europeos y japoneses. Un país capitalista-imperialista de segundo orden, como Gran Bretaña, no hubiera podido controlar la tasa de cambio de su moneda en los mercados mundiales como lo ha hecho China. En cuestión de meses, si no de semanas, el dinero-capital especulativo inundaría la City de Londres forzando un encarecimiento de la libra, independientemente de lo que quisiera o hiciera el gobierno de Blair.

Son precisamente los elementos colectivistas centrales de la economía china arriba descritos los que las fuerzas del imperialismo mundial quieren eliminar y desmantelar. Su fin último es reducir a China a una maquiladora gigante bajo subyugación neocolonial. Jonathan Anderson, el "experto" en China del banco de inversión de Wall Street, Goldman Sachs, afirma: "La conclusión es que China se está convirtiendo en un centro manufacturero para el resto del mundo de bienes baratos de industria ligera y trabajo intensivo. Contrario a lo que actualmente se teme, el resto del mundo se está convirtiendo en un centro manufacturero para China en bienes de industria pesada y capital intensivo" (Financial Times de Londres, 25 de febrero de 2003). Aquí el hombre de Goldman Sachs está proyectando a la actual realidad económica de China los planes de Wall Street para el futuro del país.

Sin embargo, el que la burocracia de Beijing haya abandonado un monopolio estatal estricto sobre el comercio exterior sirve para facilitar los planes de Wall Street. Pese a su rápido crecimiento de los últimos años, la economía china es atrasada con respecto incluso a las menores potencias capitalistas-imperialistas. Hay una cantidad dramática de construcción ocurriendo en Beijing con grúas casi por todos lados. Pero como le contó a Workers Vanguard un camarada que visitó China recientemente: "El personal de las construcciones es siempre muy grande, sin mucho equipo de carga fuera de carretillas y picos. Una vez, en las afueras de Beijing, vi unos treinta hombres construyendo una pared de tres pisos con dos carretas de caballos llenas de ladrillos."

Si bien las exportaciones de China a EE.UU. y otros países occidentales siguen aumentando a niveles récord, éstas consisten mayormente de manufacturas ligeras, baratas y de bajos salarios y bienes de consumo, como ropa, juguetes y electrodomésticos. Como señala Jonathan Anderson, el aumento de la producción industrial bruta de China entre 1993 y 2002 —de 480 mil millones de dólares a un billón 300 mil millones— casi fue totalmente compensado por el aumento en sus compras en bruto de productos industriales, es decir, maquinaria y capital de equipamiento.

Con su productividad de mano de obra relativamente baja, la industria china no puede competir contra Estados Unidos, Japón y Europa Occidental en el mercado mundial. Lo que escribió Trotsky para refutar la doctrina estalinista del "socialismo en un solo país" en la Unión Soviética se aplica actualmente a China con toda su fuerza:

"Mediante las cifras de las exportaciones y las importaciones, el mundo capitalista nos muestra que, para reaccionar, cuenta con otras armas que la intervención militar. En las condiciones del mercado, estando medidas la productividad del trabajo y la del sistema social en su conjunto por las relaciones de precios, la economía soviética está más amenazada por una intervención de mercancías capitalistas a buen precio que por una intervención militar."

La Internacional Comunista después de Lenin (1928)

El arma principal de que dispone un estado obrero aislado y relativamente atrasado económicamente contra la intervención de bienes más baratos es el monopolio estatal del comercio exterior, es decir, el control estricto sobre exportaciones e importaciones por parte del gobierno (para un tratamiento más completo de esta cuestión, ver: "Protestas obreras sacuden China", parte II, WV No. 782, 31 de mayo de 2002). Pero la respuesta definitiva al atraso económico de China, y el único camino hacia una sociedad socialista —es decir, sin clases, igualitaria— yace en la revolución socialista mundial y en la integración de China a una economía internacionalmente planificada.

La estrategia económica de los imperialistas para la restauración capitalista

Veamos el programa para continuar las "reformas" económicas en China que plantean los representantes y los voceros del imperialismo mundial, y centralmente estadounidense. Este programa fue resumido en un reporte sobre China presentado hace unos pocos años por el Banco Mundial con base en Washington: "La recomendación más importante es un cambio en el papel del gobierno de controlador y productor a arquitecto de un tipo de sistema más autorregulado y autoajustado."

Lo primero y principal es la "recomendación" de que los bancos estatales le corten los créditos a las empresas estatales que generen pérdidas e impongan tasas de interés más altas y condiciones de pago más estrictas a las que generen ganancias. Una política tan económicamente "apretada" por parte de los bancos chinos arrojaría a las calles a millones de obreros más, y desmantelaría permanentemente una gran parte de la industria moderna china, productora de bienes de capital intenso (como máquinas-herramientas, equipo eléctrico pesado, maquinaria agrícola, equipo de construcción, etc.).

En un nivel más fundamental, los capitalistas occidentales y japoneses quieren remplazar los bancos estatales chinos con los suyos. Abrir el sistema financiero chino a los bancos extranjeros llevaría a una fuga masiva de fondos, ya que los bancos chinos no pueden ofrecer las elevadas tasas de rédito accesibles en los mercados de dinero internacionales. Una buena parte del excedente económico generado en China terminaría en los bancos de Wall Street, la City de Londres, Frankfurt y Tokio. Este dinero se usaría para comprar valores corporativos y también gubernamentales en los estados imperialistas estadounidense, europeos y japonés. ¡Los ahorros de los obreros y los trabajadores rurales chinos literalmente servirían para ayudar al Pentágono a pagar los misiles nucleares dirigidos contra China! Ya desde ahora, la traidora burocracia de Beijing —y esto es un verdadero crimen contra el pueblo chino— está comprando bonos del Tesoro estadounidense con sus grandes reservas de comercio exterior, y ha prometido comprar más.

En años recientes, las agencias del capital financiero imperialista, como el Fondo Monetario Internacional, han "aconsejado" al gobierno chino que reduzca su déficit presupuestario recortando especialmente la inversión en infraestructura. Este movimiento hacia la austeridad fiscal destruiría el medio de vida de muchos de los más pobres y más oprimidos trabajadores de China. La construcción urbana en Shangai, Beijing, etc., emplea principalmente migrantes del campo. Los grandes proyectos del interior (construcción de canales y vías férreas) emplean campesinos y aldeanos empobrecidos. Además, recortar estos proyectos retardaría y revertiría el desarrollo económico de China. La extensión del sistema ferroviario, por ejemplo, es absolutamente esencial para vincular económicamente las provincias costeras más ricas con las regiones más atrasadas del centro y el oeste de China.

En los últimos meses, la principal exigencia económica de los círculos gobernantes de Estados Unidos, Europa y Japón al gobierno chino es que suba el precio del yuan. Al aumentar el precio de los bienes manufacturados chinos en el mercado mundial, esto reduciría tajantemente la ganancia y el volumen de las exportaciones chinas. Muchas empresas privadas y estatales se verían forzadas a despedir obreros, reducir la producción y en algunos casos enfrentar la quiebra.

Detrás de la actual presión de las burguesías de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón hay un ataque más fundamental al sistema financiero estatal de China. Los imperialistas quieren forzar al régimen de Beijing a que haga el yuan totalmente convertible para abrir a China a la penetración financiera irrestricta de los bancos de Wall Street, Frankfurt y Tokio.

Privatización: Apariencia y realidad

A lo largo de las dos últimas décadas, una gran porción de la industria estatal —medida ya sea en número de empresas, fuerza laboral o volumen de producción— ha sido privatizada. La mayor parte de las empresas pequeñas simplemente se vendieron a individuos, típicamente a los gerentes que habían estado administrándolas. Las empresas más grandes, sin embargo, fueron "privatizadas" mediante un esquema de acciones. Cuando, hace más o menos una década, China abrió su primer mercado bursátil, muchos de los medios de comunicación burgueses de occidente saludaron esto como la prueba positiva de que la China "comunista" había dado un paso decisivo en el camino hacia el capitalismo. ¿Pero qué fue lo que realmente pasó?

De las mil 240 compañías listadas en las dos principales bolsas de valores de China, en algunos casos el gobierno posee la mayoría de las acciones, y en otros una minoría sustancial. Pero incluso estas últimas siguen, en los hechos, bajo control del gobierno, ya que el PCCh ha retenido el monopolio del poder político. En China no hay una democracia obrera, pero tampoco una democracia de accionistas. Un accionista disgustado suficientemente descarado como para organizar una revuelta para derrocar a la gerencia titular, típicamente formada de bien conectados cuadros del PCCh, probablemente muy pronto se encontraría a sí mismo en una muy mala posición.

Los accionistas de corporaciones en China no tienen derechos de propiedad en el sentido capitalista occidental. Tienen derecho a redituar de sus bienes financieros y a vender sus acciones, si son lo suficientemente inteligentes o afortunados, con una ganancia neta arriba del precio de compra. Pero no pueden determinar o siquiera influenciar las políticas de la administración o la corporación. Éstas se determinan por presiones tanto económicas como políticas diversas y frecuentemente conflictivas.

Un ejemplo claro de esto es Cumbre Dorada, una empresa cementera en Leshan, en Sichuan. Formada a finales de la década de 1980, Cumbre Dorada fue listada en la bolsa de valores de Shangai a principios de la década de 1990. Resultó ser una operación bastante redituable. En 1997, el gerente general de la empresa, Gu Song, también servía (en un arreglo bastante común) de secretario suplente en el PCCh de Leshan. En esa posición dual, Gu arregló que Cumbre Dorada se anexara la Acerera Río Dadu, una empresa estatal en la ciudad que, sin embargo, generaba pérdidas. Obviamente, esta adquisición no tuvo sentido económico. ¿Por qué se llevó a cabo entonces? Porque los obreros de la Acerera Río Dadu habían realizado protestas violentas por salarios adeudados. Así, la dirección local del PCCh utilizó las amplias reservas de efectivo de Cumbre Dorada para diluir el descontento obrero en su propia jurisdicción. Así, una decisión gerencial que afectaba la condición financiera de la empresa se tomó sobre bases políticas, no económicas.

Un libro reciente sobre la estructura financiera de China de dos académicos economistas de Australia describe el verdadero carácter de las corporaciones de accionistas:

"El problema clave en el caso de las bolsas de valores chinas es que la elevada concentración de la propiedad de hecho refleja la dominación de la propiedad estatal que sigue existiendo en muchas de las compañías listadas.... Así, el mercado de control corporativo es inexistente para la abrumadora mayoría de las compañías listadas, y de ahí se concluye que los gerentes enfrentan sólo una limitada amenaza de castigo por sus malas decisiones, ya sea por los de ‘dentro’ o por los de ‘fuera’. También debe señalarse que la influencia del estado es aún más profunda que su posición de propiedad dominante."

—James Laurenceson y Joseph C.H. Chai, Financial Reform and Economic Development in China (2003)

Luego los autores citan un estudio que muestra que "la representación del estado en el comité directivo de muchas de las compañías listadas supera por mucho incluso la que se justificaría con base a la gran porción de propiedad que éste tiene."

Además, los mercados de acciones y bonos corporativos de China constituyen sólo una fracción muy pequeña del total de bienes financieros, que en su gran mayoría siguen concentrados en los bancos estatales. Las corporaciones de accionistas dependen de los préstamos bancarios para el grueso de su financiamiento externo. En pocas palabras, las compañías listadas en las dos principales bolsas de valores típicamente tienen la misma gerencia y arreglos financieros similares a los que tenían cuando eran empresas enteramente estatales.

Podría preguntarse razonablemente: eso puede ser el caso hoy, pero ¿seguirá siéndolo mañana? La respuesta a esa pregunta será determinada por el conflicto político, no por un cambio en tal o cual regulación que rija la bolsa de valores china.

El verano pasado se permitió por primera vez que los inversionistas extranjeros compraran (dentro de límites estrictos) la clase principal de acciones (denominadas en yuanes) en las bolsas de valores chinas. Un solo inversionista extranjero no puede poseer más del 10 por ciento del capital de mercado de una compañía, y todos los inversionistas extranjeros sumados no pueden poseer más del 20 por ciento. El primer grupo financiero que aprovechó esta oportunidad fue el gran banco de inversiones suizo UBS, que compró, entre otras compañías, acciones de Hierro y Acero Baoshan, la mayor productora de acero de China.

¿Qué pasaría si UBS y otros bancos extranjeros se decepcionaran de los réditos de su inversión en Baoshan? Probablemente se limitarían a vender sus acciones, tal vez con pérdida. Pero digamos que en lugar de ello un grupo de bancos occidentales sobornaran a los funcionarios económicos chinos para que apoyen el despido de la administración existente y su remplazo por una nueva administración favorecida por estos bancos. Este intento por parte de los financieros occidentales de adueñarse efectivamente de la mayor productora de acero de China sería un desafío directo a la autoridad política del régimen del PCCh. Para mantener su autoridad, el gobierno chino tendría que perseguir a los funcionarios corruptos y emprender algún tipo de medidas punitivas contra los bancos extranjeros. De no hacerlo, muchos gerentes de empresas y bancos estatales se convertirían en agentes pagados de los financieros e industriales imperialistas, el gobierno empezaría a perder su capacidad de llevar a cabo sus propias políticas económicas, y el PCCh empezaría a desintegrarse en una orgía de fraccionalismo como la que tuvo lugar en el Partido Comunista soviético durante la era de Gorbachov (1985-91).

Pero la desintegración fraccional de la burocracia estalinista china también abriría la situación política a la intervención de fuerzas sociales desde abajo, centralmente la clase obrera. Bien podríamos ver la formación de sindicatos y comités de fábrica independientes, así como de grupos y partidos de izquierda. Al final, los capitalistas occidentales, japoneses y chinos fuera del territorio continental podrían encontrar sus actuales posiciones en la República Popular China destruidas por una revolución política proletaria.

El principal cambio estructural que ha ocurrido en la economía china durante las últimas dos décadas es la forma en la que las empresas estatales son financiadas. Bajo el antiguo sistema de planificación centralizada, las compañías cuyos costos, por cualquier razón, excedieran su ingreso normal recibían subvenciones no pagaderas del ministerio industrial que las supervisaba. Similarmente, se usaban subvenciones no pagaderas para financiar la expansión de la producción de las empresas mediante la renovación de las herramientas, la construcción de un nuevo departamento, etc.

Cuando se introdujo el "socialismo de mercado" a principios de los años 80, se suponía que las empresas debían maximizar las ganancias y volverse autosuficientes financieramente. El financiamiento externo sería proporcionado mediante préstamos de bancos comerciales estatales, que se suponía serían pagados con intereses. No sabemos si Deng y los demás arquitectos iniciales del programa de "reforma" de hecho esperaban que el sistema funcionara según la nueva doctrina económica y las correspondientes guías políticas. Predeciblemente, el sistema no funcionó. Si se hubiera cerrado todas las empresas que no pagaron y no podían pagar sus préstamos bancarios, China se habría convertido hace mucho en un área de completo desastre económico. Pero no se permitió que eso sucediera. En cambio, en una forma totalmente anárquica, inadecuada y accidental, los préstamos bancarios "no productivos" fueron sustituídos por financiamiento gubernamental directo.

Los préstamos bancarios a empresas que producen pérdidas, así como a las que producen ganancias, son cotidianamente renovados o incluso aumentados sin ninguna expectativa realista de pago. Consecuentemente, todos los bancos chinos importantes son técnicamente "insolventes", con "préstamos no productivos" excediendo a los bienes que generan ingresos. Esta situación ha persistido durante muchos años, dado que el gobierno financia a los bancos, los que a su vez financian a las empresas.

Así, en 1998-99 el banco central dio 200 mil millones de dólares a los principales bancos comerciales a cambio de una cantidad equivalente de sus "préstamos no productivos". Esta deuda empresarial se transfirió entonces a Compañías de Manejo de Bienes (CMBs) gubernamentales que se suponía iban a cobrar una parte de los préstamos y/o a vender a las empresas ofensoras a compradores privados. Desde entonces, las CMBs han hecho poco de lo uno o lo otro.

La estabilidad relativa del sistema financiero chino ha descansado sobre dos factores principales. Primero, todo mundo sabe que el gobierno respalda a los bancos. Y segundo, no se ha permitido (todavía) a los bancos privados y especialmente a los extranjeros competir con los respaldados por el gobierno. Un informe del año pasado de Moody’s, la gran agencia estadounidense de evaluación de crédito financiero, concluyó: "Si bien el sistema bancario chino puede ser técnicamente insolvente, los abundantes niveles de liquidez actúan como un colchón contra la presión. Los fuertes niveles de depósito reflejan también la confianza pública en los bancos estatales."

Voceros del imperialismo occidental bien informados reconocen que la privatización y especialmente la internacionalización del sistema financiero es un paso necesario para romper el poder económico del régimen del Partido Comunista Chino. A principios del año pasado, el Economist de Londres (8 de marzo de 2003) —un órgano semioficial de los banqueros británicos y estadounidenses— escribió:

"Todos los bancos chinos son, directa o indirectamente, dirigidos por el estado, y el gobierno, local o central, interfiere tanto en el nombramiento de administradores como en la concesión de préstamos. Por lo tanto, no existen bancos chinos dirigidos por el mercado y meritocráticos. Sin el control, los inversionistas extranjeros encontrarán difícil crear uno.

"Los chinos, sin embargo, no tienen intención de ceder el control."

Como indica el lamento del Economist, hasta la fecha los bancos extranjeros han estado limitados a los márgenes del sistema financiero chino, principalmente en el sector del comercio exterior. Huelga decir que el capital financiero internacional ha estado empujando fuertemente contra esos límites. Por ejemplo, el año pasado se le permitió al gigante de Wall Street, Citibank, comprar el cinco por ciento del noveno banco comercial más grande de China. Se procedió entonces a lanzar una operación conjunta de tarjetas de crédito dirigida a la ahora rica elite china —empresarios capitalistas, funcionarios de primer rango del partido y del gobierno y pequeños burgueses solventes (ingenieros, académicos)—. Para Citibank, ésta es la cuña de apertura en su campaña para penetrar cada vez más profundamente el sistema financiero chino. "China es una de las últimas grandes fronteras financieras", proclamó Richard Stanley, dirigente de la operación de Citibank en Hong Kong (Wall Street Journal, 15 de septiembre de 2003).

Jiang Zemin y sus consortes reconocieron que abrir el sistema financiero chino a los bancos extranjeros probablemente tendría consecuencias económicas desastrosas, incluyendo prominentemente dislocar la capacidad del gobierno para financiar sus propios gastos. Así, el acuerdo mediante el cual China se unió a la Organización Mundial de Comercio (OMC) hace dos años pospuso la "liberalización" del sector financiero hasta el 2006. Sólo entonces China permitiría a los bancos extranjeros competir con igualdad de oportunidades con los bancos estatales. Pero lo que realmente sucederá en tres años no estará determinado automáticamente por el calendario estipulado en el acuerdo con la OMC. Estará determinado por el conflicto social dentro de China y entre China y las fuerzas del imperialismo capitalista. En meses recientes, conflictos económicos especialmente entre el imperialismo estadounidense y el estado obrero burocráticamente deformado chino han pasado a primer plano.

La batalla en torno al yuan

La moneda china, el yuan, no es convertible sobre lo que los economistas burgueses llaman la cuenta de capital de transacciones internacionales. Los empresarios capitalistas en China, así como los administradores de empresas estatales, pueden adquirir moneda extranjera a cambio del yuan (previa autorización del banco central) sólo para pagar importaciones y otros gastos relacionados con el comercio. Es obligatorio que la moneda extranjera adquirida por ciudadanos chinos en el territorio continental sea transferida al banco central a cambio de yuanes.

En años recientes, predeciblemente, ha habido un volumen creciente de movimientos de moneda ilegales hacia dentro y fuera de China, principalmente por parte de financieros de Hong Kong y mediante éstos. No hay una estimación confiable de la magnitud de estos flujos monetarios ilegales, pero aún no ha alcanzado el punto de afectar seriamente la economía china o las políticas económicas del régimen.

Durante más o menos una década China ha fijado el yuan al dólar. Desde que el dólar se depreció el año pasado ante el euro, el yen japonés y la mayoría de las demás monedas, el precio de las exportaciones manufacturadas chinas cayó drásticamente en el mercado mundial. La mayoría de los expertos en la materia estiman que si el yuan se cambiara libremente subiría entre 20 y 40 por ciento contra el dólar.

Algunos grandes grupos capitalistas estadounidenses (así como europeos y japoneses) también se benefician del actual avalúo inferior del yuan. Más de la mitad de las exportaciones manufacturadas chinas se producen en fábricas extranjeras o en empresas conjuntas. Dell y Motorola están entre las diez principales compañías exportadoras en China. Del otro lado del Pacífico, la gigantesca cadena de almacenes de descuento Wal-Mart absorbe diez por ciento de las exportaciones de artículos de China hacia Estados Unidos.

Sin embargo, la mayoría de los capitalistas manufactureros estadounidenses creen (y no sin razón) que están siendo dañados por las prácticas comerciales "injustas" de China. En la primavera del año pasado Franklin Vargo, vicepresidente de la Asociación Nacional de Manufactureros, dijo a un comité del Congreso: "Debemos presionar a China para que ponga fin a la manipulación de su moneda y permita que la tasa de cambio yuan-dólar sea determinada por el mercado" (Business Week, 7 de julio de 2003). Un bloque compuesto principalmente por senadores y congresistas Demócratas y algunos Republicanos está impulsando una legislación para imponer aranceles adicionales sobre importaciones chinas para "compensar" la subvaloración del yuan. Además, todas las armas de grueso calibre del capital financiero internacional —los dirigentes de los bancos centrales de EE.UU. y la Unión Europea, los directores del Fondo Monetario Internacional— han aporreado al régimen de Beijing para que revalúe su moneda.

Pero sobre esta cuestión la dirigencia china no ha cedido un palmo de terreno. En noviembre pasado, el presidente chino Hu Jintao declaró: "Mantener estable la tasa de cambio del renminbi sirve al desempeño económico de China y concuerda con los requisitos del desarrollo económico en la región del Asia-Pacífico y del mundo entero."

Como un gesto diplomático a los imperialistas, Hu prometió establecer un grupo para "estudiar" la posibilidad de hacer a la moneda china convertible en el futuro. ¿Cuándo en el futuro? El Far Eastern Economic Review (29 de mayo de 2003), una revista bien informada con base en Hong Kong, escribió al respecto: "El renminbi no es libremente convertible en la cuenta de capital, y la mayoría de los analistas no creen que esto cambie en varios años. El temor es que abrir la cuenta de capital del país demasiado pronto conducirá a grandes fugas debido a la falta de confianza en el sistema bancario."

Pero incluso si quienes dictan las políticas en Beijing planean mantener la tasa de cambio existente y los arreglos monetarios internacionales actuales durante algunos años, tal vez no puedan hacerlo. El enclave capitalista de Hong Kong es una apertura que se hace cada vez más ancha a través de la cual fluyen transacciones de moneda ilegales en ambas direcciones. La expropiación de los financieros de Hong Kong y otros sectores de su burguesía es vitalmente necesaria para proteger la economía china de la embestida destructiva de los bancos de Wall Street, Frankfurt y Tokio.

De nuevo la cuestión agraria al frente

Discusiones sobre la economía china y su supuesta "transición al capitalismo" en los medios de comunicación burgueses y la academia occidentales usualmente se enfocan en la industria y las finanzas. Sin embargo, 700 millones de los mil 300 millones de habitantes de China todavía están involucrados en la agricultura. La principal fuerza social motriz de la Revolución de 1949 fue un levantamiento campesino masivo contra la clase terrateniente, muchos de cuyos miembros recibieron su justo merecido a manos de aquellos a quienes habían oprimido y explotado brutalmente. Toda la tierra agrícola fue nacionalizada.

Una de las primeras "reformas" económicas del régimen de Deng fue la decolectivización de la agricultura, con familias campesinas recibiendo sus propias parcelas pequeñas sobre la base de contratos de arrendamiento a largo plazo. Sin embargo, la tierra no fue reprivatizada y se impusieron restricciones a la transferencia de derechos de arrendamiento. Aun así, la competencia entre pequeños campesinos necesariamente resultó en una diferenciación económica cada vez más amplia en las aldeas rurales. Emergió una clase de granjeros ricos que, mediante arreglos semilegales o ilegales, ha sido capaz de explotar el trabajo de sus vecinos más pobres. No obstante, la estructura básica de la economía agraria china es fundamental y manifiestamente diferente de la de la India, por ejemplo, donde más de cien millones de trabajadores agrícolas sin tierra trabajan en las grandes fincas de terratenientes ricos.

Sin embargo, la estructura actual de la economía agraria de China no puede mantenerse por mucho tiempo, dada su membresía en la OMC. El impacto de la creciente competencia de importaciones sobre las empresas industriales estatales puede, hasta cierto grado, ser amortiguado con financiamiento gubernamental adicional mediante los bancos. Pero no hay forma en que los pequeños campesinos chinos puedan competir con las empresas agrícolas de capital intensivo y científicamente administradas de Estados Unidos y otros de los principales países exportadores de comida. Aunque el régimen de Beijing ha cumplido en la reducción de aranceles y cuotas sobre productos agrícolas, también ha recurrido a dispositivos proteccionistas para cada caso. En 2002 se aplicaron nuevos "reglamentos de seguridad" a importaciones de grano genéticamente modificado. El año pasado, cargamentos de semillas de soya provenientes de EE.UU., Brasil y Argentina fueron detenidos alegando que estaban "contaminados" por un hongo (el cual, sin embargo, es también común a las semillas de soya cultivadas en China).

No obstante, la línea básica de la política agraria del régimen no es proteger a la multitud de pequeños campesinos. Es más bien pasar hacia granjas a gran escala y de facto de propiedad privada. Así, un pleno del Comité Central del PCCh llevado a cabo en octubre adoptó una resolución ablandando aún más las restricciones a la transferencia de tierra agrícola. Un periodista estadounidense que cubrió la reunión informó: "China está preocupada por la competencia de bienes comestibles extranjeros en la Organización Mundial de Comercio, y el surgimiento de grandes granjas incrementaría la eficiencia agrícola, dijo un agrónomo" (Washington Post, 15 de octubre de 2003).

Sin embargo, las resoluciones e intenciones de la dirigencia del PCCh a este respecto, como en otros, no se traducirán automática ni necesariamente en la realidad económica. La Revolución de 1949 sigue siendo un recuerdo vivo en el campo chino. Los campesinos pobres saben que sus abuelos impartieron una dura justicia plebeya a los brutales terratenientes y los avaros usureros aldeanos. Los actuales aspirantes a terratenientes de China bien podrían sufrir un destino similar. De hecho, durante la década pasada China ha visto muchas protestas y disturbios campesinos a gran escala, especialmente contra aumentos de impuestos y corrupción.

Pero China sí tiene que pasar de pequeñas parcelas campesinas a la producción agrícola moderna, a gran escala y mecanizada. La cuestión es cómo. Un gobierno basado en consejos de obreros y campesinos no sólo prohibiría o restringiría la contratación de mano de obra y el arrendamiento de tierra adicional por parte de granjeros ricos, sino que también promovería la recolectivización de la agricultura. Esto no significa regresar a las comunas agrícolas de la era de Mao, que eran básicamente una agrupación de parcelas campesinas atrasadas. Para que la masa de campesinos chinos renuncie a sus propias parcelas a favor de las granjas colectivas, debe estar convencida de que ello resultará en un nivel de vida más alto para ellos y sus familias. Así, un gobierno basado en consejos de obreros y campesinos ofrecería impuestos reducidos y créditos más baratos a los campesinos que se unieran a los colectivos.

La colectivización y modernización racionales de la agricultura china significarían una transformación profunda de la sociedad. La introducción de tecnología moderna en el campo —desde segadoras-trilladoras hasta fertilizantes químicos y todo el complejo de la agricultura científica— requeriría una base industrial cualitativamente superior a la que hoy existe. A su vez, un incremento en la productividad agrícola plantearía la necesidad de una gran expansión de empleos industriales en áreas urbanas para absorber el vasto excedente de mano de obra que ya no sería necesario en el campo. Claramente, esto significaría un proceso largo, particularmente dado el tamaño limitado y el nivel relativamente bajo de productividad de la base industrial china. Tanto el ritmo como, a fin de cuentas, la factibilidad de esta perspectiva dependen de la ayuda que China recibiría de un Japón socialista o unos Estados Unidos socialistas, subrayando una vez más la necesidad de la revolución proletaria internacional.

El espectro de una revuelta obrera

A principios del año 2000 fue cerrada una gran mina estatal de molibdeno en Yangjiazhangzi —una localidad en la deprimida antigua región industrial del noreste de China—. Algunas partes de la mina que se consideraron rentables fueron privatizadas, siendo retomadas principalmente por secuaces de los administradores. Una protesta en las oficinas de la empresa por parte de los mineros despedidos en torno al pago de liquidaciones raquíticas escaló rápidamente a una verdadera revuelta obrera. Unos 20 mil mineros y sus familias tomaron las calles, construyendo barricadas, quemando coches, rompiendo ventanas de oficinas de gobierno y quemando tambos de petróleo.

Las autoridades actuaron cautelosamente por miedo a que los obreros usaran la reserva de dinamita en la mina para defenderse. Durante dos días los obreros combatieron a la Policía Armada del Pueblo, una fuerza paramilitar creada a mediados de los años 80 específicamente para suprimir el creciente tumulto social. Finalmente fueron traídas unidades del ejército, disparando municiones reales por sobre las cabezas de los manifestantes, y sofocaron la rebelión. Dos años después, obreros también en el noreste de China desataron la revuelta más grande en el país desde el levantamiento de Tiananmen en 1989 que marcó una incipiente revolución política.

A su manera, la burocracia estalinista de Beijing reconoce que está sentada sobre un volcán de descontento social. En 2002, Jiang Zemin declaró que "expandir el empleo y promover el reempleo no es sólo un problema económico importante, sino también un problema político importante." Sin embargo, Jiang y sus consortes han fracasado —miserablemente— en alcanzar la meta de su propia política declarada.

El ministro del trabajo, Zhang Zuoji, reportó en 2002 que de los 26 millones de obreros despedidos de empresas estatales desde 1998, sólo 17 millones han sido reempleados. Y la situación a este respecto se está deteriorando rápidamente. Según estadísticas del gobierno, durante la primera mitad de 2002 sólo el nueve por ciento de los obreros despedidos fue reempleado, comparado con el 50 por ciento en 1998. En muchas ciudades de China, los obreros se alinean a lo largo de los caminos buscando empleo con carteles colgando del cuello que indican sus oficios: electricista, carpintero, plomero.

El medio principal mediante el cual el régimen de Beijing ha tratado de disminuir el crecimiento del desempleo ha sido una inmensa expansión de proyectos de trabajo público internamente financiados a través de un nivel cada vez más alto de gasto gubernamental deficitario. Pero en el futuro no tan distante, el régimen estalinista de Beijing va a tener que tomar algunas decisiones difíciles. Incrementar sustancialmente la proporción del producto social recaudado en impuestos implicará recortar las ganancias e ingresos de los empresarios capitalistas y también los de la pequeña burguesía más rica. El Far Eastern Economic Review (10 de octubre de 2002), cuya perspectiva está lejos de ser anticapitalista, observó: "Los vibrantes sectores privados de la economía costeña son notoriamente laxos en el pago de impuestos." Alternativamente, reducir sustancialmente los gastos del gobierno implicaría lanzar a muchos millones de obreros más a las calles y recortar sus raquíticos beneficios sociales (por ejemplo, pensiones). En ese momento, diferencias de políticas dentro de la dirigencia del PCCh, intersecando crecientes tensiones sociales, podrían empezar a fracturar a la burocracia.

Durante el último año, el régimen de Jiang fue sucedido por una llamada "cuarta generación" de líderes del PCCh representada por Hu Jintao como presidente y Wen Jiabao como primer ministro. Como Deng antes que él, Jiang ha retenido la máxima autoridad al permanecer como jefe de la Comisión Militar Central del PCCh, es decir, de facto comandante de las fuerzas armadas chinas. La posición ideológica de los líderes de la "cuarta generación" indica las presiones sociales en conflicto sobre ellos. Por un lado, han sido más abiertamente procapitalistas (legitimando la membresía en el partido para empresarios, proponiendo consagrar los "derechos de propiedad" en la constitución).

Al mismo tiempo, la nueva dirigencia del PCCh ha adoptado un estilo político más "populista" que el régimen gris y tecnocrático de Jiang. Así, poco antes de convertirse en premier, Wen Jiabao descendió a una mina de carbón en el amargo frío para celebrar el Año Nuevo Lunar con los mineros que trabajaban ahí. Más recientemente, el China Daily (30 de octubre de 2003) anunció con fanfarrias la intervención personal de Wen para ayudar a un obrero de la construcción migrante a obtener salarios anteriores que no se le habían pagado, comentando que esto "atestigua el hecho de que la nueva dirigencia, que está en contacto con el pueblo, ha sido exitosa cuando se trata de lidiar con los menos privilegiados del país".

Estos gestos "populistas" han sido acompañados con promesas de hacer más delgada la brecha entre ricos y pobres y entre las relativamente ricas provincias costeñas y las más empobrecidas regiones del centro y occidente de China. Si esto no es sólo retórica vacía sino que señala diferencias en el régimen en cuanto a políticas y prioridades económicas, el fraccionalismo resultante podría abrir la situación política. En ese caso, los factores decisivos serán la conciencia política de la clase obrera china y de otros trabajadores y la capacidad de los marxistas revolucionarios (es decir, leninistas-trotskistas) de intervenir para cambiar y elevar esa conciencia.

¡Por la democracia obrera!

En Europa Oriental y la antigua Unión Soviética en los años 80 y principios de los 90, muchos obreros, así como la mayor parte de la intelectualidad, sucumbieron a la ilusión de que la introducción del capitalismo al estilo occidental rápidamente produciría niveles de vida al estilo occidental. Pero los obreros y los pobres urbanos chinos ya han experimentado una gran dosis de capitalismo occidental (y japonés) en la forma de cientos de miles de millones de dólares en inversión extranjera y empresas conjuntas. También han experimentado la creciente presencia de explotadores capitalistas chinos, surgidos tanto del territorio continental como de más allá de las costas. Y la suma de esas experiencias es un incremento masivo de desempleo, inseguridad económica, desigualdad social y diferencias de ingreso.

Toda la evidencia indica que existe una hostilidad popular profunda y extensa hacia los elementos capitalistas que existen actualmente en China. Una encuesta de opinión pública llevada a cabo el año pasado por la Universidad Popular encontró que sólo el 5 por ciento de los encuestados pensaba que los nuevos ricos habían adquirido su riqueza por medios legítimos. La propuesta para incorporar "derechos de propiedad" en la constitución circulada en el XVI Congreso del PCCh en 2002 provocó un tanto de reacción popular. En los últimos años, ha habido una erupción de asesinatos de magnates.

Si es poco probable que los obreros chinos tengan ilusiones en el capitalismo al estilo occidental, la cuestión de la "democracia" al estilo occidental es otra cosa. Cuando la situación política en China se abra, grupos y partidos anticomunistas contrarrevolucionarios sin duda esconderán sus llamados por la economía de "libre mercado" mientras empujan por la "democracia", es decir, un gobierno parlamentario elegido sobre la base de un hombre, un voto. Típico de este tipo de gente es Han Dongfang, un "disidente" proimperialista que publica la revista China Labour Bulletin en Hong Kong y es muy querido por los congresistas de derecha y la burocracia anticomunista de la AFL-CIO en EE.UU.

El gobierno parlamentario es de hecho una forma política de la dictadura de la burguesía. En ese sistema, la clase obrera está políticamente reducida a individuos atomizados. La burguesía puede manipular efectivamente al electorado —en el cual el voto de un obrero fabril cuenta lo mismo que el de un administrador de fábrica o tecnócrata— a través de su control de los medios de comunicación, el sistema de educación y las demás instituciones que dan forma a la opinión pública. En todas las "democracias" capitalistas, los funcionarios de gobierno, elegidos y no elegidos, son comprados por los bancos y las grandes corporaciones.

Como Lenin explicó en su polémica clásica contra la socialdemocracia, La revolución proletaria y el renegado Kautsky (noviembre de 1918):

"Incluso en el Estado burgués más democrático, el pueblo oprimido tropieza a cada paso con la flagrante contradicción entre la igualdad formal, proclamada por la ‘democracia’ de los capitalistas, y los miles de limitaciones y subterfugios reales que convierten a los proletarios en esclavos asalariados....

"En la democracia burguesa, valiéndose de mil ardides —tanto más ingeniosos y eficaces cuanto más desarrollada está la democracia ‘pura’—, los capitalistas apartan al pueblo de las tareas de gobierno, de la libertad de reunión y de prensa, etc.... Mil obstáculos impiden a los trabajadores participar en el Parlamento burgués (que nunca resuelve las cuestiones más importantes bajo la democracia burguesa; las resuelven la Bolsa y los bancos) y los obreros saben y sienten, ven y comprenden perfectamente que el Parlamento burgués es una institución ajena a ellos." [énfasis en el original]

Bajo la democracia burguesa, los obreros sólo tienen la ilusión de algún control o poder sobre el gobierno. Pero bajo un estado obrero, la cuestión de la democracia obrera no es una abstracción o ilusión, sino que, en el fondo, es una cuestión de poder. En un estado obrero como China, la dictadura del proletariado está deformada por el dominio estalinista: el proletariado como clase está privado del poder político, que en cambio está monopolizado por una casta burocrática antiobrera cuyas políticas a fin de cuentas amenazan la existencia misma del estado obrero. La clase obrera y los trabajadores rurales pueden ejercer el poder político real sólo mediante una dictadura del proletariado dirigida por sus propias instituciones de gobierno basadas en su clase, los soviets (el término ruso para consejos), que estarían abiertos a todos los partidos que defiendan las bases colectivizadas del estado obrero. En la misma obra, Lenin explicó:

"Los soviets son la organización directa de los propios trabajadores y explotados que los ayuda, en todas las formas posibles, a organizar y gobernar su propio Estado. La vanguardia de los trabajadores y de los explotados, el proletariado urbano, tiene en este sentido la ventaja de estar más unido, gracias a las grandes empresas; a él le es más fácil que a nadie elegir y controlar a los elegidos. La forma soviética de organización ayuda automáticamente a unir a todos los trabajadores y explotados en torno de su vanguardia, el proletariado. El viejo aparato burgués, la burocracia, los privilegios de la fortuna, de la instrucción burguesa, de las relaciones sociales, etc. (privilegios reales que son tanto más variados cuanto más desarrollada está la democracia burguesa), todo esto desaparece bajo la forma soviética de organización....

"La democracia proletaria es un millón de veces más democrática que cualquier democracia burguesa. El poder soviético es un millón de veces más democrático que la más democrática de las repúblicas burguesas." [énfasis en el original]

Las alternativas que enfrenta China son la revolución política proletaria o la contrarrevolución capitalista sangrienta. Debe señalarse que bajo ninguna circunstancia la restauración capitalista producirá ninguna forma de democracia burguesa. La destrucción contrarrevolucionaria del estado obrero degenerado soviético y los estados obreros deformados de Europa Oriental ofrece un vistazo a lo que el capitalismo tiene reservado para los obreros chinos: guerra fratricida, pobreza y desempleo, total devastación social (ver "Cómo fue estrangulado el estado obrero soviético" y "Matanza nacionalista desgarra a Yugoslavia" en Espartaco No. 4, primavera de 1993).

No es ningún accidente que, más o menos al tiempo del golpe contrarrevolucionario de Yeltsin en 1991, muchos "demócratas" yeltsinistas argumentaron que se necesitaría un "Pinochet ruso" para administrar el naciente dominio capitalista en la antigua Unión Soviética. El economista Gavriil Popov, un aliado clave de Yeltsin e ideólogo en jefe de la "Plataforma Democrática" del PC soviético, que fue elegido alcalde de Moscú en 1991, reconoció francamente que la introducción del capitalismo no sería compatible con la democracia burguesa:

"Ahora debemos crear una sociedad con una variedad de formas distintas de propiedad, incluyendo la propiedad privada; y ésta será una sociedad de desigualdad económica. Habrán contradicciones entre las políticas que conducen hacia la desnacionalización, la privatización y la desigualdad por un lado, y por el otro, el carácter populista de las fuerzas que fueron movilizadas para alcanzar esos objetivos. Las masas añoran la justicia y la igualdad económica. Y mientras más avance el proceso de transformación, más aguda y evidente será la brecha entre esas aspiraciones y las realidades económicas."

—"Peligros para la democracia", New York Review of Books, 16 de agosto de 1990

Incluso en la antigua URSS, que era una potencia global industrial y militar, los regímenes políticos capitalistas en las diversas repúblicas constituyentes van desde el dominio "parlamentario" semibonapartista hasta la dictadura abierta. Una China capitalista sometería a sus masas a una dislocación social incluso más grande y a una pobreza mucho mayor.

Aun más, mientras que la vieja burguesía rusa fue destruida como clase, la burguesía china simplemente fue echada del territorio continental por la revolución y hoy sigue lista para reclamar sus pertenencias perdidas y buscar venganza, sobre todo contra el combativo proletariado. La restauración capitalista podría traer consigo un resurgimiento del dominio de señores de la guerra locales patrocinado por los imperialistas que marcó a la China prerrevolucionaria, conduciendo a la subyugación y el desmembramiento del país a manos del imperialismo occidental y japonés, infligiendo al mismo tiempo destrucción masiva en Corea del Norte y Vietnam.

Lograr la democracia soviética en países capitalistas requiere una revolución social proletaria que expropie a la burguesía y derroque el sistema de ganancias capitalista. En contraste, en China se requiere una revolución política proletaria para echar a la burocracia dirigente y poner el poder político en manos de los consejos de obreros, soldados y campesinos. Tal revolución política tiene premisa en la defensa incondicional de la economía colectivizada que es el fundamento social del estado obrero. Su programa fue encapsulado por Trotsky en su análisis clásico de la Rusia de Stalin, La revolución traicionada (1936):

"No se trata de reemplazar un grupo dirigente por otro, sino de cambiar los métodos mismos de la dirección económica y cultural. La arbitrariedad burocrática deberá ceder el lugar a la democracia soviética. El restablecimiento del derecho de crítica y de una libertad electoral auténtica, son condiciones necesarias para el desarrollo del país. El restablecimiento de la libertad a los partidos soviéticos y el renacimiento de los sindicatos, están implicados. La democracia provocará, en la economía, la revisión radical de los planes en beneficio de los trabajadores.... Las ‘normas burguesas de reparto’ serán reducidas a las proporciones estrictamente exigidas por la necesidad y retrocederán a medida que la riqueza social crezca, ante la igualdad socialista.... La juventud podrá respirar libremente, criticar, equivocarse, madurar. La ciencia y el arte sacudirán sus cadenas. La política extranjera renovará la tradición del internacionalismo revolucionario."

La lucha por la democracia obrera está íntimamente ligada a la lucha por la extensión de la revolución. Karl Marx escribió una vez que con la escasez se generaliza la pobreza "y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la porquería anterior". La base material del burocratismo se encuentra en la escasez: la burocracia se considera a sí misma el árbitro que decide cómo se usan y distribuyen los escasos recursos. La necesidad histórica una vez más fuerza la cuestión del internacionalismo revolucionario. Sin unos Estados Unidos socialistas, una Europa socialista, un Japón socialista, los trabajadores de China no podrán eliminar la escasez y la miseria. En efecto, el destino del proletariado chino —el destino de los trabajadores y oprimidos alrededor del mundo— será decidido en la lucha por la revolución socialista internacional.

La Liga Comunista Internacional está comprometida a llevar este programa revolucionario marxista —el único programa que puede defender a China contra las poderosas fuerzas de la contrarrevolución respaldada por los imperialistas— a los obreros y trabajadores rurales de China hoy día.

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