La Revolución Rusa y el colapso del estalinismo

La bancarrota de las teorías sobre “una nueva clase”

Tony Cliff y Max Shachtman: Cómplices proimperialistas de la contrarrevolución

TRADUCIDO DE SPARTACIST (EDICION EN INGLES) NO. 55, OTOÑO DE 1999

La Revolución Rusa de Octubre de 1917 tuvo un profundo impacto en el siglo XX. Al fin de la Primera Guerra Mundial se dio una ola de luchas proletarias revolucionarias a lo largo del planeta, reforzadas por la repulsión generalizada que provocó la carnicería de la masacre imperialista, sin precedente histórico hasta ese momento. Levantamientos revolucionarios de la clase obrera sacudieron a Rusia, Finlandia, Italia, Hungría, Alemania; por todas partes los ejércitos se amotinaron y huelgas combativas de masas paralizaron la industria en una escala nunca antes vista. Y sin embargo fue el viejo imperio zarista el único dominio en el que la clase obrera tomó el poder estatal y lo mantuvo exitosamente, expropiando a la clase capitalista e iniciando la construcción de una economía planificada y colectivizada. La dirección del Partido Bolchevique de Lenin probó ser el elemento decisivo en esa victoria. La capa de vanguardia organizada por los bolcheviques había llevado a cabo una escisión política total con todas las variedades del liquidacionismo, socialchovinismo, revisionismo y reformismo existentes en el movimiento obrero del imperio zarista. Esto le permitió al partido obrero revolucionario marxista de Lenin, cuando se presentó la oportunidad, limpiar los obstáculos del camino y dirigir a la clase obrera para aplastar al estado burgués y crear un estado basado en los consejos obreros o soviets.

Al desintegrarse la Segunda Internacional al principio de la guerra cuando la mayoría de sus partidos individuales apoyaron a sus respectivos gobiernos imperialistas, ayudando a llevar al proletariado a la masacre, Lenin reconoció que la Segunda Internacional estaba muerta en tanto que fuerza revolucionaria. Los bolcheviques intentaron reagrupar a los internacionalistas revolucionarios en la lucha por una III Internacional, una Internacional Comunista, que finalmente se fundó en Moscú en 1919. Pero en Alemania e Italia, la vanguardia de la clase rompió demasiado tarde con los reformistas y los socialpacifistas; en Hungría y en Finlandia, aquellos que aspiraban a ser comunistas estaban unidos a los socialdemócratas cuando surgieron los levantamientos proletarios. Se perdieron oportunidades que prometían ser revolucionarias, debido a la inmadurez de la dirección revolucionaria. Mientras tanto, los socialdemócratas probaron ser una ayuda indispensable para que los imperialistas encadenaran a la clase trabajadora al orden capitalista, proveyendo la fachada “democrática” bajo la cual el abierto terror nacionalista contrarrevolucionario fue movilizado y llevó a cabo su sangriento trabajo sucio.

Escribiendo después de la primera gran ola revolucionaria de la historia en 1848, Karl Marx insistió que una revolución en cualquier estado de Europa no duraría mucho tiempo si no se desbordaba a Inglaterra:

“Una transformación de las condiciones económico-nacionales en cualquier país del continente europeo o en todo el continente europeo en su conjunto sin Inglaterra, es una tempestad en un vaso de agua. Las condiciones de la industria y el comercio dentro de cada nación se hallan dominadas por sus relaciones de tráfico con otras naciones y por su actitud ante el mercado mundial. Inglaterra domina al mercado mundial y la burguesía domina a Inglaterra.”

— “El movimiento revolucionario”, Neue Rheinische Zeitung, 1º de enero de 1849

Sería imposible crear la abundancia material necesaria para la construcción de la sociedad socialista si no puede ser construida sobre la base de la división mundial del trabajo creada por el capitalismo. Como Marx lo había señalado anteriormente, “sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la porquería anterior.” (La ideología alemana, escrito en 1845-46). Además, mientras sigan existiendo naciones capitalistas económicamente poderosas, la reacción tendrá un bastión desde el cual movilizar un contraataque. Escrito casi 80 años antes de que Stalin promulgara el dogma de “construir el socialismo en un solo país”, las palabras de Marx son una condenación feroz de este absurdo.

Las vicisitudes de la Revolución Rusa después de que los bolcheviques llegaran al poder revelan con abundantes detalles sádicos la variedad de armas que el imperialismo mundial puede utilizar para suprimir a un estado obrero revolucionario aislado. La Rusia Soviética fue invadida por tropas de 14 diferentes naciones capitalistas, las potencias imperialistas impusieron un embargo a la navegación, el comercio y la inversión, armaron a las fuerzas locales de la contrarrevolución, en suma, hicieron todo lo que pudieron para estrangularla cuando estaba aislada y económicamente devastada. Las burguesías del mundo entero se negaron a coexistir con un estado que había arrancado del mercado mundial un área inmensa de inversión y explotación. El que el estado obrero se mantuviera como un bastión de la revolución mundial por cinco años en aislamiento fue un gran logro histórico; el que el estado obrero que surgió de Octubre se mantuviera en su forma degenerada por casi 70 años es testimonio del increíble poderío económico de una economía planificada y colectivizada, pese a la mala administración de la casta burocrática estalinista que arrebató el poder a la clase obrera a principios de 1924. El derrocamiento del capitalismo y la creación de estados obreros deformados de acuerdo al modelo estalinista en Europa Oriental, China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba ilustró la reverberación histórica continua de la Revolución Bolchevique.

Un factor decisivo en la degeneración de la Revolución Rusa fue el desenlace de la crisis revolucionaria económica y política que sacudió a Alemania, la potencia derrotada en la Primera Guerra Mundial, cuando las tropas francesas invadieron la región industrial del Ruhr buscando el pago de indemnizaciones de guerra en 1923. El núcleo del Partido Comunista Alemán (KPD) —el grupo espartaquista dirigido por Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht— se había escindido del centrista USPD de Karl Kautsky en medio de una revolución, a finales de 1918. El partido de Kautsky usaba retórica seudomarxista para encubrir sus prácticas socialpacifistas y oportunistas, proveyendo a los socialdemócratas abiertamente reformistas (SPD) de una cubierta esencial. La revolución de 1918-19 naufragó por el error del KPD de no separarse antes de Kautsky, pero incluso después de la ruptura programática e ideológica del partido con el centrismo de Kautsky, los sucesos subsecuentes probarían que ésta fue bastante incompleta. Los asesinatos de Luxemburg y Liebknecht en enero de 1919 sólo exacerbaron el problema. No fueron los líderes del naciente Partido Comunista Alemán quienes respondieron a los salvajes ataques de Kautsky contra la Revolución Rusa, sino Lenin en La revolución proletaria y el renegado Kautsky (1918) y Trotsky en Entre blanco y rojo (1922). Estos trabajos fueron escritos mientras sus autores dirigían el estado soviético, libraban la Guerra Civil contra los blancos e inspiraban y dirigían a la III Internacional. La incapacidad del partido alemán para siquiera intentar una insurrección proletaria en el año revolucionario de 1923, difundió la desmoralización en la clase obrera soviética y preparó el camino para la victoria de Stalin a principios del año siguiente. Como lo explicó convincentemente Trotsky en su Lecciones de Octubre (1924), la incapacidad del KPD en 1923 probó por la negativa que el problema de la dirección revolucionaria es la cuestión decisiva en la época imperialista.

En su obsesión por destruir el primer estado obrero del mundo, el imperialismo mundial contó con la ayuda de sus lacayos socialdemócratas y de muchos otros a su izquierda. Karl Kautsky, los anarquistas —hostiles a la dictadura del proletariado—, Max Shachtman —quien se escindió del movimiento trotskista estadounidense en 1939-40—, el ahora difunto movimiento maoísta; a lo largo de los años todo tipo de fuerzas han propuesto todo tipo de explicaciones para demostrar que la URSS era un tipo de sociedad “capitalista” o de “una nueva clase”. El ascenso de la brutal y conservadora burocracia estalinista, sembrando la repulsión y la confusión en las filas de los obreros conscientes de clase de todas partes fue un gran regalo para los ideólogos antisocialistas y sus rabos de “izquierda”, quienes buscaban una justificación para hacer causa común con el capitalismo imperialista en nombre de la “democracia”.

Hoy, la variante más conocida de tales corrientes es la tendencia internacional dirigida por Tony Cliff en el Socialist Workers Party (SWP, Partido Socialista de los Trabajadores) británico, cuyos afiliados incluyen a la International Socialist Organization (ISO, Organización Socialista Internacional) en EE.UU. Los cliffistas (y sus numerosos retoños, tales como Workers Power [Poder Obrero]) se mantienen en la tradición directa de la ruptura fundamental de Max Shachtman con el trotskismo sobre el programa de la defensa militar incondicional del estado obrero degenerado soviético contra el ataque imperialista externo o los intentos internos de restauración capitalista. Esto ilustra inequívocamente que la “teoría” del capitalismo de estado es un puente para reconciliar a los supuestos “socialistas” con su propia clase dominante.

Las teorías de “una nueva clase” de estos renegados del trotskismo, como Shachtman y Cliff, fueron un intento por justificar su traición a los intereses de clase del proletariado y su propia reconciliación con el capitalismo al negar la naturaleza de clase obrera del estado obrero degenerado soviético y de los estados obreros deformados de Europa Oriental creados después de la Segunda Guerra Mundial. En realidad, estas “teorías” no eran sino intentos —disfrazados con terminología seudomarxista— por encubrir su verdadero programa de capitulación a la opinión pública burguesa anticomunista y su renuncia a una perspectiva proletaria revolucionaria.

Así, la capitulación de Shachtman a la opinión pública pequeñoburguesa frentepopulista después del pacto germano-soviético en 1939, aceleró su abandono de la defensa militar incondicional de la URSS. En 1950, Tony Cliff rompió con la IV Internacional trotskista sobre la misma cuestión del defensismo, provocado, esta vez, por la histeria anticomunista de la Guerra Fría que acompañó al inicio de la Guerra de Corea. Cliff renegó de la posición trotskista de la defensa militar incondicional de los estados obreros deformados chino y norcoreano contra el ataque imperialista que había tomado la forma de una “acción policiaca” multinacional bajo el auspicio de las Naciones Unidas. Esto fue una capitulación cobarde a la burguesía británica y a sus lacayos socialdemócratas: era un gobierno del Partido Laborista el que mandaba tropas británicas a Corea.

Aunque la “teoría” de Cliff del capitalismo de estado difiere de la teoría del “colectivismo burocrático” de Max Shachtman y fue elaborada una década después, las dos tienen en común su servicio como vehículo para desechar el programa trotskista de defensa militar incondicional a los estados obreros degenerado y deformados contra el ataque imperialista. Cada una tuvo lugar en diferentes terrenos políticos nacionales. Shachtman, operando en Estados Unidos bajo el “New Deal” [Nuevo Trato] de Roosevelt en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, reflejaba la perspectiva orwelliana de “los horrores del totalitarismo” representado por Hitler y Stalin, que florecía entre los medios pequeñoburgueses a los que él era sensible. Cliff capitulaba al podrido Partido Laborista británico —al que Lenin describió como un “partido obrero-burgués”— al inicio de la Guerra de Corea. Así, cada uno en su propio tiempo representó una capitulación al antisovietismo de su propia burguesía.

Los partidarios de la “teoría” del “colectivismo burocrático” han estado más bien silenciosos desde que los shachtmanistas se volvieron combatientes de la Guerra Fría en el ala de extrema derecha de la socialdemocracia estadounidense. Pero un nuevo libro publicado en Inglaterra por Sean Matgamna está intentando revivir el “colectivismo burocrático”, publicando textos de Shachtman y de los shachtmanistas en una colección titulada The Fate of the Russian Revolution: Lost Texts of Critical Marxism Volume I [El destino de la Revolución Rusa: textos perdidos del marxismo crítico Volumen I] (1999). Como veremos, a pesar de ser seleccionados por este nuevo admirador de Shachtman con la ventaja de la retrospectiva, el volumen de Matgamna contiene amplio material que demuestra la profunda vacuidad del análisis antimarxista de su mentor acerca de la URSS estalinizada.

“Socialismo en un solo país”

Aunque los bolcheviques repelieron las invasiones imperialistas y ganaron la Guerra Civil, la joven República Soviética se encontraba encadenada a una base agrícola técnica y socialmente atrasada y carente de los recursos necesarios para reconstruir rápidamente la infraestructura y las industrias devastadas por las guerras imperialista y civil. El proletariado casi había dejado de existir, sus elementos más conscientes fueron matados en la Guerra Civil o cooptados por el aparato estatal y del partido. Bajo estas condiciones, el primer estado obrero del mundo sufrió una contrarrevolución política cuando la Oposición de Izquierda fue prácticamente excluida de la XIII Conferencia del partido en enero de 1924. En el estado obrero degenerado que surgió, el aparato burocrático encabezado por Stalin no destruyó las relaciones de propiedad socializadas sino que usurpó el poder político del proletariado. En su análisis retrospectivo de la burocracia, Trotsky empleó una analogía con la expulsión de los jacobinos radicales en el 9 de Termidor durante la Revolución Francesa:

“Socialmente el proletariado es más homogéneo que la burguesía, pero contiene en su seno una cantidad de sectores que se manifiestan con excepcional claridad luego de la toma del poder, durante el periodo en que comienzan a conformarse la burocracia y la aristocracia obrera ligada a ella. El aplastamiento de la Oposición de Izquierda implicó en el sentido más directo e inmediato el traspaso del poder de manos de la vanguardia revolucionaria a los elementos más conservadores de la burocracia y del estrato superior de la clase obrera. 1924: he ahí el comienzo del Termidor soviético.”

— “El estado obrero, Termidor y bonapartismo” (1935)

Después de la muerte de Lenin, también en enero de 1924, la fracción de Stalin inundó al Partido Bolchevique con elementos burocráticos nacientes en la “campaña leninista de enrolamiento” y en diciembre de 1924 promulgó el falso dogma del “socialismo en un solo país”. El “socialismo en un solo país” representó en un inicio un callejón sin salida de autarquía y aislamiento económicos imposibles. En el curso del siguiente periodo, las políticas de la Internacional Comunista zigzaguearon de un centrismo burocrático que dictaminó la subordinación suicida del Partido Comunista Chino a la “burguesía nacional” durante la Segunda Revolución China de 1925-27, hasta el sectarismo del “Tercer Periodo” que permitió la llegada de Hitler al poder en Alemania en 1933 sin luchar, así como el abierto reformismo colaboracionista de clase del Frente Popular que estranguló la Revolución Española de 1936-37. La fracción estalinista primero eliminó a sus rivales dentro del partido, luego la camarilla de Stalin purgó a aquellos que podían representar una amenaza a la fracción desde dentro. Conforme la casta burocrática representada por la camarilla de Stalin alcanzaba cierta conciencia histórica, el “socialismo en un solo país” se convirtió en la justificación ideológica para convertir a los partidos comunistas extranjeros en moneda de cambio para la búsqueda ilusoria de una “coexistencia pacífica” con el imperialismo.

Stalin amañó las elecciones a la XIII Conferencia del partido y, en los años posteriores, desató una ola tras otra de represión y purgas (ver: “El Termidor estalinista, la Oposición de Izquierda y el Ejército Rojo” en la página 2). La ferocidad de la represión de Stalin contra la Oposición de Izquierda, contra sus antiguos aliados fraccionales como Zinóviev, Kámenev y Bujarin, contra los kulaks, artistas e intelectuales, surgió del reconocimiento de Stalin de que su régimen estaba en riesgo constante. Para continuar reclamando la herencia de los bolcheviques mientras expropiaba políticamente al proletariado y revertía el programa internacionalista proletario de los bolcheviques, Stalin requería de la “Gran Mentira” reforzada por el terror del estado policiaco.

El sistema capitalista en su decadencia imperialista seguía presentando nuevas oportunidades revolucionarias. Las crisis económicas cíclicas inherentes al capitalismo, notablemente la Gran Depresión de la década de 1930 que llevó a la radicalización del proletariado, las contradicciones de las burguesías que llevaban a regímenes fascistas en los estados más pobres y a una nueva guerra imperialista de destrucción masiva para redividir el mundo, todas ellas debieron haber engendrado revoluciones otra vez.

Los estalinistas de Europa Occidental emergieron de la Segunda Guerra Mundial a la cabeza de organizaciones de masas de obreros combativos en Italia, Francia y otras partes. Pero, especialmente gracias a la colaboración de clase de los estalinistas, los imperialistas estadounidenses pudieron reestabilizar el capitalismo en Europa Occidental y Japón. Un cuarto de siglo después, la derrota militar de los imperialistas estadounidenses a manos de los estalinistas vietnamitas, que llevó al establecimiento de un estado obrero deformado unificado vietnamita, debilitó severamente a los imperialistas. A finales de la década de los 60 y al inicio de la década de los 70 una serie de situaciones prerrevolucionarias y revolucionarias se presentaron en Europa: Francia en 1968, Italia en 1969, Portugal en 1975. Estas representaron las mejores oportunidades para la revolución proletaria en los países capitalistas avanzados desde el periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Fueron los partidos comunistas pro Moscú quienes se las arreglaron de nuevo para preservar el sacudido orden burgués en esta región. Aquí, el papel contrarrevolucionario de los partidos estalinistas occidentales contribuyó inconmensurablemente a la subsecuente destrucción de la Unión Soviética.

El desmantelamiento final de las conquistas de Octubre con la contrarrevolución capitalista de 1991-92 fue la confirmación final de la imposibilidad del “socialismo en un solo país”. Esa catástrofe para el proletariado mundial ha redefinido profundamente el mundo en el que vivimos. El empobrecimiento masivo y los conflictos étnicos han devastado a la población de la antigua Unión Soviética y de Europa Oriental. Las naciones nominalmente independientes del “Tercer Mundo” ya no pueden maniobrar entre las “dos superpotencias”, en tanto que enfrentan la rapiña económica irrestricta y la fuerza bruta militar de los imperialistas. Como las rivalidades interimperialistas ya no están restringidas por el común compromiso antisoviético de los gobernantes burgueses, los obreros de los países capitalistas avanzados enfrentan ataques intensificados dirigidos a alcanzar mayor competitividad, incrementando la tasa de explotación del trabajo. La conciencia proletaria ha sido echada atrás; la identificación por los obreros de sus intereses de clase con los ideales socialistas está a un nivel más bajo que nunca conforme la burguesía señala al colapso del estalinismo como “prueba” de la “muerte del comunismo”.

Contrarrevolución capitalista: ¿un “paso lateral”?

Hoy, los seguidores de Cliff en Estados Unidos declaran abiertamente: “Las revoluciones en Europa Oriental fueron un paso lateral, de una forma de capitalismo a otra” (Socialist Worker, 23 de abril de 1999). No intenten presentar esta línea a ningún obrero ruso hoy en día. La caída económica y social sin precedente que ocurre actualmente en el territorio de la ex URSS es la medida real de cuán progresista, en términos históricos, fue en realidad la economía planificada y colectivizada. En las condiciones caóticas de la Rusia postsoviética, las leyes del capitalismo han resultado en un colapso económico total: la producción ha caído al menos en un 50 por ciento desde 1991, la inversión de capital en un 90 por ciento. Hoy en día, una tercera parte de la fuerza laboral urbana en Rusia está efectivamente desempleada, un 75 por ciento de la población vive abajo o apenas por encima del nivel de supervivencia y 15 millones padecen hambruna. La esperanza de vida ha caído dramáticamente y ahora es de 57 años para los hombres —por debajo de lo que era hace un siglo— mientras que la población declinó en tres millones y medio de 1992 a 1997.

Las estadísticas por sí solas no pueden reflejar la extensión e intensidad del empobrecimiento. Las infraestructuras de producción, tecnología, ciencia, transporte, calefacción y alcantarillado se han desintegrado. La desnutrición se ha vuelto la norma entre los escolares. Alrededor de dos millones de niños han sido abandonados por sus familias, quienes ya no pueden mantenerlos. Los servicios básicos como la electricidad y el agua se han vuelto esporádicos en amplias áreas del país. Con la desintegración del antiguo sistema universal de salud dirigido por el estado, las enfermedades como la tuberculosis van desenfrenadamente en aumento. Como lo predijo Trotsky, la restauración capitalista ha reducido a la URSS a un pauperizado terreno baldío víctima de todos los destrozos de la depredación imperialista.

Mientras se agarran a sus gastadas teorías, los cliffistas y sus seguidores son singularmente modestos sobre su verdadera contribución. La restauración del capitalismo en la URSS y en Europa Oriental fue la implementación de su programa. Como Shachtman, quien apoyó la invasión estadounidense a Cuba en Playa Girón, Cliff y Cía. hicieron lo que pudieron para llevar a la victoria al imperialismo de EE.UU. en la Guerra Fría, deseando el ensangrentamiento de las fuerzas soviéticas en Afganistán, defendiendo las credenciales “sindicales” de Solidarnosc —instrumento del Vaticano, Wall Street y la socialdemocracia occidental para la contrarrevolución capitalista en Polonia— y les hubiera encantado bailar con los comerciantes del mercado negro, los monarquistas y los yuppies en las barricadas de Yeltsin en 1991. El Socialist Worker (31 de agosto de 1991) aclamó la victoria de Yeltsin: “El comunismo ha colapsado.... Es un hecho que debería regocijar a todo socialista.” Bueno, ahora los cliffistas tienen lo que querían.

Lo absurdo de las teorías del “capitalismo de estado” y del “colectivismo burocrático” queda de manifiesto a la luz del simple acto de rendición llevado a cabo por la burocracia estalinista en desintegración en el estado obrero degenerado soviético y los estados obreros deformados de Europa Oriental. Jamás en la historia ha renunciado una clase dominante poseedora voluntariamente al poder. Sin embargo, Cliff, cuya reelaboración del “capitalismo de estado” de Kautsky es su principal “credencial” como “marxista”, ahora afirma que la contrarrevolución en la ex URSS confirmó su análisis. En un artículo, “La prueba del tiempo”, en Socialist Review (julio-agosto de 1998), Cliff afirma de pasada que la naturaleza “capitalista de estado” de la burocracia estalinista quedó demostrada con la reaparición de los antiguos burócratas como capitalistas. De hecho, Trotsky señaló en sus obras seminales, tales como el estudio de 1936 La revolución traicionada, que la casta gobernante tenía todos los apetitos y aspiraciones de la burguesía, pero su realización estaba obstaculizada por las formas de propiedad socializadas del estado obrero degenerado.

Cliff señala además que “si Rusia era un país socialista o el régimen estalinista era un estado obrero, aunque degenerado o deformado, el colapso del estalinismo significaría que una contrarrevolución había tenido lugar. En tales circunstancias, los obreros hubieran defendido un estado obrero de la misma manera en que los obreros siempre defienden sus sindicatos, sin importar cuán derechistas y burocráticos sean, contra aquellos que intentan eliminar al sindicato por completo.” La LCI analizó extensivamente el colapso del bonapartismo estalinista en Rusia en nuestro folleto de 1993 How the Soviet Workers State Was Strangled [cuyo artículo principal del mismo título, “Cómo fue estrangulado el estado obrero soviético”, fue publicado en español en Espartaco No. 4, primavera de 1993] así como en los documentos de Joseph Seymour y Albert St. John, publicados en Spartacist No. 24 (marzo de 1992). En un estado capitalista, los cambios de régimen político tienen poco efecto sobre la anárquica economía burguesa, que tiende a funcionar de forma automática. En contraste, la revolución proletaria transfiere las fuerzas productivas directamente al estado que ha creado. Una economía socialista planificada se construye conscientemente y su existencia continua es inseparable del carácter político del poder estatal que la defiende. El hecho de que el proletariado soviético no luchara contra la contrarrevolución es testimonio de la destrucción sistemática de la conciencia proletaria por la burocracia. Como Trotsky señaló en La Internacional Comunista después de Lenin (1928): “Si un ejército en situación crítica capitula ante el enemigo sin combatir, este hundimiento reemplaza perfectamente a una ‘batalla decisiva’, tanto en política como en la guerra.”

Los cliffistas, que difieren poco de los shachtmanistas, tienen a final de cuentas la visión de que el “poder” intangible, en vez de la economía, es el factor decisivo. Para ellos, la fuerza y la presunta permanencia del gobierno estalinista surgió de la innegable crueldad de su represión. Motivados por un profundo pesimismo respecto a la capacidad revolucionaria de la clase obrera, estos renegados del trotskismo predican la misma propaganda de los abiertos apologistas burgueses del capitalismo, quienes afirman que el “totalitarismo” de Stalin garantizó que los obreros rusos nunca realizarían de nuevo ninguna lucha por sus propios intereses, a diferencia de los obreros del Occidente “democrático”.

Convertir a la “democracia” en la última meta histórica progresista sin importar su contenido de clase, es la treta más vieja en el manual de los defensores del orden burgués. En La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Lenin concentró su desprecio hacia los centristas kautskianos —quienes regresarían al partido socialdemócrata de Ebert, Noske y Scheidemann en 1922—: “lacayos de la burguesía, adaptándose al parlamentarismo burgués, y disimulando el carácter burgués de la democracia contemporánea.” Para un marxista, Lenin señaló “una cosa es la forma de las elecciones, la forma de democracia, y otra el contenido de clase de una institución determinada.”

La naturaleza de clase del estado soviético

El entendimiento de Trotsky de la burocracia como una casta gobernante corrosiva, no una clase poseedora sino una excrecencia sobre el estado y las instituciones que surgieron de Octubre, expresó las contradicciones manifiestas que finalmente terminaron con el estalinismo. En tanto que éste era un tipo de intermediario global balanceándose entre un estado basado en las formas de propiedad colectivizada y el orden imperialista mundial, su gobierno era frágil y fundamentalmente inestable. En “La naturaleza de clase del estado soviético” (1933), Trotsky señaló:

“Para un marxista el término clase tiene un significado especialmente importante y además científicamente riguroso. Una clase no se define solamente por su participación en la distribución de la renta nacional sino por su rol independiente en la estructura económica general y sus raíces independientes en los fundamentos económicos de la sociedad. Cada clase (la nobleza feudal, el campesinado, la pequeña burguesía, la burguesía capitalista y el proletariado) ejerce sus propias formas especiales de propiedad. La burocracia carece de estas características sociales. No ocupa una posición independiente en el proceso de producción y distribución. No tiene raíces de propiedad independientes. Sus funciones se relacionan básicamente con la técnica política del dominio de clase....

“Sin embargo, por sí mismos los privilegios de la burocracia no cambian las bases de la sociedad soviética, porque ella no deriva sus privilegios de relaciones de propiedad especiales que le sean peculiares como ‘clase’ sino de las relaciones de propiedad creadas por la Revolución de Octubre, fundamentalmente adecuadas a la dictadura del proletariado.

“Para decirlo sencillamente, en la medida en que la burocracia le roba al pueblo (y lo hacen, de distintos modos, todas las burocracias) no estamos frente a la explotación de clase, en el sentido científico de la palabra, sino ante el parasitismo social, pero a escala muy grande.”

En oposición a la perspectiva marxista de Trotsky, todo tipo de fuerzas antirrevolucionarias le atribuyeron a la élite gobernante estalinista una cierta solidez sustancial. Notables entre éstas fueron, por supuesto, los mismos ideólogos estalinistas, quienes declaraban estar “construyendo el socialismo” de manera segura dentro de sus propias fronteras (hasta que finalmente descubrieron la supuesta inevitabilidad, y hasta superioridad del capitalismo). Si la destrucción final de la Revolución de Octubre confirma el programa y el análisis de Trotsky sólo por la negativa, al menos revela como inadecuadas a todas las nociones del estalinismo como un sistema estable.

Shachtman ridiculizó las advertencias de Trotsky de que en la ausencia de una revolución política proletaria los estalinistas eran totalmente capaces de liquidar el estado obrero:

“Trotsky le asignó al estalinismo, a la burocracia estalinista, la función de socavar los fundamentos económicos del estado obrero. Con la desnacionalización gradual de los medios de producción e intercambio, relajando el monopolio del comercio exterior, el estalinismo prepararía el camino para la restauración de la propiedad privada y el capitalismo.... No ocurrió nada por el estilo.”

— Max Shachtman, “La revolución contrarrevolucionaria”, New International, julio de 1943, reimpreso en The Fate of the Russian Revolution de Matgamna

Pero eso es exactamente lo que sucedió en la URSS y en Europa Oriental; una derrota histórica que los trotskistas auténticos luchamos por impedir.

La “Cuestión Rusa” y el programa trotskista

Trotsky luchó por defender incondicionalmente el estado obrero que surgió de la Revolución de Octubre contra y a pesar de la casta estalinista que usurpó el poder político de la clase obrera soviética en 1923-24. La burocracia retuvo el poder sólo a través de una combinación de terror y mentiras, atomizando y desmoralizando al proletariado soviético, subvirtiendo la economía planificada y colectivizada, bloqueando en nombre del “socialismo en un solo país” las posibilidades de extender las conquistas de Octubre mediante revoluciones proletarias internacionalmente. Como Trotsky explicó:

“Dos tendencias opuestas se desarrollan en el seno del régimen. Al desarrollar las fuerzas productivas —al contrario del capitalismo estancado—, ha creado los fundamentos económicos del socialismo. Al llevar hasta el extremo —con su complacencia para los dirigentes— las normas burguesas del reparto, prepara una restauración capitalista. La contradicción entre las formas de propiedad y las normas de reparto, no puede crecer indefinidamente. De manera que las normas burguesas tendrán que extenderse a los medios de producción, o las normas de distribución tendrán que corresponderse con el sistema de propiedad socialista.”

La revolución traicionada (1936)

Trotsky entendió la situación muy claramente: o una revolución política del proletariado soviético derrotaría a la casta burocrática que usurpó el poder político, o la burocracia eventualmente prepararía el camino para la restauración capitalista conforme buscaba garantizar sus privilegios, convirtiéndose a sí misma en una nueva clase poseedora. Pero mientras tanto, la tarea urgente para cualquier obrero con conciencia de clase en el mundo era defender incondicionalmente al estado soviético y a los obreros soviéticos contra los ataques militares externos del imperialismo o los intentos internos de restauración capitalista. Pero hubo quien capituló ante las presiones del antisovietismo burgués y abandonó su deber revolucionario de defender incondicionalmente el primer estado obrero, pese a su degeneración burocrática, argumentando que hacer eso significaría dar su aprobación al estalinismo, equiparando falsamente a la burocracia parasitaria con el estado obrero soviético. En 1934, Trotsky insistió:

“Por diversas fuentes nos han informado que existe entre nuestros amigos en París una tendencia a negar la naturaleza proletaria de la URSS, a exigir que exista en ella una completa democracia, incluyendo la legalización de los mencheviques, etc....

“Los mencheviques son los representantes de la restauración burguesa, mientras que nosotros estamos por la defensa del estado obrero por todos los medios posibles. Cualquiera que hubiese propuesto que no apoyemos, por cualquier medio, la huelga de los mineros ingleses de 1926 o la última oleada de conflictos en los Estados Unidos, por el hecho de que la mayoría de sus dirigentes eran unos bribones habría sido un traidor a los obreros británicos y norteamericanos. ¡Exactamente lo mismo es aplicable a la URSS!”

— Trotsky, “Ningún compromiso sobre la Cuestión Rusa”, 11 de noviembre de 1934

Y Trotsky advirtió: “Toda tendencia política que desesperanzadamente le dice adiós a la Unión Soviética, con el pretexto de su carácter ‘no proletario’, corre el riesgo de convertirse en instrumento pasivo del imperialismo” (“La naturaleza de clase del estado soviético”, octubre de 1933). Los supuestos “socialistas” del tipo Shachtman/Cliff/Matgamna van más allá de ser meros instrumentos pasivos.

Trotsky presentó un análisis marxista preciso de la URSS bajo el gobierno de Stalin tajantemente diferente de las galimatías de Shachtman/Cliff. Atacó la noción de que “la única transición posible del régimen soviético conduce al socialismo.” Añadiendo que “un retroceso hacia el capitalismo sigue siendo perfectamente posible.” Y remarcó:

“La URSS es una sociedad intermedia entre el capitalismo y el socialismo, en la que: a) Las fuerzas productivas son aún insuficientes para dar a la propiedad del estado un carácter socialista; b) La tendencia a la acumulación primitiva, nacida de la necesidad, se manifiesta a través de todos los poros de la economía planificada; c) Las normas de reparto, de naturaleza burguesa, están en la base de la diferenciación social; d) El desarrollo económico, al mismo tiempo que mejora lentamente la condición de los trabajadores, contribuye a formar rápidamente una capa de privilegiados; e) La burocracia, al explotar los antagonismos sociales, se ha convertido en una casta incontrolada, extraña al socialismo; f) La revolución social, traicionada por el partido gobernante, vive aún en las relaciones de propiedad y en la conciencia de los trabajadores; g) La evolución de las contradicciones acumuladas puede conducir al socialismo o lanzar a la sociedad hacia el capitalismo; h) La contrarrevolución en marcha hacia el capitalismo tendrá que romper la resistencia de los obreros; i) Los obreros, al marchar hacia el socialismo, tendrán que derrocar a la burocracia. El problema será resuelto definitivamente por la lucha de las dos fuerzas vivas en el terreno nacional y el internacional.”

La revolución traicionada

La burocracia estalinista era una casta inestable que descansaba de manera parasitaria sobre los fundamentos socializados del estado obrero, que estaba a veces obligada a defender. Este carácter contradictorio fue evidente incluso en los últimos años del régimen de Brézhnev, con la intervención militar soviética en Afganistán contra la insurrección de los reaccionarios islámicos antimujer apoyados por la CIA. Se reflejó también en el apoyo soviético a la huelga de los mineros británicos en 1984-85, que fue apoyada por viejos estalinistas como el ministro del exterior, Andrei Gromyko y a la que se opusieron elementos más jóvenes alrededor de Gorbachov, la figura número dos en aquél entonces en el régimen del Kremlin. Por el contrario, la salida de las tropas soviéticas de Afganistán, apaciguando a los imperialistas a las puertas de la URSS, fue una indicación de que los estalinistas pronto renunciarían a cualquier intento de defender a la misma Unión Soviética contra el imperialismo.

Independientemente de cualquier compromiso ideológico subjetivo con la propiedad socializada por parte de la burocracia, las leyes del movimiento económico en un estado obrero degenerado o deformado difieren de aquellas que operan bajo el capitalismo. Un gerente industrial en la URSS obedecía a imperativos económicos fundamentalmente diferentes que un capitalista ruso actual, incluso si fuera el mismo individuo. La meta de un capitalista es maximizar las ganancias, es decir, la diferencia entre los costos de producción y el precio de mercado. La principal meta de un director soviético de fábrica, de la que dependía el futuro de su carrera, era maximizar la producción planificada de bienes, aunque frecuentemente en detrimento de la calidad y la variedad. Así, el sistema generaba un empleo total. De hecho, las empresas soviéticas tenían típicamente exceso de mano de obra; y pese a la mala dirección y corrupción burocráticas, la economía planificada y colectivizada proveía un sistema universal de salud, vivienda, educación, cuidado infantil y vacaciones, que eran posibles sólo porque el capitalismo había sido expropiado.

Es indicativo que, a diferencia de una clase dominante, la burocracia estalinista no pudo elaborar una nueva ideología para justificar sus privilegios. Incluso en el punto más grotesco y asesino del “culto a la personalidad”, Stalin, habiendo asesinado a todos los camaradas de Lenin, no cesaría de reclamarse el sucesor de Lenin. En contraste, la restauración del capitalismo en la Unión Soviética se acompañó de un abrazo abierto a la ideología capitalista: el comunismo fue un experimento que falló, la magia del mercado significa prosperidad, Stalin era peor que Hitler, etc.

Señalando que las economías capitalistas más avanzadas del mundo seguían siendo más productivas que la Unión Soviética, Trotsky observó que el poder de las mercancías baratas probaría finalmente ser más peligroso para la URSS que las hostilidades militares abiertas. Además de ser notablemente profética, esta observación estaba basada solamente en el entendimiento marxista básico de que el socialismo debe ser construido como un sistema mundial. Mientras los financieros de Wall Street, los industriales alemanes y los zaibatsu japoneses sean dueños de la mayoría de los bienes productivos de este planeta, la visión comunista de una sociedad sin clases y sin estados no puede realizarse en ningún lugar. La pregunta para Trotsky era: ¿Derrocarán los obreros a la burocracia, o devorará la burocracia al estado obrero? Esta pregunta no tenía nada de abstracto; Trotsky dedicó su vida, hasta que Stalin lo asesinó, a llevar al proletariado en la URSS e internacionalmente a la defensa de las conquistas de Octubre, especialmente mediante la lucha por nuevas revoluciones de Octubre.

Génesis y evolución del “colectivismo burocrático” de Shachtman

La génesis de la teoría de Shachtman de “una nueva clase” en la URSS estuvo en el abandono por una parte del partido trotskista estadounidense de la defensa militar incondicional de la Unión Soviética cuando ésta era crucial. El catalizador fue el pacto Hitler-Stalin de 1939 y su efecto dramático en los medios “progresistas” pequeñoburgueses, que en el periodo previo —la luna de miel frentepopulista con el “New Deal” de Roosevelt—, se veían a sí mismos como “amigos” de la Unión Soviética en algún sentido, mientras que en realidad seguían manteniendo su lealtad fundamental a la “democracia” estadounidense. Max Shachtman, James Burnham y Martin Abern, todos miembros del comité de dirección del partido trotskista estadounidense, el Socialist Workers Party (SWP), se unieron en 1939-40 en desafío a la larga tradición del programa trotskista de defensismo soviético. Debido a las condiciones creadas por la guerra en Europa, la lucha en la sección estadounidense ocurrió en lugar de una lucha en toda la IV Internacional.

León Trotsky, en la última lucha fraccional importante de su vida, dirigió el contraataque a los shachtmanistas. En una serie de polémicas devastadoras, publicadas subsecuentemente por el SWP como En defensa del marxismo (1942), Trotsky insistió en que la alianza militar y diplomática de Stalin con Hitler no cambió en nada el carácter de clase del estado obrero degenerado soviético que él había analizado en La revolución traicionada. Trotsky expuso cómo la minoría en el SWP estadounidense había abandonado los pilares teóricos del mismo marxismo revolucionario al abandonar el defensismo soviético. Ridiculizó el argumento de la minoría estadounidense de que defender militarmente a la URSS en Finlandia y Polonia constituía un apoyo político a la burocracia estalinista.

El defensismo soviético había sido una fuente de continua disputa dentro del movimiento trotskista. En la lucha de 1939-40, Trotsky retomó los argumentos que usó en 1929 contra los oposicionistas de izquierda que se rehusaban a defender a la URSS contra China en la disputa sobre el Ferrocarril Oriental chino; contra Hugo Urbahns, quien generalizó de esta posición para declarar a la Unión Soviética “capitalismo de estado”; contra Yvan Craipeau en Francia, quien insistió en 1937 que la burocracia soviética era una nueva clase dominante; contra James Burnham y Joe Carter, quienes iniciaron su camino revisionista en 1937, argumentando que la URSS ya no podía considerarse un estado obrero, aunque (hasta el pacto Hitler-Stalin) afirmaron ser defensistas de la propiedad colectivizada y de la economía planificada.

La verdadera base para la huida de los shachtmanistas del programa de la IV Internacional fue su capitulación a la presión de la opinión pública burguesa. James P. Cannon, el fundador del trotskismo estadounidense, en sus escritos de 1939-40, después publicados en el libro Struggle for a Proletarian Party [La lucha por un partido proletario] —el volumen que acompaña a En defensa del marxismo de Trotsky—, expone el vínculo entre la política de los shachtmanistas y su base en capas vacilantes pequeñoburguesas que no habían roto con sus medios históricos. De hecho, el bloque anti-Cannon de 1939-40 no tenía un análisis coherente de la naturaleza del estado soviético. James Burnham había llegado a la conclusión de que la Unión Soviética era una nueva forma de sociedad de clases; pocos meses después expresaría ya su abierto desprecio por el materialismo dialéctico, abandonando a sus aliados fraccionales y al movimiento marxista en su totalidad. Abern y su camarilla decían defender el punto de vista de que la Unión Soviética era un estado obrero degenerado, pero tenían una larga historia de siempre poner pequeñas quejas organizativas contra el “régimen” de Cannon por encima del programa o los principios revolucionarios. Shachtman afirmaba no tener una posición sobre el estado soviético, argumentando que, en cualquier caso, esto era irrelevante para la cuestión “concreta” en discusión. En uno de sus últimos documentos como miembro del SWP, declaró que si la URSS estuviera realmente amenazada por una invasión imperialista, él la defendería.

El bloque de oposición se quebró menos de un mes después de que Shachtman y Cía. se salieran del SWP, para fundar el Workers Party (WP, Partido Obrero). Burnham denunció al marxismo y volvió a sus guaridas académicas burguesas, escribiendo más tarde The Managerial Revolution [La revolución gerencial] (1941), que identificaba a la Alemania de Hitler y a la Rusia de Stalin como los precursores de una nueva sociedad de clases burocrática. Shachtman y sus seguidores (con Abern continuando con sus maniobras camarillistas hasta su muerte en 1947) también procedieron a generalizar su capitulación inicial, caracterizando a la URSS como una nueva sociedad de clases, el “colectivismo burocrático”.

La minoría de Shachtman había contado con el apoyo de un 40 por ciento del partido y la mayoría de la organización juvenil del SWP; algo así como unos 800 miembros. Para el otoño de 1940, el WP sólo contaba con 323 miembros. Esto produjo un “efecto de rebote”: el centro de gravedad del Workers Party en sus inicios se movió a la izquierda en relación a la oposición pequeñoburguesa original, en tanto que los elementos más derechistas —con Burnham al frente— tomaron simplemente la oportunidad de la escisión del SWP para salirse por completo del campo de la política. Durante la Segunda Guerra Mundial, el WP era una formación centrista de izquierda, avanzando a tientas hacia una teoría madura para justificar su abandono del defensismo soviético.

Cuando Hitler atacó a Stalin (como Trotsky lo había predicho) e invadió la URSS en junio de 1941, hubo una lucha en el WP sobre la defensa de la Unión Soviética; un puñado de la juventud del WP en Los Angeles regresó al SWP cuando el WP fue incapaz de cumplir la previa declaración de Shachtman de que defendería a la URSS en caso de invasión. La posición del WP de neutralidad de clase en la guerra entre Alemania y la URSS representó otro gran paso hacia la consolidación del WP en su curso revisionista.

Pero la alianza URSS-EE.UU., después de junio de 1941 suspendió temporalmente el antisovietismo doméstico y permitió una presentación relativamente izquierdista del “Tercer Campo”. Con la apertura de la industria de guerra, la juventud pequeñoburguesa del WP —previamente sujeta al desempleo crónico— pudo obtener trabajos industriales y fueron un factor real en los sindicatos, compitiendo con el SWP como una oposición clasista contra los socialpatriotas en la burocracia sindical rooseveltiana y el Partido Comunista estalinista. El WP se consideraba a sí mismo como una sección de la IV Internacional; al final de la guerra, hubo negociaciones fracasadas en pro de la “unidad” entre el WP y el SWP.

En 1948, Shachtman dio la espalda definitivamente a la IV Internacional, reflejando su rápido movimiento hacia la derecha frente al renovado antisovietismo burgués con el inicio de la Guerra Fría. En 1949, el Workers Party, que ya no aspiraba a la dirección de la clase obrera estadounidense, cambió su nombre al de Independent Socialist League (ISL, Liga Socialista Independiente); la mayoría de la juventud del WP había dejado los sindicatos desde hacía mucho tiempo para regresar a la universidad y carreras pequeñoburguesas. El tiraje del periódico shachtmanista Labor Action, que era de 20 mil a 25 mil durante la Segunda Guerra Mundial, había caído a unos 3 mil para 1953. La ISL era socialdemócrata a distancia, impulsando la posibilidad de una vía pacífica al socialismo en la Inglaterra de la posguerra, del primer ministro laborista Attlee, e intentando presionar al burócrata del sindicato automotriz, Walter Reuther, a formar un partido laborista. Pero las burocracias de la AFL y la CIO estaban a la vanguardia de la cruzada anticomunista. Para cuando se liquidaron en las heces de la socialdemocracia estadounidense en 1958, los shachtmanistas declaraban: “No nos suscribimos a ningún credo conocido como leninismo, o definido como tal. No nos suscribimos a ningún credo conocido como trotskismo, o definido como tal” (New International, primavera-verano de 1958). Pronto se desintegraron, Shachtman y sus colaboradores más cercanos terminaron al lado de George Meany en el ala derecha más anticomunista del Partido Demócrata, mientras que Michael Harrington gravitaba hacia el ala más liberal de los demócratas y Hal Draper andaba alrededor de la Nueva Izquierda de Berkeley, ayudando a fundar a los Independent Socialists [Socialistas Independientes], precursores del ISO estadounidense.

Un programa envuelto en una “teoría”

Aunque la versión cliffista del “capitalismo de estado” es hoy más conocida en la izquierda que el “colectivismo burocrático” desarrollado con anterioridad, la diferencia entre las dos teorías es un asunto más bien de contexto que de contenido fundamental. El cliffismo es el análogo británico del shachtmanismo estadounidense, basado en un impulso y un programa políticos idénticos pero expresados en distintos terrenos nacionales.

El movimiento trotskista británico ya estaba profundamente fragmentado y sumergido en el Partido Laborista gobernante cuando Cliff sucumbió a las presiones de la ofensiva imperialista de la Guerra Fría durante la Guerra de Corea. Por lo tanto, la lucha contra el revisionismo expresado por Cliff no fue la polarización definitiva entre las tendencias pequeñoburguesa y proletaria que la lucha de 1940 había representado para el trotskismo estadounidense. Pero la ruptura de Cliff con el marxismo revolucionario fue, de hecho, más decisiva en términos programáticos. Cliff ya había declarado su intención de poner un signo negativo en toda la experiencia soviética, elaborando la justificación teórica del “capitalismo de estado” para abandonar la defensa del primer estado obrero del mundo. Dado que opera en Gran Bretaña, y como su capitulación al orden social burgués es transmitido mediante la socialdemocracia de la “pequeña Inglaterra”, Cliff puede mostrarse más izquierdista que Shachtman en su última etapa.

Al nivel de la “teoría”, Cliff rechazó la idea de que la burocracia soviética era una nueva clase dominante “colectivista burocrática” y resucitó la noción de Kautsky de que la URSS era meramente una forma de capitalismo. Las supuestas credenciales teóricas de Cliff están basadas en su libro de 1955, Stalinist Russia: A Marxist Analysis [La Rusia estalinista: Un análisis marxista]. En este trabajo intenta hacer un análisis económico supuestamente “marxista” para probar la naturaleza “capitalista de estado” de la burocracia soviética, simplemente redefiniendo de manera burda y deshonesta términos que tienen un significado preciso para los marxistas: competencia, acumulación, mercancía, valor, etc. De acuerdo con Cliff, una clase capitalista “colectiva” (en sí mismo un absurdo según cualquier medida marxista) se ve forzada a acumular “ganancia” para poder “competir” militarmente con el Occidente capitalista, generando una economía de mercado controlada por la ley del valor. Cliff tuvo que violentar de forma extrema la realidad soviética para hacerla concordar con su “teoría”. (Ver: “The Anti-Marxist Theory of ‘State Capitalism’—A Trotskyist Critique” [La teoría antimarxista del ‘capitalismo de estado’: Una crítica trotskista], Young Spartacus Nos. 51-53, febrero, marzo y abril de 1977. Para una discusión sobre la falacia de la teoría del “capitalismo de estado” a través de un examen de la economía marxista clásica, ver especialmente “The Theory of State Capitalism—The Clock Without a Spring” [La teoría del capitalismo de estado, el reloj sin cuerda], de Ken Tarbuck, publicado en la revista británica Marxist Studies Vol. 2, No. 1, invierno de 1969-70, reimpreso en julio de 1973 como el No. 5 de la serie Marxist Studies de la Spartacisat League /U.S.)

Los argumentos de Cliff, y los de Shachtman previamente, encajaban con y a veces abrían el camino para aquéllos que abiertamente defendían la Guerra Fría, así como los socialdemócratas que han avanzado sus carreras impulsando la cruzada anticomunista alrededor del mundo. Aunque como ya vimos, tomó algo de tiempo para que se hicieran evidentes todas las implicaciones antisoviéticas de la escisión de Shachtman del trotskismo, para cuando murió en 1972 había pasado la última década como un socialpatriota declarado, apoyando incluso el intento del imperialismo de EE.UU. por ahogar en sangre a la revolución social vietnamita. Quizá su servicio más concreto al imperialismo fue como asesor de la burocracia del sindicato estadounidense de maestros, un epítome del sindicalismo de la “AFL-CIA”, que funcionó como brazo del Departamento de Estado de EE.UU. apoyando y financiando a los gángsteres anticomunistas que aplastaron a los sindicatos obreros izquierdistas de Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial y que proveyeron una cubierta “obrera” a las pandillas fascistoides de las llamadas “naciones cautivas”, que trabajaban por la contrarrevolución en el “bloque soviético”.

En esencia, el “colectivismo burocrático” se basa en el siguiente silogismo formal: los medios de producción le pertenecen al estado, el estado le “pertenece” a la burocracia (es decir, está controlado por ella); por lo tanto, la burocracia “posee” la propiedad y constituye una clase dominante. Pero para que alguien pueda beneficiarse de forma duradera de la propiedad es necesario poseerla en forma individual; esta es la cuestión fundamental para entender la explotación. El “colectivismo burocrático” desecha las bases mismas del marxismo; el entendimiento de que hay dos clases principales en la sociedad capitalista, el proletariado y la burguesía, definidas por su relación con los medios de producción. La teoría de Shachtman plantea la existencia de una nueva clase dominante “burocrática”, que no está definida por la propiedad privada de los medios de producción. De acuerdo con Shachtman, el “colectivismo burocrático” tenía la posibilidad de convertirse en el medio de producción dominante a nivel mundial, rivalizando tanto con el capitalismo como con el socialismo.

La teoría de Shachtman fue un producto de su tiempo. La idea de que las grandes corporaciones ya no estaban controladas por sus dueños, sino por sus gerentes, estaba muy en boga en los EE.UU. de los años 30. Una presentación muy influyente de esta perspectiva fue The Modern Corporation and Private Property [La corporación moderna y la propiedad privada] (1932), de A.A. Berle y G.C. Means. (Por supuesto, la Gran Depresión facilitó en gran medida el argumento a favor de minimizar la importancia de la propiedad en la sociedad capitalista, después de todo las acciones no producían dividendos.) Esta visión impresionista de una élite gerencial inspiró The Managerial Revolution, la obra del antiguo teórico de Shachtman, James Burnham.

El colectivismo burocrático plantea que la fuerza motriz decisiva de la historia humana es la sed de poder en sí, y no la acumulación privada de bienes. La lógica de esta visión es también un profundo pesimismo histórico, que ya no ve ninguna posibilidad de que el proletariado revolucionario adquiera la conciencia necesaria para sacar a la humanidad de este impasse histórico. Parafraseando a George Orwell en su ensayo de 1946, “James Burnham and the Managerial Revolution” [James Burnham y la revolución gerencial], para Burnham el destino de la mayoría de la humanidad se puede resumir como “una bota en la cara, para siempre”. Para muchos de los que abandonaron el movimiento trotskista en este periodo, el pesimismo histórico sobre la perspectiva de la revolución proletaria fue el que los llevó a la reconciliación con el imperialismo “democrático”. El antiguo colaborador de Trotsky, Victor Serge, y el fundador del trotskismo chino, Chen Duxiu, siguieron la lógica de su desesperación hasta el campo de los “aliados” imperialistas durante la Segunda Guerra Mundial.

Para un marxista, una clase dominante es un estrato de gente definido por su posesión de los medios de producción; no principalmente por su ideología, su moral o falta de ella, su sed de poder, su estándar de vida, etc. El punto no es dar una descripción peyorativa de la realidad soviética, sino analizar sus leyes de movimiento y la dirección de su desarrollo. Contra aquellos que propusieron tempranamente las teorías del “capitalismo de estado”, Trotsky señaló:

“Las tentativas de presentar a la burocracia soviética como una clase ‘capitalista de estado’, no resiste crítica. La burocracia no tiene títulos ni acciones. Se recluta, se completa y se renueva gracias a una jerarquía administrativa, sin tener derechos particulares en materia de propiedad. El funcionario no puede transmitir a sus herederos su derecho de explotación del estado. Los privilegios de la burocracia son abusos. Oculta sus privilegios y finge no existir como grupo social. Su apropiación de una inmensa parte de la renta nacional es un hecho de parasitismo social. Todo esto hace la situación de los dirigentes soviéticos altamente contradictoria, equívoca e indigna, a pesar de la plenitud del poder y de la cortina de humo de las adulaciones.”

Y continuó:

“Probablemente se objetará que poco importan al funcionario elevado las formas de propiedad de las que obtiene sus ingresos. Esto es ignorar la inestabilidad de los derechos de la burocracia y el problema de su descendencia. El reciente culto de la familia soviética no ha caído del cielo. Los privilegios que no se pueden legar a los hijos pierden la mitad de su valor; y el derecho de testar es inseparable del derecho de propiedad. No basta ser director del trust, hay que ser accionista. La victoria de la burocracia en ese sector decisivo crearía una nueva clase poseedora.”

La revolución traicionada

Las “teorías” de Shachtman y Cliff se hacen puré

En términos de sus pronósticos para la Unión Soviética y Europa Oriental, todas las teorías sobre una “nueva clase” demostraron ser absurdas. La casta burocrática fue incapaz de actuar como una clase dominante; personas con el poder pero sin una base para ese poder en la propiedad privada individual de los medios de producción no podían actuar como Alfred Krupp, Henry Ford, los Rockefeller o incluso como Guillermo El Conquistador. En su libro sobre los escritos shachtmanistas, Matgamna no hace ningún intento por cotejar las elucubraciones de Shachtman con el desarrollo histórico, con las revueltas obreras en Europa Oriental en los 50 y con el colapso final del estalinismo en 1990-91. Esto, por sí solo, muestra el carácter completamente estéril del libro.

El ejemplo de la Revolución Húngara de 1956, por sí solo, refuta de forma decisiva la noción de la burocracia estalinista como una clase dominante. Frente a una revolución política obrera prosocialista dirigida contra el odiado régimen de Rákosi, la burocracia se dividió verticalmente y el 80 por ciento del Partido Comunista se pasó al lado de la revolución obrera. Prácticamente toda la oficialidad del ejército, así como el jefe de la policía de Budapest se negaron a suprimir la insurgencia de la clase obrera. ¿Quién ha escuchado alguna vez de una clase dominante que actuara de esta forma?

En la revolución política proletaria incipiente en Alemania Oriental (RDA) en 1989-90, y más tarde en la Unión Soviética, nosotros luchamos con todas nuestras (limitadas) fuerzas para movilizar a los proletariados de la URSS y de Alemania Oriental contra la contrarrevolución que avanzaba, luchando contra los herederos abdicantes de Stalin que simplemente entregaron a los capitalistas primero los estados obreros deformados de Europa Oriental (en particular la RDA) y luego a la misma Unión Soviética. Muchos de los obreros soviéticos y alemanes a quienes dimos a conocer La revolución traicionada de Trotsky, nos dijeron que sus descripciones de la vida bajo el estalinismo parecían como si acabaran de ser escritas. La ideología estalinista, dictada por el deseo de la burocracia de mantener su posición privilegiada, era una mezcolanza ecléctica de terminología marxista usada para disfrazar el programa completamente antimarxista del “socialismo en un solo país”, la “coexistencia pacífica” y la definición del “antiimperialismo” como la lucha entre pueblos “progresistas” y pueblos “reaccionarios”. Los estalinistas pervirtieron el marxismo, desarmando políticamente a la clase obrera que fue atomizada por la represión, destruyendo la única base posible a largo plazo para la dictadura del proletariado, una clase obrera con conciencia de clase que lucha por sus intereses históricos.

En La revolución traicionada, Trotsky ligó la supervivencia de las conquistas de Octubre no sólo a los cimientos económicos del estado obrero sino también a la conciencia del proletariado soviético: “Sus dirigentes han traicionado a la Revolución de Octubre pero no la han derrumbado, y la revolución tiene una gran capacidad de resistencia que coincide con las nuevas relaciones de propiedad, con la fuerza viva del proletariado, con la conciencia de sus mejores elementos, con la situación sin salida del capitalismo mundial, con la inevitabilidad de la revolución mundial.”

Shachtman y Cliff: Anticomunistas contra el marxismo

Los documentos publicados en The Fate of the Russian Revolution: Lost Texts of Critical Marxism Volume I, revelan en qué medida giró la teoría shachtmanista con el paso del tiempo. Esto demuestra que el “colectivismo burocrático” era inservible como un intento para entender la realidad y proyectar su desarrollo futuro. Shachtman comienza argumentando durante la lucha fraccional de 1939-40 que la Unión Soviética no podía ser defendida porque los estalinistas no abolirían las relaciones de propiedad capitalista en Finlandia y en los estados bálticos. Para 1948, él y el resto de los ideólogos del Workers Party estaban argumentando que la Unión Soviética no podía ser defendida porque en Europa Oriental el Ejército Rojo estaba aboliendo las relaciones de propiedad capitalista (supuestamente demostrando así que es una nueva clase dominante).

Shachtman dejó al SWP argumentando que los revolucionarios debían defender la propiedad colectivizada de la URSS si el imperialismo realmente la amenazaba, y aún argumentaría eso en las páginas de New International en diciembre de 1940. Pero cuando Hitler invadió la Unión Soviética en junio de 1941 y la defensa de la URSS estaba en el orden del día, cambió de tonada y argumentó que el defensismo soviético era impermisible porque la URSS estaba militarmente aliada con el campo imperialista “democrático”.

En su único intento por “elaborar una teoría” original, Shachtman argumenta en su trabajo de diciembre de 1940 “Is Russia a Workers State?” [¿Es Rusia un estado obrero?], que la URSS era un “socialismo de estado burocrático”, y que los revolucionarios aún debían defender sus “formas de propiedad” colectivizadas al tiempo que reconocían que carecía de “relaciones de propiedad” colectivizadas. Esta distinción a final de cuentas falsa entre formas de propiedad y relaciones de propiedad, carente de base alguna en el marxismo, fue sujeta a una crítica devastadora por Joseph Hansen (“Burnham’s Attorney Carries On” [El abogado de Burnham continúa], Fourth International, febrero de 1941). Joe Carter también atacó esta falsa dicotomía inventada por Shachtman; el libro de Matgamna reproduce el artículo de Carter, “Bureaucratic Collectivism” [Colectivismo burocrático] (New International, septiembre de 1941), pero omitiendo el ataque contra Shachtman.

Cuando el Workers Party adoptó la posición de que la burocracia soviética era una clase dominante “colectivista burocrática” hecha y derecha, en diciembre de 1941, imitaron a Trotsky al continuar argumentando que el dominio estalinista era un fenómeno único para Rusia, que surgió debido al aislamiento deformador del primer estado obrero. Plantearon así la existencia de una clase dominante sin pasado ni futuro, sin ninguna relación necesaria con los medios de producción; una clase cuya “ideología” oficial negaba el hecho mismo de su existencia.

Con la ocupación de Europa Oriental por el Ejército Rojo al final de la guerra, el colectivismo burocrático se convirtió en pura estalinofobia al insistir el Workers Party que el burocratismo estalinista era un competidor del capitalismo por la dominación mundial:

“Lo que está frente a nosotros, concretamente, es el desarrollo de la Rusia estalinista como un imperio reaccionario completamente maduro, que oprime y explota no sólo al pueblo ruso sino a otra docena de pueblos y naciones; y lo hace de la forma más bárbara y cruel....

“La teoría de que los partidos estalinistas (como las organizaciones reformistas tradicionales) son agentes de la clase capitalista, de que ‘capitulan a la burguesía’, es fundamentalmente falsa. Ellos son las agencias del colectivismo burocrático ruso.”

— Resolución del Workers Party, New International, abril de 1947 (reproducida en The Fate of the Russian Revolution)

Trotsky esperaba que la endeble burocracia estalinista sería derrocada por los levantamientos obreros que serían provocados inevitablemente por la Segunda Guerra Mundial. En lugar de ello, los partidos reformistas estalinistas y socialdemócratas desviaron las luchas de la clase obrera al final de la guerra, permitiendo a los ejércitos aliados invasores reestabilizar el dominio capitalista en Europa Occidental. En Europa Oriental, la ocupación del Ejército Rojo en la secuela de la huida de los nazis y de las clases dominantes aliadas a los nazis proveyó un cierto respiro. La creación por Stalin de estados obreros deformados en Europa Oriental fue dictada por razones militares y de seguridad conforme los aliados imperialistas se volteaban contra su antiguo aliado y comenzaban la Guerra Fría. En Yugoslavia y en 1949 en China, revoluciones basadas en el campesinado y dirigidas por fuerzas del partido comunista crearon también nuevos estados obreros deformados.

Los escritos de Shachtman, sacados a relucir orgullosamente por Matgamna en su libro, están impregnados por el anticomunismo de la Guerra Fría, como lo demuestran sus declaraciones al estilo de que “el estalinismo se muestra en su ‘esencia pura’ en los campos de trabajos forzados” (de un artículo de Louis Jacobs [Jack Weber] de julio de 1947 publicado por Matgamna), o “El trabajo forzado no es una excrecencia accidental o superficial del régimen estalinista; es parte integral, inherente e insustituible” (de un artículo de New International de diciembre de 1947, que Matgamna no reproduce). El gulag estalinista —que fue diseñado para la supresión política y no para la explotación económica— sí constituía un sistema de trabajo forzado en Siberia y otras áreas adonde era imposible conseguir que obreros fueran a trabajar voluntariamente recibiendo bajos salarios. Pero tales métodos son incompatibles con trabajos que requieran alguna destreza o entrenamiento. Lejos de demostrar que eran “insustituibles” para la economía soviética, en la liberalización después de la muerte de Stalin estos gulags fueron sustituidos con formas más racionales de incentivos económicos. La contrarrevolución capitalista, en contraste, ha abandonado a la población de Siberia como un excedente, fuera de la economía política, dejada a su suerte para perecer de hambre, enfermedad y frío.

Cuando el estado obrero degenerado soviético fue finalmente destruido por los herederos de Stalin, el proceso se desarrolló de una manera que se ajustó notablemente a las proyecciones de Trotsky. Así, en 1936 Trotsky había escrito:

“En el curso de su carrera, la sociedad burguesa ha cambiado muchas veces de regímenes y de castas burocráticas sin modificar, por eso, sus bases sociales.... El poder sólo podía secundar o estorbar el desarrollo capitalista; las fuerzas productivas, fundadas sobre la propiedad privada y la concurrencia, trabajan por su cuenta. Al contrario de esto, las relaciones de propiedad establecidas por la revolución socialista están indisolublemente ligadas al nuevo estado que las sostiene....

“La caída del régimen soviético provocaría infaliblemente la de la economía planificada y, por tanto, la liquidación de la propiedad estatizada. El lazo obligado entre los trusts y las fábricas en el seno de los primeros, se rompería. Las empresas más favorecidas serían abandonadas a sí mismas. Podrían transformarse en sociedades por acciones o adoptar cualquier otra forma transitoria de propiedad, tal como la participación de los obreros en los beneficios. Los koljoses se disgregarían al mismo tiempo, y con mayor facilidad. La caída de la dictadura burocrática actual, sin que fuera reemplazada por un nuevo poder socialista, anunciaría, también, el regreso al sistema capitalista con una baja catastrófica de la economía y de la cultura.”

La revolución traicionada

El estalinismo, sepulturero de la revolución, sepulturero de los estados obreros

Las diferencias generacionales jugaron un papel importante en la desintegración del estalinismo con el paso de las décadas así como en la destrucción estalinista de la conciencia proletaria. El régimen de terror y mentiras contribuyó a extirpar el idealismo socialista de las masas trabajadoras. Comenzando con la teoría del “socialismo en un solo país”, Stalin impulsó la ideología nacionalista como la base de la lealtad al estado. El nacionalismo ruso contribuyó materialmente al triunfo de la URSS en la Segunda Guerra Mundial contra Hitler (después de un colapso inicial del ejército —desmoralizado por las purgas sangrientas de Stalin— que les permitió a los nazis arrasar gigantescas porciones del territorio soviético).

Después de la muerte de Stalin en 1953, la burocracia soviética ya no fue capaz de usar el terror masivo como un arma contra la oposición política o los crímenes económicos. Con la recuperación de la situación económica de la URSS y Europa Oriental de la devastación de la guerra y, después de una serie de protestas y levantamientos obreros prosocialistas en Alemania Oriental, Hungría y Polonia que amenazaron a los regímenes estalinistas, los años de Jruschov estuvieron marcados por una política de producción creciente de artículos de consumo y un incremento general del nivel de vida de los obreros. La corrupción a gran escala de los años de Brézhnev minó severamente lo que quedaba de los valores igualitarios de la población. La siguiente generación de la burocracia, ejemplificada por Gorbachov, reflejó el peso creciente en la sociedad soviética de una capa privilegiada de hijos de burócratas, tecnócratas y otros pretendientes a yuppies que aspiraban a codearse en las capitales occidentales con sus contrapartes de la Harvard Business School, percibiendo ingresos comparables. Comenzando con experimentos de “socialismo de mercado”, justificados como la única forma de revitalizar la economía soviética (la democracia obrera no era desde luego una opción), esta capa tenía muy poca resistencia interna al abandono abierto de la ideología estalinista: el “socialismo” ha fracasado, viva el capitalismo. Cuando Gorbachov se mostró incapaz de hacer pasar su tratamiento de choque del “capitalismo en 500 días”, fue reemplazado por Yeltsin, un burócrata ex estalinista más implacable, quien trató afanosamente de vender el país al imperialismo estadounidense.

El acontecimiento central de la contrarrevolución rusa fue el “contragolpe” de Yeltsin en agosto de 1991 contra el inepto “golpe pro perestroika” de los ex estalinistas. Prácticamente todos los seudotrotskistas antisoviéticos saludaron a Yeltsin y/o buscaron la oportunidad de declarar que el estado obrero degenerado soviético había muerto instantáneamente. Sólo la LCI buscó unir a la clase obrera de la URSS para que se levantara en una revolución política para derrotar la restauración capitalista. La LCI distribuyó masivamente nuestro artículo “Obreros soviéticos: ¡Derrotar la contrarrevolución de Yeltsin y Bush!” a través de la Unión Soviética. La consolidación del contragolpe de la “democracia” de Yeltsin apoyado por los imperialistas —en la ausencia de una resistencia masiva de la clase obrera a la creciente contrarrevolución capitalista— definió la destrucción final del estado obrero degenerado.

La contrarrevolución de Yeltsin fue preparada por la introducción de medidas económicas conocidas en Europa Oriental como “socialismo de mercado” y en Rusia como la perestroika (reestructuración). Tito en Yugoslavia fue un precursor de la perestroika de Gorbachov por su uso de las “reformas” orientadas al mercado. Estas se caracterizaban por la atrofia de la planificación centralizada, permitiendo que las relaciones empresariales fueran gobernadas en gran medida por las fuerzas de mercado. La descentralización regional, estrechamente asociada con la abolición del monopolio estatal del comercio exterior, generaba presiones poderosas para romper el carácter multinacional de países como Yugoslavia y la URSS, en tanto que las repúblicas más ricas eran las más favorecidas por los términos de comercio que establecían las fuerzas de mercado. Estos factores económicos dieron un poderoso empuje a la ideología nacionalista reaccionaria, en tanto que —dada particularmente la ausencia de capital— el nacionalismo fue usado como el principal ariete para la restauración capitalista en el antiguo bloque ex soviético, llevando a la horrorosa “limpieza étnica” multilateral en los Balcanes y otros lugares.

En nuestra propaganda a lo largo de ese periodo, los espartaquistas advertimos sobre el impacto antiigualitario de las políticas del “socialismo de mercado”, el peligro mortal que significaba permitir la penetración del capital financiero internacional en las economías de los estados obreros deformados y el crecimiento de las rivalidades nacionalistas dentro de esos estados. En nuestro folleto de 1981, ¡Alto a la contrarrevolución de Solidarnosc! Sindicato patronal de Polonia al servicio de los banqueros y la CIA, responsabilizamos a los estalinistas por la destrucción de la conciencia históricamente socialista del proletariado polaco. Nuestro análisis y predicciones fueron notablemente confirmadas por los acontecimientos, pero no puede ser suficientemente enfatizado que nuestro propósito no era simplemente analizar sino intervenir con nuestro programa revolucionario para luchar por la conciencia socialista, para unir a los obreros soviéticos y de Europa Oriental en la defensa de las conquistas remanentes de Octubre contra sus enemigos mortales en el exterior y en casa.

En nuestro folleto “Market Socialism” in Eastern Europe [El “socialismo de mercado” en Europa Oriental] publicado en julio de 1988, explicamos:

“El programa de ‘socialismo de mercado’ es básicamente un producto del estalinismo liberal. La autogestión y el autofinanciamiento de empresas es el camino al caos económico. Genera desempleo e inflación, aumenta las desigualdades dentro de la clase obrera y en toda la sociedad, crea dependencia en los banqueros internacionales, intensifica las divisiones y conflictos nacionales, y refuerza enormemente las fuerzas internas de la restauración capitalista....

“La cuestión de las nacionalidades ha estado en el centro de las políticas de ‘autogestión’. Las presiones sociales por una descentralización cada vez mayor no han venido de abajo —de los obreros en los talleres— sino de las burocracias en las repúblicas más ricas, Croacia y Eslovenia. Los efectos económicos de la regresión han dado por su parte impulso a virulentos resentimientos nacionalistas en las regiones más pobres, especialmente en Kosovo, donde se concentra la nacionalidad albanesa en Yugoslavia....

“Las medidas descentralizadoras de los años 60 también alteraron radicalmente la forma en la cual se relacionaba la economía yugoslava con el mercado capitalista mundial. En 1967, se permitió que las empresas retuvieran una porción de las divisas que ganaban. Desde entonces la competencia por divisas ha sido una fuente importante del conflicto regional y nacional e inter empresarial, a veces llevando a abiertas guerras económicas....

“Hay una tendencia inherente en los regímenes estalinistas para abandonar la planificación central a favor de una estructura económica con los siguientes elementos fundamentales: producción y precios determinados a través de la competencia atomizada entre empresas; ajuste de la inversión, escala de sueldos gerenciales y salarios obreros a las ganancias de la empresa; cierre de las empresas no competitivas, produciendo desempleo; eliminación de los subsidios a los precios, resultando en un aumento de la tasa de inflación; expansión del papel de los pequeños empresarios capitalistas, especialmente en el sector de servicios; fomento del incremento de lazos comerciales y financieros con los capitalistas occidentales y japoneses, incluyendo empresas conjuntas. Estas medidas no equivalen a un retorno progresivo al capitalismo, como sostienen muchos comentaristas burgueses occidentales y varios izquierdistas confundidos, pero sí refuerzan las fuerzas internas de la contrarrevolución capitalista....

“Dentro del marco del estalinismo, hay entonces una tendencia inherente a reemplazar la planificación y administración centralizadas con mecanismos de mercado. Dado que los gerentes y los obreros no pueden ser sujetos a la disciplina de la democracia soviética (consejos obreros), la burocracia percibe de manera creciente la subordinación de los actores económicos a la disciplina de la competencia del mercado como la única respuesta a la ineficiencia económica. La restauración de la democracia obrera en la Unión Soviética no es sólo un ideal abstracto sino una condición vital para la renovación de la economía soviética sobre bases socialistas.”

Un régimen obrero revolucionario restaurado en la URSS hubiera luchado para extender la revolución a las capitales del imperialismo mundial, el requisito necesario para la creación del socialismo.

El programa económico de la Oposición de Izquierda

La Nueva Política Económica (NEP) fue una retirada temporal emprendida por los bolcheviques después de la devastación de la Guerra Civil en una economía atrasada, abrumadoramente campesina y cuya industria había quedado colapsada y completamente desorganizada. La primera legislación de la NEP, bosquejada bajo la guía directa de Lenin, aunque permitía el libre comercio en productos agrícolas, restringía severamente la contratación de mano de obra y la adquisición de tierra. Sin embargo, lo que comenzó como una retirada temporal fue transformada más tarde por Bujarin y Stalin en una política continua que reflejaba los intereses de clase del campesinado. En 1925 las restricciones fueron ampliamente liberalizadas para favorecer el crecimiento del capitalismo agrario. Los kulaks y los “hombres de la NEP” fueron bienvenidos al partido, donde se convirtieron en un ala significativa de la burocracia ahora en ascenso.

Los defensores del “socialismo de mercado” en la Rusia de Gorbachov miraban con añoranza hacia la NEP de la segunda mitad de los 20, cuyo exponente ideológico fue Nikolai Bujarin y cuya implementación estuvo a cargo de su compañero de bloque de ese entonces, José Stalin. Bujarin urgió a los campesinos: “¡Enriquecéos!” y declaró que el socialismo procedería “a paso de tortuga”. El insistió que la expansión de la producción industrial en la Unión Soviética debería ser determinada por la demanda de manufacturas en el mercado por parte de los pequeños propietarios campesinos.

En su obra de 1922, De la N.E.P. al socialismo, E.A. Preobrazhensky había abogado por la necesidad de una “acumulación socialista primitiva” para acumular los recursos requeridos para la expansión de la base industrial soviética. La Oposición de Izquierda de Trotsky, a la que se adhirió Preobrazhensky, insistió en la necesidad de una rápida industrialización y planificación central. Ya en abril de 1923, en sus “Tesis sobre la industria” presentadas al XII Congreso del partido, Trotsky se refirió al fenómeno de la “crisis de las tijeras” (la falta de suficientes productos manufacturados para intercambiarlos por productos agrícolas, ocasionando que los campesinos reduzcan los envíos de comida a las ciudades). En 1925, Trotsky advirtió que “Si la industria estatal se desarrolla más lentamente que la agricultura...este proceso, por supuesto, llevaría a la restauración del capitalismo” (¿Adónde va Rusia?).

El historiador Alexander Erlich se refirió a los debates del partido en su trabajo clásico The Soviet Industrialization Debate, 1924-1928 [El debate de la industrialización soviética, 1924-1928] (1960). En contra de las políticas de Bujarin y Stalin, la Oposición de Izquierda llamó por aumentar los impuestos a los kulaks para financiar la industrialización y por la “introducción sistemática y gradual a este grupo de campesinos [los campesinos medios] —el más numeroso— de los beneficios de la agricultura colectiva, mecanizada a gran escala” (Plataforma de la Oposición, 1927). La Oposición de Izquierda abogaba por el aceleramiento del ritmo de industrialización no sólo para aliviar la “crisis de las tijeras” sino ante todo para incrementar también el peso social del proletariado.

La política de Bujarin atizó las fuerzas de la contrarrevolución social en la Unión Soviética. La política de “enriquecimiento” para los kulaks condujo de manera predecible no sólo al exacerbamiento de las distinciones de clase en el campo, en tanto que los campesinos pobres eran prácticamente reducidos a la situación de aparceros que tenían antes de la revolución, sino también al chantaje a la ciudad por el kulak. Al mismo tiempo, los hombres de la NEP habían seguido creciendo en fuerza: al final de 1926, cerca del 60 por ciento del total de la fuerza laboral industrial trabajaba en industrias privadas a pequeña escala, bajo el dominio de pequeños capitalistas que controlaban los insumos y la distribución. Para 1928 los kulaks estaban organizando huelgas de grano amenazando no sólo con matar de hambre a las ciudades sino con minar las bases económicas del mismo estado obrero.

Stalin era el líder de la casta burocrática conservadora que había usurpado el poder en 1924. El temía por el futuro de su régimen que había emergido basándose en las formas de propiedad de un estado obrero. La restauración capitalista amenazaba la base del poder y privilegios de la burocracia y no era una opción. No vio otro curso que llevar a cabo una política brutal perversa y no planificada de colectivización forzosa para romper el dominio de los kulaks y una industrialización a marchas forzadas. Al buscar con sus propios métodos y por sus propias razones mantener los fundamentos obreros del estado soviético, Stalin no tenía otra alternativa que integrar aspectos clave del programa de la Oposición de Izquierda, abogando por un rápido desarrollo industrial al que previamente se había opuesto vehementemente. Como resultado Stalin rompió su bloque con Bujarin, cuyas políticas económicas estaban llevando directamente hacia un completo derrocamiento social del estado obrero degenerado. (Bujarin y sus seguidores, quienes fueron expulsados internacionalmente, vinieron a ser conocidos como la Oposición de Derecha.)

A la luz de estos eventos, es revelador que Cliff y Matgamna ubiquen el ascenso de su respectiva “nueva clase dominante” (o restauración capitalista) en este período. Pero ya que el aplastamiento de los kulaks por Stalin previno demostrativamente la restauración del capitalismo en 1928, su foco real es Bujarin y sus seguidores quienes se opusieron a la burocracia estalinista desde la derecha. De esta forma se colocan a sí mismos retroactivamente fuera de y en oposición a la Oposición de Izquierda Internacional de Trotsky y su programa de defensismo incondicional desde el principio.

Hoy en día el fomento de poderosas fuerzas económicas de la restauración capitalista dentro del marco de un estado obrero deformado ha avanzado ya mucho más lejos en China que lo que se vio en la Yugoslavia de Tito o en la Rusia de Gorbachov. Muchas de las conquistas sociales de la Revolución China están siendo eliminadas a la vez que el desempleo ha alcanzado proporciones masivas mientras las fábricas de propiedad estatal están siendo cerradas o privatizadas, y el monopolio del comercio exterior está siendo socavado. La burocracia china es ella misma un participante principal en empresas conjuntas con capitalistas extranjeros en las “Zonas Económicas Especiales”. Pero la burocracia no puede implementar completamente sus aspiraciones retrógradas sin romper la resistencia del proletariado chino. Una vez más, se plantean las dos alternativas: revolución política proletaria para defender las bases económicas socializadas del estado o la contrarrevolución capitalista respaldada por el imperialismo.

Posdata: Sean Matgamna, epígono de Shachtman

Sean Matgamna parece haber entrado a la vida política como un miembro del Partido Comunista estalinista, pero en 1959 fue ganado a la pretensión de trotskismo propalada por el fallecido Gerry Healy. La organización de Healy reclutó a toda una capa de cuadros del Partido Comunista después del levantamiento de los obreros húngaros de 1956 abanderando el programa trotskista de la revolución política proletaria para defender las conquistas anticapitalistas en los estados obreros degenerado y deformados. Emergiendo de un entrismo profundo en el Partido Laborista, a fines de los 50 y principios de los 60 los healistas desplegaron en periódicos tales como Labour Review una ortodoxia literaria y un manejo de la historia y la literatura marxista impresionantes. Pero detrás de todo esto había un bandolerismo político fundamental que se manifestó inicialmente en prácticas burocráticas internas. Matgamna fue expulsado por Healy en 1963 pero rompió con él políticamente sólo un año más tarde cuando la organización de Healy renunció a cualquier trabajo de entrismo en el Partido Laborista. Durante las dos décadas siguientes Matgamna entró, se fusionó o coqueteó con casi todas las otras tendencias que decían ser trotskistas en Gran Bretaña, desde la Militant Tendency [Tendencia Militante] de Ted Grant a los International Socialists de Tony Cliff, los pablistas y Workers Power.

En 1979, en el apogeo del clamor imperialista contra la intervención del Ejército Rojo en Afganistán, la tendencia de Matgamna, agrupada en la International Communist League [Liga Comunista Internacional], abandonó su posición de defensa militar de la Unión Soviética, que en todo caso mantenía solamente a nivel formal, declarando que las consecuencias de la defensa por parte de la Unión Soviética del gobierno nacionalista de izquierda —que buscaba una reforma agraria limitada y enseñar a leer y escribir a las mujeres— eran “incondicionalmente reaccionarias”. Durante la subsecuente histeria anticomunista de la Segunda Guerra Fría, el grupo de Matgamna que había permanecido profundamente enmarañado en el Partido Laborista, aulló con los imperialistas a favor de la Solidarnosc polaca antisemita y antisocialista, apoyó la reunificación capitalista en Alemania y saludó las contrarrevoluciones que destruyeron a la Unión Soviética y a los estados obreros deformados en Europa Oriental en 1990-91.

Actualmente la tendencia de Matgamna, ahora llamada la Alliance for Workers’ Liberty (AWL, Alianza por la Libertad de los Obreros), está todavía sumergida en el Partido Laborista; de hecho, el Nuevo Partido Laborista, al que Tony Blair está tratando de remodelar como un partido capitalista mediante la ruptura de su lazo histórico con los sindicatos. Como todo buen laborista, la AWL toma su lugar junto a aquéllos que buscan poner una fachada “obrera” a la cobarde lealtad a su “propio” imperialismo. En ningún lugar queda esto más claro que en Irlanda del Norte, donde los matgamnistas (junto con el Militant Labour de Taaffe, ahora llamado Partido Socialista) son conocidos por su asquerosa afinidad por los pistoleros fascistoides leales al imperialismo británico como Billy Hutchinson, jefe del Progressive Unionist Party (PUP, Partido Unionista Progresista). Presentando obscenamente al PUP —detrás del cual está la criminal Ulster Volunteer Force (UVF, Fuerza Voluntaria del Ulster)— como un representante legítimo de la clase obrera protestante, la AWL ha presentado a Hutchinson como orador en sus reuniones y le ha abierto las columnas de su periódico. En 1995, una escuela de verano de la AWL presentó un “debate” con Ken Maginnis, vocero “de seguridad” del Ulster Unionist Party y un consejero a sueldo de la Royal Ulster Constabulary (policía de Irlanda del Norte). Como es de suponer, la AWL se niega a llamar por el retiro inmediato de las tropas británicas de Irlanda del Norte, repitiendo la mentira imperialista de que las tropas son un tipo de árbitro neutral entre las comunidades católica y protestante en vez de una parte integral del puño armado de la supremacía protestante.

Cuando estalló la guerra de la OTAN contra Serbia, la primera guerra a gran escala en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, la AWL nadó a gusto con la corriente de toda la seudoizquierda británica que apoyó servilmente al gobierno capitalista del New Labour de Blair y su agresiva postura ofensiva de apoyo a los bombardeos del terror de la OTAN contra Serbia, y apoyó al Ejército de Liberación de Kosovo (UCK), un títere del imperialismo de la OTAN. La AWL estaba tan dedicada a apoyar la guerra de la OTAN dirigida por Gran Bretaña y EE.UU. que evitó incluso la hoja de parra de la participación en las manifestaciones por el “Alto a la Guerra”. Pero sí se movilizó el 10 de abril de 1999 para una manifestación por Kosovo en Londres que fue abrumadoramente en apoyo al bombardeo de la OTAN. Desde el inicio, cuando incluso Tony Blair estaba indeciso, Matgamna estaba llamando por una invasión terrestre: “Si el desembarco de tropas de la OTAN pone un alto a la campaña de genocidio del serbio contra los kosovares estaremos satisfechos.... Los socialistas no podemos denunciar unilateralmente a la OTAN y a los EE.UU. sin consentir o al menos ser indiferentes al imperialismo genocida de la Yugoslavia serbia” (“The Issues for Socialists” [Las cuestiones en juego para los socialistas], Action for Solidarity, 2 de abril de 1999). Hoy —a pesar de toda la retórica en favor de la “independencia para Kosovo” durante la guerra— la AWL naturalmente no tiene objeciones a que Kosovo sea militarmente ocupado por las principales potencias imperialistas de la OTAN. Esa fue la intención de la OTAN desde el principio.

A lo largo de todas sus encarnaciones políticas en los 70, Sean Matgamna, que dice ser defensista soviético, sostuvo que la Cuestión Rusa era un asunto de “décimo orden” insustancial para los asuntos reales del “trotskismo” británico que, tal como lo había aprendido bajo la tutela de Gerry Healy y Ted Grant, era el “presionar a los laboristas de izquierda a luchar”. Pero la ilusión de que la Cuestión Rusa no importaba fue solamente posible durante el breve lapso de la “distensión”, cuando el imperialismo estadounidense —debilitado por su derrota a manos de los obreros y campesinos vietnamitas— necesitaba ganar un poco de tiempo antes de regresar a la ofensiva. Cuando en 1979 el gobierno Carter del imperialismo estadounidense aprovechó la intervención militar de la Unión Soviética en defensa del gobierno modernizador nacionalista de izquierda en Afganistán para lanzar la “cruzada por los derechos humanos” antisoviética que marcó el inicio de la Segunda Guerra Fría, Matgamna se apresuró a unirse al desfile mientras que prácticamente todo el espectro de tendencias seudoizquierdistas se sumaban a la campaña antisoviética tomando el partido de las sanguinarias milicias islámicas y sus patrocinadores de la CIA. Repentinamente la cuestión de “décimo orden” del defensismo soviético se volvió la cuestión central de un juramento de lealtad al imperialismo mundial y británico.

Capitulando al antisovietismo burgués en toda la línea, en 1988 la organización de Matgamna tomó la posición de que el estalinismo representaba una nueva forma de sociedad de clases, y la burocracia era una “clase dominante monopolista de estado burocrática”. El planteamiento de una nueva forma de sociedad de clases entre el capitalismo y la dictadura del proletariado era en esencia una reafirmación del “colectivismo burocrático” de Shachtman. Cuando se trata del anticomunismo laborista de la “pequeña Inglaterra”, Matgamna se vuelve aún más demente que Cliff. Matgamna resucita a Shachtman porque necesita distinguirse a un nivel teórico del SWP de Cliff, que en Gran Bretaña ocupa el terreno reformista seudotrotskista al que Matgamna aspira. Matgamna se ha imbuido tanto del más crudo socialpatriotismo que ya no lo disuade el repugnante final de Shachtman.

Por supuesto, el Shachtman que emerge de las páginas de The Fate of the Russian Revolution: Lost Texts of Critical Marxism Volume I está hecho a la medida de la izquierda actual, la de la “muerte del comunismo”. El verdadero Shachtman fue una figura ambigua. Había sido un comunista y uno de los líderes fundadores del SWP de EE.UU., su ruptura con el trotskismo lo llevó al servicio de nuestros enemigos de clase.

Como ya hemos visto en el periodo justo después de su escisión del SWP de Cannon, Shachtman parece más bien un centrista, haciendo ocasionalmente críticas correctas desde la izquierda de los problemas teóricos y fallas dentro del movimiento trotskista. Nuestra tendencia ha evaluado siempre la historia de nuestro movimiento de forma crítica y por eso hemos reconocido y aprendido de aquellas instancias en las que el Workers Party estaba en lo correcto en contra del SWP. Un ejemplo fue la falla del SWP al no ver que cuando los EE.UU. tomaron control directo de la lucha contra el imperialismo japonés en China durante la Segunda Guerra Mundial, la lucha anticolonial de las tropas nacionalistas de Chiang Kai-shek —que anteriormente se podía apoyar— quedó subordinada a los esfuerzos bélicos del imperialismo aliado.

La crítica devastadora por los shachtmanistas a la “Política Militar Proletaria” (PMP), es de especial importancia para los auténticos trotskistas. La PMP, por la cual el mismo Trotsky comparte una fuerte responsabilidad, representa una profunda revisión al marxismo sobre la cuestión fundamental de la naturaleza de clase del estado capitalista. Dado que la PMP no involucraba el terreno de su propio abandono decisivo del marxismo, Shachtman en 1940-41 fue capaz de trazar algunos puntos correctos contra Cannon y el SWP (ver especialmente la polémica de Shachtman “Working-Class Policy in War and Peace” [Política obrera en la guerra y la paz], publicada por primera vez en New International, enero de 1941, reimpresa en nuestro Prometheus Research Series No. 2, “Documents on the ‘Proletarian Military Policy’” [Documentos sobre la “Política Militar Proletaria”], febrero de 1989, publicado por el archivo del Comité Central de la sección estadounidense de la LCI).

La PMP fue propuesta por Trotsky por primera vez en 1940, en los últimos meses de su vida. La Segunda Guerra Mundial ya había comenzado en Europa y una brutal guerra aérea estaba azotando a Gran Bretaña, pero los Estados Unidos no habían entrado todavía a la guerra, aunque era claro que lo harían. La PMP fue un intento impaciente y equivocado por encontrar un puente entre los sentimientos profundamente antifascistas de la clase obrera y el programa revolucionario por el derrocamiento del capitalismo. Consistía en una serie de demandas por el control sindical del entrenamiento militar para el ejército burgués. Estas demandas fueron una parte prominente de la propaganda del SWP estadounidense y especialmente de la Workers International League (WIL, Liga Internacional Obrera) británica en los primeros años de la guerra. Fundamentalmente la PMP era reformista, implicaba que era posible que la clase obrera controlara el núcleo central del estado capitalista: el ejército. Estaba en contraposición al programa trotskista de derrotismo revolucionario hacia todos los contendientes imperialistas, especialmente al “enemigo principal” en casa. En el contexto de una guerra interimperialista donde el “antifascismo” era la principal cubierta ideológica para el lado angloamericano, la PMP fácilmente tomaba la coloración del socialpatriotismo, como Shachtman señaló.

En los EE.UU., 18 líderes del SWP y del sindicato de los camioneros de Minneapolis fueron enjuiciados y encarcelados por el gobierno por su oposición a la guerra imperialista. Pero su apoyo a la PMP socavó en cierta medida su propaganda derrotista revolucionaria. En Inglaterra, donde la amenaza de una invasión alemana se vislumbraba como una posibilidad real, la WIL fue mucho más lejos en la dirección del socialpatriotismo acabado, levantando inicialmente la consigna “armar a los obreros” y tratando conciliadoramente a las fuerzas de defensa de la Home Guard [Guardia Local]. La propaganda de la WIL llamaba por el “control obrero de la producción” para terminar con el “caos” en la producción para la guerra; en 1942 Ted Grant se jactaba de la victoria del Octavo Ejército británico en Africa del Norte saludándolo como “nuestro” ejército. Fue sólo en 1943, cuando quedó claro que el campo aliado ganaría la guerra, que la PMP se volvió letra muerta tanto en los EE.UU. como en la Gran Bretaña.

La única área donde Matgamna no está de acuerdo con Max Shachtman es en las críticas de izquierda de Shachtman a los trotskistas ortodoxos en la Segunda Guerra Mundial. Matgamna apoya la PMP e insiste en el apoyo militar a Chiang Kai-shek incluso después de que sus fuerzas se subordinaron al esfuerzo de guerra de los aliados. Siendo un revisionista coherente, Matgamna va incluso más lejos, abogando abiertamente por el socialpatriotismo, “por lo menos para Gran Bretaña y Francia”:

“La política de guerra proletaria era, tal como la exponían el SWP en los EE.UU. y la WIL/RCP en Inglaterra, una confusión desconcertante que lógicamente equivalía a una política de defensismo revolucionario. El defensismo revolucionario significa que los revolucionarios quieren continuar la guerra pero no por eso disminuyen su lucha para convertirse en la clase dominante. Eso es lo que significaba lo que decían los trotskistas, o la mayoría de ellos. Rechazar esto porque Gran Bretaña y Alemania eran ambas imperialistas es demasiado abstracto.”

Workers’ Liberty, junio-julio de 1999

Con esto Matgamna hace eco descaradamente a la propaganda burguesa de la Segunda Guerra Mundial de que esa fue una guerra de la “democracia” contra el “fascismo” cuando en realidad fue una guerra entre alianzas imperialistas competidoras, igual como lo fue la Primera Guerra Mundial. El entiende muy bien, y lo deja muy claro, que apoya la PMP precisamente porque era defensismo burgués del lado de los aliados. Así que para Matgamna, no había razón para defender a la URSS contra la Alemania nazi ¡pero era correcto defender a Gran Bretaña y Francia! Es un ejemplo perfecto de socialchovinismo antisoviético, y en este caso Matgamna realmente toma una posición a la derecha de Winston Churchill. Al hacer causa común retrospectivamente con el socialpatriotismo en la Segunda Guerra Mundial, Matgamna encuentra apoyo en la historia para su actual capitulación cobarde al imperialismo británico cuando éste está en la vanguardia de la OTAN en la primera guerra en Europa desde 1945.

Así como la estalinofobia de Shachtman fue un puente para la Guerra Fría dirigida por los imperialistas estadounidenses, la PMP en Gran Bretaña fue una puerta abierta para la reconciliación con el ala izquierda del reformismo y el cretinismo parlamentarista del Partido Laborista. Con su fibra revolucionaria sustancialmente erosionada, los trotskistas ingleses no pudieron resistir las ilusiones en el gobierno laborista capitalista de Major Attlee instalado para contener el masivo descontento obrero después de la guerra. Para 1949, todas las alas del seudotrotskismo británico se habían liquidado dentro del Partido Laborista.

El substrato socialdemócrata laborista en el que se basan los seudotrotskistas británicos quedó completamente revelado en su entusiasmo por Solidarnosc, el sindicato patronal del Vaticano y Wall Street para la contrarrevolución capitalista en Polonia. En septiembre de 1983 durante el congreso anual del TUC [confederación de sindicatos británicos], Gerry Healy publicó en su News Line una “revelación” sensacionalista sobre [el líder minero] Arthur Scargill, basada en una carta que Scargill había escrito y que correctamente condenaba a Solidarnosc como antisocialista. Esto desató una orgía de anticomunismo por parte de los jerarcas del TUC y la prensa burguesa, que fue usada para aislar al sindicato minero en la víspera de la heroica huelga minera de 1984-85. Los healistas probaron con esto ser de gran utilidad para Margaret Thatcher en su campaña por aplastar a los mineros y romper la columna vertebral del movimiento obrero británico. Toda la gama de charlatanes seudotrotskistas en Gran Bretaña —desde Healy y Cliff hasta Matgamna y los agrupamientos pablistas del Secretariado Unificado— se combinaron para vitorear a Solidarnosc como la voz auténtica de la clase obrera polaca. Su defensa de Solidarnosc fue una prueba concreta de su aceptación del marco reformista de la política laborista nacionalista y anticomunista de la “pequeña Inglaterra”. Durante la huelga, el grupo de Matgamna hizo campaña por una elección general para llevar al poder al Partido Laborista dirigido por Neil Kinnock, ampliamente despreciado por los mineros huelguistas por su línea esquirola. Y la historia tiene una posdata vil, en 1990 el grupo Socialist Organiser de Matgamna, junto con Workers Power organizaron la gira de un fascista ruso, Yuri Butchenko, que estaba trabajando en complicidad con la CIA y el MI6 en un esfuerzo para difamar a Scargill con cargos falsos de apropiación de dinero donado durante la huelga por los mineros soviéticos.

Como Matgamna opera en el terreno británico donde el antiamericanismo es barato, él busca deslindarse del apoyo de Shachtman al imperialismo estadounidense en Vietnam y Cuba, afirmando que “para los socialistas este final en la vida política de Shachtman debe echar una sombra siniestra en su memoria”. Pero el inconfundible hedor del propio socialpatriotismo de Matgamna es evidente en pasajes como el siguiente, de la introducción a su libro:

“En el mundo de la posguerra donde la URSS era la segunda gran potencia global, el reconocimiento de que los EE.UU. y Europa Occidental —el capitalismo avanzado— representaban el campo más progresista de los dos, el que les ofrecía a los socialistas las posibilidades más ricas, la mayor libertad, la mayor base para su acción; este reconocimiento fue, creo yo, una parte necesaria de la restauración del balance marxista de la política socialista.”

He aquí una apología rastrera para los crímenes del imperialismo británico en Palestina, Irlanda, Grecia, Chipre, India, Hong Kong y las brutales guerras imperialistas contra la lucha de independencia de Argelia y la Revolución Vietnamita. Sólo un engreído socialdemócrata que tiene total desprecio por las luchas de las masas oprimidas en los países estrangulados por las potencias imperialistas occidentales podría escribir tal pasaje. Pero después de todo, la introducción de 156 páginas de Matgamna que dice tratar de forma exhaustiva la lucha de Trotsky contra el estalinismo, no menciona en absoluto la lucha de la Oposición de Izquierda contra el estrangulamiento por Stalin de la segunda Revolución China de 1925-27. La revolución permanente nunca fue parte de lo que Matgamna llama “trotskismo”. No odia el programa de colaboración de clases estalinista, lo comparte plenamente.

En común con la burguesía imperialista (y con los estalinistas, dicho sea de paso), Matgamna equipara al Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky con la casta burocrática estalinista que usurpó el poder en 1924, cuando dio los primeros pasos hacia una conciencia de sí misma con el falso dogma de “socialismo en un solo país”. Equipara a la burocracia de 1925-28 —que representaba un bloque de elementos centristas alrededor de Stalin con la fracción de Bujarin y Tomsky que conciliaba a la restauración capitalista— con la camarilla centrista burocrática en ascenso de Stalin posterior a 1928. Más aún, equipara a todos los anteriores con el aparato estalinista antirrevolucionario que entregó al proletariado alemán a Hitler sin disparar un tiro en 1933 probando, como lo dijo Trotsky, que “el PCUS actual no es un partido sino un aparato de dominación en manos de una burocracia desenfrenada” (“Es necesario construir partidos comunistas y una nueva Internacional”, 15 de julio de 1933). En resumen, Matgamna busca deliberadamente oscurecer el hecho de que una contrarrevolución política ocurrió en 1924 que fue el punto de partida cualitativo después del cual la fracción de Stalin entró en ascenso y la URSS se convirtió en un estado obrero degenerado. Este giro cualitativo era verificable: un programa diferente llevado a cabo por una dirección diferente con métodos diferentes ajenos al bolchevismo. Desde el punto de vista de Matgamna (y de Kautsky) el estalinismo creció de forma orgánica e inevitable a partir del leninismo y la Oposición de Izquierda trotskista fue irrelevante.

De hecho, para Matgamna “el pecado original” fue la Revolución de Octubre en sí misma. Escribiendo en la introducción a su colección, Matgamna afirma: “La toma del poder en 1917 resultó haber sido un ejercicio kamikaze [suicida], no sólo para la existencia física del Partido Bolchevique, que a final de cuentas lo fue, sino un kamikaze para toda una doctrina política.” Matgamna repite los mismos argumentos hechos por Kautsky y los mencheviques quienes argüían en ese entonces que Rusia no estaba suficientemente “madura económicamente” para la toma del poder por el proletariado, una racionalización para su odio visceral y su temor a la revolución obrera.

Matgamna declara abiertamente lo que es de hecho el programa real de todos los ex trotskistas revisionistas británicos: su oposición a nuevas revoluciones de Octubre y su postración a los pies del Partido Laborista. La línea política de estos revisionistas, sean o no formalmente miembros del Partido Laborista, se ha reducido en el mejor de los casos a la postura de “presionar a los laboristas de izquierda a luchar.” Pero para Matgamna y gente de ese tipo, hasta esto se ha convertido en cierta medida en una ficción, como lo indica su apoyo al imperialismo “democrático” pasado y presente. Su apoyo chovinista al bombardeo de la OTAN contra Serbia lo colocó a la derecha de la “izquierda” laborista, como Tony Benn. En contraste con todos los falsos izquierdistas, nosotros luchamos por forjar un partido con un programa revolucionario para escisionar a la clase obrera de la dirección burguesa del Partido Laborista, como parte de una estrategia revolucionaria para derrocar al capitalismo en las islas británicas.

Cuando Shachtman estaba liquidando su organización en el Partido Socialista de EE.UU., escribió un artículo titulado “American Communism: A Re-Examination of the Past” [El comunismo estadounidense: una reevaluación del pasado] (New International, otoño de 1957), en el cual se lamentaba de la escisión de los comunistas con la socialdemocracia. Esta nostalgia por la vieja socialdemocracia estadounidense era reveladora. Entre otras cosas, Shachtman tenía que ignorar la cuestión clave de la población negra estadounidense —una cuestión sobre la cual la diferencia entre el viejo PS y el naciente PC era cualitativa—. De esa manera, en 1957, Shachtman abrazó retrospectivamente el racismo tácito de la socialdemocracia estadounidense.

Shachtman tenía simpatías para con el joven Lenin, antes de que hubiera completado su evolución de un socialdemócrata revolucionario a un comunista. Lo que Shachtman odiaba realmente de Lenin el comunista era el reconocimiento de Lenin de la necesidad de una escisión política en la clase obrera como la precondición para una revolución proletaria. En 1920, en su segundo congreso, la Comintern codificó este rechazo a la concepción kautskiana del “partido de toda la clase”. Las “Veintiún condiciones para la admisión a la Internacional Comunista” trazaron una tajante línea programática entre el comunismo, por un lado, y los oponentes reformistas (y particularmente los centristas) de la revolución, por el otro.

Todas las teorías de “capitalismo de estado” y “nueva clase” para la URSS, desde Kautsky y Shachtman a Cliff y Matgamna presuponían la búsqueda de un ilusorio “tercer campo” entre el capitalismo y el estalinismo, un campo que tarde o temprano (más temprano que tarde) siempre resultó estar firmemente situado en el campo de su “propia” clase dominante. Nosotros estamos orgullosos de haber luchado con todas nuestras fuerzas para defender las conquistas remanentes de Octubre contra el imperialismo y la contrarrevolución. Hoy luchamos por la defensa militar incondicional de los estados obreros deformados que aún existen: China, Cuba, Vietnam y Corea del Norte. Estamos por la revolución política proletaria para barrer con las burocracias estalinistas que han llevado a estos estados obreros al borde de la contrarrevolución capitalista.

Las predicciones de Trotsky de que el “socialismo en un solo país” probaría su bancarrota, que era un paso hacia atrás que se alejaba de las posibilidades del socialismo mundial abiertas por la Revolución Rusa de 1917, fueron confirmadas por la negativa. Hoy nuestra lucha es para revindicar el programa de Trotsky mediante nuevas revoluciones de Octubre alrededor del mundo para aplastar al sistema del imperialismo capitalista y establecer el poder estatal proletario a escala mundial. Esta tarea se ha tornado inconmensurablemente más difícil después de la destrucción final de la Revolución Bolchevique, lograda gracias no sólo a los mismos estalinistas sino también a aquellos que como Cliff y Matgamna saludaron la contrarrevolución en el exterior mientras abrazaban a las burocracias sindicales socialdemócratas en sus propios países.

Hoy en día estas formaciones seudoizquierdistas llevan a cabo su estrategia de traición de clase apoyando a los gobiernos socialdemócratas de austeridad, racismo y guerra imperialista en una docena de países europeos. Ellos son obstáculos a la conciencia proletaria que deben ser expuestos y barridos en el camino hacia la construcción de los partidos trotskistas revolucionarios necesarios para poner fin al sistema capitalista en su agonía mortal.

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