Argentina: El FMI apaga el switch
¡Por un partido obrero revolucionario!
¡Romper con el peronismo!

Reproducido del suplemento especial de Espartaco, enero de 2002. Este artículo fue traducido de Workers Vanguard No. 772, 11 de enero de 2002, periódico de nuestros camaradas de la SL/U.S.

7 de enero—El colapso del gobierno del presidente Fernando de la Rúa, del Partido Radical, entre protestas callejeras masivas durante los días 19 y 20 de diciembre ha marcado el comienzo de una crisis social de gran importancia en Argentina. Mientras que manifestantes enfurecidos combatían las embestidas de la policía en la Plaza de Mayo, De la Rúa escenificó un escape en helicóptero, envuelto en pánico, desde el techo de su asediado palacio presidencial. Después de él, tres presidentes más vinieron y se fueron en menos de dos semanas, al tiempo que continuaba el descontento popular.

Ahora, Eduardo Duhalde del partido peronista ha sido asignado a dirigir un autodenominado “gobierno de salvación nacional”. El nuevo régimen busca apaciguar a las masas a través de dádivas retóricas y suavizando una pequeña porción de las duras medidas de austeridad ordenadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los ataques que han sido dictados por los imperialistas, centralmente los EE.UU., e implementados por la burguesía argentina han provocado profundo enojo en toda la población. Ahora, el gobierno de Duhalde ha interrumpido temporalmente el pago de la deuda argentina de 155 mil millones de dólares a los banqueros internacionales —el incumplimiento más grande de ese tipo en la historia—. El gobierno también anunció una devaluación del peso, así como medidas supuestamente dirigidas a aliviar la situación apremiante de los pobres. Pero nadie finge que esto pondrá fin a los levantamientos. Días antes de que tomara el poder, el mismo Duhalde advirtió que el país podría entrar en una espiral hacia la guerra civil.

Argentina se encuentra en un callejón sin salida: la población ya no va a aceptar ser gobernada como antes, en tanto que los gobernantes ya no pueden gobernar como antes. Cerca de la mitad de la población a duras penas vive por debajo de la línea de pobreza, el desempleo oficial es de casi el 20 por ciento, gran parte de la clase obrera se encuentra en una situación desesperada y los estándares de vida de la clase media pequeñoburguesa, que alguna vez fueron los más prósperos en América Latina, están desplomándose. Los dos partidos burgueses más prominentes —los radicales y los peronistas justicialistas, quienes sirvieron como ejecutores de línea dura para el FMI bajo el régimen de Carlos Ménem en los 90— son ampliamente vilipendiados entre las masas trabajadoras. Y acechando en las sombras se encuentra el ejército, cuya brutal dictadura militar desde 1976 hasta 1983 vio a más de 30 mil izquierdistas y militantes obreros ser asesinados o “desaparecidos”.

La ola de luchas que derribó al régimen de De la Rúa comenzó en las provincias con el bloqueo de caminos llevado a cabo por piqueteros desempleados y semiempleados. A continuación, se extendió a las ciudades, donde las masas hambrientas saquearon tiendas de abarrotes y trabajadores en huelga apedrearon oficinas del gobierno, llevando a De la Rúa a proclamar un estado de sitio. La ola culminó con la octava huelga general en dos años, seguida inmediatamente por protestas masivas de cientos de miles de personas, desde jóvenes obreros, estudiantes y desempleados hasta funcionarios públicos jubilados y amas de casa golpeando cacerolas vacías. Al tiempo que fogatas callejeras ardían en todo Buenos Aires y en otras ciudades, los manifestantes que coreaban “¡Fuera todos ellos!” se enfrentaban con la policía antimotines, que disparaba gas lacrimógeno y municiones reales fuera del palacio presidencial y de las Cámaras del Congreso, controladas por los peronistas. Por lo menos 30 manifestantes fueron asesinados, varios cientos heridos y miles encarcelados antes de que el odiado presidente saliera. ¡Libertad a todos los manifestantes arrestados!

La actual situación en Argentina presenta muchos componentes de una crisis prerrevolucionaria. La burguesía se encuentra en un impasse, existe un agudo descontento entre la pequeña burguesía y la clase obrera ha demostrado una gran combatividad. Sin embargo, crucialmente ausente está una dirección revolucionaria proletaria que pueda dar voz a las aspiraciones de todos los oprimidos en una lucha para hacer añicos el gobierno de la corrupta burguesía argentina y la dominación de sus amos imperialistas. La lucha por un partido proletario de vanguardia es, por tanto, la cuestión central que hoy en día enfrenta Argentina. La lucha por la independencia completa y absoluta de la clase obrera de todos los partidos y agencias del dominio burgúes es decisiva para llevar adelante esta perspectiva.

La mayoría de los sindicatos potencialmente poderosos de Argentina está directamente ligada al partido peronista nacionalista burgués. Hoy, los burócratas sindicales nacionalistas trabajan de nuevo para canalizar el descontento popular a los brazos de los peronistas, cuya retórica “antiimperialista” ocasional sólo sirve para enmascarar su lealtad al imperialismo capitalista. Viviendo bajo el miedo mortal de la leña acumulada en el fondo de la sociedad, los burócratas del movimiento obrero han encontrado necesario llamar repetidamente por huelgas generales en los dos últimos años. Al mismo tiempo, han trabajado de la mano con los gobernantes argentinos para contener el descontento.

Tan sólo hace unos meses, las dos alas de la CGT (Confederación General del Trabajo) peronista firmaron un pacto para controlar el descontento social “en los intereses del país”. En medio de las protestas masivas y las batallas callejeras del 19 y 20 de diciembre, los líderes de la corriente principal de la CGT llamaron por “garantizar la resolución de la gravísima crisis política en el marco de la Constitución” (La Nación, 21 de diciembre de 2001), mientras que la disidente CGT-rebelde llamaba a que el régimen “adopte resoluciones políticas para controlar los desbordes sociales” (La Nación, 20 de diciembre de 2001). Cuando De la Rúa cayó, se unieron con los burócratas “independientes” de la CTA (Central de los Trabajadores Argentinos), la federación sindical de trabajadores del gobierno y maestros, para cancelar una huelga general emplazada en contra del estado de sitio y corrieron a una reunión privada con el nuevo (y efímero) presidente peronista, Rodríguez Saá.

Por su parte, varias organizaciones seudomarxistas de Argentina —incluyendo a falsos grupos trotskistas de considerable tamaño, algunos con diputados en el parlamento— han sido por mucho tiempo poco más que satélites de izquierda del peronismo. A pesar de que hoy levantan muchas críticas a Duhalde y sus ayudantes en el movimiento obrero, estos grupos impulsan ilusiones mortales en que los obreros y los oprimidos pueden eliminar su miseria dentro del marco del dominio burgués, buscando meramente darle adornos más “democráticos”. Existe una necesidad candente de forjar un núcleo trotskista genuino en Argentina que luche por conectar las actuales luchas a un programa de revolución socialista como la única solución a la crisis del país. En las condiciones actuales, incluso una organización revolucionaria relativamente pequeña podría crecer de manera explosiva y echar raíces en el proletariado, abriendo así el camino para el poder de la clase obrera.

Sólo se puede forjar tal partido sobre la base de un programa de internacionalismo revolucionario proletario que busque extender las luchas del proletariado argentino a toda América Latina y a los centros imperialistas de los Estados Unidos y Europa occidental. En Europa, donde muchos trabajadores están enfrentando despidos masivos y cierres de fábricas, existe una identificación con, y una aprensión hacia, la situación apremiante de las masas argentinas, que son en gran parte de ascendencia europea. Los periódicos y las televisiones europeas están llenos de imágenes de gente tomando los bancos por asalto, enfrentándose a la policía y saqueando tiendas para obtener las necesidades básicas de la subsistencia diaria, en lo que una vez fuera el país más rico de América Latina. Hay un miedo genuino de que si los motines por hambre pudieron estallar en Argentina, entonces una caída dramática de los estándares de vida podría también ser el futuro de los trabajadores europeos. Aunque los mecanismos particulares de colaboración de clases son distintos (reformismo obrero socialdemócrata en Europa, nacionalismo burgués en América Latina), la cuestión fundamental es la misma: desatar a un poderoso proletariado de una dirección procapitalista.

Por su parte, los imperialistas de EE.UU. han visto por mucho tiempo a América Latina como su propia reserva para la explotación. Las dictaduras militares que dominaron América del Sur en los años 60 y 70 fueron el producto de la “Alianza para el Progreso” instituida por el presidente Demócrata y favorito de los liberales, John F. Kennedy, como parte de la “guerra contra el comunismo”. Hoy día, como un reflejo de las exacerbadas rivalidades interimperialistas que han surgido en la secuela de la destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética, los EE.UU. han buscado extender su rapiña de “libre comercio” a través del TLC contra México a toda América Latina, bajo el propuesto Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

Como revolucionarios proletarios en las entrañas de la bestia imperialista estadounidense, la Spartacist League/U.S. lucha para movilizar el poder social del proletariado para hacer añicos el dominio del imperialismo estadounidense desde dentro. Los burócratas sindicales proimperialistas de la AFL-CIO, que por décadas han servido de capataces del imperialismo de EE.UU. en su guerra contra los trabajadores y oprimidos de América Latina, impulsan ahora el veneno chovinista del proteccionismo en contra de estos trabajadores. Romper las cadenas, forjadas por los líderes del movimiento obrero, que atan al proletariado en los EE.UU. a su “propia” clase dominante es central para una perspectiva revolucionaria en todo el hemisferio. ¡Abajo el TLC y el ALCA! ¡Por la revolución socialista en todas las Américas!

El capitalismo argentino en un callejón sin salida

Argentina fue por mucho tiempo uno de los países más avanzados económica y socialmente en el antiguo mundo colonial. Teniendo sustanciales recursos naturales y una fuerza de trabajo altamente educada, y libre del gran peso de los remanentes precapitalistas tales como un gran campesinado, para 1930 se había distanciado enormemente del resto de América Latina en el ingreso per cápita y en los niveles de los salarios. La clase obrera urbana gozaba de un estándar de vida superior, en algunos aspectos, al de la mayoría de los obreros en la Europa continental. Para 1945, habiéndose enriquecido vendiendo comida a los ejércitos imperialistas durante la Segunda Guerra Mundial, Argentina tenía aproximadamente un ingreso per cápita igual al de Canadá. Hoy, el argentino promedio gana un sexto de lo que gana el canadiense promedio.

La actual postración del país proporciona una vívida ilustración de una de las premisas centrales de la teoría de la revolución permanente, elaborada por el líder marxista revolucionario León Trotsky: que las burguesías de los países capitalistas dependientes son demasiado débiles, están demasiado atadas al imperialismo, y temen demasiado al poder del proletariado para ser capaces de romper el yugo de la dominación imperialista. Las formas de gobierno burgués en Argentina han recorrido toda una gama: desde el liberalismo de laissez-faire (la era de los estancieros burgueses agrarios y la economía de exportación dominada por los británicos a principios del siglo XX), hasta el nacionalismo burgués y el desarrollo industrial patrocinado por el gobierno detrás de barreras proteccionistas (el peronismo en las décadas de los 40 y 50), hasta la dominación imperialista sin freno bajo los recientes regímenes neoliberales. Y éste ha sido el caso tanto bajo los adornos de la democracia burguesa como bajo la bota de la dictadura militar.

Con la destrucción de la Unión Soviética y el fin de las configuraciones de la Guerra Fría, la mínima autonomía que la clase gobernante argentina pensaba que poseía —como se demostró, por ejemplo, durante la Guerra de las Malvinas/Falklands contra Gran Bretaña— se ha evaporado. No hay forma de romper el ciclo de crisis, golpes de estado y represión estatal, que ha sido una constante en Argentina desde por lo menos la década de los 30, sin una lucha proletaria triunfante por el poder estatal. Las tareas del proletariado en Argentina no pueden separarse de las de la clase obrera en el resto de América Latina. Explicando la perspectiva de la revolución permanente en la región, Trotsky escribió:

“Las tesis de la Cuarta Internacional declaran:

“‘Sud y Centro América sólo podrán romper con el atraso y la esclavitud uniendo a todos sus estados en una poderosa federación. Pero no será la retrasada burguesía sudamericana, agente totalmente venal del imperialismo extranjero, quien cumplirá este objetivo, sino el joven proletariado sudamericano, destinado a dirigir a las masas oprimidas. La consigna que presidirá la lucha contra la violencia y las intrigas del imperialismo mundial y contra la sangrienta explotación de las camarillas compradoras nativas será, por lo tanto: Por los estados unidos soviéticos de Sud y Centro América.’”

Trotsky continuó:

“Sólo bajo su propia dirección revolucionaria el proletariado de las colonias y las semicolonias podrá lograr la colaboración firme del proletariado de los centros metropolitanos y de la clase obrera mundial. Sólo esta colaboración podrá llevar a los pueblos oprimidos a su emancipación final y completa con el derrocamiento del imperialismo en todo el mundo.”

—“Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, mayo de 1940

La austeridad hambreadora del FMI enfurece a las masas argentinas

Por más de una década, Washington y el FMI elogiaron a Argentina como un magnífico ejemplo de una “economía emergente fiscalmente responsable”. A cambio, Argentina ha sido un firme aliado del imperialismo estadounidense, comprometiéndose recientemente a enviar 800 tropas “pacificadoras” para auxiliar la guerra estadounidense en Afganistán. Pero ahora el país está en quiebra y en caos (y las tropas van a quedarse en casa).

En un editorial del New York Times intitulado “Llorando con Argentina”, el columnista Paul Krugman escribió:

“Argentina, más que cualquier otro país en desarrollo, se creyó las promesas del ‘neoliberalismo’ (es decir, liberal en el sentido de los mercados libres, no de Ted Kennedy) promovido por EE.UU. Las tarifas fueron recortadas, las empresas estatales fueron privatizadas, las corporaciones multinacionales bienvenidas y el peso atado al dólar. Wall Street celebraba y el dinero llegó en abundancia: por un tiempo, la economía de libre mercado parecía vindicada y sus partidarios no eran tímidos al reclamar reconocimiento. Entonces las cosas comenzaron a caerse a pedazos....

“Ahora Argentina está en completo caos —algunos observadores incluso la comparan con la República de Weimar—. Y los latinoamericanos no ven a los Estados Unidos como un espectador inocente.”

Tan estrechamente atada al destino del dolár estadounidense, la economía argentina fue dañada severamente por el boom financiero y económico de EE.UU. de mediados y finales de los años 90. Éste vio a los inversionistas capitalistas de todo el mundo inundar el mercado alcista de Wall Street, causando que el valor del dólar se incrementara agudamente con relación a casi todas las demás monedas...excepto la de Argentina. El peso argentino —y por tanto el precio de los productos argentinos en el mercado mundial— también se incrementó agudamente en comparación con casi todos los demás países, incluyendo a su principal socio comercial, Brasil. Esto hizo a los productos argentinos poco competitivos y produjo crecientes déficits en la balanza comercial. El mecanismo normal del mercado capitalista para remediar esto sería la devaluación de la moneda, que reduce el precio de las exportaciones en el mercado mundial e incrementa el precio doméstico de las importaciones. Pero en un intento por estabilizar la economía, el gobierno argentino y muchos grandes negocios habían denominado la mayor parte de sus nuevos bonos en dólares, de modo que cualquier devaluación del peso habría incrementado proporcionalmente la deuda de Argentina.

De ese modo el país se deslizó a una profunda recesión hace cuatro años, mucho antes del actual bajón mundial. Los despidos y los cierres de plantas crecían cada mes. Para julio del año pasado, la economía estaba colapsándose a una tasa anual del 11 por ciento y las masas estaban desesperadas. Pero los EE.UU. dejaron claro que esperaban que todos los préstamos negociados por Menem y De la Rúa fueran pagados con intereses. En agosto, Washington armó un “paquete de rescate de emergencia” a través del FMI —para sacar del apuro no a Argentina, sino a los bancos de Wall Street que poseen bonos gubernamentales (y privados) argentinos—. Como es costumbre, esto implicó duras condiciones de austeridad, incluyendo una suspensión del sistema de seguridad social. Pero los obreros y los pobres, junto con una clase media cada vez más empobrecida, no estaban dispuestos a aguantar más y tomaron las calles en protesta. La respuesta del FMI fue congelar mil 300 millones de dólares en ayuda a principios del mes pasado, después de lo cual el gobierno robó 700 millones de los fondos de pensión de los trabajadores gubernamentales para pagar los intereses de la deuda. Todo esto condujo a protestas incluso más amplias, que derribaron al gobierno de De la Rúa.

La situación exige desesperadamente el repudio de la deuda externa, que por décadas ha alimentado las arcas de los imperialistas a expensas de los trabajadores de Argentina. Pero ningún gobierno capitalista argentino va a dar ese paso, ya que acarrearía hostilidad incesante por parte de sus patrones imperialistas y socavaría la base entera de su dominio. Los portavoces del FMI afirman ahora que haga lo que haga el gobierno, ¡se necesitará una reducción adicional del 30 por ciento en los salarios reales, más otros cinco o diez años de recesión, para que Argentina se vuelva internacionalmente competitiva!

Desde el punto de vista de clase de la burguesía, es difícil ver cualquier régimen fuera de la dictadura militar que sea capaz de implementar una austeridad tan asfixiante contra una población ya enfurecida. Sin embargo, cualquier movimiento hacia un golpe militar se enfrentaría con la inmensa oposición de una población que recuerda vívidamente la última dictadura militar, cuyo dominio brutal terminó sólo después de su ignominiosa derrota en la Guerra de las Malvinas/Falklands de 1982.

Desde 1977, las madres en protesta se han reunido en la Plaza de Mayo cada semana para recordar a los miles de asesinados y “desaparecidos” por el gobierno militar, que trabajó de manera cercana con la CIA contra las insurgencias izquierdistas a lo largo de América Latina. Las madres estaban al frente de las gigantescas manifestaciones contra el gobierno del 19 y 20 de diciembre, donde los manifestantes coreaban “¡Madres de la Plaza, el pueblo las abraza!”.

El peronismo: trampa mortal para los obreros

Para tratar de controlar el alzamiento, la burguesía argentina ha recurrido, por ahora, a los peronistas, específicamente al ala de Duhalde que ha escogido ponerse adornos nacionalpopulistas. Éste es un intento transparente de utilizar la nostalgia popular por el gobierno del general Juan Perón de finales de los 40 y principios de los 50, que ha llegado a ser visto como una época de oro en la que se incrementaron los salarios, se implementaron programas sociales y se organizaron los sindicatos. Tras un golpe militar en 1943, Perón emergió como el hombre fuerte de Argentina. Siguió un modelo nacional corporativista de capitalismo en el que sectores claves de la economía eran propiedad del estado, la industria nacional era protegida con tarifas y las licencias de importación y las transacciones cambiarias estaban sujetas a una serie de controles.

Aunque ocasionalmente utilizaban demagogia antiyanqui, los peronistas en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial funcionaban como los agentes políticos locales de Wall Street, manteniendo en línea al proletariado a través de la burocracia sindical. Periódicamente recortaban los salarios y reducían los estándares de vida para pagar la deuda argentina a los bancos estadounidenses y de otros países, generalmente a través del mecanismo de la inflación acelerada, no a través de las medidas deflacionarias favorecidas actualmente por el FMI. Los salarios de los obreros se incrementaban, pero los precios de la comida, el combustible, la ropa y otras necesidades se incrementaban aún más rápido. Perón mismo era un abierto admirador de la España de Franco y la Italia de Mussolini. Durante los “años de las vacas gordas”, proscribió al Partido Comunista, aplastó cada manifestación de independencia obrera y subordinó a los obreros al estado de forma corporativista.

Con el incremento masivo de la industrialización, hubo un correspondiente crecimiento explosivo de los sindicatos. Perón demostró ser bastante exitoso tanto cooptando líderes sindicales disidentes como organizando sindicatos corporativistas dependientes directamente del gobierno para su existencia. Sólo aquellos sindicatos que juraron lealtad a los planes peronistas fueron declarados legales, y sólo los sindicatos legales calificaban para que los patrones descontaran la cuota sindical de los salarios, para recibir subsidios para edificios sindicales y tener acceso a los programas de seguridad social, a los fondos de pensión, etc. El régimen peronista utilizó la retórica “antiimperialista” nacionalista para atar aún más a las masas trabajadoras al estado capitalista argentino.

El nuevo presidente Duhalde, antiguo vicepresidente bajo Menem, el hombre del FMI, ahora salpica sus discursos con alabanzas a Perón y su esposa Eva y culpa cínicamente al “modelo de libre mercado” apoyado por EE.UU., al que llama “inmoral”, de la grave situación del pueblo argentino. Pero este desplazamiento hacia la retórica nacionalpopulista de antaño simplemente está diseñado para fortalecer las fuerzas del capitalismo en América Latina, asegurando de nuevo las ataduras de la clase obrera a su “propia” burguesía nacional. Amplias secciones de la población continuarán sufriendo el terrible empobrecimiento bajo los peronistas de Duhalde mientras estos últimos tratan de “reconstruir” al país sobre las espaldas de la clase obrera y secciones de la pequeña burguesía.

Las cadenas imperialistas que atan al proletariado argentino sólo pueden romperse a través de la lucha por la revolución socialista en Argentina, a lo largo de América Latina y más allá. Una revolución en un país como Francia o España tendría profundos efectos en las luchas de la clase obrera argentina. Por su parte, nada sería más esperanzador para el proletariado en Sudáfrica y para los obreros y oprimidos a lo largo del Tercer Mundo que una revolución socialista en un país como Argentina. La oposición intransigente al nacionalismo burgués peronista, el cual ha llevado una y otra vez al desastre a los obreros y oprimidos argentinos, es crucial para esta perspectiva.

La izquierda argentina promueve el reformismo nacionalista

La oposición al nacionalismo burgués es la última cosa que ofrecen los grupos seudotrotskistas que pueblan la izquierda argentina. Lejos de tener una perspectiva de independencia de clase contra la burguesía, están atascados en el reformismo nacional, particularmente yendo a la cola de los peronistas. La principal corriente del autoproclamado trotskismo en Argentina es la del difunto Nahuel Moreno, representada hoy en día por el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) y su escisión, el Partido de Trabajadores por el Socialismo (PTS). En los años 50, Moreno se hacía pasar por peronista “de izquierda”; ¡su periódico en esa época era publicado como “órgano del peronismo obrero revolucionario” y “bajo la disciplina del Gral. Perón y del Consejo Superior Peronista”! (Ver “La verdad sobre Moreno”, Spartacist [edición en español] No. 11, para la historia de esta tendencia.)

Durante la Guerra de las Malvinas/Falklands, la izquierda reformista en Argentina apoyó abiertamente a los militares genocidas en el poder en nombre del “antiimperialismo”. La tendencia morenista presumía que estaba firmemente “en el campo militar de la dictadura argentina” (Correo Internacional, abril de 1982). Con el apoyo de la falsa izquierda, los generales utilizaron la guerra para decapitar una huelga general, parte de una lucha proletaria en expansión contra el régimen militar. En agudo contraste, nosotros luchamos por la oposición proletaria revolucionaria al imperialismo británico, entonces gobernado por la “dama de hierro” Margaret Thatcher, y a los generales argentinos, declarando: “¡Hundir a Thatcher! ¡Hundir a la Junta! ¡El enemigo principal está en el propio país!”.

En 1989, los morenistas le dieron apoyo encubierto a la instauración de un nuevo gobierno peronista bajo Menem. Declarando que “Menem recibió la mayoría de los votos del pueblo trabajador”, preguntaron por qué no utilizaba ese apoyo “para imponer las soluciones que dice que tiene” (El Cronista Comercial, 31 de mayo de 1989). Y eso fue exactamente lo que hizo Menem.

Hoy en día, con los peronistas ampliamente desacreditados, la izquierda argentina está tratando de ocultar su reformismo nacionalista en una retórica ligeramente distinta. El MST morenista y el Partido Comunista estalinista son los principales componentes de la Izquierda Unida (IU), un bloque electorero cuyo programa levanta como su demanda máxima el llamado por “una alternativa política independiente de los trabajadores y el pueblo”. En la secuela del estallido popular que derrocó a De la Rúa, la IU se unió a otro grupo seudotrotskista, el Partido Obrero (PO) de Jorge Altamira, y algunos grupos más pequeños en una declaración del 22 de diciembre que presenta prominentemente el llamado por un “gobierno popular y obrero”. Y el PTS, con una postura más izquierdista, promueve la misma perspectiva en sus volantes y declaraciones, escribiendo que “los revolucionarios del PTS luchamos por un gobierno de los trabajadores y el pueblo” (volante del 31 de diciembre de 2001).

Este llamado deliberadamente confusionista, que disuelve al proletariado en la masa del “pueblo” es la fachada clásica de una alianza de colaboración de clases con un ala de la burguesía nacional (que es, después de todo, parte del “pueblo”). Todos estos grupos sostienen la perspectiva desastrosa y antirrevolucionaria del “frente único antiimperialista”, que no es sino una frase en clave para la subordinación de la clase obrera a su “propia” burguesía. El descontento social en Argentina hoy en día involucra muchas capas de la sociedad, desde la clase obrera y los estudiantes hasta los desempleados y los pobres rurales. Si el proletariado va a emerger como la fuerza dirigente de los oprimidos, luchando por el derrocamiento del orden capitalista y de la dominación imperialista, es crucial trazar una línea de clases clara. El MST, PO, PTS y demás, en contraste, mezclan todo junto en un guisado “popular” reformista.

Esto también puede verse en el perenne llamado levantado por el PO y el PTS por una “asamblea constituyente” que, en palabras de un volante del PO del 31 de diciembre, expresaría “la voluntad soberana de los trabajadores y desempleados”. El PTS agrega su propia variante a esta demanda en una declaración llamando tanto por una “Asamblea Nacional de trabajadores ocupados y desocupados” como por una “Asamblea Constituyente soberana para que el pueblo pueda discutir libre y democráticamente la salida a la crisis nacional” (“Jornadas Revolucionarias”, 22 de diciembre de 2001). ¿Y cómo debe lograrse esto? “Aún para abrir el camino a esta democracia generosa”, escribe el PTS, “hay que barrer el poder existente con una huelga general y un gran levantamiento nacional que complete la obra iniciada por las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre”.

El llamado por una asamblea constituyente es, en el mejor de los casos, una consigna democrática que puede ser utilizada en situaciones particulares contra regímenes capitalistas dictatoriales como un elemento subordinado en un programa por la revolución obrera. Pero Argentina actualmente tiene una forma democrática burguesa de dominio de clase capitalista con elecciones periódicas, y ese ha sido el caso por ya casi dos décadas. Bajo estas circunstancias, el llamado por una asamblea constituyente sirve solamente para fomentar, no para romper, las ilusiones democráticas burguesas entre los obreros y los oprimidos. En situaciones de agitación prerrevolucionaria, los trotskistas genuinos lucharían para forjar órganos de poder dual —soviets (consejos obreros), comités de fábrica, etc.— como centros de organización en la lucha por la revolución proletaria. Pero para el centrista PTS, el llamado por una “asamblea de trabajadores” sólo es una fachada para su perspectiva de una “gran insurrección nacional” para obtener...¡otro cuerpo parlamentario burgués!

A pesar de toda su retórica “antiimperialista”, la izquierda reformista y centrista argentina formó una unidad con los gobernantes imperialistas estadounidenses apoyando las fuerzas de la contrarrevolución que destruyeron a la Unión Soviética y a los estados obreros deformados de Europa oriental. Mientras los imperialistas germano-occidentales empujaban por la anexión contrarrevolucionaria del estado obrero deformado de Alemania Oriental en 1989-90, los morenistas salieron con un programa “cuya consigna ordenadora es: Reunificación alemana ya” (Correo Internacional, enero de 1990). Por su parte, el PTS llamó por “la defensa del derecho de las masas alemanas a unificarse como ellas lo deseen, aun cuando decidan hacerlo en los marcos del capitalismo” (Avanzada Socialista, 30 de marzo de 1990).

Esta traición fue repetida cuando los morenistas y el PO de Altamira saludaron el contragolpe proimperialista de Boris Yeltsin en Moscú en agosto de 1991. En una declaración del 28 de agosto de 1991, los morenistas dijeron que había sido una “Gran Victoria Revolucionaria en la URSS”, mientras que el PO proclamaba que “La victoria popular contra el golpe tiene un alcance revolucionario” (Prensa Obrera, 29 de agosto de 1991). Estos grupos cargan su propia pequeña medida de responsabilidad por la devastación postcontrarrevolucionaria que se extendió por la antigua Unión Soviética y Europa oriental y que redundó tan negativamente contra los trabajadores de América Latina. En contraste, la Liga Comunista Internacional luchó hasta el fin en defensa de las conquistas de la clase obrera encarnadas en esos estados, a pesar de sus malgobernantes estalinistas. Mientras que el resto de la izquierda abrazaba la “democracia” imperialista contra el “totalitarismo” estalinista, nosotros luchamos por la revolución política proletaria para sacar a los burócratas estalinistas y restaurar el programa del internacionalismo revolucionario que animaba al Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky.

¡Por un partido trotskista genuino!

La necesidad candente hoy en día en Argentina es el forjamiento de un partido leninista-trotskista auténtico. Tal partido llamaría por la completa independencia de los sindicatos del estado burgués. Actuaría, en palabras de Lenin, como un “tribuno del pueblo”, reuniendo a todos aquellos que sufren bajo el yugo capitalista, desde los desempleados y los empobrecidos pensionistas hasta los pobres rurales y los pequeños tenderos que están siendo arruinados por la crisis de la austeridad. Inscribiría en su bandera la lucha por la liberación de la mujer, combatiendo al machismo y a las atrasadas actitudes católicas e impulsando demandas por la plena integración de las mujeres a la fuerza laboral con salario igual. Lucharía por aborto libre y gratuito como parte de un sistema de salud gratuito y de calidad para todos, y por plenos derechos democráticos para los homosexuales.

La sociedad argentina está saturada con el chovinismo de una clase dominante que se deleita con su supuesta superioridad “europea” sobre el resto de América Latina y que está plagada de antiguos nazis. Crucial para cualquier perspectiva revolucionaria es la oposición absoluta a toda manifestación de racismo, antisemitismo y hostilidad contra las minorías indígenas y los inmigrantes.

Sólo un programa de internacionalismo revolucionario puede ofrecerle un camino hacia adelante a la clase obrera argentina. Después de la revolución obrera rusa de 1917, el Partido Bolchevique de Lenin canceló la deuda amasada por el zar y la burguesía rusa simplemente negándose a pagarla. Reconociendo que el imperialismo no podía ser apaciguado, lucharon por extender la Revolución de Octubre al mundo entero. Hoy en día, para liberarse de la servidumbre de la deuda con Wall Street, los obreros y las masas oprimidas de Argentina y a través de América Latina deben ser ganados a los principios y el programa del internacionalismo proletario como fue representado por Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Ésta es la perspectiva de la LCI: reforjar la IV Internacional para dirigir la lucha por nuevas revoluciones de Octubre alrededor del planeta.

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