¡Por un partido leninista-trotskista!
China en la encrucijada: ¿Revolución politica obrera o esclavitud capitalista?

ADAPTADO DE SPARTACIST (EDICION EN INGLES) No. 53, VERANO DE 1997

El siguiente artículo contiene un enunciado que defiende un Tíbet soviético independiente. Después de publicarlo, discutimos la cuestión dentro del partido y decidimos dejar de usar esta formulación. Véase Workers Vanguard No. 695 que contiene el artículo “‘Free Tibet’: Rallying Cry for Counterrevolution in China” [“Tíbet libre”: Llamado para la contrarrevolución en China] (28 de agosto de 1998).

Se está llegando a una encrucijada decisiva en la historia de la Revolución China. Si las fuerzas cada vez más agresivas de la restauración capitalista tienen éxito en destruir las conquistas de la Revolución de 1949, o si la revolución política obrera acaba con la burocracia estalinista corrupta de Beijing, determinará no sólo el destino del pueblo chino sino que dejará una huella enorme en los países del Este asiático y más allá.

La muerte en febrero de 1997 del “líder supremo” chino, Deng Xiaoping (Teng Hsiao-ping), ocasionó un sinnúmero de comentarios de los voceros capitalistas alrededor del mundo, elogiando sus “reformas” de mercado que concluyeron en la privatización de la pequeña y mediana industria y abrieron áreas enteras del país a la inversión capitalista extranjera. Pero los medios de comunicación burgueses más perspicaces notaron también que las “reformas” han creado condiciones para el descontento social. Más de 100 millones de campesinos pobres y medianos, desplazados por la liquidación de las comunas rurales y el regreso a la agricultura bajo control privado, han llegado en tropel a las ciudades y los pueblos en busca de trabajo. Mientras tanto, hay una brecha creciente entre el desarrollo económico y el estándar de vida del área costeña del sureste y el área del delta del Río Yangtze —los destinatarios principales de la inversión extranjera— y los del resto del país, desde el interior rural hasta los centros de la industria pesada estatal en el noreste y centro de China.

Al mismo tiempo que el New York Times alababa a Deng por el “dinamismo de sus reformas”, este periódico vocero del imperialismo de EE.UU., se preocupaba de “cuán incompletas y, por consiguiente, tenues son todavía estas reformas.” Apenas concluidos los servicios oficiales de conmemoración a Deng, los EE.UU. y las otras potencias imperialistas empezaron a exigir que China redujera su inversión en las industrias estatales como condición para su entrada a la Organización Mundial de Comercio y para “acelerar la apertura de la economía del país” (New York Times, 2 de marzo de 1997).

En este sentido, el regreso de Hong Kong al control chino el 1º de julio de 1997, después de 150 años como colonia británica, es un evento notable. Hace ya mucho tiempo que los estalinistas de Beijing declararon que su control no amenazaría la economía capitalista de Hong Kong de ninguna manera, planteando su política de “Una China, dos sistemas” para la reintegración sobre una base capitalista de Hong Kong y Taiwán a la China continental. En efecto, el 1º de julio, el presidente chino Jiang Zemin, aseguró en una reunión de financieros, “dignatarios extranjeros” y miembros del nuevo gobierno del territorio, escogidos a dedazo, que “Hong Kong seguirá practicando el sistema capitalista.” Con ello, la partida de los británicos de Hong Kong fue aplaudida no sólo por los trabajadores chinos ahí y alrededor del mundo que celebraron el fin de la humillación colonial, sino también por la burguesía china, el precio de las acciones subió enormemente en la víspera de la toma por China.

Además, en el XV Congreso Nacional del Partido Comunista Chino (PCCh), en septiembre, el régimen de Jiang adoptó un plan para vender la mayor parte de las industrias estatales de China, haciendo de ellas empresas pertenecientes a accionistas. Tal transformación vendría a ser la liquidación de lo que queda de la economía planificada que se desarrolló a partir de la Revolución China de 1949. Tal privatización en masa de la industria estatal requeriría la consolidación de un régimen contrarrevolucionario comprometido a los dictados de un sistema de “libre mercado”, es decir, capitalista. Esta transformación, que ocasionaría despidos masivos y otros ataques drásticos contra el proletariado, no podría ser llevada a cabo sin romper la resistencia de la clase obrera china cada vez más combativa.

Los herederos políticos de Mao Zedong (Mao Tse-tung) han llevado a la Revolución China al borde del abismo. La toma del poder en 1949 por el ejército campesino guerrillero de Mao de manos del régimen del Guomindang (Kuomintang) nacionalista de Chiang Kai-shek, destrozó la dominación capitalista y liberó al país de la sumisión al imperialismo japonés y occidental. La Revolución China creó las condiciones para conquistas enormes para los obreros, campesinos y mujeres. La derrota enorme que la Revolución China representó para los EE.UU. y otros poderes imperialistas fue enfatizada por la intervención del Ejército de Liberación Popular de China (ELP) en la Guerra de Corea de 1950-53, la cual salvó a Corea del Norte de ser derrotada por los imperialistas estadounidenses y su régimen títere de Corea del Sur.

Pero lo que salió de la Revolución de 1949 fue un estado obrero burocráticamente deformado, gobernado por una casta privilegiada encabezada por las direcciones del PCCh y ELP. Un factor clave determinante de este resultado fue el estado disperso del proletariado chino, que había sufrido dos décadas de represión mortal, tanto bajo el Guomindang como bajo la ocupación japonesa sangrienta que empezó con la toma de Manchuria en 1931, que se extendió a las ciudades principales en 1937. También, la clase obrera china había sido repetida y penosamente traicionada por el estalinismo, destacándose aquí la derrota de la Revolución de 1925-27. Además, China había sufrido un declive económico serio relacionado con la depresión mundial de los años 30, reduciendo las perspectivas por un resurgimiento incluso de luchas sindicales elementales.

Hubo una diferencia cualitativa entre la Revolución China de 1949 y la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia dirigida por el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky. La Revolución Rusa creó un régimen estatal de la democracia proletaria constituida mediante el gobierno de los soviets (consejos) de obreros, campesinos y soldados. La Revolución de Octubre fue llevada a cabo por un proletariado con conciencia de clase que había sufrido largos años de lucha política y que vio la toma de poder como el primer paso en la revolución socialista mundial.

En contraste, el PCCh llegó al poder mediante un derrocamiento social de tipo burocrático-militar. Modelándose a semejanza de la URSS bajo el régimen burocrático de Stalin, el gobierno maoísta seguía el dogma estalinista de construir el “socialismo” en un solo país. Negando el entendimiento marxista fundamental de que sólo se puede construir el socialismo en el nivel más alto de la tecnología y la economía, requiriendo la extensión de la revolución socialista hasta los países industriales avanzados, este esquema nacionalista expresó los intereses materiales de la casta burocrática que usurpó el poder en la Unión Soviética en 1923-24. De igual manera, el régimen estalinista de Mao defendía los intereses de la burocracia del PCCh/ELP que gobernó desde el inicio de la República Popular China.

El colapso de la Unión Soviética en 1991-92, después de décadas de presión militar y particularmente económica por parte del imperialismo mundial, probó la bancarrota del esquema estalinista del “socialismo en un solo país”, de una vez por todas. Pero si este dogma era utópico y reaccionario bajo las condiciones soviéticas, era aun más absurdo aseverar que China, por sí misma, podía lograr el estado avanzado de desarrollo necesario para crear una sociedad socialista mientras el país sufría bajo el peso del campesinado empobrecido que componía las tres cuartas partes de su población. Ahora en el mundo “postsoviético” las presiones imperialistas han aumentado cualitativamente sobre China y los otros países donde fueron derrocados los gobiernos capitalistas y el señorío imperialista —Corea del Norte, Cuba, Vietnam— mientras los poderes imperialistas, centralmente los EE.UU. y Japón, se están preparando para luchar por el botín de la contrarrevolución capitalista.

En respuesta a esas presiones, los estalinistas de Beijing han atado a China aun más estrechamente al mercado capitalista mundial, extendiendo las “reformas” de Deng mientras mantienen el control rígido sobre la población descontenta. Así, la “apertura” de la economía a los explotadores capitalistas está acompañada por más represión contra las protestas políticas. Los oponentes al régimen estalinista enfrentan no sólo el encarcelamiento sino el terror estatal de la pena de muerte —una barbarie que también es aplicada con un revanchismo racista por la principal policía del “mundo libre”, el imperialismo de EE.UU.

En 1992, Deng organizó un viaje ampliamente publicitado, a las “Zonas Económicas Especiales” (las SEZ) del sur de China y llamó por la extensión de las empresas del “libre mercado” a través del país. Cautelosos de invertir dinero en las sociedades “postcomunistas” en declive, como Rusia, los inversionistas extranjeros respondieron firmando contratos y doblando sus inversiones en China del año anterior. El régimen de Beijing empezó a discutir la “economía de mercado socialista” como una transición a una economía de mercado plena. En su búsqueda de inversión de capital, el régimen de Beijing ha echado la casa por la ventana para recibir a las mismas fuerzas burguesas que fueron derrocadas en la Revolución de 1949 y las que, desde entonces, han acumulado una riqueza enorme en Hong Kong, Taiwán, Singapur y en otros lugares en la Cuenca del Pacífico.

Pero los sueños de los burócratas y banqueros de una restauración pacífica y generosa son ilusorios. El estado administrado por los estalinistas está basado en la revolución que expulsó a la burguesía china y creó una economía nacionalizada. Es sobre la base de la economía colectivizada de China —un requisito para el desarrollo socialista— que nosotros los trotskistas hemos llamado siempre por la defensa militar del estado obrero deformado de China contra las fuerzas capitalistas; incluyendo la defensa de su derecho a poseer un arsenal nuclear. Al mismo tiempo luchamos por una revolución política proletaria dirigida por un partido trotskista para remover a la casta dominante, nacionalista y parásita, que existe como obstáculo para el desarrollo de una sociedad socialista y que se ofrece hoy como corredores para los imperialistas.

Los objetivos de los que aspiran a ser explotadores en China —centralmente asegurar el derecho de compraventa de la propiedad y de herencia para sus descendientes— sólo pueden ser logrados mediante el aplastamiento del aparato estatal existente de una manera u otra y sustituyéndolo con otro que esté basado en el principio de la propiedad privada de los medios de producción. La única fuerza que puede poner alto a esta ofensiva hacia la restauración capitalista es el proletariado chino. En 1989, los trabajadores de Beijing, a quienes se sumaron más tarde sus hermanos y hermanas de clase a través del país, se lanzaron al combate contra la burocracia desacreditada y venal en los acontecimientos tumultuosos centrados en la Plaza de Tiananmen. Durante dos semanas, en mayo-junio de 1989, el gobierno no pudo hacer cumplir su propia declaración de ley marcial frente a la resistencia masiva por parte de los “laobaixing” (la gente común) en las calles que convergían en Tiananmen. Estaba emergiendo una revolución política. Finalmente, el régimen pudo encontrar algunos destacamentos leales del ejército que ahogaron en sangre el levantamiento. Esto fue seguido por una ola brutal de represión a través de China, dirigida principalmente contra la clase obrera.

Aunque el proletariado fue ensangrentado por la represión, no fue aplastado. Hoy día, todos los factores que condujeron al levantamiento de Tiananmen hace ocho años están presentes en forma ampliada: la corrupción oficial flagrante, la inflación, el descontento campesino generalizado. Hay una inseguridad económica creciente en tanto que el régimen tiene el objetivo de “aplastar el tazón de arroz de hierro” del empleo y beneficios sociales garantizados de por vida —conquistas profundamente queridas de la Revolución de 1949—. Desde 1991, el número de huelgas y protestas por parte de los obreros ha aumentado cada año, tanto en la industria estatal como en la capitalista privada. A diferencia de los obreros de Polonia, Alemania Oriental y la Unión Soviética, que después de décadas de mentiras estalinistas fueron en su mayor parte adormecidos hasta hacerlos creer en la propaganda occidental de que el capitalismo de “libre mercado” les daría una vida de abundancia, los obreros chinos ya han experimentado la “magia del mercado” y saben que no van a estar entre los vencedores.

El auge de luchas laborales dentro de China indica que la clase obrera no observará el despojo de sus derechos sin dar una lucha. Un ejemplo dramático ocurrió en la Ciudad de Harbin, en la provincia de Heilongjiang el día de Año Nuevo (Hong Kong Economic Journal, 21 de enero de 1997). Familias enteras, anteriormente empleadas en las industrias estatales de la remolacha y el lino, habían pasado meses sin pago bajo las nuevas “reformas” económicas capitalistas. Incluso los subsidios exiguos de “sustento” fueron cortados entre la Fiesta de Mediados del Otoño hasta la Fiesta del Barco del Dragón. Los obreros “tomaron acción para encontrar comida y ropa para sí mismos”, tomaron el control de los talleres, abrieron los almacenes y cogieron las reservas de azúcar. Estas acciones organizadas de autodefensa de la clase obrera, fueron acompañadas por el himno de la “Internacional”, cuya letra dice en chino: “No habrá héroes ni inmortales, ni emperadores en el mundo. Todo es de los obreros. Debemos levantarnos para salvarnos.” Pero para el día de Año Nuevo, habían pasado unos cuatro meses y los obreros no habían recibido ni un centavo. En un acto de desesperación, los obreros más viejos se movilizaron antes del amanecer para ponerse en las vías del ferrocarril esperando suicidarse para aliviar así la carga económica sobre sus hijos y nietos. Cuando los miembros de las familias descubrieron turbados lo que estaba ocurriendo, se apostaron también en las vías del ferrocarril. Pronto, más de 3 mil obreros de la Fábrica Textilera de Acheng realizaron un plantón en las vías, con otros mil pobladores vecinos observando. El plantón paralizó el servicio de trenes durante todo el día en el Ferrocarril de Binsui, que enlaza Shangai y Beijing al sur con la frontera chino-rusa en el norte. Los dirigentes locales y nacionales del PCCh enviaron rápidamente “negociadores” que lograron un “arreglo” con los obreros para terminar el plantón.

Pero incluso tales acciones dramáticas de combatividad en el nivel económico no son suficientes para detener la marea contrarrevolucionaria. Es necesario que la clase obrera entre al nivel político. Como el dirigente revolucionario ruso León Trotsky escribió en su análisis de la degeneración de la Revolución Rusa bajo el estalinismo, La revolución traicionada (1936), la cuestión es: “¿Devorará el burócrata al estado obrero o la clase obrera lo limpiará de burócratas?” Nosotros los trotskistas luchamos por el programa de la revolución política proletaria, dirigida por un partido bolchevique, para llevar a la clase obrera la conciencia socialista revolucionaria a fin de barrer a la burocracia, establecer el gobierno de los soviets de obreros y devolver a la Unión Soviética su papel como la sede de la revolución socialista mundial.

El programa de la revolución política en China es necesario hoy día para que los obreros y las masas empobrecidas de campesinos emerjan victoriosos en las batallas de clases que se preparan más adelante. Como parte de nuestra lucha para reforjar la IV Internacional de Trotsky, la Liga Comunista Internacional busca construir un partido igualitario-comunista basado en el programa de los bolcheviques de Lenin y Trotsky y del Partido Comunista Chino en sus primeros años. Tal partido vincularía la lucha contra la burocracia estalinista corrupta en China con las luchas de clase de los obreros combativos de Indonesia y Corea del Sur contra sus gobernantes capitalistas y aquéllas en los centros imperialistas como Japón. Sólo mediante la extensión de la revolución socialista a esos países será eliminada la amenaza de la restauración de la esclavitud capitalista de una vez por todas y será puesta la base para el desarrollo de China dentro de una Asia socialista.

De la autarquía maoísta a la “economía de mercado socialista”

Las revoluciones sociales que ocurrieron después de la Segunda Guerra Mundial en Europa Oriental, Yugoslavia, China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba plantearon nuevos problemas teóricos para la IV Internacional trotskista, cuyas filas y dirección habían sido diezmadas durante los años de la guerra. Enfrentados al triunfo imprevisto de las fuerzas guerrilleras dirigidas por los estalinistas en Yugoslavia y China y la creación de otros estados obreros deformados a través de Europa Oriental, una dirección revisionista bajo Michel Pablo y Ernest Mandel planteó que los estalinistas podían seguir un camino “aproximadamente” revolucionario y que, por eso, los partidos trotskistas ya no eran necesarios.

En 1951-53, esta línea liquidacionista resultó en la destrucción de la IV Internacional como partido mundial de la revolución socialista. El efecto mortal de la línea pablista fue confirmada por el seguidismo de Pablo/Mandel a la cola del PCCh de Mao. Después de que los trotskistas chinos habían sido sistemáticamente acorralados y encerrados en las cárceles de Mao en 1952, Pablo los difamó como “fugitivos de la revolución” y suprimió un llamamiento a nombre de éstos, escrito por Peng Shuzhi (Peng Shu-tse), un dirigente de los trotskistas chinos que pudo escapar del país antes del golpe de la represión.

Pero incluso entre los trotskistas que lucharon contra el revisionismo pablista, hubo una confusión amplia sobre la naturaleza de la Revolución China. Así, el Socialist Workers Party de EE.UU., dirigido por el pionero trotskista estadounidense James P. Cannon, junto con Peng y otros, no reconocieron el derrocamiento social fundamental que ocurrió en 1949, concluyendo más tarde que fue sólo después de la expropiación de los remanentes de la burguesía china en 1953-55, que China se convirtió en un estado obrero deformado. Esta confusión tenía raíces en una “ortodoxia” estéril que buscó confrontar la línea pablista de que la IV Internacional ya no era necesaria, negando que hubieran ocurrido derrocamientos sociales con la victoria de las fuerzas estalinistas. Lo que faltaba en esta fórmula fue la distinción crítica entre un estado obrero tal como el que surgió de la Revolución de Octubre rusa y los estados obreros deformados como la China de Mao o la Yugoslavia de Tito, que requieren una revolución política contra los regímenes burocráticos para defender y extender las conquistas de esas revoluciones. (La degeneración definitiva del Socialist Workers Party de EE.UU. se manifestó en su alabanza sin críticas a Fidel Castro, llamándolo un “trotskista inconsciente”, y su rechazo al programa trotskista por la revolución política obrera en Cuba. La Liga Comunista Internacional se originó como la “Tendencia Revolucionaria” en el SWP; una fracción que luchó contra esa degeneración pablista siendo expulsada burocráticamente y que siguió adelante para fundar la Spartacist League. Esta historia está documentada en nuestra serie de folletos Marxist Bulletin [Boletín Marxista].)

Resumiendo la experiencia de las revoluciones de posguerra, la Spartacist League escribió en su “Declaración de Principios” de 1966 que las fuerzas guerrilleras pequeñoburguesas “pueden bajo ciertas condiciones —es decir, la desorganización extrema de la clase capitalista en el país colonial y la ausencia de una clase obrera que luche por derecho propio por el poder social— destruir las relaciones de propiedad capitalistas. Sin embargo no pueden llevar a la clase obrera al poder político. Al contrario, crean regímenes burocráticos antiobreros que suprimen todo desarrollo ulterior de estas revoluciones hacia el socialismo.” Un factor crucial para la creación de los estados obreros deformados fue la existencia de la Unión Soviética, que actuó como contrapeso a los poderes imperialistas. Así, los fanáticos de la Guerra Fría de EE.UU. se vieron restringidos de llevar a cabo ataques nucleares contra China y Vietnam por miedo a las represalias por las fuerzas nucleares soviéticas.

En el mundo “postsoviético”, los estalinistas chinos buscan avanzar las “reformas” capitalistas con la intención de colocarse ellos mismos (y sus descendientes) entre los nuevos explotadores de China. Como Trotsky escribió en La revolución traicionada:

“Probablemente se objetará que poco importan al funcionario elevado las formas de propiedad de las que obtiene sus ingresos. Esto es ignorar la inestabilidad de los derechos de la burocracia y el problema de su descendencia. El reciente culto de la familia soviética no ha caído del cielo. Los privilegios que no se pueden legar a los hijos pierden la mitad de su valor; y el derecho de testar es inseparable del derecho de propiedad. No basta ser director del trust, hay que ser accionista. La victoria de la burocracia en ese sector decisivo crearía una nueva clase poseedora. Por el contrario, la victoria del proletariado sobre la burocracia señalaría el renacimiento de la revolución socialista.”

Así, el partido que una vez condujera una guerra de guerrillas espartana contra Chiang Kai-shek y los invasores japoneses, ahora produce funcionarios de gobierno que viajan en Rolls-Royces para reunirse con los banqueros de Hong Kong, en banquetes que valen varias veces más que el ingreso anual de un campesino. La repulsión a la corrupción oficial desenfrenada en la China de hoy ha ayudado a que surja un cierto anhelo por la época de Mao Zedong. Como señaló James Miles, un observador perspicaz que pasó ocho años como corresponsal de la BBC en China, respecto a la China que existía a principios de los años 90:

“De repente podían ser escuchadas por todas partes —en los trenes, taxis, bares y restaurantes— viejas canciones maoístas, usualmente agregando un ritmo de disco para adecuarlas al gusto moderno. Para finales de 1991, existían en el mercado más de una docena de cassettes de tales canciones, de las cuales habían sido vendidas más de diez millones de copias.... Según un reporte chino, probablemente algo exagerado pero no obstante indicativo del sentimiento general, los libros de Mao se volvieron más buscados que las novelas de amor o de kung fu.”

The Legacy of Tiananmen—China in Disarray [El legado de Tiananmen—China en desorden] (University of Michigan Press, 1996)

Para los ciudadanos de China como Miles apuntó, “era una oportunidad para permitirse el lujo de cierta nostalgia por lo que ellos veían como los días relativamente libres de corrupción bajo el gobierno maoísta.” Tal nostalgia sirve para identificar falsamente a Mao con el comunismo y el igualitarismo, presentando a su gobierno como algo fundamentalmente diferente al de Deng. Pero aunque Mao llamó al PCCh a “servir al pueblo” y Deng pronunció que “El enriquecimiento es glorioso”, los dos representan sólo polos diferentes de la misma burocracia antiproletaria.

Desde que tomó la dirección del PCCh a principios de los años 30, Mao le dio al estalinismo chino un matiz campesino nacionalista particular que apenas hizo referencia incluso a conceptos marxistas formales. Su declaración de 1960 resumía la revisión antimaterialista por Mao del marxismo: “Lenin dijo: ‘Cuanto más atrasado sea un país, tanto más difícil será su transición al socialismo.’ Hoy día parece que esta manera de hablar es incorrecta. De hecho, cuanto más atrasada es la economía, tanto más fácil, y no más difícil, será la transición del capitalismo al socialismo.” Lo que Lenin entendía es que, para lograr el socialismo —la etapa más baja de la sociedad comunista sin clases— la escasez tiene que ser eliminada, y esto sólo se puede realizar sobre la base del más alto nivel de tecnología posible. Y para ello se requiere de los esfuerzos combinados de muchos países avanzados e industrializados sobre la base de la planificación socialista. Para el nacionalista mesiánico Mao esto era un anatema.

El gobierno maoísta estaba marcado por el voluntarismo y aventurerismo extremos. Después de la colectivización de la agricultura, Mao desencadenó en 1958 el “Gran Salto Adelante”: un esfuerzo utópico para lanzar a China hasta el status de un país industrializado mediante la movilización del trabajo de las masas campesinas. La locura de este esquema fue simbolizada por los “hornos de acero del patio trasero” construidos en todas partes del campo, los que, para lograr las cuotas de producción de acero terminaron por fundir hasta los sartenes y ollas de los campesinos. La campaña condujo a dislocaciones económicas extremas y a una de las peores hambrunas en la historia.

Como repercusión de este “Gran Salto” hacia atrás, Mao perdió la dirección de la burocracia central a manos de una fracción más pragmática dirigida por Liu Shaoqi (Liu Shao-chi) y Deng Xiaoping. En 1966, Mao contraatacó lanzando la “Revolución Cultural”. En el curso de los “diez años perdidos”, como pasó a ser conocido ese período, las universidades y fábricas cerraron y los científicos fueron enviados al campo para “aprender de los campesinos”. Los “Guardias Rojos” estudiantiles movilizados para extirpar a los enemigos de Mao —a los que llamaron “los del camino capitalista”— hicieron estragos en los lugares de trabajo y escuelas hasta que fue llamado el ELP, bajo Lin Biao (Lin Piao), para controlar a los estudiantes.

Varios izquierdistas radicales fuera de China creyeron en la aseveración de Mao de que éste estaba llevando adelante una lucha masiva contra la “burocracia”. Incluidos entre ellos estaba el Comité Internacional, pretendidamente “trotskista ortodoxo”, acaudillado por Gerry Healy, cuyo falso trotskismo es continuado hoy día por el “Socialist Equality Party” de David North. El periódico británico de Healy, Newsline (21 de enero de 1967) proclamó que, “los mejores elementos dirigidos por Mao y Lin Piao han sido forzados a salir del marco del Partido y llamar a los jóvenes y a la clase obrera a intervenir” en esta lucha “antiburocrática”. Sin embargo, la Revolución Cultural era sólo una lucha fraccional gigantesca entre el ala de Mao/Lin y la de Liu/Deng de la burocracia, ninguna de las cuales merecía el más mínimo apoyo político de los trotskistas.

Liu Shaoqi, purgado, murió encarcelado. Pero Deng Xiaoping sobrevivió para ser reinstalado en la dirección en 1973 por Mao y su lugarteniente, el premier Zhou Enlai (Chou En-lai). En 1978, dos años después de la muerte de Mao y de la purga de la rabiosamente promaoísta “Banda de los Cuatro”, Deng tomó la dirección del partido. Su programa inicial estaba por la introducción de “ajustes de mercado” a la economía centralizada. En el curso de los años siguientes, un torrente de medidas fueron puestas en práctica, resultando en la ruptura de la agricultura colectivizada y el establecimiento de “Zonas Económicas Especiales” brutalmente explotadoras para la inversión capitalista extranjera.

A pesar de las aseveraciones de algunos académicos y organizaciones de izquierda que aborrecen a Deng y que ponen en alto a Mao como una alternativa revolucionaria, Deng era el sucesor lógico de Mao en varios aspectos. El objetivo de las “reformas” de mercado de Deng, que éste llamó “el socialismo con características chinas”, era igual al de Mao: convertir a China no sólo en un estado-nación moderno sino en una potencia mundial. Deng y sus seguidores argumentaron que las “reformas” eran necesarias para llevar a cabo las “cuatro modernizaciones” —la industria, la agricultura, la ciencia y tecnología, y la defensa militar—. La modernización de China es todavía una tarea revolucionaria clave. Pero los estalinistas han sido siempre enemigos mortales de la única perspectiva capaz de realizar esta tarea: la extensión de la revolución socialista hasta los países capitalistas avanzados tales como Japón, que en el marco de la planificación internacional puede proveer los recursos técnicos necesarios para la modernización de China.

La introducción de las “reformas” de mercado bajo Deng sigue un patrón inherente en el gobierno burocrático estalinista. Para funcionar eficazmente, la economía planificada de manera centralizada, que es un requisito para el desarrollo socialista, debe ser administrada por un gobierno de consejos obreros democráticamente electos. Pero los mal gobernantes estalinistas son hostiles a cualquier expresión de la democracia obrera, substituyéndola con el decreto administrativo arbitrario. Enfrentados al desequilibrio inevitable de una economía planificada administrada de manera burocrática, los regímenes estalinistas se ven forzados a introducir medidas de mercado capitalistas: relajar la economía planificada, obligar a las fábricas a producir para el mercado, alentar empresas privadas e inversiones extranjeras capitalistas. Intentos semejantes por el “socialismo de mercado” en Yugoslavia y Hungría en los años 70 y 80, así como las reformas de la perestroika del ex dirigente soviético Gorbachov, ayudaron a engendrar las fuerzas burguesas internas que, con el pleno apoyo de los poderes imperialistas, finalmente conquistaron a los estados obreros. La “economía de mercado socialista” de China de manera semejante ha permitido el surgimiento de una burguesía interna naciente, dentro de la cual varios funcionan como agentes del capital extranjero.

La alianza criminal de China con el imperialismo de EE.UU.

Vinculando a los regímenes de Mao, Deng y el dirigente chino actual Jiang Zemin, está el nacionalismo inherente al estalinismo. Hoy día la burocracia proclama el advenimiento del status de “superpotencia” para China y ensalza los valores chinos “tradicionales”. Pero el gobierno de Mao fue marcado por un mesianismo nacional semejante. Un ejemplo del nacionalismo atrasado que definió el “pensamiento Mao” fue su oposición a los anticonceptivos. Claramente irracional en un país pobre con presiones de sobrepoblación aplastantes, esta posición tenía mucho que ver con la base de Mao entre el campesinado, para quien la familia ha sido tradicionalmente la unidad básica de producción.

Fue sobre cuestiones internacionales que el régimen maoísta mostró más claramente su naturaleza antirrevolucionaria. En sus primeros años, el régimen del PCCh se alió con la Unión Soviética, llevando a cabo un plan quinquenal al estilo soviético en 1953. Pero más tarde en esa década, las quejas chinas sobre la inadecuada ayuda soviética en la secuela de la dislocación económica e irracionalidad del “Gran Salto Adelante” condujo a una escisión entre los estalinistas de Moscú y de Beijing. Pocos años después, Mao estaba proclamando que el “socialimperialismo soviético” era un peligro aun más grande que los Estados Unidos, una posición que encajaba perfectamente con la meta estratégica de los gobernantes de EE.UU. de destruir al estado obrero degenerado soviético. La frontera chino-soviética pronto se convirtió en una de las más militarizadas en el mundo.

La URSS bajo Stalin y sus sucesores no era ciertamente un modelo del internacionalismo revolucionario. Bajo Jruschov, la Unión Soviética incluso rehusó respaldar a China en su guerra fronteriza con la India capitalista en 1959. Pero pese a todas las denuncias resonantes de Mao sobre el “revisionismo” soviético, la política exterior maoísta era idéntica en esencia a las políticas del Kremlin. Ambas surgían del precepto nacionalista del “socialismo en un solo país”, que condujo a los estalinistas a buscar un modus vivendi con el imperialismo y abrazar a un sinnúmero de regímenes anticomunistas nacionalistas burgueses en el “Tercer Mundo” en busca de acuerdos diplomáticos y comerciales. Esto fue simbolizado por la conferencia de Bandung de 1956 en Indonesia, donde el gobierno chino firmó una declaración por la “coexistencia pacífica”, garantizando su “no interferencia” en los asuntos de los estados burgueses neocoloniales.

Los frutos más desastrosos del pacto de no agresión de China con los nacionalistas burgueses fueron recogidos en Indonesia en 1965. El régimen de Mao instruyó al Partido Comunista de Indonesia (PKI) —el partido comunista más grande en el mundo capitalista, con tres millones de miembros y varias veces ese número en simpatizantes— a que mantuviera a toda costa un bloque político con el régimen “antiimperialista” de Sukarno, un aliado de Beijing. Basándose en el esquema estalinista de la revolución por “etapas” —primero una revolución limitada a la democracia (burguesa), seguida sólo después por una lucha por el socialismo— el PKI adoptó una política de “gotong royong” (“unidad nacional”) con la burguesía de Indonesia y sus fuerzas armadas, incluso hasta el punto de forzar a los obreros a que devolvieran las fábricas que habían tomado a los capitalistas.

Con los obreros adormecidos políticamente por la mala dirección de Beijing y el PKI, el comando general militar de Indonesia llevó a cabo un golpe dirigido por el general Suharto que desató un baño de sangre horripilante. Acompañado con una matanza comunalista llevada a cabo por turbas islámicas fundamentalistas contra los de origen chino, el régimen asesinó al menos a medio millón de comunistas y sus simpatizantes. La respuesta de Beijing ante esta catástrofe fue ¡protestar por la persecución a los ciudadanos chinos y “lamentar” la ruptura de relaciones amistosas entre los dos gobiernos! No fue sino hasta 1967, que la masacre anticomunista fue siquiera mencionada en alguna publicación china.

Con la eliminación de la “amenaza comunista” en este país estratégico de la Cuenca del Pacífico, los imperialistas de EE.UU. se sintieron envalentonados para intensificar masivamente la invasión por tierra a Vietnam del Sur y sus esfuerzos por aplastar la lucha de liberación de Vietnam del Norte y el Frente de Liberación Nacional (FLN) en el sur. Al mismo tiempo, la consolidación de Indonesia como un baluarte del anticomunismo del “mundo libre” creó las condiciones para el desarrollo posterior de un ala de la clase dominante estadounidense que se volvió “derrotista” cuando los heroicos luchadores vietnamitas los echaban de Indochina. Incluso el “halcón” [partidario de la intensificación de la guerra en Vietnam] Richard Nixon tituló su biografía No More Vietnams [No más Vietnams], un reflejo de una perspectiva en la clase dominante estadounidense de que los EE.UU. podían retirarse sin peligro de su guerra perdedora sin arriesgar sus intereses estratégicos en el sureste asiático.

Otro ejemplo de los resultados criminales del nacionalismo estalinista fue visto en la Guerra de Vietnam, cuando la China de Mao bloqueó el paso de ayuda militar soviética hacia Vietnam —ayuda frecuentemente inferior a los pertrechos militares que el Kremlin distribuyó a sus “aliados” burgueses tales como el Egipto de Nasser. En la cumbre de la Revolución Cultural, cuando los izquierdistas radicales alrededor del mundo estaban alabando a la China de Mao como una alternativa revolucionaria a los burócratas torpes del Kremlin, la Spartacist League insistió que, dada la hostilidad del régimen de Mao a la Unión Soviética, “el peligro de una alianza imperialista con China contra los rusos no puede ser descartado” (“Chinese Menshevism” [Menchevismo chino], Spartacist [Edición en inglés] No. 15-16, abril-mayo de 1970).

Esta predicción se realizó con el acercamiento oficial entre los EE.UU. y China marcado por la visita del criminal de guerra Nixon a China en 1972, mientras las bombas norteamericanas llovían sobre Indochina. En contraposición, la Spartacist League levantó el llamado por “la unidad comunista contra el imperialismo”, la cual requería una revolución política contra los gobiernos en Moscú y Beijing. Durante este período, la Spartacist League pudo ganar al trotskismo a agrupamientos e individuos que rompieron con el maoísmo ante las traiciones de China a las luchas revolucionarias alrededor del mundo.

La puñalada traidora de China a los vietnamitas se profundizó bajo Deng. Cuatro años después de que el Ejército de Vietnam del Norte y el FLN echaron fuera a los EE.UU. y su régimen títere, China decidió “dar una lección sangrienta a Vietnam” al invadir este país. China tomó esta acción atroz en respuesta al derrocamiento de su aliado genocida, Pol Pot, en Camboya a manos de las tropas vietnamitas. Denunciando la traición de Beijing declaramos: “¡China: no seas un instrumento del imperialismo de EE.UU.!” Al final sucedió que el ejército vietnamita, endurecido en la batalla, fue quien le dio una lección a Beijing. Poco después de su derrota vergonzosa en Vietnam, China dio su apoyo a los muyajedin en Afganistán —islámicos reaccionarios antimujer respaldados por los EE.UU.— que luchaban contra el Ejército Rojo soviético después de su intervención en 1979.

La alianza de China con EE.UU., iniciada por Mao y Zhou Enlai, preparó el camino para la política de Deng de “puertas abiertas” a la explotación imperialista en el período siguiente. Hoy, los herederos de Mao ni siquiera dedican palabras a las metas del socialismo, en lugar de ello se ofrecen abiertamente como compradores (agentes) del imperialismo. Pero aunque anuncian con bombos y platillos el “éxito” de sus “reformas” económicas, estas medidas han creado grietas enormes en la sociedad que amenazan estallar en un tumulto masivo en cualquier momento. Tal convulsión ocurrió en 1989 en Tiananmen, y casi significó el fin del gobierno de la quebradiza casta burocrática estalinista.

El espectro de Tiananmen

Para finales de los años 80, los efectos de la política de “puertas abiertas” en la economía de China se sentían en toda la sociedad. La rabia popular contra la corrupción estaba en ebullición conforme números crecientes de funcionarios partidistas entraban en el mundo de los negocios saqueando los recursos estatales, haciendo alarde ostentoso de sus nuevas riquezas. Al tiempo que se daba un boom de la construcción en las “Zonas Económicas Especiales” en la región costeña del sureste, la población urbana en toda China fue impactada por una inflación elevada —un fenómeno nuevo y chocante en la República Popular—. La tasa de inflación oficial en 1988 fue del 19 por ciento, la cual, aunque significaba una subestimación del valor real para los residentes de la ciudad, era sin embargo el triple de la tasa del año anterior. Al mismo tiempo, los salarios en las industrias estatales aumentaron aproximadamente en sólo el 1 por ciento ese año. Con los salarios y la seguridad laboral en caída, las acciones obreras aumentaron agudamente en los años previos a 1989. En el campo, la producción de grano estaba cayendo, provocando escasez de comida en las ciudades, mientras los ingresos de los campesinos también estaban estancados. Esto ayudó a promover la fuga de decenas de millones de trabajadores del campo a las ciudades.

Las tensiones sociales generadas por las “reformas” de mercado estallaron en la primavera de 1989 cuando los trabajadores de Beijing se aliaron a los manifestantes estudiantiles en la Plaza de Tiananmen, provocando una crisis casi mortal para los gobernantes estalinistas. La plaza pública más grande del mundo, Tiananmen es el centro político de China. El mausoleo de Mao está en el lado sur; el Gran Salón del Pueblo, un lugar gigantesco de reuniones del gobierno, está en el lado occidental; en el medio hay un monumento a los héroes de la Revolución China. Algunos cientos de metros de allí está el recinto del Zhongnanhai, la sede del PCCh.

Allí, en Tiananmen, Mao proclamó la República Popular en 1949. Desde ese entonces, ha sido el sitio favorecido para las celebraciones, mítines y desfiles militares oficiales. Pero en ocasiones también se han visto manifestaciones de protesta masivas. Desde mediados de abril hasta el 4 de junio de 1989 la Plaza estuvo ocupada por decenas de miles de estudiantes y gente trabajadora en desafío al régimen odiado de Deng.

Un documental reciente de Carmela Hinton, titulado “The Gate of Heavenly Peace” [La puerta de la paz celestial] presenta un retrato útil de los acontecimientos de Tiananmen. La película incluye una historia breve de manifestaciones anteriores allí, la más significativa de las cuales fue la marea de los residentes de Beijing, el 5 de abril de 1976, que vino a poner guirnaldas en honor del fallecido premier Zhou Enlai. Ocurriendo al final de la Revolución Cultural, lo que empezó como una conmemoración para Zhou se transformó en una protesta masiva contra la Banda de los Cuatro hasta que fue violentamente dispersada. Lo más probable es que las protestas fueron maquinación de Deng y su fracción mientras luchaban para resolver la crisis de sucesión del moribundo Mao. Al mismo tiempo, las masas que se agruparon en la plaza estaban expresando su deseo por un fin al caos destructivo de la grotescamente llamada Revolución Cultural.

Los acontecimientos de 1989 se desarrollaron en una dirección cualitativamente diferente, aunque la ocupación de Tiananmen comenzó también con una reunión de conmemoración, esta vez para el ex secretario general del PCCh, Hu Yaobang, quien había muerto el día 15 de abril. Hu había sido ampliamente respetado por el simple hecho de que era uno de los pocos funcionarios dirigentes que no habían sido manchados personalmente por la corrupción. Aunque era un protegido de Deng, Hu fue forzado a renunciar a su puesto después de las protestas estudiantiles de 1986-87, las cuales empezaron a involucrar a obreros en Shangai, la ciudad y el centro comercial más grande de China.

Los acontecimientos de Tiananmen de 1989 empezaron cuando estudiantes del Departamento de la Historia del Partido de la Universidad del Pueblo, montaron sus bicicletas a media noche para dejar guirnaldas para Hu en el Monumento a los Héroes de la Revolución, el lugar exacto donde los residentes de Beijing habían conmemorado a Zhou Enlai 13 años atrás. Al día siguiente, los estudiantes de universidades a través de la ciudad se unieron a una marcha a la plaza, cantando el himno obrero revolucionario, la “Internacional”. Esto fue seguido por un plantón fuera del Gran Salón del Pueblo, mientras los estudiantes intentaban presionar al Congreso Nacional del Pueblo —la supuesta asamblea nacional de China— para que aceptaran una petición. Como descendientes de familias relativamente privilegiadas, incluyendo de altos burócratas, los estudiantes sentían que tenían un cierto derecho de nacimiento para levantar sus demandas contra la corrupción y por más derechos estudiantiles. También exigieron una explicación oficial por el despido de Hu como jefe del partido dos años atrás.

Pronto, hasta 10 mil personas se congregaron en Tiananmen, incluyendo obreros y desempleados. Para el momento del funeral de Hu, el día 22 de abril, las protestas habían estallado en centros provinciales tales como Xi’an en la provincia de Shaanxi y en Changsha, la capital de la provincia de Hunan. Dos días después del funeral, estudiantes de 21 universidades en Beijing llamaron por una huelga oficial. Equipos de jóvenes llevaron sus demandas a los barrios obreros, enfatizando repetidamente que “no se oponían al gobierno o al partido”. El régimen respondió con un artículo editorial amenazante en el Diario del Pueblo, del 26 de abril, denunciando las acciones como una “conspiración” para destruir el sistema socialista. Sin embargo, las manifestaciones continuaron creciendo y extendiéndose a través de China.

El día 4 de mayo, 300 mil personas se congregaron en Tiananmen en el 70 aniversario del “Movimiento del 4 de Mayo” —el movimiento originado en las manifestaciones estudiantiles antiimperialistas del cual nació el Partido Comunista Chino. Después de la protesta masiva del 4 de mayo de 1989, los dirigentes estudiantiles decidieron lanzar una huelga de hambre para forzar concesiones del gobierno. La simpatía con los huelguistas de hambre condujo a otra manifestación enorme el día 17 de mayo, marcada por la participación masiva de obreros de las fábricas alrededor de Beijing.

En ese momento, se forzó la mano del régimen y el 20 de mayo se proclamó la ley marcial. Esta marcó un viraje decisivo. Por un mes, los gobernantes estalinistas habían permitido que se desarrollara una muestra masiva de desafío ante sus propios ojos. Pero con los trabajadores uniéndose en masa a la protesta, Deng y sus compinches se dieron cuenta de que si no suprimían la rebelión, sus días estarían contados. Como escribimos en ese momento: “Fueron los comienzos de una rebelión obrera contra el programa de Deng de ‘construir el socialismo con métodos capitalistas’ lo que le imprimió a las protestas un carácter masivo y potencialmente revolucionario” (China, ¡Por la revolución política proletaria!, folleto del Grupo Espartaquista de México, octubre de 1989).

Informes subsecuentes han confirmado plenamente esta valoración. Al principio, cuando las protestas ocurrieron, sólo un pequeño número de obreros curiosos se atrevió a ir hasta la plaza gigantesca. Cada testimonio sobre el papel de los obreros en las primeras protestas, informa que los estudiantes pequeñoburgueses los menospreciaban como alborotadores potenciales e “incultos”. Se mantenía a los obreros en el lado occidental de la plaza, rechazados por la vigilancia estudiantil si trataban de acercarse al centro de la acción. Pero conforme las protestas continuaban y el número de asistentes crecía, los obreros empezaron a organizarse eficazmente y levantaron sus propias demandas, proveyendo a las manifestaciones con algún poder social.

Las preocupaciones de los obreros se centraban en la tasa de inflación galopante y en la corrupción desenfrenada de la burocracia “comunista”. Los hijos de Zhao Ziyang (el sucesor de Hu como jefe del partido), de Deng y de otros dirigentes fueron un blanco particular del odio, porque se hacían fabulosamente ricos gracias a sus conexiones familiares. James Miles recuerda: “Una canción celebrada particularmente por los manifestantes era la que empezaba con las palabras ‘Dadao guandao [abajo los oficiales con ganancias excesivas], dadao guandao, fan fubai [contra la corrupción], fan fubai’, cantada con la tonada del Martinillo.”

Los volantes producidos el día 20 de abril por un grupo que llegó a ser conocido como la Federación Autónoma de Obreros de Beijing (FAOB), exigían un aumento salarial y la estabilización de los precios, y llamaban por “hacer públicos los ingresos y posesiones personales de los altos funcionarios del partido”. Un volante titulado, “Diez preguntas amables para el PCCh” preguntaba: El Sr. y la Sra. Zhao Ziyang juegan al golf cada semana. ¿Quién paga la cuota por el campo de golf y los otros gastos?... ¿Cuántas residencias y retiros tienen los altos funcionarios del partido a través del país?” Y concluía agudamente: “¿Sería el partido tan amable como para explicar el significado y las implicaciones de los términos siguientes?: 1) el partido, 2) la revolución y 3) reaccionario” (citada por Mok Chiu Yu y J. Frank Harrison en Voices from Tiananmen Square—Beijing Spring and the Democracy Movement [Voces de la Plaza de Tiananmen—la primavera de Beijing y el movimiento por la democracia], Black Rose Books, 1990).

Los dirigentes de la FAOB eran obreros de empresas estatales de mediana o gran escala. Viéndose a sí misma como una organización sindical independiente, la FAOB de hecho funcionó de manera más amplia. Subdividida en departamentos de logística, propaganda y organización, mantenía una imprenta en un lugar secreto y estableció una emisora en el lado occidental de Tiananmen. Esta última se convirtió en un “foro democrático” permanente: cada noche se propalaban declaraciones de la audiencia junto con documentos neibu (internos) robados del gobierno —algo muy popular entre la audiencia de la estación—. Pronto, grupos semejantes surgieron en otras partes de Beijing y alrededor del país.

Establecieron un “cuerpo de piquetes obreros” para proteger a los manifestantes estudiantiles. Organizaron equipos “dispuestos a todo” —uno de ellos se llamaba los Panteras Negras— para intervenir contra el arresto policíaco de los manifestantes; de vez en cuando, los obreros ganaron la libertad de los arrestados. Un ejemplo de las decenas de grupos obreros que empezaron a surgir fue el “Cuerpo de los Tigres Voladores”, constituido de cientos de motociclistas. La mañana después de que proclamaron la ley marcial, los “Tigres Voladores” resonaron a través de las puertas de la enorme Siderúrgica Capital, distribuyendo volantes y llamando a los obreros a declararse en huelga. Como describió Andrew Walder en “Popular Protest in the 1989 Democracy Movement—the Pattern of Grass-Roots Organization” [Protesta popular en el movimiento por la democracia de 1989—el patrón de organización popular] (1992):

“Después de la declaración de la ley marcial en Beijing, estos grupos se multiplicaron...y se hicieron más móviles, yendo de un lado de la ciudad a otro para confrontar a las tropas en marcha o para reforzar las barricadas en los cruces. En Beijing, además, la resistencia a las tropas de la ley marcial fue reforzada a través de la ciudad por organizaciones sin nombre a nivel de los barrios.... Si eran vistos soldados o vehículos militares, los centinelas harían sonar la alarma (generalmente, golpeando sartenes y ollas en los techos) y los residentes saldrían de sus casas para sus puestos en las barricadas.”

Por dos semanas enteras, el régimen estalinista no fue capaz de imponer la ley marcial. La primera unidad grande del ELP llamada para entrar en la ciudad, el 38º Ejército, rehusó tomar acción contra los manifestantes. En su libro, The Deng Xiaoping Era—An Inquiry into the Fate of Chinese Socialism, 1978-1994 [La época de Deng Xiaoping—Una investigación del destino del socialismo chino, 1978-1994] (Hill and Wang, 1996), Maurice Meisner describe la resistencia entre los altos oficiales militares al llamado del régimen para suprimir las manifestaciones:

“El día 21 de mayo siete prestigiosos dirigentes jubilados del ELP, incluyendo al ex ministro de defensa Zhang Aiping y al comandante de marina Ye Fei, escribieron una carta abierta a Deng Xiaoping, dirigiéndola a Deng en su calidad de presidente de la Comisión Militar Central del partido. ‘El Ejército Popular le pertenece al pueblo,’ le recordaron al líder supremo de China. ‘Este no puede ponerse en oposición al pueblo y mucho menos oprimir al pueblo y absolutamente no puede abrir fuego contra el pueblo y crear un incidente de derramamiento de sangre’.... Cuando la leyeron en los altavoces en la Plaza de Tiananmen el 22 de mayo, provocó ovaciones estremecidas de los manifestantes juveniles.”

Los activistas hablaron con las unidades del ELP en las calles sobre la responsabilidad de ser parte del “ejército popular” y los invitaron a unirse con ellos para cantar himnos revolucionarios. El día 24 de mayo, gran parte de las tropas fueron retiradas de la ciudad.

Para ese entonces, el gobierno central estaba en curso de desaparecer. Los ministerios dejaron de trabajar y no había ningún pronunciamiento oficial. Incluso la policía según los informes se estaba uniendo a las protestas. Los acontecimientos en Beijing tuvieron rasgos semejantes a la revuelta obrera húngara en noviembre de 1956, donde los manifestantes pararon exitosamente la primera ola de tropas soviéticas enviadas para aplastarlos. Las asambleas obreras se multiplicaron, no sólo en Beijing sino alrededor del país, formaciones embrionarias que pudieron haberse desarrollado en consejos obreros, tales como los que aparecieron en Hungría en 1956, así como en Rusia en 1917, donde formaron la base para el estado proletario después de la toma de poder por los bolcheviques.

Pero los obreros chinos no fueron capaces de elevar esta situación excepcional hasta una lucha política para echar a los tiranos burocráticos y tomar el poder en su propio nombre. Aunque los obreros y jóvenes demostraron gran habilidad y heroísmo, sus demandas fueron parciales e incipientes. Esto indica la necesidad de la intervención de un partido revolucionario que uniera a todos los sectores de la población trabajadora, jóvenes y mujeres bajo la dirección del proletariado movilizado como una fuerza revolucionaria consciente y un competidor por el poder. Tanto en Hungría en 1956, como en China en 1989, el factor clave fue la ausencia de una dirección revolucionaria tal como la proporcionada por el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky en Rusia en 1917.

Levantamientos después del baño de sangre de Beijing

A principios de junio el régimen pudo reagruparse. Llamó a nuevas fuerzas militares, en particular al 27º Ejército. Al atardecer del 3 de junio, unas 40 mil tropas con vehículos blindados, entraron en la ciudad y desataron un baño de sangre contra la gente aglutinada en las calles. Se informó que, cuando las tropas alcanzaron Tiananmen temprano en la mañana del 4 de junio, su primer blanco fue el campamento de los obreros del lado occidental. Un dirigente estudiantil vio que los tanques aplastaron las tiendas de la FAOB, asesinando a 20 personas. En contraste con la guerra librada contra la gente trabajadora de la ciudad, permitieron que los estudiantes restantes en Tiananmen salieran, en gran parte sin tomar acciones punitivas en su contra. Sus números habían disminuido por ese entonces hasta ser unos 5 mil. La gran parte de estudiantes de la universidad de Beijing habían salido de la plaza cuando el ayuno se debilitó y jóvenes de la provincia los habían sustituido.

Es imposible determinar el número exacto de víctimas de la masacre del 3 y 4 de junio, pero es probable que asesinaron o hirieron a varios miles. No obstante, el terror del ejército fracasó en sofocar la rebelión. De hecho, sirvió para generalizar la resistencia proletaria, mientras los cuerpos de los “dispuestos a todo” emergieron en todas partes de China. Un ejemplo era el “Cuerpo de Gansos Salvajes, dispuestos a todo” de Shangai, descrito por Andrew Walder como “una organización compuesta de obreros que, después de escuchar las noticias de los acontecimientos de Beijing, se reunieron para construir barricadas, detener el tráfico, servir en puntos de control en los cruces y gritar consignas en protesta por la masacre.” Grupos de ciudadanos controlaron las calles de Shangai y Xi’an hasta una semana después del 4 de junio. “Brigadas del Pueblo” en Tianjin marcharon por las calles llamando por una huelga general, gritando: “Cobrar la deuda de sangre” y “Derrumbar, derrumbar, derrumbar todo hasta que no quede ni uno, entre más caos mejor.”

Algunas semanas después en el Museo de Historia Militar en Beijing, las autoridades llevaron a cabo una exposición sobre las protestas. En el patio había una colección de vehículos militares quemados. Adentro había un mapa mostrando las ciudades donde ocurrieron las manifestaciones: más de 80 puntos estaban marcados y esto fue sólo la cifra oficial. La efusión plebeya atrajo a desempleados y trabajadores temporales del campo, agregando un tono estridente a las protestas. Uno de los cuerpos “dispuestos a todo” —que era especialmente indomable— en la ciudad noreste de Harbin gritaba: ¡“Derrumbar al gobierno”, “Huelga general” y “Queremos tomar cerveza”! En algunas ocasiones, la falta de dirección clara permitió que elementos abiertamente reaccionarios alzaran sus voces, incluyendo algunos que levantaron consignas a favor del Guomindang.

Incluso una pequeña organización bolchevique china pudo haber llegado a desempeñar un papel decisivo en 1989. Había que convertir la naciente situación de poder dual —en la cual los trabajadores empezaban a tomar en sus propias manos el control de las ciudades— en una lucha por el poder político. Esto hubiera significado, entre otras cosas, una lucha para transformar las asambleas obreras informales en consejos obreros abiertos a todos, excepto a tendencias abiertamente contrarrevolucionarias y extendiendo este tipo de organización a las comunidades rurales y especialmente a las fuerzas armadas —forjando vínculos reales con soldados y oficiales que no querían disparar contra su propio pueblo—. Coordinadas nacionalmente, estas organizaciones pudieron haber sido la base para un régimen revolucionario de democracia obrera contrapuesto a los estalinistas y comprometido a luchar hasta la muerte contra la restauración capitalista.

La justificación del régimen para aplastar las protestas es que eran expresión de un tumulto “contrarrevolucionario”; pero las manifestaciones no fueron nada por el estilo. Ciertamente, hubo una gama amplia de apetitos sociales y políticos expresados por los manifestantes estudiantiles. Las aspiraciones socialistas estuvieron frecuentemente mezcladas con grandes ilusiones en los EE.UU. y la democracia burguesa en general. De vez en cuando, los oradores en Tiananmen compararían al movimiento con el Solidarność polaco, el que después de su origen como un sindicato “independiente”, rápidamente evolucionó hasta ser una formación contrarrevolucionaria, jugando un papel dirigente en la restauración del dominio capitalista allí en 1988. Pero desde el principio, las demandas de los manifestantes, principalmente por más derechos democráticos y un fin a la corrupción, fueron igualitarias por naturaleza. Los obreros marcharon a la Plaza de Tiananmen llevando fotos de Mao Zedong y Zhou Enlai, no de Chiang Kai-shek.

Esto continuó siendo así incluso cuando el odio popular contra el gobierno alcanzó su cumbre después de la masacre de Beijing. Por ejemplo, cuando el “Clan Rojo”, un grupo que surgió en la Planta de Ensamblaje de Autos No. 3 de Xinjiang en el extremo oeste de China, supo de la noticia de los asesinatos, proclamó en sus volantes que “los diez años de reforma han sido diez años de corrupción, diez años de sufrimiento para el pueblo.” Estas dificultades se sentían de manera particularmente aguda en el interior de China, muy alejado de las prósperas regiones costeñas. Claramente los obreros automotrices de Xinjiang no aplaudían la apertura de China a la explotación capitalista.

Es la continuación del dominio de los estalinistas sanguinarios, codiciosos y parásitos, lo que asegura que las fuerzas que quieren fomentar un levantamiento verdaderamente contrarrevolucionario van a continuar fortaleciéndose. Ahora, mientras China se acerca a lo que podía ser la crisis terminal para este estado obrero deformado, la condición necesaria para la victoria de los obreros y campesinos es el forjamiento de un partido igualitario-comunista revolucionario con un programa para defender y extender las conquistas de la Revolución de 1949, barriendo la excrecencia burocrática que ha brindado una “puerta abierta” para un futuro de miseria para los trabajadores de China.

China y la crisis terminal del estalinismo

Tan pronto como el gobierno de Deng/Li Peng volvió a controlar la situación, desató una brutal cacería de brujas dirigida centralmente contra la clase obrera. Mientras los manifestantes estudiantiles sufrieron poca represión, decenas de obreros alrededor del país fueron ejecutados por “pandillerismo” y otros “crímenes” inventados. En tanto que el régimen tenía el objetivo de enviar una señal al resto de la clase obrera por medio de su terror, la represión sólo trajo consigo una “estabilidad” superficial. Una indicación de esto se vio cuando a los obreros en las industrias estatales en la región de Beijing se les dijo que llenaran formularios indicando su papel en las protestas, 50 mil obreros admitieron su participación. Uno sólo puede imaginarse la cifra real.

Algunos meses después estallaron los acontecimientos en Europa Oriental que una vez más estremecerían a los estalinistas chinos. Las protestas en el estado obrero deformado de Alemania Oriental (RDA) condujeron a la caída del Muro de Berlín en noviembre, encendiendo una revolución política incipiente. El proletariado de Alemania Oriental salió a las calles con demandas por la democracia socialista genuina, no la hipocresía y represión del régimen de Honecker. La LCI emprendió la movilización más grande de nuestra historia en una lucha política contra el régimen estalinista abdicante por el futuro de la RDA. Nuestro impacto político creciente en la lucha por una revolución política proletaria en Alemania Oriental —por la unificación revolucionaria en una “Alemania roja de consejos obreros, parte de unos Estados Unidos socialistas de Europa”— fue visto en la movilización masiva de unos 250 mil obreros en Berlín en una manifestación prosoviética y antifascista iniciada por la LCI en el monumento de Treptow el 3 de enero de 1990. Inmediatamente después de esta movilización, los capitalistas de Alemania Occidental —con los socialdemócratas alemanes como su “caballo de troya de la contrarrevolución”, y los estalinistas germano-orientales dispuestos a vender al estado obrero— aceleraron una estampida contrarrevolucionaria: Anschluss. (Para un análisis completo, ver: Spartacist No. 24, marzo de 1992.) La reunificación capitalista resultante en Alemania marcó el período de la crisis terminal del dominio estalinista en Europa Oriental, culminando en el triunfo de las fuerzas capitalistas restauracionistas en la Unión Soviética en 1991-92.

Esta fue una derrota devastadora para los obreros y oprimidos del mundo entero, trayendo a los pueblos de Europa Oriental y a la ex URSS los horrores de la pobreza generalizada, la carnicería nacionalista y un sinnúmero de otras miserias, así como la agudización de la rivalidad interimperialista sobre quién surgiría con la mejor posición en el mundo postsoviético. Pese a todo el nacionalismo antisoviético del PCCh, los gobernantes de Beijing se dieron cuenta que ahora enfrentarían una presión enormemente acrecentada por parte de los EE.UU., Japón y otros poderes capitalistas. Durante los meses siguientes aparecieron fisuras fraccionales en la dirección del partido: aquellos alrededor del jefe de propaganda Deng Liqun (conocido como el “pequeño Deng”) haciendo sonar la alarma contra la “liberalización burguesa” y la amenaza de una “evolución pacífica”, que para ellos querían decir la restauración del capitalismo mediante la continuación de reformas económicas. Pero el “Deng grande” (Xiaoping) ganó, promoviendo la idea de que China podría evitar el destino de los estalinistas soviéticos a través de la inmersión aun más profunda en el mar del libre mercado. Argumentó que sólo de esta manera podrían aliviar la pobreza del pueblo chino, la que planteó como la amenaza real a la “estabilidad”.

El XIV Congreso del partido en octubre de 1992 formalmente declaró el dogma de la “economía de mercado socialista”. Una nueva constitución adaptada por el congreso eliminó la vieja retórica formal del “internacionalismo proletario” e incluso eliminó la frase que declaraba que “el sistema socialista es incomparablemente superior al sistema capitalista.” En la secuela, las “reformas” procapitalistas se aceleraron ampliamente. Las zonas de “libre comercio” SEZ se expandieron desde entonces a través de China, incluyendo el delta del Río Yangtze, la región más rica de China.

Mientras la inversión extranjera en China sigue creciendo, las “empresas de villas y pueblos” son el sector de la economía de crecimiento más rápido. Aunque estos “colectivos” son supuestamente propiedad pública, las líneas de propiedad son de hecho nebulosas. Estos negocios de producción para el mercado —que incluyen desde minas hasta fábricas de producción ligera— son extremadamente explotadores. La tasa de mortalidad en las minas de carbón de China —unas 10 mil personas cada año— puede ser atribuida a la minas “colectivas” que no son supervisadas prácticamente por ninguna autoridad estatal. Estas empresas están cultivando una creciente clase burguesa nativa, frecuentemente vinculada con inversionistas extranjeros y oficiales militares chinos.

Funcionarios estatales han entrado en masa al mundo desenfrenado de los negocios chinos como hombres de negocios privados, empresarios “colectivos” y agentes de inversionistas extranjeros. A principios de 1993, aproximadamente una tercera parte de todos los funcionarios gubernamentales tenían un segundo empleo, frecuentemente como asesores o en el área de relaciones públicas, donde sus conexiones dentro de la burocracia les daban acceso a valiosa información interna. Hoy día, nadie ingresa al PCCh salvo para emprender una carrera en los negocios. Y el lugar donde esto es especialmente evidente es en Shangai, lugar de origen de Jiang Zemin. Como un dirigente del departamento de organización del PCCh de Shangai a cargo del reclutamiento dijo recientemente: “Nuestra preocupación principal es la habilidad de ganar dinero.” El régimen actual sueña convertir a Shangai en un nuevo Hong Kong, planeando usar para el desarrollo capitalista el enorme distrito de Pudong, en el otro lado del Río Huangpu del centro de Shangai.

La corrupción es desenfrenada entre la policía, ya sea apropiándose la recaudación por “peaje” en carreteras o poniendo en venta uniformes policíacos en mercados callejeros. En esta atmósfera sórdida cualquier cosa es factible para ganar dinero. Hace algunos años se descubrió que la Federación de Mujeres de Toda China, un brazo de la burocracia que lucha supuestamente contra la discriminación sexual, ¡había importado prostitutas rusas para trabajar en un hotel en Guangzhou (Cantón) el cual le pertenecía a esta federación junto con un grupo de banqueros de Hong Kong!

Un factor clave en la destrucción contrarrevolucionaria de la URSS fue la aparición de una generación de hijos educados y privilegiados de la burocracia que se identificaban cada vez más con el Occidente capitalista, con la esperanza de asegurar una vida de riqueza para sí mismos. Estos fueron en gran parte los “yuppies” soviéticos que se agruparon tras Boris Yeltsin. Un fenómeno semejante ha ocurrido en China con el surgimiento del taizidang (“partido de los príncipes”): funcionarios y familiares de burócratas de alto rango que no tienen vínculo alguno ni con el igualitarismo distorsionado de la República Popular en sus primeros años.

Como notó León Trotsky en cuanto a la URSS de Stalin: “Aquello que era una ‘deformación burocrática’ se prepara hoy para devorar al estado obrero, sin dejar restos de él, y sobre las ruinas de la propiedad nacionalizada construir una nueva clase propietaria” (“¿Ni un estado obrero ni un estado burgués?”, noviembre de 1937). Hoy en China, uno de los operadores de empresas más grande es el ELP, el mismo núcleo central del estado. Al principio, se alentó que las fuerzas militares establecieran negocios para suplementar su presupuesto. Ahora, el ELP es dueño de más de 20 mil empresas que abarcan desde el Hotel Palacio en Beijing, uno de los más lujosos del país, hasta fábricas de bicicletas y refrigeradores. Su inversión más grande es el conglomerado Poly Group, cuyo negocio principal es la exportación de armas, incluyendo aviones, misiles tipo Silkworm y armas más convencionales tomadas de las reservas del ejército.

Entre los jefes militares asignados al Departamento de Armamento del ELP, encargado del manejo del Poly Group, están los yernos de Deng Xiaoping, Zhao Ziyang y el ex presidente Yang Shangkun. En 1993, los dos jefes militares de más alto rango en China advirtieron que los esfuerzos para fortalecer al ejército estaban amenazados por “la ideología y el estilo de vida capitalistas decadentes”. Otra cosa que socava al aparato burocrático es el surgimiento de los “señores de la guerra” [caudillos] económicos que han desarrollado fuertes bases de poder regionales y que son cada vez más independientes de la autoridad estatal central, frecuentemente entrelazados financieramente con inversionistas extranjeros, trabajando en alianza con oficiales militares y policíacos locales comprados a buen precio.

Agravando esta amenaza a la unificación nacional de China —un logro que finalmente fue obtenido en la Revolución de 1949— está la misma estructura del ELP, compuesta por ejércitos basados regionalmente. Una lucha por el poder en Beijing podría escalar fácilmente a una guerra civil entre unidades del ELP, combatida a lo largo de líneas regionales. La contrarrevolución capitalista llevaría no sólo al colapso económico y a la miseria sino al peligro de regresar al dominio de los “señores de la guerra” y el caos político sangriento.

China, un estado relativamente homogéneo étnicamente con una población de minorías de sólo un 8 por ciento, no enfrenta el mismo tipo de amenaza por movimientos nacionalistas secesionistas que ayudaron a destruir los estados obreros multinacionales soviético y yugoslavo. Al mismo tiempo, los territorios habitados por los tibetanos, mongoles y pueblos musulmanes en la provincia de Xinjiang son enormes y tienen importancia militar. Mientras las minorías de China han logrado grandes avances en alfabetización, la salud y otras áreas desde 1949, han sufrido discriminación a manos de la burocracia chovinista Han.

El chovinismo nacional estalinista ha ayudado a abrir una puerta para las fuerzas secesionistas reaccionarias respaldadas por EE.UU. y otros poderes imperialistas. Durante décadas, los imperialistas han utilizado la demanda por la independencia del Tíbet como un ariete contra el estado obrero deformado chino. Más recientemente, un poco antes de la muerte de Deng, durante las protestas que ocurrieron entre los descontentos musulmanes de habla túrquica en la provincia de Xinjiang, hubo indicios de la participación de secesionistas musulmanes reaccionarios basados en el vecino Kazakstán, anteriormente una de las repúblicas del Asia Central soviética. Un partido trotskista en China buscaría movilizar al proletariado para defender los derechos de las minorías nacionales contra el chovinismo Han. Mientras nos oponemos a los movimientos de “independencia” patrocinados por los imperialistas, defendemos el derecho de independencia de una república soviética del Tíbet.

Hong Kong: salen los colonialistas británicos pero queda el capitalismo

Aunque los taizidang sueñan con transformarse de parásitos sociales a una clase dominante capitalista, los que se van a beneficiar si la contrarrevolución tiene éxito serán los empresarios chinos en el exterior que han estado inyectando miles de millones de dólares de inversiones en China. A diferencia de la Revolución de Octubre de 1917 que destruyó a la burguesía rusa como clase, la Revolución China básicamente echó al Guomindang fuera del país hacia Taiwán, Hong Kong y otras partes, permitiendo que esta clase burguesa mantuviera su cohesión. Hoy día está regresando mediante las inversiones. La primera zona de “libre comercio” de las SEZ estaba ubicada en Shenzhen, un pueblo agrícola vecino de Hong Kong que creció hasta ser una ciudad de dos millones en sólo diez años. La parte abrumadora de la inversión vino de los capitalistas de Hong Kong que construyeron fábricas de zapatos, juguetes y textiles explotando a los obreros con salarios mucho más bajos que en el otro lado de la frontera. En años recientes, mientras las SEZ se han extendido, las inversiones han llegado en grandes cantidades desde Taiwán, Singapur y otras partes.

Durante siglos los comerciantes chinos desempeñaron un papel central en el comercio en el sureste asiático, ganándose el nombre de “los judíos de Asia”. En las últimas tres décadas de crecimiento económico en la región, el capital chino ha desplazado al japonés como la fuente principal de inversión en Asia. Las familias al centro de este fenómeno incluyen a algunas de las más ricas en el mundo. Con su riqueza, vínculos familiares dentro de China y sus lazos sólidos con los banqueros y personajes políticos importantes del mundo, forman una clase dominante capitalista de reserva. Un ejemplo de estas familias es el clan de Riady de Indonesia, cuyo apoyo financiero al presidente Clinton ha provocado un repugnante brote de racismo contra la “amenaza amarilla” en EE.UU.

La fuerte influencia que esta clase ya ejerce en la China continental se puede ver en Hong Kong, que contribuye con un 60 por ciento de la inversión extranjera a China. Hong Kong está ya casi totalmente integrado con la provincia vecina de Guangdong en la China continental, con la cual comparte una herencia cultural y lenguaje común (cantonés). Gran parte del delta del Río de las Perlas se ha vuelto un cinturón enorme de fábricas de “libre comercio”, y cada año más tierra arable es entregada a los inversionistas capitalistas. Los funcionarios de Guangdong sirven cada vez más a los banqueros de Hong Kong y no a Beijing. Como dice un viejo dicho cantonés: “Las montañas son altas y el emperador está muy lejos.” Hong Kong ha funcionado también como la vía de enriquecimiento de varios oficiales militares y funcionarios gubernamentales de China continental por medio de sus posiciones en compañías de comercio y corporaciones falsas establecidas para repatriar el dinero a China e invertirlo en empresas conjuntas y otras actividades empresariales capitalistas.

El período que antecedió al regreso de Hong Kong al control de China condujo a una verborrea tremendamente cínica sobre los “derechos humanos” por parte de los ex gobernantes británicos y los medios de comunicación occidentales. Desde que tomaron la isla en 1841, durante la primera Guerra del Opio contra la decrépita dinastía Qing, los británicos gobernaron la colonia casi como un estado policíaco, oprimiendo brutalmente a sus súbditos chinos. Hong Kong se convirtió en un refugio para narcotraficantes británicos y chinos, señores de la guerra chinos y más tarde, para los criminales del Guomindang que huían de la China continental en 1947-49. Pero cuando el ejército guerrillero de Mao Zedong se acercó a Hong Kong a finales de la guerra civil, Mao suspendió el avance mientras buscaba aliados entre otros poderes imperialistas ante la hostilidad de EE.UU. Hoy, el brillo del “milagro” económico de Hong Kong encubre una de las brechas más grandes del mundo entre los pobres y los ricos. Unos 10 mil obreros explotados grotescamente y ancianos viven en jaulas de acero apiladas en dos o tres niveles. En febrero de 1996, unos 24 indigentes murieron en una sola noche durante un período de frío inusitado.

El barniz superficial de libertades democráticas en Hong Kong —las cuales, gritan los imperialistas, están siendo destruidas por China— fueron concedidas sólo después del acuerdo de 1984 sobre el regreso de la colonia a China. En respuesta a las protestas imperialistas sobre “derechos humanos”, Beijing apuntó que sus leyes para Hong Kong de hecho ¡se basan en la legislación de los propios británicos de la época de la colonia! Este hecho, por sí solo, dice mucho sobre los objetivos del régimen estalinista chino. Beijing había jurado de antemano que no iba a tocar a los magnates capitalistas de Hong Kong, una política simbolizada por el nombramiento del magnate marítimo, Tung Chee-hwa, para dirigir al gobierno central de Hong Kong. En recompensa, después de la toma del 1º de julio de 1997, la burocracia nacionalista ganó el control del puerto de contenedores más grande del mundo, así como el depósito más grande de reservas extranjeras en el planeta.

La preocupación predominante de la quebradiza casta burocrática estalinista es la de mantener la estabilidad y para hacer esto está implementando su propia artillería de leyes de tipo estado policíaco, impuestas por la policía local y unas 10 mil tropas del ELP estacionadas en Hong Kong. El objetivo de la política de Beijing de “Una China, dos sistemas” no tiene tanto que ver con Hong Kong sino con Taiwán. Al defender la propiedad capitalista en Hong Kong, los estalinistas esperan mostrar a la burguesía del Guomindang —cuyas fuerzas masacraron a miles de taiwaneses en 1947 para consolidar su dominio brutal sobre la isla— que sus derechos de propiedad serán protegidos de manera confiable en el caso de una reunificación con China continental.

Los trotskistas vitoreamos en tanto que el decadente Imperio Británico perdía su última colonia importante al arriar su bandera sangrienta e izarse la bandera roja con las cinco estrellas de la República Popular el 1º de julio. Pero como la Spartacist League/Britain escribió en “¡Fuera Gran Bretaña de Hong Kong!” (Workers Hammer No. 109, septiembre de 1989), luchamos por “Un país, un sistema; ¡bajo un gobierno obrero!” Tomamos como ejemplo los primeros años del comunismo chino, antes de que la línea liquidacionista de la Comintern de Stalin resultara en la decapitación de la Revolución de 1925-27. En 1922, el PCCh encabezó una huelga de 10 mil marineros de Hong Kong. Tres años más tarde, el Comité de Huelga de Cantón-Hong Kong, dirigido por los comunistas, llevó a cabo una huelga de 16 meses luego del asesinato de manifestantes antiimperialistas en Shangai por parte de tropas británicas. Estos comunistas lucharon para liberar a Hong Kong y al resto de China mediante la movilización de la clase obrera a la cabeza de la batalla por la liberación nacional. El régimen “comunista” estalinista de hoy se prostituye con entusiasmo ante los amos capitalistas de Hong Kong, solamente buscando reservar una posición privilegiada para los burócratas del PCCh, mientras la burguesía china se mueve para recuperar en China lo que perdió en 1949.

El caos del mercado

Pasando revista a las “reformas” de Deng, James Miles observó:

“En comparación con la precipitación, aparentemente desastrosa, hacia el capitalismo del libre mercado en curso en la ex Unión Soviética y Europa Oriental, parecía que China había encontrado la fórmula correcta.... Pero la revolución económica de China tenía un precio. Aunque pocos observadores prestaron mucha atención en 1992, era aparente que el crecimiento económico explosivo de China también estaba aumentando las filas de los decepcionados y desilusionados, particularmente entre los campesinos y los obreros en las empresas estatales, cuyas voces son raramente escuchadas.”

Los gobernantes de China están bien conscientes del descontento furioso en la base de la sociedad. El blanco principal de quienes favorecen el libre mercado en China es la red de industrias estatales —que todavía es el núcleo central de la economía— y los beneficios sociales que disfrutan los obreros en aquellas fábricas. Los intereses capitalistas del exterior y los “liberales” dentro de China han estado vociferando por que el gobierno corte sus subsidios a estas industrias. A pesar de algunos tira y aflojes en esta dirección, Beijing todavía destina hasta el 70 por ciento de sus préstamos bancarios para mantener a flote a las empresas estatales. ¿Por qué? La respuesta está en la dinámica descrita por Trotsky en cuanto a la casta gobernante de Stalin en la Unión Soviética: “Sigue preservando la propiedad estatal sólo hasta el punto que le teme al proletariado.” Así, en 1992, una ola de acciones laborales combativas obligó al gobierno a abandonar sus planes de “aplastar los tres hierros” del empleo, salario y beneficios garantizados de por vida.

Al mismo tiempo, la planificación centralizada —el cimiento económico fundamental de un estado obrero— ha sido atenuada tremendamente. Muchas fábricas estatales han sido obligadas a vender sus productos directamente en el mercado, mientras que la participación del sector estatal en la producción industrial bajó a un 42 por ciento el año pasado, del 78 por ciento que era en 1978. Al mismo tiempo, mientras que han ocurrido despidos en las fábricas estatales, se ha recomendado en contra de los despidos masivos porque el gobierno está obligado por ley a encontrar nuevos empleos a los despedidos. Por otro lado, con el crédito restringido aun más, las empresas estatales en problemas están retrasando por meses el pago de salarios a obreros al tiempo que recortan drásticamente los beneficios, como la educación y atención médica familiar. No hay hasta ahora ningún tipo de “red de seguridad” social para los que son echados de su trabajo.

Por primera vez en la “China Popular”, un número significativo de residentes urbanos, estimado en 15 millones, está cayendo por debajo del nivel oficial de pobreza. La respuesta del régimen ha sido alentar a los obreros a tomar un segundo empleo o empezar negocios propios, sin duda con la esperanza de que esto les deje poco tiempo para pensar en política. Pero los ataques contra el nivel de vida de los obreros ayudaron a encender el auge de huelgas y protestas durante los seis años pasados.

Las fuentes del descontento potencial en China son numerosas y extensas. La fuerza laboral para las empresas “colectivas” es reclutada de la masa enorme de trabajadores del campo que no pueden ganarse la vida en las granjas. Producido por el desmantelamiento de las comunas rurales a principio y mediados de los años 80, este gigantesco “ejército industrial de reserva” se utilizó primeramente para proveer de obreros a las SEZ. Ahora se le utiliza ampliamente a través de China. En las ciudades éstos hacen el peligroso trabajo de construcción y otras labores que los residentes de la ciudad rehúsan realizar, mientras que carecen de los más básicos derechos y beneficios sociales. Desesperados por un alojamiento, los trabajadores migratorios —ya conocidos como el “ejército de Deng”— viven frecuentemente fuera de los centros de las ciudades en enclaves segregados junto con paisanos que hablan el mismo dialecto.

Para 1994, esta población flotante constituía hasta el 20 por ciento de la población de Shangai, mientras la población migratoria en Beijing era de 3.2 millones. La situación desesperada de esta población flotante, un factor importante tras la escalada de las estadísticas del crimen, produce el polvorín social listo para explotar. Como comentó un periódico de Shangai en 1993: “Incluso si el 1 por ciento de esta masa enorme de gente no tiene nada para vivir, habrá caos social.... Si éstos unen fuerzas con los millones de desempleados en las ciudades, entonces las consecuencias serán aun más inconcebibles.”

Los efectos del desmantelamiento de las comunas rurales han sido desastrosos para la gran parte del campesinado. China alberga a la cuarta parte de la población mundial, pero tiene sólo el 9 por ciento de la tierra arable. Los problemas de la agricultura china son verdaderamente irresolubles sin la integración de China a una economía planificada internacional, la cual podría proveer las máquinas, la energía eléctrica y los otros ingredientes necesarios para la producción agrícola moderna a gran escala. Por sí sola, China no podría lograr tal nivel de técnica. Pero la colectivización de la agricultura bajo Mao al menos proporcionó un medio administrativo para proveer al campesinado de un sustento y un nivel básico de atención médica y educación.

Sin embargo, bajo Deng, las comunas fueron vistas como una barrera a la liberación de la mano de obra y al estímulo del crecimiento de empresas rurales. Ahora las granjas han sido revertidas a parcelas manejadas individualmente bajo el “sistema de responsabilidad familiar”. Los campesinos más exitosos —o aquellos con las guanxi (conexiones) precisas— son alentados a contratar trabajadores e involucrarse en empresas pequeñas o “colectivas”. De esta manera, se está creando una burguesía rural y bajo de ella hay una clase enorme de campesinos pobres. La atención médica y la educación están ahora más allá de las posibilidades de la gran parte de los campesinos.

La corrupción oficial exacerba fuertemente el apuro del campesinado. Los funcionarios locales entregan parcelas cada vez más grandes a las empresas de construcción y urbanización mientras exigen regularmente que las familias campesinas paguen impuestos ficticios o que den “contribuciones” para proyectos que jamás se llevan a cabo. Informando sobre un pueblo en el sur de China, donde expropiaron la propiedad de los campesinos que no podían pagar sus impuestos, una revista escribió que los residentes tenían una visión de los funcionarios locales como algo “peor que el KMT [Guomindang]”. Hace algunos años la revista Beijing Daily citó a una anciana campesina en el noreste que denunció los robos por parte de burócratas locales diciendo, “Los campesinos realmente no lo pueden soportar. Si los funcionarios siguen con tal comportamiento nos veremos obligados a rebelarnos.” Para 1993, la Academia China de Ciencias Sociales informó que las “marchas, manifestaciones y ataques contra oficinas gubernamentales locales” había alcanzado un nivel sin precedentes desde que el PCCh tomó el poder.

Entre los primeros en sufrir las medidas reaccionarias estalinistas han estado las mujeres de China. Para ellas, la Revolución de 1949 abrió la posibilidad de entrar por primera vez en la vida social y económica. Pero mientras la Revolución China logró conquistas enormes en el mejoramiento del status previo, muy cercano a la esclavitud, su liberación social ha sido circunscrita por la pobreza en China y por la glorificación por el régimen estalinista de la familia, en la cual está basada la opresión de la mujer.

Hoy, sin embargo, con el regreso al cultivo familiar y la extensión de prácticas corruptas por todas partes, han resurgido prácticas prerrevolucionarias tales como el infanticidio de niñas y el rapto de mujeres para ser vendidas como “esposas”. En las ciudades, las obreras son frecuentemente las primeras despedidas por los gerentes que quieren reducir gastos en las empresas estatales que ya no quieren pagar beneficios de maternidad. Las obreras jóvenes predominan en las plantas de las SEZ, donde trabajan como esclavas frecuentemente hasta por 14 horas diarias, con apenas un día libre al mes, en tanto los dueños lo encuentren lucrativo. Cuando pierden sus trabajos, son echadas para enfrentar un futuro desolador en las granjas, trabajando duramente sin maquinaria en el campo y trabajando como esclavas en el hogar donde han resurgido con fuerza las atrasadas “virtudes familiares” confucianas.

Al mismo tiempo que las “reformas” procapitalistas del régimen están amenazando con destruir algunas conquistas clave de la Revolución de 1949, éstas sirven también para minar algunos de los mecanismos administrativos del dominio estalinista. Las comunas rurales, por ejemplo, no sólo proveían servicios cruciales para los campesinos, sino también un marco para que los cuadros del partido restringieran a aquéllos bajo su mando. Un efecto del flujo de trabajadores rurales a las ciudades ha sido la destrucción efectiva del sistema del registro de residencia, que previamente restringió la movilidad de los ciudadanos chinos de una parte a otra del país. Y al aliviar algunas de las responsabilidades de las industrias estatales de proveer servicios básicos para los obreros, el régimen también ha minado a los danwei (unidades de trabajo), un instrumento clave del control burocrático sobre los obreros.

Nacionalismo y contrarrevolución

Un año después del levantamiento de Tiananmen, Deng Xiaoping, hablando con el ex primer ministro canadiense Pierre Trudeau, expresó el miedo que atormenta a los dirigentes de China. Deng despotricó:

“Si otra vez estallara el descontento, hasta el punto que el partido ya no fuera efectivo y el poder estatal ya no fuera efectivo, y una fracción agarrara una parte del ejército y otra fracción agarrara otra parte del ejército —esto sería una guerra civil—.... Tan pronto como estalle una guerra civil, los señores de la guerra locales surgirán en todas partes, la producción caerá, se cortará la comunicación y no será una cuestión de unos millones o incluso de decenas de millones de refugiados, habría más de cien millones de personas huyendo del país. Asia —hoy la parte más prometedora del mundo— sería afectada primero. Sería un desastre global.”

Esta declaración ayuda a explicar por qué el régimen chino confina incluso a los disidentes más moderados a prisión, o a los temidos laogai, espantosos campos de “trabajo” forzado. Una muestra del miedo extremo que tiene la burocracia a cualquier tipo de expresión política es su manejo de la disputa con Japón, el año pasado, sobre el puñado de islas rocosas conocido por los chinos como las Islas Diaoyu, y por los japoneses como las Senkakus. Después de que un grupo de derechistas japoneses reclamaron estas islas para Japón, el gobierno chino se unió con los nacionalistas en Hong Kong y Taiwán para alimentar los fuegos de la demagogia chovinista. Pero cuando los estudiantes en Beijing empezaron a protestar contra la toma, los dirigentes chinos se callaron, pusieron cien policías adicionales fuera de la embajada japonesa y prohibieron toda manifestación de protesta. Como un intelectual le dijo al New York Times (19 de septiembre de 1996), “El gobierno tiene miedo de que si les permiten a los estudiantes manifestarse contra los japoneses, entre los 10 mil manifestantes pudieran haber un par de obreros desempleados que gritarían: ‘¡Comida!’ y ‘¡Tenemos que vivir!’ y entonces la manifestación podría ser transformada totalmente.”

El régimen en Beijing es tan frágil que no puede permitir manifestaciones ¡incluso cuando ellas están de acuerdo con la política estatal! En sus intentos por desviar el descontento social, el gobierno de Jiang Zemin ha fomentado conscientemente en años recientes los sentimientos nacionalistas más rabiosos, predicando que la economía de mercado impulsará a China al status de superpotencia. Un comunicado difundido en un pleno del PCCh, en octubre de 1996, anunció una campaña de “civilización espiritual” con el objetivo de promover el patriotismo de “una manera penetrante y sostenida” y para fomentar las “virtudes familiares” y otros aspectos de la cultura china “tradicional”.

La disputa sobre las Islas Diaoyu es indicativa del papel contrarrevolucionario desempeñado por el nacionalismo en los estados obreros deformados. La maniobra llevada a cabo por los revanchistas japoneses por estas rocas, despobladas y carentes de toda importancia militar, no planteó ningún tipo de amenaza para China. Desde una perspectiva marxista, ciertamente no planteó la cuestión de la defensa militar del estado obrero deformado chino. Después de que Beijing suprimió las protestas abiertas, los derechistas en Hong Kong y Taiwán tomaron la cuestión, enviando barcos con las banderas de Taiwán y la República Popular. En Taipei y Hong Kong ocurrieron manifestaciones masivas, algunas de las cuales mostraban un virulento racismo antijaponés. Los nacionalistas derechistas se convirtieron así en los campeones del sentimiento antijaponés, que ya mostraba mucha fuerza en la China continental para el 65 aniversario de la brutal ocupación japonesa de Manchuria.

Habiéndose quitado la hoja de parra de la demagogia “socialista”, la burocracia estalinista ve en las “tradiciones” reaccionarias confucianas y en el chovinismo nacional, los medios para crear un pegamento ideológico para ayudar a controlar a la población. Como una ideología emanada del surgimiento del capitalismo de la sociedad feudal, el nacionalismo es una conciencia falsa para el proletariado chino. Sin embargo, sí es la ideología apropiada para los capitalistas de Hong Kong y la burguesía china naciente en la China continental. El nacionalismo fue una fuerza política de primer orden durante la ola contrarrevolucionaria que se extendió a través de la ex URSS y Europa Oriental —tanto el nacionalismo de los pueblos minoritarios fomentado por décadas por el Departamento de Estado de EE.UU. y la CIA, como el chovinismo de la casta dominante que ayudó a generar a elementos disidentes que vieron en el dominio capitalista el camino al status de gran potencia. Aquellos dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética que se reclamaron en favor del mantenimiento del “socialismo” pronto se encontraron en un bloque “rojipardo” con fascistas declarados. El nacionalismo ya está desempeñando un papel semejante en China. Así, a nombre del forjamiento de una “gran China”, la burocracia está invitando a la burguesía china a regresar al país del cual fueron echados en 1949.

Tanto la burocracia nacionalista en Beijing como los numerosos voceros imperialistas predicen que China va a convertirse en la próxima superpotencia mundial al continuar desarrollando una economía de mercado y manteniendo el puño de hierro contra los trabajadores. Pero estos son puros castillos en el aire. China ya no es, por cierto, el país débil y dividido que era antes de la revolución cuando los poderes imperialistas de EE.UU., Francia, Japón y otros le cercenaron sus propias “concesiones” territoriales. Sin embargo, China está confrontada todavía con la herencia de siglos de atraso, particularmente en cuanto a la cuestión agraria. Hoy, a pesar del crecimiento enorme de sus áreas urbanas, China sigue empantanada por un interior muy atrasado y empobrecido donde, de acuerdo con las estimaciones del Banco Mundial, aproximadamente 350 millones de personas —más de una cuarta parte de la población— subsisten con menos de un dólar por día.

Una China capitalista sería un campo de batalla para las rivalidades imperialistas intensificadas. Fue sobre el “derecho” de explotar a China que los EE.UU. y Japón lucharon en la Guerra del Pacífico de 1941-45. Hoy, los dos poderes del Pacífico tienen otra vez sus miras en la explotación ilimitada del enorme proletariado de China, así como en la Siberia rica en recursos, otra vez abierta al saqueo imperialista como resultado de la destrucción de la Unión Soviética. Los EE.UU. siguen siendo el poder militar dominante con 100 mil tropas estacionadas en Asia, aproximadamente la tercera parte en Corea del Sur. Pero Japón se ha vuelto cada vez más firme. En una conferencia de prensa en enero de 1997 durante el día de Año Nuevo en Tokio, el primer ministro japonés Ryutaro Hashimoto advirtió que los días cuando Japón podía “actuar, dando por garantizada la paz y la prosperidad en la comunidad internacional, bajo el abrigo de los Estados Unidos, ya han pasado” (International Herald Tribune, 8 de enero de 1997).

Una revolución política proletaria en China enfrentaría de inmediato una reacción imperialista virulentemente hostil. También estremecería al mundo y alentaría decisivamente al proletariado internacional, que ha sido echado hacia atrás política y económicamente, por la embestida y el triunfalismo burgueses por la llamada “muerte del comunismo”, desde la contrarrevolución capitalista de 1991 en la antigua Unión Soviética. Una revolución política proletaria en China también encontraría una fuente crucial de apoyo en las luchas de clase del proletariado en la región del Este y el Sudeste asiático. Las manifestaciones y huelgas que estallaron el año pasado en Indonesia contra la odiada y corrupta dictadura de Suharto, pusieron a los obreros combativos en contra de algunos de los mismos intereses capitalistas que están invirtiendo dinero en China buscando explotar a los obreros allí. A través de una gran parte del Sudeste asiático, las inversiones capitalistas han creado a un proletariado joven con el potencial, bajo una dirección revolucionaria, de derrumbar a los regímenes capitalistas brutalmente explotadores de la región.

Lo que ocurra en China en el futuro próximo tendrá un impacto enorme sobre la Península de Corea. Las huelgas a escala nacional de los combativos sindicatos independientes que estremecieron a Corea del Sur a principios de este año, demostraron el potencial enorme del proletariado sudcoreano para luchar contra sus explotadores capitalistas. Mientras tanto, el disipado y muy deformado estado obrero de Corea del Norte está agonizando mientras la población sufre debido a una hambruna severa. Y sin embargo, la burocracia criminalmente venal de Beijing rehúsa dar el apoyo en forma de comida que necesita desesperadamente su antiguo aliado de Corea del Norte en deferencia a sus socios comerciales de Corea del Sur. Un gobierno obrero-campesino revolucionario en China lucharía, como lo hacemos nosotros, por la reunificación revolucionaria de Corea y movilizaría todos los recursos que pudiera para aliviar la hambruna al otro lado de su frontera del noreste, mientras que otorgaría ayuda política y material a los obreros sudcoreanos en su lucha para derrocar a los explotadores brutales, que buscan la entrega incondicional de Corea del Norte en una Corea capitalista reunificada.

¡Por un partido leninista-trotskista!

China se está acercando rápidamente a una encrucijada. Aquellos activistas que quieren luchar contra la amenaza de la restauración de la esclavitud capitalista, tendrán que aprender que lo que saben del comunismo es, en el mejor de los casos, una grotesca distorsión. Desde la derrota de la Revolución de 1925-27, el comunismo ha sido identificado o con el nacionalismo campesino utópico de Mao o visto sólo como una apelación cínica de los que buscan utilizar sus conexiones burocráticas para convertirse en explotadores de los trabajadores. La destrucción contrarrevolucionaria de la URSS y de los estados obreros deformados de Europa Oriental comprobaron totalmente el pronóstico explicado por León Trotsky en sus análisis de la degeneración de la Revolución Rusa bajo el estalinismo: o los obreros barrían a la burocracia parásita o la burocracia prepararía el terreno para la restauración del capitalismo. La cuestión decisiva es la dirección revolucionaria. Un partido leninista genuino debe servir también como la memoria colectiva de la clase obrera. Así, la LCI lucha para traer el programa auténtico del leninismo al proletariado chino, incluyendo la historia suprimida de los trotskistas chinos (ver artículo en la página 23 de este número).

Cuando empezó a desarrollarse la situación de una revolución política en Alemania Oriental en noviembre de 1989, la LCI invirtió todos los recursos que podía movilizar para intervenir con un programa llamando por: “Alto a la reunificación capitalista” y por “Una Alemania roja de consejos obreros en los Estados Unidos Socialistas de Europa”. En Rusia, después del contragolpe de Yeltsin contra los estalinistas arruinados de la “Banda de los Ocho”, la LCI publicó inmediatamente un volante, distribuido ampliamente en Moscú, llamando por acciones obreras para “¡Poner alto a la contrarrevolución de Yeltsin!” Pero aunque para el proletariado soviético había llegado el momento de actuar, los obreros, escépticos, descorazonados y dispersos después de décadas de mentiras estalinistas, no se movieron. La conciencia del proletariado que había hecho la Revolución de Octubre había sido deformada desde hacía mucho por el nacionalismo retrógrado de Stalin (frecuentemente enmascarado como “patriotismo” soviético, particularmente en la Segunda Guerra Mundial, cuando Stalin utilizó la “defensa de la madre patria” como la ideología para movilizar a la población para aplastar al III Reich de Hitler). La mentira y el pretexto de construir el “socialismo en un solo país” para justificar una política exterior contrarrevolucionaria, que vendía las revoluciones internacionalmente para apaciguar al imperialismo, era la antítesis del programa internacionalista revolucionario del Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky.

Desde Alemania hasta Rusia, los estalinistas se convirtieron en corredores para la venta de esos países al imperialismo. El colapso de los estados obreros gobernados por los estalinistas marcó una derrota enorme para los trabajadores y los oprimidos del mundo, anunciando un período de triunfalismo burgués sobre la supuesta “muerte del comunismo”. Pero mientras la conciencia de los trabajadores ha sido echada atrás por esta derrota, nosotros los trotskistas decimos que es el estalinismo el que ha probado su bancarrota total. El comunismo sigue viviendo en las luchas de clase de los trabajadores y en el programa político de la LCI como el partido de marxistas revolucionarios que luchan por nuevas revoluciones de octubre.

La destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética ha fortalecido enormemente a aquellos que pueden llevar a China de regreso a los días de la esclavitud capitalista y subyugación imperialista. Pero también hay evidencia que indica una lucha social tumultuosa en el futuro cercano contra la miseria y la explotación del libre mercado. ¿Qué dirección tomarán estas luchas? Para que la clase obrera tome el poder político —para construir una China de consejos de obreros, soldados y campesinos— requiere la dirección de un partido leninista-trotskista que actue como el campeón de todos aquellos bajo el ataque de la marcha hacia la economía de libre mercado. Tal partido emprendería medidas especiales para organizar a los trabajadores migratorios superexplotados, que forman un vínculo potencialmente poderoso entre la clase obrera urbana y el extenso interior campesino de China. Levantaría la causa de los derechos de la mujer, desde la defensa del empleo hasta la lucha implacable contra la restauración de la esclavitud de la mujer a los comerciantes de esposas y tiranos domésticos.

Forjar un partido internacionalista, igualitario-comunista, requiere una lucha política no sólo contra los mal gobernantes estalinistas, sino también contra los que dirigirían a los obreros al campo de la contrarrevolución “democrática”. Algunos disidentes de Tiananmen se han involucrado en los esfuerzos por organizar sindicatos opuestos a la corporativista Federación Sindical de Toda China del régimen, particularmente en las SEZ capitalistas. Tales activistas pueden ser bastante heroicos, luchando por los derechos de los obreros tanto contra los patrones como contra las fuerzas policíacas chinas. Sin embargo, como marxistas, advertimos contra aquéllos como Han Dongfang, que están ligados a la burocracia procapitalista en Hong Kong y a la AFL-CIO estadounidense, cuyos dirigentes han actuado por décadas como agentes laborales del imperialismo de EE.UU.

Durante la Guerra Fría antisoviética, estos testaferros laborales del imperialismo se especializaron en el llamado por “sindicatos libres”, que en verdad querían decir frentes anticomunistas de la contrarrevolución. Hoy, la revista de Han publicada en Hong Kong, China Labour Bulletin (enero de 1997), que dice luchar por sindicatos “independientes” en China, admite abiertamente que el editor principal del Bulletin había participado en emisiones de radio de Voice of America [la voz de América] y de Radio Free Asia [Radio Asia Libre], ambos voceros anticomunistas oficiales del imperialismo de EE.UU.

Al trazar una línea clasista dura en defensa del estado obrero deformado chino contra la amenaza de la contrarrevolución, nosotros los trotskistas también luchamos contra los que cubren sus apelaciones a las fuerzas capitalistas con el velo de la retórica de la “democracia” burguesa. Muchos de los que dicen seguir la tradición de la lucha de León Trotsky contra los sepultureros estalinistas de revoluciones han tomado bando, abierta y repetidamente, con los movimientos contrarrevolucionarios “democráticos”, en particular aquéllos alineados en contra de la ex Unión Soviética. Por ejemplo, el Secretariado Unificado (S.U.), dirigido anteriormente por el fallecido Ernest Mandel, proclamó su “solidaridad con Solidarność” en Polonia, incluso cuando este falso “sindicato” se declaró totalmente a favor de la contrarrevolución capitalista. Hoy, los simpatizantes del S.U. en Hong Kong, que publican la revista October Review, alaban a todo tipo de “disidentes” chinos, incluyendo a los elementos abiertamente procapitalistas.

La tendencia International Socialist, dirigida por el Socialist Workers Party de Gran Bretaña de Tony Cliff, e incluyendo la International Socialist Organization de EE.UU., han tomado el lado de las “democracias” capitalistas desde el nacimiento de la República Popular China, levantando la posición antimarxista de que China ha sido una sociedad “capitalista de estado” desde 1949. Cliff fue expulsado de la IV Internacional a principios de la Guerra de Corea en 1950, cuando se rehusó abiertamente a defender a China y Corea del Norte contra el imperialismo de EE.UU. Desde entonces, los cliffistas han alabado a todo reaccionario “antiestalinista”, desde Solidarność y los muyajedin afganos hasta los amotinados anticomunistas en Cuba en 1994, que buscaban fomentar el descontento contrarrevolucionario en un momento de peligro creciente para el estado obrero deformado cubano en la secuela del colapso de la URSS.

Hoy, el argumento de que la contrarrevolución capitalista ya ocurrió en China ha conducido a que algunos “izquierdistas” se unan con los más viles reaccionarios. Así, el grupo “Pioneer” [Pionero] (anteriormente “New Sprouts” [Nuevos Brotes]), una escisión de la Revolutionary Communist League del S.U., marchó repetidamente con el Guomindang contra la toma de Hong Kong por China. En una entrevista con el periódico japonés del S.U. Kakehashi (28 de octubre de 1996), un vocero de Pionero dijo abiertamente que los gobernantes estalinistas de Hong Kong iban a ser ¡“peores que los colonialistas británicos, porque hace un par de años los británicos implementaron la reforma democrática, la ley de elecciones civiles y la ley sobre los derechos humanos”!

De manera semejante, el “Socialist Equality Party”, de David North, ha proclamado que “el estado chino no es, ni siquiera en el sentido más distorsionado, un instrumento para la defensa de la clase obrera” (Fourth International, invierno-primavera de 1994). Más recientemente, escribieron que, “bajo Deng, la burocracia ha cumplido en su mayor parte su transformación en una clase dominante burguesa que tiene propiedad” (International Workers Bulletin, 17 de marzo de 1997). Sin embargo, esta supuesta “clase dominante burguesa” ni siquiera tiene el derecho legal de comprar y vender propiedad, ni de legar su “capital” a sus descendientes. A pesar de los avances significativos hechos por el capital tanto extranjero como nacional en China, la República Popular continúa siendo un estado obrero burocráticamente deformado que debe ser defendido incondicionalmente en contra de la contrarrevolución interna y externa.

Los northistas y sus antecesores en el Comité Internacional de Gerry Healy siempre han sido enemigos del programa trotskista de la defensa incondicional de los estados obreros degenerado y deformados. Así, se unieron con el resto de los seudotrotskistas para alabar a los contrarrevolucionarios antisoviéticos. Desde el colapso de la URSS los northistas han ido más allá, renunciando a la defensa de los estados obreros que quedan, así como oponiéndose incluso a las luchas sindicales en los países capitalistas, con el argumento de que los sindicatos ya no son ningún tipo de organización de la clase obrera. Al igualar a los estados obreros gobernados por los estalinistas y a los sindicatos con sus direcciones reaccionarias, los northistas renuncian efectivamente a la lucha política necesaria contra los falsos dirigentes procapitalistas de la clase obrera y se ubican a sí mismos en el campo de los explotadores que buscan la destrucción de los sindicatos y la derrota de las conquistas restantes de la Revolución China.

Un “Memorándum de perspectivas y tareas” adoptado por el Comité Ejecutivo Internacional de la LCI en enero de 1996 declara:

“El período que viene verá probablemente la descomposición y la crisis terminal del dominio estalinista en China, ya que elementos poderosos en la burocracia, directamente vinculados con el capital chino de ultramar y activamente apoyados por el imperialismo occidental y japonés, siguen empujando hacia la restauración capitalista. La clase obrera china, aunque hasta ahora limitada por la represión policíaca contra acciones en plantas individuales, ha mostrado en los últimos años un desasosiego masivo por la degradación social, las inseguridades y las desigualdades patentes creadas por el programa de “socialismo de mercado” de Deng. La economía rural ha vivido el crecimiento de una clase de pequeños propietarios campesinos relativamente ricos, mientras se estima que 100 millones de campesinos sin tierra han inundado las ciudades. Por eso podemos prever batallas de clase monumentales que llevarán o a la revolución política proletaria o a la contrarrevolución capitalista en la nación más populosa de la tierra.”

Espartaco No. 9, primavera-verano de 1997

Para aplastar la amenaza de la restauración de la esclavitud capitalista y abrir el camino hacia un futuro socialista, los obreros chinos deben contar con la lucha de clases internacional. Es por medio de la vinculación de su lucha por la revolución política con la lucha para aplastar el dominio capitalista desde Indonesia y Corea del Sur hasta Japón y los EE.UU., que el proletariado chino formará el puente para un futuro socialista. Sobre todo, los obreros chinos tienen que ser ganados al comunismo auténtico de Lenin y Trotsky y del Partido Comunista Chino en sus primeros años, dirigido por Chen Duxiu, el cual el estalinismo ha pisoteado por décadas. ¡Por un partido trotskista en China, sección de una IV Internacional renacida!

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